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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hechos»
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Mensaje 4

INTRODUCCION Y PREPARACION

(2)

  Lectura bíblica: Hch. 1:1-26

  Ya vimos que Hch. 1:1-2 presenta la introducción al libro de Hechos. Luego, en Hch. 1:3-26, se narra la preparación de los discípulos, la cual fue realizada por el Señor y también por ellos mismos. En este mensaje, seguiremos hablando de la preparación de los discípulos por parte de Cristo en Su resurrección.

HABLA A LOS DISCIPULOS ACERCA DEL REINO DE DIOS

  Leamos Hechos 1:3: “A quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoles durante cuarenta días y hablándoles de lo tocante al reino de Dios”. En este pasaje vemos que durante cuarenta días el Señor habló a los discípulos acerca del reino de Dios. ¿Qué les diría el Señor específicamente durante ese tiempo? Lucas no lo dice. En lugar de proporcionarnos un relato completo de lo que el Señor enseñó a los discípulos acerca del reino, él simplemente declara el hecho.

  Aunque Hechos no relata las palabras que el Señor habló acerca del reino, podemos deducir lo que dijo al estudiar otros pasajes de la Palabra. En los evangelios, el Señor Jesús habló bastante a Sus discípulos acerca del reino. Dudo que durante los cuarenta días después de Su resurrección, el Señor les dijera algo nuevo. Yo diría que El repitió lo que ya les había enseñado. Sólo que en esa ocasión, los discípulos no entendieron lo que su “profesor” les enseñaba. Por tanto, el Señor Jesús repitió Su enseñanza durante esos cuarenta días, desde Su resurrección hasta Su ascensión.

  Si queremos saber, o por lo menos deducir, lo que el Señor enseñó a los discípulos acerca del reino en los cuarenta días, debemos leer nuevamente todo lo que El dijo acerca del reino en los evangelios. Es muy probable que la enseñanza que impartió durante esos cuarenta días fuera idéntica a la que aparece en los evangelios.

La necesidad de tener perspicacia espiritual

  Cuando el Señor Jesús habló a Sus discípulos acerca del reino antes de Su muerte y resurrección, El aún no estaba en ellos, pues todavía estaba en la carne. Los discípulos no tenían la perspicacia espiritual necesaria para entender lo que era el reino de Dios porque el Señor no estaba en ellos en aquel tiempo.

  Conocer el reino de Dios requiere percepción y perspicacia espirituales. Sin ellos es imposible conocer el reino de Dios. Los que carecen de percepción espiritual piensan que entrar en el reino de Dios equivale a ir al cielo. En general, éste es el concepto natural de la humanidad caída en cuanto al reino de Dios.

  En los evangelios, los discípulos no tenían la perspicacia con la cual entender el reino de Dios, pero en Juan 20, recibieron a la persona maravillosa del Cristo resucitado como Espíritu vivificante. Esto hizo de ellos personas diferentes en Hechos 1. Por una parte, eran las mismas personas; por otra, eran distintos porque Cristo, el Espíritu vivificante, estaba ahora en ellos como su vida y su persona. La presencia del Espíritu vivificante en ellos les permitió entender lo que el Señor habló acerca del reino de Dios.

El reino de la vida divina

  Ahora debemos hacernos una pregunta importante: ¿Qué es el reino de Dios? El reino de Dios no es un reino material, visible al hombre, sino un reino divino, un reino constituido de la vida de Dios. El reino de Dios es la extensión de Cristo como vida en Sus creyentes, la cual forma un dominio en el que Dios gobierna en Su vida. El hecho de que el reino se mencione en 1:3 demuestra que ese sería el tema principal de la predicación de los apóstoles en la comisión que recibirían después de Pentecostés (8:12; 14:22; 19:8; 20:25; 28:23, 31).

  El reino de Dios es el gobierno, el reinado, de Dios con todas Sus bendiciones y disfrute. Es la meta del evangelio de Dios y de Jesucristo. La entrada a este reino requiere que las personas se arrepientan de sus pecados y crean en el evangelio (Mr. 1:15) para que les sean perdonados sus pecados y sean regeneradas por Dios con el fin de tener la vida divina, la cual corresponde a la naturaleza divina de este reino (Jn. 3:3, 5).

