Mensaje 10
(5)
Lectura bíblica: Hch. 2:14-47
En el primer mensaje que Pedro dirigió a los judíos (Hch. 2:14-47), vemos cuatro asuntos: la explicación del llenar económico del Espíritu Santo (Hch. 2:14-21), el testimonio del Hombre Jesús en Su obra, muerte, resurrección y ascensión (Hch. 2:22-36), la instrucción y ruego a los que fueron conmovidos por el Espíritu (Hch. 2:37-41) y el inicio de la vida de iglesia (Hch. 2:42-47). En el mensaje anterior, hablamos sobre la explicación que dio Pedro del llenar económico del Espíritu Santo. Ahora estudiaremos el testimonio que dio acerca del Señor Jesús.
En 2:22 Pedro declara: “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las obras poderosas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de El, como vosotros mismos sabéis”. El primer mensaje que dieron los apóstoles al predicar el evangelio estaba centrado en un hombre. Lucas, en su evangelio, les presentó a sus lectores este hombre, incluyendo Su concepción, Su nacimiento, Su juventud, Su vida terrenal, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión. Ahora, en este libro, Lucas dice que este hombre fue predicado por los apóstoles como el Salvador que Dios designó.
La palabra griega traducida “aprobado” en el versículo 22 significa literalmente señalado, exhibido, mostrado; por tanto, probado mediante una demostración, produciendo así una aprobación. Esto indica que la obra del Señor fue una demostración, una exhibición que Dios hizo de El. Mientras Cristo vivía y ministraba, todo lo que El hacía exhibía el hecho de que Su obra era hecha por Dios. En los cuatro evangelios, vemos la exhibición de una persona maravillosa, el Dios-hombre. Los evangelios exhiben a este Dios-hombre como Aquel que fue completamente probado y aprobado. En el versículo 22, el pensamiento de Pedro es que Jesús fue totalmente probado y aprobado por Dios.
En 2:23 vemos que la muerte del Señor fue conforme al determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios: “A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, matasteis clavándole en una cruz por manos de inicuos”. Este consejo ha de haber sido determinado en un concilio celebrado por la Trinidad Divina antes de la fundación del mundo (1 P. 1:20; Ap. 13:8). Esto indica que la crucifixión del Señor no fue un accidente en la historia de la humanidad, sino el cumplimiento del consejo divino determinado por el Dios Triuno.
La muerte de Cristo fue también conforme al anticipado conocimiento de Dios. Cristo fue designado, preparado, por Dios para ser el Cordero redentor (Jn. 1:29) a favor de Sus elegidos desde antes de la fundación del mundo según Su presciencia (1 P. 1:20). Esto fue hecho en conformidad con el propósito y plan eterno de Dios, y no por casualidad. Por eso, en la perspectiva eterna de Dios, Cristo fue inmolado desde la fundación del mundo, es decir, desde la caída del hombre, la cual es parte del mundo (Ap. 13:8).
Ya vimos que la Trinidad Divina sostuvo un concilio acerca de la muerte de Cristo, en el cual se decidió que el segundo de la Trinidad llegaría a ser un hombre y que moriría en la cruz. Por consiguiente, la crucifixión del Señor, la cual sucedió en conformidad con la presciencia del Dios Triuno, fue el resultado de una determinación hecha por la Trinidad en el concilio eterno. Por consiguiente, en lugar de ser una casualidad, la crucifixión del Señor fue conforme a la determinación eterna del Dios Triuno.
Hechos 2:23 declara que el Señor Jesús murió clavado en la cruz por manos de inicuos. Estos hombres inicuos incluyen a Judas Iscariote (Lc. 22:3-6), a los principales sacerdotes, a los principales del templo, a los ancianos (Lc. 22:52-53), al sumo sacerdote y al sanedrín judío (Lc. 22:54, 66-71), a Pilato, a Herodes y a los soldados romanos (Lc. 23:1-25), principalmente a los judíos fanáticos junto con sus comisionados y a los políticos gentiles junto con sus subordinados. Esto indica que toda la humanidad mató a Jesús.
