Mensaje 9
Capítulos 17—21
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Lectura bíblica: Jue. 17; Jue. 18
En este estudio-vida de Josué, Jueces y Rut no estamos interesados en la historia, sino que queremos aprender, con base en la tipología, cómo ganar a Cristo y disfrutarle. La historia relatada en estos libros constituye un gran tipo que nos muestra cómo los elegidos de Dios pueden tomar posesión y disfrutar de la buena tierra, la cual es un tipo completo y todo-inclusivo de Cristo. Por ello, incluso los detalles más pequeños de esta historia nos muestran el secreto para ganar a Cristo y disfrutarle, de la misma manera que en nuestra vida diaria algo tan pequeño como ir a comprar una prenda de vestir puede ser un factor que determine si hemos de ganar a Cristo y disfrutarle.
Cuando fuimos salvos, fuimos introducidos en la comunión de la Trinidad Divina con Su pueblo redimido y regenerado. Desde entonces, ha habido comunión entre Dios y nosotros. En 1 Juan 1:3 se nos dice: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. Esta comunión se realiza entre los apóstoles y Dios, así como entre los creyentes y los apóstoles. Dios efectúa Su salvación completa en esta comunión. Es en esta comunión que podemos tomar posesión de lo que Dios nos dio, es decir, del Hijo de Dios, quien nos fue dado por Dios como nuestra porción asignada.
Si permanecemos en esta comunión, podremos ganar a Cristo y disfrutarle. Si nuestra comunión con Dios se interrumpe, perderemos inmediatamente nuestro disfrute. Al respecto, el Señor Jesús usa la palabra permaneced y nos habla de permanecer en Él, quien es la vid (Jn. 15:4). La vid es una figura que representa al Cristo todo-inclusivo que Dios cultiva. Siempre y cuando los pámpanos permanezcan en la vid, habrá comunión. Pero una vez que un pámpano deja de permanecer en la vid, el pámpano es cortado, se vuelve estéril y seco, y pierde así el disfrute de las riquezas de la vid (vs. 5-6).
La comunión de vida no es algo tosco, sino algo muy fino. Incluso una pequeña palabra dicha con una actitud impropia será suficiente para que se interrumpa la comunión de vida.
Nuestro disfrute de Cristo es esencial. Nuestra comunión con Dios puede acelerar la gran rueda del mover de Dios en el universo. Pero si se interrumpe tal comunión, aunque sólo sea un poco, la economía de Dios no podrá seguir avanzando por algún tiempo. Por tanto, debemos ser cuidadosos todos los días y en cada pequeño detalle, a fin de mantenernos disfrutando a Cristo todo el tiempo. Entonces, la economía de Dios podrá seguir avanzando.
En Apocalipsis 22:20 el Señor Jesús dijo: “Vengo pronto”, pero hoy no vemos señal de que Él venga; esto se debe a que la rueda no ha tenido ocasión de avanzar adecuadamente. Si los santos en el recobro del Señor atienden debidamente a todos estos aspectos de los significados intrínsecos que encierran los libros de Josué, Jueces y Rut, ciertamente el Señor podrá regresar pronto. Pero, si actuamos sin atender al sentir interior, el sentir de vida en nuestro interior, probablemente retrasaremos al Señor por mucho tiempo.
La rebelión ocurrida en Taiwán desde 1959 hasta 1965 hizo retrasar mucho al Señor. Al inicio del ministerio allí en 1949, en el lapso de apenas unos cuantos años nuestro crecimiento numérico se multiplicó por cien. Sin embargo, desde que ocurrió aquella rebelión, nuestra tasa de crecimiento no ha vuelto a ser la misma. La rebelión reciente ocurrida en el recobro también ha retrasado al Señor y, en ciertos aspectos, ha impedido el avance de la rueda de la economía de Dios. Por esta razón, he recalcado los significados intrínsecos hallados en Josué y Jueces. He hecho esto no sólo para mostrarles que Dios nos ha dado a Cristo como la buena tierra, sino también para mostrarles cómo podemos tomar posesión de esta tierra y disfrutarla en generaciones por venir.