  Todos los creyentes de Cristo pueden participar del reino en la era de la iglesia y disfrutar a Dios en Su justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Ro. 14:17). El la era venidera, el reino llegará a ser el reino de Cristo y de Dios para que los creyentes vencedores lo hereden y lo disfruten (1 Co. 6:9-10; Gá. 5:21; Ef. 5:5), a fin de que reinen juntamente con Cristo durante mil años (Ap. 20:4, 6). Finalmente, como reino eterno, el reino de Dios será la bendición eterna de la vida eterna de Dios para todos Sus redimidos, la cual ellos disfrutarán en el cielo nuevo y la tierra nueva por toda la eternidad (Ap. 21:1-4; 22:1-5, 14, 17).

  El reino de Dios es la realidad de la iglesia, la cual es producida por la vida de resurrección de Cristo mediante el evangelio (1 Co. 4:15). Al reino se entra mediante la regeneración (Jn. 3:5), y el crecimiento de la vida divina en los creyentes constituye su desarrollo (2 P. 1:3-11).

  El reino de Dios es el Salvador mismo (Lc. 17:21) como semilla de vida sembrada en Sus creyentes, el pueblo escogido de Dios (Mr. 4:3, 26), que se desarrolla en un dominio en que Dios gobierna en Su vida divina. Hemos visto que la entrada al reino es la regeneración y que el desarrollo del reino es el crecimiento del creyente en la vida divina. El reino de Dios es la actual vida de iglesia, en la cual viven los creyentes fieles (Ro. 14:17), y se desarrollará en el reino venidero como una recompensa que heredarán (Gá. 5:21; Ef. 5:5) los vencedores en el milenio. Tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén como reino eterno de Dios y esfera eterna en la que se les otorgará la bendición eterna de la vida eterna a todos los redimidos para su disfrute en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad.

  Ya mencionamos que el reino de Dios es el reino de la vida divina. Un buen ejemplo de esto es el reino humano. Así como la humanidad es el reino de la vida humana, también el reino de Dios es el reino de la vida divina. Si no fuéramos humanos, no podríamos entender el reino de la vida humana. Por ejemplo, los perros no pueden entender el reino humano porque no poseen la vida humana; pero si un perro recibiera la vida humana, podría entender el reino humano. Asimismo, nosotros, por medio de la vida divina, conocemos el reino de Dios, pues éste es el reino de dicha vida.

La extensión de Cristo como vida

  Nosotros los que hemos recibido la vida divina, no sólo sabemos lo que es el reino de Dios, sino que formamos parte de él. Si un perro naciera con la vida humana automáticamente formaría parte del reino humano. ¿No tiene usted la vida divina? Efectivamente, y por tener esa vida, usted forma parte del reino de Dios. Aunque entendemos estas cosas, resulta imposible explicárselas a la gente que no ha sido regenerada.

  El reino de Dios es la extensión de Cristo como vida en Sus creyentes. Esta extensión propaga a Cristo como vida en Sus creyentes hasta formar un dominio en el cual Dios gobierna con Su vida. Al preparar a los discípulos, el Señor Jesús probablemente los ayudó a entender lo que era el reino de Dios. Tal vez los discípulos empezaron a ver que formaban parte de la propagación, la extensión, de Cristo, y que por consiguiente eran parte del reino de Dios.

MANDA A LOS DISCIPULOS A QUE ESPEREN LA PROMESA DEL PADRE

  En Hechos 1:4-8 el Señor Jesús les mandó a los discípulos a que esperaran el bautismo en el Espíritu Santo. El versículo 4 dice: “Y estando reunidos con ellos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de Mí”. La promesa mencionada en este versículo y en Lucas 24:49 es diferente de la que se da en Juan 14:17. La promesa de Hechos 1:4 y Lucas 24:49 es la que se menciona en Joel 2:28-29, la cual se cumplió en el día de Pentecostés (Hch. 2:1-4, 16-18). Esta promesa tenía que ver con el derramamiento del Espíritu de poder de lo alto para el ministerio de los creyentes en el aspecto económico. Difiere del Espíritu de vida, infundido en los discípulos por el soplo del Salvador (Jn. 20:22) el día de Su resurrección, para que residiera en ellos y fuese vida para ellos en el aspecto esencial. La promesa hecha por el Señor en Juan 14:17 se cumplió el día de Su resurrección, cuando El, con Su soplo, infundió el Espíritu en los discípulos como aliento de vida. No obstante, la promesa que hizo el Padre en Lucas 24:49 y Hechos 1:4 se cumplió cuarenta días después, en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu vino a los discípulos como viento recio.

