Mensaje 52
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Lectura bíblica: Hch. 19:23-41; 20:1-12
En este mensaje estudiaremos la sección que abarca de 19:23 a 20:12. En 19:23-41, se describe el disturbio producido en Efeso, y 20:1-12 relata el viaje de Pablo al pasar Macedonia y Grecia, rumbo a Troas.
Leamos Hechos 19:23: “Hubo por aquel tiempo un disturbio no pequeño acerca del Camino”. Como hemos indicado, en Hechos, la expresión el “Camino” denota la plena salvación del Señor en la economía neotestamentaria de Dios.
En los versículos del 24 al 26, leemos: “Porque un platero llamado Demetrio, que hacía de plata templecillos de Artemisa, daba no poca ganancia a los artífices; a los cuales, habiendo reunido, y con ellos los obreros del mismo oficio, dijo: Varones, sabéis que de este oficio obtenemos nuestra prosperidad; pero veis y oís que este Pablo, no solamente en Efeso, sino en casi toda Asia, ha apartado a muchas gentes con persuasión, diciendo que no son dioses los que se hacen con las manos”. El Demetrio del versículo 24 no es el mismo que se menciona en 3 Jn. 1:12. Este era un platero que hacía templecillos de Artemisa, la diosa de los efesios. Para los romanos ésta era la diosa Diana. La fabricación de estos templecillos era un oficio sucio y demoniaco. En realidad, los que practicaban ese oficio cooperaban con los demonios en la obra de poseer y usurpar a la gente para el reino maligno de Satanás (Mt. 12:26). Tras el culto a los ídolos estaban los demonios, los cuales instigaron el escándalo en contra del apóstol, a fin de perturbar e impedir la predicación del evangelio. Se trataba de una lucha de Satanás en contra de la propagación del reino de Dios en la tierra.
En Efeso, la predicación de Pablo era tan prevaleciente, que provocó que las personas hablaran de los ídolos que había en esa ciudad. Los artesanos temían que su negocio fuera a desacreditarse (v. 27), y a causa de ello, se produjo un disturbio no pequeño. Todos aquellos que Demetrio reunió “se llenaron de ira y gritaron, diciendo: ¡Grande es Artemisa de los efesios! Y la ciudad se llenó de confusión, y a una se lanzaron al teatro, arrebatando a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de viaje de Pablo” (vs. 28 y 29). El hermano Gayo mencionado en el versículo 29 no es el mismo de Derbe en 20:4, ni el de Corinto en 1 Corintios 1:14 y Romanos 16:23; tampoco es el hermano Gayo al cual se dirige Juan en 3 Jn. 1, sino otra persona del mismo nombre. Este nombre era muy común en aquellos tiempos.
En Hechos 19:23-41 se revela un principio importante: si hemos de permanecer en una localidad durante largo tiempo, debemos tener un ministerio prevaleciente, un ministerio que tenga la capacidad de instigar a los demás. En cierto sentido, Pablo fue un perturbador cuando estuvo en Efeso. Antes de su llegada, la ciudad estaba tranquila y todos adoraban al ídolo de Artemisa, pero la presencia de Pablo en esa ciudad provocó un gran disturbio. El ni siquiera habló en contra de la diosa Artemisa; sin embargo, su ministerio era tan prevaleciente que conmocionó a toda la ciudad, generando un impacto social. Esto indica que si decidimos permanecer en cierto lugar, nuestro ministerio deberá ser tan prevaleciente, que produzca una reacción semejante.
En 19:23-41 se nos presenta otro modelo: un ministerio prevaleciente causa problemas. Si seguimos este modelo, se levantarán problemas como resultado de nuestra predicación prevaleciente. Antes de nuestra llegada a cierto lugar, la gente quizás viva en paz y adore ídolos libremente, pero después de permanecer allí por algún tiempo, quizás se produzca un alboroto en la ciudad a causa de nuestro prevaleciente ministerio.
En el disturbio de Efeso sucedieron ciertas cosas irrisorias. Vemos que “unos, pues, gritaban una cosa, y otros otra; porque la asamblea estaba confusa, y los más no sabían por qué se habían reunido” (v. 32). Además, “Sacaron de entre la multitud a Alejandro, empujándole los judíos. Entonces Alejandro, habiendo hecho señales con la mano, quería hacer su defensa ante el pueblo. Pero cuando le conocieron que era judío, todos a una voz gritaron casi por dos horas: ¡Grande es Artemisa de los efesios!” (vs. 33 y 34). No creo que este Alejandro fuese un fruto de la predicación de Pablo; al menos, no es el hermano Alejandro mencionado en 1 Timoteo 1:20 ni en 2 de Timoteo 4:14. En cuanto al disturbio, el escribano de la ciudad dijo: “Porque peligro hay de que seamos acusados de insurrección por esto de hoy, no habiendo ninguna causa por la cual podamos dar razón de este tumulto” (v. 40). En estos versículos vemos la magnitud del disturbio que causó el prevaleciente ministerio de Pablo.