Hechos 2:23 declara que el Señor Jesús fue clavado en la cruz. La pena de muerte judía se efectuaba por apedreamiento (Lv. 20:2, 27; 24:23; Dt. 13:10; 17:5). La crucifixión era una práctica pagana (Esd. 6:11), adoptada por los romanos para ejecutar sólo a los esclavos y a los criminales culpables de hechos atroces. La crucifixión del Señor Jesús no fue solamente el cumplimiento del Antiguo Testamento (Dt. 21:23; Gá 3:13; Nm. 21:8-9), sino también de las palabras mismas del Señor acerca de la manera en que iba a morir (Jn. 3:14; 8:28; 12:32), lo cual no podía cumplirse por apedreamiento. Bajo la soberanía de Dios, poco antes de que el Señor Jesús fuera crucificado, el imperio romano decretó una ley bajo la cual los criminales condenados a muerte habían de ser crucificados. Así, el Señor fue ejecutado de este modo.
En 2:24-32 Pedro habla de la resurrección del Señor Jesús. El hecho de que resucitó era una prueba contundente de que Dios lo había aprobado para que El fuese el Mesías. Mediante la resurrección, Dios declaró que el Cristo resucitado era el verdadero Mesías, el Ungido, Aquel que Dios designó para llevar a cabo Su comisión eterna.
Leamos Hechos 2:24: “Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella”. En este versículo y en el 32, Pedro declara que Dios levantó a Jesús. En 10:40-41, dice otra vez lo mismo, pero añade: “El ... resucitó de los muertos”. Con respecto al Señor como hombre, el Nuevo Testamento nos dice que Dios le levantó de los muertos (Ro. 8:11); considerándole como Dios, nos dice que El mismo resucitó (1 Ts. 4:14). El mismo principio, el Nuevo Testamento, considerandolo un hombre, declara que los hombres lo mataron (Mr. 9:31), pero considerandolo como Dios, dice que El puso Su propia vida (Jn. 10:18). Esto también comprueba que El es tanto humano como divino.
Hechos 2:24 declara que era imposible que la muerte retuviese al Señor. El Señor es tanto Dios como la resurrección (Jn. 1:1; 11:25), y Su vida es indestructible (He. 7:16). Puesto que El vive para siempre, la muerte no puede retenerlo. El mismo se entregó a la muerte, pero la muerte no pudo retenerlo; por el contrario, la muerte fue derrotada y El resucitó.
Leamos Hechos 2:25: “Porque David dice de El: ‘Veía al Señor siempre delante de mí, porque está a mi diestra, para que yo no sea conmovido’”. La palabra “veía” introduce una declaración que Cristo hizo en Su resurrección. La palabra “Señor” se refiere a Dios. Cuando Cristo es sostenido por Dios (como en Is. 41:13; 42:6), se dice que Dios está a Su diestra, pero cuando es exaltado por El, se dice que está sentado a la diestra de Dios (Hch. 2:33; Sal. 110:1; Ef. 1:20-21).
Hechos 2:26 dice: “Por lo cual mi corazón se alegró, y exultó mi lengua y aun mi carne descansará en esperanza”. Esta es una cita de Salmos 16:9, según la Septuaginta, pero en el texto original hebreo, la palabra traducida lengua significa “gloria”, la cual es sinónimo de alma, según Génesis 49:6 y Salmos 7:5. Debido a que Cristo confiaba en Dios, Su corazón se alegró y Su alma exultó mientras El estaba en el Hades (Hch. 2:27).
La palabra griega traducida “descansará” se puede traducir también habitará, residirá, o fijará su tienda. Después de que Cristo murió en la cruz, mientras Su alma exultaba en el Hades, Su carne (Su cuerpo) reposaba en esperanza en el sepulcro, porque El confiaba en Dios.
Hechos 2:27 declara: “Porque no abandonarás mi alma en el Hades, ni permitirás que Tu Santo vea corrupción”. El Hades equivale al Seol del Antiguo Testamento (Gn. 37:35; Sal. 6:5), es el lugar donde están las almas y los espíritus de los muertos (Lc. 16:22-23). En este versículo y en 2:27, “corrupción” se refiere a la corrupción del cuerpo en el sepulcro.
Hechos 2:28 añade: “Me hiciste conocer los caminos de la vida; me llenarás de gozo con Tu presencia”. Estos caminos de vida son los caminos para salir de la muerte y entrar en resurrección. La palabra griega traducida “presencia” también significa semblante. Esto indica que cuando Cristo resucitó, llegó a la presencia de Dios, particularmente en Su ascensión (2:34; He. 1:3).
