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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 37

LA OBRA QUE REALIZA EL ESPÍRITU A FIN DE MEZCLAR LA DIVINIDAD CON LA HUMANIDAD

(2)

B. Glorificar al Hijo al revelarle con la plenitud del Padre

  La primera categoría de la obra que realiza el Espíritu consiste en convencer al mundo mediante la predicación del evangelio y trasladar al hombre de Adán a Cristo. Convencer al mundo es la obra del Espíritu con respecto a ganar, vivificar y regenerar a los pecadores. Pero Su obra incluye mucho más que esto. La segunda categoría de la obra que realiza el Espíritu es glorificar al Hijo por medio de revelarle a los creyentes al Hijo con la plenitud del Padre (Jn. 16:12-15). Podemos decir que el primer aspecto de la obra del Espíritu es atraer y obtener a los hombres, y el segundo aspecto es edificar a los creyentes al revelarles al Hijo con la plenitud del Padre. Ésta es la obra de edificación del Espíritu Santo. El primer aspecto de la obra del Espíritu es convencer a los pecadores para que se arrepientan, crean, y sean regenerados. La segunda categoría consiste en que el Espíritu Santo more en los creyentes regenerados para revelar a Cristo, glorificarle, y hacer que Cristo sea real en ellos.

1. El Espíritu de realidad es todo lo que el Hijo es, hecho realidad

  El Espíritu de realidad es todo lo que el Hijo es, hecho realidad. Después de que el Espíritu nos ha traído a la salvación, Él viene a nosotros como la realidad del Hijo. Todo lo que el Hijo es, todo lo que tiene y todo lo que ha realizado, obtenido y logrado, será completamente forjado en nosotros mediante el Espíritu, quien con el tiempo llega a ser la realidad misma del Hijo, de todo lo que Él es y todo lo que tiene.

2. El Espíritu guía a los creyentes a toda la realidad del Hijo

  El versículo 13 dice: “Pero cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad”. El Espíritu de realidad no guía a los creyentes a la doctrina acerca de Cristo, sino a toda la realidad de Cristo. Esta realidad no es nada menos que Cristo mismo. Así que, el Espíritu de realidad es el que nos introduce a toda la realidad de Cristo.

a. Todo lo que el Padre es y tiene es del Hijo

  En el versículo 15 el Señor dijo: “Todo lo que tiene el Padre es Mío”. Todo lo que el Padre es y tiene, es del Hijo. El Hijo es la corporificación del Padre. Todo lo que el Padre es y tiene está corporificado en Él (Col. 2:9). Todo lo que el Padre es, toda la plenitud de la Deidad, habita en Cristo. Por lo tanto, la plenitud del Padre es la plenitud del Hijo, y la vida y la naturaleza del Padre son también la vida y la naturaleza del Hijo.

b. Todo lo que el Hijo es y tiene es recibido por el Espíritu

  En el versículo 14 refiriéndose al Espíritu de realidad, el Señor dijo: “Él me glorificará; porque recibirá de lo Mío, y os lo hará saber”. Todo lo que el Padre es y tiene, le pertenece al Hijo, y todo lo que el Hijo es y ha obtenido, ha sido recibido por el Espíritu. Toda la plenitud de la Deidad habita en Cristo, y el Espíritu recibe esto de Cristo.

c. El Espíritu revela al Hijo con el Padre a los creyentes

  En los versículos 14 y 15 el Señor dijo que el Espíritu de realidad “recibirá de lo Mío y os lo hará saber”. Todo lo que el Hijo es y tiene es revelado como realidad a los creyentes mediante el Espíritu. Esto es para glorificar al Hijo con el Padre. El Espíritu revela al Hijo con el Padre a los creyentes. Él hace que sea real a nosotros todo lo que Cristo es y todo lo que tiene.

