Mensaje 52
En el capítulo 12 encontramos la quinta y última advertencia del libro de Hebreos. Este libro fue escrito de una manera muy particular. Principalmente nos presenta cinco enseñanzas, y cada una de ellas contiene una advertencia. Tres de estas advertencias vienen después de la enseñanza (He. 3:7-19; 4:1-13; 10:19-39; 12:1-29), y dos de ellas están en medio de la enseñanza (He. 2:1-4; 5:11-14; 6:1-20). Todo el capítulo doce es en sí una advertencia que viene después de la enseñanza presentada en el capítulo once. En esta advertencia se nos exhorta a correr la carrera y a no caer de la gracia. Para correr la carrera se requiere la gracia, y la gracia es suficiente para correr la carrera.
Antes de abordar lo que significa caer de la gracia, quisiera añadir algo más concerniente a la carrera. En los capítulos 10 y 12 encontramos tres términos que son sinónimos. En 10:20 tenemos el “camino nuevo y vivo”, y en 12:1 se menciona la carrera. Como hemos visto, la carrera es el camino en el que estamos corriendo. Si sólo vamos caminando, el camino sigue siendo un camino, pero una vez que empezamos a correr, el camino se convierte para nosotros en una carrera. El tercero de estos términos es “sendas” (12:13). De manera que el camino vivo, la carrera y las sendas, todos se refieren a lo mismo. El camino por el que andamos es la carrera que corremos, y la carrera se refiere a las sendas. Ya sea que hablemos de la carrera, el camino o las sendas, el significado es el mismo.
Tal vez usted se pregunte por qué el camino y la carrera están en singular, mientras que las sendas están en plural. En realidad, esto es como una autopista que tiene varias secciones Las distintas secciones son las muchas sendas.
El camino mencionado en 10:20 es el camino que nos conduce al Lugar Santísimo, y la carrera mencionada en 12:1 tiene como finalidad llegar a la meta y obtener el premio. En 12:13 vemos que en esta autopista que nos lleva hacia el Lugar Santísimo y hacia la meta de Dios, están las sendas, y que dichas sendas deben ser derechas, sin ninguna curva. Algunos cristianos tienen tobillos débiles, y si el camino no es recto, caerán. Por lo tanto, debemos hacer sendas derechas para que sus tobillos no se disloquen ni se tuerzan, sino que sean sanados.
Permanecer en el Lugar Santísimo equivale a continuar en la carrera. Conforme a nuestra experiencia, cada vez que en nuestros pensamientos comenzamos a transigir en algo, sentimos muy dentro de nuestro espíritu que nos hemos alejado de la presencia de Dios y que no estamos más en el Lugar Santísimo. En esos momentos, el camino por el cual tenemos contacto con Dios deja de ser recto, y comienzan las curvas. Todas estas curvas nos alejan del Lugar Santísimo, del Arca del Testimonio, del maná escondido, de la vara que reverdeció y de las tablas del testimonio. Aunque al principio sólo estemos un poco alejados del Lugar Santísimo, con el tiempo descubriremos que nos hemos alejado demasiado.
Nuestra carrera finalmente debe continuar en el Lugar Santísimo. Si en nuestra carrera únicamente vamos corriendo por el atrio exterior, eso significa que somos muy superficiales. Tenemos que correr la carrera en el Lugar Santísimo. Tal vez piense que el Lugar Santísimo es un área demasiado pequeña para correr una carrera. Es cierto que el Lugar Santísimo en el tabernáculo era un cubo de apenas diez codos de longitud, anchura y altura (Éx. 26:8, 16); en el templo medía veinte codos su longitud, anchura y altura (1 R. 6:20), y finalmente, en la Nueva Jerusalén, medirá doce mil estadios su anchura, longitud y altura (Ap. 21:16). Las dimensiones cúbicas del Lugar Santísimo tanto en el tabernáculo, como en el templo y en la Nueva Jerusalén, representan la perfección del ser eterno de Dios. Desde cualquier perspectiva, Dios es perfecto y completo. Su perfección es eterna e ilimitada.
