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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 18

LA NECESIDAD DEL SEDIENTO: SER SACIADO POR LA VIDA

(2)

  En el capítulo 5 de Juan vimos el contraste entre la vida y la religión, pero hasta ese entonces, la persecución de parte de la religión aún no había empezado, pues ésta comenzó en el capítulo 7.

II. LA VIDA BAJO LA PERSECUCIÓN DE LA RELIGIÓN

A. La confabulación de la religión y una fiesta religiosa

  Mientras los religiosos celebraban una fiesta, formaron un complot para matar a Jesús (Jn. 7:1-2). Éste es un cuadro que describe con exactitud la religión actual, porque en principio, la religión de aquel tiempo es igual a la de hoy. Por una parte, los religiosos adoran a Dios, pero por otra, planean matar a los que genuinamente procuran seguir a Dios. Si usted es un verdadero seguidor de la vida, debe estar preparado para descubrir que la religión planea matarlo. Esto es lo que ha sucedido desde el primer siglo hasta el presente. En cada siglo los que verdaderamente buscaban la vida han sido perseguidos por los religiosos. La señora Guyón, por ejemplo, fue encarcelada por los religiosos de su época. Mientras seguimos al Señor conforme a la vida interior y no de acuerdo con las prácticas externas, seremos perseguidos por los religiosos.

  El Señor es Dios el Creador (Jn. 1:1, 10). No obstante, en calidad de hombre sufrió persecución de parte de Sus criaturas (7:1). No le fue nada fácil al Creador ser perseguido por Sus criaturas. ¡Qué paciencia debe haber tenido! ¡Qué humillación debe haber sufrido! Pero el Señor lo soportó. Incluso la fiesta religiosa proveyó una oportunidad para dicha persecución (Jn. 7:2, 11). Los religiosos se aprovecharon de esa fiesta para perseguir al Señor Jesús.

B. La vida sufre por la incredulidad del hombre

  Los judíos perseguidores procuraban matar al Señor Jesús (Jn. 7:1, 21, 25, 30, 32, 34). Ya que los judíos religiosos conspiraban contra el Señor Jesús, Él tuvo que proceder con cautela. Si Él se hubiera descuidado un poco, habría caído en las manos de ellos. No podía actuar libremente. Aunque el Señor es el Dios Todopoderoso, Él como un hombre bajo persecución estaba limitado en cuanto a Sus actividades. Por un lado, los religiosos procuraban matarle; por otro, Sus hermanos incrédulos lo provocaban a buscar la gloria mundana (Jn. 7:3-4). Es como que Sus hermanos le dijeran: “¿Por qué no vas a Jerusalén? Debes procurar que Tu nombre sea famoso”. Tanto la persecución por parte de los judíos como el reto por parte de Sus hermanos procedían de un solo enemigo, Satanás. Éste instigó a los judíos a procurar matar al Señor y provocó a los hermanos incrédulos del Señor para que lo incitaran a ir a Jerusalén a fin de obtener un gran nombre y recibir gloria para Si. La situación es la misma hoy en día. De vez en cuando, algunos hermanos proponen que hagamos ciertas cosas para darnos a conocer y promocionarnos. Pero es algo horrible promocionarnos y engrandecer nuestro nombre. Si uno ha de tener fama, es mejor que sea mala fama.

C. La vida se limita al tiempo

  En Jn. 7:6-9 vemos que el Señor estuvo limitado por el tiempo. Él dijo a Sus hermanos: “Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto” (v. 6). Aunque el Señor es el Dios eterno, infinito e ilimitado (Ro. 9:5), Él vivió aquí en la tierra como un hombre, limitado aun con respecto al tiempo. Para poder ministrarnos el agua viva, el Señor estuvo dispuesto a perder Su libertad, estar confinado con respecto al tiempo, y hacer la voluntad del Padre. Todo el capítulo 7 revela la manera en que el Señor vivió como un hombre limitado en todo aspecto.

D. La vida procura la gloria de Dios

  El Señor es el Dios Todopoderoso (Is. 9:6); sin embargo, como un hombre bajo persecución, Él estaba limitado en Sus actividades (Jn. 7:10). No actuaba libremente. Aunque Él es el Dios omnisciente, como un hombre humilde daba la apariencia de ser indocto: “Y se maravillaban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” (v. 15). A pesar de que el Señor había recibido poca educación, Él era omnisciente. No sólo conocía las letras, sino también la mente, el corazón y el espíritu del hombre. El Señor no buscaba Su propia gloria, sino la gloria de Dios (vs. 17-18).