  Ahora veamos algunos ejemplos de cómo el Espíritu hace que Dios en Cristo sea real a nosotros. La Biblia dice que Dios es luz (1 Jn. 1:5). La Biblia también dice que Cristo es la luz (Jn. 8:12). Esto quiere decir que la luz misma que es Dios, es también el Hijo. Pero ¿cómo puede hacerse real esta luz a nosotros? ¿Cómo podemos experimentarla? La experimentamos por medio del Espíritu. Cuando el Espíritu se mueve en nosotros, la luz brilla. La luz es tanto el Padre como el Hijo. El Padre es la fuente y la esencia de la luz, y el Hijo es la corporificación y expresión de la luz, y nosotros la experimentamos de manera práctica por medio del Espíritu. Cuando el Espíritu se mueve en nosotros, Él es la realidad de la luz.

  Lo mismo se aplica a la vida. Dios es vida, y el Hijo también es vida. Dios el Padre es la fuente y la esencia de la vida, y el Hijo es la corporificación y la expresión de la vida. ¿Cómo esta vida puede ser nuestra? Es nuestra por medio del Espíritu. Romanos 8:2 dice que el Espíritu es el Espíritu de vida. Cuando el Espíritu se mueve en nosotros, Él no sólo es la luz que brilla y nos ilumina, sino también la misma vida que nos vivifica, nutre y fortalece.

  El Espíritu es la realidad de todo lo que el Padre y el Hijo son. Sin el Espíritu, aunque tenemos la esencia de lo que son el Padre y el Hijo, no experimentamos la realidad de ello. Tomemos el ejemplo de la electricidad. Aunque podemos tener la corriente eléctrica, todavía necesitamos que sea aplicada a un propósito específico. Cuando la electricidad se aplica, se hace real a nosotros. Del mismo modo, el Espíritu es la aplicación de todo lo que el Padre y el Hijo son. Sin el Espíritu como realidad y aplicación, aunque todo puede ser real, no está disponible ni es aplicable. Si hemos de aplicar todo lo que Dios y Cristo son, necesitamos al Espíritu. Debemos alabar al Señor porque hoy en día Él no es solamente el Padre y el Hijo, sino también el Espíritu. Él no es sólo la fuente y el curso, sino también la aplicación. El Espíritu llega a nosotros, y al entrar en nosotros aplica todo lo que necesitamos del Padre y del Hijo. Esto es maravilloso.

  La vida de iglesia depende completamente del Espíritu. Las simples doctrinas acerca del Padre y el Hijo son inadecuadas. Necesitamos una aplicación viviente del Padre en el Hijo por medio del Espíritu. El Espíritu glorifica al Hijo al revelarle como Aquel en quien habita toda la plenitud del Padre. Tomemos el ejemplo de la humildad. Nadie nace humilde. Dicen equivocadamente que los niños son humildes, pero la verdad es que todo niño pequeño es orgulloso. Somos orgullosos por nacimiento y por naturaleza. Más aún, somos orgullosos de nuestra manera de vivir. ¿Qué es la humildad? La humildad es Cristo. Él es la realidad de todas las virtudes humanas y de todos los atributos divinos. Todas estas virtudes y atributos simplemente son Cristo mismo. En un sentido positivo, Cristo lo es todo. Él es la humildad, el amor, la paciencia y la sumisión. Aparte de Él, nada ni nadie es bueno, ni siquiera nosotros. Toda virtud y todo atributo es Cristo. ¿Cómo glorifica el Espíritu a Cristo? Él le glorifica revelando todos Sus aspectos uno a uno. Por ejemplo, en todo lo que Cristo es hay una cualidad llamada humildad. Un día el Espíritu le revela a usted Cristo como su humildad. Esto no es una doctrina sobre la humildad, sino la persona viviente de Cristo que le ha sido revelada a usted como la humildad. Espontáneamente, una humildad viviente aflorará de usted. Ésta es la glorificación de Cristo. Ésta es la manera en que el Espíritu glorifica a Cristo, el Hijo de Dios. No lo hace dándole enseñanzas acerca de la humildad de Cristo, sino revelándole directamente a Cristo como su humildad. Entonces, esta humildad brota espontáneamente de su ser, y esto es la glorificación del Hijo.

