Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
Чтения
Marcadores
Mis lecturas


Mensaje 46

LA VIDA EN RESURRECCIÓN

(1)

  Hemos visto que el Evangelio de Juan consta de dos secciones principales. La primera sección, compuesta de los capítulos del 1 al 13, revela al Verbo eterno encarnado que viene para introducir a Dios en el hombre. La segunda, del capítulo 14 al 21, nos revela la preparación del camino que introduce al hombre en Dios por parte del Jesús crucificado y el Cristo resucitado, quien viene como el Espíritu para permanecer y vivir en los creyentes a fin de edificar la habitación de Dios. En la segunda sección encontramos cuatro subdivisiones: la vida que mora en nosotros a fin de que la habitación de Dios sea edificada (14:16–16:33); la oración por parte de la vida (17:1-26); la vida que es procesada para multiplicarse (18:1—20:13, 17); y la vida en resurrección (20:14—21:25). En Jn. 14, Jn. 15 y Jn. 16 el Señor expuso que Él entraría en nosotros para ser nuestra vida, y para mezclarse y edificarse con nosotros, a fin de obtener una morada mutua para Dios y el hombre. Esta mezcla de la divinidad y la humanidad es el organismo en el cual el Dios Triuno crece y se expresa a Sí mismo. Después de hacer una exposición de este asunto, el Señor oró por ello en Jn. 17. Luego pasó por el proceso de ser examinado, morir y resucitar. Después que pasó por todo este proceso y habiendo salido de la muerte, llegó a ser la vida en resurrección. Cuando está en resurrección, Él es vida como el Espíritu, porque Él es ahora el Espíritu en resurrección. En este mensaje, debemos ver cómo esta vida es ahora el Espíritu en resurrección.

I. SE APARECE A LOS QUE LE BUSCAN

  El Señor, como vida en resurrección, primeramente se apareció a aquella que le buscaba (Jn. 20:14-18). Ésta fue Su primera manifestación después de resucitar. Sin embargo, María solamente pudo verle; no le pudo tocar debido a que la frescura de Su resurrección estaba reservada sólo para el Padre. Al aparecer a María el Señor le reveló el resultado de Su resurrección: los “hermanos” y el “Padre” (20:17). Ésta es la revelación acerca de la hermandad y la paternidad. Por medio de la resurrección del Señor, todos Sus discípulos llegaron a ser Sus hermanos, y Su Padre llegó a ser el Padre de ellos.

II. ASCIENDE AL PADRE

  En Juan 20:17 el Señor dijo a María: “No me toques, porque aún no he subido a Mi Padre”. Después que Él apareció en resurrección a María, quien le buscaba, Él ascendió en secreto al Padre el mismo día de Su resurrección. Muchos creyentes nunca han visto este asunto de la ascensión secreta del Señor. Él ascendió al Padre secretamente en la madrugada del día de Su resurrección para la satisfacción y disfrute del Padre, antes de que ascendiera públicamente ante los ojos de Sus discípulos cuarenta días después (Hch. 1:9-11).

  El Señor se ofreció a Sí mismo al Padre como “una gavilla como primicia de los primeros frutos de vuestra siega” para la “ofrenda mecida” (Lv. 23:10-11, 15). Conforme al Antiguo Testamento, la cosecha era llevada al granero, pero las primicias de los primeros frutos siempre eran llevadas al templo y ofrecidas como ofrenda mecida (Éx. 23:19; Lv. 23:10-11). Como hemos visto, la ofrenda mecida, la cual era ofrecida con un movimiento de vaivén, tipifica la resurrección; y la ofrenda elevada, la cual se ofrecía con un movimiento de arriba hacia abajo, tipifica la ascensión. Las primicias de los primeros frutos, las cuales eran llevadas al templo y ofrecidas en la presencia de Dios como ofrenda mecida, tipifican a Cristo, quien en la madrugada del día de Su resurrección llegó a la presencia de Dios para brindarle satisfacción.

  ¿Han notado alguna vez que Levítico 23:11 habla de “la gavilla”? Una gavilla no es solamente un tallo del grano cosechado, sino un manojo de tallos atados juntos. ¿Qué significa esto? Mateo 27:52-53 nos dice que después de que el Señor murió, “se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Él, entraron en la santa ciudad, y aparecieron a muchos”. Así que, las primicias de la resurrección no estaban compuestas sólo del Señor, sino también de otros, quienes también habían resucitado de los muertos. Todos ellos juntos eran una gavilla.

