Mensaje 4
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En este mensaje estudiaremos la última parte del primer capítulo del Evangelio de Juan (Jn. 1:19-51). El tema principal de este pasaje es Jesús como el Cordero de Dios, y el Espíritu Santo como la paloma, hacen que los creyentes sean hechos las piedras para la edificación de la casa de Dios con el Hijo del hombre como el elemento. Este tema consta de cinco puntos principales: el Cordero de Dios, la paloma, las piedras, la edificación de la casa de Dios y el Hijo del Hombre. El Cordero de Dios se relaciona con la redención, la paloma tiene como fin impartir la vida, transformar y edificar, la piedra es el material, la casa es el edificio y el hombre es la sustancia del edificio de Dios. En primer lugar, el hombre es redimido por el Cordero; luego, la paloma lo regenera y lo transforma. De esta manera, el hombre se convierte en una piedra, con la cual la paloma puede edificar. La paloma no sólo regenera, sino que también transforma y une, lo cual produce con el tiempo la edificación de la casa de Dios. La esencia, el elemento básico, de la casa de Dios no es la divinidad, sino la humanidad. La divinidad es el habitante y la humanidad es la morada. Sin embargo, ésta no es una humanidad natural ni la que fue creada; más bien, esta humanidad ha sido regenerada, transformada y elevada, o sea, que ha pasado por el proceso de la creación, encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión. Cuando la humanidad pasa por este proceso maravilloso, llega a ser la sustancia del edificio de Dios, la morada de Dios. Ningún otro libro presenta este punto tan claramente como los escritos de Juan, tanto en su evangelio como en sus epístolas y su libro de Apocalipsis. Por lo tanto, debemos dedicar tiempo para estudiarlos.
Juan 1:19-51 es una larga sección compuesta de treinta y tres versículos. ¿Por qué es tan larga? Por años me inquietó este asunto y me preguntaba: “El lenguaje de los primeros dieciocho versículos es bastante económico, ni una sola palabra es desperdiciada. ¿Por qué Juan usa tantas palabras en esta parte del capítulo?”. No podía entender por qué Juan un escritor tan parco y simple usó tantos versículos. Si yo la hubiera escrito, sólo habría usado siete u ocho versículos, para contar que los fariseos le preguntaron a Juan si él era el Mesías, Elías o el profeta, que Juan bautizó a la gente en agua, que presentó a Jesús como el Cordero de Dios junto con la paloma que descendió y reposó sobre Él, y que el Señor atrajo cinco discípulos que le siguieron, y que el Señor le cambió el nombre a uno de ellos. Sin embargo, Juan usó muchos más versículos. ¿Con qué propósito? Muy pocos cristianos han visto la intención que tenía Juan al escribir los versículos del 19 al 51. Por lo tanto, debemos dedicar tiempo para considerar esto.
Si usted lee todo el Evangelio de Juan, descubrirá que la religión es lo que más se opuso a Cristo. Nada le causó más problemas ni lo obstaculizó tanto como la religión judía. La religión es el enemigo de Cristo. Impide que Cristo sea vida para el hombre. Al final, la religión sentenció a Cristo a muerte. El sistema político de los romanos no fue responsable de ello, ya que bajo la dirección de Pilatos, era muy débil para hacerlo. La religión judía utilizó el sistema político romano para sentenciar a Cristo. Por lo tanto, Juan nos muestra en su evangelio que la mayor oposición contra Cristo como vida proviene de la religión. Por esto en el capítulo uno él usó muchos versículos para describir la deplorable situación religiosa. La intención de Juan era presentar la lastimosa condición de la religión.
