Mensaje 56
En este mensaje veremos que las experiencias que tenemos de Cristo tienen como objetivo la vida de iglesia (He. 13:8-15). Sin embargo, antes de hablar sobre este tema, siento la carga de decir algo más con respecto al camino, la carrera y las sendas, y en particular, mostrar cómo la carrera se convierte en las muchas sendas.
Al observar la manera en que se encontraban distribuidos los muebles del tabernáculo, podemos ver cómo Cristo es el camino y la carrera, y cómo la carrera llega a ser las muchas sendas. Como hemos visto, el altar y el lavacro se encontraban en el atrio; la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar del incienso se hallaban en el Lugar Santo; y el Arca que contenía la urna de oro, la vara que reverdeció y las tablas de la ley, estaba en el Lugar Santísimo. El altar del holocausto, el lavacro, el altar del incienso y el Arca estaban ubicados en línea recta, mientras que la mesa de los panes de la proposición y el candelero formaban una línea perpendicular a la anterior. De manera que estas dos líneas formaban una cruz, y cada uno de los muebles representaba un aspecto de Cristo.
Analicemos la experiencia de un pecador que acude a Cristo. Él primero viene al altar y allí se arrodilla, confiesa sus pecados y toma a Cristo como su sustituto, Redentor y Salvador. Es aquí en el altar donde él empieza a disfrutar a Cristo. Después de experimentar a Cristo en el altar, prosigue hacia el lavacro, que representa el hecho de que el Redentor fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), y allí experimenta el lavamiento del agua viva. El lavamiento del agua viva en el lavacro es diferente del lavamiento de la sangre que tiene lugar en el altar. La sangre del altar nos lava y nos limpia de nuestros pecados, mientras que el agua del lavacro nos lava del polvo terrenal.
Mientras que muchos cristianos van y vuelven constantemente del altar al lavacro y del lavacro al altar, nosotros debemos avanzar por la senda recta que nos conduce al Lugar Santo. Una vez que entramos al Lugar Santo, debemos doblar a la derecha hacia la mesa de los panes de la proposición, donde podemos disfrutar a Cristo como el pan de vida. Antes de entrar a la vida de iglesia nunca llegamos a oír que Cristo fuera comestible. Pero el Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida”, y “el que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:48, 57). Ahora que estamos en la iglesia, se nos ha ayudado a comer a Cristo, a alimentarnos de Él, e incluso a masticarlo y digerirlo. Después de alimentarnos de Cristo en la mesa de los panes de la proposición, debemos dar media vuelta y avanzar por esa senda recta hacia el candelero. Al estar frente al candelero somos iluminados por la luz de la vida (Jn. 1:4), es decir, por la luz que proviene de habernos alimentado de Cristo. Después debemos dar otra media vuelta y dirigirnos a la línea central y dar vuelta a la izquierda para llegar al altar del incienso y experimentar a Cristo en resurrección como el olor fragante por el cual somos aceptos delante de Dios. Esta experiencia del altar del incienso luego nos conducirá directamente hacia el Lugar Santísimo. De manera que en el tabernáculo podemos encontrar varias sendas: la senda que va de la cruz hacia el lavacro; la que va del lavacro hacia la mesa de los panes; la que va de la mesa de los panes hacia el candelero; la que va del candelero hacia el altar del incienso; y finalmente, la que va del altar del incienso hacia el Arca, que está dentro del Lugar Santísimo. Una vez que entramos al Lugar Santísimo, nos hallamos dentro de la gloria shekiná. Sin embargo, no debemos detenernos allí, sino que debemos proseguir y experimentar cada uno de los elementos que están dentro del Arca, es decir, debemos alimentarnos de Cristo como el maná escondido, participar de Él como la vara que reverdeció y experimentar la operación de la ley de vida. Como hemos visto, por la operación de la ley de vida llegamos a ser la reproducción corporativa del prototipo de Dios para el cumplimiento de Su propósito eterno. Todas las sendas que nos conducen desde el altar del atrio hasta el Arca del Lugar Santísimo, son el camino que debemos recorrer para poder cumplir la economía de Dios y disfrutar nuestra primogenitura. En última instancia, éste es el camino que nos conduce a la perfección y glorificación, y al pleno disfrute de Dios. Todo lo que necesitamos se encuentra en este camino.
