Mensaje 79
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Lectura bíblica: 10, Ef. 1:22; Col. 1:18; Ef. 1:23; 3:19b; He. 4:14; 22, 7:26; 8:6; 9:15-16; Ap. 1:13; 2:1
En este mensaje concluiremos el aspecto subjetivo de la ascensión del Salvador-Hombre. Vimos que Dios lo dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia para que en El fuesen reunidas bajo una cabeza todas las cosas (10, Ef. 1:22). Ahora veremos que el Cristo ascendido es la Cabeza de la iglesia y también el Sumo Sacerdote en los cielos.
Cristo, en Su ascensión, fue hecho Cabeza de la iglesia, Su Cuerpo, para expresar a Dios en Su plenitud. Colosenses 1:18 dice: “El es la Cabeza del Cuerpo que es la iglesia”. Según Efesios 1:23, Su Cuerpo es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. En Efesios 3:19 Pablo habla de ser “llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. Toda esta plenitud mora en Cristo (Co. 1:19; 2:9). Cristo, al morar en nosotros, imparte en nuestro ser Sus inescrutables riquezas, de manera que finalmente estaremos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Esto hace que seamos la expresión de Dios, la cual es lo que la iglesia debe ser.
Cristo, como Cabeza de la iglesia, la cual es Su Cuerpo, sin duda, está unido a éste. Así como la cabeza del cuerpo físico y el cuerpo mismo son uno solo, así también Cristo como Cabeza y la iglesia como Su Cuerpo están unidos y son uno solo. Sería absurdo pensar que la cabeza de una persona no tiene nada que ver con su cuerpo. Del mismo modo, sería equivocado pensar que Cristo, la Cabeza, está lejos del Cuerpo. No obstante, algunos piensan que Cristo está lejos de nosotros, los miembros de Su Cuerpo. Según este concepto, la Cabeza está en los cielos, y el Cuerpo está en la tierra. Los que piensan así creen que hay una gran distancia entre la Cabeza que está en los cielos y el Cuerpo que está en la tierra. ¿Cómo, entonces, están la Cabeza y el Cuerpo conectados? Este entendimiento al respecto es absurdo.
Cristo, en Su ascensión, fue hecho Cabeza de la iglesia. ¿Cómo podemos decir que la Cabeza está en los cielos, y que la iglesia, Su Cuerpo, está en la tierra, lejos de la Cabeza? Conforme a la Biblia, la Cabeza no está sola en los cielos sin Su Cuerpo, ni está solo en la tierra el Cuerpo sin la Cabeza. Que al Cuerpo le falte la Cabeza sería una monstruosidad.
Sin duda, la Biblia revela que Cristo, la Cabeza, ascendió a los cielos. Nosotros, por supuesto, estamos en la tierra. Entonces, ¿dónde están la Cabeza y el Cuerpo? ¿Están en los cielos o en la tierra? La Cabeza y el Cuerpo son uno solo, y forman un hombre universal. Pero, ¿está este hombre universal en los cielos o en la tierra? Si usted dice que la Cabeza está en los cielos y el Cuerpo está en la tierra, usted está completamente equivocado. Si ésta fuera el caso, ¿qué uniría la Cabeza al Cuerpo? Algunos podrían decir que tanto la Cabeza como el Cuerpo están en los cielos y en la tierra. Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Quiere esto decir que algunas veces estamos en los cielos y en otras ocasiones estamos en la tierra?
Al contestar esta pregunta, tenemos que entender que ni el elemento del tiempo ni el del espacio interviene en estos asuntos. Con las cosas materiales sí existen estos elementos, pero con lo divino no. Que Cristo sea la Cabeza de la iglesia que es Su cuerpo no se refiere a lo material, sino a lo divino, pues en lo divino no existen los elementos de espacio y de tiempo. Por lo tanto, necesitamos ver que en la vida divina y en el Espíritu divino, nosotros los creyentes somos uno con Cristo.
El Cuerpo es uno con la Cabeza en la vida divina y en el Espíritu divino. Con respecto a la Cabeza y el Cuerpo, no debemos considerar el espacio y el tiempo, ya que estos elementos aquí no vienen al caso. Nosotros, los miembros del Cuerpo en la vida divina y en el Espíritu divino, no estamos separados ni por el espacio ni por el tiempo. Todos estamos ahora en el Cuerpo.