Ser salvos es fácil, pero permanecer en comunión con Dios para disfrutar a Cristo no es fácil. Muchos cristianos fundamentalistas predican que Cristo, el Hijo de Dios, es el Salvador de los pecadores; pero probablemente ellos conozcan muy poco, si algo, acerca de la comunión con el Dios Triuno.
Ahora, consideremos la situación en la que se encontraba Israel tal como es presentada en Jueces 17 y 18. En su degradación, Israel llegó a una condición caótica en tres aspectos: en su gobierno, su adoración y su moral. En Israel no había gobierno, no había administración. Aunque el tabernáculo de Dios estaba en Silo y el sumo sacerdote tenía el Urim y el Tumim, en Israel no había administración. Jueces 17 y 18 revelan el abominable caos que imperaba en la adoración de los hijos de Israel. Micaía tenía casa de dioses en su propio hogar. Su madre consagró plata a Jehová a fin de hacer un ídolo de talla y una imagen fundida. Entonces, Micaía estableció una casa de dioses, se fabricó un efod y unos terafines y consagró a uno de sus hijos para que fuese su sacerdote. El efod representa la autoridad de Dios, sin la cual nadie puede adorar a Dios. Después, Micaía consagró un levita para que le sirviera de sacerdote en su casa, pagándole un salario de diez piezas de plata por año, además de proveerle vestimenta y comida. En aquellos días, sucedió que los danitas le robaron a Micaía sus ídolos, el efod, los terafines, la imagen fundida y a su sacerdote, con lo cual establecieron otro centro de adoración en la ciudad de Dan, mientras el tabernáculo de Dios permaneció en Silo. El resultado fue que hubo dos centros de adoración: el apropiado, en Silo donde estaba el tabernáculo de Dios, y el falso, en Dan. Esto muestra el caos imperante entre los hijos de Israel en su adoración.
Podemos aplicar este cuadro a la presente situación del cristianismo. Hoy en día, en la cristiandad existen muchas “casas de Micaía”, y la más prominente de ellas es la Iglesia Católica Romana. La Iglesia Católica Romana ha establecido ídolos, ha fabricado su propio “efod” y ha nombrado sus propios sacerdotes. Según el Nuevo Testamento, todos aquellos que son nacidos de Dios deben ser los sacerdotes (1 P. 2:5, 9), pero el catolicismo ha contratado a sus propios sacerdotes y ha establecido una jerarquía sujeta al Papa. En principio, el catolicismo es igual que la casa de Micaía hallada en Jueces. Las iglesias nacionales, las denominaciones y los muchos grupos independientes también son casas de Micaía, llenas de ídolos como reemplazos de Cristo.
No todo en el cristianismo es erróneo, pero en todo hay mixtura. Ello es semejante a una mujer que escondió levadura en tres medidas de harina hasta que toda la masa fue leudada (Mt. 13:33). La masa representa a Cristo como alimento para Dios y para Su pueblo. La levadura representa las cosas malignas (1 Co. 5:6, 8) y las doctrinas malignas (Mt. 16:6, 11-12). La madre de Micaía ofreció algo a Dios, pero tal ofrenda estaba mezclada con la levadura de la idolatría. Hoy en día, en el cristianismo existe esta misma mixtura y situación caótica.
Volvamos ahora a Jueces 17 y 18 y consideremos qué es lo que estos capítulos tienen que decir respecto al caos abominable imperante en la adoración de Israel.
Jueces 17:1-6 dice que Micaía, un hombre de la región montañosa de Efraín, estableció casa de dioses en su propio hogar.
Micaía tomó mil cien piezas de plata de su madre, sin que ella lo supiera (v. 2a).
La madre de Micaía profirió una maldición, y lo dijo a oídos de Micaía (v. 2b).
Micaía confesó a su madre haber hurtado la plata, y ella respondió: “¡Bendito sea mi hijo por Jehová!” (v. 2c).
Micaía devolvió la plata a su madre, y ella consagró la plata a Jehová de su mano por su hijo para hacerse un ídolo de talla y una imagen fundida. Ella dio doscientas piezas de plata al fundidor, quien hizo de ellas un ídolo de talla y una imagen fundida (vs. 3-4).
Micaía estableció una casa de dioses. Además, hizo un efod y unos terafines y consagró a uno de sus hijos para que fuese su sacerdote (v. 5).
