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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 31

EL DIOS TRIUNO SE IMPARTE EN EL HOMBRE PARA PRODUCIR SU MORADA

(3)

  En los primeros seis versículos del capítulo Jn. 14, el Señor reveló que Él se iría por medio de la muerte y regresaría en resurrección con el fin de introducir a los discípulos en el Padre, que Él sería el camino y el Padre sería la destinación, para que donde Él estuviese, los discípulos también estuviesen. En los catorce versículos siguientes el Señor reveló más detalles relacionados con la manera en que Él entraría en los discípulos, y con la forma en que los introduciría en el Padre.

II. EL DIOS TRIUNO SE IMPARTE EN LOS CREYENTES

  Juan 14 revela que el Dios Triuno se imparte en los creyentes. Dios es Triuno a fin de poder impartirse en los creyentes. Él es un solo Dios y a la vez tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Hijo es la corporificación y la expresión del Padre (Jn. 14:7-14), y el Espíritu es la realidad del Hijo y el Hijo hecho real en nosotros (Jn. 14:16-20). En el Hijo el Padre es expresado y visto, y como el Espíritu el Hijo es revelado y hecho real. El Padre en el Hijo es expresado entre los creyentes, y el Hijo como el Espíritu es hecho real en ellos. Dios el Padre está oculto; Dios el Hijo se manifiesta entre los hombres; y Dios el Espíritu es hecho real dentro del hombre al entrar en él para ser su vida, su suministro de vida y su todo. El Padre en el Hijo y el Hijo como el Espíritu son la porción del hombre a fin de que él disfrute a Dios.

A. El Padre corporificado en el Hijo y visto entre los creyentes

1. El Hijo es la corporificación y la expresión del Padre

  Cuando el Señor dijo que Él era el camino y que se iba para introducir a los creyentes en el Padre, Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (v. 8). El Señor respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí?” (Jn. 14:9-10). Es como si el Señor les dijera: “Yo he estado con vosotros por tres años y medio, y durante todo este tiempo habéis estado viéndome, y ¿todavía no conocéis al Padre? ¿Acaso no sabéis que si me veis a Mí, veis al Padre? ¿Si me conocéis a Mí, lo conocéis a Él? Pues Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí”. Lo que el Señor dijo en estos versículos sigue siendo un misterio hasta este momento. ¿Cuál es su significado? Por un lado, significa que el Padre y el Hijo son uno; y por otro, que siguen siendo dos. Si usted me preguntara cómo puede esto ser posible, yo le respondería: “No lo sé. Solamente sé que, por un lado, el Padre y el Hijo son uno. Si vemos a uno, vemos al otro, pues los dos son uno. El Padre está en el Hijo, así que si uno ve al Hijo, verá al Padre. Pero por otro lado, ellos siguen siendo dos”. Éste es el misterio del Dios Triuno.

  Aquí debo hacerles una advertencia: jamás debemos pensar que el Padre y el Hijo son dos dioses distintos. Eso es una herejía. Nosotros no tenemos tres dioses. Tenemos a un solo Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Al hablar de esto, siempre tengo mucho cuidado de no utilizar la palabra “persona”. Aunque a veces, para poder hablar al respecto y entenderlo mejor, utilizamos el término “persona”, pero no debemos usarlo demasiado pues podríamos caer en el triteísmo. No podemos explicar al Dios Triuno adecuadamente, pero el hecho es que Dios es triuno. Si uno ve al Hijo, ve al Padre, porque el Padre está corporificado en el Hijo para ser visto entre los creyentes. El Hijo es la corporificación y la expresión del Padre.

2. El Hijo está en el Padre, y el Padre está en el Hijo

  El Hijo está en el Padre, y el Padre, en el Hijo (vs. 10-11). ¡Qué gran misterio es éste! ¡El Señor dice que el Hijo está en el Padre y que el Padre está en el Hijo! Ya que el Padre está en el Hijo, cuando el Hijo habla, el Padre, quien mora en el Hijo, realiza Su obra. El Padre hace Su obra cuando el Hijo habla porque ellos están el uno en el otro.

