Mensaje 45
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Este mensaje es una continuación del anterior.
La resurrección del Señor ya había sido efectuada; sin embargo, para descubrirla se requería de la búsqueda de los discípulos. El descubrimiento de la resurrección fue hecho por aquellos que buscaban amorosamente al Señor Jesús. Juan 20 muestra la clase de personas que pueden ver la resurrección del Señor, la clase de personas a quienes la visión de Su resurrección se les puede revelar. ¿Cómo podemos nosotros obtener la visión de Su resurrección? La maravillosa y misteriosa resurrección del Señor es un hecho cumplido en el universo; pero ¿cómo podemos conocerlo? ¿Cómo puede esta resurrección ser revelada a nosotros? ¿Cómo podemos recibir esta visión? Sólo al amar al Señor y buscarlo. El hecho concerniente a la resurrección del Señor ya ha ocurrido, pero todavía debemos descubrirlo y verlo. Antes de que María Magdalena llegara al sepulcro, la resurrección en vida ya se había llevado a cabo, pero para descubrir tal hecho, ella tenía que amar y buscar al Señor. Esto establece un principio: pese a que la resurrección de Cristo hoy en día es un hecho ya cumplido, muchos no lo han visto porque nunca han llegado al punto de hacer tal descubrimiento. ¿Han descubierto ustedes el hecho de la resurrección del Señor? ¿Han recibido la revelación o la visión de que el Señor ya resucitó? Yo sé que poseen el conocimiento, la doctrina y la historia acerca de Su resurrección, pero ¿han descubierto el hecho de ello en el espíritu? Si hemos de hacer tal descubrimiento, es necesario que primero amemos al Señor y lo busquemos.
Cuando asisten a las reuniones, ¿cuál es la razón por la que no tienen nada que ministrar, ni tienen algo para dar como testimonio? Es simplemente porque no han hecho este descubrimiento y carecen de revelación. Miren a María. ¿Qué hizo ella después de descubrir que el Señor había resucitado? Ella corrió a los discípulos para decirles una novedad. Estoy seguro de que cuando usted se encuentra con el Señor en la mañana y descubre algo nuevo acerca de Él, ciertamente asistirá a la reunión de la tarde y estará listo para explotar con lo que tiene que decirnos. El descubrimiento espiritual, la revelación espiritual y la visión espiritual dependen en gran parte de que busquemos al Señor. Si no lo buscamos, nos resultará muy difícil compartir algo del Señor.
María la magdalena no poseía conocimiento alguno. Ella estaba absolutamente en la esfera de la vida y no tenía nada que ver con el árbol del conocimiento. En cierto sentido, no sabía nada. Desde el punto de vista humano, era algo necio que hubiera ido al sepulcro y, en especial, tan temprano por la mañana. No obstante, ella fue la primera en descubrir el hecho de que el Señor había resucitado.
Hermanas, tal vez ustedes amen mucho al Señor y sean las primeras en ver el hecho de Su resurrección, pero al igual que María, necesitan que los hermanos les ayuden. María inmediatamente corrió a buscar a los dos hermanos que tomaban la delantera, Pedro y Juan, y les contó lo que descubrió. Es interesante notar que cuando María fue a los discípulos, solamente dos de ellos reaccionaron y fueron al sepulcro. ¿Por qué los demás no fueron? Posiblemente porque ellos no buscaban al Señor y, por otro lado, porque eran perezosos. Ellos probablemente amaban su cama. Sólo Pedro y Juan corrieron al sepulcro a ver lo que María había descubierto. Juan, quien debe haber sido más joven que Pedro, corrió más aprisa que éste y llegó primero al sepulcro; pero por alguna razón no entró. Pedro, quien tenía más experiencia, fue el primero en entrar al sepulcro. Cuando los dos hermanos vieron los lienzos y el sudario doblados y puestos en orden, ellos entendieron que el Señor había resucitado de los muertos. Ellos entendieron con más claridad que aquella necia hermana, quien les había dicho: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20:2). Pedro quizá haya dicho: “Yo simpatizo con mi necia hermana y no la culpo; ahora me doy cuenta de que al Señor no se lo llevaron. Miren los lienzos que lo envolvían. Él ciertamente ha salido del sepulcro”.
