Mensaje 54
En este mensaje llegamos a un tema muy solemne: el reino inconmovible (He. 12:25-29). El reino que estamos recibiendo es un reino inconmovible (v. 28). El hecho de que este reino sea inconmovible, significa que no pertenece ni a la tierra ni a los cielos. Ésta es una afirmación fuerte. Debido a que nuestra mente ha sido tan afectada por las doctrinas, tal vez argumentemos contra esta afirmación diciendo: “¿Y qué acerca del reino de los cielos? ¿No habla la Biblia acerca de él?”. Ciertamente el Nuevo Testamento nos habla del reino de los cielos, pero también nos dice que los cielos serán conmovidos (v. 26; Hag. 2:6). El hecho de que los cielos sean conmovidos demuestra que el reino que estamos recibiendo no es del cielo. Aunque aparentemente las expresiones “reino inconmovible” y “reino de los cielos” son contradictorias, más adelante veremos que en realidad no hay contradicción alguna.
Por causa del antiguo pacto, la tierra fue conmovida como una advertencia para la tierra (vs. 25-26; Éx. 19:18). Cuando fue dado el antiguo pacto en el monte de Sinaí, la tierra fue estremecida. Esto fue una advertencia para los moradores de la tierra.
Un día, por causa del nuevo pacto, no sólo la tierra, sino también el cielo será conmovido como una advertencia de parte del cielo mismo. Esto concuerda con lo dicho en Hageo 2:6.
Tanto la tierra como los cielos pueden ser conmovidos; y únicamente el Señor y las cosas que proceden de Él permanecerán para siempre (v. 27; 1:11; 13:8). Eso significa que el reino que estamos recibiendo procede del Señor mismo. Hebreos 1:11, refiriéndose a los cielos y la tierra, dice: “Ellos perecerán, mas Tú permaneces para siempre; y todos ellos se envejecerán como una vestidura”.
El reino es, de hecho, el Señor mismo como la realeza que reside en nosotros. Hemos visto que la fe es el Señor mismo como el elemento en nosotros que nos hace creer. Ahora, bajo el mismo principio, el reino es el Señor mismo como realeza. Para entender mejor este asunto, leamos Daniel 2:34-35, que dice: “Estabas mirando, hasta que una piedra se desprendió sin que la cortara mano alguna, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Pero la piedra que hirió a la imagen se hizo un gran monte que llenó toda la tierra”. La piedra cortada no con mano es el Cristo celestial quien fue “cortado” en la cruz sin la intervención de la mano humana. El versículo 44 se refiere a los pies de la imagen, diciendo: “En los días de estos reyes, el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”. El versículo 45 también habla de esta piedra diciendo: “Del monte se desprendió una piedra sin que la cortara mano alguna, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro”. Estos versículos indican que la piedra, que es Cristo mismo, finalmente vendrá a ser un gran monte que llenará toda la tierra. Este gran monte es el reino venidero. Por lo tanto, el reino inconmovible que estamos recibiendo es Cristo mismo y Su agrandamiento.
El evangelio que el Nuevo Testamento nos predica es el evangelio del reino (Mt. 3:1-2; 4:17, 23; 10:7; 24:14). Es por causa del reino que nos arrepentimos (Mt. 3:2). Quizás cuando fuimos salvos no escuchamos un evangelio tan claro. En aquel tiempo, teníamos temor de irnos al infierno y sólo deseábamos ir al cielo. Así que nos arrepentimos por causa del cielo. El evangelio que se nos predicó no era el evangelio correcto, porque el arrepentimiento no tiene como fin que vayamos al cielo, sino que entremos en el reino.
También renacimos y fuimos regenerados para entrar en el reino. En Juan 3:5 el Señor Jesús dijo: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. A muchos de nosotros se nos dijo equivocadamente que el propósito de la regeneración era permitirnos ir al cielo. Pero aquí podemos ver claramente que la regeneración tiene como fin que entremos en el reino de Dios.
