Mensaje 38
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En este mensaje llegamos a la profunda oración hecha por el Señor en el capítulo Jn. 17. Ésta es la oración que completa el mensaje que el Señor dio en los capítulos Jn. 14, Jn. 15 y Jn. 16. Al leer cuidadosamente desde el capítulo 14 al 17, descubrimos que estos capítulos tienen un sabor muy específico en cuanto a su expresión y composición, un sabor que es completamente diferente a los otros capítulos de la Biblia. Aunque indudablemente toda la Biblia es el aliento de Dios, estos capítulos tienen un sabor, un gusto especial, que nadie puede imitar. No solamente es un sabor santo, sino que además es divino. Ningún ser humano puede expresar algo tan divino. El sabor de estos capítulos es especial, impresionante y único, porque es totalmente divino. La persona que los escribió debe de haber sido divina; ningún ser humano pudo haber escrito algo parecido. Ningún hombre podría decir: “Padre, glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Sólo el Hijo de Dios pudo expresar tales palabras. Aunque usted no pueda entender estos capítulos, si está en el espíritu al leerlos, percibirá su sabor divino. Éstas son las palabras divinas, la expresión divina y el fluir divino con el sabor divino. Tengo la plena certeza de que la Biblia es la Palabra de Dios. ¿Quién, aparte de Dios, podría haber escrito estos cuatro capítulos? ¿Podría Juan, un simple pescador de Galilea, expresar tales cosas? ¡Imposible! Si reuniéramos a doscientos doctores en filosofía, ellos no tendrían la sustancia suficiente para producir un escrito con dicho sabor. ¡Cuánto debemos adorar al Señor por estos cuatro capítulos! Debemos adorarlo por el mensaje que dio antes de Su muerte y debemos adorarlo por la oración con que lo concluyó.
Para entender el significado de la oración del Señor, debemos recordar el pensamiento central de Su mensaje dado en los tres capítulos anteriores. Este pensamiento es rico, profundo e insondable. El primer aspecto de este pensamiento central consiste en que el Señor Jesús, el Hijo de Dios, fue enviado por el Padre para que estuviera entre nosotros. Luego, fue transfigurado de la carne al Espíritu para que pudiera entrar en nosotros. En otras palabras, Él fue transfigurado en el Espíritu Santo, y Él entra en nosotros como el Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo entra en nosotros, lo hace como el Espíritu de realidad, para hacer que el Señor Jesús sea real para nosotros en todos los aspectos. Al hacer esto, el Señor nos introduce en el Padre e introduce al Padre en nosotros. Ésta es la mezcla de la divinidad y la humanidad, y en esta mezcla está incluida la morada mutua. Nosotros llegamos a ser la morada del Dios Triuno, y Él, a Su vez, llega a ser nuestra morada. Podemos morar en el Dios Triuno, y el Dios Triuno en nosotros. Éste es el pensamiento central del profundo y glorioso mensaje dado por el Señor en estos tres capítulos. Después de darlo, el Señor ofreció una oración para concluirlo.
¿Cuál es el tema, o sea, el pensamiento central, de esta oración? Aunque el tema de esta oración tiene mucho que ver con el pensamiento central del mensaje anterior, sigue siendo difícil descubrir cuál es este tema. Yo pasé mucho tiempo en Juan 17 sin tener la menor idea del significado de esta oración. Cuando era joven, escuché que en este capítulo el Señor oró por la unidad. Sin embargo, la unidad o que los creyentes sean uno entre sí, no es el tema de esta oración. La unidad sólo yace en la superficie, pero hay algo más hondo y profundo que se encuentra debajo de esto, y para nosotros no es muy fácil escudriñarlo. Juan 17 es un capítulo muy profundo y difícil de sondear. ¡Cuánto agradecemos al Señor que poco a poco Él nos ha mostrado el verdadero significado, el pensamiento central, de Su oración en este capítulo.
