Mensaje 66
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Lectura bíblica: Hch. 25:1-27
En el mensaje anterior examinamos la situación en la que se encontraba Pablo con relación a la religión judía, la política romana y la vida de iglesia. Ahora consideraremos varios asuntos en Hechos 25:1-27, donde Lucas describe más claramente el judaísmo, el gobierno romano y la vida de iglesia.
Hechos 24:27 declara: “Al cabo de dos años recibió Félix por sucesor a Porcio Festo, y queriendo Félix congraciarse con los judíos, dejó preso a Pablo”. Porcio Festo sucedió a Félix como gobernador de Judea. En 25:1—26:32 leemos que Pablo fue dejado preso en manos de Festo.
Leamos Hechos 25:1-3: “Llegado, pues, Festo a la provincia, subió de Cesarea a Jerusalén tres días después. Y los principales sacerdotes y los principales judíos comparecieron ante él contra Pablo, y le rogaron, pidiendo contra él, como favor, que le hiciese traer a Jerusalén; preparando ellos una asechanza para matarle en el camino”. En este pasaje vemos que los líderes judíos pidieron como favor a Festo que trajera de regreso a Pablo, de Cesarea a Jerusalén. Dos años antes, el tribuno romano había usado cuatrocientos setenta soldados de Jerusalén para llevar a Pablo a Cesarea. Ahora, estos líderes judíos rogaban a Festo que devolviera a Pablo, con la intención de preparar una asechanza para matarlo.
Los versículos 4 y 5 agregan: “Festo les respondió que Pablo estaba custodiado en Cesarea, adonde él mismo partiría en breve. Por tanto, dijo, que los más influyentes de vosotros desciendan conmigo, y si hay algo malo en este hombre, acúsenle”. La palabra griega traducida “malo” en el versículo 5, puede también traducirse “fuera de orden”.
Hemos visto en mensajes anteriores que el relato de Hechos expone cuán corrupta era la política romana. No obstante, la ley romana era muy firme. Pese a lo corruptos que eran los políticos del gobierno romano, con todo y eso, se preocupaban por ceñirse a la ley. Por tanto, cuando los líderes judíos le solicitaron a Festo que devolviera a Pablo a Jerusalén, él consideró que hacer esto no sería consistente con la ley romana y por tanto rechazó la solicitud de ellos.
Hemos dicho que, a diferencia del Señor Jesús, Pablo tuvo que defenderse de sus perseguidores con el fin de salvar su vida y así poder culminar el curso de su ministerio. Así que, en 25:6-8, vemos que Pablo se defiende ante Festo. Leamos los versículos 6 y 7: “Y deteniéndose entre ellos no más de ocho o diez días, descendió a Cesarea, y al siguiente día se sentó en el tribunal y mandó que fuese traído Pablo. Cuando éste llegó, lo rodearon los judíos que habían descendido de Jerusalén, presentando contra él muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar”. Vemos que los líderes judíos hicieron lo que Festo les propuso en el versículo 5.
Al presentar su defensa ante Festo, Pablo fue breve. Simplemente negó haber actuado en contra de la ley judía y de la ley romana: “Alegando Pablo en su defensa: Ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra César he pecado en nada” (v. 8).
Al tratar el caso de Pablo, Festo actuó como un zorro y propuso que éste subiera a Jerusalén para ser juzgado allí ante él. Hechos 25:9 declara al respecto: “Pero Festo, queriendo congraciarse con los judíos, respondiendo a Pablo dijo: ¿Quieres subir a Jerusalén, y allá ser juzgado de estas cosas delante de mí?” Esta proposición expuso la corrupción de este político romano. Una vez más vemos cuán torcidos eran los políticos romanos.
Sin embargo, Pablo era muy sabio y percibió la sutileza de la propuesta de Festo. Así que, en el versículo 10 declaró con firmeza: “Ante el tribunal de César estoy, donde debo ser juzgado. A los judíos no les he hecho ningún agravio, como tú sabes muy bien”. La frase “el tribunal de César” indica que Pablo apelaba a César.
Luego, en el versículo 11, agregó: “Porque si algún agravio, o cosa alguna digna de muerte he hecho, no rehuso morir; pero si nada hay de las cosas de que éstos me acusan, nadie puede entregarme a ellos. A César apelo”. Las palabras griegas traducidas “entregarme” también se pueden traducir, tanto aquí como en el versículo 16: “conceder como favor”. El César, al cual Pablo apeló, era César Nerón.
