Mensaje 70
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Lectura bíblica: Hch. 27:1-44
En los capítulos veintisiete y veintiocho de Hechos, Lucas presenta un extenso relato del viaje de Pablo, desde Cesarea hasta Roma. Tal vez nos preguntemos por qué Lucas incluyó un relato tan extenso y tan detallado. Para con ciertos eventos él fue muy breve, pero este viaje lo describió de forma detallada y vívida. Después de reflexionar sobre esto, creo que la razón era que Lucas quería comunicar algunos asuntos cruciales.
Lo primero que Lucas comunica por medio de su extensa narración sobre el viaje de Pablo, es el ataque de Satanás contra el apóstol. Satanás estaba continuamente detrás de todo, oponiéndose a Pablo. Esta es la razón por la que el viaje fue tan difícil y demorado. En particular, vemos que el clima fue inclemente. Leamos Hechos 27:4: “Y haciéndonos a la vela desde allí, navegamos a sotavento de Chipre, porque los vientos eran contrarios”. Más adelante, se embarcaron en una nave alejandrina, “navegando muchos días despacio, y llegando a duras penas frente a Gnido” (v. 7). Luego leemos que con dificultad llegaron a un lugar llamado Buenos Puertos, y finalmente, después de salir otra vez a la mar, “dio contra la nave un viento huracanado llamado Euroclidón” (v. 14). Ciertamente Satanás se encontraba detrás de todo esto, atacando al apóstol.
En el cuadro descrito en Hechos 27 y 28, también vemos el cuidado providencial del Señor. El Señor está por encima de todas las cosas, incluso por encima el viento y las tormentas. El Señor fue soberano sobre el centurión llamado Julio que llevó a Pablo hasta Roma, y sobre todos los soldados que le acompañaban. En Su providencia, el Señor motivó a este centurión para que tratara a Pablo con amabilidad. Hechos 27:3 dice al respecto: “Al otro día arribamos a Sidón; y Julio, tratando amablemente a Pablo, le permitió que fuese a los amigos, para ser atendido por ellos”. Probablemente algunos soldados lo acompañaron y es posible que aun estuviera encadenado, sin embargo, el Señor en Su providencia tuvo cuidado del apóstol.
En Su soberanía, el Señor también envió un ángel a Pablo en medio de aquella tormenta violenta, cuando todos los que estaban en la nave habían perdido toda esperanza de salvarse (vs. 20, 23). Pablo testificó que el ángel le había dicho: “No temas, es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo” (v. 24). Como veremos, las palabras del Señor indicaban que Pablo, en la nave, tenía un pequeño reino de doscientos setenta y seis ciudadanos.
Lucas y Aristarco, un macedonio de Tesalónica, acompañaban también a Pablo en la nave. Lucas ejercía las funciones de médico y de cronista. Como médico, cuidaba la salud de Pablo, y como cronista, redactaba los detalles del viaje. Damos gracias al Señor por este relato. Cuanto más lo leemos, más nos damos cuenta de lo significativo que es. El recuento detallado que hizo Lucas de este viaje, revela que el Señor neutralizó todos los ataques de Satanás, interviniendo siempre en el momento más oportuno para preservar la vida de Pablo.
En estos capítulos de Hechos vemos también la vida de Pablo, su comportamiento y carácter, en el control que ejercía sobre las distintas situaciones. También vemos la sabiduría y la dignidad de su vida humana. Indudablemente Pablo vivía a Cristo continuamente y lo magnificaba.
Si leemos detenidamente este pasaje, veremos que verdaderamente Pablo llevaba la vida a la que aspiraba en Filipenses 3. En dicho capítulo, él declaró que seguía a Cristo con el fin de ser hallado en El (vs. 9, 12). Cuando leo Hechos 27 y 28, puedo ver a un Pablo en Cristo. A pesar de todas las penurias y dificultades de su viaje, Pablo mantuvo una vida reinante, digna y llena de sabiduría. Pese a que viajaba como prisionero, se conducía como un rey. Además, poseía el discernimiento y la sabiduría que se requería para manejar la situación.
Indudablemente, el Señor estaba con Pablo. Por una parte, él era un prisionero, uno más entre los doscientos setenta y seis pasajeros; por otra, él era el centro de atención, tanto en la nave como en la isla donde invernaron después de la pérdida de la nave. En cada circunstancia, vemos que Pablo llevaba una vida en la ascensión de Cristo.
Examinemos ahora algunos de los detalles mencionados en 27:1-44. Leamos 27:1: “Cuando se decidió que habíamos de navegar para Italia, entregaron a Pablo y algunos otros presos a un centurión llamado Julio, de la cohorte Augusta”. La frase “habíamos de navegar” implica que Lucas, el autor, iba también con ellos. La cohorte Augusta era probablemente una cohorte imperial que llevaba el nombre de César Augusto (véase Lc. 2:1). Una cohorte era una de las diez divisiones que conformaban una antigua legión romana, la cual estaba compuesta por seiscientos hombres.
