Mensaje 2
El libro de Hebreos empieza diciéndonos que Dios ha hablado. El hablar divino es el tema que da inicio a este libro. ¡Dios ha hablado! ¡Alabado sea Él! No debemos considerar insignificante el hecho de que Dios haya hablado. Si Dios no hubiese hablado, quedaría misterioso. Pero Él se ha revelado al hablar. Ya no es misterioso. Ahora Él es el Dios revelado.
Este libro pone énfasis en el hecho de que Dios ha hablado, y no el hombre. Es por esto que no se identifica su escritor, ni tampoco en ninguna de las citas del Antiguo Testamento se menciona el nombre de la persona que habla. Conforme al concepto de este libro, toda la Escritura es el hablar de Dios. Por esto, al referirse al Antiguo Testamento, este libro siempre dice que es el hablar del Espíritu Santo (3:7; 9:8; 10:15-17).
Consideremos ahora el hecho de que Dios haya hablado. Si hubiera un Dios en el universo, ¿qué sería lo primero que Él haría? Ciertamente, antes de hacer cualquier cosa, Él hablaría. Si Dios es un Dios vivo, ciertamente debe hablar; si Él es real, Su hablar dará testimonio de este hecho; si Él es un Dios que se mueve, se moverá por medio de Su hablar; y si Él está realizando alguna obra, ciertamente la llevará a cabo mediante Su hablar.
Una persona viva es una persona que habla. Siempre y cuando uno esté vivo, no creo que pueda permanecer callado ni siquiera por una hora. Aun si estuviera solo en su casa, descubriría que sencillamente tiene necesidad de hablar. Si no habla a los ángeles, tal vez le hable a algún objeto inanimado o quizás hable consigo mismo. Una persona viva tiene la necesidad de hablar.
¡Nuestro Dios es un Dios vivo! Por eso Él es un Dios que habla, y el hecho de que hable da testimonio de que es una persona viviente. Debido a que habla sabemos que nuestro Dios es un Dios vivo. ¡Cuán insensato es decir que Dios no existe! ¿Nunca le ha escuchado hablar? ¡Dios ha hablado! Desde la eternidad, el Dios que habla ha hablado millones de veces. Si Él nunca hubiera hablado, entonces ¿de dónde procedió la Biblia? Nadie puede negar que la Biblia contiene mucha sabiduría. La mayoría de las frases de la Biblia (por no decir todas) jamás podrían haber procedido de la mente humana. Un gran filósofo francés dijo que si los cuatro Evangelios fueran una falsedad, y Cristo no existiera, entonces la persona que escribió los Evangelios estaría plenamente capacitada para ser el Cristo mismo. Si aún no cree que el escritor de los Evangelios estaría calificado para ser el Cristo, entonces trate de escribir por sí mismo libros semejantes. ¿Quién podría expresarse de una manera tan profunda y tan sabia? Pedro era un pescador de Galilea, y Juan remendaba redes. Ellos no se graduaron de ninguna universidad. ¿De dónde entonces obtuvieron tanta sabiduría? Juan, por ejemplo, escribió: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios [...] En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:1, 4). ¿Quién podría proferir palabras tan sencillas y a la vez tan profundas? Ciertamente, no podría hacerlo alguien cuyo oficio era remendar redes en Galilea. Sólo Dios pudo haber hablado de este modo. ¿Cómo podríamos atrevernos a afirmar que Dios no existe? ¿Podemos acaso encontrar otro libro que se compare con la Biblia? Simplemente no existe otro libro semejante a éste. La Biblia es el libro de libros debido a que contiene profunda sabiduría.
En la Biblia también encontramos luz. Ningún otro libro ilumina tanto al hombre como la Biblia. Muchos de los que leen estos mensajes son personas con un alto nivel de educación, que han leído muchos libros y periódicos. Permítanme ahora preguntarles: ¿Han sido iluminados por esos libros y periódicos? Todo lo contrario; siempre que leemos el periódico, somos entenebrecidos, cegados, drogados, aturdidos y embotados. No obstante, muchos de nosotros podemos dar testimonio que siempre que venimos a la Biblia, no importa qué capítulo leamos, la luz resplandece sobre nosotros. Aun podemos recibir luz al leer versículos como Génesis 3:1, que habla de la serpiente. Puede ser que no recibamos luz inmediatamente porque aún no estamos listos para ello. A pesar de que la luz siempre está presta para brillar, nosotros no siempre estamos dispuestos a recibirla. No obstante, con el tiempo vendrá la luz.
