Mensaje 23
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El caso de la resurrección de Lázaro es ciertamente maravilloso. Aquí tenemos el caso de un hombre que había muerto y había estado sepultado durante cuatro días, e incluso había empezado a heder. No obstante, fue resucitado. ¿Por qué los otros tres evangelios no incluyen el relato de este maravilloso caso? Aunque este caso es maravilloso, los otros evangelios no dicen nada acerca de esto debido a que este caso, que trata de la resurrección, no concuerda con el propósito de los otros tres evangelios; únicamente encaja con el propósito del Evangelio de Juan. Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas tienen propósitos diferentes a la vida. Juan es el evangelio que habla de la vida. Por lo tanto, el Espíritu Santo reservó este caso para el Evangelio de Juan, lo cual comprueba que este evangelio es un libro acerca de la vida.
En Jn. 11:1-4 encontramos el caso del hombre muerto y vemos su necesidad. Lázaro no sólo estaba enfermo, sino también muerto (Jn. 11:14). Por lo tanto, no necesitaba sanidad, sino resurrección. Cuando el Señor salva, Él no solamente sana a los enfermos, sino que también da vida a los muertos. Fue por esto que esperó dos días hasta que el enfermo hubiera muerto (Jn. 11:6). El Señor no reforma ni controla al hombre; sino que Él lo regenera y lo levanta de la muerte. Por lo tanto, el primero de los nueve casos trata de la regeneración, y el último, de la resurrección, lo cual revela que todos los aspectos de Cristo como vida para nosotros, según se muestra en los demás casos, corresponden al principio de la regeneración y la resurrección. Este último caso es un verdadero cambio de muerte a vida.
Antes de abarcar el tema tocante a Cristo que resucita a Lázaro de entre los muertos, debemos entender que el Evangelio de Juan revela dos puntos. Por el lado positivo, revela que Cristo vino para ser nuestra vida. El Hijo de Dios es el Verbo de Dios, el cual es la expresión de Dios. Como expresión de Dios, Él mismo se hizo carne para ser nuestra vida. Este pensamiento central se encuentra en cada capítulo a lo largo de todo este evangelio. Por el lado negativo, este libro también muestra que la religión, aun la religión del judaísmo, está totalmente en contra de Cristo como vida. Al leer este libro cuidadosamente, podemos ver cómo aun la religión sólida y auténtica se opone a Cristo como la vida. En los primeros diez capítulos de este evangelio, la única oposición que el Señor enfrentó vino de la religión judía. La religión se opuso a Él, lo rechazó, lo repudió y lo persiguió. Al llegar al final del capítulo 10, vemos que Él fue obligado a abandonar la religión. Abandonó el templo, la ciudad santa y las cosas buenas de la religión judía, y tomó una nueva posición.
En cada uno de los primeros diez capítulos podemos ver algo de la religión que estaba en contra de Cristo. En el capítulo 1 vemos que la religión esperaba que vendría un gran líder. La religión esperaba al llamado Mesías, Elías, o el profeta prometido. Sin embargo, Cristo no vino como un gran líder, sino como el pequeño Cordero de Dios para efectuar la redención, y como una pequeña paloma a fin de producir las piedras transformadas para el edificio de Dios. Así que, aun en el primer capítulo de este evangelio encontramos un indicio de que la religión sigue el camino equivocado, un camino diferente al camino de la vida. Existe una gran diferencia entre la religión y la vida.
En el capítulo 2 vemos que la religión siempre trata de destruir a la vida, pues intenta destruir a Jesús. Pero Él como la vida divina se levantará a sí misma de esa destrucción. La vida no sólo puede resistir la destrucción, sino que también puede levantarse a sí misma y salir de la destrucción de la muerte.
En el capítulo 3 vemos que Nicodemo, un hombre de la clase alta, tenía un concepto religioso acerca del Señor Jesús, pues se dirigió a Él como rabí y como maestro enviado por Dios. Todos estos son conceptos religiosos.
En el capítulo 4 vemos que incluso una mujer samaritana pobre, vil, inmoral y de clase baja tenía un concepto religioso. En cierto momento de la conversación que tuvo con el Señor ella empezó a hablar acerca de la adoración a Dios. Aunque la religión de los samaritanos no era ortodoxa, era una religión. Los samaritanos tenían una tradición y una herencia religiosa.
