Mensaje 21
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Como mencionamos anteriormente, los nueve casos presentados en el Evangelio de Juan se dividen en dos grupos. Los primeros seis casos muestran cómo el Señor como vida para nosotros trata las cosas positivas, mientras que los últimos tres casos representan la manera en que el Señor como vida se ocupa de las cosas negativas. Repasemos brevemente los nueve casos. Los primeros seis casos revelan que el Señor es vida para nosotros con el fin de regenerarnos, santificarnos, sanarnos, vivificarnos, alimentarnos y saciarnos. Estos seis casos o señales forman un grupo, pues se enfocan en los asuntos positivos de Su vida. Los últimos tres casos tocan los asuntos negativos: el pecado, la ceguera y la muerte. El pecado causa la ceguera y da por resultado la muerte. Por lo tanto, estos tres —el pecado, la ceguera y la muerte— forman un grupo y muestran que el Señor como nuestra vida se encarga de los asuntos negativos. En los primeros seis casos el Señor nos introduce en lo positivo, pero en los últimos tres casos, nos libra de lo negativo, ya que nos libra del pecado, de la ceguera y de la muerte.
Según Jn. 20:30-31, el escritor indicó que Jesús hizo muchas señales Y de todos esos casos él seleccionó sólo nueve como señales. Por lo tanto, dichas señales deben ser muy significativas, y la secuencia en que se presentan también debe tener mucho significado. Por ejemplo, el primer caso trata de la regeneración, y el último, de la resurrección de entre los muertos. Así que, el primero habla de la regeneración al comienzo de la vida, y el último, de la resurrección, después de que la vida termina. Además, en el último grupo de casos el pecado encabeza la lista de las cosas negativas, porque el pecado es el origen de la ceguera y de la muerte. La ceguera proviene del pecado, y la muerte es el resultado final de éste. En este mensaje nos ocuparemos de la ceguera.
Algunos lectores de la Biblia no ven claramente que el capítulo 10 de Juan es una continuación del capítulo 9. Sin embargo, al leerlos cuidadosamente entenderemos que estos dos capítulos forman una sola sección de la santa Palabra. Juan 10:21 nos ayuda a entender que el capítulo 10 sí es una continuación del capítulo anterior, porque en él se hace la pregunta: “¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?”. No obstante, cada capítulo trata un punto diferente. En estos dos capítulos se revelan dos aspectos principales con respecto a la Persona del Señor: Él da la vista a los ciegos y apacienta a los creyentes fuera de la religión.
Este caso también comprueba que la religión que se basa en la ley, no pudo de ninguna manera ayudar al hombre ciego, pero que el Señor Jesús, como luz del mundo, le impartió la vista en la manera de la vida (10:10, 28). Esta señal fue realizada en el día de sábado. Parece que el Señor de nuevo hizo a propósito una señal en el día de sábado con el fin de exponer la vanidad de los ritos religiosos.
La ceguera, al igual que el pecado del capítulo anterior, está relacionada con la muerte. Una persona muerta ciertamente está ciega. “...el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos”. Así que, ellos necesitan que les resplandezca “la iluminación del evangelio de la gloria de Cristo” (2 Co. 4:4), para que se abran “sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios” (Hch. 26:18). Según el principio establecido en el capítulo 2, esto también es cambiar la muerte en vida.
Leamos Juan 9:1-3: “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron Sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino que nació así para que las obras de Dios se manifiesten en él”. La pregunta hecha por los discípulos concordaba con su conocimiento religioso. Ellos pensaban que la ceguera se debía al pecado del hombre o al pecado de sus padres. Esta pregunta, al igual que las de 4:20-25 y 8:3-5, requería un sí o un no, lo cual pertenece al árbol del conocimiento y da por resultado la muerte (Gn. 2:17). Pero la respuesta que el Señor da en Juan 9:3 los dirige a Él mismo, quien es el árbol de la vida y da por resultado la vida (Gn. 2:9). Hemos visto que el Señor en el Evangelio de Juan nunca responde a tales preguntas con una respuesta de sí o de no; ni bien o mal. Esto se debe a que el Evangelio de Juan es un libro de vida y no un libro relacionado con el conocimiento del bien y del mal. Por lo tanto, el Señor dijo que la ceguera del hombre ocurrió para que “las obras de Dios se manifiesten en él”.
