Mensaje 34
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Como indicamos en el mensaje anterior, si hemos de permanecer en la vid, debemos ver el hecho de que somos pámpanos de la vid (Jn. 15:5). Nuestra experiencia de permanecer en Cristo depende de que veamos claramente este hecho. Si recibimos la visión de que ya estamos en el Señor, entonces seremos capaces de permanecer en Él. No desearemos estar separados de Él.
Cuando vemos el hecho de que somos pámpanos de la vid, debemos mantener nuestra comunión con ésta. Cualquier cosa puede privarnos del rico suministro de la vid. Una pequeña desobediencia, un pecado, o incluso un pensamiento impuro puede ser un aislador que nos separe de las riquezas de la vid. Si no condenamos esos asuntos negativos, sino que los practicamos, estos nos excluirán del rico suministro de la vid. Primero, debemos ver que somos pámpanos, y después, tenemos que mantener la comunión que existe entre nosotros y el Señor. Nada debe interponerse entre Él y nosotros. Hay un himno en nuestro himnario que empieza con las palabras “Nada entre Tú y yo mi Señor”. Por experiencia sabemos que hasta una pequeña falla puede privarnos de participar de la rica suministración de la vid. Debemos orar al Señor y decirle: “Señor, no permitas que haya nada entre Tú y yo, que nada me separe de Tu rico suplir”.
Debemos permitir que el Hijo permanezca en nosotros (vs. 4-5). Esto tiene mucho significado. Nosotros permanecemos en Él, y Él permanece en nosotros. Pero en muchas ocasiones no le damos el espacio para permanecer en nosotros. El Señor Jesús desea extender Su morada en nuestro interior. Pero nosotros quisiéramos reducir Su espacio, es decir, lo limitamos. En nuestro interior hay una suave y constante lucha entre Él y nosotros. Aunque el Cristo que mora en nuestro ser constantemente se está extendiendo, hay algo en nosotros que lo restringe. Este Cristo desea ganar terreno gradualmente en nuestro ser, centímetro a centímetro. Pero muchas veces nos resistimos y regateamos cada centímetro con Él. Cada centímetro que Él quiere ganar encuentra resistencia de nuestra parte. Como resultado, regateamos con el Señor. Si usted no regatea con el Señor, debe ser un creyente que habita en el tercer cielo. Incluso el día de hoy es posible que algunos de nosotros hayamos hecho algún trato con el Señor. Aun después de haber dicho en voz alta: “¡Hemos sido arruinados por Él! ¡No servimos para nada en esta tierra!”, todavía decimos interiormente: “Señor Jesús, solamente voy a cederte este pedazo de terreno, no puedo darte más espacio por ahora. Señor, ten misericordia de mí. Sé paciente conmigo hasta que esté listo para cederte otro medio centímetro. Hasta ese entonces Señor, quédate donde estás”. Aunque no digamos esto audiblemente, muchas veces tenemos este pensamiento muy dentro de nosotros. Si más tarde el Señor dice: “Deseo avanzar otros cinco centímetros”, de nuevo nos resistimos y empezamos a regatear con Él. Cuando hacemos esto, el Señor guarda silencio y desvía Su rostro de nosotros. Él rehúsa hablarnos, y perdemos Su presencia. Tal vez ganemos el debate y retengamos los cinco centímetros que el Señor quería, pero perdemos Su presencia. ¡Oh, cuánto necesitamos preservar nuestra comunión con el Señor y estar dispuestos a cederle más terreno y a permitirle que se extienda más en nosotros! Que permitamos que el Señor se extienda dentro de nosotros todo lo que quiera. Si hacemos esto, experimentaremos el verdadero crecimiento de vida y veremos este crecimiento de vida en nosotros.
