Mensaje 7
Es muy interesante ver que en el capítulo 2 de Juan primeramente tenemos el caso en el cual el agua se convierte en vino (Jn. 2:1-11), y después, el caso de la purificación del templo (Jn. 2:12-22). Debemos creer que ambos casos fueron incluidos con el fin de revelar algo más que el simple relato de eventos históricos. ¿Cuál es la razón por la que el caso de la purificación del templo viene después del cambio de muerte en vida? Esta secuencia demuestra que la vida es para la edificación del templo de Dios. En otras palabras, la vida es para el edificio de Dios. El caso en que el Señor cambió el agua en vino nos muestra el principio de la vida, el cual es cambiar la muerte en vida. Ahora, en el caso del templo vemos la meta, el propósito, de la vida, el cual es edificar la casa de Dios.
Juan 2:12-22 presenta dos aspectos de cómo el Señor se ocupó del templo: el aspecto de la purificación y el de la edificación. Satanás, el enemigo de Dios, siempre trata de dañar o frustrar el templo de Dios. Intenta contaminarlo introduciendo muchas cosas pecaminosas. Esta es la razón por la que la casa de Dios requiere purificación.
El Señor Jesús purificó el templo cuando “estaba cerca la Pascua de los judíos” (2:13). En ese tiempo la Pascua era una conmemoración de la salvación de Dios (Éx. 12:2-11; Dt. 16:1-3); y los judíos la recordaban adorando a Dios en el templo. Pero cuando el Señor Jesús subió a Jerusalén, encontró el templo lleno de bueyes, ovejas, palomas y cambistas de monedas. Así que, el templo requería ser purificado, y el Señor Jesús lo hizo.
La Pascua prefiguraba la memoria que hacemos del Señor (1 Co. 11:24-25). Y nosotros somos el templo de Dios (1 Co. 3:16). Es muy posible que cuando venimos a la mesa del Señor para hacer memoria de Él, nos encontremos llenos de asuntos terrenales. Así que, también nosotros necesitamos ser purificados para poder ser el templo adecuado de Dios.
Leamos Juan 2:14-16: “Y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de Mi Padre casa de mercado”. El Señor purificó la casa de Dios usando un azote de cuerdas de junco. La versión King James dice que el Señor hizo “un azote de pequeñas cuerdas”, pero otras versiones dicen que hizo un azote de juncos, los cuales eran baratos y comunes. El Señor hizo el azote con algo ordinario, con juncos, y lo utilizó para limpiar el templo. Él echó fuera los bueyes, las ovejas, las palomas y las monedas. Esto representa el echar fuera todas las ocupaciones terrenales. Nosotros somos el templo de Dios, pero no estamos llenos de Él. Al contrario, estamos ocupados con muchos otros asuntos que no son Dios. Y aunque, como casa de Dios, deberíamos estar llenos de Él, la realidad es que estamos llenos de mercadería, dinero y mesas de cambistas. Por lo tanto, el Señor debe hacer un azote de cuerdas para echar esas cosas fuera de nosotros.
A menudo, el Señor usa las cosas ordinarias y comunes, como los juncos, para purificarnos. A veces utiliza a un familiar, por ejemplo nuestro cónyuge o nuestros padres o nuestros hijos, nuestro jefe o nuestros empleados. Todos hemos experimentado el azote de cuerdas que el Señor ha hecho de familiares o de cosas ordinarias, con el fin de purificarnos. Muchas veces el Señor interviene en nuestras vidas, revolviéndolo todo. Echa fuera las ovejas, los bueyes, las palomas, y vuelca las mesas a fin de confundir toda la situación. Por ejemplo, tal vez el año pasado usted ganó mucho dinero en sus negocios, pero este año lo pierde todo; éste es un azote que el Señor usa para purificarlo. Con cada creyente que busca al Señor siempre hay alguien o algo que lo purifica.
Una esposa, que es hija de Dios y busca más del Señor, por lo general siempre anhela que su esposo sea espiritual y ame al Señor, pero esto muchas veces es al revés. Un esposo que ama al Señor y siempre ora pidiendo que su esposa sea espiritual y ame al Señor, hallará muchas veces que sucede lo contrario a su deseo. También los padres que sinceramente buscan al Señor y oran diariamente por sus hijos, en ocasiones sufren al ver que éstos se descarrían del camino del Señor. El azote que usted experimenta es preparado por el Señor. Si su cónyuge fuera muy espiritual, el Señor no tendría un azote con que purificarlo. Si sus hijos fueran como Pedro y Juan y su hija fueran como María, el Señor no tendría juncos disponibles para hacer un azote. Si sus padres fueran como Abraham y Sara, no habría nada que pudiera purificarlo. Por un lado, usted debe disfrutar diariamente al Señor como un banquete, pero por otro, muchas veces el Señor le enviará un azote de cuerdas para purificarlo. A menudo, el Señor usará aun a los hermanos y hermanas de la iglesia como un azote de cuerdas para echar fuera la mercancía y a los cambistas que hay dentro de usted.