Cuanto más corremos, más se agranda el Lugar Santísimo; el principio es conforme a las dimensiones del tabernáculo, luego conforme a las medidas del templo y, finalmente, conforme a las medidas de la Nueva Jerusalén. Cuando comenzamos a correr la carrera en el tabernáculo, es sólo una carrera de diez codos. Al seguir corriendo, ésta se convierte en una carrera de veinte codos, conforme al templo, y finalmente, en la Nueva Jerusalén, llega a ser una carrera de doce mil estadios. Cuando corramos la carrera en la eternidad, descubriremos que se extiende eternamente. Esto es muy significativo.
Nunca terminamos de correr la carrera en el Lugar Santísimo. Yo he estado corriendo la carrera por muchos años, y cuanto más corro, más largo, ancho y alto se hace el Lugar Santísimo. Para los jóvenes, el Lugar Santísimo en el que corren tal vez sólo mida diez codos en sus tres dimensiones. Pero después de que corran la carrera por varios años más, llegará a ser mucho más grande. Finalmente, cuando entremos en la eternidad veremos que la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, mide lo mismo en cada uno de sus lados, y que ella misma es el Lugar Santísimo. Hoy seguimos corriendo en el Lugar Santísimo, y las sendas de esta carrera debemos hacerlas derechas. Para hacer sendas derechas requerimos de la gracia. Por lo tanto, debemos correr la carrera y no caer de la gracia, pues sin ella no podremos correr la carrera.
Ahora debemos hacernos una pregunta crucial: ¿Qué es la gracia? Cuando yo era joven tuve algunos grandes maestros que me enseñaron que la gracia significa que nosotros no tenemos que hacer nada y que Dios lo hace todo por nosotros. Según esta enseñanza, todo lo que hagamos son obras y no gracia, mientras que todo lo que el Señor hace por nosotros es gracia. Por ejemplo, no tenemos que hacer nada con respecto a nuestros pecados. Si lo hacemos, eso será una obra nuestra. El Señor Jesús murió en la cruz por nuestros pecados, lo cual es gracia. ¿Le satisface a usted esta definición de la gracia? Por algún tiempo yo me sentí satisfecho con esta definición, pero después comencé a dudar al considerar algunos versículos de la Biblia. Por ejemplo, Juan 1:17 dice que la gracia vino por medio de Jesucristo, y Juan 1:16 declara: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. En 1 Corintios 15:10 el apóstol Pablo dijo: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia para conmigo no ha sido en vano, antes he trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Cierto día, mientras comparaba este versículo con Gálatas 2:20, donde Pablo dice: “Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”, comprendí que la gracia es simplemente Dios en Cristo, quien se imparte en nuestro ser para que podamos disfrutarlo en nuestra experiencia. Esto no es meramente algo que el Señor hace por nosotros; es mucho más que eso: es el Dios Triuno mismo, quien se imparte en nuestro ser a quien lo experimentamos como nuestro disfrute. En breve, la gracia es el Dios Triuno que es experimentado por nosotros. Conforme a la revelación que nos presenta el Nuevo Testamento, la gracia es nada menos que Dios en Cristo, quien se imparte en nuestro ser para que lo disfrutemos. Primero, Él se imparte a nuestro espíritu, y luego, a medida que se extiende hacia nuestras partes internas, Él llega a ser nuestro disfrute. La gracia de Dios vino a nosotros por medio de Cristo (Jn. 1:14, 17). Así que, también es la gracia de Cristo (2 Co. 13:14; 12:9). En nuestra experiencia, esta gracia es Cristo mismo (Gá. 6:18; cfr. 2 Ti. 4:22).
Caer de la gracia de Dios significa apartarse de Cristo. Cuando caemos de la gracia, somos reducidos a nada, separados de Cristo (Gá. 5:4). Con respecto a este asunto, Pablo les advirtió a las iglesias de Galacia, las cuales corrían el mismo peligro que los creyentes hebreos, que no se separaran de Cristo volviendo a la ley de la religión judía, no fuera que cayeran de la gracia de Dios, la cual es Cristo mismo. No debemos caer de la gracia, sino tener la gracia (v. 28), ser afirmados por ella (13:9), y estar firmes en la misma (Ro. 5:2). Tanto Gálatas como Hebreos concluyen con la bendición de gracia (Gá. 6:18; He. 13:25).