E. La fuente y el origen de la vida: Dios el Padre

  El origen y la fuente del Señor son Dios el Padre (Jn. 7:25-36; 13:3). Aunque Su fuente era Dios el Padre, Él vino como un hombre de Nazaret de Galilea (Jn. 7:27, 42, 52; 1:45-46). Por un buen tiempo, yo no estuve contento con el Señor, por que sentía que había una falta de franqueza de Su parte en Juan 7. Me parecía que Él había sido en cierta manera furtivo. Le dijo a la gente que Su fuente era Dios el Padre, pero Él había venido de Nazaret. Hasta que vi que aquí encontramos un principio vital: en todo lo relacionado con el Señor, la apariencia externa no es muy buena, pero el contenido interior siempre es maravilloso. Esto también es verdad con respecto al recobro del Señor hoy en día. Si usted mira al recobro según la apariencia externa, no luce muy atractivo. Sin embargo, interiormente la situación es completamente diferente. No sea perturbado por la apariencia externa. Los que vieron al Señor externamente, sólo vieron a un nazareno. Él no tenía buena apariencia, ni belleza, ni atractivo. Pero interiormente, Él es el Dios verdadero. En algunas ocasiones le dije al Señor: “Señor, ¿por qué de todas las personas que has traído a Tu recobro en este país, muy pocas tienen buen parecer? Algunos de ellos ni siquiera se visten apropiadamente para las reuniones”. Pero he descubierto que hay un tesoro en estos vasos de barro. El Señor me ha dicho que no me preocupe por la apariencia externa. El nazareno no tenía una apariencia atractiva, pero sí poseía un contenido excelente y celestial.

III. EL LLAMADO QUE LA VIDA HACE A LOS SEDIENTOS

A. El último día representa el final de todo disfrute obtenido por cualquier éxito que tengamos en la vida humana

  En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y clamó dirigiéndose a los sedientos (7:37-39). El último día representa el final de todo disfrute obtenido por cualquier éxito que tengamos en la vida humana. No importa el tipo de éxito que tenga, de seguro terminará. Por ejemplo, aunque usted tenga un matrimonio maravilloso, éste no durará para siempre.

  La expresión el último día se ve en el capítulo 6 así como en el capítulo 7 (6:39-40; 7:37). Sin embargo, estos son diferentes clases de días. El último día del capítulo 6 es el día final en un futuro lejano, cuando el Señor nos resucitará. Pero el último día del capítulo 7 se refiere a los muchos últimos días de nuestra vida humana. El mayor último día ocurrirá en el futuro, pero antes de aquel día, durante nuestra vida humana, existen muchos últimos días. Habrá un último día para ese traje que usted valora; también habrá un último día para su matrimonio. Todo tiene su último día. La fiesta de los Tabernáculos continuó durante siete días, pero el séptimo día era el último día de la fiesta. El último simplemente significa el final. Por muy acaudalado que sea usted, su riqueza tendrá un fin. Por muy sano que esté, su salud también llegará a su fin. Hay un último día para sus riquezas, un “último día” para su salud, y un “último día” para estar con su familia, su querida esposa o esposo, sus padres, sus hijos, y con todas sus circunstancias, en resumen, ¡un último día!

  Cuando llegué a los cuarenta años, los demás empezaron a decirme: “La vida empieza a los cuarenta”. Pero hubo otros que me dijeron: “Hermano, debe comprender que después de los cuarenta, la vida entra en el atardecer. Cuando usted nació, era el amanecer de su vida. A los cuarenta, la vida ha llegado al mediodía, y después de los cuarenta, es el atardecer. Probablemente un poco después de los sesenta, la vida llegará a su fin”. Tarde o temprano el último día de la vida llegará.

  Mire este cuadro. El pueblo de Israel trabajó durante todo el año hasta que cosecharon el maíz y el vino. Ellos recibieron todo el fruto de su labor. Finalmente, su labor había terminado, y lo único que les faltaba hacer era reunirse y disfrutar de su cosecha durante siete días. El séptimo día era su gran día, aunque era el último. El último día era el día en que todos ellos eran despedidos.

B. Clama a que vengan a beber

  Mientras el pueblo estaba siendo despedido en el último día de la fiesta, el Señor se puso en pie y clamó, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba” (7:37). Ellos no estaban satisfechos. Las cosas que habían disfrutado durante los últimos siete días no habían podido apagar su sed. Si ellos hubieran venido y bebido de Cristo, habrían tenido ríos de agua viva brotando de su interior. El agua viva es el Espíritu Santo que fluye de la peña herida.