Usemos Génesis 3:1 como ejemplo. “La serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho”. Una mañana, una joven leyó este versículo y se le quedó grabado en su interior. Al principio, cuando lo leyó en la mañana, ella no logró entenderlo. Pero más tarde, una de sus compañeras de escuela vino a presentarle cierta clase de tentación, y en ese instante, ella se acordó del versículo, que decía: “La serpiente era más astuta...”. Cuanto más hablaba su compañera, más resonaba este versículo en su interior. Finalmente, esta hermana dijo en si misma: “Pequeña serpiente, aléjate de mí”. Durante el tiempo que llevo ministrando, he escuchado cientos de testimonios como éste.
Las personas reciben luz cuando leen la Palabra divina. Pero ¿podría alguno testificar de que fue iluminado después de haber leído una revista o un periódico? Nadie puede testificar de esto, porque dichos escritos no son la Palabra de Dios. En cambio, la Biblia en su totalidad se compone del hablar de Dios. Si usted lee la palabra “Satanás” en un periódico, quizás ésta no signifique nada para usted. Pero cuando la lee en la Biblia, y especialmente cuando ora y lee la palabra de la Biblia, es iluminado y Satanás queda al descubierto.
Muchas veces la Palabra no sólo nos ilumina, sino que además nos reaviva, estimula y vivifica. Trate de orar usando las palabras de un periódico y observe lo que sucede. Cuanto más repita esas palabras, más las tinieblas y la muerte se apoderarán de su ser. Pero cuando ora-lee la Biblia, usted recibe vida. Esto demuestra claramente que la Santa Biblia es el hablar de Dios. ¡Dios ha hablado! Más de un centenar de veces he visto los más viles pecadores salvarse sólo por haber leído un solo versículo de la Biblia, después de lo cual toda su vida cambia. Éste es el resultado de la operación de la santa Palabra.
Dios ha hablado y continúa hablando hoy en día. Él está hablando a su corazón y en su espíritu. ¿Cómo podemos darnos cuenta de que nuestro Dios es un Dios vivo? Porque Él nos habla. ¿Cómo sabemos que Él se mueve y actúa? Debido a que nos habla. Considere su experiencia durante las últimas cuarenta y ocho horas. ¿Podría decir que durante ese tiempo Dios no le ha hablado? Muchos de nosotros podemos testificar que durante las pasadas cuarenta y ocho horas hemos oído el hablar de Dios. Es debido a que nos habla, que sabemos que Él es real, viviente y activo. ¿Dónde encontramos a Dios? Lo encontramos en Su hablar, y Él nos habla día tras día.
¿Qué cosa es el hablar de Dios? El hablar de Dios no es sólo la Palabra, sino también Su aliento. Cuando Dios nos habla, Él mismo se infunde en nosotros por medio de Su aliento. Cada vez que Dios nos habla, Él mismo se infunde en nuestro ser. Por tanto, cada vez que escuchemos el hablar de Dios o leamos Su Palabra, estaremos relacionándonos directamente con Dios. Al hablarnos, Él nos amonesta constantemente. Son incontables las veces que he sido amonestado por Él. Si no desea relacionarse con Dios, es mejor que se tape los oídos cuando Él le hable, ya que Él no dejará de hablar. Él jamás se abstendrá de hablar; una vez que Él exhala Su palabra, Él no retira lo dicho. Supongamos que Dios le dice: “Ve a tu esposa y pídele disculpas”. Tal vez usted argumente diciendo: “¿Por qué debo ir a ella y disculparme? No puedo hacerlo”. Pero usted seguirá escuchando lo mismo: “Ve y discúlpate”. Algunos que no han obedecido a estas palabras del Señor, han testificado que en la noche mientras dormían repitieron estas palabras, de manera que la esposa, despertándose, preguntó: “¿Qué querías decir con ‘ve y discúlpate’?”. La razón era que Dios le había dicho a ese hermano que se disculpara con su esposa, y por no haberlo hecho este hermano terminó repitiendo en sus sueños las palabras: “Ve y discúlpate”. Así de insistente es el hablar de Dios.
