Mensaje 3
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Lectura bíblica: Mr. 1:1-13
En el Evangelio de Marcos se presenta a Cristo como Salvador-Esclavo, y en este evangelio del Salvador-Esclavo lleva las características de Su humanidad que ha sido mezclada con Su deidad. Su humanidad es preciosa en Su virtud y perfección, y Su deidad es magnífica en Su gloria y honra. A medida que estudiemos el Evangelio de Marcos, veremos estos aspectos de Cristo. La humanidad del Señor se revela en su virtud y perfección, mientras que Su divinidad, en su gloria y honra. Estos aspectos del Señor deben quedar profundamente grabados en nosotros. Si es así, al estudiar el Evangelio de Marcos veremos que el Señor es un Salvador-Esclavo maravilloso. El es el propio Dios que se hizo esclavo para servirnos al dar Su vida en rescate por nosotros.
En este mensaje estudiaremos el comienzo del evangelio y la iniciación del Salvador-Esclavo (1:1-13). Marcos 1:1 dice: “Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. La palabra evangelio quiere decir las “buenas noticias”, “las buenas nuevas” (Ro. 10:15). El evangelio es el servicio, el ministerio, del Salvador-Esclavo, como Esclavo de Dios que sirve a Su pueblo. Mateo empieza con la genealogía real de Cristo el Rey (Mt. 1:1-17), Lucas con la genealogía humana del hombre Jesús (Lc. 3:23-38) y Juan con el origen eterno del Hijo de Dios (Jn. 1:1-2). Pero el Evangelio de Marcos no empieza con el origen de Su persona, sino con los orígenes del evangelio, el servicio de Jesús como humilde Esclavo de Dios (Fil. 2:7; Mt. 20:27-28). Por lo general, lo notable de un esclavo es su servicio, y no su persona.
Según 1:1, el evangelio es el evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios. Este evangelio presenta una biografía del Salvador-Esclavo, quien era Dios encarnado como Esclavo para salvar a los pecadores. En este título compuesto Jesucristo indica Su humanidad, e Hijo de Dios, Su deidad; ambas fueron debidamente manifestadas por Sus virtudes humanas y Sus atributos divinos en Su ministerio y mover para Su servicio evangélico, según consta en este evangelio.
Sabemos que la palabra evangelio quiere decir buenas nuevas. No obstante, debemos examinar a fondo qué es el evangelio en sí. Es posible que entre nosotros haya algunos que aunque han sido cristianos por muchos años, no lo entiendan debidamente. El evangelio es el cumplimiento de todo el Antiguo Testamento. Por consiguiente, si queremos conocer cabalmente el evangelio, es imprescindible leer los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento y ser iluminados con respecto a la revelación presentada en él.
Los maestros de la Biblia han dicho que en las Escrituras figuran siete dispensaciones (algunos reducen este número a cuatro). Estas siete dispensaciones abarcan desde Génesis 1 hasta Apocalipsis 20. La primera dispensación es la de la inocencia. Esta dispensación, en la cual no existía el pecado, abarca únicamente los primeros dos capítulos de Génesis.
Después de la dispensación de la inocencia está la dispensación de la consciencia, la cual abarca desde la caída del hombre en Génesis 3 hasta el diluvio.
Después de la caída, el hombre debía vivir conforme a su consciencia, pero debido a que no lo logró, se introdujo la tercera dispensación, la del gobierno humano, para reemplazar la segunda. Al cabo del diluvio, Dios requirió que el hombre se sometiera al control del gobierno humano debido al fracaso de vivir conforme a su consciencia. Durante esta dispensación se levantaron diferentes naciones y formaron sistemas de gobierno. Esta también terminó en fracaso.
La cuarta dispensación comenzó con el llamamiento que Dios le hizo a Abraham, el cual consistía en salir del linaje humano caído, corrupto y rebelde. Al llamarlo, Dios le dio una promesa. Así que, la cuarta dispensación se conoce como la dispensación de la promesa.
Hemos visto que las primeras cuatro dispensaciones son: la inocencia, la consciencia, el gobierno humano y la promesa. Dios había dado la promesa a Abraham, pero no tenía la intención de cumplirla inmediatamente. Debido al tiempo que debía transcurrir antes de que se cumpliese la promesa, Dios decretó la ley por medio de Moisés para que ésta sirviera como un redil que guardara en custodia a Su pueblo a fin de preservarlo. Podemos comparar la ley a un redil en el que se guardan las ovejas durante la noche. La ley dada por medio de Moisés sirvió como un redil que guardó a los escogidos de Dios. Por tanto, la quinta dispensación es la dispensación de la ley.
Después de esta dispensación, vino Cristo. Acerca de Su venida, Juan 1:17 dice: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo ”. La gracia vino por medio de Jesucristo; por esto, a la sexta dispensación se le llama la dispensación de la gracia.
