Mensaje 3
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Lectura bíblica: Hch. 1:1-26
El libro de Hechos comprende tres secciones importantes: la introducción (Hch. 1:1-2), la preparación (Hch. 1:3-26) y la propagación (2:1—28:31). La introducción es muy breve, pues sólo consta de dos versículos, y la preparación abarca el resto del capítulo uno. La sección que narra la propagación se extiende del capítulo dos al veintiocho. Es probable que ésta sea la sección más extensa de los sesenta y seis libros de la Biblia. En este mensaje, estudiaremos la introducción de Hechos, la cual nos da entrada al libro, y después, abordaremos la sección de la preparación. Como veremos, esta sección incluye la preparación de los discípulos por parte del Señor y la preparación de ellos mismos.
Leamos Hechos 1:1-2: “En el primer relato, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue llevado arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido”. La persona que habla en el versículo 1 es Lucas, el autor de este libro. La iglesia primitiva reconoció a Lucas como autor del evangelio que lleva su nombre (Lc. 1:3) así como del libro de Hechos. El estilo con que ambos libros se escribieron confirma este hecho. Lucas era un gentil (Col. 4:14), probablemente un griego asiático, y médico de profesión. En Troas, él se unió a Pablo y al ministerio de éste, y le acompañó en sus últimos tres viajes ministeriales (Hch. 16:10-17: 20:5—21:18; 27:1—28:15). Ademas, fue compañero fiel de Pablo hasta el martirio del mismo (Flm. 1:24; 2 Ti. 4:11).
Tanto el Evangelio de Lucas como el libro de Hechos fueron dirigidos a una persona llamada Teófilo. En griego, este nombre significa “amado por Dios” o “amigo de Dios”. Teófilo fue probablemente un creyente gentil que ocupó algún puesto oficial en el Imperio Romano.
Hechos es la continuación del Evangelio de Lucas. Esto se puede demostrar comparando Hechos 1:1-2 con Lucas 1:1-4. En Hechos 1:1, las palabras “el primer relato” se refieren a lo que Lucas escribió a Teófilo en su evangelio “ordenadamente” (Lc. 1:3).
Hechos 1:2 declara que el Señor Jesús dio “mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido”. Aunque el Cristo resucitado ya había llegado a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), en resurrección aún obraba por medio del Espíritu Santo (Jn. 20:22).
Como ya mencionamos, Hechos 1:3-26 gira en torno a la preparación de los discípulos, la cual fue realizada por el Señor y también por ellos mismos. En esta sección, vemos que Cristo, en Su resurrección, prepara a los discípulos (vs. 3-8) hablandoles de las cosas del reino de Dios (v. 3) y mandándoles a que esperasen el bautismo del Espíritu Santo (vs. 4-8). Después de la ascensión de Cristo, en los versículos 9-11, tenemos la preparación por parte de los discípulos (vs. 12-26). Ellos perseveraron en la oración (vs. 12-14); y posteriormente escogieron a Matías (vs. 15-26).
El Señor, antes de ir al cielo para llevar a cabo Su propagación en Su ascensión, hizo algo más para preparar a Sus discípulos. Aunque ellos lo habían acompañado durante tres años y medio, aún no estaban totalmente preparados. Esto muestra que en el recobro del Señor no debemos intentar perfeccionar a los santos de forma rápida.
Digamos que los tres años y medio que el Señor pasó con Sus discípulos equivalían a una educación universitaria, la cual regularmente dura cuatro años. Quizás usted se pregunte qué pasó con los seis meses restantes de dicha educación. Esos meses se cumplieron después de la resurrección del Señor.
Con el paso de los siglos, la gente ha aprendido que una persona que desee adquirir una buena educación necesita pasar primero por el nivel preescolar, elemental, por la escuela secundaria, la preparatoria y por último hacer cuatro años de universidad. Los años que transcurren entre el nivel preescolar y la preparatoria constituyen una preparación para los años universitarios. Podemos aplicar este principio a la Biblia y encontrar en las Escrituras varios niveles de educación espiritual. En el Antiguo Testamento, pasamos del nivel “preescolar” de Génesis, a la “preparatoria” de los salmos y los profetas. En medio, tenemos la escuela “elemental” que comienza con Exodo, seguida de la “secundaria” de los libros históricos. Al llegar al Nuevo Testamento, podemos afirmar que los evangelios se encuentran a un nivel “universitario”, y las epístolas, al nivel de estudios de “post-grado”.