Una vez que empezamos a andar por este camino, no debemos detenernos en ningún punto ni debemos titubear. Debemos correr la carrera, olvidándonos del judaísmo, del cristianismo y de cualquier otra religión. Una vez que empezamos a correr en este camino, éste se convierte para nosotros en una carrera que se compone de muchas sendas. La senda del altar al lavacro, la senda del lavacro a la mesa de los panes de la proposición, la senda que va de la mesa de los panes al candelero, la que va del candelero al altar del incienso, y por último, la que va del altar del incienso al Arca del Testimonio. Éstas son las sendas que conforman el camino único de Dios.
¿Por qué es necesario dar tantos giros en Cristo como el camino? Debido a que requerimos que la cruz elimine todos los elementos negativos que hay en nosotros. Como dije antes, la distribución de los muebles del tabernáculo tenía la forma de una cruz. El camino en Cristo tiene la forma de una cruz. De hecho, el camino es la cruz. Cuando empezamos a andar por él, junto al altar en el atrio, nos encontramos llenos de elementos negativos, tales como el pecado, el mundo, la carne, la lujuria y Satanás. Pero a medida que avanzamos por las sendas, y damos los giros necesarios, estos elementos negativos van siendo eliminados. Finalmente, cuando llegamos al Arca del Testimonio en el Lugar Santísimo, somos personas purificadas. Repito que todos los elementos negativos son eliminados en cada uno de los giros que forman las sendas. Lo que permanece después de haber efectuado dichos giros es una humanidad resucitada y elevada, la cual es apta para mezclarse con la divinidad. ¡Cuán maravilloso es esto! Solamente Dios podría haberlo diseñado así.
Ahora hablemos de las experiencias que tenemos de Cristo mencionadas en Hebreos 13:8-15. Ya que se habían abarcado tantos asuntos en los primeros doce capítulos de Hebreos, ¿por qué era necesario que el escritor incluyera las experiencias que tenemos de Cristo mencionadas en el capítulo 13? La razón es que los judaizantes estaban usando un aspecto de sus ceremonias religiosas para atraer a los creyentes hebreos: los alimentos que se preparaban en sus días festivos. De acuerdo con el Antiguo Testamento, los hijos de Israel subían a Jerusalén tres veces al año para adorar a Dios en sus fiestas anuales, y se reunían allí por varios días para festejar. Durante dichas festividades ellos disfrutaban las comidas especiales de las fiestas. Esta acción de comer juntos, una práctica muy atractiva, constituye el contexto del versículo 9, que dice: “No os dejéis llevar de enseñanzas diversas y extrañas; porque buena cosas es que el corazón sea afirmado por la gracia, no con alimentos ceremoniales, que nunca aprovecharon a los que andaban confiados en ellos”. Los alimentos aquí mencionados, en contraste con la gracia, son los alimentos usados en las ceremonias religiosas del antiguo pacto (9:10; Col. 2:16). Los judaizantes intentaron usar tales alimentos para desviar a los creyentes hebreos del disfrute de la gracia, la cual es la participación del nuevo pacto en Cristo.
Cuando se acercaban las fechas de tales festividades, los israelitas se entusiasmaban mucho, incluso mucho más de lo que se entusiasman los norteamericanos y europeos por la Navidad. Era muy difícil para los que buscaban a Cristo mantenerse alejados de tal atracción. Los judaizantes seguramente se acercaron a los creyentes hebreos y les dijeron: “En pocos días empezará la Fiesta de los Tabernáculos. Si ustedes no asisten, se perderán este disfrute. ¿Dónde van a estar ustedes mientras nosotros cantamos, convivimos y disfrutamos de todas las riquezas de la buena tierra? Ustedes van a reunirse con esa iglesia en una pequeña casa. ¿Qué van a comer allí? Si ustedes insisten en ir allí, perderán el privilegio de sacrificar los animales y comerlos. Si realmente quieren comer, tienen que ir con nosotros al templo. Pero ustedes han abandonado nuestras fiestas preciosas. Ciertamente eso significa que ustedes los cristianos han perdido todo este disfrute”. Si usted hubiera sido un judío de aquella época, ¿podría haber resistido a tal atracción? Estoy seguro de que la mayoría de nosotros no habríamos podido resistir. Ahora supongamos que un creyente les hubiera dicho a los demás creyentes hebreos: “No regresen al templo, pues, si lo hacen, caerán de la gracia de Dios. No escuchen las enseñanzas extrañas acerca de las comidas de nuestra antigua religión. Cristo es la realidad. Él lo es todo”. En medio de tal dilema, los creyentes hebreos no sabían qué hacer. Ésta fue la razón por la cual el escritor los exhortó severamente en el capítulo 13.
