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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hechos»
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Mensaje 68

LA PROPAGACION EN ASIA MENOR Y EUROPA MEDIANTE EL MINISTERIO DE LA COMPAÑIA DE PABLO

(34)

  Lectura bíblica: Hch. 26:1-32

  En este mensaje examinaremos la defensa de Pablo ante Agripa y el dictamen de éste (26:1-32).

PABLO SE DEFIENDE ANTE EL REY AGRIPA Y LE CUENTA SU VIDA COMO FARISEO

  Agripa permitió que Pablo hablara en favor de sí mismo. Entonces, Pablo extendiendo la mano comenzó su defensa, diciendo: “Me tengo por dichoso, oh rey Agripa, de que haya de defenderme hoy delante de ti de todas las cosas de que soy acusado por los judíos. Mayormente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones que hay entre los judíos; por lo cual te ruego que me oigas con paciencia” (vs. 2-3). Como hemos dicho en repetidas veces, cuando Pablo se enfrentó a sus opositores, tuvo que defenderse para salvar su vida, y así concluir el curso de su ministerio.

  Pablo apeló a Agripa, quien conocía muy bien las costumbres y las cuestiones de los judíos. Las palabras griegas traducidas “porque tú conoces” se pueden traducir también “porque tú eres muy experto”.

  En los versículos 4 y 5, Pablo agrega: “Mi manera de vivir, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos; puesto que ellos han sabido de mí desde el principio, si quieren testificarlo, que conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví como fariseo”. Aquí Pablo se justifica diciendo que, antes de su conversión, él era una persona respetable que llevaba la vida estricta de un fariseo. Por supuesto, a los ojos de Dios, Pablo no estaba exento de falta, pero ante los hombres, él llevaba una vida irreprochable.

LA IMPORTANCIA DE LA RESURRECCION

  En los versículos 6-8, Pablo habla de la resurrección, diciendo: “Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio; promesa que nuestras doce tribus esperan alcanzar, sirviendo fervientemente de noche y de día. Por esta esperanza, oh rey Agripa, soy acusado por los judíos. ¿Por qué tenéis entre vosotros por increíble que Dios resucite a los muertos?” La palabra griega traducida “por” en el versículo 6 significa literalmente “sobre” o “sobre la base de”. En estos versículos Pablo indica que a diferencia de los saduceos, él siempre había creído en la resurrección. El Antiguo Testamento, y particularmente Daniel 12, enseña sobre la resurrección. Este es un asunto que requiere toda nuestra atención.

  En la Biblia, la resurrección implica un juicio futuro, lo cual a su vez tiene que ver con escatología. Por tanto, la resurrección tiene que ver con el destino eterno de una persona, en cuanto a si ella gozará de felicidad por la eternidad, o sufrirá perdición. Dicho destino depende del juicio, y éste a su vez requiere que haya resurrección. Así que, la resurrección es un asunto importante en las Escrituras, pues se relaciona con nuestro destino eterno. Aun antes de su conversión, Pablo, como fariseo que era, creía en la resurrección.

  El Señor Jesús habló claramente acerca de la resurrección en Juan 5:28 y 29: “No os maravilléis de esto; porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán Su voz y saldrán: los que hicieron lo bueno, a resurrección de vida, y los que practicaron lo malo, a resurrección de juicio”. Hemos visto que la resurrección de vida es la resurrección de los creyentes salvos, la cual ocurrirá antes del milenio (Ap. 20:4, 6; 1 Co. 15:23, 52; 1 Ts. 4:16). Cuando regrese el Señor Jesús, los creyentes que hayan muerto resucitarán para disfrutar la vida eterna. En cambio, la resurrección de juicio es la resurrección de los incrédulos que hayan muerto, y tendrá lugar después del milenio (Ap. 20:5, 12). Todos los incrédulos que hayan muerto serán resucitados después del milenio y serán juzgados ante el gran trono blanco (Ap. 20:11-15). Pablo, aun antes de ser salvo, creía en la resurrección de vida y de juicio como lo enseña Daniel 12:2.

HIZO MUCHAS COSAS CONTRA EL NOMBRE DE JESUS

  En 26:9-11, Pablo admitió ante Agripa que había hecho muchas cosas contra el nombre de Jesús, al decir: “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido autoridad de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, procuraba obligarles a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras”. La palabra griega traducida “extranjeras” en el versículo 11 significa literalmente “de fuera”. Pablo no sólo se opuso a Jesús de Nazaret, sino que lo atacó activamente. En su ceguera, pensaba que el Señor Jesús no era más que un pobre nazareno. Así que, atacó el nombre de Jesús de Nazaret hasta el grado de enviar muchos santos a la cárcel. Ahora, en este pasaje, él confiesa ante Agripa sus necias acciones.