  La ascensión secreta del Señor fue el cumplimiento de la ida que predijo en Juan 16:7, donde Él dijo: “Os conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; mas si me voy, os lo enviaré”. Juan 16:7 no se cumplió en Hechos 2, como cree la mayoría de los creyentes, sino en Juan 20.

III. VIENE COMO EL ESPÍRITU PARA QUE LOS CREYENTES LE RECIBAN COMO ALIENTO

A. Viene con un cuerpo resucitado

  Cristo ascendió a los cielos con un cuerpo resucitado y, según Juan 20, volvió a Sus discípulos también en Su cuerpo resucitado (Lc. 24:37-40; 1 Co. 15:44). Según este capítulo, el Señor en Su cuerpo resucitado entró al lugar donde estaban reunidos Sus discípulos, estando “las puertas cerradas” (20:19). Si las puertas estaban cerradas, ¿de qué manera pudo haber entrado, puesto que Él tenía carne y huesos? Nuestra mente limitada no puede entenderlo, pero es un hecho que debemos aceptar en conformidad con la revelación divina. Según Lucas 24:37-40, el Señor mostró a Sus discípulos Su cuerpo físico, el cual, según 1 Corintios 15:44, era un cuerpo resucitado. Consideremos el ejemplo de la semilla de clavel. Esta semilla tiene un cuerpo redondo y muy pequeño. Pero cuando es plantada y crece en la tierra, produce el tallo y la flor. ¿No es esto también un cuerpo? Antes de que la semilla de clavel sea sembrada en la tierra, tiene un cuerpo muy pequeño. Pero después que se siembra y crece, toma un cuerpo diferente. Esto es exactamente lo que Pablo menciona en 1 Corintios 15:44: “Se siembra cuerpo anímico, resucitará cuerpo espiritual”. El cuerpo se siembra siendo de una forma y emerge de la tierra en otra forma. Lo que se siembra es el cuerpo natural y original, y lo que crece es el cuerpo resucitado. Cristo, después de resucitar, obtuvo un cuerpo resucitado, el cual era físico y palpable. Él pudo entrar en aquella habitación con ese cuerpo aun cuando las puertas estaban cerradas.

  A pesar de que el Señor tenía un cuerpo resucitado, todavía tenía en Sus manos y pies las huellas de los clavos (Jn. 20:20, 27; Lc. 24:40). ¿Por qué la resurrección no borró Sus heridas y por qué Su costado permanecía abierto? No lo entendemos, pero sabemos que así es. No pretenda entenderlo todo con su mente. No confíe en su limitado conocimiento, porque hay muchos misterios en el universo que no podrá comprender. Aun nosotros mismos somos misteriosos. Dígame, ¿en dónde se encuentra la conciencia y en dónde se halla el alma? ¿Sabe usted el lugar preciso donde se localiza su espíritu? Muchos científicos rehúsan creer en lo que no pueden ver ni entender. Esto no tiene sentido. Yo les pregunto a esos científicos si alguna vez han visto su conciencia o su vida física. Aunque tenemos una vida física, jamás la hemos visto. Si no somos capaces de entendernos a nosotros mismos, entonces ¿cómo podremos entender al Dios Triuno, al Ser Divino?

B. Cumple la promesa de volver a reunirse con los discípulos para el gozo de ellos

  Después de que el Señor les mostró Sus manos y Su costado, “los discípulos se regocijaron viendo al Señor” (Jn. 20:20). Esto fue el cumplimiento de la promesa del Señor en Juan 16:19 y 22, donde dijo: “Vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo”. Al verle, los discípulos se regocijaron debido a que vieron “al niño” recién nacido (16:21), que era el Señor resucitado que había nacido en Su resurrección como Hijo de Dios (Hch. 13:33). Como veremos, inmediatamente después el Señor cumplió Su promesa y regresó a Sus discípulos trayéndoles cinco bendiciones: Su presencia, Su paz, Su comisión, el Espíritu Santo y la autoridad para representarlo (Jn. 20: 23).

C. Trae Su paz a los discípulos

  En Juan 20:19 y 21 el Señor dijo a Sus discípulos: “Paz a vosotros”. Esto sucedió en la primera reunión que el Señor tuvo con los discípulos después de Su resurrección. Las reuniones frecuentemente nos traen paz. Muchas veces necesitamos asistir a una reunión para hallar paz. El Señor trajo Su paz a la iglesia. Por lo tanto, debemos asistir a las reuniones, porque en ellas disfrutamos la paz.