En su defensa Pablo apeló al César. De no haberlo hecho, los judíos se habrían aprovechado del dictamen injusto de Festo y le habrían dado muerte, impidiéndole así concluir el curso de su ministerio. Su apelación al César le permitiría satisfacer su deseo de ver a Roma, que tenía como fin llevar adelante del testimonio de Señor (19:21; 23:11). Si no hubiera apelado al César, los judíos lo habrían matado (23:12-15; 25:1-3, 9), y no habría podido escribir sus últimas ocho epístolas.
Antes de su apelación al César, el apóstol Pablo había escrito sólo seis epístolas: 1 y 2 Tesalonicenses, Gálatas, Romanos y 1 y 2 Corintios. Luego, durante su primer encarcelamiento en Roma, escribió Colosenses, Efesios, Filipenses y Filemón. Después de ese encarcelamiento, escribió 1 Timoteo, Tito y Hebreos, y finalmente, durante su segundo encarcelamiento, escribió 2 Timoteo. Sin estas ocho últimas epístolas, ¡cuán incompleta habría quedado la revelación divina y cuánto habría perdido la iglesia! Así que, Su apelación redundó en gran ganancia y beneficio de los intereses del Señor.
Leamos Hechos 25:12: “Entonces Festo, habiendo hablado con el consejo, respondió: A César has apelado; a César irás”. Este era el consejo de la provincia romana, compuesto de los consejeros o asesores que escogía el gobernador de la provincia, con quienes éste por lo regular consultaba con respecto a alguna apelación como la de Pablo.
¿Por qué Pablo fue tan osado como para atreverse a apelar a César? Porque como ciudadano romano, él conocía bien las leyes romanas. El sabía que al hacer esta petición, Festo no tendría más opción que aceptarla. Sin duda alguna, los políticos romanos eran corruptos, sin embargo, el gobierno romano tenía leyes muy firmes, que le proporcionaron a Pablo la base para apelar al César.
En dos ocasiones anteriores Pablo se había valido de su ciudadanía romana. En el capítulo dieciséis, él dijo a los que le habían encarcelado: “Después de azotarnos públicamente sin sentencia judicial, siendo nosotros romanos, nos echaron en la cárcel, ¿y ahora nos echan encubiertamente? No, por cierto, sino vengan ellos mismos a sacarnos. Y los lictores hicieron saber estas palabras a los magistrados, los cuales tuvieron miedo al oír que eran romanos” (vs. 37-38). Más adelante, cuando Pablo estuvo a punto de ser interrogado con azotes, le dijo al centurión que estaba presente: “Os es lícito azotar un romano sin haber sido condenado?” Y cuando el centurión oyó eso, fue al tribuno y le enteró de la situación diciendo: “¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano” (22:25-26). Pablo conocía el valor de su ciudadanía romana. El sabía muy bien que las leyes romanas protegían a los ciudadanos romanos y no permitían que los maltrataran. Así que, el apóstol Pablo, en el capítulo veinticinco, apeló al César en conformidad con la ley romana.
En 25:13-27 vemos que Pablo es remitido al rey Agripa. Leamos el versículo 13: “Pasados algunos días, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesarea y fueron a saludar a Festo”. El rey Agripa era Herodes Agripa II, quien reinó sobre la región del norte, al oriente de Galilea. Era judío por religión, hijo del Herodes que se menciona en el capítulo doce.
Berenice, quien acompañaba a Agripa, era hermana de Drusila, la esposa de Félix (24:24). También era hermana de Agripa, con quien vivía incestuosamente. Esto de nuevo puso de manifiesto la corrupción que había entre los políticos del círculo político romano.
La situación de Agripa era bastante complicada. Uno de sus padres era judío, pues Hechos 24:24 revela que su hermana Drusila era judía. Debido a que Agripa era judío por religión, Festo tuvo interés de hablar de asuntos judíos con él. En 25:19, Festo dijo a Agripa con respecto de Pablo y de los judíos: “Tenían contra él ciertas cuestiones acerca de su religión, y de un cierto Jesús, ya muerto, el que Pablo afirmaba estar vivo”. Aquí vemos que Festo era muy cauteloso cuando se refería al judaísmo.
Aunque Festo le refirió a Agripa el caso de Pablo, y discutió con él al respecto, en realidad, este caso no estaba dentro de la jurisdicción de Agripa. Festo gobernaba la provincia de Judea, desde Cesarea, su centro, y Agripa era gobernador de otra región. No obstante, ellos eran parientes y se conocían muy bien. Por eso, cuando Agripa vino a Cesarea a visitar a Festo, éste le contó el caso de Pablo.