El versículo 6 dice que en aquellos días no había rey en Israel; cada cual hacía lo que le parecía recto ante sus propios ojos.
En los versículos del 7 al 13 vemos que Micaía consagró a un levita para que sirviera de sacerdote en su casa.
Este levita era un joven de Belén de Judá, de la familia de Judá. Él era un peregrino, que había salido de viaje para morar donde pudiera encontrar lugar (vs. 7-9).
Micaía le pidió a este joven que se quedara con él y fuese padre y sacerdote para él, prometiéndole pagarle diez piezas de plata al año así como proveerle vestimenta y comida (v. 10).
El levita estuvo contento de morar con Micaía, y el joven fue para él como uno de sus hijos (v. 11).
Micaía consagró al levita para que fuese sacerdote en su casa. Entonces, Micaía se dijo: “Ahora sé que Jehová me prosperará, porque este levita ha venido a ser mi sacerdote” (vs. 12-13).
En el capítulo 18 vemos que los danitas le robaron a Micaía su ídolo de talla, el efod, los terafines y la imagen fundida con su sacerdote.
En aquellos días no había rey en Israel, y la tribu de Dan buscaba heredad para sí donde morar, porque hasta entonces no les había tocado en suerte heredad alguna entre las tribus de Israel (v. 1).
Los hijos de Dan enviaron cinco hombres de entre ellos, hombres valerosos, para que espiaran la tierra y la reconocieran. Ellos llegaron a la región montañosa de Efraín, a la casa de Micaía, y allí pasaron la noche (v. 2).
Los cinco hombres reconocieron la voz de aquel joven levita, y le preguntaron: “¿Quién te ha traído acá? ¿y qué haces aquí? ¿y qué tienes tú por aquí?” (v. 3). Cuando el levita les explicó que Micaía lo había contratado para que fuese su sacerdote, ellos le dijeron: “Consulta, pues, ahora a Dios, para que sepamos si el camino en que vamos será próspero” (vs. 4-5).
El sacerdote a quien Micaía ordenó como tal les dijo a los cinco hombres: “Id en paz; delante de Jehová está vuestro camino en que andáis” (v. 6).
Los cinco hombres salieron y llegaron a Lais. Allí vieron que el pueblo de esa región moraba tranquilo y seguro. Luego regresaron a sus hermanos y les instaron a tomar posesión de la tierra, diciéndoles: “Ciertamente Dios la ha entregado en vuestras manos” (vs. 7-10).
Salieron seiscientos hombres de la familia de Dan, ceñidos con armas de guerra, y llegaron a la casa de Micaía que estaba en la región montañosa de Efraín (vs. 11-13).
Los cinco hombres que habían espiado la tierra de Lais entraron en la casa del joven levita, la casa de Micaía, acompañados por seiscientos hombres ceñidos con sus armas de guerra, a los cuales dejaron esperando en la entrada de la casa mientras ellos sacaban de allí el ídolo de talla, el efod, los terafines y la imagen fundida. Cuando el sacerdote les preguntó qué hacían, ellos le dijeron: “¿Es acaso mejor ser sacerdote en la casa de un solo hombre que serlo de una tribu y familia de Israel?” (vs. 14-19).
Se alegró el corazón del joven sacerdote; y tomó el efod, los terafines y el ídolo de talla, y entró en medio del pueblo. Por tanto, los danitas le robaron a Micaía todos sus ídolos y su sacerdote, con los cuales él adoraba a Dios (vs. 20-26).
Habiendo tomado los ídolos hechos por Micaía y al sacerdote que le servía, los danitas llegaron a Lais, mataron a sus pobladores, prendieron fuego a la ciudad, y llamaron el nombre de aquella ciudad Dan, conforme al nombre de Dan, su padre (vs. 27-29).
Los hijos de Dan levantaron el ídolo de talla. Y Jonatán, hijo de Gersom, hijo de Moisés, él y sus hijos, fueron sacerdotes en la tribu de Dan hasta el día del cautiverio de la tierra. Así levantaron para sí el ídolo de talla que Micaía había hecho, y allí quedó todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Silo (vs. 30-31).