Mensaje 13
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Lectura bíblica: Mr. 4:1-34
En este mensaje llegamos al capítulo cuatro del Evangelio de Marcos, un capítulo crucial en cuanto al reino de Dios.
Una vez más quisiera hacerles notar la cronología de este evangelio. En Mr. 1:14-45 se presenta el contenido del servicio evangélico: predicar el evangelio, enseñar la verdad, echar fuera demonios, sanar a los enfermos y limpiar al leproso. Luego, en Mr. 2:1—3:6, vemos las maneras de llevar el servicio evangélico a cabo: perdonar los pecados de los enfermos, cenar con los pecadores, hacer que Sus seguidores se alegren y no ayunen, preocuparse por el hambre de Sus seguidores y no por las normas de la religión y ocuparse de aliviar al que sufría y no de los ritos de la religión. Posteriormente, en Mr. 3:7-35, se hallan cinco hechos suplementarios realizados en el servicio evangélico: evitar la opresión de la multitud, designar apóstoles para que prediquen el evangelio, no comer por causa de las necesidades, atar a Satanás y saquear su casa por obra del Espíritu Santo y no permanecer en la relación de la vida natural, sino en la de la vida espiritual.
Aunque las tres secciones presentadas anteriormente nos ofrecen una visión completa del evangelio, en ellas no se ve la esencia intrínseca del mismo. Tampoco vemos en estas secciones de Marcos el propósito ni su resultado. No se da a conocer el objetivo del evangelio. Por esta razón, en el capítulo 4 el relato de este evangelio llega al tema del reino de Dios.
En Mr. 1:15 se hallan las primeras palabras que el Señor Jesús expresó al predicar el evangelio: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Este versículo indica claramente que el objetivo del evangelio es el reino, y este reino no es ni el reino del hombre ni el reino de Israel, sino el reino de Dios.
¿Qué es el reino de Dios? No es fácil definirlo. Para entender lo que es el reino de Dios, necesitamos examinar todo el Antiguo Testamento, ya que en él se presenta una clara visión del reino.
Podemos decir que un reino es una esfera, un ámbito, donde cierta persona logra realizar algo. A veces decimos que alguien tiene su propio reino, lo cual significa que esa persona tiene su propia esfera, su ámbito, donde puede operar libremente a fin de lograr su objetivo o su plan. Así que, un reino es un ámbito donde cierta persona lleva a cabo lo que desea. Según el Antiguo Testamento, existe un ámbito llamado, el reino de Dios. Este reino es una esfera, un ámbito, donde Dios realiza Su propósito eterno y logra Su objetivo.
Después de crear los cielos, la tierra y billones de cosas, Dios creó al hombre. Según el libro de Génesis, Dios creó al hombre con un propósito doble. Por el lado positivo, Dios creó al hombre a Su imagen para que le expresara. Por el lado negativo, Dios le dio Su dominio sobre todas las cosas creadas. El dominio se refiere a la autoridad que se ejerce en una esfera o ámbito específico. Este dominio, por tanto, está relacionado con el reino de Dios. En Génesis 1 vemos que el hombre tiene la imagen de Dios y el dominio de Dios. La imagen le capacita para expresar a Dios, y el dominio de Dios, para establecer Su reino.
Dios creó al hombre y quería que éste le expresara. A fin de obtener dicha expresión, Dios necesita una esfera, y esta esfera es un reino, un ámbito donde El ejerce Su autoridad. Dios le dio esta autoridad al hombre, al cual estableció como cabeza de todas las cosas creadas. Con esto vemos que inmediatamente después de que el hombre fue creado, Dios estableció un reino en la tierra. Por tanto, el reino de Dios se puede ver en el primer capítulo de Génesis.
Más tarde, después de la caída del hombre, Dios llamó a Abraham, a Isaac y a Jacob. El libro de Génesis relata las experiencias de estos patriarcas, y de los hijos de Israel, y el peregrinaje que ellos experimentaron en Egipto. Según consta en Exodo, Dios sacó a los hijos de Israel de Egipto. Éxodo 19:6 revela el propósito por el cual Dios sacó a los hijos de Israel de Egipto: “Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”. El Señor sacó de Egipto a los hijos de Israel para hacer de ellos un reino de sacerdotes, un reino en el cual cada uno sería un sacerdote, uno que serviría a Dios. Así que, la meta de Dios era tener un reino sacerdotal.
Desde Exodo 19 hasta el final del Antiguo Testamento se relata la historia de un reino. Pero no debemos pensar que este reino se trata simplemente del reino de Israel. Más bien, era el reino de Dios expresado en el reino de Israel.
Al estudiar el Antiguo Testamento nos damos cuenta de que Dios no logró Su propósito con Adán, ni con Noé ni con la nación de Israel. Aunque Su reino era expresado en el reino de Israel, Dios no logró Su meta por medio de los hijos de Israel. Por tanto, a su tiempo Dios mismo vino por medio de la encarnación.
