Mensaje 23
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Lectura bíblica: Mr. 7:31-37; 8:1-26
En este mensaje examinaremos Marcos 7:31—8:26, donde se tratan cinco asuntos: se sana a un sordomudo (Mr. 7:31-37), se alimenta a cuatro mil (Mr. 8:1-9), no se da señal a los fariseos (Mr. 8:10-13), se advierte acerca de la levadura de los fariseos y de Herodes (Mr. 8:14-21) y se sana a un ciego en Betsaida (Mr. 8:22-26).
En 7:31-37 se narra la sanidad de un sordomudo. Antes del capítulo siete, la mayoría de las sanidades que se hallan en este evangelio fueron sanidades generales. Por ejemplo, la suegra de Pedro estaba enferma de fiebre (Mr. 1:30-31) y fue sanada, es decir, le fue restaurada su salud. Otro ejemplo de esta clase de sanidad es la del paralítico (Mr. 2:3-12). Cuando éste fue sanado, todo su cuerpo recibió la sanidad. Lo mismo sucedió en el caso del leproso (Mr. 1:40-45). Pero en 7:31-37 no se narra una sanidad general; más bien se sanan órganos específicos. De hecho, todas las sanidades efectuadas después de Marcos 7 tienen que ver con órganos específicos, y no con la salud general de las personas. Estas sanidades están dirigidas específicamente a tres órganos: los ojos, los oídos y la lengua.
Con relación a la sanidad, podemos decir que en el Evangelio de Marcos encontramos la siguiente secuencia: sanidades generales, la revelación de la condición del corazón del hombre, el Señor como pan y como suministro de vida, y la sanidad de órganos específicos. Esta secuencia concuerda con nuestra experiencia espiritual. Cuando fuimos salvos, experimentamos una sanidad general. Más tarde, la condición de nuestro corazón fue revelada. Posteriormente, tal vez después de ingresar a la vida de iglesia, aprendimos a disfrutar interiormente al Señor como pan, como nuestro suministro de vida. Después, experimentamos la sanidad de nuestros oídos, nuestra lengua y nuestros ojos. Algunos de los que han estado en la vida de iglesia por muchos años aún necesitan la sanidad específica de estos órganos.
Marcos 7:32 dice: “Y le trajeron uno que era sordo y que hablaba con dificultad, y le rogaron que le impusiera la mano”. Este hombre tipifica a alguien que es sordomudo espiritualmente, uno que no puede oír la voz de Dios, ni alabarlo (Is. 35:6) ni hablar por El (Is. 56:10). La mudez de tal persona se debe a su sordera, y la salvación sanadora que brinda el Salvador-Esclavo hace frente a ambas; sana primeramente sus oídos y luego su lengua.
Los versículos 33-34 dicen: “Y tomándolo aparte de la multitud, metió los dedos en las orejas de él, y escupiendo, le tocó la lengua; y levantando los ojos al cielo, gimió, y le dijo: ¡Efata!, es decir: ¡Sé abierto!” El Salvador-Esclavo metió los dedos en los oídos del sordo, y así sanó su órgano auditivo (véase Is. 50:4-5; Job 33:14-16), y cuando tocó con Su saliva la lengua del mudo, ungió el órgano parlante de éste con la palabra que procedió de Su boca, y así lo sanó.
El sordomudo que vemos en 7:31-37 representa nuestra condición. El versículo 32 dice que él hablaba con dificultad. ¿No le sucede a usted lo mismo en las reuniones de la iglesia? Creo que muchos de los que están entre nosotros reconocerán que tienen dificultad para hablar en las reuniones. Así que, el caso del sordomudo del capítulo siete describe la necesidad de todos nosotros.
La sordera casi siempre es la causa de la mudez. En la mayoría de los casos, una persona sorda también es muda. Esto se debe a que lo que hablamos se basa en lo que oímos. Un niño aprende a hablar al oír a los demás, y con el tiempo, habla lo que oye, o sea que un niño aprende a hablar escuchando.
¿Sabe usted por qué hablamos con dificultad en las reuniones? Porque somos descuidados para escuchar al Señor. Si somos más cuidadosos para oír, espontáneamente hablaremos con más facilidad.
Necesitamos escuchar al Señor continuamente. Si lo hacemos, la Palabra penetrará en nuestro ser y podremos hablar con fluidez. Muchos no pueden hablar bien debido a que no oyen como se debe. Si escuchamos diligentemente la Palabra de Dios, con el tiempo ésta llegará a ser lo que expresamos.
Los que presiden en la iglesia suelen animar a los santos a que hablen en las reuniones. Pero cuando algunos lo intentan, no parecen tener nada que decir. El problema yace en lo que oyen. Si no oímos la Palabra, no tendremos nada qué decir en las reuniones.