¿Cuál es la razón por la que muchos creyentes apenas crecen en vida? Simplemente porque no permiten que el Señor se extienda dentro de ellos. Tal vez no haya nada que los separe de Él, pero lo limitan demasiado. El permanecer es algo sumamente delicado y sensible. Por favor, recordemos que en nuestra relación con el Señor debemos prestar atención a dos puntos: no permitir que nada nos separe de Él, y no limitarlo. Es más fácil eliminar lo que nos separa del Señor que dejar de limitarlo. Temo que aun mientras usted lee este mensaje no esté listo para eliminar toda limitación. Alabado sea el Señor porque Él es paciente y bondadoso. Él nunca nos dejará. Él nos está esperando. Lo máximo que hará es desviar Su rostro de nosotros. Esto es todo lo que hará, pero aún permanecerá con nosotros. Procuremos recibir Su misericordia y Su gracia de tal manera que podamos siempre cederle el terreno dentro de nosotros para que Él se extienda a cada rincón y área de nuestro ser interior. Ésta es la manera de experimentar el crecimiento en vida.
Separados de Él nada podemos hacer (v. 5). Los pámpanos de la vid no pueden vivir por sí mismos, porque separados de la vid se secarán y se marchitarán. La relación entre los pámpanos y la vid representa la relación que existe entre nosotros y el Señor. No somos nada, no tenemos nada, y separados de Él no podemos hacer nada. Lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos debe ser sólo en el Señor y por el Señor en nosotros. Es sumamente importante que permanezcamos en el Señor y que Él permanezca en nosotros. De otro modo, fracasaremos y seremos desechados. Separados de Él nada somos, nada tenemos y nada podemos hacer. Ya que somos los pámpanos del Señor y el Señor es nuestra vid, debemos permanecer en Él y permitir que Él permanezca en nosotros.
Al permanecer en el Señor, debemos permitir que Sus palabras permanezcan en nosotros (v. 7). En este versículo el vocablo griego traducido “palabras” es réma, la cual significa la palabra hablada para el momento presente. Permitir que permanezcan en nosotros las palabras que el Señor nos habla específicamente para el momento es agotador. El Hijo desea extender Su morada a cada rincón de nuestro ser. Mientras Él mora en nosotros, siempre nos está hablando. Esto constituye el réma, la palabra que nos comunica específicamente para el momento. Por lo general nos habla una sola palabra: no. Sin embargo, a veces lo que nos dice constituye un requisito o un mandato. ¡Cuánto necesitamos amarlo y guardar lo que nos comunica específicamente! Cuando nos habla el réma, debemos escucharle y obedecerle. Si no cumplimos Su palabra, de inmediato seremos cortados de la comunión. Pero si la guardamos, absorberemos todas las riquezas de Su plenitud, de Su vida, y la vida rebosará de nosotros y así llevará fruto.
En los versículos 4 y 5 el Señor nos dice que Él permanece en nosotros, pero en el versículo 7 cambia ligeramente Su terminología al decir que Sus palabras permanecen en nosotros. Aquí, en lugar de que Cristo mismo permanezca en nosotros, Sus palabras lo hacen. ¿Por qué cambió el Señor la terminología: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”, por: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros”? Porque en sí, el hecho de que el Señor permanezca en nosotros es muy misterioso y objetivo. La simple declaración de que el Señor permanezca en nosotros es algo fuera de nuestro entendimiento. Por ejemplo, cuando el Señor les dijo a los judíos que Él era el alimento y el pan de vida y que ellos podían comer de Él, el alimento vivo y el pan vivo, ellos estaban sorprendidos y atónitos, sin entender nada. Se preguntaban qué significaba alimentarse de Él. Entonces, el Señor Jesús les dijo que Su carne era verdadera comida y que Su sangre era verdadera bebida (6:55). El Señor simplemente quería decirles que Él tenía que morir, porque Su sangre tenía que separarse de Su carne. Él tenía que morir para poder impartirse a Sí mismo en nosotros mediante Su muerte y resurrección. El Señor dijo esto teniendo presente la Pascua judía. Durante la Pascua los judíos inmolaban un cordero, con su sangre rociaban los dinteles de sus puertas y se alimentaban de su carne. Sabiendo que los judíos tenían esta práctica y tradición, el Señor hablaba con ellos con la intención de que pudieran entenderle. Por eso, el Señor les dijo que se podían comer Su carne y beber Su sangre. No obstante, ellos no podían entenderlo y se preguntaban unos a otros acerca de cómo podía este Hombre darles a comer Su carne. Luego, el Señor les hizo saber que la carne para nada aprovecha, y que es el Espíritu el que da vida (6:63). Incluso dijo que las palabras que Él hablaba eran espíritu y vida.