Los versículos del 19 al 25 revelan el concepto de los religiosos, el cual va totalmente en contra del pensamiento divino. Los religiosos esperaban un gran líder, alguien como el Mesías, Elías o el profeta (conforme a las Escrituras: Dn. 9:26; Mal. 4:5; Dt. 18:15, 18). El concepto religioso consiste en buscar a grandes personas como el Mesías o a un gran profeta como Elías. Los religiosos siempre buscan un gran líder que lleve a cabo portentos y milagros, para que los salve y los libere. Por lo tanto, los líderes judíos enviaron mensajeros para que le preguntaran a Juan el Bautista si él era el Mesías. Por supuesto, Juan contestó que no. Entonces le preguntaron si era Elías, y también contestó que no. En el capítulo 18 de Deuteronomio, Moisés le prometió a Israel que vendría un gran profeta. Y desde ese día que se dio la promesa Israel siempre esperó la venida de tal profeta, así que cuando Juan el Bautista apareció, le preguntaron si él era aquel. No obstante, Juan contestó que no era el profeta. Podemos ver que este principio aún está presente en la situación religiosa actual. La gente en todas partes siempre busca grandes predicadores que sean famosos. Los religiosos de hoy, igual que los fariseos, escribas y sacerdotes principales, no buscan la vida; sino movimientos grandes y un gran líder. Aunque ellos esperan un líder que los anime, después de que éste viene y se va, ellos permanecen en su mortandad.
El contraste presentado en esta porción del Evangelio de Juan es muy impresionante. Ya vimos que los religiosos estaban esperando a un gran líder y que le preguntaron a Juan el Bautista si él era el Mesías, Elías o el profeta. Cuando él repetidas veces les dijo que no, entonces finalmente le preguntaron: “¿Quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?”. Juan contestó: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto”. ¿Qué es una voz? No es nada; usted la escucha y se desvanece. No se puede tocar. Tal parece que Juan decía: “Yo no soy nadie. Soy sólo una voz. Yo no soy el Mesías ni Elías, ni el profeta”. Los religiosos estaban decepcionados, ¿qué les podían decir a los que los habían enviado? Es posible que le dijeran a Juan: “¿Regresaremos a los que nos enviaron y les diremos que tú dices que eres sólo una voz? ¿Qué es esto? Esto no tiene sentido”. Y así es, para la religión, la vida no tiene sentido.
¿Qué dijo Juan cuando vio a Jesús? Él no dijo: “He aquí el doctor Jesucristo”, sino: “He aquí el Cordero de Dios”. Si yo hubiese sido Juan el Bautista, habría dicho: “He aquí el León de la tribu de Judá”. Usted, ¿cómo habría presentado a Jesús, como el Cordero o como un león? Si usted me presentara a Cristo como un león, yo huiría, porque le tengo miedo a los leones. Sin embargo, Jesús fue presentado como un Cordero. Mientras los religiosos esperaban a un gran líder, Juan presentó a Jesús como el pequeño Cordero de Dios. Jesús no vino para ser el gran líder de un movimiento religioso, sino que vino como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. No es un asunto de un movimiento; sino de redención, de solucionar el problema del pecado de la humanidad. No necesitamos a un doctor en teología ni a un líder religioso, lo que necesitamos es un pequeño Cordero que quite nuestros pecados. Necesitamos que Jesús, el Cordero de Dios, muera por nosotros y derrame Su sangre para nuestra redención. La situación actual es igual a la de los tiempos de Juan el Bautista. La religión todavía espera a un gran líder que pueda realizar un gran movimiento. Sin embargo, en la economía de Dios, Jesús no es esta clase de líder. Él simplemente es el Cordero de Dios. Cuando leemos este mensaje debemos decir: “Señor Jesús, para mí Tú no eres un gran líder, Tú eres el Cordero de Dios quien murió en la cruz por mis pecados. Gracias por Tu muerte, Tu sangre y Tu redención. No me interesa un gran líder. Yo sólo quiero a este pequeño Cordero que me redimió”. El concepto religioso consiste en que venga un gran líder, pero la economía divina consiste en que un Cordero que muera para redimir al hombre del pecado. Ya que el problema del pecado requiere una solución, la redención es indispensable. Necesitamos que el Cordero de Dios quite nuestros pecados.