3. El Hijo y el Padre son uno

  En Juan 10:30 el Señor nos dice claramente que Él y el Padre son uno. Vuelvo a decir que no podemos explicar adecuadamente este asunto debido a que nuestra mente limitada difícilmente entiende cómo es que el Padre y el Hijo pueden ser uno. Conforme a nuestro limitado entendimiento, el Hijo es el Hijo, y el Padre es el Padre; y los dos están distintamente separados el uno del otro. No obstante, el Señor nos dice claramente que el Hijo y el Padre son uno. Aquí les digo enfáticamente que el Señor nunca dice que Él y el Padre son dos. Debemos entender el misterio de la Trinidad conforme a las palabras definitivas y claras del Señor, y no conforme a nuestros conceptos.

4. El Hijo también es llamado el Padre

  Isaías 9:6 revela que el Hijo incluso es llamado el Padre. Este versículo dice: “Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado [...] Se llamará su nombre [...] ‘Dios fuerte’, ‘Padre eterno’[...]” Un Hijo nos ha sido dado, pero Su nombre es el Padre eterno, así como un niño nos ha nacido, pero es llamado Dios fuerte. ¿Es el Hijo o el Padre? Debemos responder que Él es ambos, así como Él es el niño y el Dios fuerte. Pero ¿cómo puede el Hijo ser el Padre? Yo no sé; lo único que sé es que la Biblia así lo dice. ¡Alabado sea el Señor porque la Biblia nos dice que el Hijo es llamado el Padre, y que el niño es llamado el Dios fuerte! Por lo tanto, según lo revelado claramente en la Biblia, el Hijo es el Padre. Ninguno de nosotros debe ser como Felipe. Sin embargo, finalmente hasta Felipe llegó a entender.

5. Aunque el Hijo podía estar entre los creyentes, no podía estar dentro de ellos

  Cuando el Hijo estaba con los discípulos para expresar al Padre, solamente podía estar entre ellos, pero no podía estar en ellos. Debido a que el Hijo es la corporificación del Padre en la carne, Él estaba entre Sus discípulos a fin de expresar al Padre y ser visto por ellos. Pero mientras estaba en la carne, le era imposible entrar en ellos. Por lo que se necesita la siguiente sección de este capítulo, la cual se compone de los versículos del 16 al 20.

B. El Hijo es hecho real como Espíritu para permanecer en los creyentes

  Ya vimos que el Padre está corporificado y expresado en el Hijo entre los discípulos. Ahora debemos ver que el Hijo es hecho real como Espíritu para los creyentes a fin de entrar y permanecer en ellos. Debo aclarar que no decimos en el Espíritu, sino como Espíritu. Para poder permanecer en nosotros, el Señor tuvo que transfigurarse, transformarse, de la carne al Espíritu. Él vino en la carne para estar entre nosotros, pero tuvo que ser transfigurado al Espíritu para poder entrar en nosotros. Después de haber venido en la carne para estar entre nosotros, Su siguiente objetivo fue entrar en nosotros. ¿De qué manera fue transfigurado el Señor? Fue transfigurado de la carne al Espíritu por medio de Su muerte y Su resurrección. Su ida no fue Su partida, sino otro paso de Su venida. Él vendría en otra forma, en la forma del Espíritu. En el primer paso de Su venida estaba en la carne, en el segundo, vino como Espíritu. En este capítulo vemos tanto la ida como la venida del Señor. Su ida consistió en pasar por la muerte y la resurrección; y Su venida, consistió en regresar como “otro Consolador”. El otro Consolador es Su otra forma, Su otra apariencia. Al venir como Espíritu, Él entra en nosotros y nos hace vivir de la misma manera que Él. La vida que Él lleva es la vida de resurrección. Después de Su resurrección Él viene como Espíritu y entra en nosotros. De manera que Él vive, y nosotros también vivimos por Él. Él vive por la vida de resurrección, y nosotros vivimos por medio de Él, participando de Él como la vida de resurrección.

1. Otro Consolador

  En el versículo 16 el Señor dijo: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. Primero, el Espíritu es “otro Consolador”. La palabra griega traducida “Consolador” es la palabra españolizada paracleto, y significa alguien que está de nuestro lado y se encarga de nuestro caso, de nuestros asuntos y de todas nuestras necesidades. La palabra griega que se traduce Consolador es la misma palabra traducida Abogado en 1 Juan 2:1. Hoy en día tenemos al Señor Jesús en los cielos y también al Espíritu en nosotros como nuestro “paracleto”, quien se encarga de nuestro caso. El Espíritu Santo, a quien experimentamos como la realidad del Señor Jesús en nosotros, es Aquél que está de nuestro lado ministrándonos y ocupándose de todas nuestras necesidades.

