Mensaje 24
(19)
Lectura bíblica: Hch. 8:26-40
Hechos 8:26-40 relata la manera en que Felipe predicó el evangelio a un eunuco etíope. Este caso nos presenta muchos modelos que hoy debemos aplicar a nuestra predicación del evangelio.
Leamos los versículos 27 y 28: “Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, alto funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías”. Etiopía es Cus (Is. 18:1, heb.), la tierra de los descendientes de Cus, hijo de Cam (Gn. 10:6). El evangelio se había extendido desde los judíos étnicamente puros a los samaritanos, un pueblo mixto, por medio de Felipe, Pedro y Juan (vs. 5-25). Ahora el ángel del Señor condujo a Felipe al etíope, un completo gentil. De este modo, el evangelio también se extendió hacia el Sur, a Africa.
En el versículo 27, el etíope había ido a Jerusalén para adorar. Esto prueba que el eunuco etíope buscaba a Dios (véase 17:26-27). El ambiente que el Señor dispuso soberanamente, permitió que Felipe se acercara a este hombre que buscaba a Dios y que tenía hambre y sed de El.
El Espíritu le dijo a Felipe que se acercara al carro, y cuando él lo hizo, oyó que el eunuco leía al profeta Isaías (vs. 29-30). Fue bajo la soberanía del Espíritu que el etíope leyera Isaías 53. “El pasaje de la escritura que él leía era éste: ‘Como oveja al matadero fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió Su boca’ ” (v. 32). Este versículo cita Isaías 53:7, el cual se refiere al Cristo redentor. El Espíritu permitió que este eunuco abriera este pasaje que presenta a Cristo como el Cordero que redime a los pecadores, un pasaje muy propicio para la predicación del evangelio. Por tanto, “Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta Escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (v. 35).
Según el principio que aquí vemos, debemos usar los mejores pasajes bíblicos al predicar el evangelio, lo cual significa que no debemos hablar de cosas comunes. Por ejemplo, es posible que al enterarse de que la piedra es un tema predominante en las Escrituras, usted trate de basar en esto su predicación del evangelio. No obstante, este tema quizás no sea muy apropiado. Cuando predicamos el evangelio, debemos usar siempre los mejores pasajes de la Palabra, como lo es Isaías 53.
Fue el Señor quien dispuso que Felipe usara Isaías 53 para predicar el evangelio a un gentil. Este gentil, un descendiente de Cus, hijo de Cam, quien era un hombre maldito (Gn. 9:22-27), oyó el evangelio completo y fue salvo. Este fue el primer paso que dio el Señor para propagar Su evangelio a los gentiles.
Hay otro punto que resalta en este pasaje: todo se hallaba bajo la dirección y la guía del Espíritu Santo. En 8:29, “el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro”. La mención del Espíritu aquí y en el versículo 39; 10:19; 13:2 y 16:6-7, indica que en este libro el mover del Señor al propagar Su reino mediante la predicación del evangelio se llevó a cabo por la guía y la dirección del Espíritu, no por el plan o programa del hombre. Por tanto, este mover no fue obra del hombre, sino del Espíritu.
De este modelo, todos debemos aprender a orar y permanecer en comunión con el Señor. Entonces podremos sentir Su dirección en todo momento, y nuestra labor de predicación del evangelio será conforme a la guía del Espíritu. Debemos movernos según la orientación del Espíritu y no conforme a nuestra opinión, plan o programa. Debemos aprender esta lección, a fin de que toda nuestra obra en la predicación del evangelio esté bajo la continua guía y dirección del Espíritu.
En este caso en el que Felipe le predicó el evangelio al eunuco etíope, vemos también el bautismo en agua en 8:26-40. Hoy en día muchos cristianos debaten entre sí respecto del bautismo en agua. En este caso, de Hechos 8, en el cual un gentil creyó genuinamente en el Señor, Felipe usó el pasaje de Isaías 53 para “anunciarle el evangelio de Jesús” (v. 35). Después de esto, “ yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?” (v. 36). La reacción que tuvo el eunuco etíope cuando vio el agua indica que Felipe le predicó acerca del bautismo en agua. Si Felipe no le hubiera hablado sobre el bautismo, es dudoso que el etíope hubiese reaccionado de esta manera. Tal vez Felipe le predicaba sobre el bautismo en agua en el momento en que pasaban cerca del agua en la cual el eunuco fue bautizado.
