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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 43

LA VIDA ES PROCESADA PARA MULTIPLICARSE

(2)

  Hemos visto que el Evangelio de Juan revela al Señor como la expresión misma de Dios que viene a nosotros como vida. Él llega a ser todo para nosotros y satisface todas nuestras necesidades, al impartirse a Sí mismo a nosotros como vida, con el fin de introducir a Dios en nosotros e introducirnos a nosotros en Dios, mezclando así a Dios con nosotros, hasta lograr que Dios y nosotros, nosotros y Dios, seamos uno. En otras palabras, el Señor es la expresión misma de Dios y, como tal, se imparte a Sí mismo en nosotros como vida, satisfaciendo todas nuestras necesidades y mezclando a Dios con nosotros para hacernos una sola entidad. Éste es el pensamiento central de los capítulos del 1 al 17 de Juan. Aquellos a quienes Dios ha regenerado, son uno en la vida divina. De hecho, además de ser uno con Dios en la vida divina, también son uno en esta vida divina los unos con los otros. Después de mostrar tal revelación en estos diecisiete capítulos, el Espíritu Santo revela en los capítulos 18 y 19 que el Señor estuvo dispuesto a ir a la muerte y entregarse a la muerte para ser sembrado en la tierra como grano de trigo y morir a fin de que, al resucitar, pudiese liberarse e impartirse a Sí mismo en nosotros, produciendo de esta forma mucho fruto mediante Su muerte y resurrección.

  El pensamiento del Espíritu Santo en Jn. 18 y Jn. 19 no es solamente mostrar que el Redentor sobrellevó nuestros pecados, ni que murió por nuestros pecados en la cruz y nos redimió de la maldición de nuestros pecados. Este concepto respecto del Redentor y Su redención es presentado principalmente en los primeros tres evangelios. El pensamiento del Evangelio de Juan, en especial en los capítulos 18 y 19, consiste principalmente en que el Señor, quien es la simiente de vida, entra en la muerte a fin de liberarse a Sí mismo por medio de Su muerte y resurrección. De este modo, el único grano de trigo es liberado para producir los muchos granos. Originalmente la vida estaba restringida a un solo grano de trigo, pero ahora, por medio de la muerte y la resurrección, la vida misma de Cristo ha sido liberada y ha producido muchos granos; ahora esta vida se encuentra en los muchos granos. Éste es el pensamiento respecto a la muerte del Señor en el Evangelio de Juan.

  Hemos visto que el Señor se entregó voluntariamente y con valentía para ser procesado (18:1-11), que fue examinado en Su dignidad por la humanidad (18:12-19:16), que fue sentenciado por la injusticia del hombre (18:38b-19:16) y que fue probado por la muerte bajo la soberanía de Dios (19:17-37). Ahora llegamos al punto crucial: el resultado de la muerte del Señor (19:31-37).

