Mensaje 34
En este mensaje abordaremos el tema de la vida indestructible, que es la esencia, el elemento y el constituyente del sacerdocio divino de Cristo. No nos es difícil asimilar el concepto de que el sacerdocio de Cristo es un sacerdocio real, ya que la lógica que lo respalda no es muy profunda. En cambio, sí es muy profundo, afirmar que el sacerdocio divino de Cristo está constituido de la vida, ya que esta vida es su elemento, esencia, componente y constituyente. La lógica que respalda este concepto es muy profunda. Como mencioné en el mensaje anterior, en el sacerdocio divino de Cristo la muerte no tiene cabida. Antes de comenzar a hablar sobre la vida indestructible, necesitamos abundar un poco más acerca del sacerdocio divino de Cristo, en el cual no puede penetrar la muerte.
De acuerdo con las Escrituras, el sacerdocio comprende tres aspectos representados por tres clases de sacerdocios: el sacerdocio aarónico, el sacerdocio real y el sacerdocio divino. El aspecto representado por el sacerdocio aarónico tiene como fin ofrecer sacrificios a Dios por nuestros pecados. Por esta razón, el sacerdocio aarónico se relaciona principalmente con la ofrenda por el pecado. El segundo aspecto, el aspecto relacionado con el sacerdocio real o de realeza, tiene la finalidad de ministrarnos al Dios procesado como nuestro suministro de vida. El tercer aspecto, el cual está relacionado con el sacerdocio divino, tiene como fin salvarnos por completo. Basándonos en esto, usaremos tres palabras para describir estos tres aspectos del sacerdocio: “ofrecer” en relación con el sacerdocio aarónico, “ministrar” en relación con el sacerdocio real y “salvar” en relación con el sacerdocio divino. La acción de ofrecer resuelve el problema del pecado, el acto de ministrar nos imparte al Dios procesado como nuestra suministración diaria y la acción de salvar nos rescata por completo. La salvación que nos brinda el sacerdocio divino nos rescata especialmente de la muerte y de un entorno donde hay muerte.
El sacerdocio aarónico resuelve el problema del pecado, mientras que el sacerdocio real nos ministra al Dios procesado, no como el objeto de nuestra adoración, sino como nuestro deleite para nuestra provisión diaria. La mayoría de los cristianos cuando escuchan la palabra Dios piensan en el objeto de su adoración. No obstante, por ahora, debemos desechar este concepto. Cada vez que escuchemos la palabra Dios, debemos pensar en Aquel que pasó por un proceso para impartirse en nosotros como nuestra suministración diaria. No existe otra mejor forma de adorar a Dios que disfrutarlo a Él como nuestra provisión diaria. Si usted se arrodilla delante de Él, tal vez Él le diga: “Hijo mío, no hagas esto. Yo prefiero ser el pan y vino que tu puedas comer y beber. Cuanto más Me comas y Me bebas, más me adorarás”. La mejor adoración que podemos rendirle a Dios es comerle y beberle. La adoración que verdaderamente satisface el deseo que Dios tiene en Su corazón es que le disfrutemos como nuestra provisión.
El deseo original de Dios según Su eterno plan era que el hombre le comiera y bebiera (Gn. 2:9-10). Según Su plan eterno, Dios deseaba impartirse en el hombre y ser todo para el hombre, a fin de que éste llegara a ser Su plena expresión. Este propósito sólo puede cumplirse mediante el sacerdocio real de Cristo, el cual nos ministra al Dios procesado como nuestra provisión diaria. Sin embargo, antes de que Su propósito se cumpliera, se introdujo el pecado, entonces, el problema del pecado tenía que ser resuelto. Pero, solo resolver el problema del pecado no sería lo que cumpliría el propósito eterno de Dios; más bien, fue algo que tuvo que añadirse después por causa del pecado. El pecado entró con la caída del hombre. A causa de la caída, el pecado se introdujo para frustrar y dañar el propósito de Dios que consistía en ministrarse a Sí mismo en el hombre como su suministro diario. Debido a que Satanás introdujo el pecado para estorbar el propósito de Dios, el problema del pecado tenía que ser resuelto. Esto hizo que el sacerdocio aarónico fuera necesario, pues fue establecido para resolver el problema del pecado. Por lo que, el sacerdocio aarónico no formaba parte del propósito original de Dios, sino que tuvo que ser añadido posteriormente. Muchos cristianos se han olvidado de las cosas iniciales y se concentran en lo que fue añadido después, pues descuidan el sacerdocio real y prestan sólo atención al sacerdocio aarónico. El sacerdocio aarónico resuelve el problema del pecado, mientras que el sacerdocio real lleva a cabo el propósito eterno de Dios. El sacerdocio aarónico quitó el pecado, y el sacerdocio real trajo a Dios como nuestra gracia.
