Mensaje 32
Lectura bíblica: Lv. 9:4, 6, 22-24
En este mensaje centraremos nuestra atención en el fruto, el resultado, de nuestro servicio sacerdotal. Es difícil hablar del resultado de nuestro sacerdocio porque dicho resultado no es material, sino espiritual, misterioso, celestial y divino. El resultado del servicio sacerdotal del Nuevo Testamento es la aparición de Dios a nosotros (v. 4), la aparición de la gloria de Dios a nosotros (vs. 6, 23b), la bendición divina (vs. 22-23) y el fuego consumidor (v. 24). Consideremos ahora cada uno de estos asuntos.
La aparición de Dios a nosotros guarda relación con el hecho de tomar a Cristo como las ofrendas. Al confesar nuestros errores, fracasos y malas acciones, espontáneamente tomamos a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por las transgresiones. Esto puede llevarnos a tomarlo como nuestro holocausto. Quizás le digamos: “Señor Jesús, Tú eres mi holocausto. Yo no puedo llevar una vida de absoluta entrega a Dios, pero Tú sí puedes. Te tomo ahora, Señor, como mi entrega absoluta a Dios”. Esta clase de oración indica que deseamos vivir a Cristo para satisfacción de Dios. Entonces, la ofrenda por el pecado y el holocausto nos llevarán a tomar a Cristo como ofrenda de harina. Ofreceremos la mejor porción de ella a Dios como alimento, y nosotros nos alimentaremos de Cristo tomándole como nuestra comida diaria, como nuestro diario suministro de vida. Además, esto nos llevará a experimentar una sensación de paz, un ambiente tranquilo, y disfrutaremos a Cristo como nuestra paz, descanso, satisfacción y consuelo. Como resultado de tomar a Cristo en calidad de todas estas ofrendas, la presencia de Dios estará con nosotros. Ésta es la aparición de Dios a nosotros. No podemos verlo ni tocarlo físicamente, pero ciertamente tenemos la sensación de que Él se nos ha aparecido. Puesto que no podemos negar la sensación de que Dios se nos ha aparecido, desearemos adorarle, ofreciéndole nuestras alabanzas y acciones de gracias. Ésta es la manera en que experimentamos la aparición de Dios, la cual es resultado de nuestro servicio sacerdotal. Debemos tener esta experiencia no sólo temprano por la mañana, sino también durante el día.
Podemos experimentar la aparición de Dios en distintas situaciones. Por ejemplo, podemos disfrutar la aparición de Dios mientras predicamos el evangelio. Al predicar el evangelio, podemos aplicar a Cristo como las ofrendas, y el resultado de ello es que disfrutamos la aparición de Dios. A menudo disfrutamos de esto en las reuniones de la iglesia. Dios puede aparecérsenos incluso mientras salimos a caminar.
Nuestro sacerdocio neotestamentario redunda en que disfrutamos a Dios en Su aparición. La aparición de Dios será casi siempre una experiencia apacible y nos hará estar en silencio. A veces, Dios en Su soberanía dispondrá nuestras circunstancias para que concuerden con la quietud de Su aparición. En esos momentos pareciera que todo el universo está en completa calma, y que nosotros y Dios somos los únicos que existimos. Esta apacible aparición de Dios es el primer resultado de nuestro servicio sacerdotal neotestamentario.
El segundo resultado del servicio sacerdotal es la aparición de la gloria de Dios a nosotros. Cuando servimos a Dios en nuestro espíritu, disfrutando a Cristo según las normas de Dios, disfrutaremos de la aparición de Dios, que a menudo viene acompañada de la aparición de la gloria de Dios. La gloria de Dios es Dios mismo expresado. Cuando Dios es expresado, eso es la gloria.
Cuando sirvamos a Dios con Cristo como las ofrendas según las normas prescritas por Dios y no según nuestras propias preferencias, a menudo disfrutaremos la aparición de la gloria de Dios. Veremos a Dios mismo expresado de distintas maneras. Por ejemplo, al visitar a un incrédulo en su casa para predicarle el evangelio, tal vez percibamos la gloria de Dios manifestada en nuestras palabras o en la expresión o actitud que esa persona muestra para con nosotros. Además, a menudo disfrutamos la gloria de Dios, Su expresión, en las reuniones de la iglesia. Quizás la reunión no sea muy viviente, pero de pronto alguien ofrece una oración muy viviente, y la reunión es resucitada y avivada. En esos momentos, percibimos que Dios es expresado en gloria.
En 2 Corintios 3 Pablo escribió acerca de la gloria del ministerio antiguotestamentario y de la gloria del ministerio neotestamentario. “Ahora bien, si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras vino en gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual se desvanecía, ¿cómo no con mayor razón estará en gloria el ministerio del Espíritu? Porque si hay gloria con respecto al ministerio de condenación, mucho más abunda en gloria el ministerio de la justicia” (vs. 7-9). En el caso de Moisés, quien tenía el ministerio antiguotestamentario, un ministerio de muerte y de condenación, la gloria —una gloria física— se manifestó en su rostro. Nosotros, los que tenemos el ministerio neotestamentario del Espíritu y de la justicia, tenemos una gloria en vida y en espíritu.
