Mensaje 41
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Aunque se ha dicho mucho acerca de Jn. 17, todavía es necesario decir más. Nunca debemos olvidarnos de este capítulo, porque aquí el Señor oró pidiendo que Dios lo glorificara a fin de que Él fuese glorificado en el Hijo y por medio del Hijo. Las palabras: “Padre, la hora ha llegado, glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (17:1), son el tema de esta oración. ¿Cómo fue glorificado el Hijo de Dios de tal modo que Dios el Padre pudiera ser glorificado en el Hijo y por medio de Él? Él fue glorificado por la resurrección que ocurrió después de la muerte. Después de morir, el Señor resucitó, lo cual significa que Él fue manifestado y glorificado. El Señor fue liberado y manifestado por la resurrección; así que, fue glorificado. Cuando el Señor fue glorificado de esta manera, el Padre fue glorificado en el Hijo y por medio de Él.
Ya vimos cómo el Señor fue glorificado en Su resurrección. Ahora veamos la manera en que el Hijo será glorificado en la actualidad, para que el Padre sea también glorificado en Él y por medio de Él. Esto será por medio de la iglesia. Cuando la iglesia haya sido regenerada, santificada, crucificada y unida con Cristo en la gloria, entonces el Hijo de Dios será expresado y manifestado. El Hijo de Dios será glorificado en la unidad de la iglesia. Al ser el Hijo glorificado de esta manera, el Padre también será glorificado en el Hijo y por medio de Él. Por lo tanto, la oración: “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”, incluye y depende del hecho de que la iglesia sea regenerada, santificada, crucificada y unida al Hijo de Dios en unidad.
Como hemos visto, la oración que el Señor hace en Juan 17 muestra tres etapas de la unidad. En este mensaje prestemos mucha atención a los versículos específicamente relacionados con la unidad. El versículo 11 dice: “Padre santo, guárdalos en Tu nombre, el cual me has dado, para que sean uno, así como Nosotros”. Aquí podemos ver que la unidad tiene que ver con ser guardados en el nombre del Padre. Ya mencionamos que la realidad del nombre del Padre es la vida divina del Padre. Por lo tanto, el primer factor de la unidad genuina es el nombre del Padre junto con Su vida divina. Ésta es la vida mencionada en Juan 17:2, donde el Señor dijo que el Padre le había dado al Hijo potestad “sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste”. Debemos prestar atención a estos versículos para poder ver claramente el primer factor principal de la unidad genuina.
Juan 17:21 es un versículo maravilloso, profundo e insondable. “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste”. La unidad mencionada en este versículo es la del Dios Triuno. Cuando todos estamos en el Dios Triuno, tenemos unidad. ¿Cómo podemos estar en el Dios Triuno? Solamente por la muerte y la resurrección de Cristo. Ésta es la razón por la que el Señor dijo en el capítulo 14 que Él tenía que irse por medio de la muerte y venir en resurrección. Por medio de la muerte y la resurrección Sus discípulos fueron introducidos en el Dios Triuno, en quien tenemos la unidad verdadera y genuina. Debemos tomar los versículos 17 y 18 juntamente con el 21: “Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, así Yo los he enviado al mundo”. En el versículo 17 tenemos la palabra que santifica. Aunque estamos en el Dios Triuno, podemos resbalarnos, salir de Él y caer en el mundo. Por esto, necesitamos la palabra que santifica, pues nos separa del mundo y nos vuelve al Dios Triuno. Por lo tanto, el segundo factor de la unidad genuina está en el Dios Triuno mediante la santificación por la santa palabra.
El tercer factor de la unidad se encuentra en el versículo 22: “La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno”. El tercer factor de la unidad genuina es la gloria; somos uno en la gloria divina para la expresión del Dios Triuno. Ya que la gloria que el Padre le dio al Hijo, nos fue dada a nosotros por el Hijo, la unidad genuina se encuentra en esta gloria. ¿Qué es la gloria? La gloria es la filiación que el Padre dio al Hijo, junto con Su vida y Su naturaleza divinas, para expresar al Padre en Su plenitud. Debemos notar que hay cuatro aspectos de la gloria: la filiación, la vida del Padre, la naturaleza divina del Padre y la expresión del Padre en Su plenitud. Estas cuatro cosas equivalen a la gloria. Ésta es la gloria que tenemos en el Hijo, y es nuestro derecho y privilegio divino. El Padre le dio esta gloria al Hijo, y el Hijo tiene el privilegio de expresar al Padre de esta manera. Ésta es la gloria misma que el Hijo nos dio a nosotros. Hoy todos nosotros tenemos la filiación junto con la vida y la naturaleza del Padre para que expresamos al Padre en toda Su plenitud en el Hijo. Tenemos que familiarizarnos con estos puntos, porque en esta gloria divina somos verdaderamente uno.