El versículo 8 dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Cristo, quien es la palabra que los ministros mencionados en el versículo 7 predicaban y enseñaban, quien es la vida que ellos vivían, y quien es el Autor y Perfeccionador de su fe, es perpetuo, inmutable y no cambia. Él permanece para siempre (1:11-12). Era como si escritor les estuviera diciendo a los creyentes hebreos: “Hermanos, Dios envió a Sus mensajeros para que os predicasen la palabra de Cristo. Cristo no era solamente la palabra que ellos predicaban, sino también la vida misma por la cual ellos vivían. Este Cristo siempre es el mismo; Él es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Si vosotros lo aceptasteis como el Cristo en el pasado, no tenéis por qué cambiar de parecer ahora debido a las enseñanzas extrañas acerca de la comida. No vendáis vuestra primogenitura en Cristo a cambio de una comida de las ceremonias religiosas. Si no hubieseis recibido a Cristo, no os hablaría de esta manera. Pero vosotros en efecto recibisteis al Cristo inmutable. Ya que Él nunca cambia, vosotros tampoco debierais cambiar. No permitáis que estas enseñanzas extrañas acerca de comidas os distraigan. Tales comidas no significan nada”. Hebreos es un libro muy profundo. No se puede entender simplemente leyendo las letras impresas. Por consiguiente, si queremos entender el capítulo 13, debemos sumergirnos en las profundidades de este libro.
El versículo 9 habla acerca de “enseñanzas diversas y extrañas”. Para tener una verdadera y perseverante vida de iglesia, debemos asirnos al Cristo inmutable y no debemos dejarnos llevar de enseñanzas diversas y extrañas, usadas por Satanás para causar disensiones, e incluso divisiones, en la iglesia. Debido a las disensiones y divisiones que causaban las enseñanzas diversas y extrañas, el apóstol mandó que no se enseñaran cosas diferentes (1 Ti. 1:3). Las enseñanzas diversas y extrañas deben de haber sido promovidas por los judaizantes de ese tiempo. El escritor advirtió a los creyentes hebreos que no permitieran que las enseñanzas de los judaizantes los desviaran de la vida de iglesia, la cual está bajo el nuevo pacto. No se debe predicar ni otro Jesús ni otro evangelio en la iglesia (2 Co. 11:4; Gá. 1:8-9). Para tener una verdadera y perseverante vida de iglesia, debemos asirnos al Cristo que es el mismo ayer, hoy y por siempre, y no debemos dejarnos llevar de enseñanzas diversas y extrañas.
Así como los judaizantes intentaron usar las comidas de las ceremonias religiosas del antiguo pacto para distraer a los creyentes hebreos, del mismo modo el escritor de este libro encargó a los creyentes hebreos a que fueran afirmados por la gracia. En ese entonces, ser afirmados por medio de la gracia era permanecer en el nuevo pacto para disfrutar a Cristo como la gracia (Gá. 5:4) y no ser llevados al judaísmo a participar de los alimentos en las ceremonias religiosas de los judíos.