¿Cuál es la razón por la que el Señor nunca responde con un sí o un no? Porque hacerlo es responder conforme al árbol del conocimiento del bien y del mal. Dar una respuesta de bien o mal es igual que hacerlo con un sí o un no. Mientras que el sí y el no pertenecen al árbol del conocimiento del bien y del mal, el Señor en este evangelio se presenta a nosotros como el árbol de la vida. El árbol de la vida es Dios como nuestra vida. Por eso, en este evangelio el Señor nunca responde a la gente con un sí o un no, sino que siempre los refiere a Dios. El Señor nunca aludió al sí o al no para responder, sino a Dios, al árbol de la vida. La respuesta que el Señor dio en 9:3 condujo a Sus discípulos directamente a Dios, esto es, al árbol de la vida. Para ese entonces los discípulos eran todavía muy religiosos y estaban aferrados a sus conceptos religiosos, los cuales pertenecen al árbol del conocimiento del bien y el mal. Pero el Señor intentaba una y otra vez volverlos del árbol del conocimiento al árbol de la vida. Los discípulos en este asunto se encontraban bajo el entrenamiento del Señor durante tres años y medio. Aun después de ese tiempo, uno de Sus discípulos, Pedro, no había sido totalmente liberado de los conceptos religiosos, pues en Hechos 10:9-16 vemos que seguía siendo religioso y que aún estaba afectado por el conocimiento del bien y del mal. Tal vez podemos considerarnos libres del árbol del conocimiento, pero aun ahora podemos hallarnos bajo su influencia.
Cuando éramos pecadores, perdimos nuestra vista, por lo que no pudimos ver nada más. Nuestra ceguera se debía a nuestra naturaleza pecaminosa. En el capítulo 9, vemos que el hombre nació ciego, lo cual da a entender que la ceguera se encuentra en la naturaleza de una persona desde su nacimiento. Nosotros los pecadores somos ciegos por naturaleza porque nacimos así. ¿Se ha dado cuenta usted alguna vez de que todo pecador nació ciego? Por lo tanto, si confesamos que somos pecadores, debemos también reconocer que somos ciegos.
Cuando el Señor Jesús vio al ciego, le dijo: “Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo” (9:5). El Señor es la luz de la vida (8:12). La ceguera se debe a la escasez de la luz de la vida. Toda persona muerta es ciega. Indudablemente, los muertos no pueden ver nada. Por lo tanto, la ceguera indica escasez de vida. Si usted tiene vida, tendrá vista, porque la luz iluminará sus ojos. De manera que, el Señor primero señaló que el hombre ciego necesitaba la luz de la vida.
El versículo 6 es muy interesante: “Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y ungió con el lodo los ojos del ciego”. Cuando yo era un cristiano joven no entendía el significado de este versículo, y me causó risa lo que el Señor hizo. Lo que Él hizo fue muy extraño. A nadie le gusta tocar la saliva de otra persona. Pero el Señor mezcló Su saliva con la tierra e hizo lodo. Entonces untó el lodo en los ojos de aquel ciego. El Evangelio de Juan es un libro de cuadros descriptivos, y este caso es uno de estos cuadros. No debemos entenderlo meramente según las letras impresas. Debemos orar y acudir al Señor pidiendo que nos muestre su verdadero significado.
No puedo decirles cuánto tiempo he invertido estudiando este punto. En mi intento por encontrar la debida interpretación consulté varios libros, pero no pude encontrar ninguna respuesta. Un día, hace menos de veinticinco años, vi la verdad acerca de la mezcla de la vida divina y la humanidad. Este término mezcla ha sido usado por nosotros durante los últimos veinticinco años. Si vamos a las librerías cristianas, no podremos encontrar ni un solo libro que hable acerca de esta mezcla. A lo más, algunos libros mencionan la unión con Cristo o la identificación con Él. Ningún libro discute la verdad acerca de la mezcla. En 1958, cuando visité este país por primera vez, compartí un mensaje acerca de la mezcla de la vida divina y la humanidad. Un predicador graduado de Oxford de inmediato corrigió mi inglés, diciendo que “mezcla” no era la palabra correcta y que debería cambiarla por “co-mezcla”. Respondí: “Si esta palabra es la palabra inglesa correcta o no, no estoy muy seguro porque el inglés no es mi lengua natal, pero de lo que sí estoy seguro es que hay tal hecho entre la vida divina y la humanidad”. Después recibí confirmación en el libro de Levítico que este término era el correcto.
