Mensaje 31
El libro de Hebreos consta principalmente de dos secciones, las cuales se basan en los dos aspectos del sacerdocio de Cristo. En primer lugar, Cristo es el Sumo Sacerdote de Dios tipificado por Aarón y, en segundo lugar, Él es el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Por consiguiente, el ministerio de Cristo posee estos dos aspectos importantes: el primero, tipificado por Aarón y es terrenal; y el segundo, según el orden de Melquisedec y es celestial.
Conforme a la obra y al ministerio de Cristo, este libro da un giro en He. 7:1, un giro de la tierra a los cielos. Hasta el final del capítulo 6, lo que se revela principalmente es la obra de Cristo en la tierra, tipificada por el sacerdocio de Aarón. Esa sección es la palabra de los comienzos, el fundamento. A partir de 7:1 se revela el ministerio de Cristo en los cielos según el orden de Melquisedec. Esta sección es la palabra que nos perfecciona, la cual nos revela cómo el Cristo celestial ministra en el tabernáculo celestial. La purificación que Él hace de los pecados es tipificada por la obra de Aarón, mientras que el hecho de que esté sentado a la diestra de la Majestad en las alturas (He. 1:3) corresponde al orden de Melquisedec (Sal. 110:1, 4). Su obra en la cruz, en la tierra, tipificada por la obra de Aarón, nos proporciona el perdón de pecados. Su ministerio en el trono, en los cielos, nos ministra lo necesario para vencer el pecado. Su cruz nos liberó de Egipto; Su trono nos introduce en Canaán. Los creyentes hebreos participaron de Su obra en la cruz. Ahora tenían que proseguir hasta entrar en el disfrute de Su ministerio en el trono.
Podríamos decir que el perdón de pecados está en “el primer piso” y que obtener la victoria sobre el pecado está en “el segundo piso”. En siglos pasados muchos cristianos han tratado de vencer el pecado, pero muy pocos lo han logrado debido a que buscan algo que está en “el segundo piso”, mientras ellos mismos se encuentran en “el primer piso”. ¿Cómo podríamos encontrar algo que está en el segundo piso de una casa si lo estamos buscando en el primer piso? El perdón de pecados se halla en “el primer piso”. Toda persona que ha sido salva puede testificar que ha experimentado el perdón de los pecados de una manera plena, satisfactoria, absoluta y cabal. No obstante, si queremos obtener la victoria sobre el pecado debemos estar en “el segundo piso”. El perdón de los pecados se relaciona con la obra que Cristo realizó en la tierra y es tipificado por la obra de Aarón, la que se encuentra en “el primer piso”, pero obtener la victoria sobre el pecado se relaciona con la obra que Cristo realiza hoy en los cielos según el orden de Melquisedec. Esto se encuentra en el “segundo piso”. ¿Se encuentra usted en el segundo piso o en el primer piso? Yo estoy muy seguro de estar en el segundo piso. ¡Cuán maravilloso es estar en el segundo piso disfrutando no sólo del perdón de los pecados, sino también de la victoria sobre el pecado! ¡El pecado se halla bajo nuestros pies! Si usted ha de obtener victoria sobre alguna cosa, ella debe estar debajo de usted. Aunque pueda parecernos muy trivial hablar acerca de vencer el pecado, es algo tremendo cuando se lo experimenta. ¡Qué bueno es disfrutar de la victoria sobre el pecado! Si usted desea vencer el pecado, debe subir al “segundo piso” y experimentar el ministerio celestial del Cristo celestial según el orden de Melquisedec.