2. El Espíritu de realidad

  Este Espíritu, este Consolador, es el Espíritu de realidad (v. 17). ¿Por qué decimos que es el Espíritu de realidad? Porque todo lo que el Padre es en el Hijo, y todo lo que el Hijo es, se hace real a nosotros en el Espíritu. El Espíritu es la realidad de todo lo que es Dios el Padre y Dios el Hijo. Dios el Padre es la luz y Dios el Hijo es la vida, y la realidad de esta vida y esta luz es el Espíritu. Si uno no tiene al Espíritu, no puede tener la luz de Dios el Padre, ni puede tener a Dios el Hijo como su vida. El Espíritu es la realidad de todos los atributos divinos, tanto de Dios el Padre como de Dios el Hijo.

3. El Espíritu del glorificado Jesús

  El Espíritu de realidad es el Espíritu mencionado en Juan 7:39 como el Espíritu del Jesús glorificado. En ese tiempo “aún no había” el Espíritu, porque Jesús aún no había sido crucificado y resucitado. Incluso en el momento en que el Señor hablaba en este capítulo aún no había el Espíritu. Sólo después de que el Señor pasó por la muerte y fue glorificado en resurrección, el Espíritu vino a los discípulos.

4. El Espíritu de vida como el aliento

  El “Espíritu de vida” (Ro. 8:2) como el aliento es el Espíritu prometido y mencionado en Juan 7:39. Esta promesa del Señor se cumplió el día de Su resurrección, cuando el Espíritu como el aliento de vida fue infundido en los discípulos cuando Él sopló en ellos (20:22). Este Espíritu de vida como el aliento es el Espíritu del Jesús glorificado.

5. El Espíritu de Jesucristo, el Espíritu de Cristo

  Este Espíritu de vida, como el Espíritu del Jesús glorificado, es el Espíritu de Jesucristo y el Espíritu de Cristo (Fil. 1:19; Ro. 8:9). Después de la resurrección de Cristo, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu del Cristo encarnado, crucificado y resucitado. El Espíritu de Dios ahora es el Espíritu de Jesucristo y el Espíritu de Cristo. El término el Espíritu de Jesucristo se refiere a Jesús en Sus sufrimientos y a Cristo en Su resurrección, mientras que “el Espíritu de Cristo” solamente señala a Cristo en Su resurrección. El Espíritu de Dios sólo tenía divinidad, pero el Espíritu de Jesucristo tiene tanto divinidad como humanidad, y además, incluye la crucifixión y la resurrección. Todos estos elementos están incluidos en el Espíritu de Jesucristo. Él es el Espíritu todo-inclusivo con la abundante suministración que satisface todas nuestras necesidades.

6. El postrer Adán fue hecho el Espíritu vivificante

  En la sección que abarca los versículos del 16 al 20 del capítulo 14, el Señor primero se refiere al Espíritu de realidad, como “Él” en el versículo 17. Inmediatamente después, hace referencia a Sí mismo en el versículo 18. El mismo “Él”, quien es el Espíritu de realidad del versículo 17 es el mismo “yo [implícito]”, quien es el Señor mismo del versículo 18. Esto indica que el Señor, después de Su resurrección, llegó a ser el Espíritu de realidad, lo cual se confirma en 1 Corintios 15:45 donde dice, refiriéndose a la resurrección, que “el postrer Adán [fue hecho] el Espíritu vivificante”. Por lo tanto, el Consolador, el Espíritu de realidad, el Espíritu de vida como el aliento, el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu vivificante, todos se refieren al mismo Espíritu. Hoy el Espíritu de Dios es el Consolador, el Consolador es el Espíritu de realidad, el Espíritu de realidad es el Espíritu de vida como el aliento, el Espíritu de vida como el aliento es el Espíritu de Jesucristo, y el Espíritu de Jesucristo es el Espíritu vivificante.