Es posible que después de leer sobre el disturbio de Efeso, algunos digan: “Cuando yo visite algún lugar para laborar por el Señor, no quiero verme envuelto en un disturbio semejante”. No obstante, si su labor es realmente prevaleciente, afectará al propio poder de las tinieblas. En Efeso, el corazón del poder de las tinieblas era el templo de la diosa Artemisa. Cuanto más personas se convertían al Señor en Efeso, menos influencia tenía este templo. Aparentemente fueron algunos artesanos los causantes del alboroto, pero en realidad, éstos habían sido incitados por los demonios que se hallaban detrás del escenario.
Nuestro ministerio consiste en propagar al Cristo resucitado, quien es el reino de Dios. En la actualidad, cada ciudad realmente es el reino del diablo. Por tanto, un ministerio que sea prevaleciente y propague a Cristo, tendrá que luchar por el reino de Dios, ya que toda la tierra se halla bajo el reino de las tinieblas. Si al cumplir nuestra labor nos conducimos mansos y amables, procurando complacer a los demás, por mucho tiempo que permanezcamos en cierto lugar, no despertaremos ninguna oposición. Pero si nuestro ministerio realmente es prevaleciente, sin duda, despertará oposición.
Esto no quiere decir que debamos tratar de causar disturbios, pensando que así demostraremos que nuestro ministerio es poderoso y prevaleciente. En realidad, esto sería trágico, pues le estaríamos dando lugar al poder de las tinieblas. En tal caso, no formaríamos parte de la propagación de Cristo con miras al reino de Dios, sino que prácticamente seríamos parte del reino de las tinieblas.
Tenemos que percatarnos de que se libra una batalla entre Dios y Satanás. Así que, debemos tener la certeza de que todas nuestras acciones son en favor del reino de Dios y que no tienen nada que ver con el reino de las tinieblas.
Debido a la lucha que se libra entre Dios y Satanás, debemos estar preparados para afrontar los ataques del enemigo. Si llevamos a cabo un ministerio prevaleciente, tarde o temprano seremos atacados. Pero aunque las “flechas” demoníacas apunten hacia nosotros, no debemos desfallecer, sino cobrar ánimo, al igual que Pablo.
Pablo fue muy valiente al enfrentar todos los ataques. No huyó ante el disturbio demoníaco incitado en Efeso, sino que en lugar de esto, intentó salir a la muchedumbre, pero los discípulos no lo dejaron (v. 30). “También algunos de los asiarcas, que eran sus amigos, le enviaron recado, rogándole que no se presentase en el teatro” (v. 31). Estos asiarcas eran las personas más importantes de la provincia de Asia, lo cual indica que aun los amigos que Pablo había hecho en el círculo político, se preocupaban por su seguridad. Si el apóstol se hubiera presentado en el teatro, los judíos que se oponían ciertamente habrían aprovechado esa oportunidad para darle muerte.
Hechos 19:35-41 describe cómo la multitud fue apaciguada. Después de que el escribano concluyó las palabras que dirigió al pueblo, despidió la asamblea (v. 41). Este fue un acto soberano del Señor, el cual preservó la vida del apóstol en este disturbio demoníaco.
Al llevar a cabo su ministerio, Pablo continuamente luchaba en contra de la potestad de las tinieblas. Como ya mencionamos, el poder de las tinieblas se escondía detrás de la adoración a los ídolos. Visto desde un plano humano, no había razón para que el pueblo de Efeso se comportara de una manera tan insensata, gritando sin saber por qué. Sin duda su comportamiento fue instigado por los demonios. Los adoradores de ídolos estaban poseídos por tales demonios, los cuales les instigaban a hacer algo en contra del ministerio de propagación. Por la soberanía del Señor este disturbio se produjo al final de los tres años que Pablo estuvo en esa ciudad. Como lo relata 20:1, “Después que cesó el alboroto, llamó Pablo a los discípulos, y habiéndolos exhortado, se despidió y salió para ir a Macedonia”.
