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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 36

LA OBRA QUE REALIZA EL ESPÍRITU A FIN DE MEZCLAR LA DIVINIDAD CON LA HUMANIDAD

(1)

  Si entendemos claramente los capítulos Jn. 14 y Jn. 15, nos será fácil entender el Jn. 16. Básicamente no hay nada nuevo en este capítulo, pues el Señor abordó los principios más importantes en los dos capítulos anteriores. Al leer y comparar estos tres capítulos, parece como si el Señor estuviera repitiendo lo mismo, y aunque las expresiones cambian, los principios básicos son los mismos. Así que, al llegar al capítulo 16, debemos tener presentes los principios básicos que el Señor trató en los capítulos anteriores. Antes de estudiar el capítulo 16, repasemos estos principios.

  El primer punto principal consiste en que el Señor tenía que irse, lo cual significa que tenía que morir y resucitar. Su ida no significaba que iba a dejar a los discípulos, sino que Su ida era Su venida. Él iba a dar otro paso; Su muerte y resurrección era un paso más de Su venida. El primer paso que dio el Señor en Su venida fue encarnarse para poder estar con nosotros y entre nosotros. Pero en ese tiempo, no podía entrar en nosotros. Su primer paso, el de la encarnación, fue el medio por el cual el Dios eterno se hizo hombre para tener contacto con nosotros. Pero era necesario dar un segundo paso antes de que pudiera entrar en nosotros y mezclarse con nosotros. Este paso es Su muerte y resurrección, por medio del cual Él fue transfigurado de la carne al Espíritu. Su carne fue la forma por medio de la cual Él vino a estar con nosotros y entre nosotros, pero el Espíritu es Su otra forma, por medio del cual Él entra en nosotros y se mezcla con nosotros. Éste es el primer punto principal que el Señor abordó en los capítulos 14 y 15.

  El segundo principio básico consiste en que el Señor pasó por la muerte para poder regresar en resurrección en calidad de Espíritu de realidad. Todo lo que el Señor es, es hecho real por el Espíritu. Si sólo tenemos las enseñanzas, las doctrinas y la letra escrita acerca del Señor pero carecemos del Espíritu, no tenemos la realidad. Las enseñanzas doctrinales acerca del Señor no son la realidad. La realidad del Señor es el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo es la realidad del Señor. Por ejemplo, todos sabemos que el Señor es vida, pero si no tenemos al Espíritu Santo, nunca tendríamos vida. Ya que el Espíritu Santo es la realidad de Cristo, podemos tener Su realidad, si tenemos al Espíritu Santo; entonces tenemos la vida. Además, sabemos que el Señor es la luz. Tener al Espíritu Santo es tener luz. Si no tenemos al Espíritu Santo, no tenemos luz. El Señor también es el camino. Si tenemos al Espíritu Santo, tenemos el camino y sabremos cómo debemos actuar al hacer algo. Sin embargo, si no tenemos al Espíritu Santo, sino más bien, simples enseñanzas doctrinales, no tenemos la verdadera manera de hacer las cosas. La realidad de Cristo es el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo es el Espíritu de realidad. La venida del Espíritu de realidad significa la venida de la realidad de Cristo.

  El tercer principio básico presentado en Juan 14 y 15 es la morada mutua. Al venir Cristo como Espíritu de realidad, Él permanecerá en nosotros, y nosotros en Él. De esta manera, Él y nosotros llegaremos a ser una morada mutua. Seremos la morada para el Padre, quien está en el Hijo como Espíritu, y el Dios Triuno será nuestra morada. Ahora nosotros podemos permanecer en el Dios Triuno y el Dios Triuno puede permanecer en nosotros. De esta manera, el Dios Triuno se mezcla con nosotros. La humanidad y la divinidad se mezclan como una sola entidad. Éste es el pensamiento central de estos dos capítulos. De hecho, éste es el pensamiento central o principio básico del propósito divino. Éste es el misterio de todo el universo.