Las reuniones cristianas son maravillosas y misteriosas porque tienen que ver con Dios. El Señor Jesús dijo: “Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18:20). Creemos que el Señor está con nosotros en cada reunión, pero Él manifiesta Su presencia de distintas maneras y, dependiendo de nuestra condición en la reunión, Él nos da diversas sensaciones con respecto a la reunión. Por ejemplo, algunas veces Él permite que tengamos una sensación de muerte a fin de mostrarnos que estamos mal. Otras veces, Él despierta a todos los que están en la reunión, y todos tienen la sensación de que Dios los ha despertado. Este despertar es totalmente divino, y es en tales circunstancias que Dios se nos aparece en Su gloria, en Su expresión.
La aparición de la gloria de Dios en las reuniones de la iglesia está relacionada con el disfrute que tenemos de Cristo como las ofrendas. Si en una iglesia de doscientos santos, sesenta de ellos disfrutaran a Cristo como las ofrendas durante el día, la aparición de Dios y la expresión misma de Dios estaría entre ellos por la noche a la hora de reunirse. La expresión de Dios se ve en el hecho de que ellos se reúnan en el nombre de Cristo. Sin embargo, si ningún santo disfrutara a Cristo como las ofrendas, la situación sería todo lo contrario. Dicha reunión no expresaría a Dios.
La atmósfera de las reuniones indica lo que somos para con Dios. Nadie puede aparentar nada. La reunión es verdaderamente una exhibición de nuestra vida cristiana y, en particular, del grado en que disfrutamos a Cristo en nuestra vida privada y en nuestra vida familiar. Nuestras reuniones son una exhibición del verdadero disfrute que tenemos de Cristo. Si disfrutamos a Cristo, la reunión será una exhibición de las riquezas de Cristo. Si no disfrutamos a Cristo, no habrá ninguna exhibición de las riquezas de Cristo en la reunión. En ese caso, de nada servirán nuestros gritos y alabanzas, ya que la reunión no está bajo nuestro control. El punto aquí es que nuestra experiencia de Cristo afecta las reuniones; en particular, afecta —e incluso determina— la atmósfera de las reuniones de la iglesia.
La atmósfera de las reuniones es un indicio de la aparición de la gloria de Dios, y esta aparición depende de que ministremos Cristo como las ofrendas a otros. Cuando ministramos Cristo como las distintas ofrendas a otros, lo disfrutamos a Él, y aquellos a quienes les ministramos también lo disfrutan. Esto afectará la atmósfera de las reuniones porque el resultado de ello será la aparición de la gloria de Dios.
Levítico 9:22 dice: “Y Aarón alzó sus manos hacia el pueblo y lo bendijo, y después de haber ofrecido la ofrenda por el pecado, el holocausto y las ofrendas de paz, descendió”. Esto significa que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, después de Su crucifixión, nos bendijo en Su resurrección (Lc. 24:50).
El Señor en Su resurrección está con nosotros todos los días, hasta la consumación del siglo (Mt. 28:20). La presencia del Señor con nosotros equivale a Su bendición. Mientras tengamos Su presencia, estamos bajo Su bendición. Cuando Su bendición está con nosotros, aun nuestros errores se tornan en bendiciones. Pero sin Su presencia, aun cuando estemos bien en todo, todo es vanidad. Aunque nuestro Sumo Sacerdote se fue a los cielos, Él sigue presente con nosotros, y Su presencia es una bendición no sólo en la vida de iglesia, sino también en nuestra vida familiar y en nuestra vida cotidiana.
La presencia del Señor como bendición nuestra viene a nosotros cuando aplicamos a Cristo en calidad de todas las ofrendas. Cada día debemos aplicar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, nuestro holocausto, nuestra ofrenda de harina y nuestra ofrenda de paz. Si lo aplicamos como tales ofrendas, tendremos Su bendición, la cual es Su presencia.
Juan 3:16 dice que Dios amó al mundo de tal manera, que dio a Su Hijo unigénito. ¿De qué manera nos dio Dios a Su Hijo? Él nos lo dio en calidad de todas las ofrendas. Cuando tomamos la ofrenda por el pecado, tomamos un aspecto de Cristo; cuando tomamos el holocausto, tomamos otro aspecto de Cristo; y cuando tomamos la ofrenda de harina y la ofrenda de paz, tomamos otros aspectos de Cristo.