Colosenses 1:13 dice: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de Su amor”. Este versículo revela que hemos sido trasladados de un reino, el reino satánico de las tinieblas, a otro reino, al reino del Hijo amado de Dios.
En la iglesia, hoy estamos viviendo en el reino de Dios. Romanos 14:17 es una prueba concluyente de que la vida de iglesia actual es el reino. Dicho versículo dice: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Apocalipsis 1:9 también demuestra que hoy estamos en el reino de Dios, puesto que dice: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús”. Cuando Juan escribió el libro de Apocalipsis, él ya se encontraba en el reino de Dios. Estos dos versículos demuestran categóricamente que la iglesia hoy es el reino. Sin embargo, como veremos más adelante, lo que experimentamos hoy en la iglesia es el reino en su realidad, pero lo que vendrá en el futuro cuando Cristo regrese será el reino en su manifestación.
Si hemos de entender las verdades del Nuevo Testamento con respecto al reino, debemos conocer los dos aspectos principales del reino: su realidad y su manifestación. Hoy en la iglesia, no disfrutamos de la manifestación del reino, sino más bien de la realidad del reino. Según la apariencia externa, los hombres no pueden ver el reino en la iglesia; no obstante, el reino es una realidad entre nosotros.
El reino en su realidad, o la realidad del reino, es un ejercicio y una disciplina para nosotros (Mt. 5:3, 10, 20; 7:21) en la iglesia hoy en día. Supongamos que al usted comprar una hamburguesa el cajero le devuelve más dinero del que le debe dar. Si usted es alguien que practica la vida del reino y es gobernado por él, regresará inmediatamente ese dinero adicional. Ésta es una experiencia en la que somos regidos por la realidad del reino, la cual es tanto un ejercicio como una disciplina.
La condición actual del cristianismo es muy deplorable debido a que muchos cristianos están embotados, pensando que todo es por gracia y que no hay necesidad de ningún entrenamiento, ejercicio ni disciplina. Pero nosotros hemos comprendido que tenemos que elevar la norma de la vida de iglesia al fomentar la disciplina y el ejercicio de la realidad del reino. A través de los años he visto cómo la gracia del Señor ha obrado en muchos de nosotros. Doy gracias al Señor por el gran avance que ha habido en Su recobro. Sin embargo, aún necesitamos elevar más la norma. Si lo hacemos, los ángeles que festejan en los cielos estarán muy contentos al ver un grupo de creyentes que toman muy en serio el propósito eterno de Dios. ¡Cuánto necesitamos la disciplina para el reino hoy!
La manifestación del reino, o el reino en su manifestación, será una recompensa y un disfrute para nosotros en el reino milenario en la era venidera (Mt. 16:27; 25:21, 23). Hoy, en la realidad del reino, tenemos el ejercicio y la disciplina; pero en la era venidera, en la manifestación del reino, recibiremos la recompensa y el disfrute. Si leemos Mateo 16:27 dentro de su contexto, veremos que la manifestación del reino está muy relacionada con el momento en que el Señor vendrá a recompensar a cada uno según sus obras. En Mateo 25:21 y 23 el Señor dice a Sus siervos fieles: “Bien, esclavo bueno y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Entrar en el gozo del Señor significa entrar en la manifestación del reino durante los mil años.
Si tomamos el ejercicio del Espíritu y la disciplina de Dios en la realidad del reino hoy, recibiremos la recompensa del Señor y entraremos en el gozo del reposo sabático venidero (4:9) cuando se manifieste el reino en la era venidera. Pero si no aceptamos el ejercicio del Espíritu ni la disciplina de Dios hoy, perderemos el reino venidero, no seremos recompensados con la manifestación del reino en la venida del Señor, ni tendremos derecho a entrar en la gloria del reino para participar en el reinado de Cristo en el reino milenario, y perderemos nuestra primogenitura y por ende no podremos heredar la tierra en la era venidera ni ser los sacerdotes reales que sirven a Dios y a Cristo en Su gloria manifestada, ni ser los co-reyes junto con Cristo, quienes gobiernan a las naciones con la autoridad divina (Ap. 20:4, 6).