Recalcamos que con las cosas físicas tenemos los elementos de espacio y de tiempo, pero no con las cosas divinas. Por ejemplo, el Señor Jesús dijo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Jn. 3:13). Aquí el Señor dice que aunque El bajó del cielo, El estaba aún en el cielo. Esto quiere decir que cuando estaba en la tierra, El estaba aún en el cielo. Conforme a Su estado físico, El estaba en la tierra cuando dijo estas palabras. Pero según Su ser divino, el cual no interviene los elementos del espacio ni del tiempo, El estaba en el cielo.
En la vida de iglesia, no debemos conocer a la Cabeza y al Cuerpo desde el punto de vista físico, sino desde la perspectiva divina. Conforme a esta perspectiva, somos uno con el Cristo ascendido, y Su ascensión también es nuestra ascensión (Ef. 2:6). Aquí en la ascensión, le expresamos en Su plenitud.
Efesios 3:19 habla de que seamos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, y en 1:23 dice que la iglesia, Su Cuerpo, es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Hemos indicado, repetidamente, que esta plenitud es el resultado, el producto del disfrute de las riquezas de Cristo (Ef. 3:8). Al disfrutar de las riquezas de Cristo llegamos a ser Su plenitud para expresarle. Cuando disfrutamos a Cristo, habrá un resultado de este disfrute. Disfrutar a Cristo da por resultado la plenitud, y ésta es la vida adecuada de iglesia. En la vida de iglesia, la cual es la plenitud de Cristo, la iglesia expresa a Cristo. La expresión de Cristo en la iglesia se halla en la naturaleza y en la esfera divinas.
De este hecho podemos ver que la ascensión de Cristo tiene mucho que ver con nosotros. En Su ascensión somos uno con El. Además, El es nuestra Cabeza y nosotros somos Su Cuerpo no solamente en Su resurrección, sino también en Su ascensión. El Nuevo Testamento no dice que Dios le hizo Cabeza de la iglesia en la resurrección de Cristo. Más bien, la Biblia revela que Dios hizo a Cristo Cabeza de la iglesia, Su Cuerpo, en Su ascensión.
Cristo, en Su ascensión, también fue hecho Sumo Sacerdote en los cielos. Hebreos 4:14 dice que tenemos un “gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios”. El Señor vino de Dios a nosotros por medio de la encarnación, y después regresó de nosotros a Dios por medio de la resurrección y la ascensión para ser nuestro Sumo Sacerdote, quien está delante de Dios llevándonos sobre Sí y encargándose de todas nuestras necesidades (He. 2:17-18; 4:15). Por lo tanto, Hebreos 7:26 dice: “Porque tal Sumo Sacerdote también nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, y encumbrado por encima de los cielos”. Cristo, en Su ascensión, traspasó los cielos; ahora, El no solamente está en el cielo (He. 9:24), sino que está más elevado que los cielos, o sea por encima de los cielos (Ef. 4:10). En Su ascensión, El fue investido de Su cargo sacerdotal. Cuando estaba en la tierra, El no llevó a cabo Su ministerio sacerdotal tal como lo está haciendo ahora en los cielos.
Es significativo que en el libro de Apocalipsis Cristo se revela primeramente no como Administrador, sino como Sacerdote. Apocalipsis 1:13 dice: “Y en medio de los candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies”. Por un lado, Cristo es el Sumo Sacerdote que intercede por las iglesias desde los cielos (He. 7:25-26; Ro. 8:34). Por otro, El es el Sumo Sacerdote que obra en las iglesias para cuidar de ellas. En Apocalipsis 1:13 Cristo es revelado como Sumo Sacerdote, demostrado por Su ropa, la cual llegaba hasta los pies, la cual es una ropa sacerdotal (Ex. 28:33-35).
La primera visión de Cristo mencionada en Apocalipsis 1 es la del Sumo Sacerdote vestido con una ropa sacerdotal. Cristo, como Sumo Sacerdote, anda en medio de los candeleros y cuida de ellos, especialmente el resplandor de ellos al despabilar las lámparas. Luego en el capítulo ocho se revela a Cristo como Sacerdote que ofrece el incienso en el altar de oro: “Otro Angel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para que lo ofreciese junto con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono” (v. 3). Por consiguiente, en el capítulo uno se revela a Cristo como Sacerdote que cuida de los candeleros, y en el capítulo ocho, se le revela como Sacerdote que ofrece incienso a Dios. Además, en el capítulo cinco, El es revelado como Administrador del universo. Para el universo, Cristo no es el Sacerdote sino el Administrador, pero para la iglesia, Cristo es el Sumo Sacerdote. El Cristo ascendido que está en los cielos ahora vive, obra y ministra como Sacerdote.