En esto podemos ver dónde se encuentra el Señor y quién es. Uno podría decir que el Señor está en los cielos y que Él es el Espíritu y la vida. Esto es correcto, pero es demasiado espiritual, misterioso y objetivo. El problema radica en cómo lograr que esto sea una realidad para nosotros, de qué manera podemos hacerlo subjetivo y disponible a nuestra experiencia. Requerimos que esto sea más sustancial que espiritual, más disponible que misterioso, y más práctico que doctrinal. Ciertamente, sabemos que el Señor es la vid, nosotros somos los pámpanos, y si permanecemos en Él, sin lugar a dudas Él permanecerá en nosotros. Pero el problema reside en dónde se encuentra el Señor hoy en día, y quién es Él. En otras palabras, ¿cómo puede Él, en forma práctica, estar disponible para nosotros?
Es necesario que las palabras del Señor permanezcan en nosotros para que el Señor permanezca en nosotros. La única manera posible por la que el Señor puede ser práctico para nosotros, es por medio de Sus palabras. ¿Cuál fue el medio utilizado para que el evangelio llegase a nosotros y cómo recibimos al Señor como nuestro Salvador? Fue por medio de Sus palabras. Cuando recibimos Su palabra, en realidad recibimos al Señor mismo, porque el Señor está en Su palabra y Él mismo es la Palabra. Según el mismo principio, si queremos permitir que el Señor permanezca en nosotros, debemos dejar que Sus palabras permanezcan en nosotros. Puesto que tenemos las Escrituras en nuestras manos, las cuales están llenas de las palabras del Señor, no debemos decir que el Señor está lejos de nosotros, ni que Él sigue siendo misterioso, o que es más espiritual que sustancial. Alabado sea el Señor porque tenemos algo muy sustancial, disponible y práctico en nuestras manos: la Palabra. Podemos leerla y recibirla con nuestro corazón y nuestro espíritu. Podemos tener contacto con la Palabra del Señor en nuestro espíritu día tras día y momento a momento. Siempre y cuando tengamos contacto con la Palabra del Señor, tendremos contacto con el Señor mismo. Como ya indicamos, en el versículo 7 la palabra griega que se traduce “palabras” es réma, la cual denota la palabra hablada para el momento; a diferencia de lógos, la cual es la palabra escrita. Así que, réma es la palabra presente, la que el Señor nos habla en cierto momento y con un propósito específico. Según nuestra experiencia, si nos mantenemos en comunión con el Señor, tendremos Su réma en nuestro interior constantemente. Lógos es la palabra externa, la que se halla en un mensaje que escuchamos o leemos, pero réma es la palabra interior que se habla para el momento. Tenemos el lógos en nuestras manos, pero tenemos el réma en nuestro espíritu. Lógos es la palabra escrita como la expresión del Cristo viviente; réma es la palabra hablada en nuestro interior por el Espíritu de Cristo en el momento mismo que lo necesitamos. Por ejemplo, tal vez mientras usted se encuentra teniendo comunión con otro hermano, algo en su interior le dice que deje de hablar. Esto es el réma. Puede ser que usted esté pensando en algo que planea hacer hoy, pero de nuevo oye algo interiormente que le dice que no lo haga. Esto también es el réma.