La dispensación de la gracia durará hasta la segunda venida del Señor, cuando El establecerá el reino en la tierra, el cual durará mil años. A este período se le llama el milenio. Por consiguiente, la séptima dispensación es la dispensación del reino.
Por medio de estas dispensaciones, Dios cumplirá por completo Su propósito. Al final del milenio, todo habrá sido renovado. Entonces habrá un universo nuevo con un cielo nuevo y una tierra nueva, donde la Nueva Jerusalén será el centro por la eternidad. En la Nueva Jerusalén, Dios y Su pueblo redimido disfrutarán de la vida eterna.
Como dijimos, algunos maestros de la Biblia prefieren afirmar que las Escrituras contienen cuatro dispensaciones principales. Romanos 5 dice que desde Adán hasta Moisés no había ley. A este largo período, que incluye las dispensaciones de la inocencia, la consciencia, el gobierno humano y la promesa, se le puede considerar una sola dispensación, la dispensación antes de la ley. Según este entendimiento, la segunda dispensación, que va desde Moisés hasta Cristo, es la dispensación de la ley. La tercera es la dispensación de la gracia, cuya duración va desde la primera venida de Cristo hasta Su segunda venida. Finalmente, está la cuarta dispensación, la dispensación del reino, que dura desde la segunda venida del Señor hasta el final de los mil años. Entender las dispensaciones de esta manera es fácil. Según esta perspectiva existen cuatro dispensaciones: la dispensación antes de la ley, la dispensación de la ley, la dispensación de la gracia y la dispensación del reino.
Ya dijimos que el evangelio es el cumplimiento del Antiguo Testamento. Ahora debemos preguntarnos cuál es el contenido de éste. Usaremos tres palabras para expresar el contenido del Antiguo Testamento: promesa, ley y profecía.
La promesa, por supuesto, abarca las dispensaciones de la inocencia, la consciencia, el gobierno humano y la promesa. Esto incluye el Antiguo Testamento desde Adán hasta que fue dada la ley a Moisés. El libro de Génesis, en particular, habla de la promesa de Dios.
¿Sabe usted cuál fue la primera promesa dada por Dios en Génesis? La primera promesa está escrita en Génesis 3:15: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Esta promesa se dio inmediatamente después de que el hombre cayó. Adán y Eva probablemente estaban allí con temor y temblor a causa de su desobediencia. Pero Dios les dio una maravillosa promesa. Esta promesa consistía en que una simiente de la mujer vendría y heriría la cabeza de la serpiente. Aunque el calcañar de la simiente de la mujer sería herido, ésta, no obstante, aplastaría la cabeza a la serpiente. ¡Cuán prominente es esta promesa!
El evangelio es el cumplimiento de la promesa de que la simiente de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente. Sabemos que Cristo, la simiente de la mujer, vino. Nació de una virgen como el cumplimiento de la promesa dada en Génesis 3:15. El, la simiente de la mujer, es el Salvador-Esclavo a quien presenta el Evangelio de Marcos.
Otra promesa, también con respecto a la simiente, le fue dada a Abraham. Según Génesis 22:17-18, el Señor le prometió a Abraham: “De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz”. Según esta promesa, la simiente de Abraham sería una gran bendición para todo el género humano, pues todas las naciones serían bendecidas por medio de ella.
Una vez más, la simiente se refiere al Señor Jesús. En cuanto a esto, Pablo dice en Gálatas 3:16: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: ‘Y a las simientes’, como si hablase de muchos, sino como de uno: ‘Y a tu simiente’, la cual es Cristo”. Cristo nació como descendiente de Abraham procedente del linaje escogido. Por tanto, El era la simiente de Abraham.
Como simiente de la mujer, Cristo destruyó a Satanás, resolviendo así el problema del universo. Esta problemática tiene una sola fuente: la serpiente, cuya línea o desarrollo se ve en toda la Biblia. La serpiente aparece por primera vez en Génesis 3, y cuando llegamos a Apocalipsis 12:9, la serpiente, llamada la serpiente antigua, se ha convertido en un gran dragón. Según el libro de Apocalipsis, la serpiente, el diablo, Satanás, será atada y arrojada al abismo durante el milenio (20:2-3). Después del milenio, será desatada y se volverá a rebelar. Entonces será lanzada al lago de fuego (Ap. 20:10).
El punto crucial consiste en que la simiente de la mujer prometida en Génesis 3:15 acaba con la serpiente. Se debe proclamar esto cuando se predique el evangelio. Sin embargo, los que predican el evangelio actualmente casi nunca recalcan que el objetivo de la simiente de la mujer, mencionada en Génesis 3:15, es destruir la serpiente.
