Mensaje 17
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Lectura bíblica: Hch. 4:32—5:12
En Hechos 4:32—5:11, se narra la continuación de la vida de iglesia, y en Hch. 5:17-42 vemos la persecución por parte de los religiosos judíos. En cuanto a la primera sección, vemos una escena positiva en Hch. 4:32-37 y una escena negativa en Hch. 5:1-11. En este mensaje examinaremos la vida de iglesia como se presenta en 4:32—5:11.
En Hechos 4:32 dice: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”. Como vimos en 2:44, tener todas las cosas en común no era una señal de amor, sino de la salvación dinámica efectuada por Cristo, la cual salvó a los creyentes de la avaricia y del egoísmo. Solamente se practicó por poco tiempo al comienzo de la economía neotestamentaria de Dios, pero no continuó como una práctica obligatoria en la vida de iglesia durante el ministerio de Pablo.
El versículo 33 dice: “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. Los apóstoles fueron testigos del Cristo resucitado no sólo en palabra, sino también por lo que ellos vivían y hacían, especialmente en cuanto a dar testimonio de la resurrección del Señor.
Hechos 4:33 revela que la gracia abundaba sobre todos los creyentes. La ley hace exigencias al hombre conforme a lo que Dios es; la gracia le suministra al hombre lo que Dios es para que satisfaga lo que El exige. En realidad, la gracia es Dios mismo disfrutado por el hombre. Es el Cristo resucitado que se hizo el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), para, en resurrección, introducir en nosotros al Dios procesado, para que sea nuestra vida y suministro de vida a fin de que nosotros vivamos en resurrección. Así que, la gracia es el Dios Triuno que llega a ser nuestra vida y nuestro todo.
Leamos Hechos 4:34-35: “Porque no había entre ellos ningún necesitado; porque cuantos eran dueños de heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”. Como vimos también en 2:45, la venta de heredades o casas fue una evidencia de la salvación dinámica que el Señor efectuó, la cual permitió que los creyentes vencieran el control que ejercen las posesiones terrenales, que ocupan, poseen y usurpan a toda la humanidad caída (Mt. 19:21-24; Lc. 12:13-19, 33-34; 14:33; 16:13-14; 1 Ti. 6:17).
En Hch. 4:36-37, Lucas presenta un ejemplo positivo de alguien que vendió su tierra, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles: “Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de consolación), levita, natural de Chipre, que tenía una heredad, la vendió y trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles”. Bernabé, un levita natural de Chipre, vendió su heredad y trajo el dinero de la venta y lo puso a los pies de los apóstoles para que fuera distribuido entre los santos conforme a las necesidades. Esto forma parte de la escena positiva de Hch. 4:32-37.
Después de la escena positiva al final del capítulo cuatro, Lucas presenta la escena negativa en Hch. 5:1-11. Esta escena se relaciona con una pareja, Ananías y Safira: “Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y se reservó parte del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo una parte, la puso a los pies de los apóstoles” (vs. 1-2). Ananías y Safira tramaron un plan maligno y mintieron al Espíritu que moraba en los apóstoles. “Mas dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que engañases al Espíritu Santo, reservándote parte del precio de la heredad?” (v. 3). Aparentemente Ananías le había mentido a los apóstoles, pero en realidad le mintió al Espíritu Santo, quien es Dios (v. 4), porque el Espíritu y los apóstoles eran uno.
Al leer estos versículos, vemos que dos personas residían en esta pareja. Primero, indudablemente, el Espíritu moraba en ellos, pues eran salvos. Segundo, Satanás moraba en ellos, pues había llenado sus corazones para que mintieran al Espíritu Santo. Por lo tanto, en Ananías y Safira moraban dos personas: el Espíritu Santo y Satanás.
Debemos darnos cuenta de que en nosotros como creyentes también habitan estas dos personas. Algunos maestros de la Biblia no creen que Satanás more en los creyentes, ni que éstos puedan ser poseídos por demonios. Jessie Penn-Lewis habló en su libro War on the saints [Guerra contra los santos] de casos en los que creyentes fueron poseídos por demonios; por esta razón, algunos se atrevieron a llamarla “bruja”. Aunque algunos niegan el hecho de que los creyentes puedan ser poseídos por demonios, es evidente que ciertos creyentes genuinos han sido poseídos. En el capítulo cinco de Hechos, vemos quizás el primer caso de cristianos que han sido poseídos o engañados por Satanás. Pedro le preguntó a Ananías: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón?” Esto indica que Satanás no estaba simplemente fuera de ellos sino en sus corazones, engañándoles y seduciéndoles.