De acuerdo con el griego, ser separados de Cristo significa cortar todo vínculo con Él, tal como una rama es cortada de un árbol. Todos hemos tenido esta experiencia. Las veces que nuestra comunión con el Cristo viviente ha sido cortada, hemos tenido la sensación de haber sido cortados de la gracia. En cambio, cuando mantenemos una comunión íntima con nuestro querido Señor, sentimos en lo más profundo que estamos en la gracia, que la gracia es nuestra fortaleza y deleite y sacia todas nuestras necesidades. Si necesitamos vida, la gracia es nuestra vida; y si necesitamos fortaleza y consolación, la gracia es nuestra fortaleza y consolación. Así, en nuestra experiencia, y no de una manera doctrinal, vemos claramente que la gracia es Cristo mismo.
Con respecto a los creyentes hebreos, caer de la gracia de Dios significaba abandonar el disfrute que ellos tenían de Cristo en el camino del nuevo pacto y regresar a su antigua religión. La distribución de los muebles del tabernáculo nos revela cómo podemos disfrutar a Cristo. En el altar, le disfrutamos como nuestros sacrificios, y en el lavacro le disfrutamos como el Espíritu vivificante que nos lava. En la mesa de los panes de la proposición le disfrutamos como nuestro suministro diario, en el candelero le disfrutamos como nuestra luz de vida, y en el altar del incienso le disfrutamos como la fragancia de la resurrección mediante la cual somos aceptados por Dios. Luego, en el Arca del Testimonio, la cual estaba dentro del Lugar Santísimo, disfrutamos a Cristo como el maná escondido, como la vara que reverdeció y como la ley de vida. De esta manera disfrutamos a Cristo según el camino del nuevo pacto. Si los creyentes hebreos hubiesen abandonado este camino, habrían caído de la gracia. No debemos entender 12:15 de una manera superficial. Si estudiamos las profundidades de Hebreos, comprenderemos que lo que el escritor quiso decirles a los creyentes, al advertirles que no cayeran de la gracia de Dios, era que no abandonaran el camino del nuevo pacto, que consiste en disfrutar a Cristo. Era como si les estuviese diciendo: “Creyentes hebreos, no debéis regresar al judaísmo. Si lo hacéis, os apartaréis del camino de disfrutar a Cristo como vuestra gracia, y caeréis de la gracia de Dios”.
El versículo 28 dice: “Tengamos la gracia, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con piedad y temor”. Con relación a los creyentes hebreos, permanecer en el camino del nuevo pacto equivalía a tener la gracia. Preferiría una traducción que dijera “tomar la gracia” en vez de “tener la gracia”, ya que aquí la palabra tener equivale a la palabra tomar. Una madre por lo general le dice a su hijo “toma tu leche”. Asimismo, todos nosotros necesitamos tomar la gracia y ayudarnos mutuamente a tomar esta gracia. Si su esposa está a punto de hacerlo enojar, debe decirle que tome la gracia. Permanecer en el camino del nuevo pacto equivale a tomar la gracia. Si tan sólo tomamos un poco de gracia, toda la situación cambiará. En ocasiones un hermano y su esposa están sentados juntos a la mesa, y lo único que se percibe es tinieblas. En esos casos, yo le aconsejo a la esposa que sea la primera en tomar la gracia. Si ella lo hace, todo alrededor resplandecerá y el esposo dirá: “¡Alabado sea el Señor!”. La gracia es ciertamente el alimento más saludable.
En 13:9 Pablo nos dice que debemos ser afirmados por la gracia, y en Romanos 5:2 nos dice que debemos estar firmes en dicha gracia. Ya que todos hemos recibido la gracia, debemos ahora permanecer firmes en ella. Después de tomar la gracia y ser afirmados por ella, debemos permanecer en esta gracia.