En Levítico 2:5 se usa la palabra mezclar, o sea, amasar: “Si tu ofrenda es una ofrenda de harina preparada en comal, será de flor de harina mezclada con aceite”. Esto es un tipo. La flor de harina tipifica la humanidad del Señor Jesús y el aceite tipifica al Espíritu Santo, la divinidad del Señor Jesús. Por lo tanto, en la Persona del Señor Jesús se halla la mezcla de la divinidad con la humanidad. Así que, cuando visité este país por segunda vez, empecé a hablar con denuedo acerca de la mezcla de la vida divina y la humanidad. Algunos me advirtieron que no mencionara mucho acerca de esto, sino que me mantuviera bajo los conceptos de identificación y de unión. Yo les dije: “Hermanos, no estoy preocupado por el concepto humano; lo único que me interesa es la Palabra pura. ¿Qué dirán ustedes acerca de Levítico 2:5, donde habla de la flor de harina mezclada, o amasada, con aceite? No discutan conmigo. Deben acudir a Moisés. Él fue el primero en mencionarlo”. Desde el año 1963 el Señor nos ha dado la carga de publicar la revista llamada The Stream [El Manantial]. Una y otra vez en esta revista hemos hablado acerca de la mezcla. Ahora muchos otros están empezando a asimilar este concepto.
Ahora debemos regresar a Juan 9 y aplicarle el concepto de la mezcla de la divinidad y la humanidad. El lodo en 9:6, como también el barro en Romanos 9:21, representa la humanidad. El hombre es barro. Todos nosotros somos barro. ¿Qué significa la saliva? La saliva, la cual sale de la boca del Señor (Mt. 4:4), representa Sus palabras, las cuales “son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). Hablando figurativamente, la saliva es la Palabra, la cual es espíritu y es vida, que procede de la boca del Señor. La palabra que sale de la boca de Cristo es espíritu. Por eso, el hecho de que el Señor hiciera lodo con la saliva significa que mezcló la humanidad con la palabra viva del Señor. La palabra ungió muestra esto, porque el Espíritu del Señor es el Espíritu que unge (Lc. 4:18; 2 Co. 1:21-22; 1 Jn. 2:27). La saliva, por lo tanto, representa la Palabra, el fluir del elemento o esencia del Señor. El barro fue mezclado con la saliva. Esto significa que el Señor mezcla Su esencia con nosotros por medio de Su Palabra e incluso con ella. Somos barro por naturaleza, y la misma esencia del Señor en la Palabra es la saliva. Anteriormente, cuando éramos pecadores, estábamos muertos. Cuando escuchamos la Palabra del Señor, Su Palabra entró en nosotros como a aquellos hechos de barro. Cuando oímos y recibimos el evangelio, fue en realidad la saliva del Señor la que entró en nosotros, los hombres de barro. En otras palabras, el barro recibió algo que procedía de la boca del Señor y fue mezclado con ello.
La mezcla de la divinidad y la humanidad es el ungüento más eficaz en toda la tierra; ningún otro ungüento puede comparársele. El Señor ungió los ojos del hombre ciego con el lodo que fue mezclado con Su saliva. Esto representa la unción del Espíritu de vida. Esta unción es una continuación a la mezcla del Señor en Su Palabra con el barro. Inmediatamente después que recibimos al Señor por medio de Su Palabra, recibimos la unción del Espíritu de vida. El hecho de que el Señor ungiera los ojos del ciego con el lodo hecho con Su saliva, significa que mediante la unción de la mezcla de la Palabra del Señor, la cual es Su Espíritu, con la humanidad, nuestros ojos, que fueron cegados por Satanás, pueden recibir la vista.
Después de que los ojos del hombre ciego fueron ungidos con el lodo, quedó más ciego que nunca. Ahora una gruesa capa de lodo cubría sus ojos. El Señor le dijo: “Ve a lavarte en el estanque de Siloé” (9:7). El hombre fue, se lavó y regresó viendo. Aquí lavarse es limpiarse del lodo. Esto significa el lavamiento para quitar nuestra vieja humanidad, como se experimenta en el bautismo (Ro. 6:3-4, 6). El hecho de que el hombre ciego fuera y se lavara significa que obedeció la palabra vivificante del Señor. De este modo él recibió la vista. Si después de ser ungido con el lodo no hubiera ido a lavarse, el lodo le habría cegado aún más. Nuestra obediencia a la unción del Señor nos limpia y nos da la vista.