La sanidad del sordomudo se menciona después de que se dice que el Señor es el pan de los hijos, lo cual indica que una vez que el Señor nos alimenta, necesitamos que nos sane adicionalmente, en especial, de nuestra sordera y mudez. La sanidad constituye otro paso, un avance, en el cumplimiento del servicio evangélico del Salvador-Esclavo.
Ya dijimos que el Evangelio de Marcos sigue una secuencia progresiva. Se avanza paso a paso desde que el Señor nos alimenta hasta que sana nuestra sordera y nuestra mudez. Debemos decir: “Señor Jesús, gracias por alimentarme. Tú me alimentas con el fin de sanarme. Señor, con Tu alimentación sanas mi sordera y mi mudez”.
Si no somos alimentados por el Señor, nos será muy difícil hablar por El. Muchos podemos testificar que antes de ser alimentados por el Señor en la vida de iglesia, nos era difícil orar públicamente en la reunión. No sólo no oíamos debidamente, es decir, lo que oíamos no se convertía en nuestras palabras, sino que no disfrutábamos al Señor como nuestro alimento. Pero desde que ingresamos a la vida de iglesia, hemos disfrutado al Señor como nuestro pan. Después de la alimentación, se revela la condición de nuestro corazón y luego somos sanos de nuestra sordera y nuestra mudez. En la secuencia de Marcos 7, primero está el caso de la mujer sirofenicia, y luego el del sordomudo que fue sanado.
Destacamos que para hablar se necesita oír. No debemos tratar de hablar sin antes escuchar. Si lo hacemos, hablaremos de manera insensata. Primero oímos como se debe y luego hablamos. Debemos oír con la intención de hablar, de repetir lo que oímos. Si todos escuchamos de esta manera, muchos podremos hablar sin dificultad en las reuniones de la iglesia. Puesto que ya no somos sordos, tampoco debemos tener dificultad para hablar.
Es fácil ser sanados de manera general. Para experimentar una sanidad así quizás no sea necesario que el Señor Jesús nos toque. Por ejemplo, en el capítulo cinco la mujer fue sanada simplemente al tocar el borde del manto del Señor. Sin embargo, si queremos recibir la sanidad específica de nuestros oídos y nuestra lengua, necesitamos que el Señor nos toque de manera específica.
Según el versículo 33, el Señor tomó al sordomudo aparte de la multitud, a un lugar privado, y metió los dedos en sus orejas y luego le tocó la lengua. Esto indica que si queremos que nuestros oídos sean sanados, necesitamos que el Señor nos tome aparte a un lugar privado, meta Sus dedos en nuestras orejas y toque nuestra lengua con Su saliva.
La sanidad del oído sólo requiere que el Señor meta los dedos en las orejas. Pero la sanidad de nuestra lengua requiere que algo que procede de la boca del Señor sea aplicado a nuestra lengua, lo cual significa que necesitamos que nuestro órgano parlante sea ungido con la palabra que procede de la boca del Señor.
¡Oh, cuánto necesitamos que el Señor abra nuestros oídos! Por mucho tiempo han estado cerrados a la palabra de Dios. También necesitamos que la esencia de Su palabra se aplique a nuestra lengua. El hecho de que no podamos hablar, que seamos mudos, se debe a que nos falta la “saliva” del Señor, la esencia de la palabra que procede de Su boca. Nuestra lengua necesita ser tocada por esta esencia. Debemos permitir que la esencia de la palabra del Señor llegue a ser el ungüento que se aplica a nuestra lengua. Si permitimos que el Señor unja nuestra lengua con la esencia de Su palabra, nuestra lengua tartamuda hablará con fluidez.
El Salvador-Esclavo, después de sanar al sordomudo, alimentó a cuatro mil personas (8:1-9). Marcos 8:2 dice: “Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer”. Esto muestra las virtudes humanas del Salvador-Esclavo —Su compasión, Su condolencia y Su tierna solicitud— de una manera vívida y agradable.
La alimentación de los cuatro mil muestra que después de ser sanados y poder oír y hablar, quedamos capacitados para alimentar a otros. Muchos cristianos no pueden alimentar a otros debido a que siguen siendo sordomudos. Si no escuchamos diligentemente lo que Dios dice, y nuestra lengua no es ungida, no podremos alimentar a otros. Sólo cuando hayamos sido sanados específicamente, y no sólo de manera general, estaremos capacitados para alimentar a otros.
En el caso de la mujer sirofenicia, el Señor Jesús era el único que alimentaba, pero en la alimentación de los cuatro mil, todos los discípulos daban alimento. Esto indica que después de experimentar la sanidad en el órgano del oído y del habla, podemos alimentar a otros. Espero que ésta sea la situación que predomine en el recobro del Señor. Estoy convencido de que cuando los santos sean sanados de manera específica, tanto en su órgano auditivo como en su órgano parlante, todos podrán alimentar a otros presentándoles la verdad. Para llevar a cabo esta alimentación, necesitamos una sanidad específica; la sanidad de nuestros oídos y nuestra lengua.