  Es difícil para muchos hermanos y hermanas ver este asunto de la mezcla de la divinidad con la humanidad. Frecuentemente he orado y pedido al Señor que Él les revele esto a los santos. El concepto de la mezcla de Dios y el hombre es contrario al concepto humano. Necesitamos la revelación y la visión celestiales para que los ojos de nuestro espíritu, corazón y mente puedan ser abiertos para ver este misterio. Éste misterio de la mezcla de Dios con la humanidad es algo más real que nosotros mismos. Éste es el pensamiento central y básico de los capítulos 14, 15 y 16 del Evangelio de Juan; en los cuales el Señor principalmente toca un solo punto, es decir, que el Padre en el Hijo como el Espíritu entró en nuestro ser para mezclarse con nosotros y hacernos una morada para Él y hacerse a Sí mismo una morada para nosotros.

  Cuando el Señor me mostró esto por primera vez yo estaba muy emocionado, pues comprendí que había recibido al Dios Triuno y que Él estaba mezclado conmigo. Esta es la economía de Dios. No es una religión ni una enseñanza doctrinal, sino el Dios Triuno mezclado con la humanidad. Estos tres capítulos del Evangelio de Juan simplemente revelan lo que la economía de Dios es en realidad para nosotros: el Padre en el Hijo como el Espíritu que entra en nosotros y se mezcla con nuestro ser. Debemos repetir este principio básico una y otra vez hasta que quedemos profundamente impresionados con él.

I. EL HIJO SE VA PARA QUE VENGA EL ESPÍRITU

  En el versículo 7 el Señor dijo: “Pero Yo os digo la verdad: Os conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; mas si me voy, os lo enviaré”. El Hijo se fue para que el Espíritu pudiera venir. El Señor dijo que si Él no se iba, el Espíritu no vendría. La ida del Señor mencionada en este versículo fue finalmente cumplida con Su ascensión en Juan 20:17.

A. El Señor se va en la carne

  Cuando el Señor habló estas palabras, Él aún estaba en la carne. Entonces, fue a la muerte en la carne para poder ser transfigurado como Espíritu en la resurrección.

B. El Hijo viene como el Espíritu para ser otro Consolador

  El Hijo entró a la muerte en la carne, pero regresó en resurrección como Espíritu (1 Co. 15:45). Él vino como Espíritu para ser otro Consolador. Pasó por la muerte como Redentor para realizar nuestra redención, pero regresó en resurrección como Espíritu para impartirse a Sí mismo en nosotros como vida.

C. El hecho que el Hijo enviara al Consolador equivale a la venida del Hijo como Consolador

  El hecho que el Hijo enviara al Consolador fue en realidad Su propia venida como Consolador. Él enviarlo fue Su venida. En otras palabras, Él se envió a Sí mismo en otra forma para poder venir como el otro Consolador. Esto es excelente, maravilloso e incluso misterioso. Algunos queridos amigos cristianos se oponen a esto preguntando cómo puedo decir que el Señor se envió a Sí mismo. Al responderles, yo le pediría que lean Zacarías 2:8-11. Si leen esta porción de la Palabra y hace todo lo posible por descifrar quién es el que envía y quién es el enviado, finalmente se darán por vencido y dirán: “Señor, Tú eres ambos, Tú eres el que envías y también eres el Enviado”. En resumen, hay solamente un Señor de los ejércitos. Él es tanto el que envía como el que es enviado.

II. LA OBRA DEL ESPÍRITU

  El punto crucial de Juan 16 es la obra del Espíritu. Según este capítulo, la obra del Espíritu se divide en tres categorías: convencer al mundo, glorificar al Hijo al revelarlo a los creyentes como la plenitud del Padre, y revelar lo que está por venir. Los escritos de Juan también se dividen en tres categorías: el evangelio, las epístolas, y Apocalipsis. El propósito principal de su evangelio es predicar el evangelio y convencer al mundo; sus epístolas tienen como fin revelar al Hijo con la plenitud del Padre; y lo que escribió en el libro de Apocalipsis revela todas las cosas que sucederán en el futuro.

A. Convencer al mundo

  En el versículo 8 el Señor dijo refiriéndose al Espíritu: “Cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia, y de juicio”. Cada uno de estos tres asuntos —el pecado, la justicia y el juicio— está ligado a una persona. Aparte de Dios, quien es la Persona Divina, existen en el universo tres personas principales: Adán, Cristo, y Satanás. El pecado está relacionado con Adán, la justicia, con Cristo, y el juicio, con Satanás.

  El pecado está relacionado con Adán, porque a través de éste el pecado entró al género humano (Ro. 5:12). En Adán nacimos en pecado. Si usted nació en Adán, nació pecador.