En los versículos 15 y 16, Pablo dice: “Mirad bien, no sea que alguno caiga de la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que a cambio de una sola comida entregó su primogenitura”. En estos versículos vemos tres cosas que son el motivo por el cual los creyentes caen de la gracia de Dios: alguna raíz de amargura, algún fornicario y alguna persona profana. Conforme a lo que implica el contexto, la raíz de amargura debe de referirse a cualquier judaizante que apartara a los creyentes hebreos de la gracia de Dios y los hiciera volver a los ritos del judaísmo, lo cual los profanaría ante los ojos de Dios y los haría rechazar la santidad de Dios. Esta raíz de amargura perturbó a los creyentes hebreos, convenciéndolos del judaísmo y llevándolos cautivos nuevamente al judaísmo, de modo que se contaminaran con la religión común, en lugar de ser santificados para el Dios santo. Los judaizantes intentaron convencer a los creyentes hebreos de que el camino del nuevo pacto estaba equivocado y de que el camino del antiguo pacto era el correcto. En principio, ha habido también algunas “raíces de amargura” en las iglesias del recobro del Señor. Estas raíces de amargura han dicho que hay herejías en las iglesias. Hace poco hubo una raíz de amargura en una de las iglesias, y varios queridos santos fueron envenenados. Una vez que el veneno de la amargura entra en alguna persona, es difícil extraerlo. He visto esto no sólo en Estados Unidos sino también en Taiwán y en la China continental.
No debemos prestar atención a las raíces de amargura, ya que su intención es hacer daño al recobro del Señor. Estas raíces de amargura pueden hacernos caer de la gracia de Dios. Estoy plenamente convencido de que el recobro del Señor es el mejor lugar donde podemos disfrutar de la gracia hoy. Si usted se va del recobro del Señor, ciertamente caerá de la gracia de Dios. Muy dentro de nuestro espíritu, nosotros sabemos que antes de entrar a la vida de iglesia nunca llegamos a disfrutar de la gracia de Dios como ahora. No se deje afectar por lo que dicen los opositores; preocúpese más bien por su experiencia. Los opositores siempre tratan de hacerlo razonar, así como la serpiente hizo razonar a Eva. Una vez que ellos logran que usted comience a analizarlo todo, lo envenenarán con sus argumentos. Como resultado, usted se irá del recobro del Señor o, si permanece, mantendrá una actitud fría y negativa hacia el mismo.
El segundo factor que ocasiona que los creyentes caigan de la gracia de Dios es la fornicación. Cuando Pablo escribió el versículo 16, tal vez tenía en mente a Rubén, el hijo mayor de Jacob, quien fue devastado por su lujuria, a causa de la cual perdió su primogenitura (Gn. 49:3-4; 1 Cr. 5:1). Debido a la concupiscencia, los fornicarios pierden el derecho de disfrutar a Cristo en el nuevo pacto de Dios. Nada trae más ruina al pueblo de Dios que la fornicación. Todos debemos huir de esto. Los fornicarios, al igual que Rubén, perderán la bendición de la primogenitura debido a la contaminación de su lujuria.
El tercer factor es ser una persona profana. La persona profana es aquella que ama el mundo y las cosas mundanas, y que se deja cautivar por los entretenimientos materiales. Tal persona es como Esaú quien vendió su primogenitura por una comida (Gn. 25:29-34). La primogenitura de Esaú, quien era el hijo mayor de Isaac, consistía en la doble porción de la tierra, el sacerdocio y el reinado. Debido a la profanación de Esaú al ceder su primogenitura, la doble porción de la tierra fue dada a José (1 Cr. 5:1-2), el sacerdocio pasó a Leví (Dt. 33:8-10), y el reinado le fue asignado a Judá (Gn. 49:10; 1 Cr. 5:2). El versículo 17, refiriéndose a Esaú dice: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque lo procuró con lágrimas”. La expresión no hubo oportunidad para el arrepentimiento, no significa que Esaú no tenía base para arrepentirse, sino que no tenía manera, ni base, para cambiar, con el arrepentimiento, el resultado de lo que había hecho.
Nosotros los cristianos, quienes hemos nacido de Dios, somos las primicias de Sus criaturas (Jac. 1:18), primicias que Él ha cosechado en Su creación. En ese sentido somos los hijos primogénitos de Dios. Por consiguiente, la iglesia, que somos nosotros, es llamada la iglesia de los primogénitos (12:23). Por ser los hijos primogénitos de Dios tenemos la primogenitura. Esto incluye la heredad de la tierra (2:5-6), el sacerdocio (Ap. 20:6) y el reinado (Ap. 20:4), los cuales serán las principales bendiciones en el reino venidero y las cuales perderán los cristianos profanos que buscan y aman al mundo cuando el Señor regrese. Finalmente, esta primogenitura será una recompensa dada a los cristianos vencedores en el reino milenario. Cualquier disfrute mundano, hasta una comida, puede hacer que perdamos nuestra primogenitura. Si después de una advertencia tan seria los creyentes hebreos todavía hubieran preferido complacerse en tener “una sola comida” de su antigua religión, habrían perdido el pleno disfrute de Cristo y el reposo del reino junto con todas sus bendiciones.
De hecho, en Cristo tenemos el privilegio de disfrutar el anticipo de las bendiciones del reino venidero. El disfrute apropiado de este anticipo nos introducirá en el pleno disfrute de las bendiciones del reino. Si no disfrutamos a Cristo hoy en día como nuestra buena tierra, ¿cómo podremos entrar en Su reposo en el reino, y heredar la tierra con Él? Si no ejercemos nuestro sacerdocio hoy en día para tener contacto con Él en una atmósfera de oración al ministrarle, ¿cómo podremos cumplir con nuestro servicio sacerdotal en el reino? Si no ejercitamos nuestro espíritu con la autoridad que Dios nos dio para gobernar nuestro yo, nuestra carne, todo nuestro ser, y al enemigo con todo su poder de tinieblas hoy en día, ¿cómo podremos ser correyes juntamente con Cristo y regir las naciones junto con Él en Su reino? (Ap. 2:26-27). ¡El disfrute que tenemos de Cristo y la práctica del sacerdocio y del reinado hoy, son lo que nos prepara y nos hace aptos para que mañana participemos en el reino de Cristo!
En Génesis 1 vemos que Dios creó al hombre a Su imagen para que éste le expresara. Según el concepto subyacente en el libro de Hebreos, expresar a Dios es algo que está vinculado con el sacerdocio. Si queremos tener el sacerdocio hoy según el camino del nuevo pacto, se requiere que la ley de vida forje a Dios en nuestro ser, a fin de que podamos ser Su expresión y testimonio. Esto es necesario para que podamos ser el sacerdocio que refleja la imagen de Dios. Desde el comienzo, el hombre fue destinado para ser un sacerdote de Dios. Asimismo, después que el hombre fue creado a la imagen de Dios, le fue confiada la autoridad divina para que gobernara sobre toda la creación. Esto corresponde al reinado. Expresar a Dios en Su imagen corresponde al sacerdocio, y gobernar sobre todas las cosas creadas mediante el dominio y la autoridad de Dios corresponde al reinado. De manera que, tanto el sacerdocio como el reinado estaban con el hombre desde el principio. Sin embargo, Dios entregó la tierra al hombre para que éste tomara posesión de ella y la llenara al propagar la expresión y la autoridad de Dios. Por lo tanto, en Génesis 1 vemos el sacerdocio, el reinado y la tierra, las tres cosas que Dios asignó para el hombre como su destino.