  Con el tiempo cada característica de Cristo será expresada en la vida de iglesia. Ya no habrá una expresión judía, griega, americana, inglesa, japonesa, china, filipina ni ninguna otra característica particular. Solamente se verá la expresión de Cristo. Esto es lo que quiere decir que el Espíritu glorifica al Hijo revelándolo a los creyentes como Aquel que posee toda la plenitud del Padre. Todos tenemos una gran necesidad de experimentar esto. Esta experiencia enriquecerá, fortalecerá y elevará la vida de iglesia y ciertamente la hará florecer.

d. La mezcla de la divinidad y la humanidad

  La vida de iglesia es una mezcla de la divinidad y la humanidad. Cuando el Espíritu glorifica al Hijo con el Padre, el Dios Triuno se forja en los creyentes y se mezcla con ellos. Este asunto de la mezcla de la divinidad con la humanidad ha sido muy descuidada por los creyentes de hoy. Este asunto, que es el punto más central de la verdad, ha sido descuidado por casi todos los cristianos, ya que a ellos les interesan principalmente las doctrinas. Pero en Juan 16, así como en 1:14 y 17, la palabra verdad, en el griego, significa “realidad” y no “doctrina”. Interpretar la palabra verdad usada en estos versículos de Juan, como doctrina, causaría gran daño. En el idioma griego simplemente significa “realidad” o “veracidad”. Cuando el Espíritu de realidad viene a nosotros, nos guiará a la plena realidad de Cristo y nos mezclará con el Dios Triuno. Cuanto más es revelado el Hijo a nosotros con la plenitud del Padre, más experiencias tendremos del Hijo. Entonces, en la vida de iglesia habrá más mezcla de la divinidad con la humanidad. La vida de iglesia es una mezcla diaria de lo divino con lo humano.

C. Hacer saber las cosas que habrán de venir

  Ya vimos que la obra del Espíritu, como se presenta en Juan 16, tiene tres aspectos: convencer al mundo, glorificar al Hijo revelándolo a los creyentes como Aquel en quien habita toda la plenitud del Padre, y hacer saber las cosas que habrán de venir. Los tres aspectos de la obra del Espíritu corresponden a las tres secciones de los escritos de Juan: su evangelio, sus epístolas y Apocalipsis. Su evangelio tiene como fin principalmente convencer al mundo, sus epístolas mayormente revelan al Hijo en quien habita toda la plenitud del Padre, y Apocalipsis es el libro que revela las cosas que ocurrirán en el futuro. En el versículo 13 el Señor dijo que el Espíritu “os hará saber las cosas que habrán de venir”. Estas cosas se revelan principalmente en Apocalipsis (Ap. 1:1, 19). En Apocalipsis se revelan cuatro asuntos principales: el progreso de la iglesia (caps. 1-3); el destino del mundo (caps. 4-16); la consumación final de Satanás, Babilonia la Grande (caps. 17-20); y la máxima consumación de Dios, la Nueva Jerusalén (caps. 21-22). El libro de Apocalipsis nos revela todos estos asuntos.

III. EL HIJO IBA A NACER EN RESURRECCIÓN COMO UN RECIÉN NACIDO

  En los versículos del 16 al 24 vemos un punto bastante difícil de entender: el Hijo iba a nacer en resurrección como un niño recién nacido. El Señor había dicho a Sus discípulos que Él sería inmolado y que el mundo se alegraría, pero que ellos llorarían y lamentarían (v. 20). Entonces, el Señor les dijo que una mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo (v. 21). ¿Quién es esta mujer? Ella es todo el grupo de discípulos. ¿Quién es el niño, el hijo? El niño es Cristo. ¿Qué es el nacimiento? Es la resurrección.

A. Los discípulos son representados por una mujer con dolores de parto

  En el momento en que el Señor declaró esto a los discípulos, Él era uno con ellos, tal como un niño que es concebido en el vientre de su madre es uno con ella mientras espera el alumbramiento para ser un recién nacido. En este sentido, los discípulos eran la mujer con dolores de parto. En aquellos tres días, los discípulos sufrieron los dolores de parto mientras Cristo nacía en resurrección como el Hijo de Dios. Después de la resurrección del Señor, esta “mujer” tuvo un niño y se regocijó (Jn. 20:20).