Muchos queridos santos han visto el recobro del Señor, pero, a causa de la Navidad, han vendido su primogenitura. Su celebración navideña era semejante a las comidas religiosas del judaísmo. A muchos cristianos de Estados Unidos y Europa les cuesta mucho trabajo dejar atrás a papá Noel y el árbol de Navidad. Las enseñanzas acerca del árbol de Navidad, papá Noel y los calcetines navideños llenos de dulces, son algunas de las diversas y extrañas enseñanzas de hoy. Muchos santos del hemisferio occidental han sido distraídos del recobro del Señor debido a estas tradiciones. Si los priváramos de estas tradiciones, los hijos de muchos hermanos abandonarían la iglesia, y los abuelos, sintiéndose descontentos, dirían: “¿Quién es ese predicador que ha venido a nuestro país a quitarnos la Navidad, papá Noel y los calcetines navideños?”. Algunos han dicho: “Sabemos que el recobro del Señor es el camino correcto, pero no podemos seguirlo porque nuestros hijos no están dispuestos a renunciar a la Navidad”. En principio, ellos se han dejado arrastrar por las atracciones religiosas de hoy, así como los creyentes hebreos del primer siglo se dejaron llevar por las comidas de las fiestas religiosas.
El versículo 10 dice: “Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo”. Este altar debe ser la cruz en la cual el Señor Jesús se ofreció como sacrificio por nuestros pecados (10:12). Conforme a los reglamentos relacionados con las ofrendas del Antiguo Testamento, ni al sacerdote que presentaba la ofrenda ni al oferente se les permitía comer del sacrificio por el pecado ni de la ofrenda por el pecado, cuya sangre era introducida en el Lugar Santísimo o en el Lugar Santo para hacer expiación; toda la ofrenda tenía que ser quemada (Lv. 4:2-12; 16:27; 6:30). Por lo tanto, aquellos que servían en el tabernáculo no tenían derecho a comer lo que se ofrecía en el altar de la ofrenda por el pecado (el cual en el cumplimiento del Nuevo Testamento es la cruz del Señor). El versículo 10 es un argumento contundente en contra del uso de alimentos en las enseñanzas extrañas de los judaizantes, las cuales tenían como fin impedir que los creyentes del nuevo pacto disfrutaran a Cristo. Los judaizantes hacían énfasis en los alimentos que disfrutaban en sus servicios religiosos. Sin embargo, el escritor de este libro afirma que en la ofrenda por el pecado, la ofrenda básica para la expiación anual (Lv. 16), no había nada de comer para nadie. Con respecto a la ofrenda por el pecado, el asunto no es comerla sino recibir su eficacia. Hoy en día la verdadera ofrenda por el pecado es Cristo, quien se ofreció a Dios por nuestro pecado y efectuó plena redención por nosotros para que fuéramos conducidos a disfrutar la gracia de Dios en Él, bajo el nuevo pacto. Lo que hoy necesitamos no es comer los alimentos de los servicios del antiguo pacto, sino recibir la eficacia de la ofrenda de Cristo y seguirlo en la gracia del nuevo pacto fuera del campamento, es decir, fuera de la religión judía.
En este libro se presenta a Cristo únicamente como la ofrenda por el pecado, y no como ninguna otra ofrenda. Ya que nuestro problema con Dios es básicamente un problema relacionado con el pecado, la ofrenda por el pecado es la ofrenda básica y más crucial entre todas las ofrendas. Si nuestro problema con respecto al pecado no hubiera sido resuelto, persistiría nuestro problema con Dios. En este libro se nos dice en varias ocasiones que Cristo se ofreció a Sí mismo (7:27; 9:14), y en cada una de ellas vemos que Él se ofreció como la ofrenda por el pecado. De manera que el argumento que nos presenta el capítulo 13 es el siguiente: no importa cuántas veces los creyentes hebreos fueran a sus festividades religiosas a participar de las comidas ceremoniales, ellos no podían comer de la ofrenda por el pecado. No obstante, ellos ahora podían disfrutar a Cristo como la ofrenda por el pecado. Ésta era una ofrenda de la cual no podían comer quienes estaban en el judaísmo. Aún más, el versículo 11 afirma: “Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre es introducida a causa del pecado en el Lugar Santísimo por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento”. El cuerpo de Cristo fue llevado fuera de la puerta. Allí Él sufrió la muerte, y en cierto sentido, fue quemado. Cristo, como la ofrenda por el pecado, no es nuestra comida sino el sacrificio llevado fuera de la puerta.