Este cuadro nos muestra la manera en que debemos buscar al Señor. María fue la primera persona que vio el sepulcro, pero Pedro fue la primera persona que entró allí. Aquí los hermanos cumplen realmente su papel, porque tienen una mente más clara y les es más fácil que a las hermanas creer en los hechos. Los dos hermanos vieron el sepulcro vacío, los lienzos y el sudario, y entendieron que el Señor tuvo que haber resucitado. Pero aunque ellos vieron el hecho, lo comprendieron y creyeron en él objetivamente, no tuvieron la experiencia subjetiva. Satisfechos con ver el hecho objetivo, dejaron el sepulcro. Sin embargo, María, la hermana, permaneció más tiempo cerca del sepulcro, esperando, mirando, anhelando. Debido a que prolongó su búsqueda, ella obtuvo la experiencia de la resurrección del Señor. El Señor se reveló a ella y, por eso, ella no sólo recibió el hecho de la resurrección del Señor, sino que también obtuvo la experiencia. Ella fue la primera en experimentar al Señor resucitado.
Aquí vemos un cuadro que nos muestra dos aspectos relacionados con el Señor: el hecho y la experiencia. Es posible creer en el hecho sin tener la experiencia. Pedro y Juan entendieron y creyeron el hecho de la resurrección del Señor, pero les faltaba la experiencia. Sin embargo, María tenía tanto el hecho como la experiencia. Por ejemplo, usted puede conocer el hecho de la crucifixión del Señor y, al mismo tiempo, no tener la experiencia de la cruz. Conforme al mismo principio, es posible conocer el hecho de la resurrección del Señor sin experimentar al Señor resucitado. Necesitamos tanto el hecho como la experiencia. María primero recibió la revelación del hecho, mas no estuvo satisfecha simplemente con el hecho. Ella perseveró y experimentó al Señor resucitado.
Por lo general, los hermanos son muy objetivos, y las hermanas muy subjetivas. Conforme al principio bíblico, el hombre siempre representa la verdad objetiva, mientras que la mujer siempre representa la experiencia subjetiva. Por ejemplo, Abraham representa la doctrina o verdad de la fe, pero Sara representa la experiencia en cuanto a la obediencia. La fe se relaciona con la verdad y es objetiva; en cambio, la obediencia se relaciona con la experiencia y es subjetiva. De igual forma, Pedro y Juan creyeron objetivamente en el hecho de la resurrección del Señor, pero María la experimentó subjetivamente. En la actualidad, muchos cristianos nunca han visto el hecho de la resurrección del Señor; y sólo unos cuantos tienen una revelación en forma definida de la misma, pero les falta la experiencia.
En la vida de iglesia los hermanos siempre tienen una mejor comprensión que las hermanas. Ellos entienden claramente la verdad, los hechos, pero no se interesan mucho por la experiencia. Tal vez Pedro dijo a Juan: “Sin lugar a dudas el Señor resucitó de los muertos. No perdamos más tiempo aquí; regresemos”. Aunque los dos hermanos responsables regresaron, María, la hermana necia, permaneció allí llorando. María quizá haya dicho: “¿Quién se llevó al Señor? Quisiera saber dónde está Él ahora”, pero los dos hermanos no podían ayudarla. Muchas veces en la vida de iglesia los hermanos no podemos ayudar a las hermanas. Considerándolas unas necias, las dejamos donde están y nos vamos a casa a descansar. Habiendo visto y creído los hechos en Romanos 6, entendemos todo claramente; entonces, ¿por qué la mayoría de las hermanas oran con grandes lágrimas desperdiciando el tiempo? Ésta es la verdadera situación en todas las iglesias locales. Los hermanos responsables lo entienden todo claramente, y las hermanas lloran. Sin embargo, finalmente son las hermanas necias y lloronas las que tienen la experiencia. A ellas no les interesa tanto la verdad, los hechos, ni siquiera la fe. A ellas sólo les interesa el verdadero contacto con el Señor viviente y declaran: “No me interesan los lienzos que lo envolvieron; sólo me interesa Su Persona, quiero estar con Él y tener contacto con Él. Díganme dónde le han puesto”. Las hermanas siempre oran de esta manera en la reunión de oración. Durante los pasados cuarenta años, he sido ofendido muchas veces por esas oraciones que se hacen con necedad y llanto. Pero los hermanos debemos aprender a no condenar ni reprender a las hermanas. Debemos valorar el hecho de que tenemos tantas hermanas necias, lloronas y buscadoras, porque ellas son las primeras en tener la verdadera experiencia de la resurrección del Señor.