En 1925 yo empecé a oír que el Señor me hablaba respecto a algo. Como durante ocho años no obedecí, el Señor siguió repitiéndome lo mismo. Semana tras semana argumentaba con Dios y discutía con Él, diciéndole: “No puedo hacer lo que me pides”. Pero Él nunca argumentó conmigo. Cada vez que yo argumentaba, Él se quedaba callado; pero cuando dejaba de discutir, empezaba a hablarme de nuevo. Yo le decía: “Señor, ya me has dicho eso antes”. Él no contestaba a mis argumentos, pero tan pronto me callaba, me repetía lo mismo una y otra vez. Esto ocurrió por un período de ocho años, hasta que finalmente no tuve otra opción que escucharlo y rendirme a Él. Después que obedecí, no volvió a mencionarme aquello. Una vez que obedecemos, el Señor deja de hablarnos de dicho asunto.
Una vez que la palabra de Dios sale de Su boca, nadie puede hacerla retornar a Él. Si usted no obedece en esta era a la voz de Dios, ciertamente tendrá que hacerlo en la otra. Tarde o temprano toda la humanidad creerá lo que Dios ha hablado. Si no lo cree en esta era, lo creerá en la eternidad.
Dios ha hablado y continúa hablando hoy en día. Sabemos que nuestro Dios es real porque Él es un Dios que habla. ¿Cómo sabemos que Dios está obrando en Su recobro? Debido a que Él nos habla. Aunque tengo muchos años de ser cristiano, antes nunca escuché tanto el hablar de Dios como ahora entre nosotros. En 1 Samuel 3:1 dice que la palabra del Señor escaseaba en aquellos días. Algunas versiones usan la palabra “preciosa” en vez de “escasa”, ya que algo que escasea es algo precioso. En la época en que se escribió 1 Samuel 3, la palabra de Dios escaseaba, pero hoy no es así. Hoy, en el recobro del Señor, la palabra de Dios se ha multiplicado; hay abundancia de la palabra de Dios. Dios nos está hablando día tras día y reunión tras reunión. ¿Se ha dado cuenta de que Él nos está hablando? El hecho de que Él nos hable, comprueba que Él está trabajando.
Todos aquí tenemos el hablar de Dios en cierta medida. Sin embargo, muchos cristianos que no están en el recobro del Señor tal vez digan que no saben a qué nos referimos cuando decimos que tenemos abundancia de la palabra de Dios. Si les explicamos a qué nos referimos, tal vez digan: “Hace mucho tiempo que no escucho el hablar a Dios”. ¿A qué se debe que el hablar de Dios no está presente en medio de tantos cristianos? Se debe a que Dios no se está moviendo entre ellos, a que Él no está realizando nada entre ellos.
Es un verdadero castigo no tener el hablar de Dios. En los días de 1 Samuel 3, la palabra de Dios escaseaba. Esto fue un castigo para la familia del sacerdote Elí. Cuando uno está bajo la bendición de Dios, Él le habla en todo momento. El hecho de que Dios le hable demuestra que usted se encuentra bajo Su bendición. La palabra de Dios abunda entre los que estamos en Su recobro. Todos escuchamos Su hablar. ¿Está Dios hablándole a usted? Si es así, eso significa que Él es un Dios real, vivo y activo.
Muchas hermanas, antes de venir al recobro del Señor, se enojaban con sus maridos sin sentir ningún remordimiento. A ellas les parecía que tenían razón al enojarse y que su enojo era justo desde todo punto de vista. Hasta justificaban su enojo delante de los demás. Sin embargo, desde que estas hermanas están en el recobro del Señor, perciben que Dios les habla apenas se enojan con sus maridos, y ya no sienten tanta libertad para enojarse con ellos. Ahora, cada vez que se enojan con sus esposos, escuchan que Dios les habla al respecto. Si se enojan con sus esposos el sábado por la noche, quizás no tengan paz para participar de la mesa del Señor al día siguiente. El hecho de que Dios nos hable, demuestra que Él está activo y que se mueve entre nosotros.
El Dios viviente se imparte en nosotros por medio de Su hablar. Durante el estudio-vida de Romanos el Señor nos dio un buen término: “transfundir”. Dios desea transfundirse en nosotros, y esto lo logra principalmente mediante Su hablar. Cuanto más Él nos habla, más se imparte a nosotros, o nos transfunde Su elemento divino en nuestro ser. Cuanto más recibimos Su hablar, más se infunden en nosotros todos Sus elementos divinos. Una vez que oímos Su hablar, no podemos seguir siendo los mismos.