El versículo 12 dice: “Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante Su propia sangre, padeció fuera de la puerta”. La sangre de la ofrenda por el pecado, introducida en el Lugar Santísimo el Día de la Expiación para hacer expiación por el pueblo (Lv. 16:14-16), tipifica la sangre de Cristo, quien es la verdadera ofrenda por el pecado, introducida en el verdadero Lugar Santísimo para llevar a cabo la redención por nosotros. Los cuerpos de los animales quemados fuera del campamento (Lv. 16:27) tipifican el cuerpo de Cristo, sacrificado por nosotros fuera de la puerta de Jerusalén.
Cristo en Su cuerpo padeció la muerte de cruz fuera de la puerta, y Su sangre fue introducida en el Lugar Santísimo para nuestra santificación (vs. 11-12). Este libro nos revela que el llamamiento celestial de Dios consiste en hacer de nosotros un pueblo santo (3:1), un pueblo santificado para Dios. Cristo es el Santificador (2:11). Él murió en la cruz derramando Su sangre, y entró en el Lugar Santísimo con Su sangre (9:12) para efectuar la obra santificadora por medio del ministerio celestial (8:2, 6) de Su sacerdocio celestial (7:26), y para que nosotros entráramos más allá del velo por medio de Su sangre a fin de participar de Él como el Santificador celestial. Al participar de Él de esta manera, somos capacitados para seguirlo fuera del campamento en el camino santificador de la cruz.
La sangre del Señor, por medio de la cual Él entró al Lugar Santísimo (9:12), abrió un camino nuevo y vivo, permitiéndonos así entrar más allá del velo para disfrutarle en los lugares celestiales como Aquel que fue glorificado (10:9-20); y Su cuerpo, que fue sacrificado por nosotros en la cruz, abrió el camino estrecho de la cruz, capacitándonos con esto para salir del campamento y seguirle en la tierra como Aquel que padeció. El versículo 13 dice: “Salgamos, pues, a Él, fuera del campamento, llevando Su vituperio”. Si hemos de ser cristianos genuinos, debemos experimentar a Cristo, no comiendo platillos ceremoniales, sino saliendo fuera del campamento, llevando Su vituperio, y siguiéndole en el camino santificador de la cruz. Es necesario que experimentemos a Cristo en este aspecto. Si queremos experimentarle en este aspecto, debemos seguirlo “hasta dentro del velo”, esto es, entrar en el Lugar Santísimo, para disfrutarlo como nuestro Santificador celestial en Su sacerdocio celestial (10:19-20; 6:19-20).
Como hemos hecho notar, el capítulo 13 abarca muchas virtudes necesarias para la vida de iglesia. Si no tenemos estas virtudes no podremos practicar la vida de iglesia. Supongamos que los creyentes hebreos regresaran al templo a comer los platillos ceremoniales. Al hacer esto, ellos estarían negándose a experimentar a Cristo como Aquel que fue rechazado por la religión. Si ellos hubieran rechazado a Cristo en este aspecto, volviendo a participar de las comidas ceremoniales del judaísmo, les habría sido imposible practicar la vida de iglesia. El principio es el mismo hoy en día. Aquellos que han abandonado las reuniones de la iglesia y han regresado a las prácticas religiosas del cristianismo, han renunciado a su primogenitura. A los que hacen esto no les importa Cristo ni la iglesia, sino únicamente las atracciones religiosas de hoy. Ya que ellos han vendido su primogenitura, no pueden disfrutar a Cristo ni ejercer el sacerdocio y el reinado. ¿Creen ustedes que tales creyentes disfrutarán la primogenitura como su recompensa en el reino milenario? Según la revelación clara del Nuevo Testamento, si no ejercitamos nuestro espíritu para permanecer en la iglesia, disfrutar de Cristo como nuestra buena tierra y ejercer nuestro sacerdocio y reinado hoy, no tendremos derecho a disfrutar la primogenitura como nuestra recompensa en el reino milenario. Si hemos de ejercer nuestra primogenitura, lo cual nos permite obtener la recompensa del reino, es preciso que permanezcamos en la iglesia.