Juan no sólo presentó a Cristo como el Cordero de Dios, sino también como el Cordero con la paloma (1:32-33). El Cordero quita el pecado del hombre, y la paloma trae a Dios como vida al hombre. El Cordero tiene como fin efectuar la redención, es decir, redimir al hombre caído y regresarlo a Dios, y el propósito de la paloma es dar vida, a fin de que el hombre reciba la unción, o sea, ungirlo con lo que Dios es, introducir a Dios en el hombre y al hombre en Dios, y unir en Dios a los creyentes. El Cordero y la paloma son necesarios para que el hombre participe de Dios. La paloma es el símbolo del Espíritu Santo, cuya labor es traer Dios al hombre y unir al hombre con Dios. El Cordero, por el lado negativo, resuelve el problema del pecado del hombre; la paloma, por el lado positivo, trae Dios al hombre. El Cordero separa al hombre del pecado, y la paloma une a Dios con el hombre.
Juan presentó a Jesús como el Cordero con una paloma, no con un águila. Pareciera que algunos cristianos tienen un águila en lugar de una paloma. Una paloma no es grande ni salvaje, sino pequeña y delicada. Aquí la paloma representa al Espíritu Santo, quien imparte vida, regenera, unge, transforma, une y edifica. No da poder sino vida. No tiene poder, pero está llena de vida y percepción. La Biblia valora los ojos de la paloma, ya que éstos son su característica más preciosa. En Cantar de cantares, el Señor alaba a la que lo ama por sus ojos de paloma (1:15). La paloma no es un símbolo de poder, sino de vida. Es hermosa, pequeña y está llena de vida.
Cuando lleguemos a Juan 12, veremos que el Señor se compara a Sí mismo con algo aún más pequeño que una paloma, esto es, con un grano de trigo (12:24). Un grano de trigo no tiene buena apariencia externa ni tampoco tiene poder, sino más bien, está lleno de vida para reproducir y propagar la vida, o sea, multiplicarla. Por lo tanto, el Evangelio de Juan trata de la vida y no del poder. El Cordero no se relaciona con el poder, sino con la redención. Si Jesús hubiera venido como un león, nadie lo habría podido crucificar. Sin embargo, Él vino como un pequeño Cordero que fue llevado al matadero e inmolado por nuestra redención (Is. 53:7). ¡Qué diferencia existe entre la vida y la religión! La religión busca el poder, los movimientos y los grandes líderes. Pero, la vida necesita un Cordero que efectúe la redención para quitar todas las cosas pecaminosas y una paloma que llene de vida, que imparta vida, que regenere, unja, transforme, unifique y edifique. Entonces Dios tendrá una casa, Bet-el. Todos debemos ver esto.
Espero que hayamos visto que debemos abandonar completamente la religión con todos sus conceptos. No obstante, temo que después de leer este mensaje algunos todavía piensen que necesitan poder para producir un gran movimiento. La economía de Dios no consiste en enviar a un líder poderoso para que comience un movimiento, sino en enviar al Hijo de Dios como el Cordero con Su Espíritu como la paloma a fin de realizar la redención e impartirle vida al hombre. La economía de Dios consiste en que un grano caiga en la tierra y muera para producir muchos granos que serán compenetrados a fin de ser un solo pan, que es el Cuerpo de Cristo, la iglesia que expresa a Cristo. Lo que necesitamos es la redención con la vida.
