Mensaje 15
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Lectura bíblica: Hch. 4:1-31
En este mensaje estudiaremos Hechos 4:1-31. Estos versículos describen el comienzo de la persecución por parte de los religiosos judíos. Podemos dividir Hechos 4:1-31 en seis secciones: el sanedrín los arresta y los interroga (Hch. 4:1-7), el testimonio de Pedro (Hch. 4:8-12), la prohibición del sanedrín (Hch. 4:13-18), la respuesta de Pedro y Juan (Hch. 4:19-20), el sanedrín los libera (Hch. 4:21-22), y la alabanza y oración de la iglesia (Hch. 4:23-31). Estudiaremos Hch. 4:1-31 de una manera general y profundizaremos en los versículos 11 y 12.
Leamos los versículos 1 y 2: “Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos, contrariados de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos”. En este pasaje se menciona el jefe de la guardia del templo. Los saduceos constituían una secta del judaísmo (5:17). No creían en la resurrección, ni en los ángeles ni en los espíritus (Mt. 22:23; Hch. 23:8). Tanto Juan el Bautista como el Señor Jesús censuraron a los fariseos y a los saduceos, calificándolos de cría de víboras (Mt. 3:7; 12:34; 23:33). El Señor advirtió a Sus discípulos en cuanto a las doctrinas de ellos (Mt. 16:6-12).
Los saduceos estaban muy contrariados por el hecho de que Pedro y Juan enseñaban al pueblo y anunciaban en Jesús la resurrección de los muertos. En 4:2 la preposición “en” denota, en el poder de algo, con la naturaleza y el carácter de algo.
Pedro y Juan fueron encarcelados (v. 3). “Aconteció al día siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas, y el sumo sacerdote Anás, y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran del linaje de los sumos sacerdotes” (vs. 5-6). Esta fue una reunión del sanedrín judío (v. 15). En los cuatro evangelios, este sanedrín, compuesto por los líderes judíos, llegó a ser el mayor opositor del Señor Jesús y de Su ministerio y le condenó a muerte (Mt. 26:59). Ahora, en este libro, el mismo sanedrín con los mismos miembros empezó a perseguir a los apóstoles y el ministerio de éstos (5:21; 6:12; 22:30). Esto indica que el judaísmo había caído en manos del enemigo de Dios, Satanás el diablo, y era usado por él en su intento de estorbar y destruir el mover de Dios en Su economía neotestamentaria, el cual tiene como fin llevar a cabo el propósito eterno de Dios, a saber, traer Su reino a la tierra al establecer y edificar las iglesias por medio de la predicación del evangelio de Cristo.
Aparte de Anás el sumo sacerdote, Hechos 4:6 menciona a Caifás, a Juan y a Alejandro. Caifás era un sumo sacerdote (Lc. 3:2), y Juan y Alejandro quizá eran parientes del sumo sacerdote. En cualquier caso, deben de haber sido dignatarios judíos, dado que son nombrados con los líderes del sanedrín judío (Hch. 4:15).
En Hechos 4:7 dice: “Y poniéndoles en medio, les preguntaron: ¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?” Esta pregunta se refiere a la sanidad del hombre cojo del capítulo tres. Las palabras griegas traducidas “con qué potestad o en qué nombre” significan literalmente “con qué clase de poder o en qué clase de nombre”.
Hechos 4:8-12 narra el testimonio de Pedro. Los versículos 8-10 declaran: “Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos, puesto que hoy se nos investiga acerca del bien hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el nazareno, a quien vosotros crucificasteis, y a quien Dios resucitó de los muertos, en Su nombre está en vuestra presencia sano este hombre”. En el versículo 8 vemos a Pedro lleno del Espíritu Santo exterior y económicamente. Enseguida, Pedro les dijo que el hombre cojo fue sanado “en el nombre de Jesucristo el nazareno”. Ya vimos que la palabra “nazareno” alude a Aquel que fue despreciado por los líderes judíos (Jn. 1:45:46; Hch. 22:8; 24:5). El versículo 10 pone énfasis en “vosotros” y recalca el hecho de que ellos crucificaron al Señor Jesús y que Dios lo resucitó de entre los muertos.
