Mensaje 5
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En este mensaje veremos a Jn. 1 en su totalidad, repasaremos los puntos que ya abarcamos y tocaremos algunos puntos que todavía no hemos estudiado.
En Juan 1 se revelan las dos secciones de la eternidad. El principio que se menciona en Juan 1:1 se refiere a la eternidad pasada. Luego en el versículo 51, cuando el Señor le dijo a Natanael que él vería el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre, Él no estaba hablando de ese momento, sino de la eternidad futura. Si unimos estas dos secciones, veremos la eternidad en su totalidad.
En la eternidad pasada, Cristo, como el Verbo, estaba con Dios y era Dios. Él solamente era Dios y sólo tenía la divinidad. Puesto que el Verbo no se había encarnado todavía, Él no era un hombre y no tenía humanidad.
En la eternidad futura, Cristo no sólo será Dios, sino también hombre; no sólo será el Hijo de Dios, sino también el Hijo del Hombre. Puesto que el Verbo se encarnó (v. 14), también es un hombre, el Hijo del Hombre, quien posee humanidad para siempre. Después de la encarnación, Él sigue siendo Dios, pero es Dios y hombre. Sigue siendo el Hijo de Dios, pero es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Es decir, que en la eternidad futura, además de ser el Hijo de Dios por la eternidad también será el Hijo del Hombre. En la eternidad pasada Él era Dios, poseyendo única y solamente la divinidad, no tenía la humanidad. Sin embargo, en la eternidad futura Él será Dios y hombre, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, con divinidad y humanidad. Él tendrá dos naturalezas, dos esencias y dos substancias: la divina y la humana.
Cuando Natanael le dijo al Señor: “Tú eres el Hijo de Dios; Tú eres el Rey de Israel” (v. 49), Jesús le dijo que él vería “a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre”. ¿Quién es más importante: el Hijo de Dios o el Hijo del Hombre? Lógicamente todos dirían que el Hijo de Dios es más importante que el Hijo del Hombre. Entonces, permítanme preguntarles: ¿ustedes prefieren ser hijos del hombre o ser hijos de Dios? Con toda seguridad, contestarían que prefieren ser hijos de Dios. Todo el mundo desea ser hijo de Dios. Por eso fue un hecho maravilloso que Natanael se diera cuenta de que Jesús, un humilde hombre de Nazaret, era el Hijo de Dios. Sin embargo, Jesús inmediatamente le dijo que Él era el Hijo del Hombre. Aunque los hombres tratan de exaltarlo, a Él le gusta permanecer humilde.
¿Qué era más importante, que Jesús fuera el Hijo de Dios o que fuera el Hijo del Hombre? Si usted contesta a la ligera, tal vez responda con una herejía. ¡Cuán difícil es responder a esto! El Señor es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Si Él no fuera el Hijo de Dios, no podría ser nuestra vida y si no fuera el Hijo del Hombre, no podría ser la esencia del edificio de Dios. El Hijo de Dios se relaciona con la vida, y el Hijo del Hombre con la edificación. Para poder recibir vida la Biblia no nos pide que creamos que Jesús es el Hijo del Hombre, sino que todos debemos creer que Jesús es el Hijo de Dios, que un humilde nazareno, es el Hijo de Dios. Si creemos esto tendremos la vida eterna. Después de recibir la vida eterna, debemos darnos cuenta de que este Jesús, el Hijo de Dios, también es el Hijo del Hombre. Su divinidad es nuestra vida, y Su humanidad es para el edificio de Dios. El edificio de Dios necesita Su humanidad. Necesitamos a Jesús como el Hijo de Dios, pero Dios lo necesita como el Hijo del Hombre.