En el capítulo 5 tenemos un despliegue total de la oposición religiosa contra la vida. Esto se debió al hecho de que el Señor Jesús vivificó al hombre paralítico en el día de sábado. A los judíos les parecía que Él quebrantaba los preceptos acerca del sábado. Por consiguiente, ellos empezaron a oponerse al Señor. De hecho, comenzaron a oponerse a Él en gran manera. En este caso podemos ver cómo las ordenanzas y los preceptos de la religión se oponen a que el Señor sea vida para los necesitados. El Señor, quien es nuestra vida, es una cosa, pero la religión, con todas sus reglas y ordenanzas, es otra cosa muy diferente. Cristo como vida, y la religión con todas sus reglas, nunca podrán estar de acuerdo.
También encontramos algo de la religión en el capítulo 6. Cuando los hombres vieron que Jesús había alimentado a la multitud con sólo cinco panes y dos peces, ellos dijeron: “Este verdaderamente es el Profeta que había de venir al mundo” (v. 14). Ellos estuvieron a punto de obligar al Señor a que fuera su Rey (v. 15). Éste era un concepto religioso. El Señor Jesús se retiró de ellos, pues quería seguir siendo los panecillos buenos que el hombre puede comer.
En el capítulo 7 vemos otro concepto religioso. Los que estaban celebrando la fiesta religiosa discutían acerca de Jesús. Pero Él, poniéndose en pie, clamó pidiéndoles que se volvieran de su religión seca, y que vinieran a Él, la fuente de agua viva.
Vemos más de la religión en el capítulo 8. Los escribas y fariseos religiosos trataron de atrapar al Señor preguntándole de una forma religiosa, cómo debían tratar a la mujer adúltera. Pero el Señor les contestó conforme a la vida, exponiendo su insensatez al aferrarse a su religión, ante lo cual ellos callaron avergonzados.
La oposición que la religión exhibe contra la vida se intensifica en el capítulo 9. En el capítulo 5 el Señor vivificó al hombre imposibilitado en el día sábado. En el capítulo 9, Él dio la vista al hombre ciego. El Señor a propósito hizo esto el día sábado. ¿Por qué el Señor no fue al hombre ciego antes o después del sábado? Él lo hizo así con la intención de quebrantar los ritos muertos de la religión muerta. Esto encendió la oposición religiosa contra la vida. El Señor a propósito quebrantó la observancia del sábado en presencia de los judíos religiosos. Los ojos del hombre ciego recibieron la vista, pero los ojos de los fariseos fueron cegados debido a su oposición. Los judíos pensaban que Jesús estaba totalmente en contra de su religión, pues había quebrantado las reglas del judaísmo. Por lo tanto, ellos se enojaron mucho con el Señor y empezaron a oponérsele. Ellos aun excomulgaron al hombre ciego que había sido sanado por el Señor (v. 34). Cuando echaron al ciego de su sinagoga, lo excomulgaron de la religión judaica. Entonces el Señor aprovechó la oportunidad para decirles que el judaísmo era simplemente un redil para guardar a las ovejas por cierto tiempo. Pero ya que los pastos estaban listos, las ovejas debían ser libertadas del redil y llevadas a los pastos. El Señor Jesús les hizo saber que por haber expulsado al hombre ciego de su religión, esa oveja fue libertada de aquel redil e introducida en Cristo, el pasto vivo. Al final del capítulo 10 el Señor abandonó el redil de la religión judía.
En los primeros diez capítulos de este evangelio vemos el conflicto o el combate entre la religión y la vida. Finalmente, el Señor abandonó tal religión y salió de ella. ¿Dónde se encuentra Él ahora? Él está fuera de la religión, y no tiene nada que ver con ella. Ahora, en Su nueva posición, no existe ningún elemento religioso. Todos los elementos de la religión han sido excluidos.
