Mensaje 23
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Lectura bíblica: Hch. 8:14-35
En este mensaje seguiremos considerando los modelos que nos presenta el capítulo ocho de Hechos.
Leamos Hechos 8:14-16: “Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales bajaron y oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús”. En estos versículos notamos un asunto de gran importancia. Los santos que fueron esparcidos realizaron una buena labor al predicar el evangelio. Ellos habían llevado el evangelio consigo y Felipe les había fortalecido en su predicación. Como resultado, se efectuó una maravillosa obra. El Señor se valió grandemente de la predicación de los santos esparcidos, y de la obra de Felipe el evangelista, pero se reservó una cosa: el Espíritu económico de poder. Según 8:14-16, los creyentes samaritanos todavía no habían recibido al Espíritu económico. Por esta razón, Pedro y Juan fueron allí y oraron para que ellos lo recibiesen.
En estos versículos, tenemos un ejemplo importante de cómo debe realizarse la obra del evangelio. La obra del evangelio no debe llevarse a cabo independientemente del Cuerpo de Cristo. Tanto los santos esparcidos como Felipe el evangelista hicieron una buena labor, pero si el Señor no se hubiera reservado nada, quizás ellos se hubieran sentido libres de actuar independientemente. Ellos podrían haber dicho: “Pedro y Juan, nosotros estamos haciendo aquí lo mismo que ustedes están haciendo en Jerusalén. Todo lo que ustedes hacen, nosotros también podemos hacerlo”. Para evitar esta actitud de independencia, el Señor retuvo el Espíritu económico.
Hechos 8:15 nos muestra que Pedro y Juan oraron por los creyentes samaritanos a fin de que éstos recibiesen al Espíritu Santo. Esta situación es diferente de la que se menciona en 2:38. Los apóstoles predicaron y ministraron a Cristo, pero cuando sus oyentes se arrepintieron y creyeron en El, recibieron al Espíritu maravilloso del Dios Triuno. Esto implica que este Espíritu es el Cristo resucitado y ascendido. El Espíritu que recibieron los creyentes en 2:38 incluía tanto el aspecto esencial como el económico, es decir, lo recibieron de modo general y todo-inclusivo. Esto difiere del relato de 8:15-17, en el cual los creyentes sólo recibieron al Espíritu en su aspecto económico.
Hechos 8:16 declara que antes de la llegada de Pedro y Juan, el Espíritu Santo no había descendido sobre los creyentes en Samaria. Esto no significa que estos nuevos creyentes no hubieran recibido al Espíritu Santo en el aspecto esencial cuando creyeron en el Señor. Conforme a la enseñanza del Nuevo Testamento en Efesios 1:13 y Gálatas 3:2, ellos deben de haber recibido al Espíritu Santo en el aspecto esencial cuando creyeron y fueron regenerados (Jn. 3:6, 36). Sin embargo, aún no habían recibido al Espíritu económico para ser identificados con el Cuerpo de Cristo. El Espíritu Santo no cayó sobre ellos exterior y económicamente con el fin de que los apóstoles, mediante los cuales se estableció en Jerusalén la práctica de la iglesia, pudiesen introducirlos en la identificación con el Cuerpo de Cristo. Esto difiere del caso de los que estaban en la casa de Cornelio, quienes, cuando creyeron en el Señor, recibieron al Espíritu Santo tanto esencialmente dentro de sí para ser regenerados, como económicamente sobre ellos para ser bautizados en el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13) y ser identificados con él. Esto se debió a que en ese caso el evangelio fue predicado directamente por Pedro, quien desempeñó el papel principal en el establecimiento práctico de la iglesia.
Debemos aprender del modelo presentado aquí, a depender del Cuerpo en nuestra obra del evangelio. Supongamos que algunos hermanos emigren a cierta localidad y empiecen una obra allí. Si estos santos consideran que pueden hacerlo todo, pueden llegar a independizarse del Cuerpo. Esto significaría que en realidad se han convertido en una división, una secta.