En el Antiguo Testamento el sumo sacerdote tipifica a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote. Conforme al libro de Exodo, el sumo sacerdote llevaba el nombre de las doce tribus de Israel en sus hombros y en su corazón: “Y tomarás dos piedras de ónice, y grabarás en ellas los nombres de los hijos de Israel; seis de sus nombres en una piedra, y los otros seis nombres en la otra piedra, conforme al orden de nacimiento de ellos ... y Aarón llevará los nombres de ellos delante de Jehová sobre los dos hombros por memorial”. (Ex. 28:9-10, 12). Los nombres de las doce tribus también estaban grabados en las doce piedras incrustadas en el pectoral de oro que el Sumo Sacerdote llevaba: “Y las piedras serán según los nombres de los hijos de Israel, doce según sus nombres; como grabaduras de sello cada una con su nombre, serán según las doce tribus ... Y llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio sobre su corazón, cuando entre en el santuario, por memorial delante de Jehová continuamente” (Ex. 28:21, 29). Los nombres grabados en las piedras de ónice y en las piedras del pectoral indican que el sumo sacerdote siempre llevaba los nombres del pueblo escogido de Dios delante de El. Hoy Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, y nosotros estamos en Sus hombros y en Su pecho. El, como Sumo Sacerdote que está en los cielos, nos lleva y nos guarda.
Cristo, el Sumo Sacerdote, también nos cuida. El es un “misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere” (He. 2:17), quien se compadece de nuestras debilidades (He. 4:15).
Aunque Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, nos cuida, todos nosotros tenemos nuestras ideas y sentimientos en cuanto a cómo El nos debería cuidar. Por ejemplo, cada uno de nosotros desea tener buena saluda y una vida larga. Es posible que no estamos satisfechos aunque vivamos hasta los cien años de edad. Si alcanzamos a los cien años, nos gustaría vivir hasta los ciento veinte. Sin embargo, la manera en que el Señor nos cuida difiere de nuestro deseo. Por consiguiente, tal vez nos quejemos y digamos: “Señor, ¿por qué parece que no te preocupas por mi salud? Estoy enfermo y oro para que me sanes. Señor, ¿dónde está Tu poder? ¿Donde está Tu sanidad? Señor, ¿por qué no me oyes?” Es posible que el Señor no responda a una oración que pida sanidad. El, al cuidar de cierta persona, quizás permita que la persona muera de su enfermedad. No sabemos lo que es bueno para nosotros, pero El sí lo sabe. El sabe lo que necesitamos en nuestra vida terrenal.
Tenemos nuestras preferencias en cuanto a nuestras vidas. Tal vez deseemos ser ricos y tener muchos bienes materiales. Pero es posible que el Señor permita que seamos pobres y nos prive de muchas cosas. De la misma manera, nos gustaría tener hijos que amen al Señor y le sirvan. Los que tienen hijas quizás deseen que sus hijas se casen con los mejores hermanos de las iglesias. Sin embargo, es posible que la situación de nuestros hijos sea muy diferente de lo que esperamos. Si preguntamos al Señor al respecto, El diría: “Usted no sabe que es lo mejor para usted. Yo sé que así debe ser tu vida”.
Quizás usted piense que asuntos como éstos no tienen nada que ver con la ascensión de Cristo. Sin embargo, la ascensión de Cristo está ciertamente relacionada con estas cosas. La ascensión del Señor incluye Su sacerdocio. El, como Aquel que ascendió, es el Sumo Sacerdote que nos lleva, nos guarda y nos cuida. No obstante, lo que consideramos bueno no depende de nosotros sino de El. Por ejemplo, usted puede comprar un coche nuevo, y espera que le dure muchos años. Pero el Señor opina que debe durarle poco tiempo. Si usted me dijera: “Compré un coche nuevo, y después de sólo unas semanas fue destruido. ¿Por qué sucedió esto? ¿El Señor no sabía que yo tendría un accidente y que el coche sería destruido? Ya que lo sabía ¿por qué me permitió comprarlo? ¿Por qué no me detuvo?”. Yo, por supuesto, no puedo explicar por qué. Sólo el Señor sabe la razón, pues El es el Sumo Sacerdote.
Normalmente cuando recibo cartas de los santos que me piden consejos acerca de sus situaciones, las dejo a un lado, porque yo no soy el Sumo Sacerdote, y no sé que desea El en el fondo de Su corazón para los santos. No puedo decir nada acerca de estos asuntos. Si intentara decir algo, en realidad no les estaría ayudando. Hace cincuenta años tenía mucho que decir con respecto a estas preguntas, porque en realidad no sabía nada y por eso dije muchas cosas de manera descuidada. Pero ahora, al tener más experiencia del Señor y más conocimiento de El, tengo muy poco que decir.