  La justicia está relacionada con Cristo, porque viene de Cristo e incluso es el Cristo mismo que ha resucitado (v. 10; 1 Co. 1:30). Adán es pecado y Cristo es justicia. En Adán somos pecadores y estamos condenados; en Cristo somos justos y estamos justificados. En Adán heredamos el pecado; en Cristo la justicia es impartida a nosotros. No es necesario considerar cómo debemos actuar o comportarnos, porque mientras estemos en Adán seremos pecadores, y mientras estemos en Cristo, seremos justos. Este asunto no depende de nuestra conducta; por el contrario, tiene que ver con dónde estamos. En Cristo somos justos, y en Adán somos pecadores. En Adán estamos condenados, pero en Cristo estamos justificados. La única manera de ser liberados del pecado es creer en Cristo, el Hijo de Dios (v. 9). Si creemos en Él, Él es nuestra justicia, y en Él somos justificados (Ro. 3:24; 4:25).

  El juicio se relaciona con Satanás, pues el juicio es para él. Al creer en Cristo, somos trasladados de Adán a Cristo. No obstante, si no creemos en Cristo, sino que permanecemos en Adán, participaremos del juicio de Satanás. Hablando con propiedad, el juicio de Dios es para Satanás. Dios no tiene la intención de que usted o yo, o cualquier ser humano sufra juicio. Pero si uno permanece en Adán, será juzgado juntamente con Satanás, participando del mismo juicio que él. Esto significa que uno prefiere amar a Satanás, desea permanecer con él y ayudarle a soportar este terrible juicio. No debemos compadecernos de Satanás ni apiadarnos de él. No debemos permanecer en Adán ayudando a Satanás a aguantar su juicio. Si no nos arrepentimos del pecado en Adán y no creemos en Cristo, el Hijo de Dios, permaneceremos en pecado y participaremos del juicio de Satanás por la eternidad (Mt. 25:41).

  Éstos son los temas principales de este evangelio. El Espíritu los usa para convencer al mundo. Al predicar el evangelio, no podemos evitar hacer mención de Adán, Cristo y Satanás. Siempre que prediquemos el evangelio, nuestras palabras girarán en torno a estas tres personas. Toda la humanidad nació en Adán, pero todos pueden ser trasladados de Adán a Cristo. Sin embargo, si uno permanece en Adán, participará del juicio de Satanás.

1. Convence al mundo de pecado

  Ahora veamos detalladamente cada uno de estos tres asuntos, comenzando con convencer al mundo de pecado.

a. La fuente del pecado

  La fuente del pecado es el diablo. Podemos ver esto en Juan 8:44 donde el Señor dijo a los fariseos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de lo suyo habla; porque es mentiroso y padre de mentira”. Ya que el diablo es el padre de los mentirosos, él es la fuente del pecado. El elemento maligno del diablo, obrando como pecado mediante tinieblas y muerte en el hombre, lo esclaviza al pecado. Su naturaleza es una mentira e introduce tinieblas y muerte.

b. Todos nacimos del diablo, la serpiente antigua

  Todos nacimos del diablo, la serpiente antigua (8:44; Ap. 12:9). El diablo es el padre de todos los pecadores; por eso, sus hijos son “los hijos del diablo” (1 Jn. 3:10). El diablo es la serpiente antigua (Ap. 12:9; 20:2), y los pecadores son también serpientes, una cría de víboras (Mt. 23:33; 3:7).

c. Todos nacimos con el veneno de la serpiente

  Todos los pecadores nacieron como hijos del diablo con el veneno de la serpiente (3:14). El diablo es la serpiente portadora del veneno serpentino; por lo tanto, todo el que nazca de él nacerá con su veneno. En nuestra naturaleza caída se encuentra el veneno de la serpiente antigua, el diablo.

d. En Adán todos nacimos pecadores

  Todos los pecadores nacimos en pecado en Adán (9:34). En la actualidad uno acostumbra a identificarse por el país donde nació, pero también deben comprender que nacieron en pecado. Debido a que nacimos en pecado, nacimos pecadores. No tenemos que cometer un pecado para ser pecadores, pues ya nacimos siendo pecadores. De hecho, hemos sido pecadores durante seis mil años. Aunque como ser humano usted puede tener sólo 22 años, como pecador tiene seis mil años. Todos nosotros somos demasiado viejos, pues nacimos pecadores en Adán. No hay pecadores jóvenes. Todos los pecadores son muy viejos, tan viejos como Adán.