El Cordero con la paloma atrajo a los hombres para que lo siguieran. Cuando Juan el Bautista dijo: “He aquí el Cordero de Dios”, dos de sus discípulos fueron atraídos por Jesús, y Juan estaba contento de esto. ¿Cuáles fueron estos discípulos? El primero fue Andrés y el segundo debe haber sido Juan, el escritor de este evangelio, quien por humildad no mencionó su nombre. Después de que Andrés fue atraído, él encontró a su hermano, Simón, y lo llevó al Señor (1:41-42). Cuando el Señor vio a Simón, le cambió el nombre a Cefas, o sea, Pedro, lo cual significa “piedra”. El Señor hizo referencia a esto en Mateo 16:18 cuando le hablaba a Pedro acerca de la edificación de la iglesia. Es probable que a raíz de esto Pedro recibiera el concepto de las piedras vivas para la edificación de la casa espiritual (1 P. 2:5), la cual es la iglesia. El significado de la palabra piedra denota una obra transformadora que produce los materiales para el edificio de Dios (1 Co. 3:12).
En un mismo capítulo tenemos las figuras del Cordero, la paloma y la piedra. ¿Cuál es el significado de estas figuras? El significado es que el Cordero junto con la paloma producen las piedras. La redención junto con la regeneración y la transformación produce las piedras. Repito que no debemos tratar de entender el Evangelio de Juan sólo por las letras impresas, sino que debemos encontrar el verdadero significado de las alegorías. ¿Qué representa el Cordero? Según Éxodo 12, el cordero pascual se degollaba por los pecados del pueblo y se lo comía para la satisfacción del pueblo. ¿Qué representa la paloma? El Antiguo Testamento nos muestra que la paloma es una criatura llena de belleza y de vida. Por lo tanto, ésta representa a la tercera Persona de la Deidad que viene a la humanidad y le imparte vida. Esta paloma, que desciende sobre el hombre, forma un par con la redención y tiene como fin producir piedras. No produce predicadores, ministros, ni eruditos en teología; sólo produce piedras. Como hemos visto, estas piedras sirven para la edificación de Bet-el, la casa de Dios.
Aunque Andrés conoció al Señor antes que Pedro, Jesús no le cambió su nombre. ¿Por qué? Si nosotros hubiésemos estado en el lugar del Señor le hubiésemos cambiado el nombre de Andrés por piedra y a Juan lo hubiésemos llamado diamante. No obstante, el Señor Jesús no actuaba con prisa, sino en forma gradual, aun al cambiarle el nombre a Pedro y no a Andrés. Si yo hubiese sido Andrés, habría dicho: “Señor, ¿por qué no cambiaste mi nombre? Eso no es justo. Yo vine primero. ¿Por qué le diste a Simón un nombre nuevo y a mí no? Señor, también tienes que cambiar mi nombre”. Sin embargo, el Señor no le cambió el nombre a Andrés, lo que indica que todo depende de Él y que nunca hace nada de prisa.
Felipe fue el siguiente en ser atraído hacia el Señor Jesús. Sin embargo, el Señor no hizo nada con él. Luego Felipe encontró a Natanael y dijo: “Hemos hallado a Aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (v. 45). Esta información no era correcta, ya que Jesús no era hijo de José, sino de María (Mt. 1:16), y no nació en Nazaret, sino en Belén (Lc. 2:4-7). Cuando Natanael dijo: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?”, Felipe le dijo: “Ven y ve”. Felipe tuvo razón al no discutir con Natanael. Él se dio cuenta de que él mismo no comprendía bien y por esto sólo le dijo: “Ven y ve”. Todos debemos aprender esta lección. Hay muchos “Felipes” entre nosotros, quienes, después de haber visto algo del Señor, han salido a hablar de forma indebida, dando mala información. Por lo tanto, no debemos discutir con otros, sino simplemente decirles que vengan y vean. Natanael fue. Aunque el Señor no hizo nada con Felipe, sí lo hizo con Natanael al hablarle del sueño de Jacob (Jn. 1:51).