La glorificación es el concepto básico de la oración del Señor en Juan 17. En el versículo 1 el Señor dijo: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Éste es el tema, el pensamiento central, de esta oración. Si vemos los puntos principales de los tres capítulos anteriores, lograremos entender lo que significa que el Hijo sea glorificado para que el Padre pueda ser también glorificado. El Padre ha de glorificar al Hijo para que el Hijo glorifique al Padre. Hay una mutua glorificación entre el Hijo y el Padre. Si el Padre glorifica al Hijo, entonces el Hijo glorificará al Padre.
Tal como la oración que se hace al concluir un mensaje transmite el punto principal de dicho mensaje, la oración del Señor abarca el punto central del mensaje que Él dio en los tres capítulos precedentes. Tengan esto presente para que les ayude a entender esta oración. El punto principal del mensaje del Señor en los capítulos 14, 15 y 16 de Juan, consistió en que el Hijo debía ser glorificado para que el Padre pudiera ser glorificado en el Hijo. ¿En qué forma el Padre es glorificado en el Hijo? Por medio del organismo de la vid. Ya vimos que éste tiene como fin la propagación y extensión de la vida, es decir, la multiplicación y reproducción de la vida, y también la expresión del Dios Triuno. Cuando el Dios Triuno es propagado, multiplicado y expresado a través de este organismo, el Hijo es glorificado, y en esta glorificación, el Padre es glorificado también. De manera que el Señor oró para que el Hijo fuera glorificado a fin de que el Padre también pudiera ser glorificado.
El propósito eterno de Dios, Su propósito final, es manifestarse y expresarse a Sí mismo. Hemos hecho notar en varias ocasiones que la glorificación simplemente significa la manifestación. Ser glorificado es ser manifestado y expresado. Por ejemplo, la electricidad que no se manifiesta, permanece oculta. Antes de que una lámpara se encienda, la electricidad está escondida dentro de la lámpara. Cuando encendemos la lámpara, la electricidad se manifiesta y se expresa. De igual forma, Dios quiere manifestarse y expresarse. Así como la electricidad es glorificada cuando es manifestada, así también Dios es glorificado cuando es manifestado.
En la creación, Dios creó al hombre a Su propia imagen (Gn. 1:26). La imagen denota cierta clase de expresión. Sin una imagen, Dios no podría ser expresado. Por lo tanto, la imagen es la expresión misma de Dios. Dios al crear al hombre a Su propia imagen, quería ser expresado. El Señor Jesús es Dios, quien se encarnó como hombre con el fin de dar a conocer al Dios invisible. Juan 1:18 dice que a Dios nadie le vio jamás, pero que el Hijo lo ha dado a conocer. A Dios nadie lo ha visto pues es invisible. Nadie jamás ha visto a Dios, excepto Su Hijo. Ahora, por medio de Su encarnación, el Hijo lo ha dado a conocer. Dar a conocer a Dios significa expresarle. El Señor Jesús es la imagen misma del Dios invisible (Col. 1:15); esto significa que Él es la expresión del Dios invisible.
El mejor ejemplo de la glorificación es el florecimiento de la flor. Por ejemplo, una semilla de clavel es sembrada en la tierra. Después de brotar, florece. Este florecimiento es la glorificación de la semilla de clavel. Ésta contiene el elemento y la forma de la vida del clavel. El estilo, color y belleza de la flor se encuentran en la pequeña semilla de clavel, pero nadie puede verlos hasta que la semilla brote de la tierra y florezca. La flor es la gloria de la semilla. El florecimiento es la glorificación de la semilla, porque al pasar por el proceso de florecimiento la semilla es glorificada y expresada.
Cuando Jesucristo vino en la carne, Él era como esa pequeña semilla de clavel. En Él, es decir, en Su forma humana, Su cáscara humana, estaba toda la belleza y forma de la vida divina. Todos los aspectos bellos de la vida divina se encontraban escondidos en ese pequeño nazareno. Un día, Él fue sembrado en tierra. Después de morir, germinó y floreció en Su resurrección. En Su resurrección, la belleza, la forma, el estilo, el color y las riquezas de Su vida fueron liberadas y expresadas. Esto fue la glorificación del Hijo. Puesto que todo lo que el Padre es, está corporificado en el Hijo, cuando el Hijo es glorificado, el Padre también es glorificado en la glorificación del Hijo.