En los versículos 11 y 12, Pedro añade: “Este Jesús es la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. El versículo 11 cita Salmos 118:22. El Señor Jesús citó también este versículo en Mateo 21:42, donde declaraba que El es la piedra del edificio de Dios (Is. 28:16; Zac. 3:9; 1 P. 2:4), y que los “edificadores” eran los líderes judíos que supuestamente laboraban en el edificio de Dios. Sus palabras revelaron que los líderes judíos le rechazarían y que Dios le honraría para la edificación de Su habitación entre Su pueblo en la tierra. Por estas palabras Pedro aprendió a conocer al Señor como la piedra preciosa tenida en honor por Dios, tal como habló tocante al Señor en su primera epístola (1 P. 2:4-7). Esta cita indica que Pedro predicaba a Cristo no sólo como el Salvador que salva a los pecadores, sino también como la piedra útil para el edificio de Dios. Este Cristo es la única salvación de los pecadores, y en Su nombre único bajo el cielo, un nombre despreciado y rechazado por los líderes judíos pero honrado y exaltado por Dios (Fil. 2:9-10), los pecadores pueden ser salvos (Hch. 4:12).
En el versículo 11 la palabra griega traducida “menospreciada” significa también rechazada (véase Mt. 21:42). La piedra menospreciada y rechazada por los edificadores, ha llegado a ser la cabeza del ángulo. Las palabras griegas traducidas “cabeza del ángulo” significan literalmente cabeza de la esquina. Cristo no sólo es la piedra del fundamento (Is. 28:16) y la piedra cimera (Zac. 4:7), sino también la piedra del ángulo.
Después de la prohibición del sanedrín (vs. 13-18), de la respuesta de Pedro y Juan (vs. 19-20), y de la liberación de Pedro y de Juan por parte del sanedrín (vs. 21-22), vemos la alabanza y la oración de la iglesia (vs. 23-31). Leamos el versículo 23: “Y puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho”. La expresión “los suyos” se refiere a los miembros de la iglesia, quienes fueron hechos distintos y separados de los judíos por invocar el nombre de Jesús (9:14).
Los versículos 24-26 declaran: “Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que mediante el Espíritu Santo, por boca de David nuestro padre Tu siervo dijiste: ‘¿Por qué se han enfurecido los gentiles, y los pueblos planean cosas vanas? Se levantaron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra Su Cristo’”. La palabra griega traducida “Soberano Señor” en el versículo 24 no es kurios, la cual regularmente se traduce “Señor”, sino despotes, lo cual denota a alguien que es dueño de un esclavo, alguien que tiene poder absoluto, como en Lucas 2:29, Judas 4, Apocalipsis 6:10, y 1 Timoteo 6:1-2. Originalmente, la palabra traducida “enfurecido” en el versículo 25 significaba bufar como caballo, es decir, ser altivo, insolente.
Los versículos 27-28 declaran: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra Tu santo Siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto Tu mano y Tu consejo habían predestinado que sucediera”. La palabra “predestinado” en el versículo 28 nos recuerda “el determinado consejo y el anticipado conocimiento de Dios” que se menciona en 2:23. La crucifixión del Señor Jesús fue el cumplimiento del determinado consejo divino del Dios Triuno.
Hechos 4:29-31 declara que oraron para tener el denuedo para hablar la palabra del Señor: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (v. 31). Ellos, al igual que Pedro en el versículo 8, fueron llenos del Espíritu Santo exterior y económicamente.
El recuento de Hechos 4, gira en torno a Cristo el Sanador revelado en el capítulo tres. La sanidad mencionada en este capítulo no se produjo fuera de la ciudad santa, sino en la ciudad misma, incluso cerca del templo. Por tanto, muchos de los que asistían al templo presenciaron este suceso. Sin embargo, los gobernantes y administradores judíos no aceptaban ninguna actividad hecha en el nombre de Aquel que ellos negaron, que condenaron a muerte y mataron. Tampoco podían negar el hecho de que el hombre cojo había sido sanado y que esto ocurrió por medio del nombre de Jesús y no por alguna capacidad humana. Además, Pedro y Juan eran galileos, no residían en Jerusalén, sino que procedían de la región menospreciada de Galilea. Finalmente hubo mucha confusión y les resultó difícil a los líderes judíos controlar la situación. Ellos no podían estar de acuerdo con los pescadores galileos y mucho menos aceptar lo que habían hecho en el nombre de Aquel a quien ellos negaron y habían crucificado. Por tanto, no pudiendo mantener el orden, se reunieron y tuvieron una conferencia.