Después de que el Señor alimentó a los cuatro mil, “vinieron entonces los fariseos y comenzaron a discutir con El, pidiéndole señal del cielo, tentándole” (8:11). El Señor, gimiendo profundamente en Su espíritu, dijo: “¿Por qué busca señal esta generación? De cierto os digo que no se dará señal a esta generación” (v. 12). En esta ocasión los fariseos no vinieron a acusar al Señor ni a encontrarle alguna falla, sino a buscar una señal. Ellos, al igual que muchos hoy, fingieron ser espirituales. Pero el Señor, conociendo sus corazones, rehusó darles una señal.
Hay cristianos sinceros que han recibido alguna sanidad específica de parte del Señor y han llegado a ser aptos para alimentar a los demás. Pero hay otros que son hipócritas y fingen buscar señales espirituales; quieren hacer creer que su objetivo es espiritual.
En 8:14-21 el Señor Jesús advierte a Sus discípulos acerca de la levadura de los fariseos y de Herodes. En el versículo 15 dice: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes”. En la Biblia la levadura representa cosas malignas (1 Co. 5:6, 8) y doctrinas malignas (Mt. 16:6, 11-12). La levadura de los fariseos era su hipocresía (Lc. 12:1), mientras que la de Herodes era su corrupción e injusticia en la política. El Señor advirtió a Sus discípulos que se cuidaran de estos dos tipos de levadura: la hipocresía, la levadura de los fariseos, y la injusticia, la levadura de Herodes.
En 8:16-21 vemos que los discípulos no entendieron lo dicho por el Señor acerca de la levadura. Sólo les preocupaba el pan físico: “Discutían unos con otros, diciendo: Es porque no tenemos pan” (v. 16). Al oír la palabra levadura, inmediatamente pensaron en el pan, ya que no habían traído consigo en la barca suficiente pan. Hoy en día muchas veces somos semejantes a ellos: oímos un mensaje, pero no lo interpretamos correctamente.
En 8:22-36 se halla la sanidad de un ciego: “Vinieron luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le tocase”. Este ciego representa a uno que ha perdido la visión interior y que ha quedado ciego espiritualmente (Hch. 26:18; 2 P. 1:9).
El versículo 23 dice: “Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le impuso las manos, y le preguntó: ¿Ves algo?” Esto también es una virtud del Señor en Su humanidad, y muestra Sus sentimientos para con el hombre.
El Salvador-Esclavo sacó al ciego fuera de la aldea, lo cual parece indicar que no quería que la muchedumbre viera lo que iba a hacer por este hombre, pues además le dijo más tarde que no entrara en la aldea (v. 26). Espiritualmente, puede indicar que el Salvador-Esclavo quería que el ciego pasara un tiempo a solas con El para poder infundirle el elemento que le capacitaría para recobrar la vista. Todos los que son ciegos espiritualmente necesitan pasar un tiempo así con el Salvador-Esclavo.
El Señor escupió en los ojos del ciego y le impuso las manos para realizar esta sanidad adicional y específica. La ceguera está relacionada con la oscuridad (Hch. 26:18), y para ver se necesita luz. La saliva del Salvador-Esclavo puede representar la palabra que procede de Su boca, la palabra que trasmite la luz divina de la vida a aquel que la recibe para que recobre la vista. La saliva del Salvador-Esclavo, acompañada de la imposición de manos, era mucho más rica que Su simple toque, el cual había sido solicitado por los que ayudaban al ciego. La imposición de manos sobre el ciego indica que el Salvador-Esclavo se identificaba con él para infundirle el elemento sanador.
Cuando el Señor preguntó al ciego si veía algo, él le respondió: “Veo hombres; como árboles los veo que andan” (v. 24). Esto podría ser un ejemplo del desarrollo de la visión espiritual de una persona. En la etapa inicial de su recuperación espiritual, tal vez la persona vea las cosas espirituales de la misma manera que este ciego. Después de recuperarse completamente, lo veía todo bien.
El versículo 25 dice: “Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y el hombre miró fijamente; y fue restablecido, y comenzó a ver todas las cosas con claridad”. Esto puede indicar que después de que nuestros ojos reciben la sanidad completa, tenemos una clara visión de las cosas de Dios.
El versículo 26 concluye: “Y lo envió a su casa, diciendo: Ni siquiera entres en la aldea”. Al llevar a cabo su ministerio, el Salvador-Esclavo, el Esclavo de Dios, nunca buscó publicidad.
En este mensaje vimos que el Salvador-Esclavo dio un paso adicional al sanar a las personas de modo específico en sus órganos auditivos, parlantes y visuales. Después de que somos sanados de esta manera, podemos ver las cosas de Dios. En la siguiente sección los discípulos comienzan a ver a Cristo y a conocerlo.