Después de que el Señor se encarnó, expresó a Dios hasta cierto grado; sin embargo, la gloria de Dios, la gloria de todos Sus atributos, permanecía escondida en Su carne. La gloria de toda la plenitud de Dios estaba cubierta y revestida por Su carne. De manera que el Señor dijo a Sus discípulos que Él tenía que morir y ser resucitado. La palabra morir no es una palabra agradable para nosotros. Sin embargo, para una semilla no es malo caer en la tierra y morir. Es bueno porque la gloria y la belleza de la flor que se encuentran dentro de la semilla, se liberan cuando ésta muere. La belleza colorida y la riqueza de la gloria son liberadas mediante la muerte y la resurrección. Ésta es la glorificación. Después de que el Señor les comunicó a Sus discípulos Su muerte inminente y Su resurrección, Él ofreció una oración al Padre, pidiendo que el Padre glorificara al Hijo, a fin de que toda la gloria escondida en Él pudiera ser manifestada por medio de Su muerte y resurrección. Glorificar al Hijo significa manifestar toda la gloria escondida en Su carne, y mediante la muerte y resurrección liberar toda la gloria divina oculta en la carne del Hijo.
Ya vimos que el tema de la oración que el Señor hace en Juan 17 es la glorificación. Él era Dios encarnado, y Su carne era un tabernáculo en el cual Dios podía morar en la tierra (1:14). Su elemento divino estaba encerrado en Su humanidad, de la misma manera que la gloria shekinah de Dios estaba encerrada en el tabernáculo. Una vez, en el monte de la transfiguración, Su elemento divino se liberó del interior de Su carne y fue expresado en gloria, lo cual fue visto por tres de Sus discípulos (Mt. 17:1-4; Jn. 1:14). Pero luego se escondió de nuevo en Su carne. Antes de esta oración, Él predijo que sería glorificado y que el Padre sería glorificado en esto (12:23; 13:31-32). Luego dijo, que tenía que pasar por la muerte para que la cáscara de Su humanidad fuera quebrantada y así, Su elemento divino, Su vida divina, pudiera ser liberada. Además, Él necesitaba resucitar para elevar Su humanidad introduciéndola en el elemento divino y para que Su elemento divino fuera expresado a fin de que todo Su ser, lo divino y lo humano, fuera glorificado. De este modo, el Padre sería glorificado en Él. Por todo esto Él oró en Juan 17.
El Señor oró por la glorificación del Dios Triuno. El cumplimiento de esta oración, es decir, la respuesta a ella, se efectúa en tres etapas. La primera etapa fue la resurrección del Señor. En Su resurrección toda la belleza de la vida, la esencia de la vida, el color de la vida, la forma de la vida y todos los aspectos de la vida divina del Dios Triuno fueron liberados. En Su resurrección, Su vida divina fue liberada del interior de Su humanidad e impartida en Sus muchos creyentes (12:23-24), y todo Su ser, incluyendo Su humanidad, fue introducido en la gloria (Lc. 24:26), y en ella el elemento divino del Padre fue expresado. Dios primeramente contestó y cumplió esta oración en la resurrección del Señor (Hch. 3:13-15).
En segundo lugar, esta oración se ha cumplido en la iglesia, en el sentido de que al ser expresada Su vida de resurrección por medio de Sus muchos miembros, Él es glorificado en ellos, y el Padre es glorificado en Él por medio de la iglesia (Ef. 3:21; 1 Ti. 3:15-16). Cuando vemos a la iglesia en Hechos en el día de Pentecostés, podemos ver allí la belleza, la forma y las riquezas de la vida divina. La resurrección del Señor no constituyó el pleno cumplimiento de Su oración, sino sólo el primer paso de la misma; el siguiente paso es la iglesia. La era de la iglesia comprende desde el día de la resurrección hasta la segunda venida del Señor. Durante este tiempo el Señor se ha estado glorificando a Sí mismo en los creyentes. A través de todas las generaciones el Hijo de Dios ha sido y sigue siendo glorificado. ¿Qué estamos haciendo hoy en día? Si nos estamos reuniendo para exhibir a Cristo, esto significa que lo estamos glorificando y manifestando. Si estamos dando testimonio de Él, esto significa que estamos manifestando a Cristo. El testimonio del Señor constituye la manifestación y glorificación del Señor por medio de nosotros. Si deseamos ser un testimonio del Señor Jesús en nuestro trabajo, en nuestra escuela y en muchos otros lugares, esto significa que queremos que el Señor Jesús sea manifestado por medio de nosotros. Esto es la glorificación del Señor. Cuando el Señor es manifestado y glorificado por medio de nosotros, el Padre, a Su vez, es glorificado en el Señor. Así que, hoy la oración del Señor sigue siendo cumplida por medio de la iglesia.