V. BROTAN LA SANGRE Y EL AGUA

  Juan 19:34 dice: “Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua”. Dos substancias salieron del costado abierto del Señor: sangre y agua. La función de la sangre es efectuar la redención y así quitar los pecados (Jn. 1:29; He. 9:22), para que se pudiera comprar la iglesia (Hch. 20:28). El agua imparte vida, la cual acaba con la muerte (Jn. 12:24; 3:14-15), a fin de producir la iglesia (Ef. 5:29-31). Por un lado, la muerte del Señor quita nuestros pecados; por otro, nos imparte vida. Aquí vemos dos aspectos: el aspecto redentor y el aspecto de impartir vida. La redención tiene como fin impartir vida. Lo narrado en los otros tres evangelios muestra solamente el aspecto redentor de la muerte del Señor; en cambio, lo narrado en Juan muestra no sólo el aspecto redentor, sino también el de impartir vida. En Mateo 27:45 y 51, Marcos 15:33 y Lucas 23:44-45 vemos que aparecieron las “tinieblas”, un símbolo del pecado, y que “el velo del templo”, que separaba al hombre de Dios, “se rasgó”. Estas señales están relacionadas con el aspecto redentor de la muerte del Señor. Las palabras pronunciadas por el Señor en la cruz en Lucas 23:43: “Padre, perdónalos”, y en Mateo 27:46: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has desamparado?” (puesto que Él llevaba nuestros pecados en ese momento), también muestran el aspecto redentor de Su muerte. Pero el agua que fluyó y los huesos que no fueron quebrados, como se menciona en Juan 19: 34 y 36, son señales que se relacionan con la muerte del Señor en el aspecto de impartir vida. La muerte que imparte vida liberó la vida divina del Señor desde Su interior, para que se produjera la iglesia, la cual se compone de todos los creyentes, en quienes ha sido impartida la vida divina. La muerte del Señor, la cual imparte vida, es tipificada por el hecho de que Adán durmió para que fuera producida Eva (Gn. 2:21-23), y es representada por la muerte del grano de trigo que cayó en la tierra para llevar mucho fruto (12:24) para hacer un solo pan: el Cuerpo de Cristo (1 Co. 10:17). Por lo tanto, Su muerte es también una muerte que propaga y multiplica la vida, que genera y que se reproduce.

  Como veremos, el costado abierto del Señor fue tipificado por el costado abierto de Adán, en virtud del cual Eva fue producida (Gn. 2:21-23); Su sangre fue tipificada por la sangre del cordero pascual (Éx. 12:7, 22; Ap. 12:11), y el agua fue tipificada por el agua que fluyó de la roca hendida (Éx. 17:6; 1 Co. 10:4). La sangre formó “una fuente” para la purificación del pecado (Zac. 13:1), y el agua llegó a ser “la fuente de la vida” (Sal. 36:9; Ap. 21:6).

A. Ninguno de Sus huesos fue quebrado

  Cada aspecto de la muerte del Señor estaba bajo la soberanía de Dios; por eso, no fue quebrado ningún hueso del Señor (19:31-33, 36). Como los judíos no querían que los cuerpos permanecieran en la cruz en el día del sábado, le pidieron a Pilato que se les quebrasen las piernas. Los soldados, entonces, quebraron las piernas de los dos ladrones que habían sido crucificados con Jesús, mas cuando llegaron a Él, vieron que ya había muerto y que no era necesario quebrarle las piernas. En cierto sentido, esto indica que el Señor no fue inmolado por la mano humana, sino que Él mismo ofreció Su vida. Aunque Él fue crucificado, murió voluntariamente para cumplir lo que había dicho en Juan 10:17 y 18: “Yo pongo Mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo de Mí mismo la pongo. Tengo potestad para ponerla, y tengo potestad para volverla a tomar”. Aparentemente Jesús murió por la mano del hombre; pero en realidad Él puso Su vida psujé, Su vida del alma, y murió. Los dos criminales fueron ejecutados, pero el Señor Jesús no lo fue. Por el contrario, Él puso voluntariamente Su vida psujé por nuestra redención. Debido a que Él ya había muerto, los soldados no le quebraron Sus piernas. Por la soberanía de Dios se cumplió la profecía que dice: “No será quebrado hueso Suyo” (19:36).

  Uno de los soldados, preocupado por la idea de que el Señor realmente no hubiera muerto, le abrió el costado con una lanza. Esto fue el cumplimiento de la profecía de Zacarías 12:10, donde dice: “Y mirarán hacia mí, a quien traspasaron”. Fue indudablemente por la soberanía de Dios que estas cosas sucedieron de una manera tan significativa y maravillosa. Esto demuestra una vez más que la muerte del Señor no fue casual, sino que había sido planeada por Dios “antes de la fundación del mundo” (1 P. 1:19-20).