Al leer 25:13-22 vemos que Festo y Agripa, funcionarios del gobierno romano, “jugueteaban” con el caso de Pablo. Cuando Festo le dijo a Agripa que los judíos tenían ciertas “cuestiones acerca de su religión, y de un cierto Jesús, ya muerto, el que Pablo afirmaba estar vivo” (v. 19), en realidad él jugaba con las palabras. Su manera de hablar reveló la clase de persona que él era. Festo entonces le contó que Pablo había pedido que se le reservase para la decisión del emperador, y que, debido a esto, él había mandado que le custodiasen hasta que lo enviaran al César (v. 21). Después de oír esto, Agripa dijo: “Yo también quisiera oír a ese hombre” (v. 22). Así que Festo le aseguró que lo oiría al día siguiente. Cuanto más examinamos la conversación entre Festo y Agripa, más nos percatamos de lo maligno que eran los políticos romanos.
Leamos Hechos 25:23: “Así pues, al día siguiente, viniendo Agripa y Berenice con mucha pompa, y entrando en la sala de audiencias con los tribunos y los hombres más distinguidos de la ciudad, por mandato de Festo fue traído Pablo”. La manera en que Lucas describe cómo Agripa y Berenice entraron en la sala de audiencias, indica la clase de personas que eran. Una vez más, no se le adjudica ningún título a Berenice. En ninguna parte se nos dice que fuese la reina. Lucas simplemente declara que entraron en la sala de audiencia con mucha pompa.
Después de haber traído a Pablo, Festo dijo: “Rey Agripa, y todos los varones que estáis presentes con nosotros, aquí veis a este hombre, respecto del cual toda la multitud de los judíos me ha demandado en Jerusalén y aquí, dando voces que no debe vivir más. Pero yo, hallando que ninguna cosa digna de muerte ha hecho, y como él mismo apeló al augusto, he determinado enviarle a él. Como no tengo cosa cierta que escribir a mi señor, le he traído ante vosotros, y mayormente ante ti, oh rey Agripa, para que después de examinarle, tenga yo qué escribir. Porque me parece fuera de razón enviar un preso, y no informar de los cargos que haya en su contra” (vs. 24-27). El pronombre “vosotros” del versículo 26 se refiere a los tribunos y a los hombres notables que estaban presentes (v. 23). Como veremos, Agripa permitió que Pablo hablara por sí mismo, así que el apóstol se defendió ante Agripa (26:1-29).
En el capítulo veinticinco de Hechos, vemos un cuadro de la situación en la que Pablo se encontraba. En medio de esa situación, Pablo contrastaba con los judíos y su religión, con los políticos romanos, y también con la iglesia en Jerusalén. Todo este panorama muestra que Pablo vivía a Cristo y que era un verdadero testigo de El. Esta fue la razón por la que el Señor Jesús declaró que lo consideraba testigo Suyo, cuando dijo: “Ten ánimo, pues como has testificado solemnemente de Mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (23:11). Conforme a 26:16, el Señor había puesto a Pablo por ministro y testigo Suyo. A pesar de que Pablo no habló mucho acerca de Cristo al presentar sus defensas, el Señor Jesús reconoció que el apóstol testificaba solemnemente de El.
La razón por la que Pablo podía testificar del Señor era porque vivía a Cristo. El era un testimonio viviente de Cristo y, como tal, contrastaba con los judíos fanáticos, los políticos romanos y los creyentes de la iglesia en Jerusalén.
Debe causarnos una profunda impresión el hecho de que en estos capítulos de Hechos, Pablo se mantuviera firme como un verdadero testigo de Cristo. Hemos visto que estos capítulos describen tres categorías de personas: los judíos fanáticos, los políticos romanos y los creyentes de Jerusalén, quienes habían cedido al judaísmo. Ahora, con Pablo, tenemos una cuarta categoría. En esta categoría, él es el único que sobresale como una persona que vivía a Cristo. No sólo predicaba la propagación del Cristo resucitado, sino que también vivía al mismo Cristo que predicaba. La vida que él llevaba, propagaba al Cristo resucitado. ¡Qué gloria! ¡Qué victoria! ¡Qué ganancia para el Señor, y qué vergüenza para el enemigo que el apóstol Pablo predicara y viviera a Cristo! Como tal, él se mantuvo firme ante todos los ataques del enemigo. El Cristo resucitado se había propagado a Sí mismo al entrar en Pablo y al hacer de él un testigo viviente Suyo.