¿Entonces, para qué es necesario el tercer aspecto del sacerdocio, el sacerdocio divino? Si bien es cierto que el pecado ya fue quitado, este trajo una consecuencia trágica: la muerte. Romanos 5 nos dice que el resultado del pecado es muerte. No debemos pensar de la muerte según nuestra perspectiva humana, la cual es muy estrecha. La Biblia nos muestra que la muerte, en su sentido más amplio, incluye la vanidad, la corrupción, el suspirar, la deterioración y el gemir de la vieja creación. Todas las cosas se encuentran en proceso de descomposición. Uno puede tener un cuerpo fuerte, pero poco después éste comienza a deteriorarse. La vanidad, la corrupción, la esclavitud, todo se deteriora y gime, lo cual se presenta detalladamente en Romanos 8. En Romanos 5, encontramos el pecado y la muerte, mientras que en Romanos 8 se mencionan la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la deterioración y el gemir de la vieja creación. El universo entero ha sido contaminado por la muerte, la cual es consecuencia del pecado que entró por medio de Adán, la cabeza de la antigua creación. ¿Cuáles son los efectos producidos por la muerte, la cual a su vez se deriva del pecado? Son la corrupción, la vanidad, la descomposición y el gemir de la vieja creación. Romanos 8:22 dice que toda la creación gime a una. ¿Por qué en la actualidad las personas dependen tanto de los deportes y del entretenimiento? Porque ellas, al igual que el resto de la creación, están enfermas y se encuentran gimiendo de dolor. Todas las personas gimen en su interior. Ellas, procurando escapar de este gemir, salen a bailar o participan de otros entretenimientos mundanos. Todos estos entretenimientos no son más que drogas, que como el opio, les alivia temporalmente el dolor de su enfermedad. En realidad, el opio no los sana, sino que simplemente los dopa. El baile, al igual que todos los deportes y entretenimientos, no son más que estupefacientes. Cuando las personas regresan después de un baile o de eventos deportivos, descubren que en su interior todavía siguen gimiendo, y que lo único que les sucedió es que habían estado drogadas. La educación es otro estupefaciente. Aunque usted obtenga el grado más alto de educación, una vez que se gradúe, dirá: “¿De qué sirve esto?”, y arrojará su diploma a la basura. El gemir es uno de los efectos producidos por la muerte.
Es debido a estos efectos generados por la muerte que necesitamos el sacerdocio divino, el cual está lleno de vida y exento de muerte. Cuando uno visita los hogares de algunos queridos santos de la iglesia, no percibe nada más que vanidad, corrupción, deterioración y el gemir de la vieja creación. Si ésta es la condición de su hogar, eso significa que le hace falta el sacerdocio divino. Cuando el sacerdocio divino de Cristo abunda en su hogar, allí no habrá ninguna muerte sino solamente vida. Allí no habrá vanidad, corrupción, deterioración ni el gemir de la vieja creación. Contrario a lo que piensan muchos cristianos, Hebreos 7:25 no nos dice que Cristo nos salva de asuntos como los juegos de azar, sino principalmente de la corrupción, la vanidad, la deterioración y el gemir de la vieja creación. ¡Oh, cuánto necesitamos ser salvos por completo! Cuando usted venga a mi casa, debe encontrar allí alabanzas, realidad, edificación y crecimiento, en vez de gemidos, vanidad, corrupción o deterioración. Ser salvos por completo significa ser salvos de estos derivados de la muerte. Ésta no es la salvación que nos provee el Salvador, sino la salvación que nos otorga el sacerdocio divino.