El versículo 17 dice: “Entonces se acordaron Sus discípulos que está escrito: El celo de Tu casa me consumirá”. Dentro del Señor Jesús había un celo por la casa de Dios. Este celo lo devoraba, lo consumía. Él era absoluto para la casa del Padre. La casa del Padre era el deseo de Su corazón. Cuando Él vio la situación corrupta que existía dentro del templo, no pudo tolerarlo, de manera que lo limpió usando un azote. El celo que tenía por la casa de Su Padre le impulsó a que echase fuera de ella toda contaminación. Su corazón era puro para el Padre. No pudo soportar ver que el templo, la casa de Su padre, estuviera contaminada por las cosas relacionadas con la avaricia del hombre, así que, Él la purificó.
Satanás trata a toda costa de contaminar la vida de iglesia con muchas cosas pecaminosas y mundanas. Dondequiera que haya una iglesia local, sucederá esto. Pero alabado sea el Señor que la contaminación de Satanás sólo ocasiona la purificación del Señor. Satanás, el enemigo, siempre está activo; nunca duerme. Dondequiera que una iglesia local haya sido establecida, Satanás tratará de corromperla. Mientras menos experiencia tengamos en el Señor, más nos preocuparemos de que la iglesia sea contaminada por el enemigo. Permítame decir algo que lo confortará. Si su iglesia local ha sido contaminada, no debe desanimarse. Al contrario, debe decir: “Señor, ahora es Tu tiempo. Señor, ven a esta situación. La contaminación de Satanás sólo ocasionará Tu purificación”.
La meta de Satanás no era sólo contaminar el templo, sino destruirlo. Su mayor propósito era destruir la casa de Dios. Pero lo que el enemigo destruyó, el Señor lo levantó en tres días (2:19). Esto significa que en Su vida de resurrección, el Señor edificó lo que Su enemigo había destruido. No es necesario preocuparnos por el recobro del Señor con respecto a la iglesia, porque cuanto más daño haga el enemigo, más edificación el Señor llevará a cabo en resurrección. El Señor dijo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré” (2:19). En otras palabras, es posible que el enemigo dañe y destruya la iglesia, la cual es la casa de Dios, pero el Señor la edificará en resurrección y por resurrección. Después de que el enemigo haga daño, el Señor, en resurrección, levantará una edificación de mayores dimensiones. No debemos preocuparnos por cualquier confusión que exista en la iglesia, porque el Cuerpo del Señor, la iglesia, está en el proceso de resurrección. El daño causado por el enemigo es necesario porque todo lo natural debe ser destruido. El enemigo sólo puede destruir lo natural. Pero después, el Señor levantará a Su iglesia en resurrección. Cada vez que algo perjudica la iglesia, en cada ocasión ésta será recobrada y levantada en la novedad de la vida de resurrección. Anteriormente he visto mucho daño causado a la iglesia, pero cuanto más hizo el enemigo, más el Señor edificó Su iglesia en Su resurrección y por medio de ella.
Hace diecisiete años, en 1958, las iglesias de Taiwán eran muy prevalecientes. Entonces, sucedieron algunas cosas que dieron oportunidad a que el enemigo entrara. Una gran “tormenta” asoló a las iglesias. Yo me encontraba en aquel tiempo allí y vi la situación claramente, pero no tuve temor. Ese ataque se inició en 1958. Al año siguiente yo me encontraba compartiendo un estudio-vida del Evangelio de Juan, y cuando llegué a este mismo punto del capítulo 2 de Juan, del cual comparto en este mensaje, dije: “Algunos de ustedes están siendo utilizados por el enemigo para derribar la iglesia. Quiero que sepan que si la iglesia aquí ha sido edificada por el Señor, mientras más traten de derribarla, más será edificada”. Más tarde, partí de Taiwán hacia los Estados Unidos. No tuve temor de que las iglesias allí fueran destruidas, así que salí en paz para los Estados Unidos. Posteriormente los hermanos responsables de las iglesias de Taiwán me escribieron una y otra vez diciéndome: “El enemigo ha hecho mucho daño, hermano, por favor regrese”. Pero, no regresé hasta cuatro años después. Durante ese lapso recibí muchas cartas de los líderes de las iglesias en las cuales me contaban del daño que el enemigo había causado, y una y otra vez les contesté: “Hermanos, tengan paz, si las iglesias de la isla de Taiwán fueron establecidas por el Señor, nadie podrá derribarlas. Cuanto más traten de destruirlas, más serán edificadas”. Ahora, en el año de 1975, todas las iglesias de Taiwán están sólidamente establecidas.
