Mensaje 4
(4)
Lectura bíblica: Jac. 1:19-27
En este mensaje consideraremos Jacobo 1:19-27. En el versículo 19 Jacobo dice: “Sabéis esto, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”. Las palabras griegas traducidas “sabéis esto” también pueden traducirse “sabed esto”. Al oír algo tal vez nos sintamos tentados a hablar, y lo que hablemos puede ser fuego que encienda la ira (véase 3:6). Pero si refrenamos nuestro hablar (1:26), apagamos el fuego de nuestra ira. Lo que Jacobo dice aquí, con la intención de fortalecer su perspectiva acerca de la perfección cristiana práctica, tiene el mismo tono de los proverbios del Antiguo Testamento (Pr. 10:19; 14:17).
En el versículo 20 Jacobo añade: “Porque la ira del hombre no cumple la justicia de Dios”. La justicia de Dios no necesita la ayuda de la ira del hombre; la ira del hombre es completamente inútil en lo que se refiere a ejercer la justicia de Dios.
En el versículo 21 Jacobo añade: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”. Aquí la palabra de Dios es comparada con una planta viva que es sembrada en nuestro ser y crece en nosotros con el fin de producir fruto para la salvación de nuestras almas. Debemos recibir tal palabra con mansedumbre, con toda sumisión, y sin resistencia alguna.
Según el contexto de este capítulo, la salvación de nuestras almas implica soportar las pruebas que se originan en nuestras circunstancias (vs. 2-12) y resistir la tentación de la concupiscencia (vs. 13-21). La perspectiva de Jacobo tocante a la salvación de nuestras almas era hasta cierto punto negativa, y no era tan positiva como la de Pablo, quien dijo que nuestra alma puede ser transformada de gloria en gloria por el Espíritu renovador hasta obtener la imagen del Señor (Ro. 12:2; Ef. 4:23; 2 Co. 3:18).
Debemos tener gran aprecio por Jacobo por decir que necesitamos recibir con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar nuestras almas. Pablo en sus escritos no usó la expresión la palabra implantada. Esta expresión indica que la palabra está relacionada con la vida. Aquí Jacobo compara la palabra con una planta viva que se siembra en la tierra de nuestro corazón. De esta manera, la palabra llega a ser la palabra implantada. Después que la palabra de Dios haya sido plantada en la tierra de nuestro corazón, ella crecerá y tendrá el poder para salvar nuestras almas.
En el versículo 21 se nos dice que debemos recibir la palabra implantada con mansedumbre. En este versículo la mansedumbre no significa amabilidad, sino sumisión, sin ofrecer resistencia alguna. Recibir la palabra con mansedumbre es no rechazarla, es tener una actitud de sumisión con respecto a ella. Debemos recibir la palabra de Dios que fue implantada en nuestro ser con toda sumisión. Lo que la palabra de Dios diga, debemos aceptarlo diciendo: “Amén”. Como dice el himno: “Digamos ‘amén’ a la palabra de Dios” (Hymns, #1218).
Si recibimos la palabra implantada con mansedumbre, esto es, con una actitud de sumisión, eso significa que estamos absolutamente abiertos a la palabra de Dios. Nosotros somos como la tierra que está lista para recibir la semilla de parte del labrador y la lluvia de parte del cielo. Dios planta, o siembra, Su palabra en nuestro corazón, y nosotros debemos recibir Su palabra con mansedumbre. Esto es lo que significa recibir con mansedumbre la palabra implantada. Puesto que esta palabra es viviente, después de que haya sido plantada en nuestro corazón, crecerá. Además, a medida que crezca, salvará nuestras almas.
En 1:14 y 15 Jacobo dice: “Sino que cada uno es tentado cuando es atraído y seducido por su propia concupiscencia. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, engendra la muerte”. Aquí vemos que la tentación está relacionada con la concupiscencia. Además, la concupiscencia tiene mucho que ver con el alma. Por tanto, la salvación del alma tiene que ver con tanto el soportar las pruebas como el resistir las tentaciones.
La persecución, la prueba y la tentación en su mayor parte afectan nuestra alma. Por ejemplo, supongamos que a un hermano le roban su auto, y se pone triste a causa de ello; por tanto, él sufre en su alma. Asimismo, si otro hermano pierde su trabajo, también sufrirá en su alma. La mayoría de los sufrimientos afectan nuestra alma. ¿Cómo podemos soportar estos sufrimientos? Como ya señalamos, el poder para soportar los sufrimientos nos lo suministra la vida divina que está en nosotros. Somos quienes hemos nacido de Dios y, como tales, resistimos la tentación también por medio de la vida divina.
Si hemos de resistir la tentación, es preciso que recibamos la palabra implantada para ser nutridos. Usemos la acción de ingerir los alimentos como ejemplo. Aunque estemos sanos físicamente, necesitamos comer alimentos nutritivos cada día. Aunque ya poseemos una vida física, todavía necesitamos alimentarnos diariamente. Para mí, si no desayuno en la mañana, no tendré fuerzas para trabajar. El mismo principio se aplica a la vida divina. Por medio de la regeneración, Dios nos impartió Su vida. Pero esta vida aún requiere que nosotros nos alimentemos, y el alimento que necesitamos es la palabra implantada. Cada día debemos acudir a la Biblia para recibir la palabra de Dios. En nuestra vida espiritual, necesitamos un buen “desayuno” cada día. Cuando tomamos nuestro desayuno espiritual, recibimos la palabra implantada. A medida que Dios planta Su palabra en nosotros cada mañana, dicha palabra llega a ser el alimento que nutre nuestro hombre interior y fortalece nuestro espíritu. Una vez que nuestro espíritu haya sido fortalecido, éste sustentará nuestra alma, y, como resultado, nuestra alma tendrá la fortaleza para soportar los sufrimientos y resistir la tentación. Esto quiere decir que experimentamos la salvación de nuestra alma al ser nutridos por la palabra implantada.
Si nuestra alma no es fortalecida de esta manera, no podrá soportar las pruebas ni resistir las tentaciones. Por ejemplo, si un hermano no se nutre de la palabra implantada, su alma no podrá soportar la pérdida de su empleo o de una suma de dinero. Tal pérdida siempre afectará nuestra alma. Satanás utiliza tales sufrimientos para oprimirnos. ¿Cómo, entonces, podría nuestra alma ser sustentada en medio de tales sufrimientos? Lo único que puede sustentar nuestra alma es un espíritu que se ha nutrido de la palabra implantada. Puesto que Pablo estaba consciente de esto, él oró pidiendo que los santos fuesen fortalecidos en el hombre interior (Ef. 3:16). Nuestra alma necesita ser fortalecida en el hombre interior, y el hombre interior es el espíritu. Pero, ¿cómo puede ser fortalecido el espíritu? El espíritu es fortalecido al ser nutridos con la palabra implantada de Dios.
Muchos de nosotros podemos testificar que nuestro espíritu ha sido fortalecido por la palabra que Dios nos ha implantado. Si dedicamos algún tiempo en la mañana para ingerir la Palabra de Dios, nuestro espíritu será fortalecido, y, al estar fortalecido, sustentará nuestra alma. Entonces, nuestra alma, al ser sustentada de esta manera, podrá soportar las pruebas y resistir las tentaciones.
Por experiencia sabemos que si nuestro espíritu no es fortalecido y nuestra alma no es sustentada por un espíritu fuerte, somos fácilmente derrotados por las pruebas o las tentaciones. El resultado de esto es el fracaso. Esto significa que aunque ya somos salvos en nuestro espíritu, no estamos siendo salvos diariamente en nuestra alma. Al contrario, día tras día nuestra alma está perdiendo algo, e incluso estamos perdiendo nuestra alma. ¿Saben por qué perdemos nuestra alma? La perdemos porque ésta no recibe ningún sustento de nuestro espíritu. Si nuestro espíritu está “desinflado”, si le falta el aire celestial, no podrá sustentar nuestra alma. De ahí que necesitamos que la palabra implantada “infle” nuestro espíritu. Si nuestro espíritu está lleno del aire divino, estará fuerte y podrá sustentar nuestra alma y, como resultado, nuestra alma será salva.