Leamos Hechos 4:15: “Entonces les ordenaron que saliesen del sanedrín; y conferenciaban entre sí”. El sanedrín era un concilio compuesto de los principales sacerdotes, ancianos, intérpretes de la ley y escribas. Era la corte suprema de los judíos (Lc. 22:66; Hch. 5:27, 34, 41). El sanedrín tenía la autoridad de tomar decisiones acerca de ciertos asuntos sin consultar a ninguna autoridad superior.
En Hechos 4 vemos que el sanedrín manejó el caso de Pedro y Juan con prudencia. Conferenciaban entre sí diciendo: “¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, es evidente a todos los que moran en Jerusalén que una señal notable ha sido hecha por medio de ellos, y no lo podemos negar. Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno sobre este nombre. Y llamándolos, les ordenaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen sobre el nombre de Jesús” (vs. 16-18). Después de amenazarlos, “les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho”. (v. 21). Quizá el sanedrín tenía miedo de que el pueblo los apedreara a ellos si castigaban a Pedro y a Juan; por lo tanto les soltaron.
Cuando les preguntaron a Pedro y Juan con qué poder y en qué nombre habían sanado al hombre cojo, Pedro aprovechó la oportunidad para hablar de Cristo como el Sanador. Por consiguiente, el capítulo cuatro es la continuación de la presentación que Pedro hizo del Sanador. En el capítulo tres él presentó a este Sanador en seis aspectos: el Siervo de Dios, el Santo, el Justo, el Autor de la vida, el Profeta y la simiente en la cual todas las familias de la tierra serán benditas. Todos estos aspectos del Sanador son de gran provecho para nosotros, pero en el capítulo cuatro, Pedro presenta un aspecto del Sanador que beneficia especialmente a Dios; él presenta a Cristo como la piedra del edificio de Dios.
Hechos 4:12 dice: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Este versículo es muy usado para la predicación del evangelio, pero ¿ha oído usted alguna vez que lo hayan usado en conexión con el versículo 11? En Hechos 4:11 dice: “Este Jesús es la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo”. Estos versículos indican que la piedra del versículo 11 es el Salvador del versículo 12. La piedra rechazada por los edificadores ha llegado a ser la cabeza del ángulo, y en ningún otro nombre hay salvación. Podemos ser salvos únicamente en el nombre de Jesús, y El es la piedra. Esto indica que el Salvador que hemos recibido es el Salvador-Piedra. En los cuatro evangelios, vemos al Salvador-Rey en Mateo, al Salvador-Esclavo en Marcos, el Salvador-Hombre en Lucas y al Dios-Salvador en Juan. Ahora en el libro de Hechos, tenemos al Salvador-Piedra. Nuestro salvador no es solamente el Rey, el Esclavo, el Hombre y Dios; El es también la piedra del edificio de Dios.
En 4:7 les preguntaron a Pedro y Juan con qué poder y en qué nombre habían sanado al hombre cojo. Luego, en el versículo 10, Pedro dijo: “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, en Su nombre está en vuestra presencia sano este hombre”. Pedro habló con denuedo acerca del nombre de Jesucristo. Luego, en el versículo 11, declara que este nombre es la piedra menospreciada por los edificadores. Pedro era un hombre iletrado e indocto (v. 13); no obstante, declaró que Jesucristo es la piedra menospreciada por los edificadores. ¿Quiénes eran los edificadores que menospreciaban esta piedra? Eran los líderes del sanedrín.
Al leer el libro de Hechos podemos encontrarnos todavía bajo la influencia de la teología tradicional. Esta influencia tal vez nos permita ver que en el nombre de Jesús podemos ser salvos, y que no hay otro nombre que nos pueda salvar. Pero quizás no profundicemos en el significado de la piedra y de los edificadores. Probablemente tampoco nos preguntemos qué edificaban dichos edificadores. Algunos pensarán que edificaban el judaísmo, es decir, una religión. Pero Dios no desea edificar el judaísmo ni ninguna otra clase de religión.
