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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Marcos»
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Mensaje 48

LA MUERTE Y LA RESURRECCION QUE EL SALVADOR-ESCLAVO EXPERIMENTO PARA CUMPLIR LA OBRA REDENTORA DE DIOS

(3)

  Lectura bíblica: Mr. 15:16-41

  Ya vimos que el Señor Jesús estuvo en la cruz por seis horas, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde. Durante las primeras tres horas sufrió la persecución del hombre, y en las últimas tres Dios lo juzgó en nuestro lugar por causa de nuestros pecados. Mr. 15:33 dice que llegada la hora sexta, al mediodía, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. En el versículo 34 añade: “Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” En este mensaje debemos prestar especial atención al versículo 34.

DIOS DESAMPARA AL CRISTO CRUCIFICADO

  Al reflexionar sobre el clamor que el Señor profirió en el versículo 34, debemos hacernos una pregunta importante: ¿Será que Dios abandonó a Cristo? El Señor dijo que Dios le desamparó, y desamparar significa abandonar. Así que, de alguna manera Dios lo dejó.

  En Juan 5:43 el Señor Jesús dijo que había venido en nombre del Padre: “Yo he venido en nombre de Mi Padre”. Además, el Padre siempre estaba con El: “El que me envió, conmigo está” (Jn. 8:29). El Señor, poco antes de morir, dijo de nuevo: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn. 16:32). El Padre no sólo estaba con el Señor Jesús, sino también en El, y el Señor estaba en el Padre: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? ... Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (Jn. 14:10-11a). Hablando de Su relación con el Padre, el Señor también dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30). El Señor Jesús y el Padre siempre eran uno. Además, siempre que alguien veía al Señor, veía al Padre. Por esta razón el Señor Jesús podía decir: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9).

  Por medio de estos versículos vemos que el Señor vino en nombre del Padre, el Padre estaba con El, El estaba en el Padre y el Padre en El, El y el Padre eran uno, y cuando alguien lo veía a El, veía al Padre. Estos versículos muestran que el Señor nunca estuvo separado de Dios el Padre. No obstante, a la hora novena, el Señor Jesús clamó a gran voz: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” Sin duda, esto indica que Dios lo abandonó. Pero ¿de qué manera abandonó Dios al Señor Jesús? ¿Cómo hemos de entender este asunto, considerando que presenta un serio problema con relación a la Trinidad?

  En cuanto a que Dios abandonara a Cristo, ¿significa esto que el que permanecía en la cruz quedaba ahí simplemente como un hombre y que ya no poseía la naturaleza divina? Si este fuera el caso, el poder redentor del Señor no sería eterno, pues estaría desprovisto del elemento divino, el elemento eterno. Así que, debemos tener mucho cuidado al contestar la pregunta en cuanto a lo que significa que Dios abandonara al Cristo crucificado.

  Es muy difícil explicar el hecho de que Dios abandonara al Señor Jesús. Si queremos entenderlo debidamente, debemos examinar lo que dicen las Escrituras en cuanto a la Trinidad.

CONCEBIDO POR OBRA DEL ESPIRITU SANTO

  El Señor Jesús fue concebido en una virgen por obra del Espíritu Santo (Mt. 1:20). Su concepción fue un acto divino en el que participó el Espíritu Santo, quien es Dios. En esta maravillosa concepción, Dios fue concebido en el hombre. Fue una concepción que incluyó tanto lo divino como lo humano.

  A diferencia del Señor Jesús, todos nosotros fuimos concebidos en nuestra madre por medio de nuestro padre. Lo único que se necesitó fue simple y sencillamente la parte humana. Pero en la concepción del Señor Jesús, Dios fue concebido en una virgen; fue una concepción que requirió tanto lo divino como lo humano. Así que, el Señor Jesús nació como un hombre de dos naturalezas: la humana y la divina. Esto nos da la base para decir que El era un Dios-hombre. El nació de Dios en el hombre. Por parte de Dios, recibió el elemento divino, y por parte de María, el humano. Estos dos elementos —la divinidad y la humanidad— hacen de Jesús un Dios-hombre.

  A la edad de treinta años, el Señor Jesús fue bautizado, e inmediatamente después de salir del agua, hubo una voz de los cielos, que decía: “Este es Mi Hijo, el Amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). En aquel mismo instante el Espíritu de Dios descendió como una paloma y vino sobre El (Mt. 3:16). ¿Acaso el Señor no había nacido del Espíritu? ¿Acaso no era el Espíritu una de las esencias que conformaban Su ser? Antes de que el Señor Jesús fuera bautizado, ¿acaso no tenía ya el Espíritu Santo dentro de El? La respuesta a todas estas preguntas es sí. El Señor había nacido del Espíritu, el Espíritu era una de las esencias de Su ser y El ya tenía al Espíritu Santo dentro de Sí. Puesto que había sido concebido por obra del Espíritu Santo en una virgen, Su ser estaba constituido de dos esencias, la divinidad y la humanidad. Si el Espíritu Santo ya estaba dentro de El, ¿por qué fue necesario que descendiera sobre El? Esta pregunta es crucial.