  El hecho de que al Señor no le hubiesen quebrado ningún hueso, fue tipificado por los huesos del cordero pascual. Cuando la Pascua fue establecida, Dios dispuso que ningún hueso del cordero debía ser quebrado (Éx. 12:46; Nm. 9:11-12). Ésta fue una maravillosa tipología. Más tarde, en Salmos 34:20, esto mismo también fue profetizado. Tanto el tipo como la profecía fueron cumplidos cuando el Señor murió en la cruz.

  En las Escrituras, la primera vez que se menciona un hueso es en Génesis 2:21-23. Allí se menciona que se tomó una costilla de Adán para producir y edificar a Eva como complemento de Adán. Eva era un tipo de la iglesia, la cual es producida y edificada con la vida de resurrección del Señor, la vida que salió de Él. En otras palabras, la iglesia surgió de la vida de resurrección, de la vida inquebrantable e incorruptible de Cristo. Su vida es una vida que jamás puede ser lastimada, dañada ni quebrantada. Si al Señor le hubieran quebrado uno de Sus huesos, eso significaría que la vida de resurrección del Señor también habría podido ser dañada y quebrantada por la muerte.

  Al remitirnos a Génesis 2, vemos claramente lo que el hueso representa, a saber: la vida de resurrección. Uno de los principios de interpretación bíblica es el principio de la primera mención. Según este principio, la primera vez que se menciona algo en la Biblia determinará el significado de ese asunto en el resto de las Escrituras. Al aplicar este principio a los huesos mencionados en el Evangelio de Juan, observamos que el primer pasaje referente a un hueso es el de Génesis 2, en donde una costilla le fue sacada a Adán y de ella le fue hecha una novia. Eva tipifica la iglesia, Adán tipifica a Cristo, y el hueso tipifica la vida de resurrección de Cristo. Así como Eva surge del hueso de Adán, la iglesia surge de la vida de resurrección de Cristo. Eva fue hecha de un hueso, y la iglesia es producida por la vida divina, de manera que el hueso tipifica la vida de resurrección. Los huesos inquebrantables del Señor Jesús indican que Él es la vida de resurrección la cual no puede ser quebrantada por la muerte. Por lo tanto, el hueso es un símbolo, una figura, de la vida de resurrección del Señor, la cual nada la puede quebrar. El costado del Señor fue traspasado, pero ninguno de Sus huesos fue quebrado. Esto significa que aunque la vida física del Señor fue terminada, fue imposible que Su vida de resurrección, la vida divina misma, fuera lastimada o dañada por nada. Jesús fue herido, dañado y puesto a muerte en Su vida psujé, Su vida del alma, pero no en Su vida divina. Aunque Su vida humana fue terminada por la muerte, Su vida divina jamás podría sufrir daño. Ésta es la vida con la cual la iglesia es producida y edificada.

B. Su costado fue traspasado

  Después del incidente tocante a los huesos del Señor, uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y “al instante salió sangre y agua” (19:34, 37). Aunque la vida de resurrección del Señor no fue quebrantada, Él sí fue quebrantado para que Su vida divina pudiera ser liberada. Aquí, el agua representa la vida. Esto fue tipificado en el Antiguo Testamento por la roca hendida, de la cual salieron aguas vivas para apagar la sed de los hijos de Israel (Éx. 17:6). El Señor es la roca que fue herida en la cruz. Él fue herido para que Su vida divina pudiera fluir de Él como agua viva. No sólo salió el agua, sino también la sangre, la cual es un símbolo de la redención. Para poder tomar el agua viva del Señor, primero debemos ser limpiados. Por esto, la sangre se menciona como el primer elemento, y el agua como el segundo. Sólo después de ser lavados por la sangre, podemos recibir al Señor como vida. Estos asuntos no se abarcan en los otros tres evangelios; únicamente se encuentran en el Evangelio de Juan, porque este libro revela que el Señor como vida sólo podría ser liberado por medio de la muerte. Mientras que el relato de los otros tres evangelios se centra principalmente en la redención, el relato del Evangelio de Juan se centra primordialmente en la liberación de la vida.