Para nosotros, Jesús es el Hijo de Dios, pero para Dios y para el diablo, Satanás, Él es el Hijo del Hombre. El diablo no tiene miedo de que Jesús sea el Hijo de Dios, sino de que sea el Hijo del Hombre. En varias ocasiones cuando Jesús echaba fuera a los demonios y éstos lo llamaban Hijo de Dios, Jesús los hacía callar (Mt. 8:29; Mr. 3:11-12), ya que delante de ellos, Él era el Hijo del Hombre. Cuando el diablo tentó a Jesús en el desierto, diciendo: “Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes” (Mt. 4:3), Jesús resistió la tentación de negar Su posición como Hijo del Hombre diciendo: “No sólo de pan vivirá el hombre” (Mt. 4:4). Jesús mantuvo Su posición como hombre. Satanás no le teme al Hijo de Dios; pero sí le teme al hombre. ¿Por qué? Porque Dios, en Su economía, dispuso que el hombre debe ser el que derrota a Satanás.
Además, Dios no quiere morar en Sí mismo. La divinidad no puede ser la morada de Dios. La intención de Dios en Su economía es morar en la humanidad. La intención de Dios es derrotar a Su enemigo por medio del hombre y hacer Su morada en la humanidad. Por lo tanto, para que Satanás sea derrotado y para que Dios obtenga Su morada, se necesita la humanidad. Si el Señor Jesús sólo fuese el Hijo de Dios, sólo podría impartirle vida al hombre. No tendría sustancia con la cual derrotar a Su enemigo o para llegar a ser la morada de Dios. Alabado sea el Señor por ser el Hijo de Dios, quien nos imparte la vida, y por ser el Hijo del Hombre, quien le proporciona una morada a Dios.
En la eternidad pasada, ¿Acaso Dios tenía una morada hecha de humanidad? Por supuesto que no. En Isaías 66:1 Dios dice: “El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies ... ¿dónde [está] el lugar de mi reposo?”. Aunque el cielo se considera la habitación de Dios (Dt. 26:15; 1 R. 8:49; Sal. 33:13-14; Is. 63:15); Él se pregunta ¿dónde está el lugar de Mi reposo? Cuando Dios gana al hombre, éste llega a ser Su lugar de reposo (Is. 57:15; 66:2). Hoy Dios mora en los cielos, pero éstos no serán Su habitación por la eternidad. Por la eternidad, en el cielo nuevo y la tierra nueva la habitación de Dios será la Nueva Jerusalén, la cual se compone de todos Sus santos redimidos y la cual descenderá del cielo (Ap. 21:1-3). ¿Cuál será la habitación eterna de Dios? La humanidad regenerada, transformada, elevada y edificada llegará a ser la morada de Dios. Dios no morará con una humanidad natural, sino con una humanidad que haya sido regenerada, transformada, unida y edificada con la vida divina. La vida divina elevará nuestra humanidad hasta que lleguemos a ser la morada de Dios.
En Juan 1 se revela a Cristo como el Hijo de Dios y como el Hijo del Hombre. Él es el Hijo de Dios para impartir a Dios en nosotros como vida, y Él es el Hijo del Hombre para ser la esencia misma de la edificación de la casa de Dios. En la eternidad pasada no existía la humanidad, ni Dios tenía una morada. Pero en la eternidad futura Dios tendrá Su morada en la humanidad.
En Juan 1 se presentan las dos secciones de la eternidad. Si en la eternidad pasada Dios no tenía humanidad, ¿cómo puede tenerla como Su morada en la eternidad futura? Esto no ocurre de la noche a la mañana. Entre las secciones de la eternidad existe un puente que es el tiempo. En la eternidad pasada Dios planeó, pero no hizo nada. En la eternidad futura Él tampoco hará nada, ya que todo se habrá realizado. En la eternidad futura Él simplemente disfrutará Su obra acabada. En la eternidad pasada Dios planeó y en la eternidad futura, disfrutará. Todo lo que Él necesita realizar, lo lleva a cabo en el puente del tiempo. Dios maneja el coche de Su economía desde la primera sección de la eternidad hasta llegar a la última, y entre las dos pasa por el puente del tiempo. Al pasar por este puente, todo trabajo que se necesita es completado. Una vez que Dios concluya este viaje, dirá: “Terminado está”. En la eternidad futura Dios disfrutará Su obra terminada.