En cuanto al hecho de que el Señor, como la simiente de la mujer, destruye la serpiente, Hebreos 2:14 dice: “Así que, por cuanto los hijos son participantes de sangre y carne, de igual manera El participó también de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. En Juan 3:14 el Señor dijo que como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así sería levantado el Hijo del hombre. La serpiente de bronce que Moisés levantó representaba el juicio sobre la serpiente antigua. Cuando el Señor fue levantado en la cruz, destruyó la serpiente. Por tanto, el Señor, como simiente de la mujer, llevó a cabo la destrucción de la serpiente venenosa que había mordido y envenenado al género humano. Debido a que fuimos envenenados por la serpiente, su naturaleza serpentina fue inyectada en nosotros. Pero la simiente de la mujer se hizo un hombre de sangre y carne para destruir la serpiente por medio de Su muerte en la cruz. Esto constituye gran parte del evangelio.
La simiente de la mujer destruye la serpiente, mientras que la simiente de Abraham nos trae la bendición de Dios. La simiente de la mujer destruye la serpiente, la simiente de Abraham trae al Dios Triuno como bendición. En Gálatas 3:14 Pablo habla de esta bendición: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Según este versículo, la bendición es el Espíritu. ¿Qué es este Espíritu? Este Espíritu es la consumación del Dios Triuno. Cuando recibimos al Espíritu, recibimos al Dios Triuno que llega a ser nuestra bendición. Además, esta bendición es la vida eterna. El Espíritu es el Dios Triuno, el Dios Triuno es la vida eterna, y la vida eterna es la bendición que recibimos.
Ahora comprendemos de manera más completa lo que es el evangelio. El evangelio es el cumplimiento de dos grandes promesas: la promesa acerca de la simiente de la mujer que destruye la serpiente, y la promesa acerca de la simiente de Abraham que trae como bendición al Espíritu, quien es la consumación del Dios Triuno, como la vida eterna a fin de ser nuestra bendición.
Antes de cumplirse estas profecías, Dios dio la ley a fin de guardar en custodia a Su pueblo escogido. Durante el tiempo en que el pueblo de Dios estuvo guardado en el redil de la ley, Dios levantó profetas, lo cual significa que después de las promesas está la custodia de la ley, y que durante dicha custodia, Dios dio profecías para confirmar las promesas.
Ya subrayamos que Génesis 3:15 contiene la promesa respecto a la simiente de la mujer. En Isaías 7:14 encontramos una profecía que confirma esta promesa: “He aquí la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. Además de ésta, hay otras profecías que confirman las promesas dadas por Dios durante la dispensación de la promesa.
Ya vimos que Dios primero dio las promesas, luego decretó la ley con el fin de preservar a Su pueblo escogido, y después envió profetas para que profirieran algunas profecías que confirmaran las promesas. A su tiempo, el que fue prometido, es decir, la simiente de la mujer y la simiente de Abraham, vino. No solamente vino, sino que también fue iniciado.
Usamos la palabra iniciado no en el sentido de dar origen a algo, sino de introducir a alguien en una nueva esfera. Por tanto, en el uso particular que le damos a esta palabra, iniciar equivale a investir. Podemos usar como ejemplo, la investidura de un presidente, al cual, después de ser elegido, se le conoce como el presidente electo. Más tarde, en el día del nombramiento, se le confiere la presidencia. Esta designación es su iniciación. Esto muestra cómo el Señor fue iniciado en Su ministerio.
El Señor Jesús nació como la simiente de la mujer y la simiente de Abraham para ser nuestro Salvador-Esclavo, destruir la serpiente y traer al Dios Triuno, quien es la vida eterna, como bendición. Sin embargo, a la edad de treinta años fue necesario que se le iniciara en Su ministerio. Los sacerdotes del Antiguo Testamento eran iniciados en el sacerdocio a la edad de treinta años, y de la misma manera, el Señor también fue iniciado en Su ministerio a la edad de treinta años. Por tanto, el Señor Jesús, como cumplimiento de las promesas y las profecías del Antiguo Testamento, nació como simiente de la mujer y como simiente de Abraham, y más tarde fue iniciado en Su ministerio.
Habiendo abarcado estos asuntos, podemos decir que el evangelio es el cumplimiento de las promesas y las profecías, y también la eliminación de la custodia de la ley. Esto significa que el evangelio es el cumplimiento de las promesas y las profecías relacionadas con la simiente única: la simiente de la mujer y la simiente de Abraham. Además, el evangelio cancela, anula y quita la custodia de la ley. Ya no dependemos de las promesas del Antiguo Testamento, ni de las profecías ni de la ley, porque Cristo, la simiente única, vino. Esta simiente es el cumplimiento de todas las preciosas promesas. Al tenerle a El, se cumplen las promesas, y por ser el cumplimiento de las promesas, también lo es de las profecías, las cuales fueron dadas para confirmar las promesas. Además, El elimina la custodia de la ley. Así que, la simiente única es el cumplimiento de las promesas y las profecías, así como la eliminación de la custodia de la ley.