No se decepcione por la condición actual de los cristianos ni diga que la situación da lástima. Pues sólo está viendo un aspecto del caso. Alabado sea el Señor que durante los últimos veinte siglos ha existido también otro aspecto. ¿Cree usted que Satanás puede derrotar al Señor Jesús? Eso es imposible. ¿Piensa que Satanás es más fuerte que el Señor? Por supuesto que no. Basado en este hecho, siempre he estado en paz. No importa cuántos problemas ha tenido la iglesia, mi esposa puede testificar que siempre he dormido bien. Tengo la plena seguridad de que Satanás nunca podrá derrotar al Señor Jesús y que el Señor siempre prevalecerá sobre él.
El Señor Jesús dijo a Sus opositores que si ellos destruían ese templo, Él lo levantaría en tres días (2:19). Ellos no entendieron de lo que el Señor les hablaba, pero el Señor les decía: “Vosotros podéis llevarme a la muerte y crucificar Mi cuerpo en el madero, pero en tres días Yo lo resucitaré”. Uno no debe tratar de entender solamente las letras impresas de la Biblia, porque si hace eso, se encontrará con dificultades. Por un lado, el Señor Jesús le dijo a la gente que después que ellos lo mataran, Él resucitaría (Mt. 10:18). Por otro lado, el Nuevo Testamento nos dice en otro versículo que Dios lo levantó de los muertos (Hch. 2:24). En el Nuevo Testamento, la resurrección del Señor se presenta en dos aspectos: que Dios lo levantó y que Él resucitó. ¿Cómo debemos entender o interpretar esto? ¿Dios lo levantó o Él mismo resucitó? En el Evangelio de Lucas, el cual nos muestra al Señor Jesús como el Salvador que se ofreció como sacrificio por nuestros pecados, vemos que el Señor necesitaba que Dios lo levantara de los muertos (Lc. 9:22, gr.). En el Evangelio de Juan la situación es distinta. En este libro, el Señor no fue inmolado como sacrificio por los pecados, sino que Él mismo puso Su vida. Jesús dijo: “Yo pongo Mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo de Mí mismo la pongo. Tengo potestad para ponerla, y tengo potestad para volverla a tomar” (10:17-18). En el Evangelio de Juan no era necesario que Dios lo levantara. Como el sacrificio por los pecados, Él necesitó que Dios lo levantara, pero como Aquel que da vida, Él podía poner Su vida y volverla a tomar. Podía entrar en la muerte y salir de ella. Parece que el Señor dijera: “En cierto sentido, sois vosotros quienes me matáis, pero por el otro, por Mi lado, Yo entro en la muerte, doy un recorrido por ella y salgo otra vez”. Por ejemplo, cada año muchos turistas vienen a la ciudad de Washington D. C. y visitan la Casa Blanca. De la misma manera, el Señor Jesús dio un recorrido por la región de la muerte y visitó la “Casa Negra”. Es como si el Señor dijera: “Casa Negra, he venido a echar una mirada y a ver lo que puedes hacer. ¿Puedes hacerme algo a Mí? Ya que no puedes hacerme nada, después de Mí recorrido, me despediré de ti y volveré a la vida”. Esta es la resurrección según el Evangelio de Juan. Aquí el Señor Jesús puso Su vida Él mismo, y Él mismo la volvió a tomar.