B. El Hijo que nacería

  El hombre que nació en el mundo es el Hijo. El Hijo iba a nacer en resurrección (Hch. 13:33) como Hijo de Dios (He. 1:5; Ro. 1:4). Por medio de la resurrección el Señor nació como Hijo de Dios. En el pesebre el Señor nació como Hijo del Hombre, pero en Su resurrección Él nació como Hijo de Dios. Hechos 13:33 comprueba esto: “La cual [la promesa] Dios ha cumplido ... resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres Tú, Yo te he engendrado hoy”. ¿En cuál día fue Cristo engendrado como Hijo de Dios? Fue en el día de la resurrección. Su resurrección fue Su nacimiento.

  ¿Acaso el Señor no era el Hijo de Dios antes de Su resurrección? Sí. Entonces, ¿por qué tuvo que nacer como Hijo de Dios en resurrección? ¿Qué quiere decir Romanos 1:4 cuando dice que Él: “fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”? Salmos 2:7, el cual es citado en Hechos 13:13 así como en Hebreos 1:5, profetizó que Cristo sería engendrado como Hijo de Dios en resurrección. ¿Cómo podemos explicar esto? Cristo era el Hijo de Dios encarnado como hombre. Hablando con propiedad, Su elemento humano no era el Hijo de Dios, pero dentro de Su humanidad moraba el Hijo de Dios. Antes de Su muerte y resurrección, Él era el Hijo de Dios en la humanidad, pero Su parte humana no era el Hijo de Dios. Por lo tanto, Él tuvo que pasar por la muerte y resurrección, a fin de introducir Su elemento humano en la filiación. Su parte divina, la cual era el Hijo de Dios, no necesitaba nacer como Hijo de Dios; pero Su parte humana sí tenía que nacer como Hijo de Dios para ser designado como tal. Antes de la muerte y resurrección del Señor, Él era el Hijo de Dios; pero al mismo tiempo, siempre que los hombres lo veían, podrían preguntar: “¿Quién es este hombre; es el Hijo de Dios?” Si Él era el Hijo de Dios, ¿por qué todavía hacían preguntas acerca de Él? Lo hacían por causa de Su parte humana. Su humanidad no parecía ser Hijo de Dios. Pero por medio de Su muerte y resurrección, Su parte humana fue procesada y así introducida a la filiación. Ahora, después de Su resurrección, nadie dudaría que Él es el Hijo de Dios. Ciertamente todos dirán: “¡Éste es el Hijo de Dios!”. Ésta es la razón por la que Él tuvo que nacer en resurrección para ser designado el Hijo de Dios. En este sentido, Él fue un niño nacido en resurrección. Antes de Su resurrección, jamás se había visto a alguien como el Señor en todo el universo. Pero después de Su resurrección, Él era el maravilloso niño que poseía las naturalezas divina y humana, la divina glorificada y la humana “hijificada”. La madre debe haber estado muy feliz con el nacimiento de este niño tan precioso.

C. Cristo viene en resurrección a los creyentes

  Como vimos anteriormente, la madre, es decir, la mujer, mencionada en el versículo 21, representa a los discípulos. Cristo, después de nacer en resurrección, fue a visitar a Sus discípulos en la noche del día de Su resurrección, y ellos se regocijaron con Su presencia (20:20). Como una madre se goza al ver a su niño recién nacido, así los discípulos se regocijaron cuando vieron al Señor el día de la resurrección. En el versículo 16 el Señor les había dicho: “Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis”. El Señor moriría y sería sepultado, y los discípulos no le verían “por un poco”, pero después de “otro poco” volverían a verlo, porque Él resucitaría. El mundo no puede ver al Señor porque no ve al Señor resucitado. Únicamente los discípulos pueden ver al Señor resucitado, al Admirable. Juan 20:20 es el cumplimiento de la predicción que el Señor hizo en Juan 16:22. El Señor predijo que los discípulos estarían felices y gozosos, y Juan 20:20 muestra que los discípulos se regocijaron grandemente al ver al Señor el día de la resurrección.