La palabra Siloé significa “enviado”. Esto es muy significativo. La unción del Espíritu de vida significa que uno está siempre en la posición de ser enviado. La unción nos hace estar listos para ser enviados. Por lo tanto, debemos obedecer. El Señor mismo siempre permaneció dispuesto a ser enviado por el Padre y siempre fue obediente. Ahora el Señor nos pone en la misma posición que Sus enviados. Después de recibir al Señor en Su Palabra y obtener Su unción, Él nos ubica en la posición de ser enviados. Ahora debemos ser obedientes cuando nos envíe. Después de recibir al Señor en Su Palabra, ¿cuál es el primer paso que debemos dar para ser obedientes? Una vez que hemos creído en el Señor y le hemos recibido en Su Palabra, Él nos pedirá que vayamos a un “estanque”. Éste es el primer paso. Él lo enviará a lavarse y a ser bautizado. De ahí en adelante, usted deberá diariamente y durante todo el día aplicar este lavamiento. Día tras día usted deberá entender que está siendo lavado. Aun ahora yo he sido lavado varias veces. El mandato del Señor: “Ve y lávate”, siempre viene después de la unción del Espíritu de vida dentro de nosotros.
Este capítulo nos muestra al hombre ciego, al Señor que prepara el lodo, los ojos del ciego que son ungidos con el lodo, y al Señor que lo envía a lavarse en el estanque de Siloé. Una vez que el ciego lavó sus ojos, el lodo fue quitado. ¿Qué es el lodo? El lodo representa la vida natural o el yo humano. Cuando usted fue bautizado, el viejo hombre, el viejo lodo, fue quitado. Después de este lavamiento, éste fue sepultado en el agua y debajo de ella. Cuando fue bautizado su viejo hombre quedó sepultado en el agua. Sin embargo, ¿se da cuenta usted de que también debe aplicar el lavamiento del bautismo día tras día? Cada día de su vida cristiana, usted tiene que aplicar el lavamiento del bautismo, poniendo el yo y la naturaleza del viejo hombre bajo las aguas de la muerte.
Debemos recordar que la unción interior siempre requiere que apliquemos el lavamiento del bautismo a nuestro yo. Si usted no lo aplica nunca podrá obedecer la unción. Esta unción interior siempre exige que vayamos al Siloé y que muramos allí. Debemos sepultar nuestro yo, como si fuera barro, debajo de las aguas de la muerte. Tal vez recibió una unción esta mañana, pero si no se aplica a usted mismo el lavamiento del bautismo, no podrá obedecer dicha unción. El mandamiento de que nosotros nos pongamos bajo las aguas de la muerte viene inmediatamente después de la unción. La unción exige que eliminemos el viejo lodo. Cuando hagamos esto, recibiremos la vista y la luz. Según nuestra experiencia, al obedecer el mandato de la unción de sepultarnos bajo las aguas de la muerte, estaremos completamente bajo la luz y recibiremos la vista. Todo nos será claro porque ahora tenemos la vista y la luz. La luz del sol estará en realidad dentro de nosotros. Nuestros ojos serán abiertos y podremos ver claramente, debido a que hemos recibido la vista y ahora nos encontramos en la luz.
¿Qué habría pasado si el hombre ciego no hubiera obedecido el mandato del Señor de ir y lavarse? Aunque sus ojos hubieran sido ungidos con el lodo, el hecho de rehusar obedecer lo habría dejado aún más ciego. Lo que el Señor había hecho hasta ese punto le habría cubierto más en vez de descubrirlo. De igual modo, si no obedecemos la unción del Espíritu de vida, la unción llegará a ser un velo que cubre nuestros ojos en lugar de abrirlos. Sin embargo, si obedecemos la unción del Espíritu de vida y ponemos nuestro yo a muerte, nuestros ojos serán abiertos. En pocas palabras, tendremos vista y estaremos en la luz. De otro modo, nuestra desobediencia causará que la unción del Espíritu de vida llegue a ser un velo que cubre nuestros ojos. Como consecuencia, llegaremos a ser más ciegos que antes, y seremos introducidos a unas tinieblas aún más profundas.
