Mensaje 39
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Lectura bíblica: Mr. 13:1-37
Antes de empezar a examinar 13:1-37, donde el Señor Jesús habla de las cosas que vendrán, quisiera añadir algo sobre el capítulo doce.
En 12:35, mientras el Señor Jesús enseñaba en el templo, dijo: “¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?” Luego preguntó cómo el Cristo puede ser hijo de David cuando el mismo David le llamó Señor. La pregunta del Señor en cuanto a Cristo hizo callar a los opositores. El versículo 37 dice: “Y gran multitud le escuchaba de buena gana”.
Como continuación inmediata de Mr. 12:35-37, el versículo 38 dice: “Y les decía en Su enseñanza: Guardaos de los escribas, que gustan de pasearse con largas ropas, y aman las salutaciones en las plazas”. Sin duda, estas palabras se relacionan al hecho de que los escribas, aunque supuestamente conocían la Biblia, sabían muy poco respecto a Cristo. Conocían algo de Su humanidad, pero no sabían nada respecto a Su deidad. Así que, carecían del debido conocimiento de la realidad de Cristo. Debido a esto, el Señor Jesús advirtió al pueblo que se guardara de los escribas.
Según lo dicho por el Señor, los escribas no sólo gustaban de pasearse con largas ropas, sino que también amaban los primeros asientos en las sinagogas y los puestos de honor en los banquetes (v. 39). Además, “devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones” (v. 40). Esto indica que los escribas tenían sólo la apariencia y no la realidad. El hecho de que les gustara pasearse con largas ropas indica que lo que les interesaba era la posición, el honor y la gloria. Ellos también se deleitaban en recibir el respeto y la atención de la gente. Esto indica que eran maestros de la Biblia vacíos y vanos, que carecían por completo de la realidad de Cristo. En sus vidas no había realidad. Ellos buscaban posición, respeto, honra y gloria.
Todos debemos acatar la advertencia que el Señor da en cuanto a los escribas, pues existe la posibilidad de que aun entre nosotros que estamos en el recobro del Señor haya algunos que, en principio, sean como los escribas. Tal vez tengan algún conocimiento de la Biblia y la elocuencia para hablar de tal manera que atrae a otros. Pero es posible que no tengan la realidad del Dios-hombre, de Aquel que es tanto Dios como hombre, a saber, el Cristo que lo es todo como nuestro reemplazo universal. Debemos aceptar la advertencia en cuanto a los que están faltos de la realidad de Cristo y aun así buscan posición, respeto, honra y gloria.
Hemos visto que en Mr. 12:41-44 el Señor Jesús alabó a una viuda pobre que permanecía leal. Esta viuda probablemente no tenía mucho conocimiento de la Biblia. No obstante, tenía la realidad, porque su corazón era sincero, honesto y fiel a Dios. En su vida diaria tenía la realidad interior. Esta viuda es presentada en contraste con los escribas, quienes tenían un conocimiento vacío.
A Marcos 13:1-37 se le califica generalmente como un capítulo profético. No obstante, este capítulo no es simplemente una profecía; también forma parte de la sección que narra la preparación del Salvador-Esclavo para Su servicio redentor. En 13:1—14:42 el Señor Jesús prepara a los discípulos para Su muerte. Como vimos en 11:1—12:44, dicha preparación incluía tres asuntos: entrar en Jerusalén y posar en Betania (Mr. 11:1-11), maldecir la higuera y purificar el templo (Mr. 11:12-26) y ser puesto a prueba y examinado (11:27—12:44). Además, también fueron preparados los seguidores del Señor así como los opositores. Si estudiamos los capítulos once y doce detenidamente, veremos que aunque los opositores habían sido subyugados por el Señor, esto los llevó a acelerar sus esfuerzos para darle muerte. El Señor había preparado a los opositores con el fin de que le dieran muerte en el tiempo señalado, el día de la Pascua.
Aunque a los opositores se les había hecho callar, no desistieron en sus intentos por dar muerte al Señor. De hecho, la situación los llevó a intensificar sus esfuerzos.