D. Les da una comisión a Sus discípulos

  Después de decir a Sus discípulos: “Paz a vosotros”, el Señor añadió: “Como me envió el Padre, así también Yo os envío”. El Señor dijo que Él nos enviaba de la misma manera que el Padre lo había enviado a Él. El Señor nos envía, tal como el Padre lo hace; el Padre lo envió a Él; y Él nos enviará a nosotros. Pero ¿de qué manera el Padre envió al Señor? Lo envió estando el Padre mismo en el Hijo, es decir, el Padre envía al Hijo consigo mismo. Con el Hijo estaba la vida del Padre, Su naturaleza y Su presencia, es decir, el Padre mismo. Asimismo, el Señor envió a Sus discípulos consigo mismo como vida y como el todo para ellos. De la misma manera, el Hijo ahora nos envía a nosotros. Él nos envía con Su vida, Su naturaleza y Su presencia. Como el Padre envió al Hijo siendo uno con el Hijo y estando en Él, de igual manera ahora el Hijo nos envía a nosotros siendo uno con nosotros y estando en nosotros.

  El Señor nos envía al soplar en nosotros el Espíritu Santo (20:22). Ésta es la razón por la cual, inmediatamente después de decir: “También Yo os envío”, sopló en ellos infundiéndoles el Espíritu Santo. Al infundirles Su aliento, Él entró como Espíritu en los discípulos a fin de permanecer en ellos para siempre (14:16). Por lo tanto, adondequiera que los discípulos eran enviados, Él siempre estaba con ellos y era uno con ellos. Como veremos, el Señor se infunde en nosotros al soplar el Espíritu Santo en nosotros. El Señor nos envía siendo uno con nosotros. La única manera en que el Señor puede ser uno con nosotros y estar en nosotros, es infundirse a Sí mismo como aliento en nuestro interior. Por lo tanto, debemos recibir al Espíritu, quien es la realidad de Cristo. Si hemos recibido al Espíritu de Cristo, hemos recibido Su realidad. En otras palabras, esto significa simplemente que hemos recibido a Cristo mismo. Con esto podemos ver que el Señor nos envía infundiéndose a Sí mismo en nosotros como aliento.

E. Sopla el Espíritu Santo en los discípulos

  El versículo 22 dice: “Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. El Señor es el Verbo, y el Verbo es el Dios eterno (1:1). En el Evangelio de Juan, el Verbo pasa por un largo proceso para finalmente llegar a ser el aliento, el pnéuma, a fin de poder entrar en los creyentes. Él dio dos pasos para llevar a cabo el propósito eterno de Dios. En primer lugar, Él dio el paso de la encarnación para llegar a ser un hombre en la carne (1:14), para ser “el Cordero de Dios” que efectúa la redención a favor del hombre (1:29), para dar a conocer a Dios al hombre (1:18) y para manifestarles el Padre a los creyentes (14:9-11). En segundo lugar, Él dio el paso de ir a la muerte y resucitar para ser transfigurado en el Espíritu, a fin de poder impartirse en Sus creyentes como vida y el todo para ellos, y producir los muchos hijos de Dios, Sus muchos hermanos, con miras a la edificación de Su Cuerpo, que es la iglesia, la morada de Dios, la cual expresará al Dios Triuno por la eternidad. Por lo tanto, originalmente Él era el Verbo eterno; luego, por medio de la encarnación, Él se hizo carne para realizar la obra redentora de Dios y, por medio de Su muerte y resurrección, llegó a ser el Espíritu para ser el todo y hacerlo todo a fin de completar el edificio de Dios.

  Nunca debemos pasar por alto que el Verbo eterno dio dos pasos: hacerse carne (1:14) y hacerse el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Debemos tener presente estos dos pasos: El Verbo eterno primero llegó a ser carne y después, como el postrer Adán, llegó a ser el Espíritu vivificante. El primer paso fue la encarnación, y el segundo, la resurrección. La finalidad del primer paso fue la redención, y la del segundo fue impartir la vida. Después de hacerse carne y llegar a ser el Cordero de Dios para derramar Su sangre por nuestra redención, Él llegó a ser en resurrección el Espíritu vivificante con el fin de impartirse a Sí mismo en nosotros como vida. Muy pocos creyentes han visto esto claramente. La mayoría sólo sabe que Cristo dio el paso de la encarnación para llevar a cabo la redención. Pero ellos no ven el segundo paso; es decir, que el postrer Adán en la carne, al resucitar, fue hecho el Espíritu vivificante para que, como tal, pudiera impartirse en nosotros y ser nuestra vida. El Evangelio de Juan revela claramente estos dos pasos. En el capítulo 1 el Verbo eterno llegó a ser carne a fin de ser el Cordero de Dios, y en el capítulo 20 esta Persona maravillosa dio otro paso: entró en la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante. Así que, en la noche del mismo día de Su resurrección, Él vino y se impartió a Sí mismo como el Espíritu al soplar en los discípulos.