Cuando recién recibí esta interpretación, me causó risa, y me dije: “¡Vaya! La mezcla del lodo con la saliva era ya suficientemente extraña. Ahora, he recibido una interpretación aún más extraña”. Al principio no la podía creer. No obstante, mientras oraba y la comparaba con mis experiencias, la llegué a creer. Si usted hace lo mismo se dará cuenta que ésta es la interpretación correcta. En muchas ocasiones usted ha recibido vista cuando el Espíritu Divino se mezcla con su humanidad. Por un tiempo, sus ojos estuvieron cubiertos y temporalmente usted estuvo más ciego que nunca. Gradualmente, después de obedecer la Palabra vivificante, su vieja naturaleza fue quitada. Entonces obtuvo un cielo claro. Por favor, confírmelo con su experiencia. Este debe ser el procedimiento cada vez que recibimos luz.
Meramente leer o estudiar la Biblia no es adecuado. Sin la mezcla de la vida divina con nuestra humanidad, nunca podremos ver la luz de la Palabra. Podremos leerla, pero no veremos nada. Tal vez usted ha leído cierta oración en la Biblia muchas veces, pero no ha visto ninguna luz en ella. Un día, usted empieza a ver, e inmediatamente sus ojos son cubiertos y temporalmente se vuelve aún más ciego. No obstante, si obedece la Palabra viviente, y dice: “Amén, Señor Jesús”, inmediatamente tendrá la sensación de que algo se ha caído de sus ojos, y usted ha recibido la luz. Su vieja humanidad se habrá ido, y usted podrá ver debido a que su vista estará penetrando los cielos. Ésta es la manera de recibir luz.
Hay tres pasos que debemos seguir para recibir la vista. Primero, al lodo se le debe añadir la saliva y ser mezclado con ella. En otras palabras, usted, el viejo hombre, el lodo, debe recibir la Palabra del Señor como la saliva, y ser mezclado con el Señor en Su Palabra. Entonces, el segundo paso es que después de haber recibido al Señor en la Palabra, tendrá la unción. Finalmente, el tercer paso, el que sigue después de la unción, es el mandato de dar muerte al viejo hombre. El barro viejo debe ser puesto bajo las aguas de la muerte. Mediante estos tres pasos sus ojos serán abiertos. Entonces recibirá la vista y permanecerá siempre en la luz. Hermanos, aun ahora si usted ha de recibir la vista y estar en la luz, primero, debe recibir al Señor en la Palabra. Aunque usted ya haya sido regenerado, debe recibir al Señor en la Palabra y mezclarse con Él más y más. Usted sigue siendo barro y necesita la saliva que sale de la boca del Señor, que representa la esencia misma del Señor. Cada vez que usted reciba al Señor en la Palabra, la unción vendrá. Entonces, la unción le mandará a usted, que es un hombre de barro, a introducirse en las aguas de la muerte y a tomar la posición de un enviado. Un enviado nunca hace su propia voluntad, sino la de otro. Al ser enviados, debemos trabajar y actuar como tales. Un enviado no hace nada de acuerdo a su propia voluntad, sino que lo hace todo conforme a aquel que lo envía.
No debemos considerar que la sanidad del ciego es una historia muy simple. Cuando yo era joven pensaba que esta historia no solo era simple sino hasta graciosa. Si yo hubiera estado ahí, probablemente no le habría permitido al Señor hacer esto. Le habría dicho: “Hacer esto no es saludable ni higiénico. ¡Qué terrible y sucio es esto! Tanto el lodo como la saliva son cosas sucias. Estás poniendo cosas sucias en sus ojos. ¡No, no! ¡Yo no haría eso!”. Esta historia parece ser muy graciosa, pero con la ayuda del Espíritu del Señor podemos entender el maravilloso principio que esta historia contiene. Podemos ver que primeramente debemos recibir al Señor en Su Palabra y ser mezclados con Él. Luego, recibiremos la unción del Espíritu de vida en nuestro interior, la cual nos pondrá a todos por completo en la posición de ser enviados. Entonces estaremos dispuestos a ser puestos a un lado y a que el lodo de nuestro ser sea eliminado. Estaremos dispuestos a ser sepultados en las aguas de la muerte para que el yo sea terminado. Finalmente, recobraremos nuestra vista y disfrutaremos de la luz. Debemos vivir por este principio diariamente. Esto también es cambiar la muerte en vida.