Perder el reino venidero y abandonar nuestra primogenitura en la era venidera no significa que pereceremos; significa que perderemos la recompensa. Aunque es posible perder la recompensa, jamás perderemos nuestra salvación (1 Co. 3:14-15). Nuestra salvación está eternamente asegurada. Pero si hemos de recibir o no la recompensa y la primogenitura en la manifestación del reino, eso depende de cuál sea nuestro ejercicio hoy.
Como hemos visto, perder el reino venidero y abandonar nuestra primogenitura no significa que pereceremos; significa que perderemos la recompensa pero no la salvación. Sufriremos una pérdida, pero de todos modos seremos salvos, aunque así como pasados por fuego (1 Co. 3:14-15). Éste es el concepto fundamental sobre el cual se basan las cinco advertencias dadas en este libro y con el cual están impregnadas (2:3; 4:1-11; 6:8; 10:27, 29-31; 12:25). Todos los puntos negativos de estas advertencias están relacionados con perder la recompensa en el reino venidero y ser castigados por Dios, mientras que todos los puntos positivos están relacionados con la recompensa y el disfrute del reino. Las siete epístolas de Apocalipsis 2 y 3 concluyen con este mismo concepto: la recompensa del reino o la pérdida de ésta. Solamente a la luz de este concepto podemos entender apropiadamente y aplicar correctamente lo dicho en Mateo 5:20; 7:21-23; 16:24-27; 19:23-30; 24:46-51; 25:11-13, 21, 23, 26-30; Lucas 12:42-48; 19:17, 19, 22-27; Romanos 14:10, 12; 1 Corintios 3:8, 13-15; 4:5; 9:24-27; 2 Corintios 5:10; 2 Timoteo 4:7-8; Hebreos 2:3; 4:1, 9, 11; 6:4-8; 10:26-31, 35-39; 12:16-17, 28-29; Apocalipsis 2:7, 10-11, 17, 26-27; 3:4-5, 11-12, 20; y 22:12. Si no tenemos este concepto, la interpretación de estos versículos cae ya sea en la objetividad extrema de la escuela calvinista o en la subjetividad extrema de la escuela arminiana. Ninguna de estas escuelas reconoce la recompensa del reino, más aún, no ven la pérdida de la recompensa del reino. Por lo tanto, ambas creen que los puntos negativos de estos versículos se refieren a la perdición. La escuela calvinista, la cual cree en la salvación eterna (es decir, una persona salva nunca perecerá), considera que todos estos versículos se aplican a la perdición de los creyentes falsos; mientras que la escuela arminiana, la cual cree que una persona salva perecerá si cae, considera que estos puntos se aplican a la perdición de los creyentes que han caído. Sin embargo, la revelación completa de la Biblia nos muestra que estos puntos negativos se refieren a la pérdida de la recompensa del reino. La salvación de Dios es eterna; una vez que la obtenemos, nunca la perdemos (Jn. 10:28-29). No obstante, es posible que perdamos la recompensa del reino, aunque de todos modos seremos salvos (1 Co. 3:8, 14-15). Las advertencias que vemos en el libro de Hebreos no se refieren a la pérdida de la salvación eterna, sino a la pérdida de la recompensa del reino. Aunque los creyentes hebreos habían recibido el reino, corrían el riesgo de perder la recompensa en la manifestación del reino si retrocedían de la gracia de Dios, es decir, si retrocedían del camino del nuevo pacto de Dios. Ésta era la principal preocupación del escritor al amonestar a los titubeantes creyentes hebreos.