¿Por qué el Señor hizo algo con Simón y con Natanael, y no con Andrés ni Felipe? Esto nos muestra un principio: el Señor no usa al primero, sino siempre al segundo. El primero pertenece a la vieja creación. Por ejemplo, durante la Pascua en Egipto murieron todos los primogénitos. No debemos ser los primeros, ya que si deseamos ser los primeros, estaremos acabados con el Señor. Aunque sea bueno ser el primero en la escuela, esto no es bueno en la iglesia. Con el Señor Jesús nunca tratemos de ser los primeros. Aprendamos a ser los segundos; de lo contrario erraremos el blanco. Todo el mundo desea ser el primero; sin embargo, si estamos dispuestos a ser los segundos, el Señor hará algo con nosotros. Simón fue el segundo, y el Señor le reveló el asunto de ser una piedra. Natanael también fue el segundo, y el Señor le reveló la casa de Dios.
“Y le dijo: De cierto de cierto, os digo: Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre” (v. 51). Los antiguos judíos sabían que esto se refería al sueño de Jacob (Gn. 28:10-22). Cuando Jacob estaba huyendo de su hermano, una noche durmió a la intemperie, y usó una piedra como almohada. Entonces, soñó que los cielos se abrían y que una escalera fue colocada en la tierra, la cual llegaba al cielo, y por la cual subían y descendían ángeles. Cuando Jacob se despertó dijo: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo” (v. 17). Entonces ungió la piedra con aceite y llamó a aquel lugar Bet-el. Las palabras del Señor a Natanael fueron el cumplimiento de este sueño. Cristo, como el Hijo del Hombre en Su humanidad, es la escalera puesta entre la tierra y el cielo para mantener el cielo abierto a la tierra y unir la tierra al cielo con miras a la casa de Dios. Jacob derramó aceite (un símbolo del Espíritu Santo, la última Persona del Dios Triuno que llega al hombre) sobre la piedra (un símbolo del hombre transformado) para que ésta fuera la casa de Dios. En Juan 1 junto con Cristo en Su humanidad, está el Espíritu (v. 32) y la piedra (v. 42) para la casa de Dios. Dónde se encuentren éstos, allí hay un cielo abierto. Por lo tanto Cristo, como hombre, es la escalera que abre el cielo y une la tierra con el cielo y trae el cielo a la tierra. Dondequiera que esté Cristo en Su humanidad, allí hay puerta al cielo, Bet-el, es decir, la edificación de la casa de Dios con todas las piedras, que son las personas transformadas.
Como una introducción al Evangelio de Juan, Juan 1 nos presenta a Cristo como el Hijo de Dios (vs. 34, 49) y el Hijo del Hombre. Natanael lo reconoció como el Hijo de Dios y se dirigió a Él como tal (v. 49), pero Cristo le dijo a Natanael que Él era el Hijo del Hombre. El Hijo de Dios es Dios con Su naturaleza divina, la divinidad. El Hijo del Hombre es un hombre con Su naturaleza humana, la humanidad. Como Hijo unigénito de Dios, Él da a conocer a Dios (v. 18), trae Dios al hombre y lleva el hombre a Dios. Pero, como Hijo del Hombre, edifica la habitación de Dios en la tierra entre los hombres. El edificio de Dios necesita Su humanidad. En la eternidad pasada Cristo sólo tenía la divinidad, pero en la eternidad futura Cristo tendrá la divinidad y la humanidad para siempre.
En el capítulo 1 de Juan hay tres secciones diferentes. La primera sección, compuesta de los primeros trece versículos, termina con los hijos de Dios. La segunda sección, del versículo 14 al 18, termina con el Hijo unigénito de Dios. La tercera sección, compuesta de los últimos treinta y tres versículos, termina con el Hijo del Hombre. Los hijos de Dios son la ampliación y el agrandamiento de Dios para Su expresión corporativa. El Hijo unigénito de Dios es la manifestación de Dios, dándole a conocer a todas las personas que disfrutan de la plenitud de Dios como gracia y realidad. El Hijo del Hombre tiene como fin edificar la casa de Dios. Así que, Dios tiene muchos hijos, y ellos constituyen Su expresión, manifestándole de forma corporativa. Para expresar a Dios corporativamente, se necesitan Sus muchos hijos, para darlo a conocer, se necesita al Hijo unigénito de Dios, y para edificar la casa de Dios, se necesita al Hijo del Hombre.
Juan 1 comienza con el Verbo y termina con Bet-el, la casa de Dios. Existe un largo trecho entre el versículo 1 y el 51. En éste encontramos varios temas: Dios, la creación, la vida, la luz, la carne, el tabernáculo, la gracia, la realidad, la manifestación de Dios, el Cordero, la paloma, la piedra, la escalera, la humanidad de Jesús y finalmente la casa de Dios. Esto es vida y edificación. En un sólo capítulo podemos ver el principio, el Verbo, a Dios, la creación, la vida, la luz, los muchos hijos de Dios producidos en vida, la carne, el tabernáculo, la gracia, la realidad, la plena manifestación de Dios, el Cordero que quita el pecado del mundo, y la paloma que regenera, unge, transforma, une y edifica. Además, podemos ver una piedra, una escalera, el cielo abierto y la casa de Dios. ¡Aleluya nosotros somos partes de la casa de Dios!
El Evangelio de Juan es maravilloso y profundo. En el mismo no tenemos a un gran líder religioso; tenemos a un pequeño Cordero y una paloma aún más pequeña. El Cordero y la paloma nos hacen piedras para el edificio de Dios. No somos teólogos, sino piedras que sirven para la edificación. No somos una organización religiosa, sino Bet-el, la casa de Dios.
Después de que Jesús fue presentado como el Cordero con la paloma, la gente comenzó a seguirlo. Este aspecto de Cristo es crucial para el cumplimiento del propósito de Dios. Entre Dios y el hombre existía un problema: el pecado. También el hombre carecía de la vida. Dios quería que el hombre tuviese vida. Sin embargo, lo que tenía era pecado, carecía de vida. Por lo tanto, el Cordero vino para quitar el pecado. Aunque el Cordero ha quitado el pecado y ha resuelto el problema que éste representaba, todavía el hombre necesitaba vida. La paloma vino para impartir la vida. ¡Aleluya, el pecado fue quitado y la vida fue impartida! El pecado se fue y la vida ha llegado.
Esta es la redención más la unción. La redención quita nuestro pecado, y la unción nos trae la vida y el suministro de vida. Puesto que tenemos la redención y estamos bajo la unción del Espíritu, ya no tenemos problemas con el pecado ni carecemos de vida. Como resultado de que se haya quitado el pecado y se haya impartido la vida, estamos en el proceso de transformación, que es la obra del Espíritu que unge. Después de regenerarnos, el Espíritu opera dentro de nosotros transformándonos en piedras. Por medio de nuestro nacimiento natural somos barro. Cuando nacemos de nuevo, entramos en un proceso de transformación, pues el Espíritu que regenera es el Espíritu que transforma.
Nosotros estamos siendo transformados en piedras para la edificación de la casa de Dios. Pocos cristianos han visto la edificación de la casa de Dios que se revela en Juan 1. Aunque muchos maestros bíblicos han mencionado el asunto de la vida en este capítulo, casi todos han pasado por alto la meta, la cual es el edificio. La vida no es la meta, sino el procedimiento por el cual Dios obtiene el edificio. Por lo tanto, la vida es para el edificio y es quien lo mantiene. La meta es la edificación de la casa de Dios.
Cuando los hombres eran atraídos por el Señor y comenzaban a seguirlo, Él tenía esta meta en mente. En Juan 1, al Señor Jesús no lo seguía una gran multitud, sólo cinco discípulos. Es posible que Juan el Bautista estuviese decepcionado por esto, ya que él había proclamado: “He aquí el Cordero de Dios” y como resultado de ello, sólo dos discípulos siguieron al Señor Jesús. Si usted piensa que el recobro del Señor se ha movido muy lentamente, le pediría que se fijara en los seguidores que tuvo el Señor. En Hechos 1 dice que el Señor, al final de los tres años y medio de Su ministerio, sólo había ganado a ciento veinte personas. El Señor no busca hacer un movimiento. Los movimientos crecen de la noche a la mañana, como los hongos. Sin embargo, el Señor no procede de esta manera, sino que los hace por medio de una semilla que se siembra y toma su tiempo en crecer. Por lo tanto, en Juan 1 no se habla de un gran movimiento, sino del camino estrecho de la vida. Al principio sólo dos personas le siguieron. Luego se les unieron Simón, Felipe y Natanael. Aunque eran pocos, había una piedra y también la casa de Dios. Por lo tanto, esto no es un asunto de cuántas personas siguen a Jesús; sino de cuantas sean piedras para la edificación. Mientras hayan piedras, la casa de Dios puede ser edificada. A Dios no le interesa el número de personas, sino las piedras y el edificio. Ésta es la necesidad actual de Dios. Dios desea obtener personas que sean transformadas en piedras para la edificación de Su casa.
El Señor habló con Natanael acerca del sueño de Jacob. ¿Dónde está la casa de Dios con la que Jacob soñó? Cuando Jacob tuvo esta revelación, él no tenía casa y estaba vagando. Si el hombre no tiene casa, Dios tampoco la tiene. Cuando Jacob necesitaba una casa, Dios también la necesitaba. Por esto Dios le dio a Jacob esta revelación por medio de un sueño. La casa de Dios necesita de una piedra sobre la cual se ha derramado aceite. Ya mencionamos que las piedras representan al pueblo de Dios que ha sido regenerado y transformado, y que el aceite representa a Dios cuando viene al hombre como el Espíritu. Cuando por fin Dios se una a Su pueblo transformado, Él tendrá una casa. Esto fue efectuado cuando Cristo vino como el Cordero con la paloma para redimirnos de nuestros pecados y unirnos a Dios. A raíz de este hecho todos podemos ser piedras transformadas para la casa de Dios. Entonces el Hijo del Hombre como la escalera espiritual puede unir la tierra y el cielo y mezclar a Dios con el hombre. Es en este punto que nos damos cuenta de que la intención final de Dios es obtener una casa que sea edificada con personas que han sido regeneradas y transformadas, y que están unidas a Dios en el Hijo del Hombre por el Espíritu Santo. Este es un cuadro de la Nueva Jerusalén, la cual es el edificio de piedras vivas con la gloria de Dios. En la eternidad futura, la consumación máxima de la obra de Dios será la existencia de una morada para Dios.
Debemos olvidarnos de todos los conceptos religiosos y debemos tomar el concepto divino, el cual se basa en Cristo como el Cordero con la paloma, es decir, el Redentor con el Espíritu. Cristo es el Redentor con el Espíritu, quien es el poder que regenera, transforma y une. El Espíritu de Cristo nos regenerará, transformará y unirá a Dios y a los demás. Olvidémonos de los conceptos religiosos que consisten en tratar de ser buenos para complacer a Dios o en tratar de hacer algo para Él. Debemos ver que Dios desea regenerarnos y transformarnos en piedras, es decir, cambiarnos de Simón a Cefas. Todos los que han sido atraídos al Cordero de Dios, con quien está la paloma, serán transformados en piedras para la casa de Dios. Debemos recibir la visión de que necesitamos ser transformados y edificados en la casa que Dios desea. Esto es lo que Dios desea y lo logrará por medio de Su Hijo, quien se hizo el Hijo del Hombre, la escalera espiritual que une la tierra con el cielo. El resultado final será la mezcla de Dios y el hombre como una morada mutua. El hombre llegará a ser la morada de Dios, y Él será la morada del hombre. Ésta es la morada eterna de Dios conforme a Su plan eterno.