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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 16

LA NECESIDAD DEL HAMBRIENTO: SER ALIMENTADO POR LA VIDA

(2)

II. EL MUNDO TURBADO Y EL CRISTO QUE DA PAZ

  Vivimos en un mundo de aflicciones. Este mundo está lleno de problemas. La vida familiar, la vida escolar, y cualquier clase de ocupación, están llenas de problemas. ¿Quién tiene paz? ¿El presidente? ¿Los senadores? ¿Los miembros del congreso? Nadie tiene paz. No importa quiénes seamos, enfrentamos problemas. Todos tenemos dificultades. No se jacte de que su matrimonio es el mejor. No creo que ningún matrimonio sea absolutamente bueno; cada matrimonio tiene al menos alguna deficiencia. Por el arreglo soberano de Dios todos debemos casarnos, no hay escapatoria, pero todo el que se casa se encuentra en apuros.

  Cristo viene a este mundo turbado como el Cristo que da paz (Jn. 6:16-21). Juan 6 no sólo describe al mundo hambriento, sino también al mundo de aflicciones. Él es el Cristo que alimenta al mundo hambriento y da paz al mundo turbado. El mundo puede turbar a cualquier persona, pero nunca molestará al Señor.

A. El mar agitado y el fuerte viento representan los problemas de la vida humana

  El mar agitado y el viento fuerte representan los problemas de la vida humana. Bajo el mar están los demonios, y en el aire se encuentran los espíritus malignos. Es por eso que tenemos problemas. ¿Cómo podemos esperar tener un día tranquilo? Estamos en el lugar incorrecto para eso.

B. El hecho de que Jesús caminara sobre el mar significa que Él está por encima de todos los problemas humanos

  El Señor Jesús caminó sobre el mar (6:19), lo cual significa que el Señor está por encima de todos los problemas de la vida humana. Él puede andar sobre todas las olas producidas por los problemas de la vida humana, y toda disturbio está bajo Sus pies. Cristo caminó sobre las olas. Parecía que mientras más las olas se levantaban, más Él disfrutaba caminar sobre ellas. Las olas aterrorizaron a Sus discípulos, pero Él las pisaba. Es como si dijera: “Demonios, por favor, levanten olas más grandes, para que yo disfrute más. Yo puedo caminar encima de sus olas”. Este es el Cristo que da paz.

  Cuando los discípulos lo recibieron en la barca, enseguida ésta llegó a la tierra adonde iban (v. 21). ¿Desea usted tener una vida de paz? Si es así, entonces debe recibir a Jesús en su “barca”. Su barca puede ser su matrimonio, su familia, o sus negocios. Cuando Él entre a su “barca”, usted disfrutará de la paz con Él en la jornada de la vida humana. Si usted recibe a Cristo en su matrimonio, éste tendrá paz. Si lo acepta en su familia, ésta tendrá paz. Y si lo acepta en su trabajo, también en su trabajo experimentará la paz. Sin Cristo, el mundo está hambriento. Sin Él, el mundo está turbado. Pero con Él, tenemos satisfacción y paz. Él es el Cristo que alimenta y que da paz. ¡Alabado sea el Señor!

III. EL PAN DE VIDA

A. Los que buscan la comida perecedera

  En los versículos del 22 al 31 encontramos a los que buscan la comida perecedera. Ellos estaban en busca de satisfacción. No importa el tipo de alimento que la gente busque, todos están en busca de satisfacción. Esas personas trataban de hacer algo por Dios y de servirle. Ellos también estaban en busca de señales y milagros. El concepto del hombre caído con respecto a Dios siempre ha consistido en que debe hacer algo para Dios y trabajar para Él. Este es el principio del árbol del conocimiento del bien y del mal que se encuentra en Génesis 2. Pero el concepto del Señor Jesús con respecto a la relación que el hombre debe tener con Dios, consiste en que éste debe creer en Dios, esto es, recibirle como vida y como suministro de vida. Este es el principio del árbol de la vida que se halla en Génesis 2. La respuesta para los que buscan la comida que perece es que deben recibir al Señor, al creer en Él (Jn. 6:29).