No debemos hablar en términos imprecisos cuando hablamos de permanecer en Cristo y de que Cristo permanezca en nosotros. Debemos ser más precisos y entender que tenemos que prestar atención a dos tipos de palabras, la palabra externa y la palabra interna, es decir, la palabra contenida en las Escrituras que está fuera de nosotros, y la palabra en nuestro espíritu, la cual escuchamos en nuestro interior. Si decimos que vamos a permanecer en Cristo y que vamos a permitir que Él permanezca en nosotros, ciertamente debemos considerar ambas clases de palabras. Si no entendemos estas dos clases de palabras, nos será imposible mantenernos en contacto con el Señor y permanecer en Él y Él en nosotros. Por lo tanto, debemos prestar atención a la palabra escrita, la que está fuera de nosotros, y a la palabra viviente, la que se encuentra en nuestro interior; porque mediante la palabra escrita tenemos la explicación, definición y expresión del Señor misterioso; y mediante la palabra viviente e interior, tenemos la experiencia del Cristo que permanece en nosotros, o sea, la presencia del Señor en forma práctica.
El Señor es muy misterioso. Ésa es la razón por la que nunca podemos entenderle basados en nuestra imaginación. Por el contrario, debemos leer los sesenta y seis libros de la Biblia, y al hacerlo debemos considerar cada palabra, porque todas y cada una de estas palabras expresan, explican y definen a nuestro misterioso Señor. Si queremos conocerle a Él, debemos conocer la Palabra y saber cómo entenderla. Pero por otro lado, el Espíritu está en nuestro interior, hablándonos algunas palabras vivas en el momento indicado y con el fin de satisfacer nuestras necesidades. En la hora exacta en que más lo necesitamos, el Espíritu interiormente nos da una palabra oportuna para nuestro caso particular. El réma interior siempre corresponde con el lógos exterior. El Espíritu que habla el réma en nuestro interior jamás dice algo distinto a lo que dice la palabra escrita o el lógos. El lógos exterior y el réma interior siempre se corresponden el uno con el otro, y muchas veces el réma interior es la interpretación del lógos exterior. Tal vez esta mañana usted leyó el lógos, pero no pudo entenderlo ni aplicarlo a su vida de una manera viviente. Mientras usted trabajaba durante el día, el Espíritu le ungía interiormente con la palabra, revelándole el verdadero significado e incluso el énfasis correcto. Usted percibió el réma viviente con Su énfasis viviente dado por el Espíritu. Como resultado de esto, no sólo lo entendió con su mente, sino que lo percibió con su espíritu. Luego, la palabra escrita y externa llega a ser la palabra viviente dentro de su espíritu. Ahora puede experimentarla y aplicarla a su vida. De esta manera, el lógos llega a ser el réma; la palabra exterior se convierte en la palabra interior. Tenemos que prestar atención al réma interior y viviente y permitir que obre libremente dentro de nosotros. Para llegar a este fin, tenemos que cooperar con ella. En otras palabras, debemos ser sumisos y obedientes al réma viviente que habla ahora dentro de nosotros. Estar atentos al hablar del réma interior hará que el Señor viviente sea más real a nosotros en nuestro espíritu. Hará que Cristo esté más disponible y aplicable, y que sintamos el mover y obrar del Señor, quien nos vigoriza interiormente.
¿Qué debemos hacer mientras el Señor obra y actúa en nosotros motivándonos y dándonos vigor interiormente? ¿Debemos mantener nuestra boca cerrada? No, ciertamente nos veremos obligados a decir algo. Sin lugar a dudas expresaremos lo que sentimos interiormente. Ésta es la oración espiritual, o sea, orar en el espíritu. La oración espiritual manifiesta lo que Cristo obra en nuestro interior. Cristo en nosotros, a través de nosotros, y como la Palabra obra, actúa, nos motiva y nos vigoriza internamente. Cuando esto acontece, no podemos quedarnos callados. Creo que todos hemos tenido esta experiencia. En algunas ocasiones no pude conciliar el sueño durante la noche y tuve que levantarme porque algo estaba moviéndose en mi y dándome energía interiormente. Tuve que levantarme y decir: “Señor, heme aquí, te alabo”. ¿Es este tipo de oración simplemente la expresión de nuestra opinión, idea, pensamiento o imaginación? No, más bien es la expresión de lo que el Señor está haciendo al moverse en nosotros y vigorizarnos. Nos convertimos en el portavoz por medio del cual el Señor expresa lo que hay en nuestro interior en ese momento.