Los líderes judíos, los edificadores, no conocían la economía de Dios. Asimismo, pocos creyentes hoy saben lo que es la economía de Dios. Hemos publicado centenares de mensajes de estudios-vida, en los que hemos abarcado muchas temas acerca de la economía de Dios. Ya Hemos dicho que la economía de Dios consiste en edificar Su morada en el universo. Los cielos no son la habitación permanente de Dios; son Su residencia temporal. La Biblia revela claramente que Dios no está satisfecho con permanecer en los cielos para siempre.
La Biblia revela que Dios tiene una economía. Esta economía es Su plan, la administración por medio de la cual realiza Su deseo. Lo que Dios anhela en Su economía es edificar Su habitación eterna. ¿Cuál es la habitación eterna de Dios? Su habitación es la mezcla de Sí mismo con el hombre. Ni los cielos ni la tierra constituyen la habitación de Dios para Su satisfacción. Sólo la mezcla de Dios con el hombre reúne los requisitos para ser la morada de Dios. En el Antiguo Testamento vemos poco al respecto, pero el Nuevo Testamento, y particularmente el Evangelio de Juan, revela esto plenamente.
Leamos Juan 1:14: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. Este versículo se refiere a la encarnación: el Verbo, quien es Dios (Jn. 1:1), se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros. En este versículo, las palabras “fijó tabernáculo” son muy significativas. Indican que el Dios encarnado es la mezcla de Dios con el hombre. Esta mezcla es el tabernáculo de Dios, donde Dios puede morar. Además, en este tabernáculo, el pueblo elegido de Dios puede servir a Dios y permanecer con El. Por consiguiente, en Juan 1:14, vemos que Dios se mezcla con el hombre mediante la encarnación para producir en el tabernáculo de Dios, Su morada.
En Juan 14:23, el Señor Jesús declara: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. El Hijo y el Padre vendrán a aquel que ama al Señor Jesús y harán morada con El.
En Juan 15:4, el Señor añade: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. El Señor indica que El puede ser nuestra morada y que necesitamos ser Su morada. El Señor parece decir: “Permaneced en Mí, para que Yo pueda permanecer en vosotros. Sed Mi morada para que Yo sea la vuestra”. Con esto vemos que Dios se mezcla con el hombre a fin de establecer una morada mutua. ¿Había oído esto antes? Este concepto no existe en las enseñanzas teológicas tradicionales.
En Juan 2:19, el Señor Jesús declara: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Según Juan 2:21, “El hablaba del templo de Su cuerpo”. el Señor parecía decir: “Vosotros, líderes judíos, debiendo ser los edificadores, finalmente destruiréis este templo, pero Yo lo edificaré en tres días. En resurrección edificaré lo que vosotros destruisteis.” Este edificio en resurrección no sólo incluye a Jesucristo, sino también a todos los que creen en El. Finalmente, El y todos los creyentes serán edificados juntamente como morada de Dios, que es llamada la casa de Dios, la iglesia, en el Nuevo Testamento (1 Ti. 3:15).
De este modo vemos que la economía de Dios consiste en edificar una morada eterna para Sí mismo y para Sus escogidos. Esta morada es en realidad la mezcla de Dios con Su pueblo escogido.
El pensamiento de que Dios es nuestra habitación también se halla en el Antiguo Testamento. Por ejemplo en Deuteronomio 33:27 dice que el Dios eterno es nuestra morada. En Salmos 90:1 Moisés declara: “Señor, Tú fuiste nuestra morada por todas las generaciones” (lit.). Estos versículos muestran claramente que Dios es nuestra morada. No obstante, en el Antiguo Testamento no podemos encontrar ningún versículo que indique que nosotros, el pueblo escogido de Dios, somos Su morada. Sin embargo el Nuevo Testamento revela claramente que existe un edificio universal, y que éste es la morada mutua de Dios y de Su pueblo escogido. En realidad, esta habitación es Dios como nuestra morada, y nosotros como morada de Dios. Esta morada maravillosa es el edificio de Dios.
Dios deseaba usar a Moisés, a los reyes, a los profetas y a todos los líderes judíos para edificar esta morada. Por consiguiente, los edificadores de Hechos 4:11 deben de referirse a los edificadores de la morada universal de Dios.