Mensaje 18
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Lectura bíblica: Hch. 5:17-42
En 5:17-42, vemos que la persecución por parte de los religiosos judíos continúa. Esta sección de Hechos abarca cuatro asuntos: el sanedrín arresta a los apóstoles y el Señor los rescata (Hch. 5:17-28), el testimonio de los apóstoles (Hch. 5:29-32), la prohibición y la liberación declaradas por el sanedrín (Hch. 5:33-40), y el regocijo y la fidelidad de los apóstoles (Hch. 5:41-42).
En 5:14 dice: “Y eran agregados al Señor más y más creyentes, multitudes de hombres y de mujeres”. “Entonces levantándose el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta local de los saduceos, se llenaron de celos; y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública” (Hch. 5:17-18). La expresión “cárcel pública” denota la prisión exterior, no la cárcel interior que se usaba para casos muy graves. Por la noche, un ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel y condujo a los apóstoles fuera de ella (Hch. 5:19). Los guardias no sabían lo que había sucedido. Al día siguiente, el sanedrín y el consejo de los ancianos de los hijos de Israel mandaron a que los alguaciles trajesen de la cárcel a los apóstoles. “Pero cuando llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron y dieron aviso, diciendo: La cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardias afuera de pie ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro” (Hch. 5:22-23). “El jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes quedaron perplejos en cuanto a ellos, preguntándose en qué vendría a parar aquello. Pero vino uno y les dio esta noticia: He aquí, los varones que pusisteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo” (Hch. 5:24-25). Aunque los religiosos no podían entender lo que había sucedido, los apóstoles habían sido rescatados de la cárcel y estaban enseñando en el templo.
Cuando el ángel del Señor rescató a los apóstoles de la cárcel, les dijo: “Id, y puestos en pie en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida” (v. 20). Debemos prestar atención particular a la palabra “esta” porque indica una vida específica. La expresión griega traducida “palabras” en este contexto es réma, lo cual denota palabras específicas habladas para el momento, no se refiere a la palabra constante escrita. Por consiguiente, lo que el ángel quiso decir a los apóstoles fue: “Id y hablad las palabras específicas de esta vida”.
¿De qué vida se habla aquí? Es la vida divina que Pedro predicaba, ministraba y vivía, la vida que venció la persecución, la amenaza y el encarcelamiento efectuados por los líderes judíos. Esto indica que la vida y la obra de Pedro hicieron la vida divina tan real y patente en su situación, que hasta un ángel la vio y la señaló.
No se les pidió a los apóstoles que hablaran de la vida divina doctrinalmente. Hoy algunos cristianos hablan de la vida, pero su forma de hablar es completamente doctrinal. Debemos buscar misericordia y gracia de parte del Señor para que cada vez que hablemos de la vida divina, lo hagamos con las palabras de la vida misma que vivimos. Esto significa que la vida divina llega a ser nuestra vida diaria, la vida que debemos ministrar a los demás.
Leamos Hechos 5:26: “Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían al pueblo, no fuera que los apedrearan”. Los líderes judíos no sabían cómo manejar la situación. En especial, no sabían qué hacer con “esta vida”. Por temor al pueblo, no usaron de violencia en contra de los apóstoles. Por el contrario, “cuando los trajeron, los presentaron en el sanedrín, y el sumo sacerdote les preguntó, diciendo: Os mandamos estrictamente que no enseñaseis sobre ese nombre; y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra enseñanza, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre” (vs. 27-28). Las palabras griegas traducidas “os mandamos estrictamente” significan literalmente “os mandamos con mandamiento”. El sanedrín mandó a los apóstoles a no hablar más en nombre de Jesús.
En los versículos 29-31 “Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste Dios ha exaltado a Su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”. La encarnación de Jesús le hizo hombre, Su vivir humano en la tierra le calificó para ser el Salvador del hombre, Su crucifixión efectuó la plena redención para el hombre, Su resurrección vindicó Su obra redentora, y Su exaltación le dio la posición de Príncipe para ser el Salvador.