Respecto a los opositores y a las circunstancias, todo había sido preparado. El Señor había ganado el corazón del pueblo, y la situación estaba bajo Su control. Los que le pusieron a prueba y le examinaron no pudieron hallar ninguna falta en El. No tuvieron base legal para hacer algo en su contra. No obstante, ellos habían sido preparados, por la confrontación que el Señor tuvo con ellos, para hacer todo lo necesario para darle muerte.
En los capítulos once y doce el Señor preparó completamente las circunstancias y a los opositores para Su muerte. Luego, en 13:1—14:42, el Señor ya no prestó atención alguna a los opositores, sino que se volvió a Sus discípulos y pasó un tiempo en privado con ellos con el fin de prepararlos para Su muerte.
En Su preparación para la obra redentora (11:15—14:42), el Salvador-Esclavo, después de enfrentarse a los opositores (11:15—12:37), permaneció con Sus seguidores a fin de prepararlos para Su muerte (13:1—14:42), un evento inesperado que los asombraría y desanimaría. El los preparaba: (1) diciéndoles las cosas que estaban por venir (13:2-37); (2) disfrutando de su amor, expresado en el banquete, y al ser ungido con el nardo puro, el cual era costoso (14:3-9); (3) instituyendo Su cena (1 Co. 11:20) para que lo recordaran (14:12-26); y (4) advirtiéndoles que tropezarían y exhortándoles a que velaran y oraran (14:27-42). Inmediatamente después de esta preparación, El fue arrestado para ser crucificado (14:43—15:28).
En el capítulo trece, el Salvador-Esclavo, al preparar a los discípulos para Su muerte, primero les dijo lo que estaba por venir, lo que sucedería en el mundo durante la edad de la iglesia, desde que El resucitó hasta Su regreso. No les ocultó nada respecto a los días venideros, sino que les habló: (1) acerca de la destrucción del templo, la cual sucedería en el año 70 d. de C. (vs. 1-2); (2) acerca de las plagas que vendrían al comienzo de los dolores de parto, los cuales empezarían después de Su ascensión y continuarían hasta la gran tribulación (vs. 3-8); (3) acerca de la predicación del evangelio y las persecuciones que ocurrirían en la edad de la iglesia (vs. 9-13); (4) acerca de la gran tribulación y Su segunda venida, las cuales tendrían lugar en los últimos tres años y medio de esta era (vs. 14-27); y (5) acerca de velar, orar y aguardar al Salvador-Esclavo durante toda la edad de la iglesia (vs. 28-37). Para los sufridos seguidores del Salvador-Esclavo, tal palabra iluminadora era como “una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca” (2 P. 1:19).
En 13:1, la situación que rodeaba al Señor Jesús era muy seria. No obstante, el Señor la sobrellevó muy bien. Llevó consigo a algunos de Sus discípulos fuera de Jerusalén al monte de los Olivos, a un nivel elevado donde la atmósfera estaba despejada. Y estando con ellos sentado en el monte de los Olivos, les habló acerca del futuro a fin de prepararlos para lo que venía. Estas fueron las circunstancias en las que el Señor habló a Sus discípulos acerca de la profecía contenida en Marcos 13. Examinemos ahora este capítulo versículo por versículo.
Marcos 13:1 dice: “Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de Sus discípulos: Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios!” El hecho de que el Señor saliera del templo, indica que lo había abandonado. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo en Mateo 23:38, donde dejó el templo como casa desolada a los judíos que le habían rechazado. Esto equivale a lo que ocurrió cuando la gloria de Dios se fue del templo en los tiempos antiguos (Ez. 10:18).
En Mateo 23:38 el Señor Jesús dice: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta”. Puesto que la palabra casa está en singular, debe referirse a la casa de Dios, la cual era el templo (Mr. 11:15, 17). Antes era la casa de Dios, pero ahora El la llama vuestra casa porque los judíos habían hecho de ella una cueva de ladrones.