Día tras día necesitamos recibir con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar nuestras almas. La palabra implantada está llena de la energía que puede salvar nuestras almas. Las palabras de 1:21 son ciertamente un pensamiento excelente de los escritos de Jacobo.
Cada día nuestra alma es puesta a prueba por los sufrimientos externos provocados por las circunstancias y por la concupiscencia interna que nos seduce. Ésta es la razón por la cual nuestra alma necesita ser salva. Como ya hemos señalado, nuestra alma, para ser salva, necesita ser sustentada al alimentarnos diariamente de la palabra implantada. Para ello se requiere que recibamos la palabra de Dios así como ingerimos nuestros alimentos diariamente. Si un niño se niega a comer, se volverá débil y no estará saludable. Si rehúsa comer alimentos nutritivos, podríamos decir que ese niño no es ni sumiso ni manso en el asunto de comer. Todo niño necesita recibir con mansedumbre el alimento que le sirve su madre. Si ingiere alimentos saludables de esta manera, estará fuerte y saludable. De igual modo, nosotros necesitamos recibir con mansedumbre la palabra implantada.
En 1:25 Jacobo habla de la perfecta ley, la ley de la libertad: “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la ley de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”. La perfecta ley, la ley de la libertad, no es la ley de la letra escrita en tablas de piedra fuera de nosotros, sino la ley de la vida divina inscrita en nuestros corazones (He. 8:10), cuya norma moral corresponde a la norma de la constitución del reino, decretada por el Señor en el monte (Mt. 5—7). Puesto que la ley de la letra no pudo darle vida al hombre (Gá. 3:21), sino sólo poner de manifiesto su debilidad y su fracaso además de mantenerlo en esclavitud (5:1), dicha ley esclavizaba al hombre. Dado que la perfecta ley de vida es la vida divina en función, la cual nos fue impartida en la regeneración y la cual nos suministra las inescrutables riquezas de la vida divina durante toda nuestra vida cristiana a fin de librarnos de la ley del pecado y de la muerte y satisfacer todos los justos requisitos de la ley de la letra (Ro. 8:2, 4), dicha ley es la ley de la libertad. Esta ley es la ley de Cristo (1 Co. 9:21), y es Cristo mismo, quien vive en nosotros para regularnos impartiendo la naturaleza divina en nuestro ser, a fin de que llevemos una vida que exprese la imagen de Dios. Tal vez Jacobo pensaba que esta ley era la regla básica de la vida cristiana por la cual uno logra la perfección cristiana práctica.
En cuanto a la perfecta ley, la ley de la libertad, una interpretación dice que la perfecta ley se refiere a todo el Nuevo Testamento. En nuestras notas se afirma que la perfecta ley, la ley de la libertad, es la ley de vida que está en nosotros. De hecho, estas dos interpretaciones se refieren a lo mismo. Esto podemos explicarlo usando como ejemplo el Antiguo Testamento. Cuando hablamos de la ley de Moisés, por lo general pensamos en los Diez Mandamientos. Sin embargo, a menudo al Antiguo Testamento se le llama la ley y los profetas (Mt. 7:12; 22:40). En tiempos antiguos, los judíos consideraban que el Antiguo Testamento consistía de dos secciones: la ley y los profetas. Los “profetas”, por supuesto, comprendían todos los libros de los profetas. Así que, el resto del Antiguo Testamento, incluyendo los Salmos, era considerado la “ley”. De forma semejante, podemos afirmar que todo el Nuevo Testamento es una nueva ley para nosotros. La ley del Antiguo Testamento fue escrita en tablas de piedra; no fue escrita en el interior de las personas. Pero el Nuevo Testamento está escrito en nuestros corazones (He. 8:10). Primero, Dios escribió la perfecta ley, la ley de la libertad, en los veintisiete libros del Nuevo Testamento. Pero, en segundo lugar, cuando Él nos engendró por medio de la regeneración, escribió esta ley en nuestro ser. Ahora dentro de nosotros tenemos una ley de vida que corresponde a todo el Nuevo Testamento. Por consiguiente, las dos interpretaciones de la perfecta ley —la que dice que se refiere al Nuevo Testamento y la que dice que se refiere a la ley de vida— denotan una misma cosa. Por un lado, la perfecta ley es todo el Nuevo Testamento, y por otro, es la ley de vida inscrita en nuestro ser.
