Mensaje 13
(8)
Lectura bíblica: Hch. 3:1-26
En 3:1-26, vemos el segundo mensaje que dirigió Pedro a los judíos. Los versículos 1-10 describen la sanidad de un cojo, y los versículos 11-26 presentan el mensaje de Pedro.
En Hechos 3:1 dice: “Pedro y Juan subían juntos al templo a la oración de la hora novena”. Ya mencionamos que al comienzo de la economía neotestamentaria de Dios, ni los primeros creyentes ni siquiera el primer grupo de apóstoles entendían claramente que Dios había abandonado el judaísmo con sus prácticas y lugares religiosos, incluyendo el templo. Por esto ellos seguían acudiendo al templo conforme a sus tradiciones y costumbres.
No sólo los primeros cristianos desconocían la economía neotestamentaria de Dios con respecto al templo judío, sino también los primeros apóstoles, quienes no vieron que Dios había abandonado las cosas judías. Por consiguiente, aun después de que Dios vertió el Espíritu sobre ellos el día de Pentecostés para iniciar una nueva dispensación, ellos seguían acudiendo al templo. En la etapa inicial, Dios toleró la ignorancia de ellos en este asunto. Sin embargo, esto condujo a que la iglesia y el judaísmo se mezclaran, lo cual no fue censurado por la iglesia en Jerusalén en sus primeros días (véase 21:20-26). Con el tiempo, el templo fue destruido por Tito y su ejército romano en el año 70 d. de C., como el Señor profetizó en Mateo 23:38 y 24:2. Esa destrucción eliminó la mezcla religiosa.
Cuando Pedro y Juan estaban a punto de entrar en el templo, encontraron a un hombre que había sido cojo desde el vientre de su madre. Ellos fijando sus ojos en él, le dijeron: “¡Míranos!” (3:2-4). El hombre “les prestó atención esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: no poseo plata ni oro, pero lo que tengo, esto te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y asiéndolo por la mano derecha le levantó; y al momento se le fortalecieron los pies y tobillos” (vs. 5-7). Pedro no poseía plata ni oro, pero en contraste a esto, la catedral de San Pedro en Roma fue construida con oro en gran abundancia. Aunque él no poseía plata ni oro, tenía el nombre, la persona de Jesucristo. El era pobre en plata y oro, pero era rico en Cristo. La Iglesia Romana está llena de oro, pero no de la persona de Cristo. Es rica en oro pero pobre en Cristo.
Pedro se dirigió al hombre cojo y le mandó que caminara, en el nombre de Jesucristo de Nazaret. “Jesucristo de Nazaret” denota a Aquel que fue despreciado por los líderes judíos (Jn. 1:45-46; Hch. 22:8; 24:5).
Pedro y Juan hicieron un milagro que atrajo la atención del pueblo, pero en su mensaje, Pedro desvió la atención que la gente ponía en el milagro y la centró en una persona, el Señor Jesús. A pesar de que los discípulos habían realizado un milagro, Pedro no se centró en él. Por el contrario, él usó el milagro como base para que su audiencia se volviera a Cristo. El desvió la atención del pueblo, de la sanidad al Sanador.
El mensaje de Pedro se basaba en el milagro de la sanidad del hombre cojo. No obstante, Pedro no tenía ninguna intención de hablar acerca de sanidad divina. Su único interés era propagar a Cristo, es decir, proclamarlo.
La única preocupación que Pedro tenía en su mensaje era infundir a Cristo en otros para que éstos llegaran a ser la propagación de Cristo y Sus miembros vivientes, y proporcionar así un Cuerpo para Cristo en la tierra. La experiencia de Pentecostés tenía como propósito propagar a Cristo, no milagros, prodigios, señales ni la sanidad divina. Todas estas cosas tienen menos importancia. Aunque Pedro y Juan sanaron a este hombre cojo, Pedro no hizo hincapié en la sanidad sino en el nombre del Señor Jesús. Observamos esto cuando Pedro dijo al hombre cojo: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Más adelante en su mensaje él declara: “Y por la fe en Su nombre, a éste, a quien vosotros veis y conocéis, le ha fortalecido Su nombre” (v. 16). Por consiguiente, el tema de la predicación de Pedro no fue la sanidad divina ni los milagros, sino la persona del Señor Jesucristo.