Ahora llegamos al último caso. Este caso no ocurre en el redil judaico, sino fuera del mismo. Después de que el Señor salió de Jerusalén, se dirigió a Betania, al hogar de un hermano y dos hermanas que lo amaban mucho. Antes de que llegara algo sucedió en esa casa. Lázaro, el hermano, se enfermó gravemente, entonces sus hermanas enviaron un mensaje al Señor, lo cual significa que oraron a Él (11:3). No hay nada malo en la oración. Si usted se encuentra en problemas, debe enviar un recado al Señor. En cualquier momento puede enviarle información acerca de su situación. Pero que es lo que hará, depende sólo de Él.
El capítulo 11 tiene un propósito muy específico: nos muestra que además de la oposición religiosa, las opiniones humanas constituyen lo que más estorba la vida. En los capítulos anteriores el mayor problema que la vida enfrenta proviene de la religión. Como hemos visto, en cada uno de los capítulos la vida se encontró con la oposición religiosa. Sin embargo, en el capítulo 11 no hay religión, pero encontramos otra clase de estorbo: las opiniones humanas. ¿Cuál es el obstáculo revelado en este capítulo que impide el poder de resurrección del Señor? Las opiniones humanas. Este capítulo presenta un cuadro vívido de la forma en que las opiniones humanas estorban la vida de resurrección del Señor. Cuando las opiniones humanas son subyugadas, la vida de resurrección se manifiesta. Este no es algo que sucede en la religión, sino en la iglesia, en la casa de Betania, la cual es una miniatura de la vida de iglesia. En Jerusalén, uno está en la religión; en Betania, está en la iglesia local. En Jerusalén se encuentra la religión, pero en la iglesia local se encuentra el problema de las opiniones humanas. En los capítulos del 1 al 10, Cristo como vida es plenamente revelado y, al mismo tiempo, la religión queda expuesta. Ahora, en el capítulo 11, Cristo surge como vida de resurrección y, a la vez, las opiniones humanas salen a relucir. Aunque en la iglesia no existe el problema de la religión, sí hay otro tipo de obstáculo: las opiniones humanas. El Señor es la vida de resurrección, pero Él es estorbado por nuestras opiniones. Este capítulo está lleno de opiniones.
Marta y María consideraban que el Señor debía haber venido inmediatamente. Esa era su opinión. Pero el Señor nunca obra basándose en la opinión de nadie; Él siempre actúa según Su propia voluntad. Ellas pensaban que el Señor debía venir de inmediato, pero Él, a propósito, esperó dos días más.
El Señor es la resurrección, y ni la vida ni la muerte constituyen un problema para Él. Para Él es fácil sorber la muerte. La muerte puede ser un problema para nosotros, pero no para Cristo. Él como la resurrección puede vencer la muerte y consumirla. Sin embargo, cuando nosotros queremos aplicarlo como la resurrección, nos enfrentamos con el problema de las opiniones humanas. En este mensaje quiero impresionarles con el asunto de nuestras opiniones. En la vida de iglesia local, el problema que nos impide ver la resurrección de Cristo es nuestra opinión.
Si usted lee cuidadosamente este capítulo, verá que aun la muerte de Lázaro fue provista por Dios. En Su soberanía, Dios preparó el ambiente que permitió que este seguidor de Jesús muriera. La soberanía de Dios proveyó tal situación de muerte a fin de manifestar el poder de la resurrección de Cristo. Sin la muerte no hay manera de que se exprese la resurrección. La resurrección necesita la muerte. ¿Cómo podría manifestarse la resurrección sin la muerte? Debemos alabar al Señor por la muerte de Lázaro. Si Marta y María hubieran entendido que la resurrección nunca podría manifestarse sin la muerte, ellas habrían alabado al Señor cuando vieron que su hermano estaba moribundo. Habrían comprendido que esa muerte haría posible que la resurrección del Señor se manifestara. Si ese hubiera sido el caso, no habría habido opinión humana.
Podemos aplicar esto a las situaciones que encontramos en la iglesia local. Siempre hay alguien que está moribundo en la iglesia local. Alguien o algo siempre está a punto de morir. Siempre que los responsables ven una situación de muerte, se preocupan y le dicen al Señor: “Oh Señor, ¿no es ésta Tu iglesia? ¿Acaso no amas a Tu iglesia? ¿No sabes que hay algo en la iglesia que se está muriendo? Señor, ven de inmediato”. Esta es una buena oración, pero es una oración basada en la opinión humana. Cuanto más uno ore de esta manera, más el Señor permanecerá alejado. Él demorará Su venida para agotar la opinión humana.