En este caso se le da particular énfasis al bautismo en agua, pero no se hace mención alguna acerca del bautismo en el Espíritu. En ningún momento se nos dice que el eunuco etíope hubiese hablado en lenguas. De haber ocurrido este hecho, Lucas ciertamente lo habría incluido en este relato. Aquellos que en la actualidad defienden la práctica de hablar en lenguas deben prestar atención a este caso. Este caso particular de bautismo por inmersión es un modelo, y sin embargo no se hace mención alguna en él sobre el hablar en lenguas.
La reacción que tuvo el eunuco cuando vio el agua es un indicio de que Felipe le había predicado el bautismo en agua. En este caso, vemos que se le da especial énfasis al bautismo en agua, pero no se hace mención alguna del bautismo en el Espíritu. Esto indica claramente que debemos prestar atención al bautismo en agua, el cual representa la identificación que tienen los creyentes con la muerte y la resurrección de Cristo (Ro. 6:5; Col. 2:12), así como al bautismo en el Espíritu. El bautismo en el Espíritu produce la realidad de la unión que los creyentes tienen con Cristo en vida esencialmente, y en poder económicamente, mientras que el bautismo en agua es la afirmación por parte de los creyentes acerca de la realidad del Espíritu. Ambos son necesarios (10:47), y ninguno puede reemplazar al otro. Todos los creyentes en Cristo deberían poseer ambos aspectos, tal como los hijos de Israel fueron bautizados en la nube (que simboliza al Espíritu) y en el mar (que representa el agua) como se menciona en 1 Corintios 10:2.
En cuanto al bautismo, el agua representa la muerte y la sepultura que pone fin a las personas arrepentidas, y el Espíritu Santo es el Espíritu de vida y de resurrección que hace germinar a los que han sido terminados. Las aguas de la muerte simbolizan la muerte todo-inclusiva de Cristo en la cual Sus creyentes son bautizados, las cuales no sólo sepultan a las personas que son bautizadas sino también sus pecados, el mundo y su vida pasada. Además, separa a los creyentes del mundo corrupto que ha abandonado a Dios. El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Dios (Ro. 8:9). Por lo tanto, ser bautizados en el Espíritu Santo significa ser bautizados en Cristo (Gá. 3:27; Ro. 6:3), en el Dios Triuno (Mt. 28:19) y en el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13), el cual está unido a Cristo en el único Espíritu (1 Co. 6:17). Al ser bautizados en tales aguas y en tal Espíritu, los creyentes de Cristo son regenerados y entran en el reino de Dios, en la esfera de la vida divina y el gobierno divino (Jn. 3:3, 5), para vivir por la vida eterna de Dios en Su reino eterno.
En el capítulo ocho de Hechos, el eunuco recibió el bautismo en agua y el bautismo en el Espíritu al mismo tiempo. Esto no significa que existan dos bautismos, un bautismo en el agua y otro en el Espíritu. En realidad, estos dos son uno solo.
Los maestros de la Biblia han discutido si el bautismo en Romanos 6 se refiere al bautismo en agua o al bautismo en el Espíritu. En realidad no es necesario tener ninguna discusión al respecto, puesto que en la economía de Dios existe un solo, bautismo. Es erróneo preguntarnos si este único bautismo es el bautismo en agua o el bautismo en el Espíritu. Esto indicaría falta de conocimiento, pues a los ojos de Dios existe un solo bautismo de dos aspectos: el aspecto del agua y el del Espíritu.
Dios no necesita el agua, sino el Espíritu; no obstante, nosotros los seres humanos, debido a que estamos en el plano físico, necesitamos recibir una confirmación material de las cosas espirituales. Por tanto, el bautismo en agua es la afirmación exterior del bautismo interior del Espíritu.