Pese a que Pedro desvió la atención que ponía la gente en la sanidad para centrarla en el Sanador, hoy muchos cristianos desvían la atención de la gente del Sanador a la sanidad, incluso, a la falsa sanidad. Muchas de las supuestas sanidades que se llevan a cabo en las reuniones pentecostales no son verdaderas. La sanidad del hombre cojo fue verdadera. El pasaje nos dice que él, después de ser sanado, “se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios” (v. 8). No obstante, Pedro dirigió a la gente hacia el Sanador, hacia el Señor Jesús. Nosotros también debemos desviar nuestra atención de las sanidades y centrarla en el Sanador.
Después que la multitud sorprendida se acercara a los discípulos y al hombre cojo, Pedro les dijo: “Varones israelitas, ¿porque os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a Su Siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad” (vs. 12-13). Algunos manuscritos añaden “el Dios de” antes de Isaac y de Jacob. ¿Por qué Pedro se refirió a Dios como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob en el versículo 13? ¿Por qué no dijo simplemente, Dios? Este título se refiere al Dios Triuno, a Jehová, el gran Yo Soy (Éx. 3:14-15). Según la palabra del Señor en Mateo 22, este título divino implica la resurrección: “Pero respecto a la resurrección de los muertos ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: ‘Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (vs. 31-32). Pedro se refirió a Dios como el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob porque indica que El es el Dios de resurrección.
Pedro ademas dijo que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob “glorificó a Su Siervo Jesús”. Dios glorificó al Señor Jesús por medio de Su resurrección y en Su ascensión (Lc. 24:26; He. 2:9; Ef. 1:20-22; Fil. 2:9-11).
En 3:14, Pedro declara al pueblo: “Mas vosotros negasteis al Santo y Justo, y pedisteis que se os diese un homicida”. ¿Qué significa el hecho de declarar que el Señor es el Santo? La palabra “Santo” en este versículo indica que Jesús, el nazareno, Aquel que fue despreciado por los líderes judíos, se apartó de todo y vivió sólo para Dios. Además, El fue absolutamente uno con Dios. El significado de la palabra santo en la Biblia denota a una persona que se consagra totalmente al Señor y que vive en completa unidad con El. En toda la historia de la humanidad, sólo hubo una persona así: el Señor Jesús. David fue un hombre bueno, pero por lo menos en una ocasión obró en favor de sí y no de Dios. En cambio, el Señor Jesús llevó una vida completamente apartada para Dios y fue uno con El. Ni siquiera por un instante se interrumpió Su consagración ni Su unidad con Dios. Por consiguiente, El es llamado el “Santo”. Sólo El merece este título.
Hechos 3:14 muestra que Pedro no sólo llamó al Señor Jesús, el Santo, sino también, el Justo. Ser justo significa estar bien con Dios, con los hombres y con todo. El Señor Jesús es el único que puede ser llamado, el Justo, porque solamente El se relaciona rectamente con Dios, con los hombres y con todas las cosas. Nosotros no tenemos la capacidad de ser justos de esa manera. Por ejemplo, cuando nos enojamos tal vez golpeemos una puerta o una silla. Esto muestra que nuestra relación con las cosas no es recta. Por consiguiente, ninguna de nosotros puede ser llamado, el Justo.
Como el Justo, el Señor Jesús es Aquel que siempre es recto. El nunca ha hecho nada incorrecto delante de Dios, ni de los hombres. Observe lo que hizo cuando purificó el templo: “Y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de Mi Padre casa de mercado” (Jn. 2:14-16). Ciertamente el Señor Jesús obró con rectitud al hacer esto. De otra forma, El hubiera actuado como un político. El vio la situación pecaminosa y se indignó. Supongamos que El hubiera dicho: “No debo hacer nada con enojo. Si lo hago, quedará escrito que en una ocasión obré airado. Así que, debo prestar atención a la manera en que me conduzco”. No obstante, como el Justo, el Señor purificó el templo de una manera justa. El nunca hizo nada incorrecto porque El siempre ha sido el Justo.