Como ya hemos mencionado, la cruz de Cristo nos libera de Egipto y Su trono nos introduce en Canaán. ¿Dónde se encuentra usted, en Egipto o en Canaán? ¿Cómo podemos saber si estamos en Canaán? Es muy sencillo. Yo sé que estoy en Canaán porque no estoy alrededor de la cruz, sino alrededor del trono. Las predicaciones, mensajes, conversaciones y comuniones entre la mayoría de los cristianos giran entorno a la cruz. Rara vez he escuchado a un grupo de cristianos tener comunión acerca del trono. ¿Está su Cristo hoy en la cruz o en el trono? Puedo testificarles que mi Cristo hoy está en el trono. No estoy buscándole en la cruz; más bien, estoy disfrutándole en el trono. Esto es maravilloso. Hoy nuestro Cristo ya no está en la cruz, sino en el trono. La Pascua que se celebró en Egipto representaba al Cristo crucificado, pero hoy nuestro Cristo está en el trono, y donde está el trono, allí está Canaán. Estamos en Canaán. Estamos en el reposo sabático debido a que nuestro Cristo está en el trono. Aunque hemos participado de la obra de Cristo en la cruz, ahora debemos seguir adelante para entrar en el disfrute del ministerio que Él realiza desde el trono. El Cristo que me acompaña en el ministerio presente es el Cristo que está en el trono. ¡Oh, que podamos experimentar el hecho de que Cristo está ahora en el trono! Es necesario que veamos todos los detalles concernientes a este Cristo entronizado. Cuando disfrutamos a tal Cristo nos encontramos en el segundo piso, en Canaán, alrededor del trono.
El tema de este mensaje es: El ministerio celestial del Cristo celestial. Como hemos visto, el libro de Hebreos hace un gran giro en 7:1. Entre los que leen Hebreos, muy pocos han visto esto claramente, pero Dios, por Su misericordia y gracia, nos ha mostrado este giro a nosotros. Por consiguiente, mi carga en este mensaje es impresionarlos con la importancia de este giro. Que el Espíritu Santo pueda inscribir este giro profundamente en nuestro espíritu. Éste no es un simple giro doctrinal, sino un giro en la experiencia que tenemos de Cristo, el cual ocurre de una manera dinámica, e incluso de una manera subjetivamente objetiva. En el siguiente mensaje explicaré lo que quiero decir con la expresión “subjetivamente objetiva”. Por ahora, sólo les pido que recuerden que en 7:1 debemos dar un giro a fin de experimentar a Cristo de una manera subjetivamente objetiva.
El giro del cual hablamos es un giro del atrio, que está en la tierra, al Lugar Santísimo, que está en el cielo (8:2; 9:11-12, 24). Recordemos cómo estaban ubicados cada uno de los muebles del tabernáculo. Primero tenemos el atrio, y después el tabernáculo, el cual se dividía en dos secciones: el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, donde se hallaba la presencia de Dios. Así pues, había tres secciones: el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Según la tipología, tanto el atrio como el Lugar Santo existían para el Lugar Santísimo. El propósito de entrar al atrio era pasar a través el Lugar Santo para entrar al Lugar Santísimo. La finalidad del atrio como del Lugar Santo era permitirle al pueblo entrar al Lugar Santísimo. El atrio permitía a las personas entrar al Lugar Santísimo, y el Lugar Santo era el umbral del Lugar Santísimo. Si usted viniera al atrio y no entrara al Lugar Santísimo, eso no tendría propósito alguno. Si usted permaneciera alrededor del altar y del lavacro por mucho tiempo, usted no tendría meta ni destino. La meta no es el altar ni el lavacro que estaban en el atrio, sino el Lugar Santísimo. Siempre que usted esté junto al altar o al lavacro, debe tener como meta entrar al Lugar Santísimo. Incluso si está en el Lugar Santo debe decir: “Señor, no deseo quedarme en este lugar, sólo estoy aquí de paso; mi meta es entrar al Lugar Santísimo. Mi objetivo final es el Lugar Santísimo donde Tú estás”. El libro de Hebreos primero nos presenta lo que había en el atrio. Luego, a partir de 7:1, nos encamina al Lugar Santísimo. En esto consiste el giro del atrio al Lugar Santísimo, pasando por el Lugar Santo.