¿Cuánto durará el puente del tiempo? Puede ser alrededor de seis mil años. En este puente Dios realiza cinco cosas, las cuales estudiaremos una por una. Comenzaremos con la creación.
El versículo 3 dice: “Todas las cosas por medio de Él llegaron a existir, y sin Él nada de cuanto existe ha llegado a la existencia”. La creación da existencia a las cosas. El significado de la creación es llamar las cosas que no son, como existentes (Ro. 4:17). El propósito de la creación es producir un recipiente que recibiera a Dios como vida. Fíjese en las cosas creadas: los cielos, la tierra, billones de cosas físicas y el hombre. ¿Qué es lo más importante de toda la creación? Nada es más importante que el hombre. Según la Biblia, los cielos fueron creados para la tierra y la tierra para el hombre (Zac. 12:1). Todo es para el hombre. Los minerales, la vida vegetal y la vida animal fueron creados para el hombre. El aire, el sol y la lluvia sustentan la vida vegetal, la cual es para la vida animal; y ambas son para el sustento del hombre. Todas las cosas vivientes son para el hombre. El hombre, para quien son todas las cosas, es para Dios, recibe a Dios y cumple Su propósito. El hombre tiene un espíritu, el cual es el recipiente de Dios. Por medio de Su obra creadora, Dios produjo los cielos para la tierra, la tierra para el hombre, y el hombre con un espíritu, que le sirve como recipiente, a fin de recibir a Dios como su vida.
El hombre es el centro del universo. Él tiene una boca para comer e invocar. Comer es la actividad diaria más importante. No importa cuán ocupada se encuentre una persona, siempre toma tiempo para comer cada día. La mayoría de las personas comen varias veces al día. No debemos avergonzarnos de decir que ésta es nuestra actividad diaria más importante. A mí me gusta comer. Yo como tanto alimento físico así como el espiritual, que es Cristo. Yo como al Señor al invocarle: “Oh Señor Jesús”. Comer al Señor es un asunto importante. Los cristianos que no abren sus bocas mueren de hambre. Yo pertenecí a esta clase de cristianos mudos y callados por años, y por poco me muero. Pero ahora soy un cristiano que come. Yo como cuando invoco el nombre del Señor. Cuando Dios nos creó, nos dio un espíritu y una boca para que lo recibiéramos como nuestra vida.
¿Alguna vez le ha dado usted gracias a Dios por Su creación? Debería decir: “Oh Dios, mi Creador. Gracias por haber creado los cielos y la tierra, y todo lo que hay en ellos. Gracias por crearme, gracias por mi espíritu y por mi boca”. Muchos cristianos jamás le han dado gracias al Señor por haberlos creado con un espíritu y una boca.
Romanos 8:16 nos muestra la importancia de nuestro espíritu, y Romanos 10:9-10 muestra la importancia de la boca. La justificación se relaciona con nuestro corazón, y la salvación con nuestra boca. Aunque muchos cristianos dicen que con tener un corazón que crea es suficiente, Romanos 10 dice claramente que también necesitamos la boca. Debemos creer en nuestro corazón y clamar al Señor con nuestra boca. Cuanto más digamos: “Oh Señor Jesús”, más salvación recibiremos. ¿Por qué usted es tan débil? Porque no invoca el nombre del Señor Jesús. Si usted clama a Él, será fortalecido. Muchos cristianos sólo hablan de sus debilidades, y no se dan cuenta de que el origen de éstas es la carencia de confesar el nombre del Señor. “Toda lengua confiese públicamente que Jesucristo es el Señor” (Fil. 2:11). Si cada cristiano dijera continuamente: “Señor Jesús”, Satanás sería echado inmediatamente en el lago de fuego. ¡Aleluya por nuestro espíritu y por nuestra boca! Interiormente tenemos el espíritu y exteriormente tenemos la boca. Nuestro espíritu, nuestra boca y todo nuestro ser son productos de la obra creadora de Dios. Oh, cuanto debemos alabar a Dios por Su creación. Le debemos dar gracias por habernos creado. Incluso en la mesa del Señor debemos agradecerle por Su obra creadora. La creación fue lo primero que se llevó a cabo en el puente del tiempo.