  Como veremos, cuando el Señor habló estas palabras, aún no había el Espíritu, porque el Señor no había sido aún herido ni glorificado (v. 39). ¿Qué significa que el Señor sea glorificado? Simplemente significa que Él iba a ser resucitado (Lc. 24:26). El Señor fue transfigurado de Su cuerpo frágil al glorioso Espíritu, por medio de Su muerte y Su resurrección. Antes de ir a la cruz, Él era la roca, pero aún no había sido herido, crucificado. Cuando Él fue crucificado y resucitó, el agua viva brotó de Él y entró en nosotros a fin de saciar nuestra sed. En el último día de nuestra fiesta, al final de nuestro regocijo y disfrute, cuando todavía tenemos sed, debemos acercarnos al Señor Jesús y recibir el agua viva que sacia nuestra sed.

  Había una jovencita de una familia muy afluente. Ella buscaba el disfrute continuamente. En una ocasión asistió a un baile de la clase social más alta de Inglaterra. Ella lo disfrutó mucho y pasó un tiempo maravilloso. Después de que la fiesta terminó, regresó a su casa. Cuando se estaba quitando el vestido de baile, se sintió muy sedienta. Ella arrojó su vestido y sus zapatos y exclamó: “¿Cómo pueden ayudarme estas cosas?”. Después de todo lo que había disfrutado aún se encontraba muy sedienta. Entonces una voz interior susurró dentro de ella: “Tú debes orar a Dios”. Pero ella dijo para sí: “No creo que Dios exista, ¿cómo podría orar a Él?”. Pero la voz continuó susurrando: “Sólo intenta decirle algo a Dios. Por ejemplo, puedes decir: ‘Dios, si en verdad existes, sólo dame satisfacción’”. Finalmente, ella oró de esta manera. Al siguiente día toda su vida cambió. Ella fue satisfecha. Su sed fue saciada por el agua viva que le dio el Señor.

  Si usted estudia las biografías de los santos, descubrirá muchas otras historias similares a la de esta joven. Muchas personas que recibieron una educación elevada, que tuvieron mucho éxito y fueron muy adinerados, tuvieron mucho en qué regocijarse, pero finalmente sintieron que habían fracasado porque todo lo que probaron las había dejado sedientas. Pero entonces escucharon el llamado: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”. Aunque usted disfrute muchos días buenos, finalmente llegará el último día cuando todo su disfrute terminará y usted se sentirá sediento. Recuerde que sólo el Señor Jesús puede ofrecerle el agua viva capaz de saciar su sed.

C. El fluir de los ríos de agua viva

  El Señor Jesús dijo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:38). En 4:14 el Señor dijo que el que bebe del agua que Él da, tendrá en él un manantial de agua que salte para vida eterna. En el capítulo 7 el Señor avanza un poco más, diciendo que el que beba de Él, tendrá el fluir de los ríos de agua viva. Él no habló sólo de un río, sino de muchos ríos. El único río de agua de vida es el Espíritu Santo. De este único río, muchos otros fluirán. Estos “ríos de agua viva” son las muchas corrientes de los diferentes aspectos de la vida de Cristo (cfr. Ro. 15:30; 1 Ts. 1:6; 2 Ts. 2:13; Gá. 5:22-23), que se originan en un solo río, el “río de agua de vida” (Ap. 22:1), el cual es el “Espíritu de vida” de Dios (Ro. 8:2). Uno de los ríos es el río de la paz, y otros son el gozo, el consuelo, la justicia, la vida, la santidad, el amor, la paciencia y la humildad. Desconozco cuántos ríos hay. Estos ríos de agua viva proceden de lo profundo de nuestro ser. Este es Cristo como vida. Según el principio establecido en el capítulo 2, el fluir de los ríos de agua viva es otro ejemplo de convertir la muerte en vida. La muerte es la fuente de el árbol del conocimiento, y la vida es la fuente del árbol de la vida.

  ¿Qué pasaría si llegáramos a una reunión y todos nos sentáramos allí sin el fluir del agua viva? Sin lugar a dudas, ésta sería una reunión muerta. Si nadie tuviera nada que compartir, la muerte prevalecería. Sin embargo, si todos tuvieran el fluir de algunos ríos, finalmente la reunión estaría rebosando de vida. Esto es cambiar la muerte en vida.