El cuerpo físico de Jesús fue destruido en la cruz por los judíos. Cuando Cristo se encarnó, se puso un cuerpo físico. En Juan 1:14 se nos dice claramente que Su cuerpo físico era un tabernáculo, y según el capítulo 2, Su cuerpo físico era también el templo. Deseo señalar que en todo el Nuevo Testamento, el templo de Dios no denota un lugar, sino una Persona. Cuando Jesús estaba en la carne, Su cuerpo era el tabernáculo y el templo de Dios. Tanto el tabernáculo como el templo son la morada de Dios. Satanás sabía esto. Ya que él comprendió que el cuerpo físico de Jesús era la morada de Dios sobre la tierra, hizo todo lo posible por destruir ese cuerpo. Y en verdad lo destruyó en la cruz por medio de los judíos. En cierto sentido, Satanás destruyó el cuerpo físico del Señor, pero en otro, el Señor Jesús entregó Su cuerpo a la muerte. Parece que el Señor dijera a Satanás: “Satanás, haz tu mejor esfuerzo; veamos lo que puedes hacer. Cualquier cosa que hagas sólo me dará la oportunidad para hacer algo más”.
Después de que el cuerpo físico del Señor fue destruido por Satanás en la cruz, Su cuerpo fue puesto en una tumba y reposó allí. Luego el Señor Jesús entró en la muerte, dio un paseo por la “Casa Negra”, y salió en resurrección. Cuando resucitó, Él mismo resucitó Su cuerpo muerto y sepultado. El cuerpo de Jesús que fue destruido en la cruz era pequeño y débil, pero el Cuerpo de Cristo en resurrección es vasto y poderoso. ¿Cuál prefiere usted, el cuerpo de Jesús o el Cuerpo de Cristo? Después de la resurrección del Señor, Su Cuerpo, esto es, el templo, resucitó en una dimensión mucho mayor. El cuerpo que el enemigo destruyó por medio de la crucifixión era meramente el cuerpo físico de Jesús, pero el que el Señor levantó en resurrección no sólo fue Su propio cuerpo, sino también a todos los que se han unido a Él por la fe (1 P. 1:3; Ef. 2:6). Después de la resurrección del Señor, Satanás tuvo que haber dicho: “He perdido el caso. Fui muy tonto. No debería haberlo destruido”. Sin embargo, ya era muy tarde para que Satanás se arrepintiera.
Una vez que una iglesia local ha sido perjudicada y aun destruida, podemos estar seguros de que, en resurrección, llegará a ser aun más grande de lo que fue originalmente. El Señor Jesús siempre prevalece sobre el enemigo. No debemos temer la obra de Satanás. Muchas veces no necesitamos orar tan desesperadamente, sino simplemente decir: “Satanás, haz tu mejor esfuerzo. Cualquier cosa que hagas simplemente dará a nuestro Señor Jesús la oportunidad para que te venza”. Siempre que se presenta algún problema en la iglesia, muchos hermanos sienten la necesidad de convocar a una reunión urgente para orar. Sin embargo, no es necesario actuar con tanta prisa. Tengan paz. Que no los aterrorice la actividad de Satanás. Cuando el Señor Jesús supo que los judíos intentaban matarlo, Él no oró: “Oh Padre, mata a estos judíos, Padre, sálvame y protégeme”. En lugar de orar de esta manera, parece que el Señor les dijera: “Haced vuestro mejor esfuerzo para matarme, pero tened la seguridad de que después de que me matéis, tendré la oportunidad de incrementarme”. Nadie puede frustrar el propósito del Señor. Mientras más el enemigo trate de hacerlo, más oportunidad le dará al Señor para que haga algo más. Todo lo que el Señor hace siempre está en resurrección. El Señor edifica el templo “en tres días”, lo cual significa que lo edifica en resurrección.
Los judíos le pidieron a Jesús que les mostrara una señal. El Señor respondió: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). La única señal es la resurrección del Señor. En la edificación de la iglesia es frecuente que ciertas personas, como los judíos, nos desafíen para ver qué milagros hacemos. Pero no debemos ser tentados a tratar de hacer ningún milagro. Tenemos que seguir al Señor y dejar que seamos llevados a la muerte. Entonces Cristo se manifestará en resurrección. Éste es el milagro, la señal, que se necesita en la edificación de la iglesia. La única señal para la edificación de la iglesia es la vida en resurrección.