Nuestro Salvador es la única ofrenda por el pecado. Cuando nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús, lo aplicamos como ofrenda por el pecado sin darnos cuenta de ello. Después, probablemente nos sentimos inspirados a vivir absolutamente entregados a Dios. Aunque nunca antes habíamos oído nada acerca del holocausto, oramos y nos ofrecimos a Dios. En ese momento, el Espíritu probablemente nos mostró que éramos pecado, incluso leprosos, y que no éramos capaces de llevar una vida de absoluta entrega a Dios. Entonces, quizás oramos algo así: “Señor Jesús, no puedo llevar una vida entregada absolutamente a Dios, pero Tú sí puedes, y Tú puedes ser mi entrega absoluta a Dios”. Esto es lo que significa tomar a Cristo, el Hijo dado a nosotros por Dios, como nuestro holocausto.
Muchos cristianos entienden Juan 3:16 de una manera muy general. ¿Cómo podemos aceptar a Cristo como la gran dádiva que Dios nos dio, si no lo aplicamos como las ofrendas? Si hemos de disfrutar a esta persona todo-inclusiva, debemos aplicarlo diariamente como nuestra ofrenda por el pecado, nuestro holocausto, nuestra ofrenda de harina y nuestra ofrenda de paz. Entonces disfrutaremos de Su presencia, la cual será una bendición para nosotros en todo sentido.
“Moisés y Aarón entraron en la Tienda de Reunión. Después salieron y bendijeron al pueblo” (Lv. 9:23a). Esto significa que Cristo, como nuestro Príncipe y Sumo Sacerdote, entró en los cielos para ser nuestro Sacerdote real (Hch. 5:31; He. 4:14; 7:1) y saldrá de los cielos para bendecirnos.
Tanto Moisés como Aarón tipifican a Cristo. Moisés era el líder, el príncipe, y Aarón era el sumo sacerdote. Hoy Cristo es nuestro Príncipe y nuestro Sumo Sacerdote. Cuando Él viene a nosotros, viene con bendiciones, y el hecho de que esté con nosotros es la bendición todo-inclusiva que necesitamos. Podemos disfrutar esta bendición sólo al aplicar a Cristo como las ofrendas. Si aplicamos a Cristo como la ofrenda por el pecado, el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz, recibiremos la bendición que necesitamos.
Para los judíos, la bendición de Aarón y Moisés sigue vigente. Esta bendición continuará vigente hasta que toda la casa de Israel se arrepienta y se vuelva al Salvador cuando Él venga por segunda vez. El mismo principio se aplica con relación a la bendición espiritual que disfrutamos hoy. Una bendición espiritual dura más de lo que pensamos. Yo sigo disfrutando bendiciones que recibí hace muchos años. Una bendición espiritual, por tanto, es de crucial importancia.
El Nuevo Testamento nos dice que bendigamos a otros y que no los maldigamos (Lc. 6:28; Ro. 12:14). Aun cuando seamos aborrecidos, perseguidos y difamados, debemos bendecir a los que nos persiguen y orar para que el Señor los perdone. El sentir nuestro debe ser que ninguna persona esté bajo maldición.
“Entonces salió fuego de delante de Jehová y consumió el holocausto y las grosuras que estaban sobre el altar. Al ver esto, todos los del pueblo dieron un grito resonante y se postraron sobre sus rostros” (Lv. 9:24). Este fuego significa que la santidad de Dios como fuego consumidor acepta nuestras ofrendas al incinerarlas. Todo lo que concuerda con la naturaleza santa de Dios, la santidad de Dios lo acepta consumiéndolo. Pero todo aquello que no satisfaga los requisitos de la santidad de Dios será juzgado por la santidad de Dios mediante el fuego. En tal caso, el fuego representa al Dios que es fuego consumidor (He. 12:29).
Después que hayamos disfrutado la presencia de Dios, la aparición de Su gloria y la bendición del Señor, debemos estar preparados para recibir el fuego consumidor. Es una ley espiritual de que el fuego consumidor de las aflicciones siempre viene después de la bendición de Dios. Este fuego es una señal de que Dios ha aceptado lo que le ofrecimos en Cristo y con Cristo.
El mismo fuego, que es el representante de la santidad de Dios, puede ser un fuego consumidor que manifiesta aceptación por parte de Dios o un fuego de juicio. El fuego consumidor aceptó el ofrecimiento de Esteban (Hch. 7:55-59), mientras que con la venida de Tito en el año 70 d. C., este fuego consumidor juzgó la mixtura que había en Jerusalén.
Para nosotros hoy en día, el fuego consumidor puede ser una señal de que Dios ha aceptado nuestro ofrecimiento a Él, o puede ser el juicio de Dios a causa de nuestras ofensas. ¿Cómo sabemos si el fuego consumidor es señal de que Dios nos acepta o si es el juicio de Dios? Podemos discernirlo por la situación en que nos encontremos. Si disfrutamos a Cristo y lo ofrecemos a Dios, el fuego consumidor será la señal de que Dios nos ha aceptado; pero si hemos cometido alguna ofensa contra el gobierno de Dios, el fuego que nos sobrevenga será el juicio de Dios por haber tocado Su gobierno. Éste es un asunto serio.