No obstante, puedo decir esto: el Señor siempre nos cuida de manera positiva. Un día le veremos y le alabaremos. Algunos de nosotros tal vez le digamos: “Señor Jesús, perdóname por haberme quejado acerca de mi situación. Ahora yo sé que la voluntad de Dios es buena para mí”. Nuestro Sumo Sacerdote cuida bien de todos nosotros.
El Cristo ascendido no sólo cuida de nosotros y de nuestro bienestar, sino también del deseo de Dios. El Sumo Sacerdote cuida más de las necesidades de Dios que de las nuestras. Dios quiere candeleros. Por consiguiente, el Señor establece candeleros y despabila las lámparas para que Dios se exprese (Ap. 1:13; 2:1). Esta obra tiene que ver con la edificación de los santos y de la iglesia. Ahora el Señor está edificando un testimonio viviente de Jesús.
El Señor, como Sumo Sacerdote que está en los cielos, es el fiador y el Mediador de un mejor pacto, y el Ejecutor del Nuevo Testamento. Hebreos 7:22 dice: “Tanto más Jesús es hecho fiador de un mejor pacto”. Que Cristo sea hecho fiador de un mejor pacto se basa en el hecho de que El es el Sumo Sacerdote. Hebreo 8:6 nos dice: “[El] es Mediador de un mejor pacto”. Además Hebreo 9:15 y 16 dicen: “Y por eso es Mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo una muerte para remisión por las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que conste la muerte del testador”.
En el versículo 15 tenemos la palabra pacto, y en el versículo 16, la palabra testamento. En griego se usa la misma palabra tanto para pacto como para testamento. Un pacto es un acuerdo que contiene algunas promesas de llevar a cabo ciertas cosas a favor de las personas con quienes fue hecho el pacto, mientras que un testamento es un documento que contiene ciertas cosas ya cumplidas y legadas al heredero. El nuevo pacto que fue consumado con la sangre de Cristo no es solamente un pacto, sino también un testamento en el cual nos han sido legadas todas las cosas logradas por la muerte de Cristo. Primero, Dios dio la promesa de que haría un nuevo pacto (Jer. 31:31-34). Luego, Cristo derramó Su sangre para establecer el pacto (22:20). Puesto que este pacto contiene promesas de hechos logrados, es también un testamento. Este testamento, este legado, fue confirmado y ratificado por la muerte de Cristo, y ahora es ejecutado y puesto en vigencia por Cristo en Su ascensión.
Nuestro Sumo Sacerdote establece candeleros y despabila las lámparas. En el acto de establecer y despabilar, El también ejecuta el Nuevo Testamento para nosotros. El Nuevo Testamento tiene muchos legados, y todos ellos son bendiciones divinas legadas a las iglesias.
En la Biblia, la palabra testamento equivale a la palabra moderna legado. El Nuevo Testamento, por consiguiente, es un legado nuevo para que lo heredemos. Este legado nuevo consiste en que se leguen todas las bendiciones divinas, incluyendo la Persona de Cristo y Su obra redentora todo-inclusiva. Aquel que estableció este legado nuevo es el Señor Jesús, quien murió a fin de establecerlo. Ahora todo lo que El estableció nos ha sido legado y nos es disponible.
Para que se otorgue un legado y que se legue todo lo que hay en ello, se requiere que la persona que hizo el legado muera. Una vez que muera, la herencia dejada en el legado estará disponible a los herederos. ¡Alabado sea el Señor porque Cristo murió para establecer el legado y que ahora El está en los cielos como Ejecutor viviente del legado que nos ha dado! ¿Cómo ejecuta El este legado? Estableciendo las iglesias como candeleros y despabilando todas las lámparas.
En este mismo momento el Cristo ascendido establece los candeleros y despabila las lámparas. Puedo dar testimonio de que todos los días estoy bajo Su despabilamiento, porque tengo mucho que necesita ser despabilado. También sé que El anda en medio de las iglesias locales, que establece los candeleros de oro. De esta manera verdaderamente ejecuta, lleva a cabo, el Nuevo Testamento. Todas las bendiciones del Nuevo Testamento nos han sido legadas por el Cristo viviente, resucitado y ascendido. Este es Cristo en Su ascensión. ¡Alabado sea El porque podemos disfrutarle de esta manera!
El ministerio de Cristo como Sumo Sacerdote en los cielos tiene un destino: la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén será la consumación de la obra de Cristo en Su ascensión. Todo lo que Cristo hace ahora en Su ascensión tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén venidera.