Este giro también es del altar localizado en el atrio, donde se resuelve el problema del pecado, al propiciatorio (el trono de la gracia) ubicado en el Lugar Santísimo, donde recibimos gracia (13:10, 12; 10:12; 4:16). Aquí vemos dos cosas: el altar y el propiciatorio. El propiciatorio es el trono de la gracia donde Dios se reúne con nosotros, donde Él nos habla y tiene comunión con nosotros, y donde somos uno con Él en Su economía. El trono de la gracia es el lugar donde Dios y nosotros, y nosotros y Dios, somos uno. El altar se encuentra en el atrio, mientras que el propiciatorio se halla en el Lugar Santísimo. El altar representa la cruz, la cual es querida y preciosa para nosotros. Queremos al altar y nos es precioso porque resuelve el problema de nuestros pecados. Aun así, éste se encuentra en el atrio. La cruz, sobre la cual quedó resuelto el problema del pecado, está aun en la tierra, en la planta baja. Mientras que muchos cristianos están ocupados continuamente con la cruz en el atrio, dudo que muchos de ellos toquen apropiadamente el propiciatorio cada hora; ni siquiera creo que lo toquen cada día. Todos necesitamos aprender a tocar el trono de la gracia, el propiciatorio, a cada momento. Debemos orar así: “Señor, necesito tocar Tu trono de gracia cada minuto”. El trono de la gracia es el lugar donde debemos estar. La cruz ciertamente es positiva, pero no es nuestra meta ni nuestro destino; no es allí donde debemos permanecer para siempre. El lugar donde debemos permanecer para siempre es el propiciatorio, el trono de la gracia. ¿Dónde nos encontramos en este momento? Estamos alrededor del propiciatorio, alrededor del trono de la gracia.
La Biblia jamás nos dice que Dios nos habla desde la cruz. ¿Dónde nos dice la Biblia que escuchamos la voz de Dios? En el trono de la gracia localizado en el Lugar Santísimo, donde está el oráculo divino. Si usted permanece junto a la cruz, le será difícil escuchar el hablar de Dios. Pero siempre que se acerque al trono de la gracia, al propiciatorio, inmediatamente escuchará la voz de Dios. Escuchará la voz de Dios porque estará donde se encuentra el oráculo, en el trono de la gracia. Es allí donde podemos escuchar el hablar de Dios, ver Su rostro y disfrutar de Su presencia. Es allí donde somos uno con Él en Su economía. Así que el libro de Hebreos nos hace volver del altar que está en el atrio, al lugar donde está el oráculo de Dios, en el Lugar Santísimo.
En el trono de la gracia ya no tenemos nada que ver con el pecado. Allí el pecado está bajo nuestros pies. El trono de la gracia está relacionado con la gracia. ¿Se encuentra usted todavía distraído con el pecado? ¿Lo enreda y perturba su temperamento? Olvídese de ello. Aunque usted se haya enojado esta mañana con su esposa, ahora, mientras lee este mensaje, puede estar en el trono de la gracia. Hace algunas horas usted era vencido por el pecado, pero ahora vence el pecado con la gracia. Ninguno de nosotros debe distraerse más con el pecado. El pecado ya fue eliminado. Ahora todos debemos permitir que la gracia nos ocupe, nos llene, nos sature y nos empape. ¡Aleluya por la gracia! ¿Se encuentra usted junto a la cruz o junto al trono de la gracia? Todos, tanto hermanos como hermanas, debemos estar alrededor del trono de la gracia.
¿Qué es la gracia? La gracia es Dios mismo quien fluye a nosotros, por medio de nosotros y desde nosotros para hacerlo todo por nosotros. ¿No ha disfrutado usted de la gracia como el propio Dios que fluye hacia usted, por medio de usted y desde usted para hacerlo todo por usted? Ésta es la gracia que disfrutamos cuando estamos alrededor del trono de la gracia. Todos debemos conocer la gracia de esta manera. El ministerio del libro de Hebreos simplemente nos encamina al trono de la gracia. Mediante la rica vida de iglesia, el Señor nos ha traído al trono de la gracia. Yo no deseo permanecer mucho tiempo ante la cruz. Con esto no estoy sugiriendo que debamos olvidarnos de la cruz; más bien, lo que quiero decir es que no debemos detenernos en la cruz, sino permanecer en el trono de la gracia. Yo prefiero permanecer junto al trono de la gracia por la eternidad.