7. El Señor es el Espíritu

  Finalmente, el Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17). En estos días algunos cristianos nos acusan diciendo que somos herejes porque creemos y enseñamos que el Señor Jesús es el Espíritu. Pero debemos aclarar que este no es un concepto inventado por nosotros, sino una clara revelación presentada en 2 Corintios 3:17. A nuestros acusadores sólo les interesa su concepto tradicional de la Trinidad, pero en realidad, por que no les interesa mucho, pasan por alto lo que claramente se revela en 2 Corintios 3:17: “Y el Señor es el Espíritu”. Por la misericordia y la gracia del Señor no nos interesa ningún concepto tradicional, sino únicamente la palabra pura de la Biblia. Creemos y declaramos enfáticamente que según la Biblia el Señor Jesús ahora es el Espíritu.

8. El Espíritu permanece con los creyentes y en ellos

  El versículo 17 de Juan 14 también revela que el Espíritu permanece con los creyentes y en ellos. No sólo está con ellos, sino también en ellos. Como ya vimos, cuando el Señor estaba en la carne, solamente podía estar entre los discípulos, sólo podía estar junto a ellos. Pero después que llegó a ser el Espíritu vivificante, el Espíritu de realidad, en Su resurrección, no sólo puede permanecer con nosotros, sino también en nosotros. Es al ser el Espíritu que el Señor puede entrar y permanecer en nosotros.

9. El Hijo está en el Padre, los creyentes en el Hijo, y el Hijo en los creyentes

  En el versículo 20 el Señor dijo: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. El día mencionado en este versículo es el día de la resurrección. En ese día los discípulos conocerían que el Señor estaba en el Padre, los discípulos en Él, y Él en ellos. Debemos notar que el versículo 17 dice que el Espíritu estaría en nosotros, y que el versículo 20 dice que el Hijo estaría en nosotros. Ya que el Espíritu y el Hijo están en nosotros, ¿cuántos hay en nosotros, uno o dos? La respuesta correcta es, uno. No hay dos seres en nosotros. No tenemos el Espíritu más el Hijo, ni el Hijo más el Espíritu. Tenemos a uno solo, una persona maravillosa que es tanto el Hijo como el Espíritu. Por lo tanto, como vimos anteriormente, el apóstol Pablo dijo: “El Señor es el Espíritu”. Si tenemos al Espíritu, tenemos al Hijo; y si tenemos al Hijo, tenemos al Espíritu. Ahora podemos comprender que Él ya entró en nosotros. Antes de estos versículos, en la primera parte de este capítulo, el Señor aún no estaba dentro de los discípulos. Pero en el versículo 20, Él entró en los discípulos y los discípulos entraron en Él. De la misma manera que Él está en el Padre, así también los discípulos están en el Padre. Ahora, donde Él esté, los discípulos también estarán. Él murió para preparar el camino y establecer la base para que pudiéramos entrar en Dios y Dios pudiera entrar en nosotros. Ahora, al estar en nosotros, y al introducirnos a nosotros en el Padre, el Señor puede edificarnos juntos como una sola entidad en el Dios Triuno a fin de ser Su morada eterna.

10. El Dios Triuno se imparte en los creyentes

  Por medio de estas dos secciones de Juan 14 podemos ver que la Trinidad de la Deidad tiene como fin que el Dios Triuno se imparta en nosotros. El Padre está corporificado en el Hijo, el Hijo es hecho real como el Espíritu, y el Espíritu viene para entrar en nosotros, a fin de ser nuestra vida y satisfacer todas nuestras necesidades. Por medio de este proceso el Dios Triuno se imparte en nosotros como nuestra porción eterna.

11. El tema del Espíritu que mora en los creyentes se desarrolla en las epístolas

  En Juan 14:17 hallamos la primera mención del Espíritu que mora en los creyentes, la cual se cumple y desarrolla en las epístolas (1 Co. 6:19; Ro. 8:9, 11). El concepto primordial y central de las epístolas consiste en que ahora Cristo como el Espíritu vivificante mora en nuestro espíritu como nuestra vida y como todo lo que necesitamos para la edificación de Su Cuerpo.