Algunos maestros cristianos afirman que el siervo perezoso en Mateo 25 es un siervo falso. Pero esto es completamente ilógico. Aunque uno de sus hijos puede ser perezoso, eso no significa que él sea un hijo falso. Debido a que algunos maestros cristianos no han visto el tema de la recompensa del reino, se ven obligados a decir que el siervo perezoso es un siervo falso. Otros, por el contrario, dicen que el siervo perezoso es un siervo verdadero que ha caído y perdido su salvación.
Hemos visto que el propósito original de Dios era obtener un hombre corporativo que tuviera Su imagen para expresarlo y Su autoridad para representarlo, y que tomara posesión de la tierra. Éste es el vivir humano apropiado. Debido a que el hombre cayó del propósito original de Dios, Dios tuvo que intervenir para redimirnos y salvarnos. Esta es la salvación que Dios nos brinda, en la cual recibimos los tres aspectos de la primogenitura, que son: ser sacerdotes que expresan a Dios en Su imagen, ser reyes que le representan al ejercer Su autoridad, y ser aquellos que toman plena posesión de la tierra perdida a fin de cumplir el propósito eterno de Dios. Si vivimos conforme a esta primogenitura, espontáneamente estaremos en la realidad del reino de Dios, ya que la realidad del reino de Dios consiste en expresar en nuestro vivir la primogenitura, es decir, consiste en hacer real la primogenitura en plenitud. Ya que no todos los creyentes están dispuestos a cooperar con Dios al respecto, Él, en Su sabiduría, ha decidido hacer de la primogenitura una recompensa. Si tomamos la gracia, entramos en el Lugar Santísimo y cooperamos con Dios, ciertamente la primogenitura será manifestada en nuestro vivir. Entonces, en nuestro vivir expresaremos la realidad del reino hoy, y esa misma realidad que expresamos, vendrá a ser nuestra recompensa en la manifestación del reino. Esto cumplirá el propósito original de Dios, y también será nuestra perfección, glorificación y el ganar de nuestra alma en la era venidera. Como resultado, llevaremos una vida humana apropiada con una humanidad elevada y resucitada. Éste es el enfoque crucial de toda la Biblia, lo cual se presenta en la Biblia de manera muy coherente. ¿Cómo puede todo esto llevarse a la práctica? Solamente cuando nos volvemos a nuestro espíritu, entramos en el Lugar Santísimo, experimentamos a Cristo con todas Sus riquezas y permitimos que la ley de vida nos conduzca de una etapa de gloria a otra, a medida que nos empapa, satura y conforma a la imagen de Dios.
Hebreos 12:29 dice: “Nuestro Dios es fuego consumidor”. Dios es santo. La santidad es Su naturaleza. Él como fuego consumidor devorará todo lo que no corresponda a Su naturaleza santa. Si los creyentes hebreos hubieran regresado al judaísmo, lo cual era profano (es decir, no santo) a los ojos de Dios, se habrían hecho impíos, y el Dios santo como fuego consumidor los habría consumido. Dios no solamente es justo sino también santo. Para satisfacer la justicia de Dios, necesitamos ser justificados mediante la redención de Cristo. Para satisfacer los requisitos de Su santidad, necesitamos ser santificados, hechos santos por el Cristo celestial, presente y vivo. La Epístola a los Romanos da más énfasis a la justificación (Ro. 3:24), por la justicia de Dios (Ro. 3:25-26), mientras que la Epístola a los Hebreos recalca la santificación (2:11; 10:10, 14, 29; 13:12) por la santidad de Dios (12:14). Para alcanzar la santificación, los creyentes hebreos debían separarse del judaísmo impío y apartarse para el Dios santo, quien se había expresado por completo en el Hijo bajo el nuevo pacto; de no ser así, ellos se habrían contaminado con su religión vieja y profana y habrían sido juzgados por el Dios santo, quien es fuego consumidor. ¡Eso habría sido espantoso! (10:31). Con razón Pablo tomó muy en serio el temor del Señor (2 Co. 5:11).