En el versículo 7 el Señor dijo: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho”. Cuando permanecemos en el Señor y dejamos que Sus palabras permanezcan en nosotros, en realidad somos uno con Él, y Él obra en nosotros. Entonces, cuando hacemos peticiones en oración, no lo hacemos solos; Él también ora en nuestra oración. Esta clase de oración está relacionada con llevar fruto (v. 8) y ciertamente será contestada. No podemos hacer esta clase de oración por nosotros mismos, esta oración, es llevada a cabo en el espíritu, procede del Cristo que mora en nuestro interior, se efectúa mediante el Espíritu y es realizada por Su palabra. Si permanecemos en el Señor, nos mantendremos siempre en contacto y en comunión con Él, y permitiremos que Él junto con Su palabra viva obre en nosotros, motivándonos y vigorizándonos interiormente, entonces nunca podremos estar callados. Tendremos que decir algo. Y lo que hablemos será una verdadera oración en el espíritu. Ésta será la expresión del Cristo interior quien habla como Espíritu con Sus propias palabras.
Cuando las palabras del Señor permanecen en nosotros, Su comunicación y expresión también estarán con nosotros. Por lo tanto, podemos pedir todo lo que queramos. Podremos expresar por medio de la oración lo que hayamos recibido del Señor, y nos será hecho. Ésta no es una oración humana ni natural, sino una oración divina, una expresión de la comunicación divina. Mientras el Señor permanece en nosotros, expresando Sus pensamientos, deseos, intención y voluntad, nosotros tomamos Sus palabras y las expresamos mediante la oración. Esta clase de oración es divina, porque es la declaración y expresión de la voluntad, el deseo y el pensamiento de Aquél que mora en nosotros y se comunica a nosotros.
El versículo 8 dice: “En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así Mis discípulos”. La oración del versículo 7 se relaciona con llevar fruto y con la glorificación del Padre mencionada en el versículo 8. Necesitamos orar pidiendo que nos conceda llevar mucho fruto a fin de que el Padre sea glorificado, es decir, que Él sea expresado en el Hijo. Al llevar fruto la vida divina del Padre es expresada, y de esta manera Él es glorificado. El Padre es glorificado sólo cuando es expresado. La electricidad es un buen ejemplo de lo que significa ser glorificado. La electricidad que no se expresa no es glorificada. Únicamente cuando es expresada ella es glorificada. La corriente eléctrica que está en una lámpara es glorificada cuando se expresa por medio de ella. De igual manera, cuando el organismo de la vid con sus pámpanos lleva fruto, la vida divina del Padre es expresada, y entonces, Él es glorificado.
Nuestro vivir y andar deben proceder de las oraciones auténticas. Nuestro vivir, andar y todas nuestras actividades siempre deben ser el resultado de la oración. Debemos actuar, vivir y laborar en conformidad con la manera en que oramos. Esto es algo muy profundo. A medida que el Señor permanece en nosotros, Él se expresa a Sí mismo; expresa Sus pensamientos, deseos, y aun Su propósito para con nosotros. Cuando expresamos esto en oración, y actuamos, vivimos y andamos conforme a lo que oramos, Dios es expresado y glorificado.