Posiblemente el Señor Jesús no tenía la intención de encontrar a ninguno de Sus discípulos. Por ser la primicia de la resurrección, Él en Su novedad y frescura debía presentarse primero al Padre, y no a ningún otro; pero debido al corazón diligente y buscador de esta hermana, el Señor Jesús no pudo evitar encontrarse con ella. Así pues, Él se le apareció a ella. Cuando ella intentó tocarle, el Señor parecía estar diciendo: “No; solamente puedes mirarme, pero no debes tocarme. La frescura de Mi resurrección es reservada sólo para el Padre. Después de presentarle a Mi Padre la frescura de Mi resurrección, volveré a ti. Entonces ese será el momento en que podrás disfrutar de Mi resurrección”. Los hermanos debemos aprender esta lección que nos enseñan las hermanas. En muchas ocasiones los hermanos sólo nos asimos a los hechos con fe, pero no tenemos las experiencias que tienen las hermanas.
Si queremos ver algo más del Señor, debemos tener más comunión con Él. Ver al Señor, para María fue la mejor vigilia matutina. En ésta ella se reunió con el Señor, y Él con ella; ella oró al Señor, y Él le habló; ella tuvo comunión con el Señor, y Él le dio Su palabra y Su revelación. Como veremos más tarde, el Señor le reveló que a partir de ese momento los discípulos serían Sus hermanos. Además, le dijo que Él iba al Padre, quien no era sólo Su Padre y Su Dios, sino también, desde ese momento, era el Padre y el Dios de todos ellos. Ésta fue la revelación que María trajo a los hermanos.
Esa mañana María vio el sepulcro, los dos ángeles y al Señor. Al principio ella no le reconoció, pero finalmente, después de que el Señor la llamó por su nombre, ella lo reconoció. ¿En qué momento vino el Señor a María? Ya que el sepulcro estaba vacío, el Señor no estaba allí. Y como aún no había ascendido al cielo, tampoco estaba allá. Entonces, ¿en dónde estaba Él después de que dejó el sepulcro y antes de que fuera al cielo? Yo pienso que el Señor estaba cerca del sepulcro, pero no adentro. Aunque Él estaba cerca, Pedro, Juan y María no lo vieron de momento. Finalmente el Señor se reveló a María, pero aun antes de eso, Él ya estaba allí. El Señor estuvo presente todo el tiempo, pero María no lo supo. Ella pensó que alguien se lo había llevado. Incluso cuando Pedro y Juan estuvieron allí, creo que el Señor también estaba presente. Ellos simplemente no lo reconocieron, y el Señor no se reveló a ellos. ¿Se da cuenta usted de que aun en este preciso momento el Señor está presente, pero como no se revela a nosotros, no nos percatamos de ello?
En este capítulo encontramos tres clases de discípulos. La primera clase está representada por María, la segunda, por Pedro y Juan, y la tercera, por los discípulos perezosos, quienes no participaron en el descubrimiento ni recibieron la revelación de la resurrección del Señor. Pedro y Juan participaron en el descubrimiento y recibieron la revelación, pero no tuvieron la experiencia. Solamente María tuvo el descubrimiento, la revelación y la experiencia. Lo que vemos en este relato es consistente con lo que vemos entre los creyentes hoy en día. Este relato nos revela el hecho cumplido de la resurrección de Cristo; sin embargo, para hacer el descubrimiento de Su resurrección todavía requiere que busquemos al Señor, y para obtener la experiencia de Su resurrección es menester buscar al Señor con más intensidad todavía. En otras palabras, la revelación depende de nuestra búsqueda, y la experiencia, de una búsqueda más intensa. Si queremos descubrir Su resurrección, debemos buscar al Señor, y necesitamos buscarlo más intensamente si queremos experimentar Su resurrección.
La resurrección de Cristo no fue descubierta solamente por los que buscaban al Señor, sino que además los ángeles enviados por Dios dieron testimonio de ella (20:11-13). Cuando María miró dentro del sepulcro, vio “a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto” (20:12). Los dos ángeles eran como los querubines que estaban sobre la cubierta del propiciatorio, observando y contemplando cómo el glorioso Señor, quien es la resurrección, llevaba a cabo la maravillosa obra de salir y alejarse de la amenaza de la muerte. Los ángeles que observaban llegaron a ser el testimonio más fehaciente de que el Señor Jesús había resucitado. Así como los lienzos y el sudario fueron un testimonio por parte del hombre, los ángeles lo fueron por parte de Dios. Todo esto fue visto solamente por una hermana que buscaba al Señor.