Sin excepción, la Palabra de Dios nos imparte tres elementos. El primero de ellos es la luz. Cuando Dios habla, la luz resplandece. El primer elemento que encontramos en la palabra de Dios es la luz. Dondequiera que está la Palabra de Dios, allí está la luz. No es necesario explicarla ni interpretarla; la luz resplandecerá porque la Palabra imparte luz. La Palabra divina es el mejor reflector de luz y el mejor portador de luz. Cuando Dios habla, resplandece. Podemos comprobar esto por experiencia propia. Cada vez que oímos Su Palabra, estamos bajo Su resplandor, el cual a su vez nos imparte luz. En esta luz recibimos el entendimiento, la visión, el conocimiento, la sabiduría y las palabras adecuadas para expresarnos. La luz incluye cosas como entendimiento, visión, conocimiento, sabiduría y las palabras correctas. Cuando tenemos luz, tenemos el poder para ver, el panorama y la visión. Cuando usted tiene luz, tiene conocimiento, entendimiento y sabiduría. Esto le dará abundancia de palabras para expresarse, y no podrá quedarse callado. Ninguno de los turistas que visitan Disneylandia en la ciudad de Anaheim pueden permanecer callados. Cuando ellos ven todas las atracciones que hay allí, se entusiasman. Después de que uno entra en ese parque de diversiones, ¿cómo podría quedarse callado? Incluso los niños que aún no han aprendido a hablar bien, expresan algo al ver tantas atracciones.
¿Por qué los miembros de las denominaciones cristianas se sientan silenciosamente en las bancas durante el culto dominical? Porque carecen de luz y no ven nada. Cuando uno se encuentra en tinieblas le es muy difícil hablar. Tan solo intente hablar mientras se encuentre en oscuridad. Se quedará callado; debido a que no ve nada, no tendrá nada que decir. Por ejemplo, si yo fuera ciego y usted me pidiera que dijera algo, no tendría nada que decir. ¡Cuán diferente es todo cuando estamos en la luz! Cuando la luz viene, tenemos mucho que decir porque vemos muchas cosas; podemos ver muchas personas, lugares y cosas. Debido a que vemos tantas cosas, hablamos espontáneamente.
La luz nos permite ver, y el hecho de poder ver hará que tengamos mucho de que hablar. ¿Por qué todos los miembros de la iglesia tienen tanto que decir cuando vienen a las reuniones? Porque todos ellos han visto algo y, por ende, tienen mucho que decir. Lo que vemos, lo expresamos espontáneamente con palabras. No es necesario pensar qué es lo que vamos a decir; simplemente hablamos de lo que vemos. La luz nos permite ver y la luz proviene de la Palabra. Cuando tenemos la Palabra, tenemos la luz.
En los años que llevo dando mensajes, muchas personas, sorprendidas, me han preguntado de dónde saco tantos mensajes. Todos mis mensajes provienen de la visión celestial que he recibido, del recorrido que he hecho por la tierra santa celestial. Casi todas las mañanas me paseo por esta tierra y veo muchas cosas. La razón por la que tengo mucho que decir es que veo muchas cosas en la Palabra. La Palabra nos imparte luz, la luz nos permite ver y obtener una visión, y la visión nos da el conocimiento, la sabiduría y abundancia de palabras. Éste no es el conocimiento de la letra muerta, sino el conocimiento de vida, un conocimiento que está lleno de vida. Todo esto proviene de la Palabra.
La Palabra también nos imparte vida. El Señor Jesús dijo que las palabras que Él hablaba eran espíritu y vida (Jn. 6:63). “En el principio era el Verbo [...] En Él estaba la vida” (Jn. 1:1, 4). En el Verbo, la Palabra, se halla la vida. Cuando usted tiene contacto con la Palabra, es vivificado. ¿Por qué nosotros estamos tan llenos de vida? Esto se debe a la Palabra. A través de los años, he conocido muchos grupos de cristianos, pero nunca he visto algo parecido a los que están en la vida de iglesia hoy día. Muchos de nuestros jóvenes están en contacto con la Biblia día y noche. Ésta es una buena señal. Algunas personas han difundido rumores de que Witness Lee enseña a la gente a desechar la Biblia. ¡Ésa es una mentira diabólica! Nadie insta a los santos a acudir a la Palabra tanto como este ministerio. ¡Nada más observen la cantidad de versículos que usamos en cada mensaje!