En segundo lugar, tenemos la encarnación. Si Dios no hubiese creado algo, no habría tenido la manera de encarnarse. La obra creadora preparó el camino y le proveyó los medios para que se encarnara. La creación dio existencia a las cosas, y la encarnación introdujo a Dios en Su creación. Dios esperó aproximadamente cuatro mil años después de haber creado a Adán para encarnarse. Un día Él se encarnó, y en la tierra apareció un hombrecito llamado Jesús que tenía a Dios en Él. Dios se forjó en ese hombre, lo cual fue el milagro más grande de todos. Mediante la encarnación, Dios se introdujo en la humanidad y se hizo uno con el hombre. La divinidad y la humanidad llegaron a ser una sola entidad.
Entre la eternidad pasada y la futura, existe un espacio, que el tiempo las une como un puente. En este puente, al que llamamos tiempo, Cristo como el Verbo de Dios, por medio del cual fueron creadas todas las cosas, se encarnó como hombre. La creación fue el primer acontecimiento en el puente del tiempo, el segundo fue la encarnación. La creación significa que lo que no es existe por medio del Verbo. Antes de la creación no existía nada, pero por medio de la obra creadora de Cristo, todas las cosas llegaron a la existencia. La encarnación consiste en que Dios se introduce en Su creación. Aunque todo lo que Dios creó era perfecto y bueno, nada estaba unido a Dios. La creación fue sólo un paso de preparación para la encarnación. Primero, Dios creó todas las cosas para luego poder llegar a ser uno con ellas. Ésta es la razón por la que Dios creó los cielos, la tierra y el hombre como el centro del universo. Según Su intención, preparó la creación para poder unirse a ella. La expresión el Verbo se hizo carne significa que Dios se unió a Su creación mediante Su encarnación. En la encarnación, la carne que Dios se puso, se convirtió en Su tabernáculo (1:14). Este tabernáculo fue el edificio de Dios en pequeña escala; era la Nueva Jerusalén en miniatura, la cual es el tabernáculo de Dios en la eternidad (Ap. 21:2-3). Mediante la creación, Dios le dio existencia a todas las cosas del universo; por medio de la encarnación, Él se mezcló con el hombre, quien es el centro de Su creación. El propósito de Dios al crear y al encarnarse fue cumplir Su deseo de mezclarse con la humanidad y hacer de ésta Su morada viva. Él no está conforme con una morada celestial. Él desea edificar una morada viva con Su pueblo viviente. Por lo tanto, Él creó al hombre como el centro de la creación y se mezcló con el hombre por medio de la encarnación a fin de hacerlo Su habitación viviente en el universo.
La encarnación no sólo introduce a Dios en la creación, sino también lo da a conocer a los hombres en el Verbo, la vida, la luz, la gracia y la realidad. En la encarnación, El Verbo, quien es Cristo como Dios, se hizo carne. El Verbo es Dios expresado, explicado y definido para que el hombre lo entienda. La vida es Dios impartido para que el hombre lo pueda recibir. La luz es el brillo de Dios para que el hombre sea iluminado a fin de aprehender a Dios. La gracia es Dios disfrutado por el hombre para que éste participe de Sus riquezas. La verdad es Dios hecho real para el hombre para que éste lo posea como realidad. En resumen, por medio de todo esto Dios se da a conocer plenamente al hombre a fin de que éste participe de Él y lo disfrute como todo.