En el capítulo ocho, este modelo nos revela que la Cabeza del Cuerpo es soberana. El dio muchas cosas a los creyentes en Samaria, pero se reservó el Espíritu económico hasta que los apóstoles llegaran e impusieran sus manos sobre los creyentes. Después de esto, el Espíritu económico vino sobre estos nuevos creyentes.
La actitud de muchos creyentes de hoy difiere en gran manera de la que tuvieron los santos en Hechos 8. A menudo los obreros cristianos se consideran aptos para hacerlo todo. Tal parece que hoy en día es más fácil abrir una “iglesia” que abrir un restaurante. En este respecto la situación actual es deplorable.
Cuando los santos emigraron de Jerusalén en Hechos 8, ellos no fueron a establecer sus propias iglesias. Por el contrario, ellos propagaron el Cuerpo de Cristo. La obra que se había efectuado en Samaria necesitaba ser confirmada por los apóstoles. Por tanto, Pedro y Juan fueron a confirmar a los nuevos creyentes y los identificaron con el Cuerpo al imponer sus manos sobre ellos. Como resultado de esto, el Espíritu vino sobre ellos en su aspecto económico para identificarlos con el Cuerpo de Cristo. Así vemos que la obra que se realizó en Samaria no fue una obra independiente ni separada. Por el contrario, esta obra realmente cooperó con la propagación del Cuerpo de Cristo. La iglesia de esa localidad no pertenecía exclusivamente a los santos emigrados ni tampoco a Felipe. No, la iglesia en Samaria formaba parte del Cuerpo de Cristo. Esto indica que los frutos que fueron producidos por la emigración de los santos y la predicación de Felipe formaban parte del Cuerpo de Cristo. Así, a diferencia de la situación actual, la unidad del Cuerpo fue preservada de manera espontánea.
Hechos 8:16 declara que antes que los apóstoles llegaran a Samaria, los creyentes de allí “solamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús”. La expresión “en el nombre”, se traduce literalmente, “dentro del nombre”. El nombre denota la persona. Por tanto, ser bautizados en el nombre del Señor Jesús es ser bautizados en la Persona del Señor, o sea, ser identificados con el Cristo crucificado, resucitado y ascendido, y ser puestos en una unión orgánica con el Señor vivo.
En Mateo 28:19, el Señor les mandó a los discípulos que bautizaran a los creyentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Pero después, en la práctica, los creyentes eran bautizados en el nombre del Señor Jesús, tanto en este versículo como en 19:5, y en Cristo como se menciona en Romanos 6:3 y Gálatas 3:27. Esto indica que ser bautizados en el nombre del Señor Jesús equivale a ser bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, puesto que el Señor Jesús es la corporificación del Dios Triuno (Col. 2:9). Esto indica también que ser bautizados en el nombre del Dios Triuno o en el nombre del Señor Jesús equivale a ser bautizados en la Persona de Cristo.
Puesto que los creyentes samaritanos habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús, es decir, en el Señor mismo, ciertamente recibieron en ellos al Espíritu esencial de vida a fin de no solamente nacer del Señor, sino también de unirse a El (1 Co. 6:17).
Leamos Hechos 8:17: “Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo”. Pedro y Juan fueron enviados a Samaria no sólo con el fin de confirmar la predicación del evangelio efectuada por Felipe, uno de los siete designados para servir a las mesas, sino también para llevar a la iglesia en Samaria, compuesta de samaritanos, con quienes los judíos no tenían relaciones, a identificarse con el Cuerpo de Cristo por medio de la imposición de manos. El Espíritu Santo honró esta acción y cayó sobre los samaritanos, lo cual indica que se identificaron con el Cuerpo de Cristo. De esta manera, los creyentes samaritanos recibieron al Espíritu Santo económicamente, después de haber recibido al Espíritu Santo esencialmente cuando creyeron en el Señor Jesús.
En 8:9-13 vemos a un hombre llamado Simón, quien antes practicaba la magia en la ciudad de Samaria, y que después creyó en el Señor y fue bautizado. Cuando él vio que el Espíritu fue dado mediante la imposición de manos de los apóstoles, “les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mi esta autoridad para que cualquiera a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo” (vs. 18-19). La petición que hizo Simón indica que la magia que él practicaba por dinero asombraba al pueblo (v. 9).