Hoy en día para muchos cristianos, el bautismo en agua es solamente un ritual que se utiliza para recibir a los nuevos miembros. Nuestra práctica al bautizar las personas debe ser totalmente distinta. Cada vez que llevemos a una persona a las aguas, debemos tener fe de que no sólo estamos bautizando a esa persona en el agua sino también en el Espíritu quien es la realidad del Dios Triuno.
El agua del bautismo es muy significativo. Primero, el agua representa al Espíritu quien es el Dios Triuno hecho real a nosotros. En Mateo 28:19, el Señor Jesús mandó a los discípulos que bautizaran a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Por lo tanto, cuando bautizamos a los creyentes, debemos bautizarlos no solamente en agua, sino también en el Dios Triuno.
El agua del bautismo también representa a Cristo. En realidad, cuando bautizamos a las personas en el Dios Triuno, las bautizamos en Cristo. Mateo 28:19 menciona que debemos bautizar a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu, mientras que en Hechos los creyentes fueron bautizados en el nombre de Jesucristo. Existe una razón para ello: Cristo es la corporificación del Dios Triuno. El agua representa al Dios Triuno, y por tanto a Cristo también.
Además de esto, el agua del bautismo representa la muerte de Cristo. Romanos 6:3 y 4a declaran al respecto: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte? Hemos sido, pues, sepultados juntamente con El en Su muerte por el bautismo”. Por tanto, ser bautizados en Cristo significa ser bautizados en Su muerte.
Ya vimos que el agua del bautismo representa al Dios Triuno, a Cristo, y la muerte de Cristo. Este bautismo produce el Cuerpo de Cristo: “En un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo” (1 Co. 12:13). Por tanto, el Cuerpo es el resultado final de ser bautizados en el Dios Triuno, en Cristo, y en la muerte de Cristo.
Debemos desechar los conceptos tradicionales acerca del bautismo, y volver a la palabra pura de la Biblia para ver que este bautismo incluye los aspectos del Espíritu y del agua. El Espíritu es la realidad del bautismo y el agua es la afirmación exterior de éste.
Podemos usar el acto de firmar un contrato como ejemplo de estos dos aspectos del bautismo. Por lo general, un contrato es oral en su fase inicial. Este acuerdo oral es la realidad del contrato; sin embargo, para darle más seguridad se necesita la afirmación exterior de una escritura. Un contrato escrito y certificado por un notario es la afirmación exterior de la realidad “interior” del contrato. Asimismo, podemos considerar el bautismo en agua como la redacción del contrato, y el bautismo en el Espíritu como la realidad del contrato. Firmar un contrato no es vano porque es la afirmación del contrato real. Asimismo, el bautismo en agua no es un simple ritual, sino la afirmación exterior del Espíritu quien es la realidad del bautismo. El bautismo en agua sin el Espíritu sería vacío, y el bautismo en el Espíritu sin el bautismo en agua carecería de afirmación exterior. Por consiguiente, la economía neotestamentaria de Dios enseña que el bautismo debe tener el aspecto interior del Espíritu y el aspecto exterior del agua.
Nuestra práctica en cuanto al bautismo debe ser conforme a la palabra pura de la Biblia. Bautizar a las personas en agua significa que las bautizamos en el Dios Triuno, en Cristo, y en la muerte de Cristo, con el fin de bautizarlas en el Cuerpo de Cristo. Este es el único bautismo mencionado en Efesios 4:5 y también en 1 Corintios 12:13.
En tipología, los hijos de Israel fueron bautizados en la nube y en el mar. Esto no significa que experimentaran dos bautismos, sino que recibieron un solo bautismo con dos elementos: la nube y el mar. La nube representa al Espíritu que está en los cielos y el mar representa el agua que está en la tierra. Esto tipifica nuestro bautismo hoy en día. Cada vez que bautizamos a los creyentes, los bautizamos en el agua y en el Espíritu al mismo tiempo. Esto significa que cada vez que bautizamos a las personas en agua, las bautizamos simultáneamente en el Dios Triuno.