La palabra griega traducida “por completo” en 7:25, proviene de la misma palabra griega que se traduce “perfección”. Por lo tanto, ser salvos por completo significa ser salvos hasta ser perfectos. ¿Cuál es el grado de perfección al que nos está salvando Cristo? El mismo grado de perfección que Él alcanzó. Por ende, ser salvos por completo significa alcanzar el mismo grado de perfección que Cristo. El divino Hijo de Dios se encarnó, vivió en la tierra, pasó por la muerte, resucitó y fue plenamente perfeccionado para siempre. Eso significa que en el estado de perfección en que Él se encuentra no existe la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la deterioración ni el gemir de la vieja creación. En Cristo, el Hijo de Dios perfeccionado, quien fue resucitado y exaltado, ya no existe más el gemir de la vieja creación. ¿Cree usted que dentro de Él todavía se halla la vanidad, la esclavitud, la corrupción o la deterioración? No, pues Él está completamente exento de estas cosas. La vanidad, la decadencia, la esclavitud, la corrupción y el gemir, son todos productos de la muerte. Cristo, quien ha sido perfeccionado, es capaz de salvarnos de todos estos efectos de la muerte y conducirnos a Su perfección. En este maravilloso estado de perfección no existe la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la deterioración ni el gemir de la vieja creación. En esto consiste ser salvos por completo, ser salvos hasta la perfección. Esta es la salvación que nos brinda el sacerdocio divino de Cristo.
Cuando Cristo estuvo en la tierra, Él resolvió el problema del pecado y de la muerte. Como vimos en el mensaje treinta y uno, la obra de Cristo tipificada por el sacerdocio aarónico se encontraba en la “planta baja”, mientras que el ministerio de Su sacerdocio real, está en “el segundo piso”, es decir en un plano más elevado. Ahora nos encontramos en el segundo piso disfrutando de Su sacerdocio real. El sacerdocio real no tiene como fin solucionar el problema del pecado. El pecado ya fue quitado, y no se necesita más la ofrenda por el pecado. Esto es lo que quiere decir Hebreos 10:26 cuando dice que “ya no queda sacrificio [...] por los pecados”. Aquí, en el segundo piso, estamos disfrutando del sacerdocio real de Cristo, en el cual Él nos ministra a Dios como nuestro deleite para nuestra diaria provisión.
Mientras disfrutamos a Dios quien se suministra a nosotros como Aquel que pasó por un proceso, participamos del sacerdocio divino que reduce, elimina y absorbe todos los efectos producidos por la muerte, como son la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la deterioración y el gemir de la vieja creación. Día a día dentro de nosotros se está reduciendo y está siendo absorbida la vanidad y el gemir, y cuanto más participamos del sacerdocio divino de Cristo, menos gemimos. Cuanto más disfrutamos de Su sacerdocio divino, menos suspiramos; en lugar de lamentarnos, damos gritos de júbilo. Lo que más se destaca en algunas reuniones cristianas son los suspiros pues, lo único que uno oye en tales reuniones son suspiros. Pero, cuando entramos a la vida de iglesia y empezamos a decir “Amén”, algunos nos dijeron: “No alcen tanto la voz para decir amén ni griten aleluyas; más bien mantengan un buen orden”. Aquellos que suspiran en sus reuniones todo el tiempo no están ni siquiera en la planta baja, sino en el sótano. Nosotros gritamos en nuestras reuniones porque hemos ascendido al segundo piso. Cuanto más disfrutemos del sacerdocio divino de Cristo, menos suspiraremos y más gritos de júbilo daremos.
Para muchos cristianos solamente existe el sacerdocio aarónico. Cuando predican el evangelio solo se quedan en el nivel del sacerdocio aarónico. ¡Alabado sea el Señor porque ya hemos ascendido al nivel del sacerdocio real y divino de Cristo! El sacerdocio divino está constituido de la vida indestructible. Es por eso que es capaz de salvarnos completamente de todos los efectos producidos por la muerte y llevarnos a la perfección de Cristo.
De acuerdo con Romanos 8, el último paso de la obra que Dios realiza en nosotros es la glorificación. ¿Qué significa ser glorificado? Significa ser completamente saturado del sacerdocio divino. Cuando seamos plenamente saturados del sacerdocio divino, habremos sido glorificados. Ser glorificado también significa ser librado de la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la decadencia y el gemir de la vieja creación. Esto es exactamente lo que significa la glorificación mencionada en Romanos 8: la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo. La redención de nuestro cuerpo es la transfiguración que rescata nuestro cuerpo de la vanidad, la corrupción y la deterioración de la vieja creación, y lo lleva a un estado en el que es completamente saturado del sacerdocio divino. Así será nuestra glorificación. El sacerdocio aarónico se encuentra en Romanos 3 y 4, el sacerdocio real se halla en Romanos 6 y en la primera mitad de Romanos 8, y el sacerdocio divino lo hallamos desde la segunda mitad hasta el final del capítulo ocho. Hebreos 7 no corresponde a los capítulos tres y cuatro de Romanos, sino a Romanos 6 y a la primera parte de Romanos 8, y finalmente concuerda perfectamente con la segunda mitad de Romanos 8, que trata de la glorificación y de nuestra liberación —de la vanidad, corrupción, esclavitud y deterioración—, que nos conduce a la libertad de la gloria.