En el puente del tiempo el tercer punto es la redención. El Señor, después de haber vivido en la tierra por treinta y tres años y medio, fue a la cruz como Cordero de Dios. El Cordero de Dios se relaciona con nuestra redención. Mediante la redención, el Señor recobró al hombre caído y lo separó del pecado. Por medio de la redención, Dios no sólo quitó el pecado, sino que también puso fin a toda la primera creación. Jesús, quien fue crucificado en la cruz, llevó la primera creación a la tumba. Cuando Él resucitó de los muertos, dejó la primera creación en la tumba y salió en resurrección como la cabeza de la nueva creación.
La unción viene después de la redención. La unción viene por medio de la paloma, que representa al Espíritu, el cual es la continuación del Cordero. El Cordero quitó el pecado y dio fin a la creación original, y la paloma, quien es el Espíritu, vino a regenerar, impartir vida, transformar, unir y edificar. La paloma, o sea el Espíritu, regenera al hombre creado, transforma al hombre natural y une al hombre transformado. Nosotros podemos estar en cualquiera de estas tres condiciones: la de un hombre creado que necesita ser regenerado, la de un hombre regenerado que todavía es muy natural y que necesita transformación, o la de un hombre transformado que permanece separado e individualista y que necesita unirse a otros. Si somos apropiadamente transformados, estaremos dispuestos a unirnos a otros. Así, que en primer lugar, debemos ser regenerados; luego, transformados y después ser unidos para ser edificados. La paloma, el Espíritu, regenera, transforma y une. Todos estamos bajo la unción de la paloma, del Espíritu. Aunque no nos demos cuenta o no lo sepamos, el Señor está transformándonos.
Tengo la completa seguridad de que todo el pueblo del Señor, tarde o temprano, será transformado. La transformación no depende de nosotros, sino de Él. Él nos escogió y nos preordinó, y no podemos escaparnos de Él. Si tratamos de escapar, simplemente perderemos el tiempo, y le daremos problemas. Ni siquiera usted debe decir que puede retrasarlo, ya que para Él mil años son como un día. Para Él es fácil ser paciente con usted. Finalmente, cada hermano y hermana será transformado. Cuando entremos en la Nueva Jerusalén, veremos que todos serán de jaspe, una piedra preciosa (Ap. 21:11).
Verdaderamente el Señor está llevando a cabo una obra transformadora en nosotros. Él no es un gran águila, sino una pequeña paloma: el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Esta pequeña paloma es la continuación del pequeño Cordero. Debido a que el Cordero murió en la cruz, ahora le toca a la paloma hacer su obra en resurrección. Día tras día, la pequeña paloma como Espíritu que imparte vida, le habla a usted interiormente, reprendiéndole y conmoviendo su corazón y su conciencia. A menudo, cuando usted se encuentra en la tienda, la paloma lo molesta interiormente. No espere una gran experiencia o un cambio repentino, sino la pequeña paloma que se mueve y obra todo el tiempo dentro de usted. Estamos en un proceso del cual no hay escapatoria. Este es un proceso continuo y permanente. En cierto sentido, tenemos paz interior, pero en otro sentido, la pequeña paloma nos da problemas constantemente. La obra interna de esta pequeña paloma es la unción.
Todos estamos bajo el proceso de transformación. He notado que algunos hermanos y hermanas han experimentado cambios significativos debido a la obra transformadora de la paloma. Si usted dice que no le gusta la vida de iglesia y decide marcharse, se dará cuenta de que no puede escaparse de la obra transformadora de la paloma que mora en usted. Si en realidad quiere descansar, simplemente sea un “niño bueno” en la vida de iglesia. Si no se comporta bien y es un “niño travieso”, sufrirá. Pero este sufrimiento lo ayudará a ser transformado. ¿Quién puede escaparse de los caminos del Señor? Una vez que somos capturados, no hay escapatoria. Podemos decir: “No me gusta”, pero Él dice “Pero tú si me gustas a Mí, aunque Yo no sea de tu agrado, tú sí me agradas. Cuanto más te desagrado, más me agradas”. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos decir? No debemos hacer nada; sólo digamos: “Oh Señor Jesús”. Una vez que ha sido capturado por el Señor para la vida de iglesia, usted está “atado” a la transformación, y no puede escaparse. Tal vez no le guste, pero ¿qué puede hacer? ¿A dónde puede ir? No hay otro lugar. Éste es su destino. Dios nos ha destinado a ser transformados para Su edificio.
