Mensaje 56
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Lectura bíblica: Hch. 21:1-26
Después de la comunión solemne y preciosa que Pablo tuvo con los ancianos de la iglesia en Efeso (Hch. 20:13-35), “se puso de rodillas con todos ellos y oró” (Hch. 20:36), y finalmente lo acompañaron al barco. Leamos Hechos 21:1: “Después de separarnos de ellos, zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara”. La palabra griega traducida “separarnos” puede traducirse también “desgarrarnos”.
En Pátara, Pablo y sus colaboradores hallaron un barco que iba rumbo a Fenicia, y se embarcaron en él y zarparon (v. 2). Navegaron a Siria y arribaron a Tiro. “Y habiendo buscado y hallado a los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por medio del Espíritu, que no pusiese pie en Jerusalén” (v. 4). En 20:23, el Espíritu Santo le dio a conocer a Pablo que en Jerusalén le esperaban prisiones y aflicciones. Este testimonio era una profecía, una predicción, y no un mandamiento, y por tanto, Pablo no lo tomó como una orden, sino como una advertencia. Ahora, en 21:4, el Espíritu da un paso adicional y le comunica por medio de algunos miembros del Cuerpo de Cristo, que no vaya a Jerusalén. Puesto que Pablo practicaba la vida del Cuerpo, debió haber tomado esto como un mensaje venido de la Cabeza y obedecerlo.
Hechos 21:7-8 agrega: “Y nosotros, completamos la navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un día. Al otro día, partimos y llegamos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, posamos con él”. Adondequiera que Pablo iba, visitaba a los hermanos y se quedaba con ellos (vs. 4, 7). En realidad, él practicaba la vida corporativa de la iglesia, viviendo conforme a lo que enseñaba acerca del Cuerpo de Cristo.
Leamos Hechos 21:10-11: “Y permaneciendo nosotros allí varios días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles”. El Espíritu Santo le advirtió de nuevo a Pablo indirectamente, por medio de un miembro del Cuerpo de Cristo, lo que le habría de acontecer en Jerusalén. Una vez más, en lugar de tratarse de un mandato, tenemos una advertencia dada a manera de profecía. La Cabeza habló una vez más por medio de Su Cuerpo. Puesto que Pablo practicaba la vida del Cuerpo, debió haber hecho caso de lo que se le decía.
El versículo 12 dice: “Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén”. El pronombre “nosotros” incluye a Lucas el escritor. Según este versículo, el Cuerpo de Cristo, mediante muchos miembros, expresó su sentimiento, rogándole al apóstol que no fuese a Jerusalén. Pero debido a la fuerte voluntad de éste, manifestada en su disposición para sacrificar la vida por el Señor, no fue posible persuadirlo. El versículo 13 declara al respecto: “Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús”. Al ver que no podían persuadirlo, los miembros del Cuerpo no tuvieron otra alternativa que dejar este asunto a la voluntad del Señor. Al respecto, el versículo 14 aclara: “Y como no le pudimos persuadir, guardamos silencio, diciendo: Hágase la voluntad del Señor”.
Leamos Hechos 21:15-16: “Después de estos días, hechos ya los preparativos, subimos a Jerusalén. Y vinieron también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayéndonos a cierto hombre llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos”. Según el versículo 16, ellos se iban a hospedar con Mnasón.
El versículo 17 agrega: “Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo”. Aquí termina el tercer viaje ministerial de Pablo, que empezó en 18:23.
En 21:17 vemos que cuando Pablo y sus colaboradores subieron a Jerusalén, los hermanos los recibieron con gozo. Luego, el versículo 18 declara: “Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos”. La palabra “nosotros” en este versículo indica que Lucas estaba presente.
En 21:18 vemos que Pablo visitó a Jacobo, quien era la figura principal, como lo vimos cuando se suscitó el problema en Jerusalén, puesto que era el líder entre los apóstoles y los ancianos de allí. Cuando Pablo y sus colaboradores visitaron a Jacobo, todos los ancianos estaban presentes. Esto indica que Jacobo presidía entre ellos.
Después de saludarlos, Pablo “les contó una por una, las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por medio de su ministerio” (v. 19). Pablo actuó sabiamente al no darles una enseñanza, sino más bien al contarles lo que Dios había hecho mediante su ministerio. De modo que, cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios (v. 20).
Los ancianos de Jerusalén glorificaron a Dios por lo que El había hecho entre los gentiles mediante el ministerio de Pablo, pero aún así, añadieron: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley”. La palabra griega traducida “millares” significa también miríadas, es decir, decenas de miles. Todos estos creyentes judíos eran celosos por la ley.
Lo dicho en 21:20, acerca de los millares de judíos que habían creído y que eran celosos por la ley, indica que los creyentes judíos de Jerusalén todavía guardaban la ley de Moisés, permanecían en la dispensación antiguotestamentaria, y estaban bajo una gran influencia judía, mezclando la economía neotestamentaria de Dios con la economía del Antiguo Testamento, la cual ya había sido desechada.
Jacobo en su epístola se dirigió a “las doce tribus que están en la dispersión” (Jacobo 1:1), lo cual indica que esta epístola fue escrita a los cristianos judíos. Sin embargo, al llamar a estos creyentes en Cristo “las doce tribus”, tal como fue llamado el pueblo escogido de Dios en Su economía antiguotestamentaria, tal vez indique que Jacobo mismo no tenía una visión clara con respecto a la diferencia entre los cristianos y los judíos, entre la economía neotestamentaria de Dios y la dispensación del Antiguo Testamento. Quizás no veía que en el Nuevo Testamento Dios libró de la nación judía a los judíos que creían en Cristo y que los separó de ella, a la cual en ese entonces Dios consideró una generación perversa (Hch. 2:40). Dios, en Su economía neotestamentaria, no considera que estos creyentes sean judíos apartados para el judaísmo, sino cristianos apartados para la iglesia. Ellos, como miembros de la iglesia de Dios, deben ser distintos y estar separados de los judíos al mismo grado que de los gentiles (1 Co. 10:32). Sin embargo, Jacobo, una columna de la iglesia (Gá. 2:9), en su epístola a los hermanos cristianos, seguía llamándolos “las doce tribus”, lo cual era contrario a la economía neotestamentaria de Dios.
Además, en su epístola, Jacobo usa también la palabra “sinagoga” (Jacobo 2:2). El uso de esta palabra puede indicar que los creyentes judíos consideraban que su asamblea y su lugar de reunión era otra de las sinagogas de los judíos. Esto indica que los cristianos judíos pensaban que seguían siendo parte del pueblo judío, el pueblo escogido de Dios según el Antiguo Testamento, y que carecían de una visión clara con respecto a la diferencia entre el pueblo escogido de Dios en el Antiguo Testamento, y los creyentes de Cristo en el Nuevo Testamento.
Jacobo 2:8-11 indica que los judíos contemporáneos de Jacobo que habían creído seguían guardando la ley del Antiguo Testamento. Esto corresponde a lo que Jacobo y los ancianos de Jerusalén le dijeron a Pablo en Hechos 21:20. Tanto Jacobo, como los ancianos de Jerusalén y los miríadas de creyentes judíos aún permanecían en una mezcla de fe cristiana y ley mosaica, e incluso le aconsejaron a Pablo que practicara tal mezcla judaica (21:20-26). Ellos ignoraban que la dispensación de la ley estaba totalmente terminada y que la dispensación de la gracia debía ser totalmente honrada, y que también hacer caso omiso de la distinción entre estas dos dispensaciones sería contrario a la administración dispensacional de Dios, que edifica a la iglesia como expresión de Cristo.
En el capítulo veintiuno vemos que Jacobo y los ancianos de Jerusalén habían formado una mezcla de la economía neotestamentaria de Dios con la dispensación del Antiguo Testamento, y que incluso la promovían. Por supuesto, no habían abandonado la fe en Cristo, pero conservaban su celo por el Antiguo Testamento. Como consecuencia de ello, se produjo tal mezcla religiosa en Jerusalén. Todos debemos entender claramente este asunto.
Jacobo se refirió a los millares de judíos que creían y que eran celosos por la ley, y dijo a Pablo: “Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni anden según las costumbres” (v. 21). Abandonar la ley de Moisés, no practicar la circuncisión y no andar según las costumbres de la letra muerta, en realidad está en conformidad con la economía neotestamentaria de Dios. Sin embargo, los judíos incrédulos y aun los judíos que creían en Cristo consideraban que hacer esto era apostatar de la dispensación antiguotestamentaria de Dios. Sin duda, desechar la economía del Antiguo Testamento no constituye una apostasía. Al contrario, esto forma parte de lo que significa seguir la verdad, pero Jacobo y los demás ancianos se refirieron a los millares de judíos de Jerusalén que habían creído para persuadir a Pablo.
Los creyentes judíos tenían razón en cuanto a todo lo que habían oído de Pablo, pero estaban equivocados al acusarlo de apostasía. En la Epístola a los Gálatas, el apóstol afirmó claramente que la ley había sido desechada, y que él había muerto a ella: “Porque yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios” (Gá. 2:19). Esto significa que él ya no tenía nada que ver con la ley. El hecho de que Pablo declarara que había muerto a la ley indica que la obligación que tenía bajo la ley y su relación con ella habían terminado. Por tanto, antes de subir a Jerusalén por última vez en Hechos 21, él declaró a los gálatas que había muerto a la ley, y que no tenía nada que ver con ella.
Los judíos tenían razón en cuanto a los hechos, pero los tergiversaron al acusar a Pablo de enseñar apostasía. La apostasía se relaciona con la herejía. Ciertamente el apóstol había abandonado la ley, pero esto no era ni apostasía ni herejía, sino la práctica de la verdad en cuanto a la economía neotestamentaria de Dios. No obstante, sus opositores tergiversaron el asunto. En la actualidad, los que se oponen a nosotros hacen lo mismo.
Según Hechos 21:21, Pablo enseñaba a los judíos a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circuncidaran a sus hijos, ni anduvieran según las costumbres. Creo que efectivamente él enseñaba que ya no era necesario seguir practicando la circuncisión, pero como ya hicimos notar, él mismo circuncidó a Timoteo (16:1-3). Por tanto, la crítica de sus opositores era injusta.
Los judíos también argumentaban que Pablo enseñaba a las personas a que no anduvieran según las costumbres. En cuanto a esto, no distorsionaron nada. Sin embargo, el informe que llegó a Jerusalén acerca del ministerio de Pablo, sólo era correcto en parte. La misma situación se repite hoy con respecto a nosotros.
En 21:22-23a, Jacobo y los ancianos dijeron a Pablo: “¿Qué hay, pues? Ciertamente oirán que has venido. Haz, pues, esto que te decimos”. En el versículo 23, vemos que lo que Jacobo y los ancianos le dijeron a Pablo no fue meramente una sugerencia, sino un exigencia que debía cumplir.
Jacobo y los ancianos añadieron: “Tenemos aquí cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley” (vs. 23b-24). El voto mencionado en el versículo 23 era el voto nazareo (Nm. 6:2-5). El hecho de purificarse con los nazareos hacía que Pablo se hiciera un nazareo junto con ellos, uniéndose a ellos en el cumplimiento de su voto. La misma palabra se usa en la Septuaginta en Números 6:3, donde se describen los deberes de los nazareos. Cumplir el voto nazareo era una manera de purificarse delante de Dios.
Además de exigirle a Pablo que se purificara junto con los cuatro que habían hecho voto, le pidieron que pagara los gastos para que ellos se rasuraran la cabeza. Esto se refiere al costo de las ofrendas que un nazareo debía pagar para que su purificación fuera completa (Nm. 6:13-17), lo cual resultaba muy caro para los nazareos pobres. Se acostumbraba entre los judíos, y se consideraba como prueba de gran piedad, que una persona rica pagara por los pobres los gastos de las ofrendas.
Al cumplirse el voto nazareo, la cabeza debía ser rasurada (Nm. 6:18). Esto difiere de raparse la cabeza, según se menciona en Hechos 18:18, lo cual se hacía como voto privado. En dicho pasaje subrayamos el hecho de que éste era un voto privado que los judíos, rapándose la cabeza, hacían en cualquier lugar como acción de gracias. Era diferente del voto nazareo, el cual se tenía que llevar a cabo en Jerusalén, rasurándose la cabeza. En Hechos 18, Pablo guardó ese voto y, al parecer, Dios lo toleró, probablemente porque se trataba de un voto efectuado en privado, en un lugar que no era Jerusalén, y que no tendría mucho efecto en los creyentes.
Leamos Hechos 21:26: “Entonces Pablo tomó consigo aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo y dio aviso del cumplimiento de los días de la purificación, hasta que la ofrenda se presentara por cada uno de ellos”. Vemos que Pablo participó en el voto nazareo de ellos, lo cual requería que entrara en el templo y permaneciera allí con los nazareos hasta el cumplimiento de los siete días del voto. Después de esto, los sacerdotes presentaban las ofrendas por cada uno de ellos, incluyéndolo a él. Indudablemente Pablo sabía que tal práctica pertenecía a la antigua dispensación, que ya había sido desechada, la cual, conforme al principio de lo que él enseñó en el ministerio del Nuevo Testamento, debía ser repudiada en la economía neotestamentaria de Dios. Sin embargo, él la llevó a cabo, quizá debido a su origen judío, el cual había quedado de manifiesto anteriormente en su voto privado en 18:18, y tal vez también porque practicaba lo que escribió en 1 Corintios 9:20. Sin embargo, su transigencia comprometió la economía neotestamentaria de Dios, lo cual Dios jamás toleraría. Como veremos, justo antes de cumplirse el voto, Dios permitió que se levantara un alboroto (v. 27).
El hecho de mezclar las prácticas judías con la economía neotestamentaria de Dios, no sólo es erróneo en cuanto a la dispensación divina, sino también abominable a los ojos de Dios. Por tanto, unos diez años después, Dios mismo puso fin a esta detestable mezcla, al propiciar que Tito y su ejército romano destruyeran Jerusalén y el templo, el centro del judaísmo. Esto apartó por completo a la iglesia y la rescató de ser devastada por el judaísmo.
Dios toleró el voto privado de Pablo en 18:18, pero no permitiría que éste —el vaso que El escogió, no sólo para que completara Su revelación neotestamentaria (Col. 1:25), sino también para que llevara a cabo Su economía neotestamentaria (Ef. 3:2, 7-8)— participara del voto nazareo, una rigurosa práctica judía. Al ir a Jerusalén, tal vez Pablo tenía la intención de disipar la influencia judía que pesaba sobre la iglesia de ese lugar, pero Dios sabía que la condición era incurable. Por consiguiente, en Su providencia permitió que Pablo fuese arrestado por los judíos y encarcelado por los romanos, para que pudiese escribir sus últimas ocho epístolas, las cuales completaron la revelación divina (Col. 1:25) y proporcionaron a la iglesia una visión más clara y profunda acerca de la economía neotestamentaria de Dios (Ef. 3:3-4). Así que, Dios dejó que la iglesia en Jerusalén siguiera bajo la influencia del judaísmo, hasta que esta mezcla devastadora fuera erradicada con la destrucción de Jerusalén. Era mucho más importante y necesario que Pablo escribiera sus últimas ocho epístolas y completara la revelación neotestamentaria de Dios, a que llevara a cabo unas cuantas obras en favor de la iglesia.