¿Cómo pudo Satanás tener cabida en ellos? Esto se debió a la ambición de ellos. Con los años he aprendido que los creyentes pueden llegar a ambicionar un nombre, una posición, un título o un rango. Esta ambición la encontramos aun en la vida de iglesia, entre los santos. Tanto en el oriente como en el occidente, he visto hermanos que ambicionan rangos, posiciones, títulos o nombres en la iglesia. Incluso algunos jóvenes ambicionan el liderazgo.
Hace poco en Taipei, el Señor se movió entre nosotros de tal manera que establecimos más de cuatrocientos grupos pequeños en la iglesia. En el pasado, cuando establecimos grupos similares, designamos un líder en cada grupo y también asistentes. No obstante, nos dimos cuenta de que estas designaciones llegaron a ser un factor de corrupción. Por lo tanto, esta vez dijimos a la iglesia que no designaríamos a ningún líder en los grupos pequeños, y que todos podían presidir.
En el caso de Ananías y Safira, el deseo de ellos de hacerse un nombre, dio cabida al engaño de Satanás. Ellos deseaban ser reconocidos por haber vendido todo por la iglesia. Su ambición les incitó a tramar un plan. Así que, vendieron una parte de su heredad, guardaron parte del dinero para sí, y llevaron el resto y lo pusieron a los pies de los apóstoles.
Como ya dijimos, Ananías y Safira mintieron al Espíritu Santo. ¿Creen ustedes que el Espíritu al que mintieron era el Espíritu que mora en el cielo, un Espíritu objetivo, ajeno a ellos? Ananías y Safira mintieron al propio Espíritu que estaba en ellos. Si el Espíritu Santo no residiese en ellos, ¿por qué dijo Pedro que habían mentido al Espíritu Santo? Esto nos muestra que tanto Satanás como el Espíritu Santo moraban en Ananías y Safira al mismo tiempo.
Entre los que enseñan la Biblia se ha vuelto una tendencia negar el hecho de que Satanás, el diablo, pueda habitar en la carne del hombre. No obstante, examine el caso de Pedro en Mateo 16. El reconoció que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, a lo cual el Señor le respondió: “Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos” (v. 17). Más adelante en el mismo capítulo, vemos que Pedro, después de recibir la revelación del Padre fue ocupado por Satanás. Cuando Pedro tomó aparte al Señor y comenzó a reprenderle, “El, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de Mí, Satanás!” (v. 23). Esto indica que Satanás estaba dentro de Pedro.
Satanás no está lejos de nosotros y debemos tener mucho cuidado de no ser engañados por él. Si queremos evitar caer en su engaño, debemos rechazar, condenar y abandonar la ambición de ser alguien importante en la vida de iglesia. Cada vez que tenemos estos pensamientos ambiciosos, damos cabida para que Satanás nos engañe, y en términos espirituales, para que nos conduzca a la muerte.
Ananías y Safira ambicionaban ser personas importantes en la iglesia; su deseo era obtener una reputación alta. A causa de su ambición, ellos fueron engañados, y este engaño los llevó a la muerte. Como lo relata el libro de Hechos, Ananías y Safira murieron físicamente.
No debemos pensar que por no presentarse más casos de muerte física en la iglesia, como el de Ananías y Safira, signifique que ya no se produzca ninguna muerte. Por el contrario, la ambición de ser un líder, o alguien importante, conduce a la muerte espiritual. Los ambiciosos quizás no mueran físicamente, pero experimentarán la muerte espiritual a causa de su ambición. Hemos visto esto en el recobro del Señor. Estos casos ponen de manifiesto que la ambición da por resultado la muerte espiritual. Todos debemos cuidarnos de esto.
El hecho de que Ananías y Safira sufrieran el castigo de la muerte física no significa que sufrirán la perdición eterna. Ananías y Safira eran salvos pero cometieron un pecado de muerte (1 Jn. 5:16-17). Según la administración gubernamental de Dios, algunos de Sus hijos pueden llegar a morir físicamente en esta edad a causa de cierto pecado. Este fue el caso de Ananías y Safira, quienes fueron castigados con muerte física por haber mentido al Espíritu Santo. El caso de ellos nos enseña que debemos guardarnos de la ambición y ser íntegros en la vida de iglesia.
El Espíritu Santo usó a Lucas para relatar el caso de Ananías y Safira, con el fin de mostrarnos que por muy maravillosa que sea la vida de iglesia, debemos cuidarnos de la ambición. No debemos ambicionar ser personas importantes en la iglesia ni buscar rangos, posiciones o nombres. De lo contrario, le daremos cabida al enemigo para que nos conduzca a la muerte espiritual.
En 5:4, se alude al hecho de tener todas las cosas en común: “Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba bajo tu autoridad?”. Esto indica que los apóstoles no consideraban el vender posesiones y distribuirlas a los demás como una práctica obligatoria. No se les exigía a los creyentes que tuvieran todas las cosas en común. Esto era algo que debían hacer voluntariamente. Si Ananías y Safira no hubiesen querido vender su propiedad, nadie les hubiera exigido hacerlo. Además, el dinero de la venta quedaba a su discreción. El pecado de ellos consistió en que mintieron deliberadamente al Espíritu Santo. El guardar su propiedad o conservar el dinero de la venta de ella no habría constituido un pecado. Su pecado consistió en mentir al Espíritu Santo. La intención de ellos era engañar a la iglesia y hacerse un buen nombre mintiendo. Este grave pecado ofendió al Espíritu que moraba en ellos. Su pecado fue una cooperación voluntaria con Satanás, el maligno, quien moraba en ellos. Todos debemos aprender la lección del caso de Ananías y Safira.
En 5:3 Pedro le dijo a Ananías que él había mentido al Espíritu Santo. Luego, al final del versículo 4, Pedro agregó: “No has mentido a los hombres, sino a Dios”. Esto demuestra que el Espíritu Santo del versículo 3 es Dios.
Más adelante, al dirigirse a Safira, le dijo: “¿Por qué convinisteis en poner a prueba al Espíritu del Señor?” El Espíritu Santo del versículo 3, Dios, que se menciona en el versículo 4, y el Señor en el versículo 9, son uno solo, particularmente en la experiencia de los creyentes.
En el versículo 11, Lucas termina este relato negativa, diciendo: “Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas”. La palabra griega traducida “iglesia” es ekklesía, compuesta de ek, afuera, y un derivado de kaléo, llamados; por tanto, significa los llamados a salir (la congregación), la asamblea. Esta es la primera vez que la iglesia se menciona en Hechos en su aspecto local. Como lo veremos en otro mensaje, 8:1 menciona la iglesia en Jerusalén. Esta fue la primera iglesia establecida en una localidad, dentro de la jurisdicción de una ciudad, Jerusalén. Era la iglesia en cierta localidad, como el Señor indicó en Mateo 18:17. No era la iglesia universal, como el Señor reveló en Mateo 16:18, sino sólo una parte de la iglesia universal, la cual es el Cuerpo de Cristo. Este asunto (el establecimiento de la iglesia en su localidad) se presenta de manera consistente a lo largo del Nuevo Testamento (Hch. 13:1; 14:23; Ro. 16:1; 1 Co. 1:2; 2 Co. 8:1; Gá. 1:2; Ap. 1:4-11).>
Leamos Hechos 5:12: “Y por las manos de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios entre el pueblo”. Este relato es muy similar a Hechos 2:43, donde vemos que “muchos prodigios y señales eran hechos por medio de los apóstoles”. Debemos entender que las señales y los prodigios no son parte del testimonio central de Dios, el cual es el Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido; tampoco son parte de Su salvación plena. Solamente son evidencias de que lo predicado y ministrado por los apóstoles y el modo en que actuaban provenían absolutamente de Dios y no del hombre (He. 2:3-4). Esto significa que ni las señales ni los prodigios son parte del testimonio central de Dios ni de la salvación que El efectúa. Las señales y los prodigios son medios que Dios utiliza para demostrar que la predicación y el ministerio de los apóstoles procedían de Dios. En la época de los apóstoles, era necesario que ellos hicieran señales y prodigios, los cuales ciertamente llamaron la atención del pueblo. No obstante, nosotros hoy no debemos poner énfasis en tales manifestaciones milagrosas.