B. La comida que permanece para vida eterna

  En los versículos del 32 al 71 encontramos la comida que permanece para vida eterna. Si leemos esta porción cuidadosamente, veremos que el Señor se encarnó, fue crucificado, resucitó a fin de morar en nosotros, ascendió, y vemos que llegó a ser el Espíritu vivificante, que finalmente se corporifica en Su palabra viviente. Consideremos cada uno de estos aspectos.

1. Por Su encarnación viene al hombre con el fin de darle vida

  Los versículos del 35 al 51 revelan que el Señor vino al hombre por medio de Su encarnación con el fin de darle vida. Pero, ¿de qué manera podemos tomar al Señor como alimento, como el pan de vida? Este capítulo nos revela figurativamente la manera de hacerlo, aunque lamentablemente, por muchas generaciones la gente la ha pasado por alto. Primeramente el Señor dijo que Él “descendió del cielo” (6:33, 38, 41, 42, 50, 51, 58). ¿De qué manera descendió del cielo? Por medio de la encarnación. Él se hizo hombre, al participar de carne y de sangre (He. 2:14). Él vino en carne, y vino como hombre. El diablo y los espíritus malignos odian esta verdad. La única manera de comprobar si una persona tiene un espíritu maligno, es pedirle al demonio o al espíritu que confiese que Jesucristo ha venido en carne (1 Jn. 4:2). La encarnación es el primer paso que el Señor dio a fin de ser nuestra vida.

  El versículo 35 dice: “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás”. El pan de vida es el suministro de vida en forma de alimento, o sea, como el árbol de la vida (Gn. 2:9), el cual también es el suministro de vida que es “bueno para comer”. El que acude al Señor nunca tendrá hambre, y el que cree en Él nunca tendrá sed. Según el principio establecido en el capítulo 2, esto también es convertir la muerte en vida. La muerte es la fuente del árbol del conocimiento y la vida es la fuente del árbol de la vida.

  El versículo 46 dice: “No que alguno haya visto al Padre, sino Aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre”. La preposición griega traducida “de”, significa “al lado de”. El sentido aquí es “de con”. El Señor no sólo viene de Dios, sino también está con Dios. Por un lado, Él procede de Dios, y por otro, todavía está con Dios (8:16b, 29; 16:32b).

  En el versículo 47 el Señor dice: “De cierto, de cierto os digo: Él que cree, tiene vida eterna”. Creer en el Señor no es lo mismo que creerle (v. 30). Creerle es creer que Él es verdadero y real, pero creer en Él significa recibirle y ser unido a Él como una sola entidad. La vida eterna mencionada en este versículo es la vida divina, la vida increada de Dios, la cual no es sólo eterna en cuanto al tiempo, sino que también es eterna y divina en naturaleza.

2. Inmolado para que el hombre pudiera comerle

  La muerte del Señor fue el segundo paso que Él dio para hacerse disponible, a fin de que pudiéramos participar de Él como nuestro alimento. Él murió por nosotros, no de una manera ordinaria, sino de una forma extraordinaria. Él fue inmolado en la cruz. Esta muerte separó Su sangre de Su carne. Si usted fuera un judío que vivió durante aquel tiempo, habría estado muy familiarizado con esto. En una ocasión leí un artículo que describía la forma en que los judíos sacrificaban al cordero durante la Pascua. El artículo decía que los judíos ponían al cordero en una cruz. Por supuesto, todos sabemos que el Imperio Romano utilizó la pena de muerte por medio de la cruz para ejecutar a los criminales; pero los judíos usaron este método mucho antes que el Imperio Romano para sacrificar al cordero pascual. Ellos tomaban dos piezas de madera y formaban una cruz. Ataban las dos patas del cordero al poste de la cruz y fijaban las patas delanteras extendidas, atándolas al travesaño. Luego mataban al cordero de manera que toda su sangre fuera derramada. Ellos necesitaban toda la sangre para rociarla en los dinteles de sus puertas; por lo tanto, la sangre era separada completamente de su carne.

  El Señor murió de la misma manera. De hecho, Su muerte ocurrió en el tiempo de la Pascua. Vimos que Juan 6 se ubica en el contexto de la Pascua judía. Así que, la mente del pueblo estaba ocupada con los pensamientos acerca de la Pascua. Tomando esto como trasfondo, el Señor les dijo que ellos debían comer Su carne y beber Su sangre. En lugar de tomar la sangre del cordero de la Pascua y comer su carne, ahora ellos debían comprender que el Señor era el verdadero Cordero pascual de Dios. Todos los corderos pascuales que ellos habían tenido anteriormente tipificaban a Cristo. Ahora Él era el verdadero Cordero quien sería sacrificado por ellos. Su sangre sería derramada por sus pecados, y Su carne sería comida para ser su verdadera vida. Por un lado, Su sangre los redimiría de sus pecados; por otro, Su carne les suministraría vida.

  Los judíos no comprendieron esto, y no pusieron atención al hecho de que el Señor era el Cordero de Dios. Sin embargo, hoy sabemos que el Señor es el Cordero de Dios que murió por nosotros, derramó Su sangre para la redención de nuestros pecados, y ofreció Su carne para que la comiéramos como nuestra vida. Por fe tomamos Su sangre, y por fe comemos Su carne. Luego le obtenemos como nuestra vida.

  El Señor tuvo que ser inmolado para que el hombre pudiera comerle. Pero, nada se puede comer a menos que primero sea muerto. Así que, la cocina es un lugar de matanza. Por ejemplo, es imposible que comamos una vaca o un pollo vivos. Primero tenemos que matarlos. Hasta una cebolla debe primero morir para que podamos comerla. Si no muere por el cuchillo, muere por nuestros dientes. De la misma manera, el Señor tuvo que ser inmolado por nosotros para que le comamos.

  En el versículo 51b el Señor dice: “Y el pan que Yo daré es Mi carne, la cual Yo daré por la vida del mundo”. Aquí el pan viene a ser la carne. Vimos que el pan pertenece a la vida vegetal, y sólo sirve como alimento; la carne pertenece a la vida animal, y no solamente alimenta, sino que también redime. Antes de la caída del hombre, el Señor era el árbol de la vida (Gn. 2:9), cuyo único fin era alimentar al hombre. Después de que el hombre cayó en el pecado, el Señor llegó a ser el Cordero (Jn. 1:29), cuyo fin no es solamente alimentar al hombre, sino también redimirlo (Éx. 12:4, 7-8). El Señor dio Su cuerpo, es decir, Su carne, muriendo por nosotros para que tuviéramos vida. La sangre es añadida en el versículo 53, donde el Señor dice: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Aquí la sangre es añadida porque es necesaria para la redención (Jn. 19:34; He. 9:22; Mt. 26:28; 1 P. 1:18-19; Ro. 3:25).

  En el versículo 54 el Señor dice: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero”. Aquí la carne y la sangre son mencionadas separadamente. La separación de la carne y la sangre indica muerte. Aquí el Señor dio a entender claramente que moriría, o sea que sería inmolado. Él dio Su cuerpo y derramó Su sangre por nosotros para que tuviéramos vida eterna. Comer Su carne es recibir por fe todo lo que Él hizo al dar Su cuerpo por nosotros; y beber Su sangre es recibir por fe todo lo que Él logró al derramar Su sangre por nosotros. Comer Su carne y beber Su sangre es recibirle, en Su redención, como vida y como el suministro de vida, creyendo en lo que Él hizo por nosotros en la cruz. Al comparar este versículo con el versículo 47, vemos que comer la carne del Señor y beber Su sangre equivale a creer en Él, porque creer es recibir (1:12).

