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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Isaías»
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Mensaje 44

JEHOVÁ EL SALVADOR

  Lectura bíblica: Is. 40:3-31; Jn. 3:34; 7:17; 1 Jn. 2:17a; 1 P. 1:23-25; Mt. 9:36; Jn. 10:2-4, 11, 14; Ef. 6:10; 12, Fil. 4:13; 2 Ti. 4:7

  En el mensaje anterior señalamos que el libro de Isaías puede ser dividido en dos secciones. La primera sección está compuesta por los primeros treinta y nueve capítulos, y la segunda sección está compuesta por los últimos veintisiete capítulos. El capítulo 40, el primer capítulo de la segunda sección, nos muestra a Cristo como Jehová el Salvador. Los capítulos del 41 al 66 revelan a Cristo como Siervo de Jehová. Como Siervo de Jehová, Él está tipificado por tres personas: Ciro, Isaías e Israel. El libro de Isaías presenta a Ciro en un sentido muy bueno y positivo. Dios dijo que Él había escogido a Ciro, amaba a Ciro y había designado a Ciro para que llevase a cabo Su comisión. En Isaías, Ciro tipifica a Cristo. Isaías, el profeta de Jehová, también tipifica a Cristo como Siervo de Jehová. Israel, como siervo corporativo de Jehová, también tipifica a Cristo. Cristo es la totalidad de Israel. En este mensaje queremos ver la revelación del Cristo todo-inclusivo hallada en Isaías 40, en el cual Cristo es revelado como Jehová el Salvador, como las buenas nuevas.

  No es fácil comprender el libro de Isaías. El capítulo 40 podría ser considerado como el capítulo más difícil de entender en este libro. Isaías escribió este capítulo de una manera maravillosa con una profecía definida referente a Juan el Bautista. Podríamos considerar que los capítulos del 40 al 66, un total de veintisiete capítulos, es la palabra que Jehová dirige a Su pueblo escogido bajo disciplina, Israel. Éstas son palabras de consuelo. En los primeros treinta y cinco capítulos, Isaías no manifestó ningún sentimiento positivo con respecto a Israel. Él reprendió, condenó y puso al descubierto a Israel al máximo. Jeremías fue, incluso, más severo que Isaías a este respecto. Él hizo notar repetidas veces lo maligno que era Israel. Los primeros treinta y cinco capítulos de Isaías están llenos de reprensiones a Israel. Los capítulos del 36 al 39 constituyen un intervalo respecto a una persona: Ezequías. Después de esa breve historia de cuatro capítulos, el tono de Isaías cambia completamente. Ya no encontramos más reprensiones ni condenación. En lugar de ello, tenemos las palabras de consuelo que Jehová dirige a Israel; y el inicio de la palabra de Jehová consiste en las buenas nuevas. Isaías dice en 40:9: “¡He aquí, vuestro Dios!”. Siempre y cuando Dios esté presente, las buenas nuevas estarán aquí.

  El Nuevo Testamento nos muestra que Dios vino al hombre como Jesús, Aquel que se encarnó. Dios mismo se encarnó (Jn. 1:1, 14). Así es como Él vino al hombre. Génesis 18 relata cómo Dios vino a Abraham. Él visitó a Abraham acompañado de dos ángeles. Él y esos ángeles tenían la forma de hombres cuando se acercaron a Abraham, pero Jesús vino de forma diferente. Él vino mediante la encarnación, es decir, tomó el camino de entrar en el hombre y hacerse un hombre para ser directamente partícipe del linaje humano, participando de sangre y carne. Para Su venida, fue necesario que un precursor Suyo preparara la venida del Dios encarnado a Su pueblo. Este precursor fue Juan el Bautista. El Nuevo Testamento comienza con la introducción, recomendación y presentación realizada por Juan en favor del Dios encarnado.