En la iglesia podemos ver la belleza y las riquezas de la vida divina. Pero a veces también podemos hallar en la iglesia la fea expresión humana. Por un lado, la iglesia contiene la vida divina; por otro, aún permanece la vida humana natural. En la iglesia la vida divina es expresada, pero a veces, la vida humana y natural se expresa también. Cuando se expresa la vida divina, vemos la belleza y la gloria. Pero es una vergüenza y una desgracia cuando la vida humana natural es expresada.
No vea usted el lado oscuro de la iglesia. No busque el bote de basura; venga a la sala y vea toda la belleza que hay aquí. En todas las casas hay por lo menos un lugar donde se pone la basura. De igual manera en cada iglesia local hay un lugar para la basura. Tal lugar es desagradable y mal oliente. No trate de encontrarlo. Por el contrario, prefiera la sala de cada iglesia local. Siempre que visite una iglesia local debe olvidarse del rincón donde se pone la basura. No vaya allí a buscar la basura, sino a visitar a la iglesia. Por lo tanto, debe estar en la sala, disfrutando la belleza de la vida divina expresada en esa iglesia en particular. No importa cuán débil sea una iglesia local, habrá en ella al menos un poco de la belleza de la vida divina. Debemos ver la belleza de la vida de iglesia, porque la vida de iglesia es la segunda etapa de la glorificación del Dios Triuno.
Algunos hermanos y hermanas no hacen otra cosa que buscar el bote de basura de la iglesia local. A algunos no sólo les gusta buscar la basura, sino que también les agrada exponerla. Ellos nunca quieren ver la belleza de la vida divina en su localidad. Siempre notan la basura. Éstos descubren donde está la basura para exponerla y exhibirla. A ellos les gusta crear un espectáculo para exhibir toda la basura en su iglesia local. Cada vez que hacen esto se hallan en tinieblas. A veces, los colaboradores jóvenes vienen a mí buscando consejo antes de ir a visitar otra iglesia local, y siempre les digo: “Cuando vayan a esa iglesia, hagan lo posible por descubrir sus aspectos positivos. Olvídense de los puntos malos que puedan ver. Ni siquiera los miren; permanezcan alejados de ellos. No dejen que les impresione la basura que encuentren en la iglesia que visitan”. Aun en su iglesia local no debe usted tratar de descubrir la basura. Si hace esto, usted será el primero en sufrir. Al primero que dañará la basura es a usted. Me gusta ir al comedor de las iglesias locales. En cada hogar, lo mejor que se puede hallar allí siempre se pone en la mesa del comedor. Sólo vaya, siéntese a la mesa, disfrute lo que hay allí y diga: “¡Alabado sea el Señor, aleluya!”. Después de quedar satisfecho, despídase y váyase. No me gusta enterarme de nada malo o negativo. Sólo tengo ojos para ver lo glorioso. Debemos creer que cada iglesia local, siempre y cuando sea una iglesia adecuada, tiene cierta cantidad de la belleza de la vida divina.
¿Cuál es la tercera etapa del cumplimiento de la oración del Señor en Juan 17? Es la Nueva Jerusalén. Esta oración se cumplirá finalmente en la Nueva Jerusalén. El Hijo será plenamente expresado en gloria, y Dios será glorificado en Él por medio de la ciudad santa por toda la eternidad (Ap. 21:11, 23-24). Miremos el cuadro de la Nueva Jerusalén: es un vaso que expresa a Cristo a fin de que Dios sea expresado a través de Cristo. La Nueva Jerusalén es la glorificación del Hijo, y por eso el Padre puede ser glorificado por medio del Hijo.