  El Evangelio de Juan da testimonio de que el Señor es Dios (1:1-2; 5:17-18; 10:30-33; 14:9-11; 20:28), la vida (1:4; 10:10; 11:25; 14:6) y la resurrección (11:25). Los capítulos del 1 al 17 demuestran que Él es Dios entre los hombres. Por ser Dios, los hombres están en contraste con Él. Los capítulos 18 y 19 comprueban que Él es la vida en medio del ámbito de muerte. La muerte, o el ambiente de muerte, está en contraste con Él, quien es vida. Los capítulos 20 y 21 demuestran que Él es la resurrección en medio de la vieja creación, la vida natural. La vieja creación, la vida natural, está en contraste con Él, quien es la resurrección, cuya realidad es el Espíritu. Puesto que Él es la resurrección, sólo puede ser hecho real para nosotros en el Espíritu. Así pues, Él es el Espíritu en resurrección. Por lo tanto, Él es Dios entre los hombres (caps. 1—17), Él es la vida en medio de la muerte (caps. 18—19) y Él es el Espíritu en resurrección (caps. 20—21).

1. El cumplimiento de Su promesa

  El Espíritu Santo mencionado en el versículo 22 es el Espíritu que se esperaba en 7:39 y prometido en 14:16-17, 26; 15:26; y 16:7-8, 13. Por lo tanto, cuando el Señor infundió el Espíritu Santo en los discípulos al soplar en ellos, se cumplió la promesa que había hecho acerca del Espíritu Santo como Consolador. Veremos más adelante que este cumplimiento es distinto al de Hechos 2:1-4. En el capítulo 14 el Señor prometió que Él le pediría al Padre que enviara otro Consolador. Aquí, en el capítulo 20, Él les trae a Sus discípulos el otro Consolador, el Espíritu de realidad. Ahora el Espíritu de realidad entra en los discípulos para estar en ellos. Ahora ellos saben que el Señor está en el Padre y que el Padre está en el Señor, y que ahora ellos están en el Señor y el Señor en ellos. Entienden que ahora son uno con el Dios Triuno. Así pues, todo lo que el Señor les había dicho en los capítulos 14, 15 y 16 se cumplió en ese momento. Debemos leer esos tres capítulos para poder entender lo que sucede ahí. El cumplimiento aquí es simplemente que el Señor pasó por la muerte y la resurrección, y luego viene a los discípulos como el Espíritu, como el otro Consolador, para ser su realidad a fin de que ellos sean uno con el Dios Triuno. En ese momento los discípulos estaban felices y contentos. El Señor les había dicho que no le verían por un poco (16:16). Ahora, después de un poco, le vieron de nuevo, lo cual cumplió lo que el Señor había dicho en los capítulos del 14 al 16.

2. Este cumplimiento es distinto al de Hechos 2

  El cumplimiento presentado en 20:22 difiere del cumplimiento efectuado en Hechos 2:1-4. Sin embargo, la mayoría de los creyentes cree que la promesa hecha en Juan 14, 15 y 16 se cumplió en Hechos 2, en el Día de Pentecostés, y piensan que el Consolador llegó ese día. Pero lo que se cumplió en Hechos 2:1-4 fue la promesa que el Padre hizo en Joel 2:28-32, a la cual el Señor hace referencia en Lucas 24:49, diciendo: “He aquí, Yo envío la promesa de Mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. El Señor, después de Su resurrección y poco antes de Su ascensión pública, recordó a los discípulos la promesa que el Padre había hecho. Todos estamos de acuerdo en que la promesa del Padre acerca de ser “investidos de poder desde lo alto” se cumplió en Hechos 2. Sin embargo, la promesa hecha en Juan 14, 15 y 16 no es la promesa referente al poder hecha por el Padre, sino la promesa del Consolador hecha por el Hijo; esta última se cumplió el día de la resurrección del Señor. Cuando el Señor les recordó a Sus discípulos acerca de la promesa del Padre, la promesa del Consolador hecha en Juan ya se había cumplido. Después de Su resurrección, y un poco antes de Su ascensión pública, el Señor les recordó a los discípulos que debían esperar hasta que se cumpliera la promesa hecha por el Padre con respecto a ser investidos de poder.