3. Resucita para morar en los creyentes

  Vimos que la encarnación es el primer paso y que la crucifixión es el segundo. La resurrección es el tercer paso por medio del cual el Señor se hizo disponible a nosotros como nuestra vida. Algunas veces en Juan 6 el Señor menciona los términos vida y vivo. Por una parte, Él dijo que era el pan de vida; por otra, dijo que era el pan vivo (vs. 35, 51). ¿Entiende usted la diferencia entre el pan de vida y el pan vivo? Tal vez piense que las dos expresiones significan lo mismo. Sin embargo, la forma correcta de estudiar la Palabra es investigar ambas expresiones, y determinar la razón de la diferencia entre ellas. El pan de vida se refiere a la naturaleza del pan, la cual es vida; el pan vivo se refiere a la condición del pan, el cual está vivo. Él es el pan vivo. Aunque Él fue crucificado e inmolado, Él todavía está vivo. Sólo Él es el que vive en resurrección. El versículo 56 indica la resurrección: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, en Mí permanece, y Yo en él”. Esto indica que el Señor tenía que resucitar para poder morar en nosotros como nuestra vida y como nuestro suministro de vida. Él no podía morar en nosotros antes de Su resurrección. Así que, el versículo 56 indica que Él resucitaría y llegaría a ser el Espíritu que mora en los creyentes.

  En el versículo 57 el Señor dice: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Comer es ingerir el alimento para que sea asimilado en nuestro cuerpo en forma orgánica. Por lo tanto, comer al Señor Jesús es recibirle para que Él sea asimilado en vida por el nuevo hombre que ha sido regenerado. Luego vivimos por Aquel que hemos recibido. Por medio de esto el Señor Jesús vive en nosotros como Aquel que resucitó (14:19-20). En principio, esto también es convertir la muerte en vida.

4. Asciende

  La ascensión ocurrió después de la resurrección. El versículo 62 hace referencia a la ascensión del Señor. El Señor respondió a Sus discípulos, quienes estaban murmurando acerca de Sus palabras, diciendo: “¿Pues qué, si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes?”. Aquí en este versículo Su ascensión es claramente mencionada. La ascensión comprueba que Su obra de redención fue completada (He. 1:3). El Señor ascendió al Padre, y el Padre lo aceptó. Eso fue una prueba de que Su obra en la cruz por nuestra redención fue aceptable al Padre. Por lo tanto, el Señor se sentó a la diestra del Padre. Su obra en la cruz satisfizo a Dios el Padre.

5. Se hace el Espíritu vivificante

  El versículo 63 dice: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”. Aquí se presenta el Espíritu que da vida. Después de la resurrección y mediante ésta, el Señor Jesús, quien se había hecho carne (1:14), llegó a ser el Espíritu vivificante, según se expresa claramente en 1 Corintios 15:45. Es como Espíritu vivificante que Él puede ser nuestra vida y nuestro suministro de vida. Cuando le recibimos como el Salvador crucificado y resucitado, el Espíritu que da vida entra en nosotros para impartirnos vida eterna.

  Muchas personas entienden mal el versículo 63, pensando que la carne representa la humanidad con su naturaleza humana. Pero, según el contexto, la carne aquí se refiere a la carne del cuerpo físico, igual que en los versículos anteriores donde el Señor dijo que Su carne es comestible. Los judíos no pudieron entender cómo Él les podría dar Su carne para que la comieran. Pensaron que Él les daría a comer la carne de Su cuerpo físico (v. 52). No entendieron correctamente la palabra del Señor. Para ellos fue una palabra muy dura (v. 60). Aquí el Señor les aclara que el Espíritu es el que da vida, y que la carne para nada aprovecha. En otras palabras, el Señor les dijo que se haría el Espíritu. No estaría literalmente en la carne, sino transfigurado de la carne al Espíritu. Así que en el versículo 63, el Señor explicó que lo que Él les daría a comer no era la carne de Su cuerpo físico, pues ésta para nada aprovecha. Lo que les daría eternamente sería el Espíritu que da vida, el cual es el Señor mismo en resurrección.