Si queremos permanecer en la iglesia debemos abandonar toda práctica religiosa. A algunos que anteriormente fueron pastores cristianos, les agrada que los llamen reverendos, y no están dispuestos a renunciar a este título. Aunque solamente Dios es digno de ser llamado así (Sal. 111:9), ellos insisten en conservar ese título, y lo disfrutan como su comida ceremonial. ¿De qué sirve conservar dicho título? Si usted se aferra a él, lo hace a costa de su primogenitura. Nuestro corazón debe ser afirmado por la gracia, y no por ninguna comida religiosa, esto es, no por ningún interés, posición, título o práctica religiosa. Debemos olvidarnos de todo ello.
La gracia se disfruta solamente en la carrera, es decir, en las sendas. No debemos desviarnos de ninguna de las sendas de esta carrera, sino más bien proseguir en la carrera de la gracia. No obstante, son muchos los factores que pueden desviarnos de las sendas de esta carrera y apartarnos del disfrute de la gracia. La manera en que estaban distribuidos los muebles del tabernáculo revela que cada una de las sendas de esta carrera representa un aspecto del disfrute que tenemos de Cristo. Debemos mantenernos corriendo esta carrera al disfrutar a Cristo. No se distraigan con títulos ni con ninguna posición ni atracción religiosa; todos estos no son otra cosa que “comidas” religiosas. Debemos experimentar a Cristo como nuestra gracia por el bien de la vida de iglesia. Si no lo experimentamos de tal manera, no podremos practicar la vida de iglesia.
Si hemos de experimentar a Cristo en este aspecto, debemos tomar el camino de la cruz, sufriendo la persecución, el rechazo y la oposición de parte de la religión. Cristo padeció fuera de la puerta, y nosotros también debemos seguirle fuera de la puerta llevando Su vituperio. Si participamos en Sus padecimientos hoy, en el futuro participaremos en Su glorificación. Si experimentamos a Cristo de esta manera, llevando Su vituperio a medida que avanzamos en la senda de la cruz, seremos guardados en la rica vida de iglesia, y cada reunión de la iglesia se elevará y se enriquecerá. En tal vida de iglesia podremos ejercer nuestra primogenitura. Como resultado, recibiremos la recompensa en el reino venidero.
El versículo 12 habla de estar “fuera de la puerta”, y el versículo 13 nos dice que debemos salir “fuera del campamento”. Esta es la puerta de la ciudad de Jerusalén. La ciudad representa la esfera terrenal, mientras que el campamento representa la organización humana. Las dos cosas en conjunto representan una sola cosa: la religión judía con sus dos aspectos, el terrenal y el humano. El judaísmo es tanto terrenal como humano. El versículo 14 dice: “Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”. Eso significa que no tenemos ciudad permanente, que no pertenecemos a la esfera de la organización, y que buscamos la ciudad que está por venir, la ciudad santa de Dios, la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2, 10). Al decir “tenemos”, el escritor se consideraba a sí mismo y a sus lectores como los hebreos que verdaderamente eran cruzadores de ríos, como los patriarcas (11:9-10, 13-16).
El versículo 15 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan Su nombre”. Este versículo es la continuación de los versículos 8 al 14. Puesto que en la vida de iglesia disfrutamos como gracia al Cristo inmutable y le seguimos fuera de la religión, debemos por intermedio Suyo ofrecer sacrificios espirituales a Dios. Primero, en la iglesia debemos ofrecer continuamente por medio de Él un sacrificio de alabanza a Dios. En la iglesia Él canta en nosotros himnos de alabanza a Dios el Padre (2:12). En la iglesia nosotros también debemos alabar a Dios el Padre por medio de Él. Finalmente, en la iglesia, Él y nosotros, nosotros y Él, alabamos al Padre juntos en el espíritu mezclado. Él, como Espíritu vivificante, alaba al Padre en nuestro espíritu, y nosotros, por medio de nuestro espíritu, alabamos al Padre en Su Espíritu. Éste es el mejor y más elevado sacrificio que podemos ofrecer a Dios por medio de Él. Esto es muy necesario en las reuniones de la iglesia.