I. INTRODUCIDO POR LA VOZ DE UNO (JUAN EL BAUTISTA) QUE CLAMA EN EL DESIERTO

  La presentación hecha por Juan fue profetizada por Isaías en 40:3-4. Jehová el Salvador, Jesús, fue introducido por la voz de Juan el Bautista que clamaba en el desierto. En el versículo 3, la voz de aquel que clama dice: “Abrid / camino a Jehová; / enderezad en el yermo / calzada para nuestro Dios”. Abrir camino a Jehová es abrirle camino a Jesús. Jesús es el Jehová neotestamentario. Jehová y Jesús son una sola persona. En el Antiguo Testamento, el nombre de Jesús es Jehová, y en el Nuevo Testamento, el nombre de Jehová es Jesús. Abrir camino a Jehová es enderezar en el yermo calzada para nuestro Dios. El camino de Jehová, Jesús, es una calzada para nuestro Dios. Esto significa que Jesús es nuestro Dios.

  El versículo 4 dice: “Todo valle será alzado, / y bajado todo monte y collado; / los lugares torcidos serán enderezados, / y los lugares ásperos, allanados”. Cuando recién llegué a los Estados Unidos, viajaba con frecuencia y me maravillaba ante sus autopistas. Si había un valle, se extendía un puente sobre él. El terreno era nivelado y alterado a fin de construir las autopistas.

  Tenemos que considerar qué era lo que Isaías quiso decir al hablar de preparar calzada para nuestro Dios. Abrir camino a Jehová es preparar nuestro corazón. Jesús viene con la intención de entrar en nuestro espíritu, pero para ello, Él primero tiene que pasar por nuestro corazón. Nuestro corazón está compuesto de cuatro partes: la mente, la parte emotiva, la voluntad y la conciencia. El corazón humano está lleno de valles, montes, collados, lugares torcidos y lugares ásperos.

  Antes que fuésemos salvos, ¿era nuestro corazón recto o torcido? ¿era tierno o áspero? En nuestro corazón había valles, montes, lugares torcidos y lugares ásperos. Incluso ahora tenemos que confesar que nuestro corazón todavía no es completamente recto, no ha sido lo suficientemente nivelado. Nuestro corazón todavía es un corazón torcido y áspero. La calzada es un corazón que ha sido pavimentado. Todas las partes y avenidas de nuestro corazón tienen que ser hechas rectas por el Señor mediante nuestro arrepentimiento a fin de que el Señor pueda entrar en nosotros para ser nuestra vida y tomar posesión de nosotros (Lc. 1:17).

  Es posible que nuestra mente esté plagada de áreas torcidas y que nuestra parte emotiva sea muy áspera. Es posible que seamos fríos para con el Señor. Por esto Juan clamaba en el desierto a fin de enderezar en el yermo calzada para nuestro Dios. El corazón humano es como un yermo lleno de lugares torcidos y ásperos. ¿A qué se parece nuestro corazón? ¿Es un camino recto y pavimentado, sin valles, montes, lugares torcidos ni lugares ásperos? En esto consiste el clamor de Juan el Bautista a fin de introducir al Salvador, quien es Jesús, la revelación de Jehová Dios.

II. LA REVELACIÓN DE JEHOVÁ

  La revelación de Jehová es la aparición de Jesús. Juan le dijo a la gente que él no era el Cristo, sino uno que había venido delante de Cristo a fin de preparar Su camino (Mr. 1:1-8). Jesús, Aquel que venía después de Juan, sería la aparición de Jehová. Jesús, quien es Jehová, es nuestro Dios. Él es la revelación de Jehová. Isaías 40:5 dice que toda carne le verá. Éstas son las buenas nuevas, las noticias de alegría.

  El versículo 5 también indica que Jehová es revelado por medio de Su hablar (Jn. 3:34a; 7:17). En el Evangelio de Juan, el Señor Jesús nos dijo que Él fue enviado por el Padre (5:36b-37a) y que Él no hablaba por Su propia cuenta (14:10). Él hablaba solamente las palabras que Su Padre le daba, Su enseñanza procedía completamente de Su Padre y Su hablar era la expresión del Padre. Cuanto más escuchaba uno Su hablar, más veía a Jehová. Juan 3:34a dice: “Porque el que Dios envió, habla las palabras de Dios”. Él fue enviado por Dios con el propósito de hablar la palabra de Dios para la expresión de Dios. En otras palabras, Su hablar era el revelar de Dios. Cuando usted le oye, ve a Dios. En Su palabra, Su hablar, Dios es revelado y presentado a nosotros.

  A continuación, Isaías dice en 40:6-8a que toda carne es hierba, y toda su gloria es como flor del campo. Toda carne, toda la humanidad, perecerá. En 1 Juan 2:17 se nos dice que el mundo pasa. Aquí, conforme al uso de esta expresión en Juan 3:16, el mundo se refiere a la humanidad, a los seres humanos. Los seres humanos perecerán, pero la palabra de Jesús permanecerá para siempre. Ha habido mucha gente famosa a lo largo de la historia que dijo muchas cosas, pero sus palabras no permanecieron para siempre. En cuanto ellos murieron, sus palabras fenecieron con ellos; pero el hablar de Jesús permanece para siempre. Jesús continúa hablando, y Sus palabras permanecen para siempre.

  Cuando escuchamos Su palabra, le vemos a Él. Fuimos salvos al escuchar Su palabra. Algunos tal vez digan que en cierta ocasión vieron a Jesús y fueron salvos. En realidad, ellos no le vieron físicamente, pero escucharon Su palabra. Su palabra es simplemente Él mismo, Él es Jehová, y Jehová es Dios. Por tanto, podemos afirmar que la Palabra es Dios. En el principio era la Palabra, y la Palabra era Dios (Jn. 1:1). Cuando hablo, siempre me ejercito para no hablar por mi propia cuenta. Me ejercito por hablar la palabra del Señor. Cuando hablamos de este modo, el Señor está presente en nuestro hablar, y los demás pueden ver a Jesús. Cuando estamos bajo el ministerio de la palabra del Señor, vemos a Jesús, Jehová, el Salvador, Dios, las buenas nuevas. Todos ellos son uno. A esto se debe que a nosotros, quienes somos salvos, nos guste venir a las reuniones. En las reuniones encontramos el hablar del Señor, la palabra de Dios. Cuando escuchamos Su palabra, le vemos a Él.

  Su palabra permanecerá para siempre a fin de vivificar a los hombres para que participen de Su vida eterna con miras a que le disfruten (Is. 40:8b; 1 P. 1:23-25). Cuando las personas escuchan Su palabra, son vivificadas. Al escuchar el evangelio, vimos a Jesús, fuimos vivificados y participamos de Su vida eterna para nuestro disfrute. Pedro nos dijo en su primera Epístola que hemos sido regenerados mediante la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Por ser personas caídas, éramos como hierba que se seca y como flor que se marchita; pero escuchamos la palabra viviente, la cual permanece para siempre. Esta palabra viviente trajo a nuestro ser la vida eterna a fin de que fuésemos regenerados y, así, recibimos la vida eterna para nuestro diario disfrute. Éste es el primer aspecto de las buenas nuevas.

III. LAS BUENAS NUEVAS: “¡HE AQUÍ, VUESTRO DIOS!”

  Isaías 40:9 anuncia las buenas nuevas: “¡He aquí, vuestro Dios!”. Ésta es la aparición de Jehová. Jehová está aquí, y Él es vuestro Dios. En esto consisten las buenas nuevas. Si ustedes tienen a Dios, lo tienen todo. Si tienen a Dios, todo problema será resuelto, toda carencia será abastecida y toda deficiencia será subsanada. Esta declaración tan breve: “¡He aquí, vuestro Dios!”, constituye las buenas nuevas. Debemos orar adecuadamente para ser llenos de Dios, para recibir el llenar interior del Espíritu Santo. Entonces, cuando asistamos a la reunión, en cierto sentido, quizás no haya necesidad de que hablemos mucho. En lugar de ello podremos declarar: “¡He aquí, vuestro Dios!”. Éste es el segundo aspecto de las buenas nuevas.