¿Por qué los miembros de la iglesia son tan vivientes? Esto se debe a la vida que está en la Palabra. Antes de venir a la vida de iglesia, usted no tenía tanta vitalidad; más bien estaba muriéndose de hambre por carecer de la Palabra. Si en este momento usted se alejara de la Palabra, de los mensajes y de las reuniones por dos semanas, ciertamente moriría. La razón por la cual hay tantos hermanos llenos de vida es que están llenos de la Palabra. Estoy muy contento al ver que en esta era, una era en la que abundan las cosas malignas, nuestros jóvenes estén dispuestos a darlo todo por la santa Palabra, y que muchos de ustedes estimen la Palabra como la cosa más preciada en su corazón. Esto es un indicio muy positivo de que el Señor se está moviendo entre nosotros. Su hablar está con nosotros y Su palabra está en nosotros. Hoy en la vida de iglesia todos tienen tanto que decir gracias a la palabra de vida. Tenemos la palabra viviente.
La vida que está en la Palabra incluye muchas cosas. Incluye la santidad, el amor, la humildad, la bondad y la paciencia. La vida incluye todos los atributos divinos y todas las virtudes humanas. Las riquezas de la vida divina son inagotables, ¿quién podría enumerarlas? Tan sólo considere las riquezas de la vida contenidas en una pequeña semilla de clavel. Una semilla tan diminuta y aparentemente con tan poca vida, es capaz de crecer. Y una vez que crece y florece, se hacen manifiestas las riquezas de la vida. Todas estas riquezas están incluidas en la vida. Consideren ahora la vida divina que poseemos y palpamos. ¡Cuántas riquezas hay en esta vida! Puedo decir con plena certeza que todas las riquezas de Dios están en la iglesia, porque la Palabra está en la iglesia, y la Palabra nos imparte la vida divina. En esta vida se encuentran los más ricos atributos, virtudes y cualidades. En tanto que tengamos esta vida, tendremos sus riquezas. No trate de ser humilde, porque la humildad es como un ave que, cuando uno trata de atraparla, se escapa volando. No trate de amar a su esposa o de someterse a su esposo. No podrá hacerlo. Simplemente tome la Palabra. La Palabra imparte vida, y esta vida nos llevará a amar y a someternos. La humildad, el amor y la sumisión se encuentran en esta vida. No podemos adquirir estas virtudes por esfuerzo propio ni por labor; todas ellas se hallan en la vida divina.
¿Cómo podemos obtener la vida divina? Simplemente tomemos la Palabra y la vida vendrá. Cuando viene la vida, ella trae consigo todas las cosas positivas. En esta vida está la humildad y la belleza del ser humano. Ya que Dios creó al hombre a Su imagen, ciertamente hay belleza en la humanidad. Pero esta belleza sólo puede hallarse en la vida divina, y la vida divina está en la Palabra divina. Cuando la palabra viene, la vida viene, y con ella viene la belleza. Observe a los miembros de la iglesia; todos ellos son personas magníficas y hermosas. Si estas mismas personas no estuvieran en la vida de iglesia, tendrían apariencia de escorpiones, tortugas y monos. Definitivamente me he enamorado de la gente de la iglesia. Aun los de mayor edad son adorables. Esta belleza y encanto proviene de la vida divina, la cual a su vez proviene de la Palabra. Cuando Dios habla, la vida está presente y dicha vida está llena de riquezas.
Cuando recibimos la palabra, ésta trae consigo el poder. La Palabra, pues, trae la luz, la vida y el poder. Muchos cristianos creen en las manifestaciones pentecostales. Yo ciertamente creo en esas cosas pentecostales, pero no en lo que llaman “movimiento pentecostal”. Muchos de ellos dicen que si uno no tiene cierta experiencia pentecostal, no tiene poder. En esto no estoy de acuerdo. En mi ciudad natal, muy cerca del local de reuniones de la iglesia, se reunía un grupo pentecostal. Después de diez años, seguían siendo menos de cien personas, pese a que fomentaban las manifestaciones pentecostales y decían que tenían poder. En contraste, nuestro local siempre se llenaba cuando teníamos reuniones. Un día, mientras conversaba con uno de los líderes de ese grupo, le dije: “Hermano, según su opinión, ustedes son los que tienen el poder y nosotros no. Pero fíjese en los hechos. ¡Mire qué poquitos son ustedes y cuántos se reúnen aquí!”. Esto muestra que el poder está en la Palabra.