D. Los creyentes son uno con el Hijo y oran en Su nombre

  En los versículos 23 y 24 el Señor dijo: “En aquel día no me preguntaréis nada; de cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidáis al Padre en Mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en Mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido”. Aquí vemos que los creyentes son uno con el Hijo y oran en Su nombre. Por medio de la resurrección, Él nació como Hijo de Dios y llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora nosotros, los creyentes, en el espíritu, por el Espíritu y con el Espíritu podemos ser uno con Él. Pedir “en el nombre” significa “pedir en Él”. Estar en Su nombre significa ser uno con Él. Cuando somos uno con el Señor, no oramos en nosotros mismos, sino en Él. La oración que expresemos en unidad con el Señor, sin lugar a dudas será contestada. Cuando oramos, Él ora juntamente con nosotros. Por ejemplo, si no soy uno con usted, y aun así hago cosas en su nombre, esto no está bien. Pero si verdaderamente soy uno con usted, puedo hacer y afirmar todo en su nombre. Del mismo modo, todos los creyentes pueden hacer y afirmar cosas en Su nombre, porque son uno con Él.

  Esto puede confirmarse con Juan 20:22-23, donde dice: “Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonáis los pecados, les son perdonados, y a quienes se los retenéis, les son retenidos”. Esto significa que ya que hemos recibido el Espíritu Santo, y que somos uno con el Señor y Él uno con nosotros; a todo el que libremos de sus pecados, el Señor también lo librará; y a todo el que le retengamos sus pecados, el Señor también los retendrá. Lo que desatemos, será desatado por el Señor; y lo que atemos, será atado por el Señor, porque en el Espíritu somos uno con Él. Pero debe estar seguro de que al atar algo, usted se encuentre en el Espíritu, porque si no, esto no dará resultado. Debemos estar en el Espíritu antes de poder ser uno con el Señor. Entonces, lo que atemos, el Señor también lo atará; lo que desatemos, Él también lo desatará; y lo que le pidamos, el Padre nos lo dará en el nombre del Señor.

IV. LOS CREYENTES TIENEN PAZ EN EL HIJO A PESAR DE LA PERSECUCIÓN

A. El Hijo vino del Padre

  En ese tiempo el Señor indicó claramente a Sus discípulos que Él había salido del Padre, y ellos creyeron esto (vs. 27, 28, 30). Dios el Padre era Su fuente; Él salió de la fuente y vino al mundo a declarar y revelar a Dios al hombre para que éste pudiera conocer al Padre y tener acceso a esa fuente.

B. El Hijo vuelve al Padre

  El Señor, después de terminar Su comisión en la tierra, volvió, al morir y resucitar, al Padre, la fuente de la cual había salido, para preparar el camino y la base sobre la cual el hombre pudiera ser introducido en el Padre (v. 28).

C. El Hijo declara el Padre a los creyentes

  En aquel entonces Él Señor les prometió a Sus discípulos declararles al Padre (v. 25). Esto fue cumplido en Su visita a los discípulos después de Su resurrección, cuando les declaró el nombre del Padre a Sus hermanos (He. 2:12), dándoles a conocer la vida y naturaleza del Padre. En resurrección, como el Primogénito de Dios, el Señor hace que nosotros los muchos hijos de Dios, Sus hermanos, conozcamos al Padre en vida, es decir, al participar de Su naturaleza divina (2 P. 1:3-4).

D. Los creyentes son uno con el Hijo y oran en Su nombre

  El Señor, por medio de Su resurrección hizo que los discípulos fuesen uno con Él. Desde ese momento, ellos ya pueden orar en Su nombre (v. 26). Debido a que están identificados con el Señor, Él ya no ora por ellos, sino que ora juntamente con ellos en sus oraciones. Ellos ya no oran indirectamente al Padre por medio del Hijo, sino directamente al Padre en el Hijo, porque son uno con Él.