La venida de Cristo trajo el cumplimiento de las promesas y las profecías, y la cancelación de la ley. La ley fue quitada, y los escogidos de Dios ya no están bajo su custodia. Ya dijimos que la ley se puede comparar a un redil donde se guardan las ovejas durante la noche. Al amanecer, ellas pueden salir del redil. De la misma manera, puesto que Cristo vino como cumplimiento de las promesas y de las profecías, ya no es necesario que el pueblo que Dios escogió esté bajo la custodia de la ley. Por el lado positivo, la ley fue un guardián, pero por el lado negativo, la ley fue una sujeción, una esclavitud. De todas formas, a la ley, junto con las promesas y las profecías, ya se le puso fin. La simiente de la mujer destruyó la serpiente, y la simiente de Abraham trajo al Dios Triuno como bendición. Además, Cristo también quitó la ley. Ya no estamos en la dispensación de la ley; ni en las promesas ni en las profecías, pues ya tenemos a Cristo.
Si vemos esto, entenderemos el significado de lo ocurrido en el monte de la transfiguración, cuando Pedro propuso que se hicieran tres tabernáculos; uno para Moisés, otro para Elías y otro para el Señor Jesús. Dicha sugerencia ofendió los cielos. Por tanto, Mateo 17:5 dice: “Mientras él aún hablaba, he aquí una nube luminosa los cubrió; y he aquí salió de la nube una voz que decía: Este es Mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; a El oíd”. En el versículo 8 añade: “Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo”. Moisés representaba la ley, y Elías, a los profetas. El único Cristo lo es todo. El es el cumplimiento de las promesas y las profecías, y también el que quita la ley. Esto quiere decir que El es el reemplazo perfecto de todo el Antiguo Testamento. Este es el evangelio, las buenas nuevas, las buenas noticias. ¡Alabado sea el Señor por el evangelio! ¡Alabado sea el Señor porque Cristo es el cumplimiento de las promesas y las profecías, y también el que quita la ley!
Si entendemos qué es el evangelio, comprenderemos que Jacobo cometió un grave error en Hechos 21 y en su epístola, al hacer que los creyentes volvieran a la ley. Por un lado, predicaba a Cristo; por otro, guardaba a los creyentes bajo la ley, en el viejo redil, el cual Dios había abandonado. Volvió a introducir lo que el Señor había desechado. Es necesario que quede profundamente grabado en nosotros el hecho de que al tener el evangelio ya no tenemos la dispensación de la ley, ni las promesas ni las profecías. En su lugar, tenemos el evangelio como cumplimiento de las promesas y las profecías y como la eliminación de la ley.
Muchos cristianos hoy tienen un entendimiento superficial de las Escrituras. Conocen algunas palabras de la Biblia, pero no profundizan en las riquezas que éstas contienen. Usemos la palabra evangelio como ejemplo. En lugar de entender este asunto de manera superficial, debemos ver que el evangelio es el cumplimiento de todas las promesas y las profecías, y la eliminación de la ley. Por esta razón, los tres discípulos que estaban en el monte de la transfiguración, finalmente no vieron a nadie sino a Jesús solo. Ya no tenían las promesas, las profecías ni la ley; sólo tenían al Señor Jesús como simiente de la mujer y como simiente de Abraham. El es nuestro Salvador-Esclavo, y en efecto, El mismo es el evangelio.
El evangelio también es el cumplimiento de los tipos del Antiguo Testamento. Por tanto, en el evangelio tenemos el cumplimiento de las promesas, las profecías y los tipos.
Lo que el Señor dijo en Génesis 3:15 referente a la simiente de la mujer constituye una promesa. Pero el hecho de que hiciera túnicas de pieles y vistiera a Adán y a su mujer, constituye un tipo (Gn. 3:21). El sacrificio de Abel, un sacrificio aceptado por Dios, también es un tipo del cordero ofrecido por Abraham en lugar de su hijo también es un tipo. Otros tipos contenidos en el Antiguo Testamento son el cordero pascual, el maná del desierto, la roca hendida de la cual brotó el río, y el tabernáculo. Además, personas como David y Salomón también son tipos. El evangelio es el cumplimiento de estos tipos. Juan el Bautista, el precursor del Señor Jesús, se dirigió a El y dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Por tanto, Cristo es el cumplimiento de la tipología del cordero. En Juan 1:14 encontramos las siguientes palabras: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. Esto indica que Cristo es el cumplimiento del tabernáculo. En conclusión, el evangelio no sólo es el cumplimiento de las promesas y las profecías, sino también de los tipos. Además, es la eliminación de la ley. Esta es una definición completa del evangelio.