El versículo 23 continúa: “Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado”. Aquí vemos que ser perfeccionados en unidad todavía depende de que estemos en el Padre y en el Hijo. Si prestamos atención a todos estos versículos, sin duda veremos la unidad verdadera.
En el versículo 24 el Señor dijo: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. El Señor estaba en la gloria divina y oró para que todos los que el Padre le había dado también estuvieran con Él en la gloria. Debemos prestar mucha atención a los tiempos verbales en este versículo. No dice que “ellos estarán conmigo”, ni dice “ellos verán Mi gloria”. Según el concepto natural y religioso, la gloria será en el futuro “en el dulce más allá”. Según este concepto, “en el dulce más allá” la gloria brillará, y todos nosotros entraremos en ese resplandor y estaremos en la gloria. Pero el Señor Jesús no usó el tiempo futuro, sino el tiempo presente, diciendo: “En cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria”. Él dijo: “también ellos estén” y “para que vean Mi gloria”. Estar con el Señor en la gloria y contemplarla no es una experiencia que uno obtendrá en el tiempo venidero, sino ahora mismo. Parece que el Señor le decía al Padre: “Padre, Tú me has dado Tu gloria, la filiación con la vida y la naturaleza divinas para expresarte a Ti y a Tu plenitud. Ésta es la gloria que me has dado, y Yo ahora estoy en ella. Pero aquellos que me has dado aún no están en esta gloria. Te ruego que ellos también puedan estar en esta gloria”. ¿Cuándo fue contestada esta oración? En primer lugar, fue contestada en el día de resurrección, y en segundo lugar, fue contestada el día en que la iglesia surgió. En ese día todos los discípulos fueron introducidos en esa gloria, en la filiación, con la vida y la naturaleza divinas, para expresar a Dios el Padre en toda Su plenitud en el Hijo. ¡Aleluya, todos nosotros estamos en la gloria con el Hijo! El Hijo tiene la filiación junto con la vida divina y la naturaleza divina para expresar al Padre, y nosotros también tenemos lo mismo. Así que, ahora estamos en el mismo lugar que el Hijo, es decir, en la gloria. Con esto podemos ver que la verdadera unidad se halla en el Dios Triuno a través del proceso de la muerte y la resurrección del Hijo.
La primera etapa de la unidad es la unidad de la vida divina, la segunda, la unidad de la santificación, y la tercera, la unidad de la glorificación del Dios Triuno. La última etapa, la glorificación del Dios Triuno, es simplemente la manifestación del Dios Triuno, o sea, la gloria de la filiación. Cuando nos reunimos con el entendimiento de que fuimos regenerados, santificados y crucificados, entonces somos uno de tal modo que expresamos a Dios, esto es, manifestamos a Dios, y somos perfeccionados en la glorificación del Dios Triuno.
Al aplicar estas tres etapas, nos daremos cuenta en cuál nos encontramos nosotros. ¿En cuál etapa está usted, en la primera, la segunda o la tercera? ¿Se encuentra usted simplemente en la vida divina o está en una unidad superior, la de la santificación, o aun en la más elevada, la de la glorificación del Dios Triuno? No todos estamos en la misma etapa. Algunos están en la primera, otros en la segunda y unos pocos, por la misericordia del Señor, en la tercera. Si usted es salvo y nacido de nuevo, entonces tiene la vida del Padre y el nombre del Padre. Así que, usted es hijo del Padre y es uno con todos los demás creyentes quienes también son hijos del Padre. Por lo tanto, usted es uno con ellos en vida. No obstante, también necesita ser santificado por la palabra para ser separado de las cosas mundanas y vivir en Dios. Entonces será uno con los santos en la segunda etapa. Finalmente, necesita conocer por experiencia la crucifixión de la cruz a fin de vivir en la glorificación del Dios Triuno. Esto significa que debe negar su yo, vivir en la manifestación del Dios Triuno y ser perfeccionado en la unidad de la glorificación del Dios Triuno. Como hemos visto, éste es el paso final de la unidad.
La tercera etapa de la unidad es la que cumple la oración del Señor. Sólo en esta etapa el Hijo de Dios será glorificado con el fin de que el Padre sea glorificado en Él y por medio de Él. Solamente en esta etapa glorificaremos y manifestaremos al Señor en unidad; seremos completamente perfeccionados en unidad para manifestar y glorificar al Señor. Entonces la filiación será completamente real para nosotros, porque todo lo que Dios es y tiene será corporificado en nosotros. Esto significa que tendremos la vida de Dios, la naturaleza de Dios y aun a Dios mismo, con el propósito de llegar a ser la manifestación y expresión mismas de Dios. Finalmente, tendremos toda la gloria que Dios dio al Señor, el Hijo de Dios.
La verdadera unidad también es la edificación. No crea que este concepto es mío o que no está respaldado por la revelación bíblica. En la tipología del tabernáculo en el Antiguo Testamento podemos ver que la unidad es la edificación. El tabernáculo era un tipo, un cuadro descriptivo de la morada mutua revelada en Juan 14. Si uno no tiene un entendimiento claro acerca de la morada mutua presentada en Juan 14, necesita regresar a Éxodo 26 donde podrá ver la composición y la edificación del tabernáculo.
Todos los que leen la Biblia cuidadosamente saben que el tabernáculo no fue solamente la morada de Dios, sino también la morada de los que servían a Dios. Ellos moraban en el tabernáculo. Muchas veces en los salmos el salmista oraba deseando habitar en el templo, en la casa de Dios. Por ejemplo, en Salmos 27:4 dice: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo”. Aquí podemos ver que el templo, o tabernáculo, no fue solamente la morada de Dios, sino que también tipificaba la morada de los que amaban a Dios. De manera que el tabernáculo tipificaba la morada mutua, una morada para ambos.
El tabernáculo estaba compuesto de cuarenta y ocho tablas. Esto tiene mucho significado. Ya que el tabernáculo es un tipo, debemos interpretar cada uno de sus aspectos como una alegoría. Las cuarenta y ocho tablas se componían de un número básico, seis. El número seis, como en las seis tinajas de piedra para agua que vemos en Juan 2, representa al hombre, quien fue creado en el sexto día. Por lo tanto, seis es el número de la humanidad, el número que representa al hombre. Cuarenta y ocho dividido entre seis es igual a ocho, y en la Biblia este número indica la resurrección, un nuevo comienzo. El primer día de la semana, que viene después de los siete días de la semana, es el octavo día y significa un nuevo comienzo. ¿Cuándo se llevaba a cabo la circuncisión? En el octavo día (Lv. 12:3). ¿Cuándo resucitó el Señor Jesús? El primer día de la semana, esto es, en el octavo día (Jn. 20:1). Por lo tanto, el número ocho significa un nuevo comienzo en resurrección, y el número cuarenta y ocho representa la humanidad en resurrección. No nos referimos a la humanidad natural, sino a la humanidad en resurrección. En la iglesia, la humanidad es necesaria, pero debe ser una humanidad en resurrección y no la humanidad natural.
Las cuarenta y ocho tablas de madera, que representan la humanidad, estaban recubiertas de oro (Éx. 26:29), el cual representa la divinidad, que incluye la naturaleza y la gloria divinas. Así que, el oro que recubría las cuarenta y ocho tablas del tabernáculo representa la esencia divina junto con la gloria divina. Sobre la cubierta de oro estaban los anillos de oro y, dentro de ellos, las barras de oro, las cuales unían las cuarenta y ocho tablas. Aquí podemos ver la unidad que se halla en el edificio. Por lo tanto, es correcto decir que el edificio mismo es la unidad.
En la Biblia la unidad no consiste solamente en juntar cosas, ni en la simple acumulación de materiales. Esto sería sólo apilar materiales. La unidad consiste en edificar estos materiales juntos. Edificar no es simplemente juntar las piezas, sino acoplarlas adecuadamente unas con otras para formar una sola entidad. Tomemos el ejemplo de una casa: cada pared encaja perfectamente con todas las demás, formando así una sola unidad. Con el ejemplo de la tipología del tabernáculo, podemos ver que las cuarenta y ocho tablas llegaron a ser un solo edificio.
En el tabernáculo esta unidad, esta edificación, dependía totalmente del oro. Si el oro hubiera sido quitado de las tablas, la unidad se habría perdido y todas las tablas se habrían caído. En sí mismas, las tablas de madera no poseían el factor ni el elemento de la unidad. Ese elemento que las unía era el oro. Éste recubría las tablas, y sobre ellas estaban los anillos de oro, a través de los cuales pasaban las barras de oro que unían a todas las tablas. Por lo tanto, era en el oro que todas las tablas eran uno. En la vida divina, en la naturaleza divina y en la gloria divina, no en la humanidad, todas las “tablas” son uno. Aunque somos las “tablas” en resurrección, esta humanidad resucitada no es el factor de la unidad. El factor de la unidad es la divinidad, el oro. La vida, la naturaleza y la gloria divinas son el factor de la unidad. De igual manera, nuestra unidad no se encuentra en nosotros mismos, sino en el Dios Triuno, quien es nuestra vida, naturaleza, gloria y expresión. Finalmente nosotros, como las cuarenta y ocho tablas del tabernáculo, no nos expresaremos a nosotros mismos, sino que manifestaremos la gloria del Dios Triuno, que está tipificado por el oro. Ahora podemos ver que las cuarenta y ocho tablas son una en la gloria divina; ellas expresan la gloria del oro. Ésta es la unidad verdadera. Queda muy claro que esta unidad no es un simple compañerismo, sino la edificación. La unidad del compañerismo no es algo adecuado para lograr la unidad genuina. Esta unidad debe ser una edificación.