Es bueno recibir la vista. Sin embargo, debemos estar preparados para sufrir persecución de parte de la ciega religión. El hombre ciego que recibió la vista fue expulsado (9:34), lo cual quiere decir que fue excomulgado y excluido de la sinagoga judía. Esto significa que fue echado fuera del redil, como lo dijo el Señor en 10:3-4. Pero aunque el judaísmo lo excomulgó, el Señor Jesús lo recibió.
El ciego llegó a creer que el Señor Jesús era el Hijo de Dios (9:35-38). Él recibió la vista mediante una clase de creer que era oscuro. Él creyó sin tener claridad. Era simplemente un inocente. Creyó sin saber realmente quién era Jesús. Creyó de una manera inocente. A pesar de que no sabía adecuadamente quién era Jesús, sí creyó que Jesús era alguien especial, tanto que argumentó acerca de esto con los fariseos. Finalmente, los fariseos lo expulsaron. Entonces el Señor Jesús lo halló y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?” (v. 35). El ciego respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?” (v. 36). Él creyó aunque no conocía al Señor Jesús. Entonces el Señor le dijo: “Pues le has visto, y el que habla contigo, Él es” (v. 37). Enseguida el ciego declaró: “Creo, Señor; y le adoró” (v. 38). Él creyó que el hombre Jesús era el Hijo de Dios. Así que, el ciego no sólo recibió la vista, sino que él mismo fue recibido por el Señor Jesús.
Esto significa que el Señor, como el Pastor, entró en el redil, vio a una ovejita pequeña y ciega, le abrió sus ojos, y la guió fuera del redil. En cierto sentido la oveja fue echada fuera, pero en otro, el Señor mismo la guió a salir. Los fariseos la expulsaron, pero el Señor la llevó afuera. El Señor no la sacó del infierno, sino del redil. Como veremos en el siguiente mensaje, el redil era el judaísmo, la religión que se basa en la ley. El ciego, como los ciegos y paralíticos que estaban en los pórticos en el capítulo 5, era guardado en los pórticos de los que observan la ley; entonces el Señor Jesús vino, no solamente como vida, sino también como el Pastor para guiarlo a salir del redil.
El Señor es soberano. Muchos de nosotros estábamos en el redil de la religión. Tal vez usted se encontraba allí como un paralítico. Todos nosotros estábamos en aquel pórtico. Damos gracias al Señor Jesús por Su soberanía. Él vino como vida para sanar nuestra ceguera y como el Pastor, para guiarnos a salir fuera del redil.
En 9:39-41 el Señor Jesús dijo: “Para juicio he venido Yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados. Entonces algunos de los fariseos que estaban con Él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos? Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece”. El Señor les dijo a los fariseos que Él vino a juzgar. Pero a Nicodemo le dijo que no vino a juzgar sino a salvar (3:17). En Nicodemo Él halló un alma abierta, por lo tanto, para él Jesús no había venido a condenar al mundo, sino a salvarlo. Sin embargo, vio el orgullo de los fariseos; por lo tanto, les advirtió que Su venida era para juzgarlos. Que el Señor venga a salvar o a juzgar depende de nuestra actitud. Si nuestra actitud es como la de Nicodemo, Él vendrá a salvarnos. Pero si nuestra actitud es como la de los fariseos, vendrá a juzgarnos. Que el Señor venga a salvarnos o a juzgarnos depende de nuestra actitud.
El Señor se vindica seriamente a Sí mismo cuando algún orgulloso procura demostrar sus habilidades. Esto simplemente indica que éste no necesita al Señor. Como consecuencia, el Señor deja a tal persona en su estado de ceguera. Debemos ser muy cuidadosos para no decir orgullosamente que podemos ver. Si afirmamos que podemos ver, el Señor nos dejará en nuestra ceguera. Él dijo que daría la vista a aquellos que no pudieran ver, pero que dejaría en tinieblas a los que afirmaban ver. Esta es la vindicación del Señor. Así que, debemos ser humildes y no orgullosos. El orgullo simplemente significa ceguera y tinieblas.