Tal vez usted no entienda por completo el cuadro que describe la Nueva Jerusalén. Apocalipsis 21 y 22 revelan claramente que Dios es la luz, y que Cristo, el Cordero, es la lámpara. La luz está en la lámpara, y ésta es el centro de la ciudad, alrededor de la cual hay un muro transparente. Dios es descrito como la luz que resplandece a través de la lámpara, que es el Hijo de Dios. El Hijo de Dios será glorificado a través del muro transparente de la ciudad. La ciudad está compuesta de todos los redimidos, tiene los nombres de las doce tribus de Israel y los nombres de los doce apóstoles. Las doce tribus representan a todos los santos del Antiguo Testamento, y los doce apóstoles, a todos los santos del Nuevo Testamento. La Nueva Jerusalén se compone de todos los redimidos quienes son completamente transparentes y quienes son juntamente edificados. Ellos tienen a Cristo, el centro, como la lámpara en la que brilla Dios, la luz. Cuando la lámpara es manifestada y glorificada a través del muro de la ciudad, la luz de la lámpara es también glorificada.
La Nueva Jerusalén es un cuadro completo que muestra la manera en que el Hijo de Dios es glorificado en esa ciudad, y cómo el Padre es glorificado en la glorificación del Hijo. Muchas veces, algunos queridos santos me han dicho: “Hermano, no se puede imaginar cuán débil y pobre es la iglesia en mi localidad”. Pero a mí no me gusta oír eso, porque es una mentira. Es posible que la iglesia sea débil hoy, pero después de algún tiempo esa situación cambiará. Quizás usted no tiene la fe para afirmar esto con respecto a su iglesia local. Tal vez usted diga: “No, la iglesia en mi localidad nunca será mejor”. No use la palabra “nunca”, porque al menos en la Nueva Jerusalén su iglesia será muy buena, pues cada parte de la Nueva Jerusalén será resplandeciente y gloriosa.
En 1941, durante una reunión de oración de la iglesia en Shanghái, una hermana responsable ofreció una larga oración. En aquella oración ella dijo gimiendo: “Oh, Señor, ten misericordia de nosotros. La iglesia aquí es tan débil”. Inmediatamente después de eso el hermano Nee ofreció una oración en la que dijo: “Alabado sea el Señor porque la iglesia no es débil; la iglesia es gloriosa”. Su oración sacudió a todos. Allí parecía haber una batalla entre esas dos oraciones. ¿Cuál oración era correcta? Cuando finalmente estemos en la Nueva Jerusalén, veremos que la oración del hermano Nee era la correcta. La iglesia es totalmente gloriosa. No ayude a Satanás, el mentiroso, a esparcir sus mentiras; no crea tales mentiras. La iglesia es gloriosa. Si no parece serlo hoy, será gloriosa mañana, el próximo año o en la próxima era. En la eternidad, ciertamente toda la iglesia será gloriosa.
Ya vimos que esta oración tiene un triple cumplimiento. La primera etapa del cumplimiento fue la resurrección del Señor Jesús. El Señor Jesús, por medio de Su resurrección, fue manifestado y glorificado y, por esta glorificación, el Padre también fue glorificado. El segundo paso de su cumplimiento es en la iglesia. Desde el día de Pentecostés hasta la segunda venida del Señor, el Espíritu Santo ha estado manifestando, y seguirá manifestando, a Cristo por medio de los creyentes. En otras palabras, el Espíritu Santo glorifica a Cristo por medio de la iglesia. Cuando Cristo es glorificado, el Padre también es glorificado en el Hijo. La última etapa del cumplimiento de esta oración ocurrirá cuando llegue la plenitud de los tiempos. En ese momento, cuando todos los redimidos del Antiguo y del Nuevo Testamento serán juntamente hechos una composición que será la expresión completa del Dios Triuno. En esta plena expresión, Cristo será la lámpara y Dios será la luz. Cristo será manifestado y glorificado mediante la Nueva Jerusalén, y Dios el Padre será manifestado y glorificado en el Hijo, y también por medio de la Nueva Jerusalén. Esto será el total cumplimiento de la palabra del Señor: “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”.