IV. EL SEÑOR JEHOVÁ VIENE

  El tercer aspecto de las buenas nuevas es que el Señor Jehová viene. Él viene como el Poderoso para regir y otorgar recompensa (Is. 40:10). Él es el Gobernante que viene como el Poderoso para regir sobre nosotros. Él también es el Juez. Él nos premiará o nos castigará. En esto consiste Su recompensa, la cual es también Su juicio. Jesús vino como el Salvador, pero en los cuatro Evangelios también vemos que Él es el Juez. En Mateo 5 el Señor presentó nueve bienaventuranzas para los ciudadanos del reino, pero en Mateo 23 Él pronunció ocho ayes dirigidos a los escribas y fariseos. Él declaró una y otra vez: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!”. En esto consiste Su juicio. Por un lado, en el sentido positivo Él trae consigo una recompensa; por otro, Él trae castigo, que es también una recompensa con sentido negativo. Él nos juzgará.

  Como el Poderoso, Aquel que rige y juzga, Él viene a fin de ser un Pastor para nosotros (Is. 40:11; Mt. 9:36; Jn. 10:2-4, 11, 14). Al cuidar de su rebaño, un pastor rige a las ovejas para corregirlas; al regir y corregir a las ovejas, él las pastorea. En el pasado, tal vez hayamos sido personas salvajes que se rehusaban a escuchar el evangelio o la palabra de Dios. Pero al ejercer Su señorío, Jesús hizo algo para que fuésemos regulados. Al regularnos Él nos pastoreó. Muchos de nosotros fuimos salvos debido a la regulación efectuada por Jesús. Al regularnos, Él nos pastorea para conducirnos al rebaño, para encaminarnos en la senda correcta y para calibrarnos a fin de que andemos al paso apropiado. Él nos calibra para que no vayamos demasiado rápido ni demasiado lento, sino que andemos al mismo paso que el resto del rebaño. Hoy en día Él continúa pastoreándonos al calibrarnos. Él nos dirige, nos detiene y nos insta a avanzar.

  Como el Pastor, Él también apacienta Su rebaño, recoge en Su brazo a los corderos, los lleva en Su seno y conduce a las que están criando. Jesús, nuestro Pastor, cuida de todo Su rebaño. Esto ciertamente forma parte de las buenas nuevas.

V. EL SANTO, EL DIOS ETERNO, JEHOVÁ, EL CREADOR DE LOS CONFINES DE LA TIERRA, ESTÁ SENTADO SOBRE EL CÍRCULO DE LA TIERRA

  Después de esta clase de pastoreo, el rebaño, las ovejas, conocerán a Jesús como el Santo, el Dios eterno, Jehová, el Creador de los confines de la tierra, quien está sentado sobre el círculo de la tierra (Is. 40:22, 25-26, 28a). Al alimentar a un nuevo creyente que hayamos traído al Señor, le ayudaremos a conocer mejor a Jesús. Este nuevo creyente recibirá ayuda para conocer a Jesús como el Dios eterno, Jehová, el Creador de los confines de la tierra.

  En realidad, Isaías 40 revela los pasos de la manera ordenada por Dios. Debemos hacer que la gente sea salva y alimentarla. Entonces ellos comenzarán a conocer a su Salvador, Jesús, como el Santo, el Dios eterno, Jehová, y el Creador de los cielos y la tierra. Cuando vayamos a visitar a los nuevos creyentes, debemos hablarles sobre Jesús en estos aspectos. Entonces ellos serán alimentados. Ellos se darán cuenta de que Jesús es maravilloso. ¿Podría Sócrates, Confucio o Buda comparársele? No hay comparación entre Él y cualquier otra persona o cosa. Como el Santo, Jesús es ilimitado, inescrutable, incomparable y elevado (Is. 40:12-14, 17-18, 28b, 22a).