  Es importante que diferenciemos la promesa que hizo el Señor en Juan 14:17 de la promesa del Padre mencionada en Joel 2:28 y 29. Muchos lectores de la Biblia confunden estas dos promesas. La promesa que Dios el Padre hizo en Joel 2 y que luego el Señor Jesús menciona en Lucas 24 y Hechos 1 no tiene nada que ver con la promesa hecha por el Señor en Juan 14. En Hechos 1:4 el Señor Jesús parecía decir: “Os he hablado de la promesa de Mi Padre. Ahora debéis esperar en Jerusalén hasta que se cumpla”.

  En Hechos 1:5 el Señor añadió: “Porque Juan bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de no muchos días”. Esto se efectuó en dos partes. Primero, los creyentes judíos fueron bautizados en el Espíritu Santo el día de Pentecostés (2:4); segundo, los creyentes gentiles fueron bautizados en la casa de Cornelio (10:44-47; 11:15-17). En estas dos partes todos los creyentes de Cristo fueron bautizados en el Espíritu Santo en un solo Cuerpo, una vez y para siempre universalmente (1 Co. 12:13).

LA PREGUNTA DE LOS DISCIPULOS ACERCA DE LA RESTAURACION DEL REINO DE ISRAEL

  Leamos el versículo 6: “Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” El reino de Israel, el cual los apóstoles y otros devotos judíos buscaban, era un reino material. Este reino difiere del reino de Dios, un reino de vida, el cual Cristo edifica por medio de la predicación de Su evangelio.

  La pregunta que los discípulos le hicieron al Señor en el versículo 6, indica que ellos se habían olvidado de la vida divina que había entrado en ellos. Lo que a ellos les interesaba era la restauración del reino de Israel. Este concepto tradicional ocupaba las mentes de todos los judíos. Pedro, Juan, Jacobo y los demás discípulos pensaban que un día el reino de Israel sería restaurado y día tras día esperaban dicha restauración. No obstante, en 1:3 el Señor no les habló del reino de Israel, sino del reino de Dios.

  Aunque el Señor habló a Sus discípulos acerca del reino de Dios durante más de cuarenta días, a ellos quizá les preocupaba más el reino de Israel que el reino de Dios. El reino de Israel ocupaba sus corazones. El Señor también les había hablado del bautismo en el Espíritu Santo. Tanto el reino de Dios como el bautismo en el Espíritu Santo se relacionan con la economía neotestamentaria. La pregunta que formularon los discípulos en el versículo 6 demuestra que hasta ese momento no habían entendido correctamente estas cosas.

  En respuesta a la pregunta de los discípulos, el Señor Jesús dijo: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre dispuso por Su propia potestad” (v. 7). El Señor parecía decir: “Dejad la restauración del reino de Israel en las manos soberanas de Dios. Olvídaos del reino de Israel, y recibid Mis palabras acerca del reino de Dios y del bautismo en el Espíritu Santo”.

EL ESPIRITU SANTO SOBRE NOSOTROS

  En 1:8 el Señor añadió: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Recibir poder significa ser bautizado en el Espíritu Santo (v. 5), lo cual cumple la promesa del Padre (v. 4).

  Recibir el Espíritu Santo sobre nosotros es diferente a recibirlo en nosotros (Jn. 14:17). El día en que el Señor Jesús resucitó, el Espíritu Santo fue impartido como aliento en los discípulos y llegó a ser el Espíritu esencial de vida en ellos. El mismo Espíritu Santo vino sobre los discípulos el día de Pentecostés y se derramó como Espíritu económico de poder. En cuanto al Espíritu de vida, necesitamos inhalarlo como aliento; y en cuanto al Espíritu de poder, debemos revestirnos de El, como nuestro uniforme, tipificado por el manto de Elías (2 R. 2:9, 13-15). En el primer aspecto, el Espíritu es el agua de vida que necesitamos beber (Jn. 7:37-39), mientras que en el segundo, es el agua del bautismo, en la cual debemos ser sumergidos. Estos son dos aspectos del mismo Espíritu que debemos experimentar (1 Co. 12:13). El Espíritu de vida que mora en nosotros es esencial, para que tengamos vida y vivamos por ella; el derramamiento del Espíritu de poder es económico, para que llevemos a cabo nuestro ministerio y nuestra obra.