D. Aún no había el Espíritu

  El versículo 39 dice: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Muchos cristianos no entienden la expresión aún no había en este versículo. Algunas versiones añaden “dado” en letra cursiva después de su traducción “había sido”, lo cual muestra que los traductores tuvieron problemas con la traducción de este versículo. Pero el versículo 39 no quiere decir que el Espíritu no había sido dado, sino que aún no había el Espíritu. El Espíritu aún no estaba allí. El Espíritu de Dios existía desde el principio (Gn. 1:1-2), pero cuando el Señor Jesús dijo estas palabras, el Espíritu aún no existía como “el Espíritu de Cristo” (Ro. 8:9), ni como “el Espíritu de Jesucristo” (Fil. 1:19), porque Él aún no había sido glorificado. Jesús fue glorificado cuando resucitó (Lc. 24:26). Después de Su resurrección, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu del Cristo encarnado, crucificado y resucitado, quien fue impartido en los discípulos cuando Cristo sopló en ellos, la noche del día en que resucitó (Jn. 20:22). Ahora el Espíritu es el “otro Consolador ... el Espíritu de realidad” que Cristo prometió antes de Su muerte (14:16-17). Cuando el Espíritu era el Espíritu de Dios, sólo tenía el elemento divino. Pero cuando llegó a ser el Espíritu de Jesucristo por medio de la encarnación, crucifixión y resurrección de Cristo, llegó a tener, además del elemento divino, el elemento humano junto con toda la esencia y realidad de Su encarnación, Su crucifixión y Su resurrección. Por lo tanto, ahora Él es el Espíritu todo-inclusivo de Jesucristo como el agua viva, para que nosotros le recibamos.

  Hemos visto que Jesús fue glorificado cuando resucitó. En resurrección, el Señor llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El postrer Adán, quien era el Cristo encarnado, llegó a ser el Espíritu vivificante en resurrección. Desde aquel entonces, el Espíritu de Jesucristo ya tiene los elementos divino y humano, incluyendo la realidad de la encarnación, crucifixión y resurrección de Cristo.

  En Génesis 1 tenemos el Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios es Dios mismo que viene a fin de alcanzar a Su creación. En Génesis 1 el Espíritu de Dios sólo contenía la divinidad. Pero un día Dios se encarnó como hombre, el cual fue Jesucristo. Treinta y tres años y medio después, Cristo fue crucificado. Después de la crucifixión, Él pasó por la resurrección y la ascensión, y así el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu de Jesucristo, el encarnado y resucitado. Ahora, el Espíritu de Jesucristo viene a alcanzar a los seres humanos. Anteriormente, el Espíritu de Dios venía solamente con Su divinidad a fin de alcanzar a la creación de Dios, pero ahora el Espíritu de Jesucristo, viene para alcanzar a los seres humanos con divinidad, humanidad, la eficacia de Su muerte todo-inclusiva y con el elemento de resurrección, viene para salvar a los seres humanos. Antes de que Cristo resucitara, “aún no había” tal Espíritu.

  Podemos usar el ejemplo de un vaso de agua pura al cual se le añaden muchos otros ingredientes. Al agua pura se le añade leche; ésta es la primera etapa. En las siguientes etapas se le agregan miel, té y sal. Finalmente, llega a ser una bebida todo-inclusiva. Antes de que el agua pura pasara por todas estas etapas, “aún no había” una bebida tan maravillosa, aunque el vaso ya contenía el agua pura. Pero después, llegó a ser una bebida todo-inclusiva. De la misma manera, el Espíritu que el Señor Jesús prometió en Juan 7:39 y 14:16-17 no es el Espíritu que solamente contenía la divinidad, sino el Espíritu que incluía la divinidad, la humanidad, la muerte todo-inclusiva, la resurrección y la ascensión. Ahora no sólo tenemos al Espíritu de Dios, sino también al Espíritu de Jesucristo. Este Espíritu todo-inclusivo es el que nos proporciona el fluir de los ríos de agua de vida.

  En algunas ocasiones, cuando un niño requiere algún medicamento, su sabia madre esconde la medicina en una bebida. Cuando el niño toma la bebida, recibe la medicina. Hay medicina en el Espíritu todo-inclusivo. Esta medicina es la muerte terminadora de Cristo, la cual se encuentra hoy en el Espíritu Santo. Cuanto más usted clama: “¡Oh Señor Jesús!”, más recibe al Espíritu todo-inclusivo. Después de unos minutos podrá sentir al Espíritu matando su mal genio, su orgullo, su egoísmo, y otras cosas negativas. ¿Ha tratado usted alguna vez de considerarse muerto conforme al capítulo 6 de Romanos? Si lo ha hecho, entonces usted entiende que cuanto más se da por muerto, más vivo está. Sin embargo, en el Espíritu todo-inclusivo se halla la obra aniquiladora de la cruz. La muerte mencionada en Romanos 6 está ahora incluida en el Espíritu, según se revela en Romanos 8. De manera que, este Espíritu todo-inclusivo constantemente nos coloca sobre la cruz, como se menciona en Romanos 8:13. El efecto aniquilador de la muerte de Cristo no opera meramente sobre la cruz, porque si así lo fuera, no sería eficaz para nosotros. El efecto terminador hoy está en el Espíritu de Jesucristo. Mientras este Espíritu se mueve dentro de nosotros, el efecto aniquilador de la cruz penetra nuestro ser. Él matará todo elemento negativo en nosotros. Además, en esta bebida todo-inclusiva se halla el ingrediente que nos nutre. En este Espíritu está todo lo que necesitamos.