Ahora estamos en camino a esta perfección, es decir, nos hallamos en un proceso de perfeccionamiento. Cristo, nuestro Precursor, ya entró en el estado de perfeccionamiento pleno, y nosotros también seremos llevados allí. Seremos salvos por completo. Ser salvos por completo equivale a ser introducidos a la perfección completa de Cristo, donde la vanidad, la corrupción, la esclavitud, la decadencia, el gemir y el suspirar de la vieja creación no tienen cabida. Es así como nos salva el ministerio del sacerdocio divino. Cuando lleguemos a Hebreos 8, veremos que allí se nos presenta a éste ministerio como el más excelente. El ministerio más excelente es el ministerio del sacerdocio real y del sacerdocio divino.
La meta del sacerdocio real es la edificación de Dios. Según Zacarías 6:12-13, Cristo, nuestro real Sacerdote, combina el reinado con el sacerdocio con el propósito de edificar el templo del Señor. Por lo tanto, la meta del sacerdocio real es la edificación de la iglesia, ya que este sacerdocio es el que conserva un buen orden donde puede haber justicia y paz. Este orden de justicia y paz da la oportunidad para que la obra de edificación que Dios realiza siga adelante. Mientras se lleva a cabo el ministerio del sacerdocio real, el sacerdocio divino, el cual está constituido con el elemento de la vida indestructible, se introduce para reducir todos los efectos secundarios producidos por la muerte. Ahora debemos ver en qué consiste esta vida indestructible, el elemento del sacerdocio divino.
En primer lugar, la vida indestructible es la vida de Dios. La expresión “la vida de Dios” se menciona sólo una vez en toda la Biblia, en Efesios 4:18, que dice: “Teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón”. Mientras que los incrédulos están alejados, desvinculados, de la vida de Dios, nosotros estamos unidos a ella, debido a que Dios se ha comprometido al poner Su vida en nuestro ser. La palabra en inglés es articulación, que significa como se entrega un miembro a otro miembro de nuestro cuerpo en virtud de una articulación. La mano, por ejemplo, está entregada al brazo por medio de una articulación. Esto no es solamente un asunto de posición sino que tiene que ver absolutamente con la vida. Ya que la vida de Dios se ha unido a nuestro ser de esta manera, ya no estamos más alejados de la vida de Dios. En 1 Corintios 6:17 dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. No debemos considerar insignificante el hecho de que Dios nos haya dado Su vida. Yo creo que en los próximos años el Señor nos mostrará más este asunto en la vida de iglesia. Debemos olvidarnos de todas las enseñanzas humanas que nos dicen que necesitamos tener una buena ética y un buen comportamiento, y centrar nuestra atención en lo que realmente necesitamos: la vida de Dios.
Esta vida es la vida divina. Dígame, ¿es usted un ser humano o un ser divino? La manera correcta de contestar esta pregunta es decir: “Por supuesto, soy un ser humano, pero soy un ser humano que posee la vida divina”. Debemos declararles a todos los ángeles: “Angeles, ¿acaso no saben que yo poseo la vida divina? Ustedes no tienen la vida divina, pero yo sí. Yo tengo la vida de su Creador”. ¡Aleluya! ¡Tenemos la vida divina!
No hay nada que se compare con la vida. La vida es lo mejor de todo el universo. Si desapareciera la vida de la tierra, este planeta quedaría desolado. La tierra es un lugar encantador, hermoso y placentero debido a una sola cosa: la vida. Si no hubiera vida en la tierra, este planeta no tendría propósito alguno. Hoy en día, no solamente tenemos la vida vegetal, la vida animal, la vida angélica y la vida humana, sino la vida más elevada que existe: ¡Tenemos la vida divina! Si viéramos esto, nos quedaríamos locos de gozo y alabanzas.
La vida indestructible es también la vida eterna (Jn. 3:16). ¿Qué significa la palabra eterna? Algunas versiones de la Biblia, en lugar de decir “vida eterna”, dicen “vida imperecedera”, lo cual no es acertado. La vida eterna no es simplemente una vida imperecedera, aunque ciertamente incluye esta noción. La vida eterna es la vida más excelente, es una vida sin principio ni fin y que trasciende toda limitación de tiempo y espacio. La vida eterna es una vida tan elevada que no se puede describir adecuadamente; es una vida que está muy por encima de nuestro entendimiento. El sacerdocio divino de Cristo está constituido con esta vida.