Como hemos visto, Pedro, en su segundo mensaje a los judíos, usó los títulos: el Siervo, el Santo y el Justo para referirse al Sanador. ¿Cómo pudo Pedro, siendo un hombre inculto, declarar estas palabras? Como veremos, cuando los sacerdotes del sanedrín se dieron cuenta de que Pedro y Juan “eran hombres sin instrucción e indoctos, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús” (4:13). A pesar de que Pedro era un hombre iletrado e indocto, él pudo dar este mensaje en Hechos 3 por el Espíritu vivificante que vivía en él. El Espíritu no habló directamente por Sí mismo, sino que, siguiendo el principio de la encarnación, habló por medio de Pedro, un hombre iletrado. Por consiguiente, todos estos puntos relacionados con el Señor Jesús fueron divinamente inspirados; no obstante, la persona que hablaba era un indocto pescador. En Hechos 3, el Espíritu habló por medio de un pescador. Pedro declaró en su mensaje que el Señor Jesús es el Santo, Aquel que vive consagrado a Dios y es uno con Dios, y también el Justo, Aquel que está bien con Dios y con todas las cosas.
En Hechos 3:15 Pedro agrega: “Y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos”. La palabra griega traducida “Autor” es arcegós, lo cual también significa fuente, originador, líder principal y capitán. En este versículo, Pedro se refiere a Cristo como fuente o Originador de la vida, lo cual está en contraste con la palabra, “homicida” del versículo previo.
Otra versión de Hechos 3:15 declara: “Y disteis muerte al Príncipe de la vida”. Esta es una traducción incorrecta, pues la palabra arcegós no denota a un príncipe sino la fuente misma, el origen, el originador de la vida, el Autor de la vida. Pedro declara que el Sanador es la fuente de la vida, el Originador; El es el Autor, el líder principal en vida. Con esto Pedro indica que el Señor no es solamente el Sanador, sino la fuente, el origen y el Iniciador de la vida.
El capítulo tres de Hechos no sólo nos presenta un caso de sanidad, sino más bien, la impartición de la vida a los demás. Esto es propagar a Cristo. Para llevar a cabo esta propagación, necesitamos al Señor como Autor de la vida, como la fuente de la vida.
Muchos cristianos que siguen la teología tradicional leen la Biblia de una manera superficial. Esta es la razón por la cual animo a los santos a abandonar la teología tradicional y volver a la Biblia. La Biblia tiene muchas “minas de oro ocultas” que debemos cavar. Una de éstas es la palabra griega arcegós de 3:15.
Debemos ver dónde está la vida, de dónde procede. En el versículo 15, la palabra “Autor” indica que la vida procede del Sanador, quien es el Santo y el Justo. El no sólo tiene el poder de sanar, sino que El mismo es la fuente, el origen de la vida, el Autor y Originador de la vida. Cuando tenemos vida, tenemos también sanidad. La razón por la cual la gente se enferma es porque le fata vida. Los médicos saben si tenemos una vida débil, fácilmente podemos enfermarnos, pero si nuestra vida es fuerte, la vida se tragará la muerte.
Pedro deseaba que la gente se diera cuenta de que Aquel a quien habían matado es el Autor de la vida. El no es solamente el Sanador, sino también el Autor de la vida. Aunque El murió, Dios lo levantó de entre los muertos. Como ya dijimos, en cuanto al Señor como hombre, el Nuevo Testamento declara que Dios lo levantó de los muertos, pero considerándolo como Dios, nos dice que El mismo resucitó (Ro. 14:9). Además, los apóstoles fueron testigos del Cristo resucitado, dando testimonio de Su resurrección, la cual es el enfoque crucial de la economía neotestamentaria de Dios.
En Hechos 3:16 Pablo declara: “Y por la fe en Su nombre, a éste, a quien vosotros veis y conocéis, le ha fortalecido Su nombre; y la fe que viene por medio de El ha dado a éste la íntegra salud, en presencia de todos vosotros”. Las palabras traducidas “la fe en Su nombre” significan literalmente: sobre la fe de Su nombre, es decir, sobre la base de la fe en Su nombre. El nombre denota a la persona y la persona es la realidad que respalda el nombre; por consiguiente, el nombre del Señor es poderoso.