El giro que hace el libro de Hebreos es también un giro del Cristo que estuvo en la tierra, al Cristo que está en el cielo (7:26). El Cristo que hoy experimentamos y disfrutamos día tras día es el Cristo que está en el cielo. Mientras muchos cristianos están deseosos de ir al cielo, nosotros estamos disfrutando ahora mismo al Cristo que está en el cielo. Hebreos nos hace volver del Cristo que está en la tierra, al Cristo que está en el cielo.
Además éste es también un giro de los sufrimientos que Jesús padeció mientras anduvo por la senda de la cruz, al Cristo glorificado que está sentado en el trono de Dios (12:2; 13:12; 8:1). Muchos libros han sido escritos acerca de los sufrimientos de Jesús y del camino de la cruz. Así que, todos aquellos que aún están en este camino necesitan que el libro de Hebreos los haga volverse al Cristo glorificado, quien está sentado en el trono de Dios. Cristo está ahora sentado en el trono.
Son muy pocos los cristianos que conocen los dos aspectos del sacerdocio de Cristo. Si bien muchos saben que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, son muy pocos los que han visto que el sacerdocio de Cristo tiene dos aspectos. El primer aspecto es el sacerdocio que Él llevó a cabo en la tierra, el cual es tipificado por Aarón. Esto se revela claramente en 5:1-5.
El segundo aspecto del sacerdocio de Cristo es según el orden de Melquisedec en el cielo (6:20; 7:1). En 6:20 leemos que, como el Precursor, el Señor se encuentra ahora en el otro lado del velo, en el Lugar Santísimo en el cielo. Como hemos visto, el objetivo principal del primer aspecto del sacerdocio de Cristo es lograr el perdón de los pecados, mientras que el propósito del segundo aspecto es principalmente para que obtengamos la victoria sobre el pecado. El primer aspecto nos libera de Egipto, mientras que el segundo nos conduce a la tierra de Canaán. En la cruz Cristo fue el Sumo Sacerdote tipificado por Aarón. Ahora debemos esforzarnos por participar plenamente de Su sacerdocio según el orden de Melquisedec. Si hacemos esto, obtendremos una victoria total sobre el pecado, y el pecado estará absolutamente bajo nuestros pies. Entonces nos encontraremos en el segundo piso, en el Lugar Santísimo, completamente ajenos al pecado y disfrutando continuamente de la gracia. Esto está absolutamente relacionado con el segundo aspecto del ministerio de Cristo.
Basándonos en estos dos aspectos del sacerdocio de Cristo, vemos que Su ministerio se compone de dos secciones: la sección de Su ministerio en la tierra y la sección de Su ministerio en el cielo. Es muy interesante hacer notar que ambas secciones abarcan once elementos. Ahora, examinaremos de una manera breve las dos secciones del ministerio de Cristo.
Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios por nuestros pecados (7:27; 9:14, 26; 10:10, 12). Lo primero que nuestro Señor hizo en Su ministerio sacerdotal fue ofrecerse a Sí mismo a Dios por nuestros pecados. Él fue la verdadera y la única ofrenda por el pecado. Desde la fundación del mundo Cristo fue la ofrenda única por el pecado (Ap. 13:8). Como tal, Él se ofreció a Sí mismo a Dios por nuestros pecados. Si usted lee detenidamente el libro de Hebreos, descubrirá que este libro presenta a Cristo sólo como la ofrenda por el pecado, y no como ninguna otra clase de ofrenda. En el libro de Hebreos la única ofrenda que se menciona es la ofrenda por el pecado. Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios por nuestros pecados una vez y para siempre, y no necesita volverlo hacer. Esto fue consumado una vez y para siempre por la eternidad.