La palabra griega traducida “príncipe” es arcegós, lo cual significa autor, origen, originador, líder principal y capitán. En 3:15 la misma palabra es traducida “Autor”. Dios exaltó al hombre Jesús, quien había sido rechazado y muerto por los líderes judíos, y lo puso como Líder máximo, como Príncipe, como Soberano de los reyes para que gobernara al mundo (Ap. 1:5; 19:16), y como Salvador para que salvara a los escogidos de Dios. El título Príncipe está relacionado con Su autoridad, y Salvador, con la salvación. El gobierna soberanamente sobre la tierra con Su autoridad a fin de que prevalezca un ambiente adecuado para que los escogidos de Dios reciban Su salvación (Hch. 17:26-27; Jn. 17:2).
¿Quién gobierna la tierra hoy? Podemos afirmar que la tierra es gobernada por reyes y presidentes, pero el Señor Jesús como el principal Soberano está por encima de ellos. Apocalipsis 1:5 revela que El es el Soberano de los reyes de la tierra. ¿Cuál título piensa usted que es más elevado: soberano o rey? Probablemente la mayoría de las personas contestaría que un rey está por encima de un soberano. No obstante, el Nuevo Testamento habla de Cristo como el Soberano de los reyes, y Pedro declara que El es el Príncipe, el soberano principal.
En realidad, Cristo como Soberano de los reyes desentroniza a todos los demás reyes. El es el único Soberano. Además, conforme a Apocalipsis 19:16, El es el Rey de Reyes y Señor de Señores. Cristo es el Soberano y el Rey. Como Soberano, El gobierna toda la tierra. Aparentemente los reyes y los presidentes gobiernan la tierra y no el Señor; no obstante, Aquel que no parece estar en el trono es el Soberano de todos. Hoy en día el mundo entero se halla bajo la soberanía del Señor. El es verdaderamente el Príncipe, el Soberano principal.
¿Con qué propósito gobierna el Señor Jesús la tierra? Como Príncipe y Soberano, El gobierna en la tierra con el fin de salvarnos. Un ejemplo de esto es el caso de los chinos que emigraron a los Estados Unidos. Hemos descubierto que muchos de ellos están dispuestos a recibir al Señor. Si se hubieran quedado en China probablemente este no sería el caso. El Señor Jesús ejerce Su autoridad para permitir que muchos extranjeros vengan a este país. Cuando llegan, abren su corazón a El. Esto demuestra la soberanía que el Señor ejerce en la tierra para salvar a las personas.
Creemos que Dios nos escogió, y que luego, en el tiempo señado, el Señor Jesús, el Soberano de los reyes de la tierra, ejerció Su autoridad para producir un entorno propicio que no dejó otra opción que creer en El. En cierto sentido, hemos sido “atrapados” por el Señor. Muchos santos han dado testimonio de esto. Quizá no nos sintamos así cuando nos encontramos en tiempos de refrigerio. No obstante, cuando el “cielo” encima de nosotros se oscurece y nos hallamos en una situación “nebulosa”, espiritualmente hablando, sentimos que el Señor nos ha capturado, y que incluso nos ha atrapado. Ademas, quizá creamos que somos prisioneros en la vida de iglesia y que no hay manera de escapar de la “trampa” del Señor. Hemos sido capturados por Cristo y en Cristo; además, hemos sido encarcelados en la iglesia. En cierto sentido, ésta es nuestra situación. Hemos sido capturados por el Señor, el Soberano.
Antes de ser salvos, éramos como ratones sueltos, pero el Señor Jesús ejerció Su autoridad soberana para poner una trampa y capturarnos. Cuanto más corrimos, más fácilmente nos capturó. En este respecto, El es soberano. El es el Soberano de los reyes que prepara las circunstancias para constreñirnos y llevarnos a creer en El. Sin generar este entorno, no habríamos creído en El. En realidad, no depende de nosotros que creamos en el Señor; depende totalmente de El. El fue exaltado para ser el Soberano sobre todos los reyes a fin de que Sus escogidos crean en El.
En 5:31 Pedro declara que Dios ha exaltado a Cristo a Su diestra por Príncipe y Salvador. Después de capturarnos, el Señor se convierte en nuestro Salvador. No obstante, El no nos salva de Su cautiverio; por el contrario, nos mantiene en una “trampa” para salvarnos de la condenación, del lago de fuego y de muchas cosas malignas. Su posición de Príncipe se relaciona con la autoridad, y la de Salvador, con la salvación.
