Mensaje 30
Lectura bíblica: Job 42
En este mensaje consideraremos el capítulo 42 del libro de Job. Este capítulo revela el resultado final, bajo la consumación de Dios, de la revelación divina progresiva en la narración de la historia de Job.
“De oídas había oído de Ti, / mas ahora mis ojos te han visto; / Por tanto me aborrezco, y me arrepiento / en polvo y ceniza” (vs. 5-6). Esto indica que Job ganó a Dios en su experiencia personal (además del conocimiento que poseía de Dios en su vano conocimiento por la tradición) y que se aborreció a sí mismo.
Ver a Dios equivale a ganar a Dios (Mt. 5:8). Ganar a Dios es recibir a Dios en Su elemento, Su vida y Su naturaleza. Finalmente, esto no solamente hará que seamos uno con Dios, sino que incluso hará que formemos parte de Dios. Prefiero no usar la expresión uno con para describir nuestra relación con Dios, pues formar parte de Dios, es decir, que Dios mismo en Su vida y naturaleza llegue a ser nuestro elemento constitutivo, es mucho más que simplemente ser uno con Dios. Vemos a Dios a fin de que Él llegue a ser nuestro elemento constitutivo, mas no somos partícipes de la Deidad.
Todos aquellos a quienes Dios redimió, regeneró, santificó, transformó, conformó y glorificó verán el rostro de Dios (Ap. 22:4). Ver a Dios nos transforma (2 Co. 3:18), porque al verle recibimos Su elemento en nuestro ser. Al recibir a Dios, un nuevo elemento es añadido a nuestro ser, y nuestro viejo elemento es desechado. Este proceso metabólico es la transformación. Ver a Dios es ser transformado a la gloriosa imagen de Dios. Esto hace que formemos parte de Dios a fin de que expresemos a Dios en Su vida y le representemos en Su autoridad.
Job no solamente dijo que vio a Dios, sino también que se aborreció a sí mismo. Conforme a nuestra experiencia, cuanto más veamos a Dios y le amemos, más nos aborreceremos a nosotros mismos. Cuanto más le conozcamos, más nos negaremos a nosotros mismos.
Job 42:7 nos dice que Dios condenó a los tres amigos de Job por no haber hablado lo recto con respecto a Él, tal como lo hizo Su siervo Job. Job estaba en lo cierto al afirmar que sus sufrimientos no representaban el juicio de Dios. A Job le parecía que, según su propia conciencia, él no había hecho nada para merecer ser juzgado o castigado por Dios; no obstante, él sufría y deseaba indagar con respecto a su situación delante de Dios. Pero los tres amigos de Job insistían en que los sufrimientos de Job eran prueba de que él había hecho algo errado y que era objeto del juicio de Dios. Por tanto, Dios intervino a fin de condenar a los tres amigos y, hasta cierto grado, vindicar a Job.
Los tres amigos de Job no estaban en lo cierto con respecto al propósito que Dios tenía al tratar con Su pueblo, debido a que su concepto estaba basado en el principio del bien y del mal, que corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal, una línea secundaria hallada al lado del árbol de la vida como línea principal.
Job estaba en lo cierto pues, en términos generales, su concepto no estaba basado en el principio del bien y del mal. No obstante, andaba a tientas en relación con el propósito que Dios tiene al tratar con Su pueblo. Por el lado negativo, él estaba en lo cierto; por el lado positivo, carecía de la revelación divina, pues desconocía que el propósito de Dios al tratar con Su pueblo es que éstos ganen más de Él, participen de Él, le posean y, antes que a cualquier otra cosa, le disfruten a Él mismo cada vez más, al grado de llevar tal disfrute a su plenitud, como la revelación divina devela finalmente en el Nuevo Testamento, para que el pueblo de Dios finalmente llegue a ser la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es el agrandamiento de Dios. Todos nosotros llegaremos a formar parte de la Nueva Jerusalén.
Dios, en Su revelación progresiva, no le reveló a Job claramente cuál era Su propósito al tratar con Su pueblo. No obstante, Dios sí le reveló esto claramente a los creyentes en el Nuevo Testamento.
Al responderle a Job, Dios no le prestó atención a Eliú porque su concepto estaba por debajo del estándar supremo de Dios, aunque no estaba errado. Eliú, un joven, pensaba ser alguien, pero en realidad no era nadie.
Dios encargó a los tres amigos de Job a ir a Job y ofrecer holocaustos en beneficio de sí mismos para que Job, el siervo de Dios, pudiese orar por ellos (vs. 8-9). Este encargo se conformaba al nivel y estándar de aquellos tiempos. Los tres amigos de Job hicieron tal como Jehová les dijo, y Jehová aceptó a Job.
Job oró por sus amigos, y Dios restauró a Job de su cautividad aumentándole el doble de todo lo que antes poseía (vs. 10-17). Todos sus parientes y conocidos vinieron a él, comieron pan con él en su casa, se condolieron de él, lo consolaron por toda la desgracia que le había sobrevenido y le trajeron algunos regalos. Job había estado en cautividad, pues Satanás lo tenía cautivo al haber trastornado su condición normal. Dios restauró a Job de su cautividad y lo bendijo con bendiciones materiales.
Todas las bendiciones materiales con las cuales Dios bendijo a Job tenían como propósito mostrarle, durante sus últimos días, la benevolencia amorosa y fidelidad de Dios. Esto indica Dios es perfecto y bondadoso en el trato que aplica a los que le aman. Incluso en la actualidad, después que Dios trata con nosotros despojándonos y consumiéndonos, una vez que Su propósito ha sido cumplido, Él nos concede Sus bendiciones materiales. Sin embargo, el propósito de Dios en el trato que aplica a Su pueblo no es concederles bendiciones materiales, sino darse Él mismo a ellos como su porción eterna, cuya consumación final es la Nueva Jerusalén (Ap. 21—22).
“Hermanos, tomad como ejemplo de sufrimiento y de longanimidad a los profetas que hablaron en nombre del Señor. He aquí, tenemos por bienaventurados a los que perseveraron. Habéis oído de la perseverancia de Job, y habéis visto el fin que le dio el Señor, que el Señor es muy tierno y compasivo” (Jac. 5:10-11). Aquí vemos que Jacobo consideraba a Job un ejemplo de sufrimiento y perseverancia.