En 20:1-3, podemos ver más claramente la situación en la que Pablo se encontraba. El versículo 1 dice que él se despidió de los discípulos y salió rumbo a Macedonia, donde escribió su segunda Epístola a los Corintios (2 Co. 2:13; 7:5-6; 8:1; 9:2, 4). La primera Epístola de Pablo a la iglesia en Corinto (1 Co. 16:3-10, 19) fue escrita en Efeso, en la época de 19:22. Vimos también que en la época de 18:5, él escribió su primera Epístola a los Tesalonicenses, y es probable que su segunda Epístola a los Tesalonicenses fuera escrita poco tiempo después. Aparte de esto, probablemente escribió la Epístola a los Gálatas en ese mismo periodo.
Conforme a Hechos 20:2 y 3, después de que Pablo pasó por Macedonia, fue a Grecia, y pasó allí tres meses. Durante ese tiempo escribió su Epístola a los santos de Roma (Ro. 15:22-32 véase Hch. 19:21; 1 Co. 16:3-7).
Al leer los capítulos del dieciocho al veinte de Hechos, vemos que Pablo tenía una carga cuádruple: una carga por la iglesia en Corinto, otra por la iglesia en Efeso, una aún más fuerte por la situación de Jerusalén, y por último, otra por la iglesia en Roma. En el mensaje anterior, subrayamos el hecho de que Pablo sentía una gran preocupación en su corazón por Jerusalén. Por tal motivo, se propuso en su espíritu ir a allí y luego ver a Roma. Debido a la carga que tenía, escribió dos epístolas, una a los corintios y otra a los romanos. Además de su profunda carga por la obra del área del mar Mediterráneo, también pesaba sobre él la situación de la iglesia en Jerusalén.
Leamos Hechos 20:3: “Después de haber estado allí tres meses, y habiendo tramado los judíos un complot contra él para cuando se embarcase para Siria, tomó la decisión de volver por Macedonia”. Pablo primero había pensado ir a Jerusalén pasando por Siria, desde Acaya, ciudad de Grecia (19:21; 1 Co. 16:3-7), pero el complot que los judíos planeaban en su contra lo hizo desviarse hacia el norte, a Macedonia. De allí, regresó a Jerusalén. El sabía del complot que planeaban los judíos y sufría por ello (Hch. 20:19). Fue debido a esto que suplicó a los santos de Roma que orasen por él en cuanto a su regreso a Jerusalén (Ro. 15:25-26, 30-31), y probablemente fue la razón por la que manifestó estar ligado en su espíritu para ir a Jerusalén (Hch. 20:22). Finalmente, después de volver a Jerusalén, cayó en manos de los judíos (21:27-30), quienes procuraban matarlo (21:31; 23:12-15).
El apóstol tomó muchas precauciones en cuanto a los judíos que tramaban en su contra. Al enterarse de esto, tuvo la sabiduría de cambiar su ruta. Esto muestra la difícil situación en la que Pablo se hallaba. No obstante, en medio de tal situación, se preocupaba por los intereses del Señor universalmente, pues no sólo sentía carga por Corinto y Macedonia, sino también por Jerusalén y Roma. Es muy importante que veamos la carga cuádruple que se agolpaba sobre Pablo, la cual incluía Corinto, Efeso, Jerusalén y Roma.
Hechos 20:5 y 6 relatan que Pablo y sus compañeros llegaron a Troas, donde permanecieron siete días. “El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para partir el pan, Pablo conversaba con ellos, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche” (v. 7). El primer día de la semana era el domingo, el día del Señor (Ap. 1:10). Pablo permaneció en Troas siete días, pero sólo el primer día de la semana se reunieron para partir el pan en memoria del Señor. Esto indica que en aquel tiempo, el apóstol y la iglesia consideraban que el primer día de la semana era un día dedicado al Señor.
El Nuevo Testamento no indica de manera explícita que hubiera una iglesia en Troas, pero al leer este breve pasaje de la Palabra, podemos deducir que sí había una iglesia en ese lugar. Pese a todas sus ocupaciones, Pablo permaneció con los santos de Troas siete días, y en el día del Señor, él aprovechó para ministrarles la Palabra hasta altas horas de la noche. En esto podemos ver la carga genuina que Pablo tenía por el Cuerpo del Señor.