Todos debemos declarar y anunciar las buenas nuevas de que el problema del pecado fue resuelto. No escuchen mentiras. Incluso su propia experiencia puede mentirles. El pecado ha sido erradicado. Por tanto, todos debemos declarar: “¡El pecado ya fue quitado!”. Al ofrecerse a Sí mismo, Cristo quitó el pecado. Es por eso que Juan 1:29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. Sin embargo, muchos cristianos no han visto o han creído que el pecado ha sido quitado. ¿Cree usted que el pecado fue quitado? No piense que el pecado todavía sigue presente. Aun si experimenta algún fracaso o derrota debe decirle a Satanás: “Satanás, no te creo. Yo sólo creo en la santa Palabra, la cual me dice que el pecado fue quitado”. Todos debemos creer este hecho. Debemos olvidarnos de nuestras experiencias y de lo que somos, y aferrarnos a la palabra del Señor para declararle al enemigo y al universo entero: “¡Aleluya! El pecado fue quitado y no tiene nada que ver conmigo porque Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios para quitar definitivamente el pecado”.
En Su ministerio en la tierra Cristo también hizo propiciación por nuestros pecados (2:17). El pecado, el cual fue quitado, trajo consigo muchas consecuencias, las cuales vinieron a ser problemas entre nosotros y Dios. Por lo tanto, cuando Cristo quitó el pecado, también hizo propiciación por nosotros delante de Dios. En cierto sentido, Él pacificó a Dios en favor nuestro. Aunque existían muchos problemas entre nosotros y Dios, la ofrenda de Cristo por el pecado trajo la paz entre nosotros y Dios. Ahora ya no hay más problemas entre nosotros y Dios. No preste atención a sus sentimientos. Tal vez usted sienta que todavía existen problemas entre usted y Dios, pero eso es una mentira. No lo escuche. Dígale al enemigo: “El pecado fue quitado y Dios ha sido aplacado”. Ésas son las buenas nuevas. ¡Aleluya, el pecado se ha ido y Dios ahora está aquí!
Cristo también efectuó la purificación de nuestros pecados (1:3). Cristo se ofreció a Sí mismo por nuestros pecados, hizo propiciación por ellos y también efectuó la purificación de nuestros pecados. Si Cristo no hubiera efectuado la purificación de nuestros pecados, sino que solamente se hubiera ofrecido a Sí mismo por los pecados y hubiera hecho propiciación por ellos, Su obra no habría sido acabada de forma completa. Pero Su obra realizó la mejor limpieza, debido a que Él efectuó la purificación de los pecados. A los ojos de Dios no sólo hemos sido perdonados, sino también purificados. Ahora tenemos una conciencia purificada.
Cristo también nos santificó con Su sangre por medio de la ofrenda de Su cuerpo (10:10, 14, 29; 13:12). Él no sólo purificó nuestros pecados, sino que también nos santificó, nos apartó para Dios. Ya no importa lo que usted siente con respecto a usted mismo. Según la evaluación de Cristo, usted ha sido apartado y santificado. Usted ya no pertenece a la ciudad donde vive, sino que pertenece a Dios. Todos nosotros hemos sido santificados, apartados para Dios, por medio de la sangre de Cristo y mediante la ofrenda de Su cuerpo. Cuando Cristo murió en la cruz, Él se ofreció a Sí mismo por nosotros y nos apartó para Dios. Al escuchar esto, tal vez usted diga: “Esto no concuerda mi experiencia”. Tenga paciencia, espere algunos años, hasta la próxima era, o a más tardar hasta la eternidad, y comprobará que usted fue santificado para Dios. En la Nueva Jerusalén todos nosotros habremos sido apartados para Dios. No creo que esto se cumplirá en mí solamente, sino en todos los hijos de Dios. No crea en su condición actual, ya que es una completa mentira. En ocasiones los hermanos me han dicho que la iglesia en cierto lugar no es muy buena. No me agrada escuchar esto. Siempre que escucho este tipo de informes, digo para mí mismo: “Ustedes están equivocados, todas las iglesias son maravillosas”. Si no creemos esto hoy, lo creeremos algún día. Un día veremos que cada iglesia es maravillosa y que ha sido apartada y santificada para Dios. Pero no espere hasta la eternidad para creer esto. Debe creerlo hoy. Si espera hasta la eternidad, perderá mucho disfrute, pero si lo cree desde hoy, podrá disfrutarlo. ¡Qué buenas nuevas es escuchar que hemos sido apartados para Dios por medio de la la ofrenda de Cristo con Su sangre!