El Señor Jesús pasó tres años y medio con Sus discípulos a fin de darles una “educación universitaria”. Pedro, Andrés, Jacobo y Juan eran pescadores, pero el llamamiento del Señor los elevó e hizo de ellos “estudiantes universitarios”. Gamaliel, por su parte, permaneció en la “preparatoria” del Antiguo Testamento. El Señor Jesús, como “profesor” y “director” de esta escuela, pasó tres años y medio con Sus “estudiantes”, pero los seis meses restantes de la “educación” de ellos se completaron después de Su resurrección. Esto significa que el Señor educó a Sus discípulos por tres años y medio mientras estuvo en la carne, y luego, estando en resurrección, El completó los cuatro años del adiestramiento de ellos.
Debemos leer la Biblia continuamente para conocer la Palabra escrita y llenarnos de ella. Además, debemos orar: “Señor, enséñame lo que quieres decir en cada libro del Nuevo Testamento”. Si usted ora así, la luz vendrá gradualmente.
A fin de entender bien las palabras del Nuevo Testamento, es aconsejable que aprendamos griego, pero no debemos pensar que esto por sí solo nos asegurará que conoceremos la Biblia. Una persona puede saberse de memoria todas las palabras griegas del Nuevo Testamento, y encontrarse totalmente ciega, sin recibir luz acerca de lo se que revela en él. Por tanto, además, de tener conocimiento del idioma griego, también necesitamos la iluminación celestial para obtener la revelación divina del Nuevo Testamento.
Hoy luchamos en contra de la ceguera espiritual. Pese a que muchas personas poseen doctorados en griego, hablando en términos espirituales, ellos están completamente ciegos. Como eruditos, conocen el Nuevo Testamento en griego, pero no saben lo que el Señor revela en él. Aunque tengamos muchos diplomas o mucha educación, todos debemos humillarnos y decir: “Señor, no sé nada ni tampoco soy nada. Muéstrame Tu revelación”. Si ora así, la revelación del Señor llegará a usted.
En los evangelios, el Señor Jesús pasó tres años y medio con Sus discípulos. El se mostró muy paciente con ellos durante ese tiempo. Inclusive, podemos afirmar que el Señor les tocaba “música celestial”, pero ellos no supieron apreciarla. Este fue particularmente el caso de Pedro.
El Señor Jesús, lleno de paciencia y simpatía, hizo todo lo posible por ayudar a Pedro. En Mateo 16, Pedro recibió una visión celestial y declaró: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). El Señor contestó y le dijo: “Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos” (v. 17). En ese mismo pasaje, el Señor les habló acerca de la iglesia y del reino, y “comenzó a manifestarles a Sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer muchas cosas por parte de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (v. 21). Al oír esto, Pedro empezó a reprenderle, diciendo: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso!” (v. 22). Inmediatamente, el Señor se volvió a Pedro y le dijo: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (v. 23).
Al leer el relato de Mateo 16 tal vez sintamos lástima de Pedro, pero a pesar de lo penosa que era su condición, el Señor Jesús no lo abandonó. Pedro no fue “expulsado” de la “universidad” del Señor. El Señor Jesús, como presidente de esta universidad, pacientemente continuó educándolo.
El Señor Jesús incluso se mostró paciente cuando Pedro lo negó. La noche en la que el Señor fue traicionado, Pedro le dijo: “Aunque todos tropiecen por causa de Ti, yo nunca tropezaré” (Mt. 26:33). El Señor le contestó: “De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces” (v. 34). Más tarde, efectivamente, Pedro negó al Señor tres veces, pero el Señor no se sintió desilusionado, pues esta experiencia de Pedro formaba parte de su “curso universitario”.
Finalmente Pedro aprendió a apreciar la música celestial que el Señor Jesús “tocaba”. Dicho aprecio lo ganó, no durante los tres años y medio que estuvo con el Señor, sino después de que el Señor se transfiguró de la carne al Espíritu. Mientras estuvo en la carne, el Señor no tuvo mucho éxito con Pedro, pues no podía entrar en él. Aunque podía corregirlo, no podía regenerarlo, volverlo a crear, ni morar en él. En otras palabras, mientras el Señor estuviera en la carne, le era imposible propagarse en Pedro y en los demás discípulos. Para esto, El necesitaba impartirse en ellos como vida.
Mientras los discípulos pasaban por su “curso universitario”, el Señor Jesús sabía muy bien que debía entrar en ellos, pero no podía hacerlo mientras estuviera en la carne. Por esta razón, el Señor les indicó a Sus discípulos en el Evangelio de Juan, que le era necesario morir y resucitar. En resurrección El podría entrar en los discípulos como vida y permanecer en ellos como su persona, y de este modo El se propagaría.