  ¿Qué clase de Cristo recibió usted? ¿Recibió al Cristo en la carne, o como el Espíritu? El apóstol Pablo dijo que anteriormente algunos conocían a Cristo según la carne, pero que así en la carne ya no lo conocen más (2 Co. 5:16). Ya ellos lo conocen como el Espíritu (3:17). Antes de Su muerte y resurrección el Señor estaba encarnado; pero después de Su muerte y resurrección, Él fue transfigurado de la carne al Espíritu (1 Co. 15:45). Por lo tanto, el Cristo que recibimos no es el Cristo en la carne, sino el Cristo que es el Espíritu. Cuando lleguemos a Juan 20, veremos que en la tarde de Su resurrección Él llegó a Sus discípulos y sopló en ellos diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (v. 22), el cual era Cristo mismo después de Su resurrección, debido a que después de ella Él fue transfigurado en el Espíritu. El ya no estaba más en la carne como lo estaba antes de Su crucifixión. Ahora, Él es el Espíritu; por lo tanto, ellos debían recibir al Espíritu. Antes de Su muerte, cuando Él estaba en la carne, lo único que podía hacer era estar con Sus discípulos y entre ellos, pero no podía estar en ellos. Ahora, como Espíritu, le es fácil estar dentro de nosotros.

  Hoy no necesitamos tener contacto con el Señor físicamente. Puesto que Él es el Espíritu, podemos tener contacto con Él como el Espíritu dentro de nosotros. Él es el Espíritu vivificante. Ya que Él es el Espíritu, podemos tomarle y alimentarnos de Él como nuestra comida.

  Cuando recibimos al Señor Jesús, obtenemos el Espíritu que da vida. Podemos comprobar esto al invocar el nombre del Señor Jesús. Cuando invocamos: “¡Oh Señor Jesús!”, recibimos al Espíritu. Invocamos al Señor Jesús, pero recibimos al Espíritu. ¿Por qué? Porque ahora el Señor Jesús es el Espíritu. El hecho de que al invocar el nombre del Señor Jesús obtengamos al Espíritu es una prueba contundente de que el Señor Jesús hoy es el Espíritu. Todo el que invoca: “Señor Jesús”, está en el Espíritu (1 Co. 12:3). Jesús es el nombre, y el Espíritu es la persona. El Espíritu es la persona de Jesús. Ahora necesitamos leer Juan 14:26, donde dice: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho”. El Padre envía al Consolador, al Espíritu Santo, en el nombre del Hijo. El Espíritu es enviado en el nombre del Hijo. ¿Quién es el Espíritu? El Espíritu es la persona de Jesús. Así que, tenemos el nombre y la persona. La mejor manera de obtener al Espíritu es invocar el nombre del Señor Jesús. Cada vez que clamamos: “¡Oh Señor Jesús!”, recibimos a la persona, y la persona es el Espíritu. Siempre que invocamos el nombre del Señor Jesús, obtenemos al Espíritu. El Espíritu es la persona de nuestro querido Señor Jesús.

6. Corporificado en la palabra de vida

  Cristo, como el pan de vida, se corporifica en la palabra de vida. Aunque el Espíritu es maravilloso, es muy misterioso. Necesitamos algo sólido, visible y tangible, y esta es, la palabra de vida. En el versículo 63 el Señor dice: “Las palabras que Yo os he hablado, son espíritu y son vida”. La Palabra es sustancial.

  La palabra griega que se traduce “palabras” en este versículo, es réma, la cual denota la palabra hablada para el momento. Difiere de lógos (traducida “Verbo” en Juan 1:1), que se refiere a la palabra constante. Aquí, las palabras van después del Espíritu. El Espíritu es viviente y verdadero; no obstante, es misterioso e intangible, y es difícil que la gente lo entienda; pero las palabras son tangibles, concretas. Primeramente, el Señor indica que para poder impartir vida, Él llegaría a ser el Espíritu. Luego, Él dice que las palabras que Él habla son espíritu y son vida. Esto muestra que las palabras que Él habla, son la corporificación del Espíritu vivificante. Él es ahora el Espíritu vivificante en resurrección, y el Espíritu está corporificado en Sus palabras. Cuando recibimos Sus palabras al ejercitar nuestro espíritu, obtenemos al Espíritu, quien es vida.