LA APARICION DEL SEÑOR

  Después, Pablo contó a Agripa que un día, yendo por el camino a Damasco, dispuesto a prender a los que invocaban el nombre del Señor Jesús, él mismo fue cautivado por el Señor: “Ocupado en esto, iba yo a Damasco con autoridad y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual brilló alrededor de mí y de los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me decía en dialecto hebreo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra los aguijones. Yo entonces dije: ¿Quién eres Señor? y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (vs. 12-15). Hemos dicho que la palabra “me” alude a una entidad corporativa que incluye al Señor Jesús y a todos Sus creyentes. También hemos hecho notar que Pablo llamó a Jesús “Señor”, aun sin conocerlo.

DESIGNADO MINISTRO Y TESTIGO

  Cuando el Señor Jesús se le apareció a Pablo, lo comisionó y lo designó ministro y testigo. Al respecto, el Señor le dijo: “Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto de Mí, y de aquellas en que me apareceré a ti” (v. 16). Vemos aquí que el Señor designó a Pablo por ministro y testigo. Un ministro está relacionado con el ministerio, mientras que un testigo, lo está con el testimonio. El ministerio se relaciona principalmente con la obra, es decir, con lo que un ministro hace, en tanto que el testimonio tiene que ver con la persona, es decir, con lo que un testigo es.

  Espero que nos impresione lo siguiente: El Cristo ascendido no tiene ningún interés en usar un grupo de predicadores entrenados mediante la enseñanza del hombre para efectuar una obra de predicación, sino un cuerpo de testigos Suyos, mártires Suyos, que lleven un testimonio vivo del Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido, a fin de cumplir Su ministerio celestial, que consiste en propagarse a Sí mismo para el establecimiento del reino de Dios, con miras a la edificación de las iglesias como expresión Suya. Como hemos visto en el libro de Hechos, Satanás instigó a los judíos fanáticos y utilizó a los políticos gentiles para obstaculizar a los apóstoles y su ministerio evangélico, pero no pudo suprimir a los testigos vivientes de Cristo, ni a sus testimonios vivientes. Cuanto más trataban de hacerlo, más fuertes y resplandecientes llegaron a ser estos mártires de Cristo y sus testimonios vivientes. Cuando el Señor se le apareció al apóstol, mientras éste iba camino a Damasco, le indicó claramente que no sólo lo designaba ministro, sino también testigo Suyo. Pablo, como testigo viviente, había testificado del Señor en Jerusalén, y más adelante también lo haría en Roma (23:11).

  En Hechos 1:8 el Señor dijo a los discípulos: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Los testigos dan un testimonio vivo del Cristo resucitado y ascendido en vida; difieren de los predicadores, que simplemente anuncian doctrinas según la letra. El Cristo ascendido, según se narra en el libro de Hechos, lleva a cabo Su ministerio en los cielos por medio de estos testigos, en Su vida de resurrección y con el poder y autoridad de Su ascensión, con el fin de propagarse como desarrollo del reino de Dios, hasta lo último de la tierra.

  Podemos ver que Pablo, al pasar por toda clase de aflicciones, no sólo enseñaba y ministraba, sino que continuamente daba testimonio. El fue un verdadero testimonio para los judíos que lo atacaban y para el tribuno romano. También lo fue para Félix, el gobernador de Judea, y para Festo, el sucesor de Félix. En Hechos 26, vemos una vez más que Pablo fue un testigo vivo para Agripa. No obstante, al predicarle a Agripa, no le dijo: “Rey Agripa, debes saber que soy un testigo de Cristo”, sino que le testificó que el Señor se había aparecido a él y lo había puesto por ministro y testigo.

TESTIGOS DE LAS COSAS QUE HEMOS VISTO DE CRISTO

  En el versículo 16, el Señor le dijo a Pablo: “Para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto de Mí, y de aquellas en que me apareceré a ti”. Aquí, Pablo declara que el Señor lo designó ministro y testigo de las cosas que le reveló, y de aquellas que le revelaría posteriormente. Aunque esto era en realidad lo que Pablo quería decir, él se expresó con otras palabras; se refirió a las cosas que había visto de El y de aquellas en las que el Señor se aparecería a él.

  Hechos 26:16 indica que la revelación que Pablo recibió no consistía de cosas aparte de Cristo. Antes bien, dicha revelación consistía de las cosas que había visto de Cristo, lo cual quiere decir que el Señor no le reveló nada en lo que El mismo no fuera el contenido. Es por eso que Pablo era apto para ser testigo de las cosas que había visto del Señor. En todas las visiones que recibió, él vio a Cristo. Además de esto, leemos que el apóstol sería testigo de aquellas cosas en que el Señor se aparecería a él. Era como si el Señor le dijera: “Todas las visiones y apariciones que recibas, serán acerca de Mí”. Esto quiere decir que, si las visiones y revelaciones que recibimos no tienen a Cristo como su contenido, son vanidad.