En el versículo 20 Pedro le contestó: “Tu plata vaya contigo a la destrucción, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero”. Aquí la palabra “destrucción” no denota la perdición eterna, sino un castigo, como en Hebreos 10:39 y Mateo 7:13; en particular, se refiere a la destrucción de las obras de una persona (véase 1 Co. 3:15). Simón había creído en el evangelio y había sido bautizado (v. 13); por consiguiente, ya había experimentado la etapa inicial de la salvación, pero aún le faltaba ser salvo de su malvado modo de pensar y actuar con respecto al dinero. Por lo tanto, él debía arrepentirse de esta maldad para recibir el perdón del Señor; de otro modo, él sería castigado junto con su plata.
Hechos 8:25 relata respecto de Pedro y de Juan: “Y ellos, habiendo testificado solemnemente y hablado la palabra del Señor, se volvieron a Jerusalén, y en muchas poblaciones de los samaritanos anunciaron el evangelio”. Testificar la palabra del Señor requiere que seamos testigos conforme a la experiencia personal que tenemos de El, y hablar la palabra del Señor requiere que prediquemos y enseñemos conforme a la revelación que recibimos de El. Por tanto, si queremos testificar, necesitamos ver, participar y disfrutar.
Leamos Hechos 8:26: “Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto”. Aquí debemos señalar que Felipe no se quedó en Samaria. Incluso vemos más adelante, que después que terminó de predicarle el evangelio a un etíope, él fue arrebatado por el Espíritu (v. 39). Esto establece otro modelo relacionado con la obra del evangelio. Felipe había desempeñado un papel importante en la obra en Samaria. Indudablemente él era alguien indispensable para los creyentes, sin embargo, de repente un ángel le dijo a Felipe que se levantara y fuese hacia el sur. Aunque Felipe había sido muy útil a los creyentes de Samaria, él pudo dejar la obra que había allí, en el momento en que fue requerido.
Este modelo nos presenta un principio importante: cada vez que vayamos a una localidad determinada y establezcamos allí una iglesia, debemos estar preparados para irnos y aún a ser “arrebatados de allí”. No obstante, la mayoría de nosotros tiene la tendencia a permanecer en el lugar donde hayamos establecido una iglesia fuerte. Tal vez nos digamos: “Esta ciudad será mi hogar. Compraré una casa y me estableceré aquí”. ¿Le gustaría ser “arrebatado” de una iglesia que ha sido establecida por usted? Conforme al modelo de este pasaje, debemos estar listos para irnos y dejar cualquier obra que hayamos establecido. Esto significa que siempre debemos estar listos para ser arrebatados y dejar la obra de un lugar determinado.
La obra no debe permanecer en nuestras manos. Ser arrebatado simplemente indica que no conservamos una obra en nuestras manos. Por mucho que hayamos laborado y por muchos resultados que hayamos obtenido, debemos estar listos para dejar nuestra obra a la iglesia, a los santos y al Señor, y permitir que el Espíritu nos arrebate.
Puedo testificar que he seguido este modelo que nos da Felipe en cuanto a la obra en Samaria. Yo establecí la obra en Chifú, después en Shanghái y luego en la isla de Taiwán. No obstante, aunque laboré mucho en estos lugares, yo estuve siempre listo para partir. Cuando llegó el momento de irme, dejé Chifú, Shanghái y Taiwán.
Es muy fácil que un predicador o un ministro considere su obra una carrera. Si pensamos igual, guardaremos la obra en nuestro “bolsillo”. Una vez que hayamos establecido una iglesia, nos la echaremos en “nuestro bolsillo”. No debemos tener esta práctica en el recobro del Señor. Por mucho que hayamos laborado por el Señor, siempre debemos estar listos para irnos de ese lugar y dejar la obra en manos de la iglesia, de los santos y del Señor mismo. Este es un principio importante y debemos seguirlo hoy en día.