El Hijo ha de ser glorificado junto con el Padre (vs. 1, 5). En el versículo 5 el Señor dijo: “Ahora pues, Padre, glorifícame Tú junto contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. La palabra con es usada tres veces en este versículo. En las palabras junto contigo, contigo y con, se encuentra la misma palabra griega. El sentido de esta palabra es “junto con”. Esto significa que el Hijo y el Padre son exactamente iguales en cuanto a la glorificación. El Hijo es glorificado junto con el Padre y tiene la misma gloria que el Padre. Esta palabra confirma lo que el versículo 1 afirma con respecto a la Deidad de la Persona del Señor, o sea, que Él tenía la gloria divina junto con el Padre antes que el mundo fuese, es decir, en la eternidad pasada, de modo que ahora Él debe ser glorificado junto con el Padre con aquella gloria. El Señor participa en la gloria divina, no separadamente, sino junto con el Padre, porque Él y el Padre son uno (10:30). El Señor, al orar de esta manera, reveló Su Persona, Su Deidad, y demuestra que Él es igual al Padre en la gloria divina.
El Padre es glorificado en la glorificación del Hijo. El Padre nunca podría ser glorificado aparte del Hijo, porque el Padre ha confiado todo lo que Él es y tiene al Hijo. El Padre está corporificado en el Hijo, así que no puede ser glorificado de forma independiente, sino únicamente en la glorificación del Hijo. Hemos visto que el Señor fue glorificado en Su resurrección. En tanto que el Señor sea expresado y glorificado, el Padre también será expresado y glorificado. Ya que el Señor es uno con el Padre, y el Padre está en el Señor, la expresión de la gloria y la belleza del Señor manifiesta la gloria y la belleza de Dios el Padre. Debido a que ambos son uno, el Padre es glorificado en la glorificación del Hijo. Ya que el Padre está en el Hijo, el Señor declaró: “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”.
El Padre es glorificado también por medio de los creyentes del Hijo. El Padre es la fuente, la esencia, el origen y todo para la vid, pero ésta no puede ser expresada ni glorificada sin los pámpanos. El Padre es glorificado en la glorificación del Hijo, y la glorificación del Hijo se lleva a cabo por medio de Sus pámpanos.
En los versículos 1 y 5 vemos que la divinidad y la deidad del Hijo son iguales a las del Padre. El Hijo es divino, al igual que el Padre. La Deidad del Padre es la Deidad del Hijo. La Deidad del Hijo es igual a la Deidad del Padre. Las palabras: “Glorifícame Tú junto contigo” quieren decir que la gloria del Hijo es la gloria del Padre. Por ejemplo, decir que nos sirvan comida a mi amigo y a mí es lo mismo que decir que le sirvan comida a mi amigo, y que me sirvan comida a mí. Mi amigo tiene el mismo rango que yo. Del mismo modo, el Hijo tiene el mismo rango que el Padre. El Hijo es glorificado juntamente con el Padre, con la gloria que el Padre le dio antes de la fundación del mundo. Así que, el Hijo tiene exactamente el mismo rango que el Padre. En otras palabras, la Persona del Señor puede ser ubicada en el mismo rango que la del Padre. La glorificación del Hijo tendrá exactamente el mismo rango que la glorificación del Padre. Por lo tanto, Su Persona es igual a la del Padre.
El versículo 2 dice: “Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste”. Esto se refiere a la obra del Señor. El Hijo tiene la autoridad del Padre sobre toda la humanidad para dar vida eterna, no a toda la humanidad, sino a aquellos que el Padre le ha dado, a los escogidos del Padre. El Padre le ha dado autoridad al Hijo sobre toda carne, sobre toda la humanidad. Toda la humanidad se encuentra bajo la autoridad del Hijo, porque el Padre le ha confiado tal autoridad. El Señor tiene autoridad para regir toda la humanidad. ¿Para qué tiene Él tal autoridad? Para dar vida eterna a todo aquel que el Padre le haya dado. Si leemos cuidadosamente este versículo, veremos que el Señor tiene autoridad para regir sobre toda la humanidad a fin de dar vida eterna a aquella parte de la humanidad que el Padre ha escogido y que le ha dado. El Señor creó al hombre, ejerció Su autoridad sobre él y redimió a algunos de ellos con el propósito de darles vida eterna. En otras palabras, el Señor primero debe crear, luego regir sobre aquellos escogidos que creó, redimirlos y, finalmente, darles vida. Por lo tanto, la obra del Señor consiste en crear, gobernar, redimir e impartir vida. El Señor tiene el mismo rango que el Padre; Él es el que crea, gobierna, redime y da vida eterna. No piense que usted ha recibido vida eterna por casualidad. No; no ha sido algo fortuito, pues de entre los billones de seres humanos, Dios el Padre le amó a usted, lo eligió y lo marcó. Hay una marca divina en nosotros.