Cuando uno de los discípulos le habló acerca de las maravillosas piedras y edificios, el Señor Jesús le dijo: “¿Ves estos grandes edificios? De ninguna manera quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (v. 2). Esto se cumplió en el año 70 d. de C. cuando Tito y el ejército romano destruyeron Jerusalén.
Lo dicho por el Señor en 13:2 corresponde a la palabra desierta en Mateo 23:38. El templo quedó desierto al ser destruida Jerusalén.
Ya vimos que el Señor Jesús recibió una calurosa bienvenida de parte del pueblo, maldijo la higuera y purificó el templo. Esta purificación incitó a los opositores, y al día siguiente el Señor se enfrentó a ellos, los cuales le examinaron haciéndole diversas preguntas. Todo esto aconteció ante Sus fieles seguidores. No obstante, en 13:1, uno de ellos todavía pudo decir: “Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios!”
El Señor Jesús procuraba inculcar en Sus seguidores que El ya no tenía nada que ver con la nación judía ni con el templo. El maldijo la higuera, símbolo de la nación judía, y purificó el templo. Estas acciones indicaban que El, quien era Dios, no tenía nada que ver con Israel ni con el templo por el momento dado.
Marcos 13:1 dice: “saliendo del templo”, refiriéndose al Señor Jesús. Al salir del templo, indicaba que lo abandonaba. Como ya dijimos, el templo había dejado de ser la casa de Dios, y era “vuestra casa”, la casa de los que la habían hecho cueva de ladrones. Así que, la casa les fue dejada desierta. Después de que el Señor salió del templo, nunca más volvió a él. Según la predicción del Señor, el templo fue completamente destruido.
Los discípulos del Señor fueron testigos de la maldición sobre la higuera y la purificación del templo, pero no entendieron lo que eso significaba. Por esta razón, seguían admirando las maravillosas piedras y los edificios. Esto hizo necesario que el Señor Jesús les hablara nuevamente y los preparara para Su muerte.
En 13:2 el Señor dice a los discípulos: “¿Ves estos grandes edificios? De ninguna manera quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada”. Esta profecía se cumplió en el año 70 d. de C. Josefo, un historiador judío, narra en sus escritos los detalles de la destrucción de Jerusalén y el templo. Jerusalén fue completamente destruida.
Marcos 13:3-4 dice: “Estando El sentado en el monte de los Olivos, frente al templo, Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron en privado: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas estén para cumplirse?” El hecho de que el Señor estuviera sentado con Sus discípulos en el monte de los Olivos indica que para recibir la visión de lo que profetizó el Señor respecto a esta era, necesitamos subir a un monte alto para entrar en Su presencia. Cuando los discípulos estuvieron con el Señor en privado, le preguntaron en cuanto al tiempo en que acontecerían estas cosas y qué señal habría.
Tal vez nos sorprenda que en un momento como ese el Señor Jesús pudiera sentarse con Sus discípulos en el monte de los Olivos y hablarles en cuanto a lo que había de venir. Ciertamente esto fue algo de suma importancia, e indica que el Señor Jesús tenía paz, a pesar de saber que en pocos días se le daría muerte. El pudo sentarse tranquilamente en la cumbre del monte y mirar la ciudad de Jerusalén y el templo, los cuales, para El, habían sido abandonados.
En los versículos 5-6 el Señor Jesús dice: “Mirad que nadie os desvíe. Vendrán muchos en Mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos desviarán”. En estos versículos el Señor dice que muchos engañadores vendrán en el nombre de Cristo y desviarán a muchos. La historia nos cuenta justamente esto. Desde que Cristo ascendió a los cielos, son muchos los que han afirmado ser Cristo.
En el versículo 7 el Señor añade: “Mas cuando oigáis de guerras y rumores de guerras no os alarméis; es necesario que esto acontezca, pero aún no es el fin”. Las guerras aluden a todas las batallas que han habido desde el primer siglo hasta ahora, y son representadas por el caballo bermejo del segundo sello mencionado en Apocalipsis 6:3-4.