Cuando recién recibí luz acerca de este capítulo, me causó risa. Nunca me había dado cuenta de la gran cantidad de opiniones que se encuentran en este capítulo. Ciertamente el Señor sabía que Lázaro estaba enfermo, y sabía exactamente cómo manejar la situación, aun si estas hermanas no le hubieran enviado la noticia. No obstante, ellas lo hicieron, pero Él no se conmovió. En ocasiones es muy difícil conmover al Señor. En una reunión de oración podemos decir: “Señor, movemos Tu mano”. Pero cuanto más tratemos de mover Su mano, más Su mano rehusará moverse. El Señor nunca actuará en conformidad con nuestra opinión. Cuando Él escuchó la noticia, Su corazón permaneció duro e inconmovible. Él se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
En Juan 11:8-16 vemos la opinión de los discípulos. Cuando llegó la noticia acerca de la enfermedad de Lázaro, el corazón del Señor no se conmovió. Los discípulos se deben haber quedado sorprendidos y perplejos. ¡Ya se imaginan lo desilusionados que estaban los discípulos! Después de dos días, repentinamente, el Señor expresó Su deseo de ir a ver a Lázaro. Él dijo: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle” (v. 11). Entonces Sus discípulos le dijeron: “Señor, si duerme, se recuperará” (v. 12). Aquí podemos ver la opinión humana de los discípulos. Cuando el Señor indicó que no quería ir, ellos se confundieron; y cuando decidió ir, ellos pensaron que no era necesario que fuera. Una vez que el Señor expresó Su deseo de ir a visitar a Lázaro, los discípulos empezaron a dar sus opiniones. Ellos dijeron al Señor que era peligroso ir porque allí los judíos habían procurado apedrearle (v. 8). Ésta era la opinión humana, la cual siempre contradice la voluntad del Señor. Sin embargo, una vez que el Señor determinó ir a ver a Lázaro, nadie pudo hacerle desistir. Finalmente, los discípulos estuvieron de acuerdo en ir, pero lo hicieron con una actitud de mártires, temiendo la persecución de los judíos, pues uno de ellos dijo: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (v. 16). A menudo en las iglesias locales la situación es la misma. Hay demasiadas opiniones.
Cuando el Señor venía, Marta fue la primera en encontrarse con Él (11:20). Pero antes de que el Señor pudiera decirle algo, ella expresó su opinión: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (v. 21). Ella estaba quejándose porque el Señor había llegado tarde. El Señor le dijo: “Tu hermano resucitará” (v. 23). Esto significa que el Señor lo levantaría inmediatamente. Pero Marta dijo: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero” (v. 24). Marta interpretó esta palabra del Señor posponiendo así la resurrección actual para el día postrero. ¡Qué interpretación de la Palabra divina! El conocimiento parcial de la enseñanza fundamental es realmente destructivo e impide que la gente disfrute hoy la vida de resurrección del Señor. Entonces, el Señor le dijo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente” (vs. 25-26). Es como si el Señor le hubiera dicho: “Esto no es cuestión del tiempo. Para Mí el tiempo no es ningún problema. Para Mí, nada es demasiado temprano ni demasiado tarde. Mientras Yo esté aquí todo estará bien, porque Yo levantaré a tu hermano”. Luego el Señor le preguntó: “¿Crees esto?”. Marta respondió: “Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (v. 27). Su respuesta no contestó en absoluto la pregunta del Señor. Ella no entendía lo que el Señor decía. Su preocupante conocimiento viejo le impidió entender la nueva palabra del Señor.
Marta es semejante a muchos creyentes de hoy que tienen mucho conocimiento y doctrina. Marta dijo: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero”. Esto parece muy bíblico y correcto. Entonces el Señor le preguntó si creía que Él resucitaría a Lázaro, y ella contestó: “Yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. Ella creía en cierta doctrina acerca de que el Señor era el Cristo, el Hijo de Dios. Creía en la doctrina que afirmaba que el Señor resucitaría a todos los santos muertos en el día final. Ella lo sabía todo, pero no tenía el conocimiento vivo que enseñaba el Señor. Todas sus opiniones se debían a su conocimiento. Hoy en día muchos cristianos tienen opiniones porque tienen muchas enseñanzas. Cuando alguien habla con ellos acerca de la vida interior, éstos inmediatamente comienzan a dar sus opiniones. Las muchas enseñanzas y las muchas doctrinas engendran opiniones interminables.