Por amor a que permanezcamos en el Señor, tenemos que prestar atención a la Palabra del Señor en dos aspectos: la palabra interna y la palabra externa. Debemos tener contacto con el Señor por medio de la palabra externa, de manera que ésta llegue a ser la palabra interna para nosotros. La palabra externa con la que tenemos contacto en su forma escrita, se convertirá en la palabra interior y viviente en nuestro espíritu. Entonces, el Señor se expresará a Sí mismo por medio de esta palabra viva, y nosotros llegaremos a conocer Su voluntad, Su propósito, Su deseo y Su pensamiento. Además, seremos uno con el Señor de tal manera que expresaremos Su pensamiento mediante nuestra oración. Las oraciones que hagamos también llegarán a ser la vida que vivimos, y con la cual andamos y obramos. Tales oraciones serán la expresión, la plena manifestación, de Dios el Padre. Dios el Padre será expresado y glorificado por medio de nosotros.
Antes de seguir adelante, debo decir algo con respecto a la lectura de la Biblia. A menudo aconsejamos a los nuevos creyentes que lean la Biblia tanto como les sea posible. Sin embargo, para algunas personas no es bueno leer la Biblia demasiado, porque es semejante a hartarse de comida. Algunos creyentes han almacenado mucho de la Palabra, pero solamente han digerido muy poco de ella. Ahora cada día deben digerir un poco de la Palabra. Necesitamos orar con la Palabra y orar la Palabra: frase por frase, cláusula por cláusula y aun palabra por palabra, digiriendo lo que leemos. Si oramos acerca de las palabras que leemos, seremos nutridos y fortalecidos en nuestro espíritu.
Necesitamos guardar los mandamientos del Hijo al obedecer las palabras que nos habla para el momento para así poder permanecer en Su amor (vs. 10-11). Primero, nosotros permanecemos en Él, y Él permanece en nosotros. Luego, Su palabra permanece en nosotros, y nosotros permanecemos en Su amor. Primero, permanecemos en Él, y luego permanecemos en Su amor. Por un lado, debemos permanecer en el Señor mismo; por otro lado, debemos permanecer en Su amor. Así como debemos permitir que la palabra del Señor permanezca en nosotros para que Él pueda seguir permaneciendo en nosotros, así también, en el mismo principio, debemos permanecer en Su amor a fin de morar continuamente en Él. Si usted no percibe la frescura, dulzura y ternura del amor del Señor, temo que aun si tratara de permanecer en Él, fracasaría. Permanecer continuamente en el Señor depende del amor. Debemos percibir y sentir la frescura, dulzura y novedad de Su amor. Tenemos que permanecer en Su amor para poder seguir permaneciendo en Su persona. Por ejemplo, si dos hermanos no sienten amor el uno por el otro, ¿cómo podrían ser íntimos? De igual manera, nosotros debemos permanecer en el amor del Señor sintiendo Su amor, a fin de mantener nuestra comunión con Él. Tal vez mientras lee esto esté diciendo: “Hermano, yo no siento Su amor”. Si éste es su caso debe orar de la siguiente manera: “Señor, ten misericordia de mí. ¿Por qué razón no he sentido Tu amor todo este tiempo? ¡Oh Señor, dime por qué!” Si usted ora de esta manera, estoy seguro de que experimentará la frescura del amor del Señor. Su amor será muy refrescante para usted, y eso lo llevará a permanecer en Su amor, y así se mantendrá permanentemente en el Señor.
Si hemos de permanecer en el amor del Señor, debemos guardar Sus mandamientos. Cuando permanecemos en el Señor, Él nos habla algo específico en nuestro interior, y esa palabra se convierte en un mandamiento para nosotros. Si guardamos lo que nos habla obedeciéndolo, esto significa que le amamos. Primero, el Señor permanece en nosotros; luego, Su palabra permanece en nosotros. Primero, Él obra en nosotros directamente; después, lo hace por medio de Su palabra y de Su amor. Esto es muy significativo. Primero, Él personalmente permanece en nosotros; luego, Sus palabras permanecen en nosotros. Primero, permanecemos en Él; y luego, permanecemos en Su amor. Tomemos el ejemplo de dos amigos. Tal amistad se mantiene porque como amigos cada uno atiende la palabra del otro. Esto deja de ser simplemente un asunto de aprecio por el amigo; y tiene que ver más con apreciar su palabra. Si uno de los amigos no le da importancia a la palabra del otro, se perdería la amistad. Pero si uno muestra interés en lo que su amigo le dice, gradualmente su amistad crecerá y será más profunda, íntima e intensa. Pero si por el contrario no muestra aprecio ni interés por las palabras de su amigo, su aprecio no se fortalecerá de forma muy íntima, y gradualmente dicha amistad sufrirá daño.