Cuando predicamos la palabra viviente, el poder está presente. Este poder no es un poder de un solo momento, sino un poder constante y permanente. Éste no es un poder que crece como los hongos, de la noche a la mañana, sino que crece poco a poco. En el pasado he visto muchos movimientos efímeros. En una noche se arrepienten cien, pero dos meses después sólo quedan unos cuantos. Lo que hacemos en nuestra labor es como sembrar una pequeña semilla de clavel. Pareciera que después de dos semanas nada ha sucedido, pero gradualmente un brote verde aparece. Finalmente, éste florece, produce semillas y se reproduce nuevamente. Éste es el poder de la vida.
En el recobro del Señor, las iglesias no crecen rápidamente como los hongos. Si los hermanos de cierta localidad se jactan de haber ganado a tres mil personas en una semana, yo les diría: “Esperen y verán. Después de poco tiempo, la mayoría de ellos se habrá ido”. Nos complace ver cómo la Palabra es sembrada y crece en el campo de la iglesia. Año tras año crecerá y se reproducirá más. Esperen y vean. Nada permanecerá de forma tan prevaleciente como lo que está en las iglesias. Será prevaleciente y permanecerá para siempre, ya que el poder aquí no es otra cosa que la vida divina. Esta vida proviene de la Palabra. La Palabra trae la vida, y la vida permanece y se reproduce. Si el Señor me llevara a otro país, yo me iría con la certeza de que el recobro del Señor en este país seguiría adelante, porque no es un movimiento que depende del esfuerzo humano, sino que es más bien el mover de la vida divina que crece. La semilla ha sido sembrada aquí, la Palabra ha venido y ahora tenemos la vida. ¡Aleluya! Donde está la Palabra, ahí está el poder de la vida divina. Ahora podemos entender por qué Dios habla. Él habla para resplandecer, para vivificar y para impartir poder.
Dios ha hablado en dos etapas: a los padres y a nosotros. En tiempos pasados Él habló a los padres, pero en estos últimos días Él nos habla a nosotros. Antes de que Dios hablara a los hombres, Él le habló a la nada, a lo que no era. Él le habló a la nada puesto que en ese entonces no existía nada. Fue por medio de Su hablar que Él llamó las cosas que no eran, como si existiesen (Ro. 4:17). Él dijo: “¡Luz!”, y la luz llegó a existir. El universo entero fue creado por medio de Su hablar, por Su palabra. El universo entero fue constituido por la palabra de Dios (11:3). “Porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió” (Sal. 33:9). Dios lo hace todo por medio de Su hablar. La verdadera obra que Dios realiza hoy entre nosotros la efectúa por medio de Su hablar. Si Dios no nos hablara, no podríamos hacer nada, no importa cuán arduamente trabajáramos. Si Dios no hablara, los ancianos y los hermanos que presiden en las iglesias no podrían hacer nada. Pero cuando Él habla, debemos decir: “¡Alabado sea el Señor!”. Cuando Dios le habla a la nada, algo llega a existir. Él llama las cosas que no son como si fuesen. Por Su hablar todo llegó a existir. El universo entero fue hecho por Su palabra, y después de esto, la humanidad llegó a existir.