Después de resucitar, el Señor Jesús regresó a Sus discípulos como Espíritu vivificante y con Su soplo se infundió en ellos (Jn. 20:22). En lugar de darles una enseñanza o un sermón, El simplemente se impartió en ellos. Esto marcó el inicio del último “semestre” de los cuatro años “universitarios” que recibieron los discípulos. Al infundirles Su aliento, El se propagó como vida en ellos.
Después de entrar en Sus discípulos, el Señor aún permaneció con ellos en el aspecto económico durante cuarenta días. Leamos lo que revela Hechos 1:3 al respecto: “A quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles de lo tocante al reino de Dios”. El hecho de que el Señor se presentara vivo tenía como fin entrenar a los discípulos para que ellos se acostumbraran a Su presencia invisible y la disfrutaran. En el Evangelio de Juan no hallamos ningún indicio de que el Señor abandonara a los discípulos después de infundirse en ellos. En realidad, El permaneció con ellos, a pesar de que no estuviesen conscientes de Su presencia. Cada vez que el Señor se les aparecía, ésta era Su manifestación. Antes de morir, Su presencia era visible en la carne, pero después de resucitar, Su presencia era invisible en el Espíritu. Las manifestaciones o apariciones del Señor después de Su resurrección, tenían como fin adiestrar a los discípulos a que estuvieran conscientes de Su presencia invisible, que la disfrutaran y se acostumbraran a ella, la cual es más disponible, más prevaleciente, más preciosa, más rica y más real que Su presencia visible. La presencia invisible del Señor es simplemente el Espíritu que El infundió en los discípulos en Su resurrección, el cual estaría con ellos todo el tiempo.
Después de impartirse en los discípulos, el Señor nunca los dejó esencialmente. No obstante, El aparecía y desaparecía en el aspecto económico con el fin de entrenar a Sus discípulos y así concluir los últimos seis meses de la educación de ellos. Por esta razón, no es acertado decir que el Señor se iba y regresaba, sino más bien, que aparecía y desaparecía.
El Señor Jesús apareció a los discípulos durante cuarenta días. En la Biblia, cuarenta días constituyen un período de pruebas. El Antiguo Testamento enseña que cuarenta días son un tiempo de aflicción y prueba (Dt. 9:9, 18; 1 R. 19:8). Cuando el Señor Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo, ayunó cuarenta días y cuarenta noches (Mt. 4:1-2). Los hijos de Israel también fueron probados y adiestrados por Dios en el desierto durante cuarenta días. Por tanto, cuarenta es el número que simboliza prueba y adiestramiento. Así, en Hechos 1, el Señor continuó apareciéndose y desapareciéndose durante cuarenta días con el fin de probar a Sus discípulos y adiestrarlos.
Desde el momento en que El entró en los discípulos como Espíritu el día de Su resurrección, el Cristo resucitado comenzó a morar en ellos. Las apariciones mencionadas en Hechos 1:3 no implican que El los hubiera dejado, sino más bien, que les manifestaba Su presencia de manera visible, y así los entrenaba a que se acostumbraran a Su presencia invisible y la disfrutaran continuamente.
Los discípulos se habían acostumbrado a la presencia visible de Cristo. Durante tres años y medio, El había estado con ellos de manera visible en la carne. Lo vieron, lo palparon y comieron con El. Incluso uno de ellos se reclinó sobre Su pecho (Jn 13:23). Pero de repente, Su presencia visible desapareció. Más tarde, el Señor volvió a Sus discípulos para soplar en ellos. A partir de ese instante, la presencia del Señor se hizo invisible; dejó de ser una presencia física y se convirtió en una espiritual.
Aunque la presencia espiritual del Señor es ahora invisible, es más real y vital que la visible. Su presencia visible dependía de los elementos del tiempo y el espacio, pero ahora éstos no afectarían más Su presencia invisible. Su presencia invisible está en todas partes. Hoy dondequiera que estemos, la presencia invisible del Señor nos acompaña. De hecho, Su presencia invisible no está solamente con nosotros, sino en nosotros. Mientras el Señor estaba con los discípulos en la carne, Su presencia era exterior y visible, pero después de infundirse en ellos como Espíritu vivificante, Su presencia se hizo interior e invisible.
Debido a que los discípulos no estaban acostumbrados a la presencia invisible del Señor, El continuó con ellos en el aspecto económico, apareciéndoles y desapareciéndoles por cuarenta días. De esta manera, El los adiestró a conocer y disfrutar Su presencia invisible.