El Señor Jesús, desde el día de Su resurrección física, ha estado agrandando Su Cuerpo en la vida de resurrección. ¡Qué inmenso Cuerpo tiene Cristo ahora en resurrección! ¿Podría usted medir las dimensiones del Cuerpo de Cristo? Aunque alguna vez fue posible medir el tamaño del cuerpo físico de Jesús, hoy es imposible medir la inmensidad del Cuerpo de Cristo. El Señor sigue edificando Su Cuerpo en resurrección, y Satanás sigue ayudando en esto. La casa de Dios aún está creciendo en resurrección con el Cuerpo de Cristo (1 Ti. 3:15; 1 P. 2:5; 1 Co. 3:9; Ef. 2:21-22). Hoy aún nos encontramos en el período de “los tres días”, porque el Señor todavía está edificando Su Cuerpo en el proceso de resurrección. Una gran parte del Cuerpo del Señor ya ha sido levantado, pero todavía faltan algunos miembros de Su Cuerpo. Por lo tanto, el Cuerpo del Señor todavía se encuentra en el proceso de resurrección. Aun en nuestra propia experiencia, sólo una parte de nosotros ha sido transformada, lo cual significa que sólo una parte ha sido resucitada. El Señor continúa Su obra en nosotros mediante el proceso de transformación. Todavía estamos en el proceso de resurrección. La iglesia hoy continúa en el proceso de resurrección, el proceso de los “tres días”.
Todo el daño que el enemigo haga a la iglesia, simplemente le proporcionará la oportunidad al Señor para agrandar Su Cuerpo en resurrección. Si en 1958 no hubiera venido aquella tormenta causada por el enemigo con el fin de destruir la vida de la iglesia en Taiwán, hoy en día yo no estaría en este país. Deje que el enemigo haga todo lo que pueda, porque su trabajo sólo le dará al Señor la oportunidad para llevar a cabo Su obra de aumento en resurrección. ¡Alabado sea el Señor! Desde que Él inició Su recobro en los Estados Unidos, muchas cosas negativas han ocurrido. Pero todos nosotros debemos adorar al Señor por Su manera de obrar tan prevaleciente. No he visto ni siquiera un solo caso en el cual el enemigo haya prevalecido. Al contrario, él ha sido una ayuda para el recobro del Señor. El enemigo nunca podrá vencer al Señor Jesús. Las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia edificada (Mt. 16:18). La iglesia sigue adelante y sigue creciendo. ¡Aleluya! Aunque el enemigo haga su mejor esfuerzo por derribar la iglesia, nosotros siempre tendremos la victoria. Comprobaremos que no sólo el Señor Jesús mismo es prevaleciente, sino que también la iglesia lo es. Mientras más se hable negativamente del recobro del Señor, más prevaleciente se volverá.
El principio de la vida se estableció en el hecho de cambiar el agua en vino. Ahora, en la purificación del templo se muestra el propósito de la vida. El principio de la vida es convertir la muerte en vida, el propósito de la vida es edificar la casa de Dios. Él cambio de muerte a vida está relacionado con la edificación llevada a cabo por la vida, o sea, la edificación de la casa de Dios. Estos dos asuntos gobiernan todo el Evangelio de Juan. Esta es la razón por la que después de la introducción hallada en el primer capítulo, el segundo nos muestra estos dos asuntos por medio de dos eventos. Después, del capítulo 3 al 11, vemos el relato de nueve casos que demuestran la manera en que el Señor se presentó en toda clase de situaciones humanas y convirtió la muerte en vida. Después de que se narran todos los casos, y se da el último mensaje en los capítulos 14, 15 y 16, vemos que, en el capítulo 17, el Señor hace una oración al Padre acerca de la unidad. Esta oración acerca de la unidad es sencillamente una oración en cuanto a la edificación. Si no somos juntamente edificados, nunca podremos ser uno. Por ejemplo, los materiales amontonados para la construcción no son una unidad porque no están edificados. Una casa se compone de muchos materiales, y éstos llegaron a ser uno porque fueron edificados juntos. Sólo cuando los materiales son edificados como un solo edificio, puede haber unidad entre ellos. Ser uno significa ser juntamente edificados. Por lo tanto, el propósito de la vida es edificar la casa de Dios, el templo de Dios, para que Él tenga Su morada. El propósito de que el Señor sea vida para nosotros tiene como fin edificar la iglesia como morada de Dios. La vida produce la edificación, la iglesia. El Señor vino para ser nuestra vida con miras a edificar la iglesia, Su Cuerpo, y la casa de Dios.
En el capítulo 2 de Juan el escritor escogió dos eventos de entre muchas cosas que el Señor realizó, a fin de mostrarnos el principio y el propósito de la vida. Debemos aplicar el principio de la vida con miras al propósito de vida. Entonces veremos que en los siguientes capítulos de este Evangelio, se encuentran tanto el principio de la vida presentado en el primer evento como el propósito de la vida, visto en el segundo evento.