Después que el hombre fue creado, Dios habló a los padres. En tiempos pasados Él habló parcial y diversamente a los padres en los profetas (1:1). En el Antiguo Testamento, Dios no habló al pueblo una sola vez y de una sola manera, sino en muchos fragmentos y de muchas maneras; trajo una porción a los patriarcas hablándoles de cierta manera, otra porción por medio de Moisés de otra manera, una porción por medio de David de una manera, y otra por medio de varios profetas en diversas maneras. Aun el Pentateuco, que consta de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, contiene una gran diversidad de pasajes en los que Dios habló. Estos libros, Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, constituyen cada uno un fragmento diferente del hablar divino y, a su vez, en cada libro encontramos diversos fragmentos del mismo. ¿Ha visto usted alguna vez algún otro escrito que tenga un contenido tan rico como la Biblia? El Antiguo Testamento contiene diversos escritos: historias, crónicas, salmos, proverbios y los libros de los profetas. Algunos libros son muy extensos, de más de sesenta capítulos, mientras que otros son breves, de tan sólo unos cuantos capítulos. Además, la Biblia agota todas formas del lenguaje; por ejemplo, encontramos profecías, tipos, sombras y figuras. La Biblia habla figurativamente de la mujer, la serpiente, el hombre, el león, el escorpión y el cordero, así como del agua, el sol, la luna, las estrellas y las distintas clases de árboles y plantas; y también emplea palabras explícitas, ejemplos, proverbios, parábolas, alegorías y tipos. Todas estas formas de expresión han sido utilizadas en las Escrituras. Cuando Dios le habló a Moisés, Él no se valió solamente de palabras, sino que le habló desde una zarza que ardía y no se consumía (Éx. 3:1-6). Ésta fue una forma maravillosa de hablar. Por medio de esto, Moisés entendió que no necesitaba ser consumido por el fuego, sino que más bien debía arder sin consumirse. Dios no pretendía servirse de él como combustible. Una pequeña zarza ardiendo le comunicó a Moisés muchas cosas. Ésta fue la manera en que Dios le habló a Moisés. ¡Oh, cuánta sabiduría se halla en la Biblia! Las cosas más sencillas son usadas de manera profunda para comunicar el hablar de Dios. Verdaderamente Dios ha hablado en muchas porciones y de muchas maneras.
Hebreos 1:2 usa la frase “al final de estos días”, que bien podría traducirse “en los postreros tiempos”. Ésta es una expresión hebrea que denota el fin de la dispensación de la ley, cuando el Mesías habría de ser presentado (Is. 2:2; Mi. 4:1).
En estos postreros días, Dios nos ha hablado y continúa hablándonos en el Hijo.
El Hijo es el Verbo o la Palabra (Jn. 1:1; Ap. 19:13). “En el principio era el Verbo [...] y el Verbo era Dios”. Él era la Palabra de Dios, Aquel por medio de quien Dios hablaba. El Hijo es la Palabra por completo para el hablar de Dios
Por ser la Palabra, el Hijo principalmente nos da a conocer a Dios el Padre (Jn. 1:18), es decir, Él declara, define, expresa y revela a Dios. Cuanto más nos habla el Hijo, más Dios se expresa y se revela.
La persona misma del Hijo constituye el hablar divino. El Hijo, por ser el Verbo de Dios y el hablar de Dios, constantemente nos imparte vida. Por ser el Verbo, el Hijo tiene la vida y continuamente nos transmite dicha vida. Cuando le recibimos, tenemos vida.
Como la Palabra divina que nos comunica el hablar divino, el Hijo revela la realidad por medio del Espíritu (Jn. 16:12-15). La realidad es todo lo que Dios es para nosotros. Esta realidad nos la revela el Hijo como la Palabra, a través del Espíritu.
Cuando el Hijo habla, Él es el Espíritu; o sea que el Espíritu es el Hijo mismo hablándonos. El Hijo de Dios es el Verbo, la Palabra. Cada vez que la Palabra es emitida, se convierte en el Espíritu. Este hecho nos lo demuestran las siete cartas enviadas a las iglesias en Apocalipsis 2 y 3. Al principio de cada epístola es el Señor quien habla, pero al final se nos dice que debemos oír lo que el Espíritu dice a las iglesias. Esto comprueba que siempre que el Señor Jesús nos habla, Él es el Espíritu que nos habla. Siempre que el Hijo habla, lo hace como el Espíritu. Si estudiamos las siete cartas de Apocalipsis 2 y 3, veremos que siempre que el Hijo habla, es el Espíritu quien habla (Ap. 2:1 cfr. 7; 2:8 cfr. 11; 2:12 cfr. 17; 2:18 cfr. 29; 3:1 cfr. 6; 3:7 cfr. 13; y 3:14 cfr. 22). Tenemos al Hijo que es la Palabra de Dios. Él no solamente es la Palabra de Dios sino también el hablar de Dios. Siempre que Él nos habla, Él es el Espíritu que habla. “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63).
Hoy el Hijo, como el Espíritu que habla, está hablando juntamente con las iglesias. Él no solamente les habla a las iglesias, sino que también habla con las iglesias. Apocalipsis 22:17 dice: “Y el Espíritu y la novia dicen: Ven”. Al principio del libro de Apocalipsis, el Espíritu habla a las iglesias, pero al final de Apocalipsis el Espíritu habla con las iglesias, ya que el Espíritu y la iglesia han llegado a ser uno. ¡Aleluya! Éste es el hablar de Dios.