Cristo nos hizo perfectos por medio de Su ofrenda (10:14). La palabra griega traducida “perfeccionar” también significa completar. Cristo nos perfeccionó y nos completó. No importa cuán débil, joven o nuevo sea usted, ya fue hecho perfecto y completo por Cristo mediante Su ofrenda. Esto es el evangelio, las buenas nuevas.
En Su ministerio terrenal, Cristo consumó un nuevo pacto para nosotros por medio de Su sangre (8:6; 9:14-15). Después de que Cristo se ofreció a Sí mismo como la ofrenda por el pecado, y efectuó la propiciación y purificación de nuestros pecados, Él consumó el nuevo pacto para nosotros. En este pacto están incluidos todos los elementos anteriores. Cristo selló este pacto con Su sangre. De manera que éste es un pacto sellado con sangre. En otras palabras, Él firmó este pacto con sangre, y no con tinta. De manera que nadie puede modificarlo.
Después haber consumado el nuevo pacto, Cristo ascendió a los cielos, y nos dejó Su pacto (9:16-17). Una vez que Él subió al cielo, el pacto vino a ser un testamento. Cristo consumó un pacto y lo legó a nosotros como un testamento, el cual comunica la voluntad de nuestro Amado quien murió por nosotros.
En la cruz Cristo gustó la muerte por todas las cosas (2:9). No sólo nos debe preocupar el pecado, ya que, debido a la caída de Adán, todas las cosas de la vieja creación vinieron a estar desordenadas. Todo está mal. Ésta es la razón por la cual Cristo gustó la muerte, no sólo por nosotros, sino también por todas las cosas. Colosenses 1:20 dice que Cristo mediante Su muerte reconcilió todas las cosas con Dios. Debido a la muerte de Cristo, todas las cosas deben entrar a su orden apropiado. Tenemos que creer esto.
Cristo también destruyó al diablo (2:14). El diablo, el principal causante de los problemas del universo, fue destruido por la muerte de Cristo. Hay momentos en los que usted tiene que recordarle esto a Satanás, y decirle: “Satanás, ¿por qué vienes a molestarme? Tú fuiste destruido en la cruz. ¿Quién te dio permiso de venir? ¡Te ordeno que te vayas!”. Tenemos que creer que el diablo, el principal causante de todos los problemas, ya fue destruido.
Cristo nos libró de la esclavitud del temor a la muerte (2:15). No debemos temer más a la muerte, ya que el aguijón de la muerte fue abolido. Cristo logró esto en la cruz antes de ascender al trono. Así pues, Satanás ha sido destruido, la muerte ha sido abolida (2 Ti. 1:10) y nosotros hemos sido liberados.
Finalmente, después de haber puesto fin a todo, Cristo inauguró el camino de la cruz. Ahora tenemos una carretera amplia, una autopista que nos conduce directamente al trono. Una autopista recta y plana fue pavimentada desde la cruz en la tierra hasta el trono en los cielos. En esta carretera no hay hendiduras ni curvas. El camino de la cruz hacia el trono es una autopista, y no un camino escarpado. Si usted dice que este camino es áspero, eso quiere decir que no tiene el mapa del libro de Hebreos y que tiene un mapa equivocado. Significa que su mapa es demasiado viejo y debe desecharlo. De acuerdo con el mapa nuevo, el camino de la cruz hacia el trono es una autopista que ha sido pavimentada por el sufriente Jesús y el Cristo glorificado. Hoy no vemos a Cristo sufriendo en una cruz; más bien, lo vemos glorificado en el trono. Mientras Esteban era apedreado, él estaba, en cierto sentido, caminando por la senda áspera de la cruz. Pero en otro sentido, él estaba en una autopista. Él vio a Jesús de pie a la diestra de Dios en gloria, y su rostro resplandecía como el rostro de un ángel (Hch. 7:55-56; 6:15). Esteban iba por la autopista que conduce al trono.