La idea central del libro de Hebreos es que seamos conducidos a la naturaleza santa de Dios. Si no cooperamos con Dios al respecto, quebrantaremos Su administración. Quebrantar la administración de Dios es un asunto relacionado con Su gobierno. Violar la ley de Dios no es tan grave como ir en contra de Su gobierno. Dios ha revelado que si no cooperamos con Él en Su economía administrativa, y al contrario, quebrantamos Su gobierno, Él nos castigará. Esto implica que, por un lado, perderemos la recompensa del reino, y que, por otro lado, sufriremos castigo. En Hebreos 10 y 12 vemos el camino, la carrera y la senda que debemos escoger, correr y seguir. En estos capítulos también vemos el castigo, la recompensa y el reino. Estas tres cosas son aspectos cruciales del concepto básico con el cual está estructurado este libro.
Ningún otro libro del Nuevo Testamento revela tan claramente el enfoque central de la economía de Dios como lo hace el libro de Hebreos, ya que ningún otro libro nos remite al Lugar Santísimo y a la ley de vida que está dentro del arca. Aunque Romanos 8:2 menciona la ley del Espíritu de vida, Hebreos habla acerca la ley de vida mucho más detalladamente que Romanos. El escritor de Hebreos nos advierte que debemos recibir la revelación de la economía de Dios como se nos presenta en este libro. Si lo hacemos, se nos dará una recompensa en la manifestación del reino; y si no lo hacemos, sufriremos cierto castigo por haber quebrantado la economía administrativa de Dios. Aquellos que no poseen el sentido con el que damos sustantividad a lo que no se ve, o aquellos que nunca lo ejercitan, no son capaces de ver esto. Nosotros tomamos este asunto muy en serio y de manera muy sobria, pero muchos cristianos no lo consideran así. Bajo la iluminación de la revelación celestial que hemos estado recibiendo en estos mensajes, debemos ser sobrios y serios con respecto a correr la carrera por las sendas rectas. La manera en que corramos hoy determinará nuestro futuro destino.
Aunque nos preocupa nuestro destino, debemos tomar la gracia del Señor y decir: “Señor, por Tu gracia declaro que lo que más me preocupa no es mi destino sino Tu economía. Mientras me dedico a Tu economía, confío en que Tú te encargarás de mi destino. Señor, quiero cooperar contigo, no por causa de mi futuro destino, sino por causa de Tu economía actual. Mi deseo es que Tu economía, que no se ha podido cumplir durante siglos, se cumpla en estos días”. Todos necesitamos tener esta clara visión, y avanzar para que el propósito de Dios pueda cumplirse entre nosotros. Dios desea conducir al Lugar Santísimo a todos aquellos que le buscan con sinceridad, a fin de que experimenten la operación de la ley de vida y lleguen a ser la reproducción corporativa del prototipo, Su Hijo primogénito. El regreso del Señor depende de esta reproducción corporativa. Es imposible que el Señor regrese mientras que esto no se haya realizado. La reproducción del prototipo depende de la operación de la ley de vida en nuestro interior. Como hemos visto, la ley de vida no se haya en el atrio exterior ni en el Lugar Santo, sino dentro del arca del testimonio, que está en el Lugar Santísimo. Por lo tanto, tenemos que entrar al Lugar Santísimo, introducirnos en el arca del testimonio y experimentar la ley de vida. Hoy sabemos dónde se encuentra la ley de vida, está en nuestro espíritu. Ahora sólo debemos decirle: “Señor, por Tu misericordia y gracia estoy aquí para cooperar contigo. Estoy listo para que Tú prosigas. Señor, haz todo lo que puedas y lo que quieras. Lo que me preocupa no es mi futuro destino. Sólo me preocupa Tu recobro en la economía actual a fin de que la vida de iglesia pueda ser recobrada en forma apropiada. ¡Señor, que todos aquellos que te buscan sean conducidos por este camino para que Tu voluntad se cumpla!”. En esto consiste el recobro del Señor en Su economía actual.