Esta vida indestructible es la única vida que no ha sido creada (Jn. 1:4). Todas las especies de vida que existen, desde la vida angélica hasta la vida vegetal, han sido creadas. La única vida que no ha sido creada es la vida indestructible. Esta vida, la vida que no ha sido creada, está siempre creando algo. Está creando algo positivo en nuestra vida de iglesia, en nuestra vida familiar y en nuestra vida cristiana. Día tras día podemos disfrutar de esta vida que, aunque no ha sido creada, tiene la capacidad de crear. Ésta es la vida que poseemos hoy.
La vida indestructible es nada menos que Cristo mismo (Jn. 14:6a; 1 Jn. 5:12; Col. 3:4a). Todo aquello que sea inferior a Cristo, quien es Dios mismo, no es la vida indestructible. La vida indestructible no sólo es una vida que tiene sus propias habilidades y capacidades, sino que es una persona maravillosa. Debemos experimentar esta vida día tras día.
La vida indestructible fue puesta a prueba en el vivir humano de Cristo (Jn. 18:38; 19:4, 6). Esta vida fue probada durante los treinta y tres años y medio que Cristo vivió en la tierra. Al final de la existencia terrenal del Señor, Pilato, un gobernador del Imperio Romano, le hizo las últimas tres pruebas, después de cada una de las cuales declaró: “Ningún delito hallo en este hombre”. ¿Puede usted encontrar alguna otra persona respecto de la cual su conciencia le permita afirmar que no tiene defecto alguno? Aunque mi querida esposa me ama mucho, ella tiene que reconocer que ha encontrado muchos defectos en mí. Yo creo que todas las esposas saben cuáles son los defectos de sus esposos. Aunque ninguno de nosotros pasaría la prueba, el Señor Jesús salió aprobado en cada prueba. La vida que tenemos hoy es la vida que pasó por todo tipo de pruebas. Esta vida es una vida perfecta.
La vida indestructible es una vida que incluso pasó por la muerte (Ap. 1:18). La muerte es poderosa. Cuando la muerte llega, nadie puede resistirla. En todo el universo sólo hay algo más poderoso que la muerte: la vida divina. La vida que es real, es decir, la verdadera vida, no la que es una sombra, es más poderosa que la muerte. ¿Qué es más poderosa, las tinieblas o la luz? La luz es más poderosa porque cuando la luz brilla disipa las tinieblas. ¿Y qué es más poderosa, la vida o la muerte? Alabado sea el Señor porque la vida es más poderosa que la muerte. Es por eso que la vida pudo pasar por la muerte. Esta vida no tuvo ninguna dificultad cuando pasó por la muerte, sino que atravesó por ella como un turista en una excursión por los lugares de interés. Después de que el Señor Jesús murió en la cruz, Él hizo un recorrido por la región de la muerte. Después de visitar esta región y haber hecho un recorrido completo por ella, el Señor simplemente siguió su camino y salió de ella. La muerte no pudo hacer nada con Él. No deberíamos entender esto solamente desde un punto de vista doctrinal. Es preciso que veamos que la vida que pasó por la muerte es la misma vida que poseemos hoy; esta vida está ahora dentro de nosotros.
La vida indestructible es una vida que la muerte no puede retener (Hch. 2:24). Cuando Cristo estuvo en el Hades, haciendo un recorrido turístico por la región de la muerte, la muerte vigorizó todo su poder para retenerle, pero no pudo. Aunque la muerte trató de retenerle por todos los medios, no lo logró porque esta vida es más poderosa que la muerte.