Cuando llegamos al final de la Biblia, tenemos la cosecha de toda la obra de edificación de Dios a través de los siglos: la Nueva Jerusalén, que es la máxima consumación de la empresa de edificación por parte de Dios. ¿Es la unidad de la Nueva Jerusalén un simple amontonamiento de piedras preciosas? No; es una edificación. La apariencia de la Nueva Jerusalén es como jaspe (Ap. 21:10-11, 18a). En Apocalipsis 4 vemos que la apariencia de Dios, Aquel que está sentado en el trono, también es como jaspe, lo cual significa que jaspe es la expresión de Dios, la apariencia de Dios. Por lo tanto, toda la Nueva Jerusalén tendrá la misma apariencia que tiene Dios, es decir, expresará a Dios. Esto significa que todas las piedras preciosas son una en la expresión de la imagen de Dios. Ésta es la verdadera unidad.
Algunos creyentes dicen que cada iglesia local debe ser distinta, diferente a todas las otras iglesias locales. Yo estuve engañado con este concepto durante varios años. Pero un día el Señor me mostró que las siete iglesias de Apocalipsis eran distintas únicamente en el aspecto negativo, y no en el aspecto positivo. En el aspecto negativo, algunas de estas iglesias eran diferentes de las otras, pero en el aspecto positivo todas eran exactamente iguales. Miren los cuatro lados de la Nueva Jerusalén. Según la opinión de aquellos que dicen que cada iglesia local debe ser distinta, entonces también los cuatro lados de la Nueva Jerusalén tendrían que ser distintos. Un lado debería ser de jaspe, y los otros de rubí, esmeralda o diamante; cada uno sería distinto de los demás. Según ellos, cada lado del muro debería expresar algo único, diferente a los demás. Pero esto no sería unidad. Los cuatro lados de la Nueva Jerusalén tienen la misma expresión: la del jaspe, la gloriosa apariencia de Dios.
En el Nuevo Testamento la diferencia entre las iglesias tampoco se halla en el lado positivo, sino en el negativo. Tal vez algunos dirían: “¿No es verdad que las iglesias establecidas por Pablo entre los gentiles fueron de una clase y las iglesias de Judea, en especial la iglesia en Jerusalén, eran de otra?”. Es verdad, pero sólo en el sentido negativo. En el sentido positivo todas las iglesias creían en Jesucristo y tenían a Cristo como su vida para expresar a Dios. En este sentido no había ninguna diferencia entre ellas. Sin embargo, en el lado negativo habían diferencias, porque las iglesias gentiles no sabían nada con respecto a guardar la ley, mientras que los creyentes de Judea, especialmente los de la iglesia en Jerusalén, seguían practicando los ritos de la religión judía, aun hasta la última vez que Pablo visitó Jerusalén. Esa era una marcada diferencia entre las iglesias. ¿Desea usted mantener esta clase de diferencia? Los santos que estaban en Jerusalén incluso convencieron a Pablo de que hiciera el pago por la purificación según la religión judía, pero Dios no estuvo de acuerdo con eso. Sí; es verdad que habían diferencias entre las iglesias, pero eran solamente en un sentido negativo.
¿Seguiremos tomando en cuenta las diferencias en el aspecto negativo o avanzaremos a la unidad en el aspecto positivo? Todas las iglesias deben ser iguales. Tenemos una sola Biblia, creemos en un solo Dios, tenemos al mismo Jesucristo como nuestro Salvador y todos le disfrutamos como nuestra vida para expresar a Dios. No hay ninguna razón para ser diferentes. Si aún mantenemos algunas diferencias, significa que tenemos situaciones negativas. Las cuarenta y ocho tablas del tabernáculo expresaban la gloria del oro mismo, y en la Nueva Jerusalén todo el muro tendrá la apariencia de jaspe. Cuán felices estamos porque todas las iglesias hoy son iguales en el aspecto positivo. Debemos desechar el concepto tradicional de que las iglesias deben ser diferentes. Todas las iglesias deben ser iguales.