Al no poder cumplir Su propósito por medio del primer Adán y sus descendientes, Dios vino como el postrer Adán a través de la encarnación. El Señor Jesús, el Dios encarnado, vino para establecer el reino de Dios, un ámbito en el cual Dios podría realizar Su propósito al ejercer Su autoridad. Por esta razón, el Señor enseñó a Sus discípulos a orar por la venida del reino (Mt. 6:10). Y por esto mismo, al predicar el evangelio, el Señor Jesús les decía a las personas que debían arrepentirse por causa del reino de Dios. El Señor Jesús anunciaba que el reino de Dios se había acercado y que tenían que arrepentirse para poder entrar en él. Los que así se arrepienten podrán participar del cumplimiento del propósito eterno de Dios.
Cuando se predica el evangelio, a menudo se pasa por alto el reino de Dios. Por lo general, la impresión que se da en las predicaciones es que el objetivo único del evangelio es ganar almas, trasladar personas del infierno al cielo y ayudarles a tener paz, gozo y bendiciones eternas. Pero en el Nuevo Testamento nos da una impresión diferente acerca del evangelio. Cuando el Señor Jesús predicaba el evangelio, hablaba del reino de Dios, y le decía a la gente que se arrepintiera por causa del mismo.
Un día, mientras el Señor adiestraba a Sus discípulos, les llevó a Cesarea de Filipo, la cual está al norte de la Tierra Santa, cerca de la frontera, al pie del monte Hermón. Entonces el Señor comenzó a preguntarles en cuanto a Sí mismo: “¿Quién dicen los hombre que es el Hijo del Hombre? ... Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” (Mt. 16:13, 15). Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). Pedro reconoció que el Señor era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Esto quiere decir que el Hijo del Dios viviente fue designado el Ungido de Dios, el Cristo. Después de que Pedro recibió esta revelación, el Señor añadió: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia ... Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos” (vs. 18-19). En estos versículos las palabras iglesia y reino se usan de manera intercambiable. Primero, el Señor dijo: “Edificaré Mi iglesia”, y después: “Te daré las llaves del reino de los cielos...”. Esto indica que el reino debe ser abierto para que se edifique la iglesia. En otras palabras, abrir el reino es la manera de comenzar a edificar la iglesia.
Debemos ver un punto crucial, es decir, que el reino es la esencia intrínseca del evangelio. El evangelio se predica para que se establezca el reino, el cual es una esfera divina donde Dios lleva a cabo Su plan, un ámbito donde ejerce Su autoridad para lograr Su intención. Dios logra Su meta únicamente mediante el reino. Así que, el Evangelio de Marcos tiene una sección que revela el propósito del evangelio. El propósito del evangelio es obtener el reino. El reino de Dios constituye la meta del evangelio.
Además de ser la meta del evangelio, el reino también es su resultado. Al predicarse el evangelio, ¿cuál será el producto, es decir, su resultado? El producto, el resultado, es el reino. El objetivo de la predicación del evangelio es producir el reino.
El Señor habla de la iglesia únicamente en el Evangelio de Mateo. No la menciona ninguna vez en Marcos, en Lucas ni en Juan. No obstante, debemos comprender que para El, la iglesia y el reino son una sola cosa. La iglesia es el reino y el reino es la iglesia.
Algunos maestros de la Biblia no tienen un entendimiento exacto tocante al reino de Dios. Ellos afirman que cuando Cristo vino, trajo consigo el reino, el cual ofreció a los judíos. Pero los judíos rechazaron al Señor Jesús. Según estos maestros, al rechazar al Señor Jesús, rechazaron también el reino que El trajo consigo. Estos maestros añaden que después de que el Señor y el reino fueron rechazados, el Señor suspendió el reino y comenzó a edificar la iglesia. Además, expresan que la dispensación actual, la dispensación de la gracia, es la dispensación de la iglesia. En la dispensación de la gracia, dicen ellos, el Señor edifica Su iglesia. Luego, después de la era de la iglesia, cuando El vuelva, el Señor traerá el reino, el cual, según ellos, fue suspendido, y lo establecerá en la tierra durante el milenio, la era del reino. Según este punto de vista, la era actual es la era de la iglesia, y la venidera, la era del reino.
Esta perspectiva del reino es correcta hasta cierto punto, pero no en su totalidad. En realidad, el Señor Jesús no suspendió el reino. En el Estudio-vida de Mateo hicimos notar que al final de Mateo 13, el rechazo que sufrió el Señor Jesús por parte de los judíos fue total. No obstante, El no suspendió el reino, pues en Mateo 16 habló de la edificación de la iglesia y también de las llaves del reino, lo cual indica clara y definitivamente que el reino no fue suspendido.