1. Tipificado por el costado abierto de Adán

  El costado herido del Señor fue tipificado por el costado abierto de Adán (Gn. 2:21), del cual fue tomada una costilla. Aquí el costado de Jesús fue abierto, y de allí salió sangre y agua.

2. La sangre fluyó para nuestra redención

  La sangre que fluyó del costado herido del Señor tenía como fin la redención (He. 9:22; 1 P. 1:18-19; Ro. 3:25). Hebreos 9:22 dice: “Sin derramamiento de sangre no hay perdón”. La sangre aquí representa el aspecto redentor de la muerte de Cristo (Jn. 1:29). La sangre que fluyó para nuestra redención fue tipificada por la sangre del cordero de la Pascua (Éx. 12:7). Como lo indica Zacarías 13:1, esta sangre redentora formó una fuente para lavar los pecados. ¡Aleluya por esta fuente! Esta fuente no es para beber, sino para lavarse en ella. La sangre que fluyó también tenía como fin comprar la iglesia (Hch. 20:28). La sangre que llegó a ser una fuente para el lavamiento de los pecados también fue el precio que se pagó para comprar la iglesia.

3. El agua fluyó para que la vida fuera impartida

  El agua que fluyó del costado del Señor representa el aspecto de la muerte de Cristo que imparte vida (12:24). El agua tiene como fin impartir vida (4:14; Ap. 22:1). Ya hicimos notar que esto fue tipificado por el agua que fluyó de la roca hendida (Éx. 17:6; 1 Co. 10:4). Esta agua vino a ser “el manantial de la vida” (Sal. 36:9). Mientras que la sangre formó una fuente para el lavamiento, el agua formó un manantial del cual se puede beber. La sangre fue derramada para comprar la iglesia, mientras que el agua, que representa la vida eterna, tenía como fin producir la iglesia. Como hemos dicho, esto fue tipificado por el hecho de que Eva fue producida de la costilla que fue extraída de Adán.

  Este segundo aspecto de la muerte del Señor es la muerte que libera, propaga y multiplica la vida, la muerte que genera y reproduce. Cuando el Señor Jesús dijo que Él era el grano de trigo que caía a tierra para morir a fin de que muchos granos fueran producidos (12:24), se refería al aspecto de Su muerte que imparte vida. Este grano de trigo no murió para efectuar la redención, sino específicamente con el fin de impartir a los muchos granos la vida que originalmente estaba en él. Por el lado negativo, la muerte de Cristo quitó nuestros pecados, pero por el lado positivo, impartió la vida divina a nuestro ser. Cuando creemos en Él, nuestros pecados son quitados por Su muerte redentora, y la vida eterna nos es impartida por el aspecto de Su muerte que imparte vida. Esta muerte que imparte vida es también la muerte que libera, propaga y multiplica la vida. Es la muerte que genera y reproduce.

  Consideremos el grano de trigo. La vida del grano se encuentra encerrada dentro del grano, pero cuando éste muere, su vida es liberada. De la misma manera, al morir Cristo en la cruz, Su vida divina fue liberada. Por lo que, Su muerte libera la vida. Y puesto que Su vida divina no solamente fue liberada de Él, sino que también fue impartida en nosotros, esta muerte también imparte vida. Para el Señor, Su muerte liberó Su vida, y para nosotros, Su muerte nos imparte vida. Su muerte es una muerte que propaga la vida, porque por ella la vida se extiende en muchas direcciones. Además, esta muerte también multiplica la vida, o sea, hace que la vida se multiplique. También hace que la vida se reproduzca, porque el único grano de trigo se ha reproducido en los muchos granos. Estos maravillosos aspectos de la muerte todo-inclusiva del Señor deben dejar en nosotros una profunda impresión.