EL ESPIRITU DESCIENDE SOBRE EL SEÑOR JESUS

  En el capítulo tres de Mateo vemos que el Espíritu, como una entidad claramente distinta al Señor Jesús, descendió sobre El. Pero no se puede negar razonablemente que el Señor Jesús ya tenía al Espíritu Santo dentro de Sí. Mateo 1:20 dice que “lo engendrado” en María, “del Espíritu Santo es”. El Espíritu Santo no sólo estaba dentro del Señor Jesús, sino que también era una de las esencias de Su ser. Por consiguiente, debemos encontrar la manera de reconciliar dos hechos importantes: primero, que el Señor Jesús ya tenía al Espíritu Santo dentro de Sí como una de Sus esencias; segundo, que el Espíritu Santo descendió sobre el Señor después de que éste fue bautizado. Si el Espíritu Santo ya formaba parte de Su ser, ¿por qué tuvo que descender sobre El?

  A lo largo de la historia del cristianismo no se ha tenido el debido entendimiento en cuanto a la Trinidad. En la galería de arte del vaticano hay una pintura que se supone presenta un cuadro de la Trinidad. En dicha pintura se ve a un hombre mayor con barba que representa a Dios el Padre; un hombre joven que representa al Hijo; y una paloma volando en el aire la cual representa al Espíritu Santo. Esa pintura tal vez esté basada en el concepto de la Trinidad expresado en el credo de Nicea. Este entendimiento es parcialmente correcto, ya que hasta cierto punto puede ser que lo hayan basado en Mateo 3. En ese capítulo tenemos al Hijo de pie, al Padre que habla desde los cielos y al Espíritu que desciende como una paloma. Los tres —el Hijo, el Padre y el Espíritu— según los presenta Mateo 3, no sólo son distintos, sino que parecen estar a cierta distancia el uno del otro.

  Al estudiar la Trinidad que describe Mateo 3, debemos comprender lo que Mateo 1 dice en cuanto al Espíritu Santo y al Señor Jesús. Hemos recalcado que Mateo 1:20 dice que el Señor Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo. Así que, Mateo 1 es el equilibrio de Mateo 3. Si sólo tuviéramos la revelación de la Trinidad que presenta Mateo 3, tal vez pensaríamos que la Trinidad es un triteísmo, es decir, tres Dioses: uno en los cielos, uno en la tierra y uno en el aire. Pero el capítulo tres viene después del capítulo uno. En Mateo 1 no se da énfasis al aspecto de tres, sino al de uno. Por tanto, al unir los capítulos uno y tres, vemos que Dios es triuno, tres y uno.

  En realidad, no es posible reconciliar totalmente los dos aspectos de la Trinidad, el aspecto de uno en Mateo 1 y el de tres en Mateo 3. Esto se debe a que la Trinidad es un misterio. Si pudiéramos entender completamente al Dios Triuno, dejaría de ser un misterio. Además, en las palabras de Martín Lutero, si pudiéramos entender completamente al Dios Triuno, significaría que somos los maestros de Dios.

  Actualmente algunos nos acusan de enseñar herejías con respecto a la Trinidad. Si alguien le hace a usted esta acusación, pregúntele cómo reconciliaría él la revelación en cuanto al Dios Triuno contenida en los capítulos uno y tres del Evangelio de Mateo.

  Lo crucial que debemos entender con respecto a Mateo 1 y 3 es que cuando el Espíritu Santo descendió como paloma sobre el Señor Jesús, éste ya era humano y divino, ya poseía la naturaleza divina y la humana, pues el Espíritu Santo era una de las esencias de Su ser.

CRISTO SE PRESENTA A SI MISMO MEDIANTE EL ESPIRITU SANTO

  El libro de Hebreos revela que cuando murió el Señor Jesús, El se ofreció a Sí mismo como la realidad de todas las ofrendas del Antiguo Testamento a fin de reemplazarlas consigo mismo. En las palabras de Hebreos 9:14, “mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios”. Cristo es humano y divino. No obstante, al presentarse a Dios como la realidad de todas las ofrendas, no sólo lo hizo por Sí mismo como una persona divino-humana, sino también mediante el Espíritu eterno.