El fin en el versículo 7 se refiere a la consumación de esta era (Mt. 24:3; Dn. 12:4, 6-7, 9), y será la gran tribulación que durará tres años y medio.
Si usted conoce la historia mundial comprenderá que desde el día en que el Señor Jesús ascendió a los cielos, las guerras han ido en aumento. Podemos decir que la historia del hombre es una historia de guerra. En 13:7, el Señor profetizó en cuanto a las guerras que vendrían después que El resucitara y ascendiera.
En 13:8, el Señor Jesús dice: “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; habrá terremotos en diversos lugares; y habrá hambres. Estas cosas son principio de los dolores de parto”. En este versículo nación se refiere a la gente, a los gentiles; reino se refiere a un imperio. El hecho de que nación se levantaría contra nación y pueblos contra pueblos se refiere a las guerras civiles, mientras que reino se levantaría contra reino, a las guerras internacionales. Desde la ascensión de Cristo se han dado guerras de ambos tipos. Además, ha habido mucha hambre, la cual por lo general es producto de la guerra. La historia muestra que la guerra ha acarreado hambre, lo cual es representado por el caballo negro del tercer sello de Apocalipsis 6:5-6. Así que, la secuencia es guerra, hambre y muerte.
En 13:8, el Señor también dice que habrá terremotos en diversos lugares. Desde la ascensión de Cristo han ocurrido muchos terremotos a lo largo de los siglos, y se intensificarán al final de esta era (Ap. 6:12; 8:5; 11:13, 19; 16:18). Parece que cada año hay más terremotos que el año anterior.
El Señor Jesús, refiriéndose a las guerras, los terremotos y el hambre, dice en el versículo 8: “Estas cosas son principio de los dolores de parto”. Los judíos, como elegidos de Dios, sufrirán dolores de parto a fin de dar a luz a un remanente que participará en el reino mesiánico, la sección terrenal del milenio.
A estas alturas necesitamos agregar algo respecto a los dolores de parto mencionados por el Señor en 13:8. Para entender esta expresión, debemos darnos cuenta de que a partir de la resurrección del Señor, ha estado en proceso un parto, es decir, el alumbramiento del nuevo hombre universal.
El hombre creado por Dios, el viejo hombre, le falló a Dios y se hizo inútil en el cumplimiento de Su propósito. Debido a esto, mediante la muerte y la resurrección de Cristo, Dios dio inicio a un parto que da a luz a un nuevo hombre universal. El alumbramiento de este nuevo hombre comenzó con la resurrección del Señor, ya que todos nosotros resucitamos juntamente con Cristo.
En el momento de la resurrección del Señor, el parto del nuevo hombre universal no fue completo. En realidad, aquello fue sólo el comienzo del alumbramiento del nuevo hombre. Este parto continuará hasta el final de la gran tribulación.
Pedro y los otros discípulos, según consta en el libro de Hechos, sufrieron dolores de parto. A través de los siglos, muchos de los fieles seguidores del Señor han sufrido estos dolores, y hoy, muchos aún siguen sufriéndolos. La razón por la que estos dolores de parto todavía continúan se debe a que el alumbramiento del nuevo hombre universal aún no está completo.
El Señor Jesús habló del nacimiento del nuevo hombre antes de morir: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que habrá nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Jn. 16:20-22). En un sentido, cuando Cristo resucitó nació un niño, el nuevo hombre. Pero en otro, el nuevo hombre universal, revelado en Efesios 2 y 4, aún no ha nacido completamente. El nuevo hombre está en el proceso de nacer, y este proceso, el alumbramiento, incluye sufrimientos.
Las persecuciones que sufren los santos son consideradas por el Señor como dolores de parto. Estos dolores comenzaron desde la resurrección y la ascensión del Señor. Desde el día de Pentecostés, los seguidores del Señor no han cesado de experimentar estos dolores. Debido a que el alumbramiento del nuevo hombre todavía está en proceso, los dolores de parto continúan. Lo que el Señor dice en Marcos 13:1-8 se relaciona con los dolores de parto que dan a luz al nuevo hombre universal.