En 2:29-31, Pedro declara: “Varones hermanos, os puedo decir con franqueza del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. Por consiguiente, siendo profeta y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que del fruto de sus lomos levantaría a uno para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que no fue abandonado en el Hades, y Su carne no vio corrupción”. La palabra griega traducida “fruto” en el versículo 30 es karpós, aplicada a Cristo sólo en el sentido de descendencia en este versículo y en Lucas 1:42. Se usa para referirse el fruto del árbol de la vida en Apocalipsis 22:2. Por tanto, Cristo es el Renuevo de Jehová (Is. 4:2) y de David (Jer. 23:5), y el fruto de María y el de David, para que nosotros lo comamos a El como árbol de la vida.
Hechos 2:30 se refiere a Cristo como Aquel que había de sentarse en el trono de David. Esto también lo declaró el ángel a María cuando Cristo fue concebido (Lc. 1:32-33).
En Hechos 2:32, Pedro da una conclusión acerca de la resurrección de Cristo: “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos”. La palabra griega traducida “de lo cual” puede traducirse también “de quien”. Los apóstoles fueron testigos del Cristo resucitado, no sólo en palabras, sino también con lo que ellos vivían y hacían, especialmente en cuanto a dar testimonio de Su resurrección (4:33), lo cual es el tema crucial de la realización de la economía neotestamentaria de Dios.
La ascensión de Cristo fue Su exaltación por parte de Dios. Al exaltarlo, Dios lo hizo Señor y Cristo. El derramamiento del Espíritu Santo demostró que Dios exaltó al Señor Jesús y lo hizo Señor y Cristo.
Leamos Hechos 2:33: “Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís”. Esta no es la promesa que hizo el Señor en Juan 14:16-17 y 15-26, sino la promesa que dio el Padre en Joel 2:29, citada por Pedro en Hechos 2:17, y a la que se refirió el Señor en Lucas 24:49 y Hechos 1:4. El hecho de que el Cristo exaltado recibiera la promesa del Espíritu Santo en realidad significa que recibió al Espíritu Santo mismo. Cristo fue concebido por el Espíritu esencial para tener existencia en la humanidad (Lc. 1:35; Mt. 1:18, 20), y fue ungido por el Espíritu económico para llevar a cabo Su ministerio entre los hombres (Mt. 3:16; Lc. 4:18). Después de Su resurrección y ascensión, El todavía necesitaba recibir de nuevo el Espíritu económico para poderse verter sobre Su Cuerpo, a fin de llevar a cabo Su ministerio celestial en la tierra con miras al cumplimiento de la economía neotestamentaria de Dios.
En Hechos 2:34-35, Pedro dice: “Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a Mi diestra, hasta que ponga a Tus enemigos por estrado de Tus pies’”. Esto comprueba que hasta el tiempo de Pentecostés, David aún no había ascendido a los cielos. Este hecho anula la enseñanza errónea que afirma, basándose en Efesios 4:8-10, que cuando Cristo resucitó llevó consigo el Paraíso, y a todos los santos del Antiguo Testamento que allí estaban, del Hades a los cielos.
En el versículo 34, David dice: “Dijo el Señor a mi Señor...”. El primer “Señor” se refiere a Dios, y el segundo, a Cristo, a quien David llamó “mi Señor” (Mt. 22:44-45).
Hechos 2:34 dice que el Señor Jesús está sentado a la diestra de Dios. La palabra “diestra” denota la posición de gloria, honra y poder (Éx. 15:6; 1 R. 2:19; Mr. 14:62).
En 2:35 vemos que el Señor ha de sentarse a la diestra de Dios hasta que El ponga a Sus enemigos por estrado de Sus pies. Esto indica que después de la ascensión, Dios todavía trabaja para vencer a los enemigos de Cristo a fin de que éste regrese a reinar en el reino universal de Dios (1 Co. 15:25; Ap. 11:15).
En 2:36, Pedro concluye: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. Este versículo pone especial énfasis en “vosotros”.
Por ser Dios, el Señor siempre ha sido Señor (Lc. 1:43; Jn. 11:21; 20:28), pero como hombre, El fue hecho Señor en Su ascensión, después que, en Su resurrección, introdujo Su humanidad en Dios. Además, como Enviado y Ungido de Dios, El era Cristo desde Su nacimiento (Lc. 2:11; Mt. 1:16; Jn. 1:41; Mt. 16:16), pero en ese papel, también fue hecho oficialmente el Cristo de Dios en Su ascensión. Fue hecho el Señor de todos (Hch. 10:36), para poseer a todas las personas, y fue hecho Cristo, el Ungido de Dios (He. 1:9), para llevar a cabo la comisión divina.