Después de que Marta dijo que sí creía que el Señor era el Cristo, el Hijo de Dios, ella se fue y llamó a su hermana María. Le dijo: “El maestro está aquí, y te llama” (v. 28). Sin embargo, no puedo encontrar ni siquiera una palabra que diga que el Señor llamaba a María. En realidad, esa fue una sugerencia de Marta, era su opinión pretenciosa. De nuevo vemos que Marta era una persona llena de opiniones. Su opinión era tan fuerte que difícilmente podía estar callada. Tal vez usted también ame al Señor mucho, pero como Marta, no pueda estar en silencio.
María, al oír la palabra de Marta, acudió al Señor. Ella reiteró lo que ya Marta le había dicho al Señor: “Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano” (v. 32). Esta también era una opinión, una queja contra Cristo.
El Señor nunca argumentó; pero tampoco aceptó sus opiniones. Ellas simplemente no entendían que mientras el Señor estuviera presente, todo estaría bien. No comprendían esto, pues estaban muy tristes y aun llorando. Por esta razón el Señor se indignó en Su espíritu y se turbó (v. 33). No se indignó por la muerte de Lázaro, sino por el hecho de que ninguno de los que estaban allí lamentándose, percibía que Él era la resurrección actual; eso fue lo que lo turbó. Entonces el Señor les preguntó dónde habían puesto a Lázaro. Y ellos dijeron: “Señor, ven y ve” (v. 34). Esta respuesta fue muy buena. Esa fue la mejor opinión. Cuando la iglesia tenga algún problema, no hable mucho. Simplemente diga: “Señor, ven y ve”. En ese momento crítico, el Señor lloró compadeciéndose por la tristeza de ellas debido a la muerte de Lázaro.
En Juan 11:36-38 vemos la opinión de los judíos. Ellos pensaron que el Señor lloró (v. 35) porque amaba mucho a Lázaro. Pero otros se preguntaban por qué no había impedido que Lázaro muriera. Esas opiniones, más la ignorancia de los judíos acerca de la capacidad del Señor para levantar a Lázaro de la muerte, causó que el Señor se indignara de nuevo.
Cuando el Señor llegó a la tumba, les dijo que quitaran la piedra. Una vez más, Marta, frustrando al Señor con su opinión, dijo: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días” (v. 39). Ella sintió que no era necesario mover la piedra. En este capítulo no encontramos nada religioso, pero sí hay muchas opiniones que obstaculizan al Señor. Aunque el Señor es la vida para los que están en la iglesia, Él encuentra una gran cantidad de opiniones proferidas por los miembros de la iglesia, así como se encontró con las opiniones de Sus discípulos, de Marta, de María, y de sus amigos judíos.
Todas las opiniones proceden de la mente del hombre. Por eso, todas pertenecen al árbol del conocimiento, el cual está en contra del árbol de la vida. El árbol de la vida en realidad es el Señor mismo, quien se nos da para nuestro disfrute. Mientras nos aferremos a nuestras opiniones, no podremos disfrutar al Señor como la vida de resurrección. Pero cuando nuestras opiniones son subyugadas, nos es fácil empezar a disfrutar al Señor mismo de una manera plena.
El Señor como la resurrección da vida a los muertos. Él es la resurrección y la vida. En resurrección, esta vida se imparte a los muertos para resucitarlos. Ésta es la vida que resucita.