En Juan 20:17 el Señor Jesús dijo a María: “No me toques, porque aún no he subido a Mi Padre; mas ve a Mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios”. En este versículo el Señor hace referencia a Su ascensión al Padre. El día de la resurrección del Señor, Él ascendió al Padre. Esa fue una ascensión secreta, el cumplimiento final de Su ida predicha en 16:7, y ocurrió cuarenta días antes de Su ascensión pública, la cual se llevó a cabo ante los ojos de Sus discípulos (Hch. 1:9-11). En la madrugada del día de Su resurrección, Él ascendió para satisfacer al Padre y, más tarde, al anochecer regresó para estar con Sus discípulos (20:19). El Padre debía ser el primero en disfrutar la frescura de la resurrección, así como en tipología las primicias de la siega eran traídas primeramente a Dios.
María casi experimentó lo mismo que experimentó el Padre, sólo que un poco después. El Señor Jesús se reveló a María aun antes de presentarse al Padre en Su ascensión al cielo. María vio al Señor resucitado antes que Dios el Padre. Cuando ella lo vio, intentó tocarlo, mas Él se lo prohibió. Era suficiente con que ella lo viera. Ya vimos que el Señor le advirtió que no lo tocara, porque Él aún no había ascendido al Padre. Él tenía que presentarse primero al Padre y tener contacto con Él. Cuando fue a los discípulos la noche de ese mismo día, Él les dijo que lo tocaran (Lc. 24:39). Por medio de estos sucesos podemos ver que María fue la primera en ver al Señor resucitado.
El Señor Jesús también dijo a María: “Ve a Mis hermanos”. Aquí llegamos a uno de los puntos más grandiosos del Evangelio de Juan, algo que muchos cristianos no han visto claramente. El Señor, antes de Su resurrección, nunca había llamado a Sus discípulos: “hermanos”. El término más íntimo que el Señor había usado anteriormente al referirse a ellos era amigos. En Juan 15:14-15 Él dijo: “Vosotros sois Mis amigos, si hacéis lo que Yo os mando. Ya no os llamo esclavos, porque el esclavo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de Mi Padre, os las he dado a conocer”. Pero ahora, después de Su resurrección, Sus “amigos” llegaron a ser Sus “hermanos”, porque mediante la resurrección Sus discípulos fueron regenerados (1 P. 1:3) con la vida divina que había sido liberada por Su muerte que imparte vida, según lo indicado en Juan 12:24. Todos Sus discípulos fueron regenerados en la resurrección del Señor. En 1 Pedro 1:3 se nos dice que fuimos regenerados mediante la resurrección de Cristo. Por medio de Su resurrección el Señor se impartió a Sí mismo como Espíritu en todos Sus discípulos. Todos ellos, al recibir Su vida, nacieron de nuevo, fueron regenerados y se convirtieron en Sus hermanos. Recuerden que en la cruz el Señor le dijo a Su madre que recibiera a Su discípulo Juan como su hijo y le dijo al discípulo que la recibiera a ella como Su madre (19:26-27). Lo que el Señor dijo en la cruz fue cumplido el día de Su resurrección. En ese momento, Juan llegó a ser un hermano del Señor; por lo tanto, la madre del Señor llegó a ser también su madre.
Mediante la resurrección de Cristo, los discípulos llegaron a ser los hermanos del Señor porque ellos recibieron la misma vida que Él. El Señor los regeneró por medio de Su resurrección, y así ellos ya no fueron solamente Sus discípulos o Sus amigos, sino también Sus hermanos. El Señor era el grano de trigo que cayó en tierra, murió y brotó en resurrección para producir muchos granos a fin de formar un solo pan, que es Su Cuerpo (1 Co. 10:17). Antes de Su muerte, Él era un solo y único grano, pero después de Su resurrección, ese único grano llegó a ser muchos granos. Ésta es la multiplicación de la vida por medio de la muerte y la resurrección de Cristo.
El Hijo unigénito de Dios, en Su resurrección llegó a ser “el Primogénito entre muchos hermanos” (Ro. 8:29). Los “muchos hermanos” son aquellos que fueron regenerados mediante la resurrección del Señor y con la vida divina que fue liberada por Su muerte que imparte la vida. Por medio de Su resurrección, la vida divina del Padre nos fue impartida. Así que, todos hemos llegado a ser hijos de Dios y, de esta manera, el único Hijo de Dios ha llegado a ser “el Primogénito entre muchos hermanos”. Por lo tanto, el Señor no le dijo a María: “Ve a Mis amigos”, sino: “Ve a Mis hermanos”.
Antes de Su resurrección Cristo era el Hijo unigénito del Padre; era la expresión individual del Padre. Pero ahora, por medio de Su muerte y resurrección, la expresión individual del Padre ha llegado a ser la expresión corporativa de Dios el Padre en el Hijo.