En la reunión que Pablo sostuvo con los santos en Troas el día del Señor, alargó su mensaje hasta la medianoche. Después de resolver la situación del joven que se cayó de la ventana, partieron el pan (vs. 8-11a), y Pablo nuevamente “habló largamente hasta el alba; y así salió” (v. 11b). Podemos ver cuán pesada era la carga de Pablo en cuanto a la economía neotestamentaria de Dios.
Debemos ver el cuadro que se presenta del apóstol Pablo en estos capítulos de Hechos, y también en epístolas, tales como Gálatas, Romanos, y 1 y 2 Corintios. Al estudiar esta porción del Nuevo Testamento, podemos ver que el Señor había obtenido un vaso excelente. Pablo era un hombre totalmente constituido de la economía neotestamentaria de Dios, y ésta era la razón por la que tenía una gran carga por la iglesia en Jerusalén.
De hecho, la iglesia en Jerusalén y las iglesias de Judea no habían sido asignadas por el Señor a Pablo, para que él tuviera carga por ellas. Vemos en Gálatas 2:8 que Pablo declaró que el Señor había designado a Pedro para el apostolado de la circuncisión, lo cual incluía a las iglesias de la tierra judía, y a él, a los de la incircuncisión, es decir, a los gentiles. Por tanto, era suficiente que Pablo limitara su carga a las iglesias gentiles, de Antioquía hasta Asia, y de Macedonia hasta Roma. Aparentemente no había ningún motivo para que tuviera carga por Jerusalén. No obstante, después de haber visto la situación allí, y debido a su fidelidad, el apóstol Pablo no podía estar en paz, sino que sentía una gran preocupación por Jerusalén, puesto que de esa “fuente” emanaba el “veneno”, que finalmente contaminaría a todo el Cuerpo de Cristo.
En aquella época existía mucho tráfico en toda el área que bordeaba el Mar Mediterráneo. El gobierno romano había construido muchas carreteras. En especial, se daba un tráfico intenso entre muchas ciudades y Jerusalén, especialmente en la época de las fiestas religiosas. Debido a esto, la mezcla religiosa de Jerusalén se extendió rápidamente al mundo gentil.
Como dijimos anteriormente, Pedro y Jacobo debieron haber solucionado el problema en Jerusalén. No obstante, fueron débiles y temerosos, y no lo resolvieron. Por tal motivo, Pablo tuvo la carga de hacer algo al respecto.
En el capítulo quince de Hechos, Pablo y Bernabé subieron a Jerusalén con el propósito de solucionar el problema de la circuncisión, el cual fue resuelto, pero no de manera definitiva. Debido a que la decisión que finalmente se tomó fue en realidad una simple negociación, el problema no fue desarraigado por completo, sino que permanecieron las raíces. Esto produjo desasosiego en Pablo en cuanto a la situación que reinaba en Jerusalén.
Jacobo era muy tolerante; Pedro muy débil; por ende, la lastimosa situación persistía todavía en Jerusalén. Esto hizo que, Pablo, un siervo fiel del Señor, albergara una profunda preocupación al respecto. El no podía simplemente continuar su ministerio en el mundo gentil, y por otra parte, permitir que el veneno siguiera brotando de Jerusalén, la fuente, afectando a Asia, a Europa e incluso a Roma. Por esta razón, él no tuvo reposo, confianza ni alivio, como para continuar llevando a cabo la economía neotestamentaria de Dios en el mundo gentil. Ya que en su corazón se agolpaba la preocupación por Jerusalén, se propuso en espíritu ir allí, con el fin de eliminar por completo la fuente de la mezcla.
Vimos que Pablo subió a Jerusalén en el capítulo quince, y volvió a hacerlo en el capítulo dieciocho, al concluir su segundo viaje ministerial (v. 22). Después de terminar este viaje, él descendió a Cesarea. Según la ruta normal, bien podía haber regresado directamente a Antioquía, pero se desvió a propósito, a Jerusalén, con la intención de eliminar, poco a poco, el veneno que aún estaba allí. Ahora, una vez más, Pablo se propuso en su espíritu subir a Jerusalén.
Al observar el cuadro descrito en Hechos, vemos que mientras Pablo laboraba para llevar adelante el mover del Señor en los alrededores del mar Mediterráneo, aún estaba viva en él la carga por Jerusalén, puesto que esta ciudad era la fuente del veneno que contaminaba al mundo gentil. Como no sentía la paz de continuar su labor en Europa y en Asia, y por lo que era fiel, se propuso subir a Jerusalén para eliminar completamente la fuente del veneno de tal mezcla religiosa, que ahora fluía por todo el mundo gentil.