En los versículos 17 y 18, Pedro añade: “Más ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos los profetas, que Su Cristo había de padecer.” La muerte redentora de Cristo fue determinada primeramente por Dios en la eternidad (2:23) y anunciada de antemano por medio de los profetas en el Antiguo Testamento. Esto demuestra una vez más que la muerte de Cristo no fue un accidente en la historia, sino un hecho planeado por Dios conforme al propósito de Su beneplácito y anunciado de antemano por medio de los profetas.
En 3:22-23, Pedro indica que el Señor Jesús es el profeta: “Moisés dijo: ‘El Señor vuestro Dios os levantará Profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a El oiréis en todas las cosas que os hable; y sucederá que toda alma que no oiga a aquel Profeta, será totalmente desarraigada de entre el pueblo’”. Por consiguiente, en este capítulo vemos que el Señor Jesús es el Siervo, el Santo, el Justo, el Autor de la vida y el Profeta.
En Hechos 3:19-26 Pedro exhorta a los judíos a arrepentirse y a convertirse para que participen del Cristo ascendido que ha de venir. Pedro parecía decirles: “Hicisteis algo insensato, pero ahora debéis arrepentiros y convertiros para participar del Cristo ascendido que ha de venir y disfrutarlo. Cristo es el Siervo de Dios, el Santo, el Justo y el Autor de la vida. El lo ha cumplido todo, lo ha logrado y ha obtenido todas las cosas. El está ahora en los cielos pero volverá. Este Cristo es la porción vuestra. Por tanto, arrepentíos y convertíos para que participéis de El y lo desfrutéis. Si vosotros venís a El, lo disfrutareis”. Esto es lo que recalcó Pedro en su segundo mensaje a los judíos.
En 3:19-20a, Pedro declara a los judíos: “Así que, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”. La palabra griega traducida “refrigerio” significa literalmente reanimación; por ende, alivio o refrigerio. Los tiempos de refrigerio denotan un tiempo de avivamiento de todas las cosas con gozo y descanso, refiriendose a los tiempos de la restauración de todas las cosas como se menciona en 3:21, los cuales vendrán cuando el Mesías venga en Su gloria, tal como el Salvador enseñó y profetizó en Mateo 19:28.
Parece que lo dicho por Pedro en 3:19 omite la era de la iglesia y pasa directamente del tiempo de Pentecostés al milenio. Esto quizá indique que Pedro no tenía una visión clara acerca de la era de la iglesia en la economía neotestamentaria de Dios. Todo el Nuevo Testamento revela que antes de los tiempos de refrigerio, la iglesia ocupa un considerable período de tiempo en las dispensaciones de Dios.
Ya mencionamos que los tiempos de refrigerio son tiempos de reanimación, de avivamiento y alivio. ¿Ha experimentado usted tiempos de refrigerio? ¿Ha disfrutado tiempos de gozo y de descanso? En realidad toda conversión genuina es un tiempo de refrigerio. Toda regeneración auténtica es un tiempo de disfrute. Cuando fuimos salvos, tuvimos un tiempo de deleite. En aquel tiempo, sentimos gozo y paz; disfrutamos a Cristo como nuestro gozo y nuestra paz. Hasta cierto punto, todos hemos tenido esta experiencia.
En realidad, los tiempos de refrigerio son Cristo mismo. Cuando le tenemos, El es nuestro refrigerio; El es nuestro disfrute y nuestra paz.
En 3:20-21 Pedro declara: “Y El envíe a Cristo, que fue designado de antemano para vosotros, a Jesús; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de Sus santos profetas desde tiempo antiguo”. Los tiempos de la restauración de todas las cosas son los tiempos de restauración en el milenio como se profetizó en Isaías 11:1-10 y 65:18-25, y a los cuales se refirió Cristo en Mateo 17:11 y 19:28. Estos tiempos vendrán cuando El regrese.