E. Los creyentes son esparcidos durante los sufrimientos del Hijo

  Durante los sufrimientos del Hijo, Sus discípulos fueron esparcidos, dejándole solo (v. 32). Pero Él no estaba solo, porque el Padre estaba con Él. Aun en el momento de Sus sufrimientos, el Padre estaba con Él. Sus discípulos lo dejaron, pero el Padre no lo dejó.

F. Los creyentes tienen paz en el Hijo vencedor

  En el Señor tenemos paz (v. 33). Aunque Él murió y resucitó, nosotros permanecemos en el mundo donde no hay paz. En este mundo sólo encontraremos aflicciones. Pero el Señor mismo será nuestra paz, y hallaremos paz en Él. Por mucho que este mundo nos aflija y nos persiga, el Señor ya venció al mundo y, por eso, no debemos preocuparnos ni debemos temer al mundo. Dejemos que el mundo nos perturbe y nos persiga, Él Señor es nuestra paz. Él ya venció al mundo.

  Es necesario repasar lo revelado en Juan 14 al 16: el capítulo 14 habla de la morada mutua; el capítulo 15, del organismo; y el 16 es un capítulo suplementario de los capítulos 14 y 15. En éste capítulo tenemos la obra del Espíritu Santo, la cual produce la mezcla de la divinidad y la humanidad. Vimos anteriormente, en el capítulo 14, que dicha mezcla finalmente llegó a ser la morada mutua. Esta morada es un organismo, el Cuerpo de Cristo, donde Cristo crece en la vida divina para expresar al Padre. Éste es el organismo revelado en el capítulo 15. El capítulo dieciséis nos revela la manera en que se efectúa la mezcla de la divinidad y la humanidad, la cual se realiza mediante la obra del Espíritu Santo. Primero, la obra del Espíritu consiste en convencer a los pecadores a que crean en Cristo y sean trasladados de Adán a Cristo. En segundo lugar, la obra del Espíritu es revelar a Cristo, en quien habita toda la plenitud del Padre, a todos los creyentes que han sido trasladados a fin de que puedan ser edificados con toda la plenitud de la Deidad para expresar al Dios Triuno y glorificar al Hijo con el Padre. Por favor, tenga presente estos puntos: el capítulo 14 habla de la morada mutua; el capítulo 15, del organismo viviente; y el 16, de la obra del Espíritu Santo, la cual consiste en convencer al mundo y edificar a los santos con la plenitud de la Deidad, a fin de que la iglesia pueda glorificar al Hijo con el Padre.

  Debo decir una breve palabra adicional acerca del organismo. Ninguna sociedad humana es un organismo. Todas ellas son organizaciones. Únicamente la iglesia apropiada y genuina es un organismo. No hay vida en ninguna de las organizaciones sociales, porque no hay nada orgánico en ellas. No obstante, la iglesia sí es orgánica, pues contiene la vida divina. En el capítulo 15 vemos que la vid es el organismo del Dios Triuno, quien se ha forjado en este organismo y ahora mismo crece dentro de él. La vida, naturaleza, sustancia, esencia, y toda la plenitud del Dios Triuno se han forjado en la vid. Por lo tanto, la vid no es una organización carente de vida; por el contrario, es un organismo lleno de vida, que crece, funciona, expresa al Padre, cumple Su propósito y realiza Su economía. ¡Alabado sea el Señor porque en el universo hay tal organismo viviente! El Padre es la fuente, sustancia, esencia, naturaleza y vida de este organismo; el Hijo es la corporificación y la expresión de este organismo; y el Espíritu es la realidad y lo que hace real a este organismo. Hoy, la iglesia es el Cuerpo de este organismo. El Hijo es la Cabeza del Cuerpo y la raíz de la vid que crece con la vida divina, y que expresa las riquezas divinas para cumplir el propósito eterno de Dios. Éste es el organismo que lleva a cabo la economía divina. ¡Aleluya por este misterio divino!

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