Ahora llegamos a la sección del ministerio de Cristo en el cielo. En la tierra Cristo inauguró la senda de la cruz, y en el cielo Él ha abrió un camino nuevo y vivo hacia el Lugar Santísimo (10:19-20). Así pues, Él inauguró la autopista y abrió un camino nuevo hacia el Lugar Santísimo.
Cristo purificó los cielos y las cosas que están en los cielos con Su sangre. Aunque no hayamos visto esto, ciertamente es mencionada en la Palabra santa. No sólo nosotros necesitábamos ser purificados con la sangre de Cristo, sino también los cielos y las cosas que están en los cielos, al igual que el tabernáculo y todas las cosas que le pertenecían eran rociadas y purificadas con la sangre del sacrificio.
Al ascender a los cielos, Cristo confirmó el nuevo pacto y obtuvo eterna redención (9:12). Su ascensión a los cielos confirmó el nuevo pacto que Él consumó en la tierra. Ahí, en los cielos, Él obtuvo una redención eterna para nosotros.
Cristo obtuvo un ministerio más excelente (8:6). Su ministerio en el trono hoy en día es más excelente que el efectuado por los sacerdotes del Antiguo Testamento en el tabernáculo. Éste es el ministerio que Él lleva a cabo en el Lugar Santísimo.
Como el Fiador y Mediador del nuevo pacto, Cristo garantiza el cumplimiento de dicho pacto (7:22; 8:6; 9:15). En griego la palabra fiador significa tanto garantía como garante o patrocinador. Cristo es el fiador del nuevo pacto, quien garantiza que todas las cosas contenidas en dicho pacto serán cumplidas.
Como el Ejecutor del Nuevo Testamento, Cristo ejecuta dicho testamento (9:16-17). Cristo es el Fiador del pacto y el Ejecutor del testamento. Para legar a alguien un testamento se requiere de un ejecutor, quien se encarga de hacer cumplir la voluntad del testador. En Su ascensión, Cristo es el Ejecutor del testamento que Él mismo nos legó.
Cristo es el Sumo Sacerdote que intercede por nosotros y nos salva por completo (7:25-26). Nada de esto tiene que ver con el orden de Aarón en la tierra, sino con el orden de Melquisedec en el cielo.
Cristo, como Ministro celestial, nos ministra el cielo, la vida y el poder (8:2) a fin de que podamos llevar una vida celestial en la tierra. Esto no tiene como fin solamente salvarnos de las cosas negativas, sino más bien sustentarnos con el suministro celestial de la vida divina.
Cristo es también el Santificador que nos santifica con Su vida y naturaleza santas (2:11). Él nos santificó con Su sangre al ofrecerse a Sí mismo en la cruz. Ésta fue la santificación objetiva en cuanto a posición que Él realizó en la tierra por nosotros. Ahora, Él nos santifica con Su vida y naturaleza santas. Ésta es la santificación subjetiva que ocurre en nuestro carácter, la cual Él efectúa por nosotros en los cielos.
Cristo es el Perfeccionador de la fe (12:2). Como el Perfeccionador, Él nos perfecciona en la fe para nuestro diario vivir. Como el Autor y el Originador de nuestra fe, Él originó la fe en la tierra. Ahora, Él está perfeccionando la fe por nosotros en el cielo, a fin de que podamos vivir y andar por Su fe.
Cristo es también el Capitán de nuestra salvación que nos conduce a la gloria (2:10). Todo lo que Él está haciendo en el cielo hoy tiene como fin introducirnos en Su gloria para que seamos la plena expresión de Dios. Ésta es la meta final del plan eterno de Dios.
Cada uno de estos once elementos componen el excelente ministerio que Cristo lleva a cabo hoy en el cielo.