Nunca he conocido a una persona que por sí misma haya escogido creer en Jesús. Todos nos vimos obligados a creer en El. Muchos han testificado diciendo: “No tuve más opción que creer en el Señor Jesús. Simplemente tuve que creer en El”. En realidad, ninguno de nosotros estaba dispuesto a creer en el Señor. Todos fuimos capturados por El y constreñidos a creer en El. ¡Alabado sea el Señor porque creímos en El!
Ya mencionamos que no podemos escaparnos de la trampa del Señor. Podemos demostrar esto con el arca de Noé. Como sabemos, el arca tipifica a Cristo. Una vez que entramos en Cristo, nuestra arca, no podemos salir. Por otra parte, necesitamos el arca, pues sin ella pereceríamos.
En uno de los mensajes sobre el libro de Génesis, mencioné que la iglesia local es un arca para nosotros hoy en día. Todos estamos en el arca. ¿Quién lo trajo a usted al arca de la iglesia? ¿Acaso llegó por sí mismo? El Señor es Aquel que nos puso en el arca de la iglesia. Dios lo exaltó por Príncipe, y como tal El nos puso en el arca. A veces desearíamos escapar del arca de la iglesia pero no podemos hacerlo. Estamos en el arca por causa del Señor Jesús, el Príncipe, y ahora debemos vivir todos juntos en ella.
Conforme a las palabras de Pedro en 5:31, el Señor es el Príncipe y el Salvador “para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”. Dar arrepentimiento y perdón de pecados a los escogidos de Dios, requiere que Cristo sea exaltado como Príncipe y Salvador. Su gobierno soberano hace que el pueblo escogido de Dios se arrepienta, y la salvación, basada en la redención, les proporciona el perdón de los pecados.
El arrepentimiento tiene como fin el perdón de pecados (Mr. 1:4). De parte de Dios, el perdón de pecados se basa en la redención (Ef. 1:7); de parte del hombre, el perdón de pecados se recibe mediante el arrepentimiento.
El arrepentimiento y el perdón de pecados son dones inapreciables y sólo el Señor Jesús como Príncipe y Salvador reúne los requisitos para darlos. Ninguna otra persona puede otorgar arrepentimiento ni perdón de pecados. Debemos entender que en el universo El es el único capacitado para dar arrepentimiento y perdón de pecados.
En un sentido positivo, fuimos atrapados por el Señor Jesús. De no haber sido así, ¿quién de entre nosotros se habría arrepentido? Ninguno lo habría hecho si el Señor no nos hubiera capturado. En realidad, fue el Señor quien nos obligó a arrepentirnos. De otro modo, no lo habríamos hecho. El deseo de arrepentirnos no proviene de nosotros; es un don del Príncipe y Salvador exaltado. Después de arrepentirnos, recibimos el don del perdón de los pecados. ¡Alabado sea el Señor por los dones del arrepentimiento y el perdón de los pecados! ¡Alabado sea El por reunir los requisitos necesarios para dar arrepentimiento y perdón de pecados a los escogidos!
En 5:32 Pedro añade: “Y nosotros somos testigos de estas cosas, y también lo es el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”. La palabra griega traducida “cosas” es réma. Tanto los apóstoles como el Espíritu Santo eran testigos de estas cosas. Esto indica que el Espíritu Santo era uno con los apóstoles. En este versículo, Pedro declara que Dios da el Espíritu Santo a los que le obedecen. La obediencia constituye la manera y la condición por las cuales recibimos y disfrutamos al Espíritu de Dios.
Hechos 5:33-40 describe la prohibición y la liberación declaradas a los apóstoles por el sanedrín. Leamos el versículo 33: “Ellos, oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos”. Las palabras griegas traducidas “se enfurecían” significan literalmente eran aserrados. Esta severa expresión figurativa denota la idea de exasperarse.
El versículo 34 añade: “Entonces levantándose en el sanedrín un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, honrado por todo el pueblo, mandó que sacasen a los hombres fuera por un momento”. Los fariseos eran la secta religiosa más estricta de los judíos (Hch. 26:5). Esta secta se formó por el año 200 a. de C. Ellos estaban orgullosos de su vida religiosa superior, su devoción a Dios y su conocimiento de las Escrituras.