e. Todos nacimos condenados

  Debido a que todos nacimos en pecado en Adán, todos nacimos condenados (3:18). Antes de nacer ya estábamos condenados en Adán. Cuando Adán fue condenado, hace seis mil años, nosotros fuimos condenados en Él. Ya que fuimos condenados antes de nacer, nacimos en condenación.

f. Todos nacimos para morir en pecado

  Todos nacimos para morir en pecado (8:21). Los seres humanos no nacieron para vivir, sino para morir. Cuanto más tiempo viva el hombre, más cerca está de la muerte.

g. Todos estamos bajo la esclavitud del pecado

  En Juan 8:34 vemos que todos estamos bajo la esclavitud del pecado. Esto no es un resultado de nuestra elección, sino de la caída de Adán, la cual nos puso bajo la esclavitud del pecado. Debido a que todos nacimos de Adán, todos nos encontramos bajo la esclavitud del pecado.

h. Creer en el Hijo es la única manera de ser libres del pecado

  Ya que estamos bajo la esclavitud del pecado, ¿qué haremos? Separados de Cristo, no hay forma de escaparnos del pecado. Cristo es nuestro camino, Él es nuestro único escape. La única manera de ser librados del pecado es creer en el Hijo (8:24, 36; 3:15-17). Esta fe nos traslada de Adán a Cristo, lo cual es maravilloso. En un instante un pecador puede ser completamente trasladado de su condición pecaminosa en Adán, a Cristo.

i. No creer en el Hijo es el único pecado que condena al hombre a perecer

  En el versículo 9 el Señor dijo que el Espíritu convencería al mundo de pecado “por cuanto no creen en Mí”. Aquí vemos que el único pecado que nos hace perecer es no creer en el Hijo (3:16). Aquí el pecado es el no estar dispuesto a ser trasladados de Adán a Cristo. Si algunos desean permanecer en Adán, esto significa que quieren permanecer en la esfera antigua y no desean entrar a la esfera nueva, que es Cristo. No es necesario que uno cometa pecado para perecer; al contrario, con el simple hecho de no creer en el Señor Jesús, ya está calificado para perecer. No necesita robar un banco, engañar a su esposo, o mentir a sus padres. Tal vez su comportamiento sea excelente, pero mientras no crea en el Señor Jesús, su único destino es la muerte. La única manera de escapar de su situación pecaminosa es creer en el Señor, y el único pecado que lo condena a perecer es el no creer en Él. Por lo tanto, todo depende de sí creemos o no. Si creemos, seremos trasladados de Adán a Cristo. Pero si no creemos, ciertamente pereceremos.

2. Convence al mundo de justicia

a. El Hijo vino y murió para cumplir los justos requisitos de Dios

  El Hijo vino y murió para cumplir con los justos requisitos de Dios (3:14). Él vino en la carne y aun murió en la cruz en forma de una serpiente con el fin de cumplir los justos requisitos de Dios.

b. El Hijo resucitó y fue al Padre como una prueba de que el Padre estaba satisfecho

  En el versículo 10 el Señor dijo que el Espíritu convencería al mundo “de justicia, por cuanto voy al Padre”. Esto significa que el Padre había quedado completamente satisfecho con la muerte redentora del Señor en la cruz y, por tanto, lo aceptaba y lo recibía en Su resurrección. La prueba de que el Padre estaba satisfecho con la redención de Cristo radica en que el Padre mismo lo levantó de los muertos y lo exaltó a Su diestra. La resurrección y ascensión de Cristo son las evidencias que comprueban que Su redención satisfizo a Dios y cumplió todas las exigencias y requisitos divinos. Por esto, Cristo fue librado de la muerte y exaltado hasta los cielos a la diestra de Dios. Ahora la justicia de Dios se manifiesta en justificar a aquellos que creen en Cristo (Ro. 3:26). Si los pecadores creen en Cristo, Dios los justifica, porque Cristo mismo será su justicia. Éste es el segundo asunto acerca del Espíritu que convencerá al mundo.