Los muchos hermanos de Cristo como los “muchos hijos” del Padre son “la iglesia” (He. 2:10-12), para ser la expresión corporativa de Dios el Padre en el Hijo. Ésta es la intención máxima y final de Dios. Por lo tanto, los muchos hermanos son la propagación de la vida del Padre y la multiplicación del Hijo en la vida divina. Por lo que, en la resurrección del Señor se cumple el propósito eterno de Dios.
Consideremos Hebreos 2:10-12 de una forma más detallada. El versículo 10 dice: “Porque convenía a Aquel para quien y por quien son todas las cosas, que al llevar muchos hijos a la gloria perfeccionase por los sufrimientos al Autor de la salvación de ellos”. Aquel “para quien y por quien son todas las cosas” es el Padre, y el Autor de la salvación es el Hijo. El Padre lleva muchos hijos a la gloria.
El versículo 11 dice: “Porque todos, así el que santifica como los que son santificados, de uno son; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos”. En este versículo, “el que santifica” es el Hijo santificador, y “los que son santificados” son los hijos, quienes reciben la santificación. La frase de uno son se refiere al Padre. Así pues, el Hijo, quien es el Santificador, y nosotros, quienes somos los santificados, somos todos de un solo Padre. Por lo tanto, Él no se avergüenza de llamarnos hermanos. ¿Cuándo nos llamó “hermanos” por primera vez? En Juan 20:17 cuando Él dijo a María: “Ve a Mis hermanos”. ¿Por qué no se avergüenza de llamarnos hermanos? Porque todos recibimos la vida de Su Padre. Después de la resurrección del Señor, todos Sus discípulos recibieron la vida del Padre. Ahora, debido a que tanto Él como nosotros somos de la misma fuente y tenemos la misma vida con la misma naturaleza, Él no se avergüenza de llamarnos hermanos.
El versículo 12 añade: “Anunciaré a Mis hermanos Tu nombre, en medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas”. Aquí vemos que el Hijo declara el “nombre” del Padre a Sus hermanos, es decir, da a conocer al Padre como la fuente de la vida y como el Dios que engendra. Este versículo también nos dice que el Hijo canta himnos de alabanzas al Padre en medio de la iglesia. Con esto podemos ver que los hermanos son la iglesia. Pasé mucho tiempo tratando de encontrar otro versículo que dijera que el Señor Jesús canta alabanzas al Padre. Finalmente, como no lo encontré, entendí que siempre que Sus hermanos cantan alabanzas al Padre, Él canta cuando ellos cantan. Cuando nosotros cantamos, Él canta en nuestro cantar.
En Juan 20:17 el Señor Jesús también dijo a María: “Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios”. Por medio de Su muerte y resurrección que imparten vida, el Señor hizo que Sus discípulos fueran uno con Él. Por lo tanto, Su Padre es el Padre de ellos, y Su Dios es el Dios de ellos. Por medio de Su resurrección ellos obtuvieron la vida del Padre y la naturaleza divina de Dios. Al hacerlos Sus hermanos, Él les impartió la vida del Padre y la naturaleza divina de Dios. Al hacer que Su Padre y Su Dios, sea de ellos, el Señor Jesús los trajo a la misma posición que Él tenía, la posición de Hijo, delante del Padre y Dios, a fin de que pudiesen participar de Su Padre y Su Dios en resurrección. Así que, interiormente, en vida y naturaleza, y exteriormente, en posición, Sus hermanos son iguales a Él. Interiormente tienen la realidad y exteriormente la posición. El Padre no sólo es el Padre del Señor, sino también el Padre de los discípulos. En lo sucesivo todos los discípulos son hijos de Dios. Nosotros somos iguales al Primogénito, y Él es igual a nosotros. Ésta es la iglesia en resurrección, ¡Alabado sea el Señor!
¿Cuál es la razón por la que el Señor dijo a María que Él ascendería al Padre y a Dios? Por un lado, el Señor es el Hijo de Dios; por lo tanto, Él como hijo vería al Padre en la Persona del Hijo. Por otro lado, Él aún es el Hijo del Hombre; así que, como tal Él vería a Dios en la persona de un hombre. Por un lado, nosotros también somos hombres, y al mismo tiempo somos hijos de Dios. Ya que somos hombres, Dios es nuestro Dios; y ya que somos los hijos de Dios, Dios es también nuestro Padre. En este mismo momento, ya que somos tanto hombres como hijos de Dios, nosotros tenemos tanto a Dios como al Padre. Todos los discípulos, como seres humanos, fueron hechos hermanos del Señor e hijos del Padre, debido a que recibieron la misma vida que tiene el Señor. Ésta fue la revelación que María trajo a los hermanos del Señor.