  La Palabra está fuera de nosotros. Cuando recibo la Palabra, ésta inmediatamente se convierte en el Espíritu. Y cuando hablo o emito la Palabra, el Espíritu de nuevo llega a ser la Palabra. Cuando usted recibe la Palabra en su interior, una vez más esta Palabra se convierte en el Espíritu, y cuando usted habla la Palabra, nuevamente el Espíritu se convierte en la Palabra. Cuando predicamos el evangelio, en realidad estamos predicando la Palabra. Cuando las personas creen el evangelio, creen la Palabra. Y aunque parezca extraño, cuando alguien recibe la Palabra, realmente la Palabra se convierte en el Espíritu, dentro de él. Por ejemplo, si usted conoció al Señor por medio de Juan 3:16, usted puede haber orado: “Te agradezco porque eres tan bueno para mí. Tú me has dado a Tu Hijo”. ¿Qué sucedió dentro de usted cuando creyó esas palabras? Cuando las creyó, algo dentro de usted fue vivificado y se avivó. Esto no quiere decir que recibió cierto conocimiento en su mente, sino que algo dentro de usted se volvió muy viviente en su corazón y en su espíritu. Usted creyó la Palabra pero recibió al Espíritu. La Palabra que estaba fuera de usted se convirtió en el Espíritu dentro de usted. Era la Palabra externa, pero se convirtió en el Espíritu interno. Cuando usted escuchó la Palabra y la recibió, de alguna manera también recibió al Espíritu. Esto es muy misterioso y maravilloso.

  El Señor es el Espíritu y es la Palabra. El Cristo resucitado es el Espíritu, el Espíritu es la Palabra, la Palabra es el Espíritu, y el Espíritu es el Señor resucitado para que lo disfrutemos. Ahora sabemos qué es Él y dónde está. Por lo tanto, cuando tenemos contacto con la Palabra en nuestro espíritu, en realidad, tenemos contacto con el Señor mismo como el pan vivo. Cuando recibimos la Palabra en espíritu, recibimos a Cristo mismo como el abundante suministro de vida. Ahora, día tras día, estamos participando de este Cristo maravilloso y resucitado como nuestro alimento, nuestra vida, y nuestro suministro de vida. Él es el Espíritu que da vida y la palabra de vida.

  En el versículo 68 Simón Pedro dijo algo muy interesante: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Este capítulo termina con la palabra de vida, la cual es la única manera de recibir al Señor. El problema actual se reduce a la Palabra. Si usted recibe la Palabra, obtendrá el Espíritu en su interior; y si tiene este Espíritu, tiene a Cristo como el suministro interior de vida.

  Ya vimos seis pasos por medio de los cuales Cristo se ha hecho disponible para que lo recibamos: la encarnación, la crucifixión, la resurrección, la ascensión, llegar a ser el Espíritu vivificante, y ser corporificado en la palabra de vida. El Señor se encarnó, fue crucificado, resucitó, ascendió, se transfiguró de la carne al Espíritu, y se corporificó en la Palabra. La Palabra es la corporificación del Espíritu del Señor. Usted no puede decir que no sabe cómo tener contacto con el Señor, porque el Señor está corporificado en la Palabra. Él es el Espíritu y la Palabra. Si usted recibe la Palabra, recibirá al Espíritu como su disfrute de Cristo.

  Ahora podemos apreciar la diferencia entre el concepto humano y el pensamiento divino. El concepto humano y religioso se encuentra en lo que los religiosos judíos preguntaron en el versículo 28: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?”. En todas las Escrituras ésta fue la única ocasión en que los judíos hicieron tal pregunta. La enseñanza religiosa siempre nos exhorta a hacer esto y aquello. El concepto del hombre es obrar, pero el pensamiento de Dios es creer.

  La única obra que Dios deseó y predestinó para que el hombre la llevara a cabo, consistía en que creyera en Su Hijo. La preposición en del versículo 29, debería traducirse “hacia adentro de”, conforme al texto griego. El Señor Jesús no nos dijo que le creyéramos, sino que creyéramos en Él. Juan 6 nos muestra dos formas de creer: creerle y creer para entrar hacia dentro de Él. Después de que el Señor contestó esta pregunta, los judíos replicaron en el versículo 30: “¿Qué señal, pues, haces Tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces?”. Ellos dijeron “te creamos”, pero eso no fue lo que el Señor dijo. El Señor les había dicho que creyesen “en Él” (o sea, entrar en Él por fe). La preposición es exactamente igual a la utilizada en Romanos 6:3 donde dice “bautizados en Cristo”. Como ya vimos, creerle significa creer que Él es verdadero y que todo lo relacionado con Él está correcto. Pero creer en Él significa recibirle y ser unido y mezclado con Él como uno solo. Cuando creemos en Él, se efectúa una unión y una unidad entre nosotros y Cristo. En otras palabras, entramos en Él y le recibimos en nuestro interior. Conforme al pensamiento divino, no tenemos nada que hacer salvo creer en Cristo y recibirle en nuestro interior día tras día.

  “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, en Mí permanece, y Yo en él”. Para nosotros, la obra de Dios es solamente comer a Cristo, recibirle, y vivir por Él. Debemos corregir nuestro concepto humano que consiste en trabajar para Dios. Diariamente debemos comer a Cristo a fin de vivir por Él. En varias ocasiones en este capítulo el Señor dice que aquel que le coma vivirá por Él (6:51, 57, 58). Hoy en día, el problema no radica en la obra, sino en la vida. ¿Qué tipo de vida lleva usted? ¿Está satisfecho con la vida que lleva? Si usted no come ni bebe de Cristo, simplemente no tiene vida. Y si no tiene vida, ¿cómo puede vivir? El versículo 53 dice: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros”. El pensamiento divino no es que trabajemos para Dios, sino que tomemos a Cristo como nuestra comida y bebida. Al comer y beber de Cristo, seremos llenos de Él. Entonces podremos vivir apropiadamente para Dios.

  La declaración más fuerte y extraña de toda la Biblia se encuentra en el versículo 57: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. El Señor, quien es el Dios todopoderoso y el Creador del universo, nos exhorta a comerle. El hombre no podría haber tenido semejante pensamiento. Si esta palabra no hubiera sido dicha por el Señor, creo que ninguno de nosotros habría tenido el suficiente valor como para decir que debemos comer al Señor. Por supuesto, podemos decir que debemos adorarle, temerle, confiar en Él, obedecerle, orar y trabajar por el Señor. Podemos usar muchos otros verbos para explicar lo que debemos hacer por el Señor, pero tendríamos temor de pensar que debemos comerle. Todos debemos comer tres veces al día a fin de vivir. En otras palabras, vivimos por medio de comer. Del mismo modo, para poder vivir por Él debemos comer al Señor. El punto más importante en todo el capítulo 6 de Juan consiste en que el Señor es nuestro alimento, el pan de vida. Comerle no es un asunto de una vez por todas. Es un asunto diario e incluso una experiencia del Señor momento a momento. Ya sea en el Oriente o en el Occidente las personas comen diariamente para poder vivir. Así, todos debemos tener contacto con el Señor y comerle. No somos solamente personas débiles, sino también hambrientas, y necesitamos al Señor como nuestro suministro de vida. El Señor es comestible ya que Él es el pan de vida. Él es tan comestible como un pedazo de pan. Debemos ejercitar nuestro espíritu para alimentarnos de Él como la Palabra y como el Espíritu. Entonces le recibiremos en nuestro interior, le digeriremos, le experimentaremos, y lo aplicaremos momento a momento. Esto es todo, no hay nada más. Debemos olvidarnos de obrar y trabajar, y aprender a comer a Cristo y a vivir por lo que hemos comido de Él. Esta constituye la manera divina de vida por la cual debemos vivir diariamente.

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