Las palabras mira atentamente indican que la perfecta ley es algo que se puede leer. Esto quiere decir que la perfecta ley se refiere al Nuevo Testamento y no solamente a la ley de vida que está en nuestro ser. La ley de vida se puede sentir, mas no se puede leer. El hecho de que la perfecta ley se pueda leer indica que ella denota no sólo la ley de vida, sino también todo el Nuevo Testamento.
La ley del Nuevo Testamento como principio fue escrita en nuestro ser y se ha convertido en la ley de vida que está dentro de nosotros. La diferencia entre la vieja ley y la nueva ley radica en que la vieja ley fue escrita únicamente en tablas, mientras que la nueva ley fue escrita tanto con tinta como dentro de nuestro ser. Como hemos señalado, esta nueva ley se ha convertido en la ley de vida, la cual está en nosotros, y esta ley corresponde a todo el Nuevo Testamento. Ésta es la perfecta ley, la ley de la libertad.
Pese a que la ley del Nuevo Testamento es menos extensa que la ley del Antiguo Testamento, la nueva ley es perfecta, mientras que la vieja ley no lo es. Además, la nueva ley es la ley de la libertad, mientras que la vieja ley es la ley de la esclavitud. La ley del Antiguo Testamento era la ley de la esclavitud porque no podía impartir vida. Aquella ley podía imponer requisitos y condenar. Debido a que esclavizaba a las personas, era una ley de esclavitud. Pero la ley del Nuevo Testamento da vida; imparte vida a nuestro ser. La vida que se nos imparte mediante la ley neotestamentaria, nos libera de la ley del pecado y de la muerte. Por consiguiente, esta ley, la perfecta ley, es la ley de la libertad.
En el versículo 26 Jacobo añade: “Si alguno se cree religioso, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana”. Las palabras griegas traducidas “religioso”, threskós, un adjetivo, y “religión”, threskéia, un sustantivo, se refieren al servicio y la adoración a Dios, que fueron llevados a cabo con ceremonias, los cuales implican temor a Dios. En todo el Nuevo Testamento, sólo aquí se usa este adjetivo. El sustantivo se usa en un sentido positivo aquí y en el versículo 27, y en un sentido negativo en Colosenses 2:18 (traducido “culto”), y en un sentido general en Hechos 26:5.
Lo que Jacobo escribe acerca de la economía neotestamentaria de Dios no es tan sobresaliente como lo que escriben Pablo, Pedro y Juan. Pablo se centra en el hecho de que Cristo vive y es formado en nosotros (Gá. 2:20; 4:19) y de que Cristo es magnificado en nosotros y expresado en nuestro vivir (Fil. 1:20-21), para que nosotros, quienes conformamos la iglesia, Su Cuerpo, lleguemos a ser Su plenitud, Su expresión (Ef. 1:22-23). Pedro resalta el hecho de que Dios nos ha regenerado por medio de la resurrección de Cristo (1 P. 1:3), lo cual hace que nosotros seamos participantes de Su naturaleza divina, a fin de llevar una vida de piedad (2 P. 1:3-7) y ser edificados como casa espiritual para expresar Sus virtudes (1 P. 2:5, 9). Juan recalca la vida eterna, la cual nos ha sido dada para que tengamos comunión con el Dios Triuno (1 Jn. 1:2-3), y el nacimiento divino, el cual introduce en nosotros la vida divina como simiente divina para que llevemos una vida semejante a la de Dios (2:29; 3:9; 4:17) y seamos la iglesia, un candelero, la cual es portador del testimonio de Jesús (Ap. 1:9, 11-12) y tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén para expresar a Dios por la eternidad (21:2-3, 10-11). De los asuntos que caracterizan el Nuevo Testamento, Jacobo solamente recalca el hecho de que Dios nos engendró (Jac. 1:18), la perfecta ley de la libertad (v. 25), el Espíritu que mora en nosotros (4:5) y habla muy poco acerca de la iglesia (5:14). No menciona que Cristo es nuestra vida ni que la iglesia es la expresión de Cristo, que son las dos características más sobresalientes y dispensacionales del Nuevo Testamento. Esta epístola nos muestra que Jacobo debe de haber sido muy religioso. Posiblemente es debido a esto y a su perfección cristiana práctica que a él se le consideraba una columna de la iglesia en Jerusalén, junto con Pedro y Juan, e incluso la columna principal (Gá. 2:9). Sin embargo, él no tenía una revelación clara de la economía neotestamentaria de Dios en Cristo, sino que todavía se encontraba bajo la influencia de la vieja religión judía, cuyos rudimentos eran adorar a Dios con ceremonias y llevar una vida en el temor a Dios. Esto se comprueba por lo dicho en Hechos 21:20-24 y en esta epístola en 2:2-11.
En 1:26 Jacobo dice del que no refrena su lengua sino que engaña su corazón, que la religión del tal es vana. No refrenar la lengua consiste en ser pronto para hablar (v. 19) y hablar a la ligera, sin ninguna restricción. Esto siempre engaña el corazón del que habla, desviando su conciencia, la parte del corazón capaz de percibir las cosas.
En el versículo 27 Jacobo dice: “La religión pura e incontaminada delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”. Estas palabras de Jacobo, dichas para fortalecer su perspectiva de la perfección cristiana práctica, conllevan las características de los mandatos del Antiguo Testamento (Dt. 14:29; 12-13, 24:19-21).
Guardarse sin mancha del mundo es no ser mundano, no ser manchado por la mundanalidad. Esto de guardarse sin mancha del mundo también forma parte de la perspectiva que Jacobo tenía tocante a temer a Dios conforme a la perfección cristiana práctica. Por un lado, visitar a los huérfanos y a las viudas es actuar conforme al amoroso corazón de Dios, una característica de la perfección; y por otro, guardarse sin mancha del mundo significa estar separado del mundo conforme a la naturaleza santa de Dios, otra característica de la perfección.
En el capítulo 1 de la Epístola de Jacobo se abarcan tres pensamientos principales: el nacimiento divino (v. 18), el recibir la palabra implantada (v. 21), y la perfecta ley de la libertad (v. 25). Primero, Dios nos engendró, nos regeneró, por la palabra de verdad. De ahí que, la palabra de verdad es la simiente de vida que nos permite experimentar el nacimiento divino. Después de ser regenerados al recibir esta simiente, debemos seguir recibiendo la palabra implantada, la cual puede salvar nuestras almas en nuestra vida diaria. Según el versículo 18, la función que cumple la palabra de verdad es regenerar nuestro espíritu. Según el versículo 21, necesitamos la palabra implantada, la cual puede salvar a diario nuestra alma. Más aún, según los versículos del 25 al 27, necesitamos la perfecta ley de la libertad para llevar una vida en el temor a Dios, una vida que se pueda considerar religiosa en un sentido positivo. Tal vida concuerda con el corazón de Dios, el cual es amor, y con la naturaleza de Dios, la cual es santidad.
En términos de lo negativo, el capítulo 1 de Jacobo habla de soportar las pruebas y de resistir las tentaciones. Pero en realidad, el contenido intrínseco de este capítulo comprende tres aspectos de la palabra divina: la palabra de verdad, la cual nos regenera; la palabra implantada, la cual puede salvar nuestras almas; y todo el Nuevo Testamento, el cual, como palabra de Dios, es la ley de la libertad. Hemos visto que la ley de la libertad se refiere a la ley de vida, la cual fue plantada en nuestro ser como principio. Esta ley interna nos ayuda a llevar una vida de amor y santidad, una vida que concuerda con el corazón y la naturaleza de Dios.
Quisiera recalcar una vez más el hecho de que cada uno de los tres pensamientos principales que se abarcan en el primer capítulo de Jacobo está relacionado con la palabra divina: primero, la palabra en el aspecto de verdad para nuestra regeneración; segundo, la palabra en el aspecto de simiente implantada para la salvación diaria del alma; y tercero, la palabra que se refiere a todo el Nuevo Testamento como la nueva ley, la ley que ha sido forjada en nuestro ser y que se convierte en un principio interno por el cual llevamos una vida piadosa que es según el corazón amoroso de Dios y Su naturaleza santa.