Aquí debemos ver un punto, el cual consiste en que el Señor tenía la capacidad para levantar a Lázaro de entre los muertos, pero no podía hacer nada por el continuo estorbo presentado por las opiniones humanas. Dichas opiniones lo estorbaron hasta que fueron subyugadas. Finalmente, Marta fue subyugada con cierta medida de sumisión. El Señor tiene la vida de resurrección, el poder de la resurrección, pero requiere nuestra cooperación y nuestra sumisión. ¿Qué es la sumisión? Simplemente consiste en renunciar a nuestras opiniones. Debemos abandonar nuestra opinión y permitir que el Señor hable. Cuando Él nos diga: “Quitad la piedra”, simplemente debemos hacerlo. Debemos someternos, cooperar y coordinar con Él. Debemos someternos a Su palabra, cooperar con Él y coordinar con Su poder de resurrección. ¿Por qué el Señor, ya que tiene la capacidad para levantar a los muertos, no removió la piedra por Sí mismo? Porque Su poder de resurrección requiere nuestra cooperación. Una vez que ellos hubieron quitado la piedra, el Señor clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! (11:41-43). Y Lázaro fue levantado de los muertos. Él escuchó la voz del Señor viviente, fue vivificado y resucitó de entre los muertos. Después de que Lázaro salió de la tumba, todavía se necesitaba la cooperación humana. Lázaro tenía las manos y los pies atados con vendas, y su rostro estaba envuelto en un sudario. Por lo tanto, Jesús les dijo: “Desatadle, y dejadle ir” (v. 44). Ellos tuvieron que quitar las vendas del Lázaro resucitado, y cuando lo hicieron, la obra de resurrección fue completada.
Nosotros también debemos cooperar con el Señor para liberar a otros de la atadura de sus vendas. Cuando en la iglesia el Señor levanta a alguno de la muerte, debemos cooperar con Él para liberarlo de sus ataduras terrenales. Por medio de este tipo de cooperación, la iglesia llega a ser el testimonio del Señor como vida. El Señor podía haber movido la piedra del sepulcro, y podía haber quitado las vendas de Lázaro, pero no lo hizo. En cambio, Él prefiere pedirnos que cooperemos con Él. Sin embargo, antes de poder cooperar con Él, debemos dejar nuestras opiniones y conducirnos de acuerdo con Su voluntad. En la vida de iglesia debemos abandonar nuestras opiniones, someternos a la palabra del Señor y a Su obra, y cooperar con Su poder de resurrección.
Esta es una lección importante que todos los que están en la iglesia deben aprender. En especial las Martas y las Marías, es decir, los líderes, los responsables, deben aprender a dejar sus opiniones, someterse al Señor y someterle también sus opiniones, y cooperar con Él y con Su poder de resurrección. Si en alguna iglesia local los líderes abandonan sus opiniones, sometiéndolas a la palabra del Señor, y cooperan con Su poder de resurrección, esa iglesia experimentará la vida en resurrección. Esta es una porción de la revelación principal de este capítulo, la cual consiste en la sumisión de las opiniones humanas y la cooperación que los que aman al Señor rinden a Su poder de resurrección. Aún hoy el Señor espera una oportunidad para manifestar Su poder de resurrección, pero le es difícil obtener la sumisión, la cooperación y la coordinación. Como líderes de las iglesias locales, podemos estar muy ocupados orando y pidiendo al Señor que haga cosas en conformidad con nuestra opinión. Tenemos que abandonar nuestras opiniones, someter cada una de ellas a Su consideración, y cooperar con Él. Cuando Él nos pida que removamos la piedra, debemos hacerlo. Cuando Él nos pida hacer cierta cosa, debemos obedecer. Entonces veremos manifestada la vida de resurrección así como su poder. Ésta es una parte de la revelación de Juan 11. La mayoría de la gente sólo ve la historia de Lázaro desde la perspectiva de que éste fue levantado de entre los muertos. Pero no han visto la revelación contenida en este capítulo, la cual consiste en que, fuera de la religión, en las iglesias locales, la frustración a Cristo como vida son nuestras opiniones.
Resucitar a los muertos es realmente convertir la muerte en vida. El significado de este caso es igual a la señal de cambiar el agua en vino. Tal como la opinión proferida por María en aquella señal estorbó que el Señor cambiara el agua en vino, así también la opinión de Marta, en este caso, estorbó el poder de resurrección del Señor. Cuando la opinión de María fue subyugada, el poder transformador del Señor fue manifestado. Cuando la opinión de Marta fue subyugada, el poder de resurrección del Señor prevaleció.