TESTIGOS DE CRISTO

  La palabra griega traducida “testigos” en Hechos 1:8 significa literalmente “mártires”. Los testigos dan testimonio vivo del Cristo resucitado y ascendido en vida. Difieren de los predicadores que simplemente predican doctrinas según la letra.

  Cristo, en Su encarnación, llevó a cabo Su ministerio en la tierra por Sí mismo, según consta en los evangelios, para sembrarse como la semilla del reino de Dios sólo en tierra judía. En Su ascensión, El llevaría a cabo Su ministerio en los cielos, según se narra en los Hechos, por medio de estos testigos, estos mártires, en Su vida de resurrección y con el poder y autoridad de Su ascensión. Hizo esto a fin de propagarse y desarrollar el reino de Dios desde Jerusalén hasta lo último de la tierra, lo cual da consumación a Su ministerio en el Nuevo Testamento. Todos los apóstoles y discípulos que aparecen en el libro de Hechos fueron Sus mártires, Sus testigos.

LOS DISCIPULOS NECESITAN UN TRASLADO DE DISPENSACION

  En el versículo 8, el Señor les indicó a Sus discípulos que debían prestar la debida atención a la venida del Espíritu Santo sobre ellos, y ser Sus testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra. No obstante, las mentes de ellos estaban ocupadas con conceptos tradicionales acerca de Israel, de Moisés y de guardar la ley. Aquí el Señor trata de decirles brevemente que necesitaban experimentar un gran traslado, un cambio de dispensación. El parecía decirles: “Vosotros debéis ser trasladados, en el aspecto económico, de la dispensación del Antiguo Testamento a la del nuevo; del reino de Israel al reino de Dios, el cual es la iglesia. Olvidaos de Israel y ocupaos de la iglesia. También necesitáis un traslado de la ley a Cristo, es decir, a Mí. En lugar de tener a Moisés y a la ley, me tenéis a Mí. Ya no debéis observadores de la ley; ahora debéis ser Mis testigos vivientes y testificar del Cristo resucitado. Yo soy quien os habla, no Moisés. ¿Es para vosotros la ley tan viviente como Yo? Yo estoy aquí como el Viviente, como el Cristo resucitado. Vosotros estuvisteis conmigo por tres años y medio. Luego, presenciasteis Mi muerte y Mi sepultura. Incluso visteis Mi tumba vacía y a Mí, en resurrección. Ahora estoy con vosotros en resurrección. Olvidaos de Moisés y de la ley. No os dediquéis a gardar la ley; sed Mis testigos vivientes”.

  Quizás a los discípulos les fue difícil entender que necesitaban un traslado de dispensación. En la actualidad, muchos cristianos tienen el mismo problema. Cuando leen este pasaje de la Palabra, no ven la importancia que tiene el traslado económico. Muchos de nosotros necesitamos también este traslado. Aunque usted haya sido salvo por muchos años, ¿ha considerado alguna vez cómo puede ser un testigo viviente de Cristo? Dudo que muchos creyentes piensen en esto. Por el contrario, muchos se esfuerzan por guardar los mandatos del Nuevo Testamento, así como aquellos que guardaban la ley, pero no entienden que deben ser testigos del Señor Jesús. Por tanto, necesitan un traslado de dispensación.

  Pese a que somos el pueblo del Nuevo Testamento, todavía conservamos conceptos antiguotestamentarios. Por tanto, debemos ser trasladados del concepto del Antiguo Testamento a la economía neotestamentaria. Esto significa pasar de la ley a Cristo; dejar de ser observadores de la ley y ser testigos de Jesús. Espero que el Espíritu de revelación les muestre que necesitan tal traslado. Esta palabra dada por el Señor, que indica la necesidad de un traslado de dispensación, también formaba parte de la preparación de los discípulos.

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