  No estamos de acuerdo con que la Biblia se estudie meramente desde un plano teológico. Aquellos que estudian la Biblia de esta manera, aprenden teología, pero no ven a Cristo. Existe una gran diferencia entre estudiar la Biblia para aprender teología, y estudiarla con el fin de ver a Cristo.

  Mientras Pablo iba camino a Damasco, Cristo le reveló ciertas cosas, en las cuales él vio a Cristo. El Señor también le indicó que le revelaría más cosas, en las cuales El mismo se le aparecería. Por tanto, lo que Pablo vio no fueron solamente cosas, sino que vio a Cristo como el contenido de dichas cosas.

  En nuestra experiencia, tal vez pretendamos haber recibido luz del Señor o cierta visión o revelación. No obstante, debemos preguntarnos si Cristo mismo se nos ha aparecido. ¿Hemos visto a Cristo en aquello que llamamos luz, visión o revelación?

  Algunos hermanos han venido a contarme muy entusiasmados que han recibido una nueva luz. En cierta ocasión, un hermano me dijo: “Alabo al Señor porque esta mañana durante mi tiempo de oración recibí una nueva luz”. Cuando le pregunté qué luz había recibido, me contestó: “Fui iluminado acerca de que debo cortarme el pelo”. Le pregunté por qué consideraba importante esa iluminación, y me respondió que era porque tener el pelo corto le daría una mejor presentación. Entonces le dije: “¿Qué hay de malo en tener el pelo más largo? Los nazareos del Antiguo Testamento se dejaban el pelo largo. Luego, al concluir su voto, se rasuraban la cabeza, y de este modo se purificaban. Parece que la manera en que usted se corta el pelo no es tan buena como la de ellos”. Le respondí de esta manera porque la luz que decía haber recibido, carecía de Cristo.

  En cualquier revelación que recibamos de parte del Señor, debemos ver a Cristo. El debe manifestarse a nosotros en toda iluminación, visión o revelación que recibamos. Si en ella no vemos a Cristo, dicha visión carecerá de sentido. Asimismo, si estudiamos la Biblia y adquirimos conocimiento de ella, pero no vemos a Cristo, tal conocimiento será vanidad. Debemos aprender a ver a Cristo en las cosas que nos sean reveladas.

  Aprecio mucho la expresión “en que”, mencionada en 26:16. El Señor primero dijo: “las cosas que has visto de Mí”, y luego: “aquellas en que me apareceré a ti”. Era como si El dijera a Pablo: “No sólo te revelaré ciertas cosas, sino que en ellas, Yo mismo me apareceré a ti”.

  El libro de Apocalipsis es un excelente ejemplo de la manifestación del Señor en las cosas que le reveló al apóstol Juan. Aunque Juan recibió muchas visiones, en todas vemos que el Señor se aparece a él. Analicemos la primera visión de Apocalipsis acerca de los candeleros de oro. En dicho pasaje, Juan declara: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno semejante al Hijo del Hombre...” (Ap. 1:12-13a). En la visión de los candeleros, Juan vio al Señor en medio de dichos candeleros, quien como Sumo sacerdote preparaba las lámparas.

  En otra visión, el Señor le mostró la administración universal de Dios. Al respecto, Juan escribió: “Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá y Yo te mostraré las cosas que han de suceder después de éstas. Y al instante yo estaba en el espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado” (Ap. 4:1-2). Más adelante, Juan escribe que también vio “en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero en pie, como recién inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Ap. 5:6). Una vez más, Juan vio al Señor en las cosas que le fueron reveladas.

  En principio, nuestra experiencia debe ser la misma que la de Pablo y Juan. Supongamos que al estudiar el Nuevo Testamento, decimos que hemos recibido un nuevo entendimiento de Efesios 5. Lo que más debe importarnos es si hemos visto a Cristo en dicho pasaje. Si no vemos más allá del hecho de que los maridos deben amar a sus esposas y de que éstas deben someterse a sus maridos, y perdemos de vista a Cristo, entonces nuestra comprensión de Efesios 5 estará muy limitada, e incluso, será vana. Es posible que conozcamos ciertas enseñanzas bíblicas y que no veamos a Cristo en ellas. Puede ser que entendamos acertadamente todas las doctrinas bíblicas, y que Cristo nunca se haya aparecido a nosotros. Espero que todos podamos comprender cuán importante es ver a Cristo en las cosas que vemos y entendemos de la Palabra.

  Debemos reflexionar sobre la expresión “en que”, mencionada en Hechos 26:16. Puede ser que esto nos ayude a ver cómo debemos estudiar la Biblia. Al leer las Escrituras, debemos prestar atención a expresiones como ésta. Si estudiamos con detenimiento la expresión “en que” mencionada en 26:16, comprenderemos cuán maravilloso es el hecho de que el Señor pusiera a Pablo por ministro y testigo de las cosas que había visto de El, y de aquellas en las que El se le aparecería.

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