Después de la creación, la encarnación, la redención y la unción tenemos la edificación, la cual se relaciona con la casa de Dios. Dios está edificando una morada para Sí, y está utilizando a las personas que han sido transformadas en piedras (Jn. 1:42). Alabado sea el Señor porque no sólo estamos siendo transformados, sino también edificados. Dios no necesita muchas piedras, sino una casa. En la eternidad Dios necesitará una casa edificada, Bet-el, como Su habitación.
El Señor necesita que la nación de Israel esté preparada y la iglesia edificada para poder regresar. Al fijarnos en Israel, nos damos cuenta de que ya está casi listo. Pero Israel necesita que la iglesia también esté lista. Aunque Israel está casi listo, la iglesia no está preparada. Al Señor no le interesa la cantidad de personas, por que incluso si sólo unos pocos son completamente procesados, saturados, transformados y edificados por Él y con Él, esto será suficiente. No digo esto a la ligera.
La venida del Señor no será conforme a nuestro concepto natural. Los religiosos no entendieron Su primera venida y tampoco entenderán Su segunda. No nos dejemos llevar por los conceptos religiosos en cuanto a la venida del Señor, sino que debemos tomar el camino de la vida. Si uno sigue este camino, conocerá la forma en que vendrá el Señor. Esta será una venida muy “furtiva”. La Biblia dice que el Señor vendrá como un ladrón (Ap. 3:3; 16:15). Él no vendrá como una visita que toca a su puerta, sino a hurtadillas como un ladrón. Es posible que usted no se dé cuenta de Su venida. Si usted se mantiene en el camino de la vida, verá que el Señor vendrá de forma escondida, de forma viviente. Alabado sea el Señor porque estamos en el camino secreto de la vida.
El regreso del Señor requiere que haya un edificio sólido construido con los que lo buscan. Este edificio será la cabeza de playa, una posición estratégica, para que el Señor tome la tierra, y será la morada mutua de Dios y el hombre. Será la mezcla de lo divino y lo humano para siempre. Cristo anteriormente era sólo divino, pero para ser el Hijo del Hombre, necesitaba la vida y la naturaleza humanas. Nosotros somos humanos, pero podemos nacer de Dios y por ende llegar a ser Sus hijos (1:12-13). Para llegar a ser los hijos de Dios, necesitamos la vida y la naturaleza divinas. Finalmente Él, quien es divino, tendrá la vida y la naturaleza humanas; y nosotros, los seres humanos, tendremos la vida y la naturaleza divinas. Entonces Él y nosotros seremos exactamente iguales. Ésta es la mezcla de la divinidad y la humanidad, y la morada mutua del edificio de Dios. Este edificio no sólo será la máxima realización del sueño de Jacob, sino también del plan eterno de Dios. Éste será el fin del puente del tiempo y dará entrada a la bendita eternidad futura. ¡Debemos vivir para este edificio y llegar a ser ese edificio!
Después de que sucedan estos cinco acontecimientos, entraremos en la eternidad futura con el Señor. En ese momento, Él será tanto el Hijo de Dios como el Hijo del Hombre. Como Hijo de Dios, Él será nuestra vida, y como Hijo del Hombre, Él será la morada de Dios. Estaremos unidos a Él y mezclados con Él, y disfrutaremos de la eternidad junto con Él para siempre. Junto con Natanael, todos veremos un cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre. Ésta es la revelación que se encuentra en el capítulo 1 de Juan.