  En Juan 1 tenemos el Cordero y la paloma. No es adecuado tener sólo el Cordero; necesitamos también la paloma. El Cordero principalmente tiene como fin la redención, y la paloma primordialmente tiene como fin la impartición de vida. Ésta es la economía de Dios.

  El aspecto de la muerte del Señor que imparte vida es aún más maravilloso que el aspecto redentor. La redención es excelente y maravillosa, y parece que nada puede superarla, pero el hecho de impartir vida excede a la redención. Supongamos que un pecador viene al Señor y cree que Él es el Cordero de Dios que murió en la cruz y derramó Su sangre por sus pecados. Cree también que la sangre incluso forma un manantial en el que él puede ser limpiado. ¡Cuán maravilloso es esto! Pero supongamos que él solamente es lavado y, sin más experiencia que esa, es introducido a la mansión celestial. Aunque ha sido lavado, él todavía está muerto, como un cadáver que se halla en la funeraria. Él es un muerto limpio, porque es una persona muerta que ha sido lavada por la sangre. En esto podemos ver que no es suficiente ser lavados por la sangre, sino que debemos también ser vivificados. No hay necesidad de que vayamos a la mansión celestial, porque una vez que obtenemos la vida divina y estamos vivientes, tenemos una morada mutua entre nosotros y Dios. Si somos redimidos pero no nacemos de nuevo, permaneceremos en una condición pobre. El propósito de Dios consiste en que la vida sea impartida después que se efectúe la redención. Tal es la finalidad de la redención, es decir, la redención cumple todo lo necesario para que nosotros podamos recibir la vida divina. El agua debe venir después de la sangre. Ya vimos que la sangre representa el aspecto redentor de la muerte de Cristo y que el agua representa el aspecto que imparte vida. La sangre redime y forma una fuente en la que podemos ser lavados, y el agua regenera y forma un manantial de agua viva de la que podemos beber en cualquier momento. Exteriormente estamos lavados e interiormente estamos llenos de esta vida divina. Ahora todos estamos limpios y, además, tenemos vida; por lo cual todos podemos clamar: “¡Aleluya, he sido redimido y he nacido de nuevo!”.

  Entre los creyentes de hoy circulan interminables enseñanzas acerca de la muerte redentora del Señor basados en el relato de los primeros tres evangelios, pero el aspecto que imparte vida, del cual nos habla el Evangelio de Juan, ha sido completamente descuidado. La mayoría de los cristianos no le dan importancia a esto, porque no han tenido una visión adecuada concerniente a la vida. No obstante, durante los últimos años el Señor ha revelado este asunto a Su iglesia. Cada vez vemos con más claridad que éste es el aspecto principal de la muerte del Señor y que la redención es sólo un aspecto suplementario. El propósito eterno de Dios es impartirse en nosotros como vida; éste es el aspecto principal. Sin embargo, como nosotros pecamos, la redención se hizo necesaria, pero sólo como un procedimiento para cerrar la brecha. La redención no es el aspecto principal. Desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura la intención de Dios ha sido impartirse a Sí mismo en nosotros como vida. Pero en la etapa del tiempo, caímos y llegamos a ser pecadores. Esta caída formó una brecha en el propósito de Dios, mas Dios cubrió esta brecha llenándola con la redención. En esto podemos comprobar que la redención es un complemento del aspecto principal de la muerte del Señor, el cual, en el Evangelio de Juan, consiste en que la vida sea liberada e impartida en nosotros.