Después de que Adán cayó, Dios escogió a otro linaje, al linaje de Abraham, para que fuera Su pueblo. Si leemos el Antiguo Testamento podemos comprobar que la intención de Dios con respecto a los hijos de Israel, era la misma que Él tuvo originalmente con el hombre. Dios quiso dar a los hijos de Israel el sacerdocio para que ellos pudieran expresarle, y también Su autoridad para que ellos pudieran representarle. Además de esto, Él les dio la mejor tierra. Por consiguiente, vemos nuevamente el sacerdocio, el reinado y la tierra con relación a los hijos de Israel. Sin embargo, la mayoría de los hijos de Israel cayeron. Aunque Rubén, el hijo mayor de Jacob, debió haber recibido la primogenitura, la perdió a causa de su fracaso y por haberse contaminado en sus concupiscencias. Como consecuencia, la primogenitura fue repartida. La doble porción de la tierra fue dada a José, la cual recibieron sus dos hijos, el sacerdocio pasó a Leví, y el reinado fue asignado a Judá.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, vemos que la intención de Dios es que todos aquellos que componen la iglesia expresen a Dios por medio del sacerdocio, le representen mediante el reinado, y tomen posesión de la tierra a fin de llevar una vida humana apropiada. Nadie en la tierra tiene hoy en día un vivir humano apropiado. Los incrédulos no tienen esto debido a que permanecen en su condición caída, y nosotros los cristianos, aunque somos salvos, tampoco lo tenemos debido a que en este tiempo nos toca perder la vida del alma y sufrir por causa del testimonio de Dios. De acuerdo con el libro de Hebreos, un día poseeremos estos tres elementos que componen la primogenitura. La tierra, esto es, la tierra habitada venidera que se menciona en el capítulo 2. En el futuro, la tierra habitada nos será entregada a nosotros, los compañeros humanos de Cristo. En la próxima era, poseeremos la tierra, regiremos sobre toda la tierra y seremos el cuerpo de sacerdotes. Durante el reino milenario venidero, llevaremos una vida humana apropiada. De este modo, será recobrado plenamente lo que se perdió en Génesis 3. Cuando todos los vencedores tomemos posesión de la tierra habitada en la era del reino, expresaremos a Dios como sacerdotes y regiremos como reyes sobre las naciones. Así, todo lo que fue dado al hombre en Génesis 1 habrá sido recobrado. Entonces los hombres llevarán una vida humana apropiada. Esta es la intención de Dios.
Debido a que a no todo el pueblo de Dios le interesa Su propósito, Él ha preparado un galardón para aquellos que verdaderamente se interesan por él. En el pasado vimos cuál es el galardón y lo que significa ganar el alma. Ganar el alma simplemente significa llevar una vida humana apropiada con una humanidad apropiada. No podemos llevar esta vida hoy debido a que la tierra aún no ha sido puesta en orden. Pero en la era del reino venidero, toda la tierra será puesta en orden; nosotros tomaremos posesión de ella y seremos sacerdotes de Dios que le expresan y reyes que le representan. Entonces seremos seres humanos apropiados que viven por Jesús, quien es el hombre apropiado, y cumpliremos el propósito eterno de Dios. Cuando eso suceda, Génesis 1 se habrá cumplido cabalmente. Toda la tierra estará bajo el dominio de seres humanos apropiados, los cuales expresarán a Dios mediante el sacerdocio y representarán a Dios por medio del reinado. Ésta es la intención de Dios en Su propósito eterno, la cual nuestro sabio Dios y Padre nos ha asignado como nuestra porción y recompensa. En la era venidera del reino alcanzaremos la perfección y la glorificación, y ganaremos nuestra alma disfrutando del vivir humano apropiado con la humanidad adecuada. Ésta es la meta del propósito de Dios. Ésta también es la recompensa y la primogenitura.
Ya que hoy la primogenitura es nuestra, debemos ejercitarnos en ella. Debemos ejercitar nuestro espíritu para expresar a Dios y representarlo, y también para disfrutar a Cristo como nuestra verdadera tierra. Si no hacemos estas tres cosas hoy, ¿cómo podremos hacerlas en la era venidera del reino? Hoy en día tenemos que ejercer el sacerdocio y el reinado, y debemos también disfrutar y tomar plena posesión de nuestra buena tierra. Si lo hacemos, estaremos plenamente capacitados para entrar en el gozo de tomar posesión de la tierra habitada venidera y para ejercer nuestro sacerdocio y reinado. En aquél tiempo, recibiremos la recompensa y disfrutaremos nuestra primogenitura. Ésta es la meta de Dios.