  Aquí deseo hacerles una pregunta, ¿somos justificados por la muerte de Cristo o por Su resurrección? La respuesta correcta es: por Su resurrección. Esto se comprueba con Romanos 4:25 y 10:9. Romanos 4:25: “El cual fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación”. Y en Romanos 10:9 dice: “Que si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. ¿Cree que el Señor murió por usted, o cree que Dios lo levantó de los muertos? Por supuesto que cree en ambos, pero le sorprenderá saber que no existe ninguna palabra en las Escrituras que diga que debemos creer que el Señor murió por nosotros. En cambio, sí debemos creer que Dios le levantó de los muertos, porque es posible creer que el Señor murió, y no creer que Él resucitó de entre los muertos. Si usted cree que el Señor resucitó, esto ciertamente implica que cree en Su muerte. Cualquiera puede creer que el Señor ha muerto, pero se requiere revelación para creer que el Señor ha resucitado. En Él, el Resucitado, somos aceptados ante Dios. Además, Él está en nosotros en resurrección para vivir por nosotros la vida que puede ser justificada y aceptada por Dios. Por lo tanto, en Romanos 4:25 dice que Él fue resucitado para nuestra justificación. Ésta incluye el hecho de que Dios resucitó y aceptó a Cristo, y que quedó satisfecho con Su muerte redentora.

c. El Hijo es dado a los creyentes como justicia

  Ahora el Hijo como justicia es dado a los creyentes. El Hijo, quien satisfizo al Padre y fue aceptado por Él, ahora es dado a los creyentes como justicia. El Hijo mismo es ahora nuestra justicia. El hecho de que Él iba a ser nuestra justicia (1 Co. 1:30) fue profetizado en Jeremías 23:6, donde dice que Él sería llamado: “Jehová, justicia nuestra”.

d. Los creyentes son justificados en el Hijo

  Los creyentes son justificados en el Hijo y con el Hijo como su justicia. Ya que el Hijo mismo fue dado a los creyentes como su justicia, éstos son justificados en Él delante de Dios. Sólo en el Hijo, quien es nuestra justicia, somos justificados por Dios.

e. Los creyentes son librados de la fuente del pecado, que es el diablo

  Los creyentes son librados de la fuente del pecado, que es el diablo. El diablo es la fuente del pecado, pero el Hijo en la carne destruyó al diablo en la cruz (He. 2:14). Al creer en el Hijo somos librados de la fuente del pecado.

3. Convence al mundo de juicio

a. El juicio es para el diablo, quien es el autor del pecado, el origen de la muerte, el padre de todos los pecadores y el príncipe del mundo

  En el versículo 11 el Señor dijo que el Espíritu convencería al mundo “de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”. Ya vimos que el juicio se relaciona con el diablo. Satanás, el diablo, es el autor del pecado, la fuente de la muerte, el padre de todos los pecadores, y el príncipe del mundo. Como tal, el juicio ha sido preparado para él. Debemos entender que el juicio no es para el hombre, sino para Satanás. No es la intención de Dios juzgar al hombre, pues Su juicio es para Satanás. El lago de fuego fue preparado como el juicio de Dios para Satanás, y de ninguna manera para el hombre. ¿Qué versículo comprueba esto? El libro de Apocalipsis no nos dice esto claramente, pero el libro de Mateo sí. En Mateo 25:41 el Señor dijo que el Rey dirá a ciertas personas: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. ¿Fue el fuego eterno preparado para los seres humanos? No; al contrario, fue preparado para Satanás, el diablo, y para sus ángeles, sus seguidores. Pero si uno rehúsa ser trasladado de Adán a Cristo, participará del juicio preparado para Satanás, ya que prefiere seguir siendo uno de sus seguidores.

b. El príncipe del mundo fue juzgado en la carne de Cristo en la cruz

  Satanás, el príncipe de este mundo, fue juzgado en la carne de Cristo en la cruz (12:31-33; 3:14). En la cruz el Señor como Hijo del Hombre fue levantado en la forma de una serpiente (3:14), esto es, “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3). Satanás, el príncipe de este mundo, como “la serpiente antigua” (Ap. 12:9; 20:2) se inyectó a sí mismo en la carne del hombre. Pero el Señor, por medio de Su muerte en la cruz “en semejanza de carne de pecado”, destruyó a Satanás, quien está en la carne del hombre (He. 2:14). Al juzgar a Satanás (16:11) de esta manera, el mundo que dependía de él también fue juzgado por el Señor. Por lo tanto, el hecho de que el Señor fuera levantado, juzgó al mundo y a su príncipe, Satanás, para echarlo fuera.