En el versículo 35, Gamaliel dijo al sanedrín: “Varones de Israel, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres”. Luego se refirió a los casos de Teudas y de Judas el galileo y añadió: “Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, será destruida; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios (vs. 38-39). Las palabras pronunciadas por Gamaliel fueron muy sabias.
Gamaliel era un hombre piadoso, pero ¿estaba él en la economía de Dios? ¿Sabía él algo acerca de la economía de Dios? El no participaba en la economía de Dios ni sabía nada al respecto. En el transcurso de los siglos ha habido muchos hombres como Gamaliel, que aunque piadosos, no sabían nada acerca de la economía de Dios, ni tenían conocimiento alguno respecto del mover de Dios. Así como Gamaliel, quien no sabía lo que el Señor realizaba por medio de Pedro y de Juan, estos hombres piadosos no sabían lo que el Señor hacía en aquel tiempo.
En 5:35-39 vemos que Gamaliel fue bastante sabio y neutral. Observe el uso que hace de la palabra “si” en los versículos 38 y 39. En el versículo 38, él declara: “Si este consejo o esta obra es de los hombres, será destruida”. Luego en el versículo 39 dice: “Si es de Dios, no la podréis destruir”. En lugar de adoptar una posición, Gamaliel le dejó todo a Dios. El sabía que si esta obra era de los hombres, sería destruida, pero que si era de Dios y no de los hombres, no podría hacer nada al respecto. Como ya dijimos, Gamaliel era piadoso, sabio y neutral, pero él no conocía la economía de Dios ni participaba en ella. En el transcurso de los años han existido muchos como él, quienes a pesar de ser piadosos, no sabían lo que Dios hacia en la tierra.
El caso de Gamaliel muestra que no es suficiente ser piadoso o espiritual; también debemos saber cómo el Señor se mueve hoy en día. ¿Dónde se mueve el Señor y de qué? Puesto que Dios siempre está activo, debemos enterarnos de la manera en que El se mueve. ¿Se mueve El al estilo del catolicismo romano o de las denominaciones? ¿Se mueve El al estilo del movimiento pentecostal o de los de la vida interior? ¿De qué manera se mueve Dios hoy? No debemos pensar que Dios esté inactivo. Puesto que El es un Dios activo, debemos tener la certeza y la satisfacción de que conocemos Su mover y de que estamos en él. Necesitamos conocer el mover actual de Dios.
No debemos ser como los del sanedrín ni como Gamaliel. Más bien, debemos ser los Pedros y Juanes de hoy. El relato de la revelación divina nos muestra que Pedro y Juan participaban en la economía de Dios, que se movían con Dios, y hablando con más precisión, que Dios se movía con ellos. Ellos habían sido motivados para moverse con Dios.
¿Qué de nosotros hoy en día? Puedo testificar que estoy seguro de que el Señor se mueve en Su recobro y con él. En cuanto a esto, tenemos al Espíritu Santo como testigo interior. Como Pedro, podemos declarar: “Somos testigos de estas cosas, y lo es el Espíritu Santo también”. Tenemos la seguridad y la satisfacción interiores de que nos encontramos en el mover actual del Señor. No somos como Gamaliel; somos los Pedros y Juanes de hoy.
Gamaliel convenció al sanedrín, quienes después de llamar a los apóstoles, los azotaron, y “les ordenaron que no hablasen sobre el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad” (v. 40). Por lo tanto, “ellos salieron de la presencia del sanedrín, regocijándose porque habían sido tenidos por dignos de ser ultrajados por causa del Nombre” (v. 41). Ser ultrajado por causa del Nombre significa pasar vergüenza por el Nombre. Es un verdadero honor padecer por causa del nombre de Jesús, quien fue menospreciado por los hombres pero enaltecido por Dios. Por consiguiente, los que sufrieron la afrenta se regocijaron de haber sido tenidos por dignos de esto.
Hechos 5:42 dice: “Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y anunciar el evangelio de Jesús, el Cristo”. Los apóstoles predicaron el evangelio en el templo y en las casas de los creyentes. Al igual que ellos, nosotros nos sentimos obligados a hacer lo mismo.