12. La promesa del Señor acerca del Espíritu de vida es diferente a la promesa del Padre respecto al Espíritu de poder

  La promesa que el Señor hizo aquí, es diferente de la que hizo el Padre acerca del Espíritu de poder en Lucas 24:49. La promesa del Señor tiene que ver con el Espíritu de vida y se cumplió en el día de Su resurrección, cuando Él sopló el Espíritu de vida en Sus discípulos, en Juan 20:22. Pero la promesa del Padre tiene que ver con el Espíritu de poder y se cumplió en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu sopló como un viento recio sobre los discípulos, en Hechos 2:1-4. El día de Pentecostés el Espíritu era el Espíritu de poder, pero aquí en el libro de Juan, el Espíritu es el Espíritu de vida. En Hechos el símbolo del Espíritu de poder fue el viento recio. El viento principalmente significa poder. Pero el Espíritu de vida del Evangelio de Juan es simbolizado por el aliento, porque éste da vida. El Evangelio de Juan ya que es un libro que se enfoca en la vida, trata del Espíritu de vida y no del Espíritu de poder; mientras que el libro de los Hechos se enfoca en la obra de la predicación, y debido a que ésta requiere poder, en Hechos tenemos el Espíritu de poder como el viento recio. En Juan 14:16 tenemos la promesa del Señor: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador”. Y en Lucas 24:49 vemos la promesa del Padre, porque ahí el Señor dijo: “He aquí, Yo envío la promesa de Mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. En el día de la resurrección del Señor, los discípulos recibieron al Espíritu de vida prometido por el Señor en Juan 14, pero ellos tuvieron que esperar a que se cumpliera la promesa del Padre, a fin de recibir al Espíritu de poder, lo cual se cumplió en el día de Pentecostés. La promesa que el Señor hizo en Juan 14 acerca del Espíritu de vida fue cumplida en Juan 20, en el día de Su resurrección, y no en Hechos 2. Cuarenta días después, en el día de Pentecostés, se cumplió la promesa acerca del Espíritu de poder que el Padre hizo en Lucas 24.

  Espero que ahora todos entendamos claramente la revelación que presenta este capítulo. Jamás debemos pensar que este capítulo habla acerca de que el Señor iría al cielo a edificar una mansión celestial ni de que volvería para llevarnos a la misma. Entenderlo de esta manera concuerda totalmente con el concepto humano natural. Debemos desechar este concepto. Dios no tiene dos edificios: una mansión en los cielos, y una iglesia en la tierra. Al contrario, Él tiene un solo edificio, el cual está entre Sus redimidos y está compuesto de ellos, es decir, Su morada viviente. En el pasado la habitación de Dios se encontraba con el pueblo de Israel, pero hoy está con la iglesia y finalmente tendrá su consumación como la Nueva Jerusalén. Éste es el edificio de Dios. La manera en que Dios realiza este edificio es impartirse a Sí mismo en todos nosotros, y lo hace como Padre, Hijo, y Espíritu. Dios el Padre es la fuente, el origen, la sustancia y el elemento. Dios el Hijo es la expresión, la manifestación, y el camino por medio del cual Dios puede tocar al hombre y el hombre puede tocar a Dios. Finalmente, Dios el Espíritu es la realidad de todo esto. Todo lo que Dios el Padre y Dios el Hijo son se hace plenamente real en Dios el Espíritu. El Padre en el Hijo y el Hijo como Espíritu llegan a nuestro espíritu, primero, al entrar en él como nuestra vida, y después, al ser nuestro suministro de vida y finalmente nuestro todo. Este Dios Triuno primeramente se imparte a Sí mismo en nuestro espíritu; luego, continúa expandiéndose desde nuestro espíritu hasta entrar a todo nuestro ser. Él desea extenderse de nuestro espíritu, a nuestra alma, y aun hasta nuestro cuerpo (Ro. 8:11), hasta que todo nuestro ser sea completamente saturado y poseído por Él. Dicha saturación es la verdadera edificación de Su habitación eterna. Cuanto más permitamos que Él nos sature y nos posea, más avanzará Su edificación en nosotros, por medio de nosotros y entre nosotros. Finalmente, en esta era, Él tendrá iglesias locales en varias ciudades, las cuales expresarán Su edificación. En la consumación, cuando nos encontremos en el cielo nuevo y la tierra nueva, Dios tendrá la Nueva Jerusalén como Su habitación eterna, la cual expresará Su gloria por la eternidad.

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