c. Todo pecador que no crea en el Hijo, permanecerá con el diablo y participará de su juicio

  Vimos anteriormente que el lago de fuego no fue preparado para los seres humanos, sino para Satanás. Todo pecador que no crea en el Hijo, permanecerá con el diablo y sufrirá su juicio. Si uno coopera con Satanás y sigue siendo uno de sus compañeros, estará juntamente con él en el lago de fuego. Dios ama al mundo y no tiene la intención de que ningún ser humano sea echado al lago de fuego. Ese juicio fue preparado para el diablo. No obstante, si alguien sigue como compañero de Satanás, Dios no tiene otra alternativa sino permitir que sufra el mismo juicio que Satanás.

  Estos tres temas: el pecado, la justicia y el juicio, constituyen un bosquejo del evangelio. El evangelio consiste en el hecho de que en Adán somos pecadores, pero que podemos ser justos y justificados en Cristo. Si no estamos dispuestos a ser trasladados de Adán a Cristo, debemos ser advertidos de que participaremos del juicio preparado para Satanás. En otras palabras, nacimos en Adán, pero la intención de Dios es trasladarnos de Adán a Cristo. Si no estamos de acuerdo con la intención de Dios, permaneceremos en Adán y participaremos del juicio reservado para Satanás. El pecado es de Adán, la justicia es de Cristo y el juicio es para Satanás. Si usted está dispuesto a ser trasladado de Adán a Cristo, será salvo, y no tendrá nada que ver con el juicio. La obra del Espíritu Santo abarca estos tres temas, y cada vez que predicamos el evangelio debemos hablar de ellos. Éste es el evangelio por medio del cual el Espíritu Santo convence a los pecadores a arrepentirse y a creer en el Señor Jesús con el fin de ser salvos.

  En 1933 se me pidió que permaneciera en Shanghái con el hermano Nee y los colaboradores principales. Un día, al leer Juan 16, vi que el pecado, la justicia y el juicio corresponden a tres personas: Adán, Cristo y Satanás. Cierto tiempo después de eso, la iglesia en Shanghái tuvo una reunión para predicar el evangelio, y me pidieron que yo compartiera el mensaje. Después supe que aquella invitación fue una pequeña prueba de parte del hermano Nee, pues deseaba ver en dónde estaba yo con respecto al evangelio. Durante esa reunión me vi obligado a dar un mensaje acerca de los tres temas ya mencionados, los cuales están relacionados con tres personas. Al mirar a la audiencia en aquél salón de reuniones, no vi al hermano Nee. Después me enteré de que él estuvo detrás de la puerta del salón escuchando el mensaje. Mientras predicaba estos tres puntos estaba muy emocionado con ellos, diciendo: “Como seres humanos ustedes nacieron en Adán. Por lo tanto, vuestro nombre es Adán. En Adán han pecado y han sido condenados. Sin embargo, existe otra persona, Cristo. Y hay una manera para que salgan de Adán y entren en Cristo, a fin de ser justificados por Dios. Si creen en Cristo, serán introducidos en Él. Serán trasladados de la primera persona a la segunda. Pero si no creen en Cristo, permanecerán en la primera persona, y finalmente su destino será el mismo de la tercera, Satanás. El juicio fue preparado para Satanás. ¿Van a ayudarle? ¿Van a sentir pena por él? ¿Van a participar de su juicio por la eternidad?”. Éste fue el mensaje que yo compartí poco después de haber visto la luz acerca de estos asuntos en Juan 16. Mientras compartía aquel mensaje, yo mismo fui ricamente nutrido. Más tarde, el hermano Nee tuvo una plática conmigo acerca de dicho mensaje, diciéndome: “Witness, ese mensaje fue realmente bueno”. Cuando le pregunté cuál mensaje, él me respondió que se refería al mensaje acerca de Adán, Cristo y Satanás. Entonces, el hermano Nee me dijo: “Witness, casi nadie ha visto que en Juan 16:8-11 el pecado se relaciona con Adán, la justicia con Cristo y el juicio con Satanás”. Éste es el evangelio. Espero que esto sea predicado dondequiera que vayan las iglesias.

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