IV. LA DIVISIÓN CAUSADA POR LA MANIFESTACIÓN DE LA VIDA

  En Juan 7:40-52 vemos la división causada por la manifestación del Señor. El Señor Jesús siempre causaba problemas y divisiones. También ahora los que buscan la vida causarán problemas y divisiones. Cristo, la simiente de David, nació en Belén (v. 42; Lc. 2:4-7), pero se presentó como nazareno de Galilea (Jn. 7:52). Aunque nació en Belén, creció en Nazaret, un pueblo menospreciado en aquellos tiempos. Él era la simiente de David, pero vino como un nazareno (Mt. 2:23). Creció “como raíz de tierra seca” sin tener “aspecto hermoso ni majestad” “ni apariencia para que le deseemos” y era “despreciado y desechado entre los hombres” (Is. 53:2-3). Así que, no debemos conocerlo según la carne (2 Co. 5:16), sino según el Espíritu. Debido a que el Señor creció en Nazaret, la gente no lo consideró como uno que nació en Belén.

  Algunos percibieron a Cristo conforme a la apariencia externa de Él (Jn. 7:27, 41-42, 52), recibiendo del árbol del conocimiento que da por resultado la muerte (Gn. 2:17). Escuchen lo que ellos decían: “¿De Galilea ha de venir el Cristo? ¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de Belén, la aldea de donde era David, ha de venir el Cristo?” (Jn. 7:41-42). Palabras así son simplemente un ejercicio intelectual, un razonamiento mental que está basado en el principio del árbol del conocimiento. Sin embargo, otros percibieron a Cristo de acuerdo con Su realidad interior (vs. 40, 50-51), al recibir del árbol de la vida, el cual da por resultado la vida (Gn. 2:9). No prestemos atención a la apariencia externa. Debemos ver lo que está por dentro. ¿Está Cristo en el interior? Todos debemos conocer a Cristo según la realidad interior y no conforme a la apariencia externa.

  En su totalidad el Evangelio de Juan presenta un cuadro impresionante. En cierta ocasión el Señor Jesús fue a Betania y se quedó en una pequeña casa con Lázaro, Marta y María (12:1-2). En aquellos tiempos el templo estaba en Jerusalén. En ese templo santo estaban los sacerdotes ataviados en sus vestiduras sacerdotales, ofreciendo los sacrificios en el altar y quemando incienso de la manera adecuada. Todo lo que se encontraba en el templo era muy atractivo. Pero en aquella pequeña casa de Betania no había nada: no se encontraban los sacerdotes, ni las vestiduras sacerdotales, ni el altar, ni las ofrendas ni el incienso. Solamente había dos hermanas y un hermano que eran pobres. En ese momento, ¿en dónde estaba el Dios verdadero? ¿En el templo o en aquella pequeña casa? Él estaba en la pequeña casa. Suponga que usted estuviera buscando a Dios en esos días. ¿A dónde hubiera ido? ¿A la pequeña casa o al templo? Sin lugar a dudas, todos habríamos ido al templo. Probablemente ninguno de nosotros habría ido a aquella pequeña casa. No obstante, Jesús, la corporificación misma de Dios, no se encontraba en el templo sino en aquella casita. Finalmente, tal vez entre nosotros se habría suscitado una división, en la que un gran número iba al templo, y unos cuantos iban a la pequeña casa, donde en realidad se encontraba el Señor. Aquellos que iban al templo habrían pensado que era necio ir a esa pequeña casa a encontrar a Dios. Por lo tanto, debemos aprender a seguir al Señor Jesús conforme a la realidad interior y no a la apariencia externa. Este principio permanecerá para siempre. Alabado sea el Señor porque Él está con los humildes.

  Cuando el Señor estuvo en la tierra, no tenía una apariencia atractiva. Hoy sucede lo mismo en la vida de iglesia, en Su recobro; no se encuentra una apariencia atractiva. Sin embargo, si usted entra en la vida de iglesia, en el recobro del Señor, descubrirá la belleza de Cristo allí. Él no es el nazareno, Él es la simiente de David. ¡Este es Cristo! ¡Aleluya!

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