Tanto la muerte como la vida están presente en todos nosotros. Por ejemplo, enojarnos o resentirnos con los hermanos o hermanas es muerte. No poder alabar, orar o participar en las reuniones también es una señal de muerte. La vida nunca dice: “No puedo”. En el “diccionario” de la vida no existen las palabras: “No puedo”. La vida siempre dice: “Sí puedo. Todo lo puedo: puedo profetizar, puedo orar, puedo gritar, puedo decir amén y puedo alabar”. Siempre que usted dice: “Sí puedo”, será una señal de vida; y siempre que diga: “No puedo”, será una señal de muerte. De ahora en adelante en la vida de iglesia debemos evitar decir: “No puedo”. Si a usted le piden dar un mensaje, debe contestar: “Aleluya, no hay problema, sí puedo hacerlo”. Cada vez que un hermano o hermana dice: “No puedo”, debemos recordarle que esa es una señal de muerte. La muerte dice: “No puedo”, mientras que la vida dice: “Sí puedo”. Para la vida no hay nada imposible, pues la vida todo lo puede. Es la vida la que capacita a los hermanos en las iglesias locales a amarse unos a otros de forma absoluta y perfecta. En Isaías 6:8 el Señor preguntó: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Entonces el profeta Isaías respondió: “Heme aquí, envíame a mí”. Cuando escuchemos al Señor preguntándonos “¿A quién enviaré?” no debemos responder “No, Señor, no a mí” sino que debemos decir “Señor, heme aquí, envíame a mí”. Si todas las iglesias locales entrasen en la vida, la vida de iglesia ascendería por encima de los cielos. Espero que pronto las iglesias sean así. ¡Que todas las iglesias puedan estar en la vida divina!
La vida indestructible es la vida de resurrección (Jn. 11:25). ¿Cuál es la diferencia entre la vida y la vida de resurrección? La diferencia es que vida no ha pasado por la prueba de la muerte, es decir, nunca ha pasado por la muerte. Pero la vida de resurrección es la vida que, después de pasar por la muerte y salir de ella, dejó demostrado que la muerte no puede hacerle ningún daño. La vida que hoy poseemos es la vida de resurrección, la vida que habiendo pasado por la muerte ha demostrado que la muerte no puede retenerla.
La vida indestructible es la vida de la cual es el Espíritu (Ro. 8:2). Romanos 8:2 habla del Espíritu de vida. Donde está la vida, está el Espíritu, porque el Espíritu es la esencia de la realidad, la autenticidad y el aspecto práctico de esta vida. Si usted tiene la vida, tiene al Espíritu, y si tiene al Espíritu, tiene la vida. Nunca, jamás, podemos separar la vida del Espíritu.
La vida indestructible es la vida salvadora de Cristo (Ro. 5:10). Cristo como tal vida salvadora es capaz de salvarnos por completo. Romanos 5:10 dice que fuimos reconciliados mediante la muerte de Cristo y que seremos salvos por Su vida salvadora.
Esta vida es también una vida reinante (Ro. 5:17). No solamente estamos siendo salvos en la vida divina, sino que también estamos reinando en ella. Tenemos una vida que nos entroniza, que nos establece en el trono en calidad de reyes. Ésta es la vida reinante.
La vida indestructible es la vida del árbol de la vida (Gn. 2:9; Ap. 2:7; 22:2, 14). El árbol de la vida era la vida en el principio, por lo que al comienzo de la Biblia encontramos el árbol de la vida. El árbol de la vida será también la vida por la eternidad. Así pues, en Génesis 2 vemos la vida al comienzo, y luego, en Apocalipsis 22, vemos la vida que perdurará por la eternidad. Por lo tanto, esta vida, la vida eterna sin principio ni fin, es la vida del árbol de la vida.
La vida indestructible es una vida incorruptible, es decir, sin corrupción alguna (2 Ti. 1:10). Dondequiera que está esta vida, no hay corrupción. La corrupción es uno de los elementos derivados de la muerte, pero el sacerdocio divino, el cual está constituido de una vida indestructible, disminuye toda corrupción.
La vida indestructible es indisoluble (He. 7:16), es decir, no puede ser disuelta. Ciertos compuestos químicos pueden disolverse si uno los deja en algún líquido particular, pero nada puede disolver esta vida indestructible. Por lo tanto, permanecerá igual por siempre. Ésta es la vida que está en nosotros y que podemos disfrutar hoy. A esta vida se le llama la vida indestructible porque nada puede destruirla ni disolverla. Si usted trata de quemarla o vierte agua sobre ella, nada le sucederá. Si trata de matarla, vivirá aún más. Si la pone en una tumba, ésta estallará, y si la pone en el Hades, el Hades será incapaz de retenerla. Ya que esta maravillosa vida está en nosotros, debemos dejar de gemir y de fijarnos en nuestras debilidades. La vida que hemos recibido es una vida indestructible, y nada en la tierra, en el cielo ni en el infierno puede derrotarla. Ésta es la vida de la cual está constituido el sacerdocio divino. El sacerdocio divino de Cristo está constituido de tal maravillosa vida. Por esta razón, el sacerdocio divino es capaz de salvarnos por completo de todos los efectos secundarios producidos por la muerte, y llevarnos al mismo grado de perfección de Cristo, a saber: la glorificación.