  Isaías 40:15 y 17 dice que todas las naciones son como la gota de agua que cae del cubo, como menudo polvo en las balanzas, y que son nada, incluso menos que nada, solamente vanidad, esto es: vaciedad. Tal vez usted guíe a un profesor universitario a recibir al Señor y luego comience a alimentarlo. Un profesor universitario podría considerarse a sí mismo una persona importante con mucho prestigio. Sin embargo, a medida que usted lo alimente, él llegará a saber que es como una gota de agua que cae del cubo o como menudo polvo en la balanza celestial. A la postre, esta persona terminará por darse cuenta de que ella no es nada y que Cristo lo es todo. Él se dará cuenta de que aparte de Cristo él es menos que nada, vanidad, vaciedad. Éste será el resultado de que usted visite a tal creyente una y otra vez para alimentarlo continuamente.

  Tenemos que predicar a Cristo a tal grado que hagamos que las personas comprendan que son vanidad, vaciedad. Cuanto más ellos comprendan que son nada, vaciedad y vanidad, más aprecio sentirán por Cristo y más serán llenos de Cristo. Ellos valorarán a Cristo. Saulo de Tarso era así. Finalmente, él se dio cuenta de que todo era basura y que únicamente Cristo era excelente. Él incluso consideró que el conocimiento de Cristo era algo excelente (Fil. 3:8). Si un hermano que tiene una alta posición en la sociedad siente gran aprecio por tal posición, no podrá disfrutar mucho a Cristo. Debemos contar todas las cosas como pérdida a fin de ganar a Cristo y disfrutarle en gran manera. Éste es el cuarto aspecto de las buenas nuevas.

VI. DA PODER Y FUERZAS A QUIENES ESPERAN EN ÉL

  El quinto aspecto de las buenas nuevas en Isaías 40 es que Jehová el Salvador da poder y fuerzas a quienes esperan en Él (vs. 29-31). Experimentamos esto cuando profetizamos, cuando hablamos por el Señor. Cuando profetizamos, recibimos poder y fuerzas.

  El Señor da poder al desfallecido y multiplica las fuerzas al que no tiene vigor (v. 29). En Efesios 6:10 Pablo dijo: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de Su fuerza”. Él también declaró: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder” (Fil. 4:13). Cristo es Aquel que nos fortalece, de modo que quienes esperan en Él no desfallecen ni se cansan. En Cristo como Aquel que nos fortalece, nos remontaremos con alas como las águilas. Isaías 40: 30-31 dice: “Los muchachos desfallecerán y se cansarán, / y los jóvenes caerán exhaustos; / pero los que esperan en Jehová renovarán sus fuerzas; / se remontarán con alas como las águilas; / correrán y no desfallecerán; / caminarán y no se cansarán”. Es así como el Antiguo Testamento describe a quienes confían en Jesús. El Nuevo Testamento expresa esto en Efesios 6:10 y en Filipenses 4:13. Pablo también dice en Filipenses 4:12: “He aprendido el secreto”. Él aprendió el secreto de la suficiencia en Cristo, de modo que no desfallecía ni se cansaba. Al final de sus días, en 2 Timoteo 4:7, él declaró: “He acabado la carrera”.

  Isaías 40 presenta un cuadro maravilloso del Cristo todo-inclusivo como Jehová el Salvador. Por medio de Su palabra viviente y que permanece, nosotros fuimos regenerados. Fuimos alimentados por Él a fin de conocerle como el Santo, el Dios eterno, Jehová, el Creador de los cielos y la tierra. Él es ilimitado, inescrutable, incomparable y elevado. Nosotros, los seres humanos, somos como la gota que cae del cubo y como menudo polvo. Somos nada e, incluso, menos que nada, vanidad, vaciedad. Cuando conocemos a Cristo de este modo, somos aptos para esperar en Él. Nosotros somos nada, y Él lo es todo. Por tanto, no tenemos confianza en nosotros mismos. Ponemos toda nuestra confianza en Él y esperamos en Él. Entonces, Él nos da alas como las águilas para que nos elevemos a fin de que podamos correr la carrera de la vida cristiana sin desfallecer ni cansarnos. Éste es el Cristo que nos es presentado en Isaías 40.

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