El libro de Hechos contiene indicios adicionales que muestran que el Señor no suspendió el reino. Hechos 1:3 dice que a Sus apóstoles, el Señor “se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles de lo tocante al reino de Dios”. Durante los cuarenta días que transcurrieron entre la resurrección y la ascensión, el Señor habló a Sus discípulos en cuanto al reino. En Hechos 8:12 se nos dice que Felipe “anunciaba el evangelio del reino de Dios”. En Hechos 14:22 Pablo habla a los creyentes acerca de entrar en el reino, diciéndoles que “es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. Hechos 19:8 dice que “entrando Pablo ... en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios”. En Hechos 20:25 vemos que Pablo predicó el reino de Dios entre los que estaban en Efeso. Además, Hechos 28:23 y 31 dicen que Pablo “les explicaba ... y les testificaba solemnemente del reino de Dios” y que permaneció “proclamando el reino de Dios”. Por medio de estos versículos nos damos cuenta de que Pablo enseñaba y predicaba lo relacionado con el reino de Dios.
Romanos 14:17 habla de la relación entre el reino de Dios y la vida de iglesia: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Este versículo es una prueba concluyente de que, en la era de la iglesia, la iglesia misma es el reino de Dios, porque el contexto trata de la vida de iglesia en la era actual.
En ese capítulo, Pablo escribió en cuanto a recibir a los que son más débiles. Expresó que no debemos rechazar a los débiles por asuntos relacionados con la comida, porque el reino de Dios no es comida ni bebida. Más bien, el reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Según el versículo 17, la vida de iglesia actual es el reino. Llevar la vida de iglesia equivale a practicar el reino. Por tanto, la vida de iglesia que llevamos en el recobro del Señor es la práctica del reino de Dios.
Pablo también habla del reino de Dios en 1 Corintios, Gálatas y Efesios. En 1 Corintios 6:9-10 menciona algunas categorías de personas que no heredarán el reino de Dios. En Gálatas 5:21 dice que los que practican las obras de la carne no heredarán el reino de Dios. En Efesios 5:5 de nuevo habla de los que no tienen “herencia en el reino de Cristo y de Dios”. En todos estos versículos que hablan acerca del reino de Dios, el contexto es la vida de iglesia.
En Apocalipsis 1:9, Juan dio testimonio de que estaba, junto con los demás santos, en el reino de Dios: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús”. ¿Cómo podría Juan estar en el reino si éste hubiera sido suspendido? El hecho de que él estaba en el reino comprueba una vez más que el reino no fue suspendido.
En el tercer capítulo del Evangelio de Juan vemos que no podemos entrar en el reino de Dios a menos que seamos regenerados: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5). El objetivo de la regeneración no es irnos al cielo, sino entrar en el reino de Dios. “Irnos al cielo” se relacionaría con el futuro, pero entrar en el reino de Dios ocurre en el presente. Nosotros fuimos regenerados cuando creímos en el Señor Jesús, y nuestra regeneración fue nuestra entrada en el reino de Dios.
La única manera de entrar a cualquier reino es nacer de ese reino. Por ejemplo, un animal entra en el reino animal al nacer de dicho reino. Si fuera posible que un animal entrara en el reino humano, tendría que nacer de la vida humana. Con estos ejemplos vemos que por el nacimiento se entra a determinado reino. Nosotros entramos en el reino humano naciendo de él. Según el mismo principio, nacimos de nuevo, nacimos de Dios, para entrar en el reino de Dios.
¿Cómo entramos en el reino del hombre, el reino humano? Entramos por el nacimiento humano, a través del cual obtuvimos la vida humana que nos capacita para conocer las cosas del reino humano. De igual manera, para entrar en el reino de Dios tenemos que nacer de Dios. Si queremos estar en el reino divino, debemos poseer la vida divina. Necesitamos la vida de Dios para entender las cosas del reino de Dios. Sin la vida divina, no se puede entender el reino divino.
Puesto que nacimos de Dios y recibimos la vida de Dios, estamos en el reino de Dios. ¡Alabado sea el Señor que fuimos regenerados y ahora estamos en el reino divino! Por la regeneración, estamos ahora en el reino de Dios. Según Romanos 14, experimentar la vida de iglesia equivale a llevar la vida del reino.
En el recobro del Señor tenemos la costumbre de emplear la expresión la vida de iglesia. A menudo le contamos a otros que estamos en la vida de iglesia. Les recomiendo que de hoy en adelante no sólo digamos que estamos en la vida de iglesia, sino también que estamos en la vida del reino. A veces quizás sea mejor hablar de la vida del reino que de la vida de iglesia. Si empleamos la expresión la vida del reino junto con la vida de iglesia, esto nos recordará que hoy estamos en la vida del reino. Estar en la vida de iglesia equivale a estar en el reino, ya que hoy la iglesia es el reino, y el reino es la realidad de la vida de iglesia.