VI. REPOSA EN LA HONRA HUMANA

  El Señor descansó, sólo después que hubo completado la obra de Su muerte (19:38-42). En Juan 18 y 19 vemos todas las adversidades y sufrimientos que vinieron sobre el Señor. Algunos lo trataron cruelmente, otros se mofaron de Él e incluso su discípulo más íntimo lo negó. Todo en Su entorno se obscureció. Pero a pesar del entorno maligno y de todo el sufrimiento, Él lo soportó todo y salió victorioso, demostrando así que Él es la vida victoriosa que vence. Su vida no es una vida derrotada, sino que es una vida que vence. Así que, inmediatamente después de Su muerte, el ambiente cambió de negro a blanco. Después de morir para efectuar la redención e impartir vida, el Señor inmediatamente vio que Su situación pasó del sufrimiento a la honra. Antes de morir todo era maligno y adverso, pero después que Él murió todo se volvió placentero y agradable. José de Arimatea, un hombre rico (Mt. 27:57), y Nicodemo, un “principal entre los judíos” (Jn. 3:1), vinieron trayendo lienzos de lino, costosas especias aromáticas y un compuesto de mirra y áloes (19:39-40), a fin de preparar el cuerpo del Señor para darle sepultura. No fueron los pobres, sino los ricos quienes prepararon Su cuerpo sepultándole en un sepulcro nuevo “con los ricos” (v. 41; Is. 53:9). En esto podemos ver que toda la situación cambió y se tornó una condición rica, un estado noble, una nueva esfera. El Señor era ahora querido por los demás, y era tenido en muy alta estima. Por lo tanto, reposó en la honra humana. Aunque murió en la vergüenza, fue sepultado en honra. El problema había sido con la muerte, pero después de Su muerte este problema fue resuelto. Cuando Él murió, este problema y las cosas malignas se acabaron. Ahora, según la soberanía de Dios, con honores humanos de alto nivel el Señor descansó en el día sábado (v. 42; Lc. 23:55-56), esperando el momento para resucitar de entre los muertos. En Juan 5:17 vemos que mientras los judíos guardaban el sábado, el Señor les dijo que Él y el Padre todavía estaban trabajando. Pero ahora Él había concluido Su trabajo, así que descansaba y disfrutaba del día sábado apropiadamente. Después de este sábado, en el primer día de la semana, Él se levantaría de Su lugar de reposo. En el próximo mensaje abarcaremos la resurrección del Señor.

  Al leer Juan 18 y 19 y considerar todos los puntos que se mencionan en ellos, podremos entender el significado de la muerte del Señor. Estos capítulos revelan la manera en que el Señor se entregó a la muerte de forma voluntaria y con valentía, y vence el medio ambiente de la muerte y su influencia, comprobando que Él es la conquistadora vida de resurrección que murió para liberarse a Sí mismo e impartirse en nosotros como vida. Después de cumplir esto, Él fue tenido en alta estima y entró en reposo. El propósito de estos dos capítulos es mostrar que el Señor estaba dispuesto a entregarse voluntariamente a la muerte, y mediante esto comprobar que Él es la vida de resurrección, la vida que vence, la cual jamás puede ser herida, dañada ni subyugada por la muerte. Él demostró que la muerte no pudo vencerlo, sino que únicamente le sirvió para poder ser liberado como vida. Por un lado, el Señor no pudo ser subyugado, pero por otro, Él fue quebrantado. Por ser la vida de resurrección, Él no podía ser derrotado, pero a fin de liberarse a Sí mismo como vida, Él tuvo que ser quebrantado. El hecho de que ninguno de Sus huesos fuera quebrado muestra que la vida de resurrección no podía ser derrotada. Sin embargo, Él estuvo dispuesto a sufrir y a ser traspasado, para que Su vida pudiera ser liberada e impartida en nosotros. Una vez que cumplió este cometido, Él descansó y esperó el momento de Su resurrección.

  Algo que puede ayudarnos a entender adecuadamente la muerte del Señor, es comparar la narración del Evangelio de Juan con la narración de los otros tres evangelios: Mateo, Marcos y Lucas. Estos tres evangelios muestran que el Señor murió para efectuar la redención, pero el Evangelio de Juan revela que Él no sólo murió por esto, sino que principalmente murió para liberar Su vida. De manera que, por Su muerte, fuimos redimidos y Su vida fue liberada e impartida en nuestro ser.

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