El versículo 2 agrega: “Y embarcándonos en una nave adramitena que iba a tocar los puertos de Asia, zarpamos, estando con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica”. Este fue el inicio del cuarto viaje ministerial del apóstol, que concluyó en 28:31.
En su relato, Lucas declara que en Mira, el centurión halló “una nave alejandrina que navegaba para Italia, y nos embarcó en ella” (v. 6). Leamos ahora los versículos 9 y 10: “Y habiendo pasado mucho tiempo, y siendo ya peligrosa la navegación, por haber pasado ya el Ayuno, Pablo les amonestaba, diciéndoles: Varones, veo que la navegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras vidas”. El Ayuno mencionado en el versículo 9, se refiere al día de la propiciación (Lv. 16:29-31; 23:27-29; Nm. 29:7).
En el versículo 10, Pablo expresó su sentir, diciendo que habría peligros en el viaje. A pesar de que los marineros eran expertos en la navegación y conocían muy bien el viento y el mar, no tenían el discernimiento de Pablo. Por tanto, aunque el apóstol les advirtió del perjuicio y de las pérdidas que sufrirían, “el centurión daba más crédito al piloto y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía” (v. 11). El piloto y el patrón de la nave convencieron al centurión de que no le hiciera caso a Pablo. Así que, dejándose llevar por su concepto erróneo, continuaron el viaje. Por supuesto, Pablo no era marinero ni piloto, sino un predicador que estaba prisionero, pero tenía más discernimiento que el centurión, los soldados, los marineros, el piloto y el patrón de la nave. Esto nos permite ver el carácter del apóstol.
Hechos 27:13-26 describe la tormenta que se desató y la predicción de Pablo de que sobrevivirían. Leamos los versículos 13-14: “Y soplando una brisa del sur, pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban, levaron anclas e iban costeando Creta. Pero no mucho después dio contra la nave un viento huracanado llamado Euroclidón, que soplaba desde la isla”. La palabra “isla” literalmente se traduce “ella” y se refiere a Creta.
Los versículos 15-17 añaden: “Y siendo arrebatada la nave, y no pudiendo poner proa al viento, nos abandonamos a él y nos dejamos llevar. Y habiendo corrido a sotavento de una pequeña isla llamada Clauda, con dificultad pudimos controlar el esquife. Y una vez subido a bordo, usaron de refuerzos para ceñir la nave; y teniendo temor de dar en la Sirte, bajaron los aparejos y quedaron a la deriva”. “Controlar el esquife” significa asegurar la cubierta del bote que, cuando el tiempo estaba en calma, se ataba con una cuerda a la popa de la embarcación (Vincent). Los refuerzos mencionados en el versículo 17 eran cuerdas o cadenas, y ceñir la nave con estos refuerzos significaba pasar lazos alrededor del casco de la nave. Sirte, que aquí se menciona, era un bajío de este nombre al sudoeste de la isla de Creta. Bajar los aparejos significa bajar las velas o echar el ancla.
Según los versículos 18 y 19, empezaron a aligerar la carga y a arrojar por la borda los aparejos o mobiliario de la nave. El versículo 20 muestra que la tempestad era tan severa, que perdieron todas las esperanzas: “Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos”. Como veremos más adelante, esto le proveyó una buena oportunidad a Pablo para dirigir algunas palabras a los que estaban en el barco.
El versículo 21 declara al respecto: “Entonces Pablo, como hacía ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida”. Aunque Pablo era un prisionero en cadenas, su comportamiento mostraba que estaba muy por encima de toda situación, y que tenía mucha dignidad. Dado que el relato de Lucas es una crónica del mover del Señor en la tierra, no da énfasis a la doctrina sino al testimonio de los testigos del Señor (1:8). Por tanto, en la narración de Lucas, no se encuentran detalles con respecto a la doctrina, sino lo que les ocurría a los testigos del Señor, a fin de describir los testimonios de sus vidas. Observamos esto particularmente en el viaje de Pablo, descrito en los últimos dos capítulos de Hechos.
En dichos capítulos Pablo es presentado como testigo del Señor. Por lo tanto, no debemos leer este pasaje meramente como si fuera un recuento histórico, acerca de una tormenta en el mar, sino como el relato de la vida de uno de los testigos vivientes de Cristo.
Pablo fue muy franco en 27:21. Ninguno de los que estaban en el barco tuvo nada que decir. Todos, incluso el centurión y el piloto, quedaron subyugados.