  Podemos comparar el que el Señor se ofreciera a Sí mismo a Dios mediante el Espíritu eterno, con el hecho de que ministrara en la tierra por obra del Espíritu. Antes de que el Espíritu descendiera sobre El, el Señor ya era divino y humano. No obstante, Dios lo ungió con el Espíritu en el momento de iniciar Su ministerio. Esto se refiere al Espíritu que descendió sobre El. Pero antes de que el Espíritu viniera sobre El, El ya tenía la esencia de la divinidad dentro de Sí. No obstante, para que llevara a cabo Su ministerio, fue ungido con el Espíritu Santo. Durante los tres años y medio de Su ministerio, el Señor no obró solamente como una persona humana y divina, sino que también actuó por medio del Espíritu, el cual le ungía. El obraba y ministraba mediante el Espíritu. En especial, cuando se presentó a Sí mismo a Dios en la cruz, como la realidad de todas las ofrendas, lo hizo mediante el Espíritu eterno.

EL ESPIRITU QUE UNGE ABANDONA AL SEÑOR JESUS

  El Señor Jesús clamó: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” En ese momento El tomó el lugar de los pecadores (1 P. 3:18), es decir, llevó nuestros pecados (1 P. 2:24) y fue hecho pecado por causa de nosotros (2 Co. 5:21), lo cual significa que Cristo, como nuestro Sustituto, fue juzgado por Dios a causa de nuestros pecados. Ante Dios, Cristo había llegado a ser un gran pecador. Con respecto a esto, 2 Corintios 5:21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. ¿Cuándo hizo Dios a Cristo pecado por nosotros? ¿Fue acaso durante todo el período de treinta y tres años y medio de la vida que llevó el Señor en la tierra? No, si hubiera sido así, Dios no habría podido estar con El, ni tener Su complacencia en El. Yo creo que Dios hizo a Cristo pecado durante las últimas tres horas que éste estuvo en la cruz, de las doce del mediodía a las tres de la tarde, horas en las que hubo tinieblas sobre toda la tierra. Dios no sólo hizo a Cristo nuestro Sustituto, también lo hizo pecado por nosotros. Debido a que Cristo era nuestro Sustituto y que fue hecho pecado ante Dios, éste le juzgó. Yo creo que fue durante ese tiempo, alrededor de la hora novena, que el Espíritu que unge abandonó al Señor Jesús.

  Ya hicimos notar claramente que antes de que el Espíritu Santo, el Espíritu que unge, descendiera sobre el Señor Jesús, el Señor ya poseía la esencia divina dentro de Sí; era una de las dos esencias que constituían Su ser. Ahora debemos ver que la esencia divina nunca lo dejó; ni aun mientras clamaba en la cruz: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” El seguía poseyendo la esencia divina. Entonces, ¿quién le abandonó? El que lo abandonó fue el Espíritu que unge, mediante el cual el Señor se presentó a Sí mismo a Dios. Después de que Dios había aceptado a Cristo como la ofrenda todo-inclusiva, el Espíritu que unge abandonó a Cristo. Pero aunque lo abandonó, Cristo seguía poseyendo la esencia divina.

LA EFICACIA ETERNA DE LA MUERTE DEL SEÑOR

  El Señor Jesús no murió como un simple hombre, sino como un Dios-hombre. Por esta razón, Su muerte tiene una eficacia eterna. La muerte del Señor tiene el poder eterno para redimirnos. De no ser así, no sería posible que un sólo hombre muriera por tanta gente. Una persona individual está limitada debido a que el ser humano no es eterno. Si el Señor hubiera muerto simplemente como un hombre, la eficacia de Su muerte habría sido limitada. Podría ser el Sustituto de una persona solamente, pero no de millones de personas. No obstante, el Señor murió como Dios-hombre, y por tanto, fue una muerte eterna, la cual efectuó una redención eterna, una redención con poder y efectividad eternos.

  El Señor ya poseía la esencia divina antes de que el Espíritu Santo descendiera sobre El. Cuando fue bautizado, lo fue como un Dios-hombre. Después de Su bautismo, el Espíritu Santo descendió sobre El, el Dios-hombre, ungiéndole así para Su ministerio. Por tres años y medio, el Señor ministró por medio del Espíritu. Luego, en la cruz, se presentó a Sí mismo como el Dios-hombre para ofrecerse como el sacrificio todo-inclusivo mediante el Espíritu eterno. Una vez que Dios lo había contado como pecador, como nuestro Sustituto, haciéndolo pecado por nosotros, y una vez que lo había aceptado como ofrenda, Dios, en calidad del Espíritu Santo que había venido sobre El, lo desamparó. No obstante, el Señor seguía siendo un Dios-hombre y murió como tal. Esto significa que aunque Dios el Espíritu abandonó al Señor, el Señor no sólo murió como un hombre, sino como un Dios-hombre. Así que, Su muerte contiene el elemento divino y eterno. Su muerte efectuó una redención eterna, en la cual se hallan el poder y la eficacia eternos.

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