El Padre no solamente nos marcó, sino que nos puso en las manos de Su Hijo. No se considere a sí mismo como un pobre y lastimoso pecador. Aunque en cierto sentido sí lo es, en otro sentido, usted es un elegido en las manos del Hijo. Debe decir: “Alabado sea el Dios Triuno porque soy un valioso don que el Padre ha dado al Hijo. Para el Señor soy querido, valioso, bueno, elevado y precioso. Somos un don, no un bote de basura. El Padre no le daría basura a Su Hijo. Como uno que ha sido dado al amado Hijo de Dios, para Él yo soy querido valioso, dulce y precioso”. Si usted comprende esto, cambiará completamente su visión, actitud y concepto, no sólo en cuanto a sí mismo, sino también a los demás santos. ¿Cree usted que todos los queridos hermanos y hermanas son dones dados al Hijo? ¿No cree que son dones aun aquellos que no le agradan a usted? Si ve esto, ciertamente amará a todos los santos, porque cada uno de ellos es un don elegido por el Padre y dado al Hijo. El Padre nos seleccionó de entre billones de seres humanos. Todos somos los elegidos, lo mejor que hay en la tienda universal de regalos. Todos nosotros fuimos seleccionados y entregados al amado Hijo de Dios.
El Padre dio al Hijo la autoridad, no sólo para reinar sobre la humanidad, sino también para preservarla. Dios el Hijo ejerció esta autoridad cuidando de la humanidad a fin de que nosotros llegásemos a existir. Individuos como Hitler han masacrado muchísimas vidas, pero Dios el Hijo parece decir: “Hitler, usted se va al infierno. Yo tengo que preservar a la humanidad. Todos aquellos dones queridos que el Padre me ha dado, tienen que nacer. Estoy buscando estos regalos”. Alabado sea el Señor porque todos nosotros somos esos queridos regalos que el Padre dio al Hijo.
En el versículo 3 el Señor dijo: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo”. ¿Qué es la vida eterna? Cuando yo era joven, me enseñaron que la vida eterna sólo era una bendición para el futuro. Pero ahora sé que la vida eterna es la vida divina con la función especial de conocer a Dios y a Cristo (cfr. Mt. 11:27). Cada tipo de vida tiene su función: la de la vida de un perro es ladrar, la de la vida de un ave es volar, la de la vida de un gato es cazar ratones y la de la vida de una gallina es poner huevos. Pero la función de la vida divina es conocer a Dios. Dios y Cristo son divinos. Para conocer a la Persona divina necesitamos la vida divina. Puesto que los creyentes nacen en la vida divina, ellos pueden conocer a Dios y a Cristo (He. 8:11; Fil. 3:10). Hebreos 8:11 dice que no es necesario enseñar a los santos neotestamentarios a conocer a Dios. ¿Por qué no es necesario enseñarles esto? Porque todo creyente neotestamentario conoce a Dios. Los creyentes de la era del Nuevo Testamento tienen la vida divina, y ésta es la vida que conoce a Dios. No necesitamos enseñarle a un perro a ladrar, porque la vida del perro tiene la función de ladrar. De la misma manera, ya que tenemos la vida divina, no necesitamos que nos enseñen a conocer a Dios, porque la función de la vida divina es conocer a Dios y a Cristo. ¡Oh, que podamos conocer a Cristo! Todos podemos conocerlo porque tenemos la vida divina cuya función es conocer a Dios y a Cristo.