En el versículo 22, Pablo agrega: “Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave”. A pesar de que todos habían perdido la esperanza de sobrevivir, Pablo les exhortó a tener buen ánimo, asegurándoles que no habría ninguna pérdida de vidas, sino solamente de la nave. Era como si Pablo dijera: “No se perderá ni una sola vida entre nosotros, pero el barco sí se perderá. Lo perderán por no querer escucharme”.
Los versículos 23 y 24 agregan: “Porque esta noche ha estado conmigo un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”. En el versículo 23, Pablo indicó que pertenecía a Dios y que lo servía a El. La palabra griega traducida “sirvo” significa servir como sacerdote.
En el versículo 24, el ángel le aseguró a Pablo que comparecería ante César. Esto tenía como fin cumplir la promesa que el Señor le hizo en 23:11 y, al mismo tiempo, satisfacer el deseo que expresó el apóstol en 19:21.
Conforme al versículo 24, Dios le concedió a Pablo todos los que navegaban con él. Esto indica que Dios los había entregado y que ahora estaban bajo su poder. De no encontrarse Pablo entre ellos, todos habrían perdido sus vidas. Pablo aquí trataba de decirles: “Gracias a mí, sus vidas serán preservadas. El Señor me los ha entregado a todos ustedes”.
En los versículos 25-26, Pablo continúa diciendo: “Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho. Con todo, es necesario encallar en alguna isla”. En estas palabras encontramos discernimiento y también profecía. Pablo tenía la sabiduría de ver más allá de la situación y de enterarse de lo que sucedería. Puesto que dijo tan claramente que tenían que encallar en alguna isla, podemos considerar sus palabras como una profecía.
En 27:27-44, vemos un contraste entre la vileza y la necedad de los marineros y de los soldados, y la suprema sabiduría y cuidado mostrados por Pablo. Este pasaje revela que las personas que no tienen a Cristo, son viles e insensatas. Los marineros trataron de huir del barco, pero fueron descubiertos por Pablo, quien los vigilaba como si fuese un rey. “Como los marineros procuraban huir de la nave, habiendo echado el esquife al mar con el pretexto de largar las anclas de proa, Pablo dijo al centurión y a los soldados: Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros. Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y lo dejaron perderse” (vs. 30-32). Pablo dijo al centurión y a los soldados que no podían salvarse si los marineros no permanecían en la nave. Pablo se asemejaba a un comandante, dando órdenes a su “ejército” para que hicieran lo que era necesario.
Los versículos 33-34 añaden: “Y hasta que estaba a punto de amanecer, Pablo exhortaba a todos que comiesen, diciendo: Este es el decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin comer nada. Por tanto, os ruego que comáis, porque esto conviene a vuestra salvación; pues ni aun un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá”. La tormenta había durado catorce días y ninguno sentía ganas de comer. Ahora, Pablo los alentaba a comer algo ya que esto los salvaría. La palabra “salvación” implica que si ellos no comían, no se salvarían de la tormenta. Por tanto, debían comer para tener fuerzas para nadar y hacer lo que se requiriera una vez que llegaran a tierra.
Leamos el versículo 35: “Y habiendo dicho esto, tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a comer”. Vemos que Pablo se comportaba como un rey, o al menos como el padre de una familia numerosa. Después de haber dado gracias por los alimentos, comió. En ese momento, la tormenta aún azotaba el barco y todos temían por sus vidas, pero Pablo los alentó, diciéndoles que conservaran la calma y que tomaran algún alimento para tener las fuerzas necesarias. Luego, en presencia de todos, tomó la iniciativa para comer. Como todos se encontraban atemorizados y sin ningún apetito, el apóstol tuvo que poner el ejemplo, con lo cual parecía decir: “Tengo buen ánimo y estoy tranquilo. Por tanto, les aliento a que me imiten, pues soy un hombre que vive a Cristo”. Dado que Pablo fue el primero en comer y en tener buen ánimo, “entonces todos, teniendo ya mejor ánimo, comieron también” (v. 36). El versículo 37 nos revela que en total eran “todas las personas en la nave doscientos setenta y seis”. Como hemos indicado, todos eran súbditos de aquel reino que Pablo gobernaba.
Según 27:30, los marineros querían huir, y conforme al versículo 42, los soldados querían matar a los prisioneros: “Entonces los soldados acordaron matar a los presos, para que ninguno se fugase nadando”. Sin embargo, el Señor en Su providencia protegió a Pablo: “Pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, les impidió este intento, y mandó que los que pudiesen nadar se echasen los primeros, y saliesen a tierra; y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos llegaron salvos a tierra” (vs. 43-44). Lo que hizo el centurión para impedir que los soldados cumplieran su intención, demostró una vez más la soberanía del Señor al preservar la vida de Su siervo. Debido a la protección providencial del Señor para con Pablo, todos los que estaban en el barco llegaron salvos a tierra, a una isla llamada Malta (28:1).