Vimos que primero nosotros permanecemos en el Señor, y Él en nosotros. Al permanecer en nosotros, Él nos habla una palabra específica para el momento. Tenemos que guardar esa palabra. Cuando lo hacemos, esto quiere decir que permitimos que Su palabra permanezca en nosotros. Entonces, no sólo Él mismo, sino también Su palabra permanece en nosotros. Cuando guardamos Su palabra y permitimos que ésta permanezca en nosotros, inmediatamente entramos a Su amor y permanecemos en tal amor. No sólo estamos en Él, sino también en Su amor. Esto llega a ser más íntimo, profundo e intenso. Si no permanecemos en Él de una manera muy íntima, podemos gradualmente deslizarnos hasta perder por completo esta experiencia de permanecer en Él. El Señor habla continuamente. Si le permite permanecer en usted, Él le hablará constantemente. Cuando Él hable, usted debe decirle: “Amén, Señor, te amo”. Cuando usted le diga “Amén” y guarde Sus palabras, experimentará Su amor y tendrá la dulce sensación de que Él es muy querido, precioso, y amoroso para con usted. En tal momento usted no sólo está en Él, sino también en Su amor.
Si permanecemos en el Señor al permanecer en Su amor, y si Él permanece en nosotros por medio de que Su palabra more en nosotros, entonces tendremos una comunión íntima con Él. Como producto de esa comunión, emitiremos algunas oraciones en el espíritu, las cuales serán la expresión del Señor viviente que mora en nuestro interior. Al orar de esta manera, sabremos que el Padre se expresará y será glorificado. Siempre hablamos de glorificar a Dios; pero ¿cómo podemos glorificar a Dios? Lo hacemos al permanecer en el amor del Señor, y al permitir que Su palabra more en nosotros. Entonces, Dios el Padre será expresado por medio de nosotros y será glorificado en el Hijo. Mediante este permanecer íntimo e intenso, se producirán muchos racimos de fruto porque seremos llenos de todas las riquezas de la vida del Señor. El rebosamiento de la abundancia de esta vida será tan prevaleciente que producirá fruto, y así, Dios en el Hijo será expresado y glorificado.
Si permanecemos en el Señor y permanecemos en Él por medio de Su amor, al grado que podamos llevar mucho fruto para expresar las riquezas de Su vida a fin de que el Padre sea glorificado, seremos llenos de gozo. Nuestro gozo siempre es un resultado de nuestro permanecer en el Señor y en Su amor, de nuestro llevar fruto por las riquezas de Su vida, y de expresar y glorificar al Padre. Es en esta clase de vida que somos llenos de gozo.
Hemos visto el permanecer en Juan 15. Romanos 8 es una continuación de Juan 15. Sin Romanos 8 nos sería difícil permanecer constantemente en el Señor. La manera de permanecer en el Señor es poner la mente en el espíritu (Ro. 8:6). En Romanos 8 poner la mente en el espíritu es una continuación o desarrollo del permanecer en el Señor de Juan 15. Si sólo tuviéramos Juan 15 sin Romanos 8, no seríamos capaces de permanecer constantemente en el Señor. En Romanos 8 tenemos a Cristo como Espíritu de vida (8:2), y como el Espíritu que mora en nuestro espíritu infundiéndonos vida. La manera de permanecer en el Señor es poner nuestra mente, que es la parte principal de nuestra alma, en nuestro espíritu. De esta manera podremos experimentar al Señor, quien es el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu.