Mensaje 57
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Lectura bíblica: Hch. 21:18-26
En este mensaje, seguiremos examinando la situación de Pablo en Hch. 21:18-26.
Anteriormente vimos que Jacobo y los ancianos glorificaron a Dios al oír las cosas que El había hecho entre los gentiles por medio del ministerio de Pablo (Hch. 21:18-20a). Pero por otra parte, también le hicieron notar que en Jerusalén había millares de judíos que habían creído y eran celosos por la ley (v. 20). Además, le dijeron que estos creyentes judíos habían oído que él enseñaba a “apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni anden según las costumbres” (v. 21). Finalmente, Jacobo y los ancianos le exigieron a Pablo que hiciera lo siguiente: “Tenemos aquí cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley” (vs. 23-24). Como ya vimos, el voto mencionado aquí es el voto nazareo (Nm. 6:2-5). Purificarse con los nazareos implicaba hacerse un nazareo, uniéndose a ellos en el cumplimiento de su voto.
Según el versículo 24, Pablo recibió mandato de que se purificara con los cuatro hombres que habían hecho voto y que pagara los gastos de ellos. Lo primero que un nazareo tenía que hacer era purificarse en presencia de Dios. Según la costumbre de esa época, los ricos solían pagar los gastos de las ofrendas necesarias para que un nazareo cumpliera su purificación. Ya que con frecuencia los nazareos pobres no podían pagar las ofrendas, necesitaban que alguien les ayudara con los gastos. Los que ayudaban a los nazareos se unían a ellos de esta manera.
El hecho de que Pablo en Hechos 21 se purificara con los nazareos y pagara sus gastos equivalía a unirse a ellos, de modo que ya no eran cuatro sino cinco nazareos. Conforme a lo dicho por Jacobo y por los ancianos de Jerusalén, si Pablo se purificaba con los nazareos y pagaba sus gastos, demostraba a todos los creyentes judíos que también andaba ordenadamente, guardando la ley. Pero, ¿acaso Pablo guardaba la ley? Por supuesto que no, pero a pesar de ello, Jacobo y los ancianos le exigieron que se uniera a los cuatro nazareos para que así los creyentes judíos vieran que él también guardaba la ley. Lo que Jacobo y los ancianos proponían era sumamente grave e incorrecto.
En 21:25 Jacobo y los ancianos le dijeron a Pablo: “Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros ya hemos escrito lo que determinamos: que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación”. Estas palabras conllevan el mismo tono rancio del capítulo quince.
Leamos Hechos 21:26: “Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo y dio aviso del cumplimiento de los días de la purificación, hasta que la ofrenda se presentara por cada uno de ellos”. El cumplimiento del cual se habla aquí es el cumplimiento del voto nazareo (Nm. 6:13).
Prestemos la debida atención a las palabras “habiéndose purificado”, las cuales implican que Pablo ya se había purificado con los cuatro nazareos, había entrado con ellos al templo, y ahora esperaba hasta que la ofrenda por cada uno de ellos fuera presentada. El tiempo de espera se indica con la palabra “hasta”. Pablo, después de purificarse junto con los cuatro nazareos, esperaba con ellos en el templo a que el sacerdote se presentara en el cumplimiento del séptimo día para ofrecer sacrificios por cada uno de ellos, incluyendo al propio Pablo.
Resulta muy difícil creer que Pablo se purificara, entrara en el templo y esperara a que el sacerdote presentara las ofrendas. Cuando todo esto ocurrió, él ya había escrito las epístolas de Gálatas y Romanos; dichos libros fueron escritos poco antes de su llegada a Jerusalén. Es difícil creer que Pablo hiciera caso a las palabras de Jacobo y de los ancianos, pero es un hecho que él se unió a los nazareos y que entró en el templo con ellos.
Como veremos en el próximo mensaje, se suscitó un alboroto en contra de Pablo (21:27—23:15), y finalmente los judíos lo prendieron (21:27-30). Leamos lo que declara 21:27-28 acerca de esto: “Pero cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley, y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar”. Este alboroto se produjo “cuando estaban para cumplirse los siete días”, es decir, en el séptimo día. La intención de Pablo al entrar en el templo era evitar problemas. Sin embargo, su ida al templo con los cuatro nazareos ciertamente le causó muchos problemas.
Supongamos por un momento que Pablo se hubiera rehusado a ir al templo, y que más bien se hubiera quedado con los hermanos de la casa de Mnasón, donde se había hospedado con sus compañeros. Supongamos también que hubiera dicho a los hermanos: “No me interesa el templo, pues ya Dios lo abandonó. Hermanos, ¿acaso no nos dijo el propio Señor Jesús que Dios desechó el templo? Yo me baso en las mismas palabras del Señor. El sacerdocio y todos los sacrificios también han terminado. Por tanto, no puedo regresar al templo ni participar de las ofrendas ni del sacerdocio. Prefiero quedarme aquí y tener comunión con ustedes”. ¿No creen que si Pablo hubiese procedido así la situación habría sido muy distinta? Sin duda alguna habría sido muy diferente.
Sin embargo, en este capítulo vemos que Pablo cedió más de lo debido. A pesar de haber escrito Gálatas y Romanos, poco después hizo lo que se narra en este capítulo. Dar un paso de tal magnitud fue un grave error de su parte.
Hechos 21:26 y 27 revelan que Pablo estaba esperando el cumplimiento de los días de la purificación en el templo. El debía permanecer en el templo hasta que el sacerdote presentara las ofrendas por él y por los cuatro hermanos. ¿Cómo pudo Pablo permanecer en el templo tanto tiempo? ¿Piensa usted que se sentía contento? ¿Cree que estaba alabando al Señor alegremente? Ciertamente él alabó al Señor cuando estuvo encarcelado en Filipos (16:23-25), pero ¿cree usted que pudo hacerlo mientras estaba en el templo de Jerusalén? Aparentemente, el templo era un lugar mucho mejor que una cárcel. En realidad, la cárcel de Filipos fue para él un lugar santo e incluso los cielos mismos, mientras que el templo de Jerusalén se convirtió en una cárcel. Pablo se encontraba allí aprisionado, sin poder liberarse; él se hallaba atrapado en esa situación.
Sin embargo, aunque Pablo estaba encarcelado en el templo, el Señor halló la forma de sacarlo de esa cárcel. Dios usó a los mismos judíos para liberarlo; en particular, usó el alboroto que causaron los judíos. Aparentemente esto lo puso en mayores dificultades, pero en realidad lo rescató, no solamente del templo de Jerusalén, sino también de la mezcla de la ley del Antiguo Testamento con la gracia neotestamentaria, una mezcla que Dios condenaba. Por lo tanto, el Señor en Su providencia protegió a Su fiel siervo de esta terrible mezcla.
Hemos dicho que Pablo subió a Jerusalén por última vez, no sólo movido por su interés amoroso hacia los santos necesitados, sino también para tener comunión con Jacobo y los demás apóstoles y ancianos de Jerusalén con respecto a la influencia judía que prevalecía en esa iglesia. El no había quedado plenamente satisfecho con la decisión que se tomó en Hechos 15, en la conferencia que realizaron los apóstoles y los ancianos para dar solución al problema de la circuncisión. Por tanto, seguramente subía con la intención de combatir la influencia judía que afectaba esa iglesia. Sin embargo, Dios tenía Su propia manera de solucionar el problema. Bajo Su soberanía, El dispuso que Pablo fuese arrestado por los judíos y aprisionado por los romanos y, por otra parte, permitió que continuara la terrible mezcla de la ley y la gracia, hasta que Jerusalén fuera destruida por Tito y su ejército romano en el año 70 después de Cristo. Esto sucedió aproximadamente diez años después de los sucesos mencionados en Hechos 21.
En el Evangelio de Mateo, el Señor Jesús había profetizado la destrucción venidera de Jerusalén. Vemos esto en la parábola de Mateo 21:33-46 acerca de la transferencia del reino de Dios, donde el Señor describe a los líderes israelitas como viñadores malignos (vs. 33-35, 38-41), indicando que Dios “a esos malvados destruirá miserablemente, y arrendará la viña a otros viñadores que le paguen el fruto a su tiempo”. La destrucción mencionada en este pasaje se cumplió cuando Tito destruyó a Jerusalén. El Señor predijo la destrucción de Jerusalén también en la parábola de Mateo 22:1-14. En Mateo 22:7, declaró: “El rey, entonces, se enojó; y enviando sus tropas, destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad”. Las “tropas” se refieren a los ejércitos romanos que, bajo el liderazgo de Tito, destruyeron a Jerusalén.
En Mateo 23:37-39, vemos que el Señor abandonó Jerusalén y su templo. En cuanto a la futura destrucción del templo, el Señor dijo a Sus discípulos: “¿Veis todo esto, verdad? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mt. 24:2). Esto también se cumplió cuando Tito destruyó a Jerusalén. Según la descripción de Josefo, la destrucción de Jerusalén y del templo fue total y absoluta. Según la crónica, millares de judíos murieron, y entre ellos probablemente había muchos creyentes judíos. En Su ira, el Señor no sólo destruyó a la nación rebelde de Israel, sino que además acabó con el judaísmo y con la mezcla de éste con el cristianismo. Cuando Jerusalén fue destruida, se eliminó también la fuente del “veneno” que desde allí brotaba. Así, el Señor resolvió el problema de Jerusalén de una forma maravillosa.
El Señor conocía el corazón y la fidelidad de Pablo, pero también sabía que él no podía hacer nada para remediar la situación de Jerusalén. En lugar de resolver el problema, había quedado atrapado en él, por haber cedido más de lo debido. No obstante, el Señor usó el alboroto que se describe en 21:27—23:15, con el fin de rescatarlo. Los judíos le habían echado mano y procuraban matarlo (21:30-31), pero el tribuno de la cohorte romana intervino, le prendió y le mandó atar con dos cadenas, y le preguntó quién era y qué había hecho (21:31-33). El tribuno no tenía la menor intención de proteger a Pablo, sino simplemente cumplir con su deber de mantener el orden en la ciudad. El no podía permitir que el alboroto se prolongara más. Por tanto, intervino, y al hacerlo, rescató a Pablo. En realidad, la intervención del tribuno protegió a Pablo del complot de los judíos.
Mediante la intervención del tribuno romano, el apóstol tuvo la oportunidad de defenderse ante la turba de los judíos (21:40—22:21). Después de esto, fue atado por los romanos (22:22-29), y posteriormente se defendió delante del sanedrín (22:30—23:10). Más tarde, debido al complot de los judíos (23:12-15), Pablo fue trasladado y entregado al gobernador romano de Cesarea (23:16—24:27), donde permaneció bajo custodia por algún tiempo. Por consiguiente, de no haber sido por la soberanía de Dios al usar al tribuno romano para proteger a Pablo, éste habría sido muerto. Así, Dios lo libró soberanamente de aquella situación tan peligrosa.
El Señor en Su providencia permitió que Pablo experimentara un traslado dispensacional, que era en realidad lo que Pablo buscaba. El había subido a Jerusalén con este fin; su intención y firme propósito era lograr introducir a los creyentes en dicho traslado dispensacional. Sin embargo, en lugar de ayudarlos, él mismo se encontró envuelto en una situación de mezcla y comprometido con ella.
Pablo debe de haberse sentido muy desdichado en el templo con aquellos cuatro nazareos, y sin poder encontrar una salida. Probablemente se sentía arrepentido de haberse unido a estos hermanos, de haber entrado en el templo, y de no haberse quedado en la casa de Mnasón con sus colaboradores, donde estaba lejos de la atención de los judíos. Sin embargo, el hecho es que se había unido a los nazareos, que había entrado en el templo con ellos, y que había sido visto y aprehendido por algunos judíos de Asia, los cuales tenían la intención de matarlo. Así que, aparte del Señor, ¿quién más podía ayudarle? Por tanto, el Señor providencialmente lo ayudó a que experimentara un trasladado que sacara por completo de la mezcla judaica de Jerusalén.
Como resultado de lo sucedido en Jerusalén, llevaron a Pablo a Cesarea, donde fue custodiado durante dos años. Podemos deducir que estos dos años fueron un tiempo de provecho para Pablo. ¿Qué creen ustedes que él hizo durante estos años en Cesarea? ¿Qué piensan que hacía mientras estaba alejado de la obra y de los problemas que los judíos le ocasionaban? Es muy probable que durante este tiempo él se hubiera preparado para escribir las epístolas de Efesios, Filipenses, Colosenses y Hebreos, que son tan cruciales. Mientras estuvo retenido en Cesarea, debe de haber pensado en escribir estos libros, los cuales completarían su ministerio. Hasta ese momento, sólo había escrito seis de sus catorce epístolas: Romanos, Gálatas, 1 y 2 Corintios, y, 1 y 2 Tesalonicenses. Estos libros son básicos, pero no son tan cruciales como Efesios, Filipenses, Colosenses y Hebreos. Antes de escribir 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón, él escribió estas cuatro importantes epístolas, poco después de sus dos años de encarcelamiento en Cesarea. De la misma manera que el tiempo que pasó en Arabia tuvo mucho que ver con la etapa inicial de su ministerio, estos dos años en Cesarea fueron definitivos para sus escritos posteriores, los cuales completarían su ministerio.
Es asombrosa la forma providencial en la que el Señor consumó el traslado que llevó a Pablo a salir completamente de la antigua dispensación a la nueva. ¡Alabado sea el Señor por este traslado dispensacional! En Su soberanía y sabiduría, el Señor llevó a cabo este traslado con Pablo, el cual quedó claramente asentado en la Palabra santa. Con este relato en nuestras manos, nosotros ahora podemos apreciar un modelo detallado acerca del traslado total de la economía del Antiguo Testamento a la economía neotestamentaria de Dios.