  El día de la resurrección del Señor se cumplió la promesa acerca del Espíritu Santo como vida, verdad y realidad. Pero el Día de Pentecostés se cumplió la promesa acerca del Espíritu Santo como poder. Estos son dos aspectos del Espíritu Santo. En el día de la resurrección, los discípulos recibieron al Espíritu de vida como la realidad de Cristo, y cincuenta días más tarde, en el Día de Pentecostés, recibieron al Espíritu de poder. Pentecostés simplemente significa cincuenta días. En el primer octavo día (que significa resurrección), recibieron al Espíritu como la vida y la realidad de Cristo, y en el octavo de los días octavos (que significa resurrección en resurrección), es decir, el primer día de la octava semana, recibieron al Espíritu Santo como el poder y la capacidad requeridos para llevar a cabo la obra.

  Tanto el Evangelio de Lucas como Hechos fueron escritos por Lucas. La línea que traza Lucas es la del poder requerido para la obra, y la línea que presenta Juan es la línea de la vida requerida para poder vivir. Si leemos la Biblia detenidamente, veremos que el Espíritu primeramente es el Espíritu de vida, y luego el Espíritu de poder. En la línea que traza Lucas, el Espíritu de poder es comparado con una vestidura que es puesta sobre nosotros, pero en la línea que traza Juan, el Espíritu es comparado con el agua, la cual ingerimos bebiéndola. La vestidura es algo externo que nos cubre, y la bebida es algo que nos llena interiormente. Conforme a la línea que presenta Lucas, el Espíritu viene sobre nosotros (Hch. 1:8). En cambio, según la línea de Juan, el Espíritu entra en nosotros, porque el Espíritu de realidad habita en nuestro ser (Jn. 14:17). Así que, la línea de Juan tiene como fin que nosotros tengamos vida, y la línea de Lucas tiene como fin que seamos revestidos de poder. Además, si leemos Hechos 4 cuidadosamente, veremos por qué el poder es comparado con una vestidura o un uniforme. Por ejemplo, el uniforme es lo que da autoridad al policía. De la misma manera, el Espíritu Santo vino sobre Pedro y los demás discípulos como poder, para ser su uniforme. Pero el día de la resurrección del Señor, el Espíritu fue soplado en ellos. Esto no se efectuó para investirlos exteriormente, sino para llenarlos interiormente. En la línea de Lucas, el Espíritu de poder es también comparado con “un viento recio” (Hch. 2:2). El viento es una forma de poder. En la línea de Juan, el Espíritu de vida es comparado con el aliento. El aliento no provee poder, sino vida. En Juan 20:22 el Espíritu como aliento fue infundido como vida en los discípulos para su vivir. El Señor, al soplar el Espíritu en los discípulos, se impartió a Sí mismo como vida y como el todo para ellos. Por lo tanto, todo lo que el Señor había hablado en los capítulos del 14 al 16 fue cumplido.

  De la misma manera que caer en la tierra para morir y brotar de la tierra para crecer, transforma al grano de trigo dándole otra forma, una forma nueva y viva, asimismo la muerte y la resurrección del Señor le transfiguraron de la carne al Espíritu. El Señor como “el postrer Adán” en la carne llegó a ser “el Espíritu vivificante” (1 Co. 15:45) por medio del proceso de la muerte y la resurrección. Así como Él es la corporificación del Padre, el Espíritu es la realidad de Él. Fue como Espíritu que el Señor se infundió en Sus discípulos al soplar en ellos, y es también como Espíritu que Él es recibido en los creyentes y fluye de ellos como ríos de agua viva (Jn. 7:38-39). Fue como Espíritu que, mediante Su muerte y resurrección, regresó a los discípulos, entró en ellos como Su Consolador y comenzó a morar en ellos (14:16-17). Además, como Espíritu Él puede vivir en los discípulos y hacerlos aptos para vivir por Él y con Él (14:19). Como Espíritu Él puede permanecer en los discípulos y hacer que ellos permanezcan en Él (14:20; 15:4-5). Como Espíritu Él puede venir con el Padre a los que le aman y hacer morada con ellos (14:23). Como Espíritu Él puede hacer que todo lo que Él es y tiene sea hecho completamente real para los discípulos (16:13-16). Como Espíritu Él vino para reunirse con “Sus hermanos”, “la iglesia”, a fin de anunciarles el nombre del Padre y alabar al Padre en medio de ellos (He. 2:11-12). Como Espíritu Él puede enviar a Sus discípulos a cumplir Su comisión consigo mismo como vida y como el todo para ellos, de la misma manera que el Padre lo envió a Él (20:21). Ahora los discípulos están calificados para representarlo con Su autoridad en la comunión de Su Cuerpo (20:23).

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración