Mensaje 49
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Lectura bíblica: Mr. 15:16-41
En este mensaje vamos a examinar lo que logró la muerte redentora de Cristo. Pero antes de abordar este tema, me gustaría añadir algo respecto a la Trinidad.
En Mt. 1 tres vemos a los tres de la Trinidad como entidades distintas: el Padre está en los cielos, el Hijo está en la tierra y el Espíritu desciende como paloma desde el aire. Pero en el capítulo uno se indica claramente que los tres son uno.
Según Mateo 1, Cristo fue concebido por obra del Espíritu Santo, lo cual coincide con Jn. 1:14, un versículo que dice que el Verbo se hizo carne. Según el Evangelio de Juan, el Verbo es el Hijo de Dios. La concepción del Señor Jesús por medio del Espíritu en el vientre de María, equivalía a la encarnación del Hijo de Dios, al Verbo que se hacía carne. Por esto, 1 Ti. 3:16 habla de la grandeza del misterio de la piedad, el cual consiste en que Dios fue manifestado en la carne.
Mt 1:18 y Mt 1:20, Jn. 1:14 y 1 Ti. 3:16 se refieren a lo mismo. La concepción del Señor Jesús mediante el Espíritu Santo equivale a la encarnación del Hijo de Dios, y la encarnación del Hijo de Dios equivale a la manifestación de Dios en la carne. Al juntar estos versículos vemos que el Espíritu Santo participa en la concepción de Jesús, el Hijo se encarna y Dios se manifiesta. Esto indica que el Espíritu, el Hijo de Dios y el propio Dios son uno.
Por un lado, los tres de la Trinidad son tres; por otro lado, los tres son uno. Por esto decimos que Dios es triuno, un Dios que es tres y uno a la vez. Nuestro Dios es el Dios Triuno, el Dios que es tres y uno simultáneamente.
Cristo fue concebido por obra del Espíritu Santo, y por ende, es un Dios-hombre. En El se ve la mezcla de lo divino con lo humano. Por consiguiente, cuando fue bautizado, lo hizo en calidad de Dios-hombre. En el mismo principio, al morir en la cruz, murió como un Dios-hombre.
En 1 Juan 1:7 dice que la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado. El nombre Jesús denota la humanidad del Señor, sin la cual la sangre redentora no podría ser derramada, mientras que el título Su Hijo denota Su divinidad, la cual hace que la sangre redentora tenga una eficacia eterna. Así que, la sangre de Jesús Su Hijo alude a la sangre adecuada de un hombre auténtico, que fue derramada para redimir la creación caída, y la cual contiene la seguridad divina como su eficacia eterna, una eficacia que prevalece sobre todo y en todo lugar, y que es perpetua con relación al tiempo.
El hombre necesita sangre humana para ser limpio de su pecado, y la sangre de Jesús es la sangre de un hombre auténtico. Además, Jesús, quien derramó Su sangre para redimirnos, también es el Hijo de Dios. El posee tanto humanidad como divinidad. Su humanidad le hizo apto para morir por nosotros. Ya que El era hombre, tenía sangre para derramar a fin de limpiarnos de nuestros pecados. El también es el Hijo de Dios, y Su divinidad garantiza la eficacia eterna de Su sangre redentora. Así que, la humanidad del Señor le facultó para ser nuestro Redentor y Sustituto, mientras que Su divinidad le provee el poder eterno a Su aptitud. Si Cristo no fuera un hombre, no sería competente para ser nuestro Sustituto. ¡Alabado sea el Señor que Su humanidad lo facultó como nuestro Sustituto y Su sangre humana auténtica reunió los requisitos para limpiarnos de nuestros pecados! Esto requería algo que garantizara su eficacia, y esta garantía es la divinidad del Señor. Su divinidad asegura la eficacia eterna de Su sangre.
En 1 Juan dice que el que murió en la cruz y derramó Su sangre era el hombre Jesús, y que éste es el Hijo de Dios, el Ser divino. El murió en la cruz como un Dios-hombre, uno que poseía tanto la naturaleza humana como la divina. El Dios-hombre fue crucificado como nuestro Redentor.
Lo que el Señor nos ha mostrado en Su Palabra santa en cuanto a estos asuntos es diferente de lo que se enseña tradicionalmente. Por esta razón, hasta cierto punto nuestra enseñanza no concuerda con la enseñanza tradicional. En cuanto a esto, necesitan ejercer discernimiento para ver cuales enseñanzas están basadas en la Palabra pura de Dios y cuales se basan en la doctrina tradicional que se ha transmitido de generación a generación.
Examinemos lo que logró la muerte de Cristo. Primeramente, Su muerte resolvió el problema de nuestros pecados, es decir, de nuestras ofensas, transgresiones y obras pecaminosas. Este problema quedó resuelto eternamente. Pablo, hablando de esto, dice en 1 Corintios 15:3: “Porque primeramente os he trasmitido lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras”. Además, 1 Pedro 2:24 dice que Cristo “llevó El mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero”.
En segundo lugar, la muerte de Cristo, una muerte que lo incluye todo, le puso fin al pecado. Aunque es fácil explicar qué son los pecados, es difícil definir el pecado. Los pecados se refieren a obras, ofensas, delitos y transgresiones. Pero ¿qué es el pecado? Romanos 8:3 dice que Dios envió a Su Hijo en la semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado y que condenó al pecado en la carne. Cristo vino en la semejanza de carne de pecado con el fin de condenar al pecado. Juan 1:29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”
Según la Biblia y conforme a nuestra experiencia, hemos visto que el pecado es realmente la naturaleza pecaminosa de Satanás, y se origina en él. Satanás inventó el pecado y él mismo es su elemento. En realidad, ante Dios, el pecado es el propio Satanás.
Según la epístola a los Romanos, el pecado es algo vivo, algo que nos lleva a hacer lo que no queremos, algo que mora en nosotros, que nos engaña y que aun nos mata (Ro. 6:14; 7:8, 11, 17). ¿Qué es esto que vive en nosotros y obra todo esto? Es el propio Satanás.
Cuando el hombre cayó, la naturaleza pecaminosa de Satanás se inyectó en el linaje humano. Al comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, recibió la naturaleza pecaminosa de Satanás.
En el universo hay algo que las Escrituras denominan pecado. El pecado no es algo meramente objetivo, algo que está fuera de nosotros; más bien, es un elemento subjetivo que radica en nuestra carne. Así que, por fuera cometemos pecados, ofensas, delitos y transgresiones, y por dentro, tenemos al pecado, lo cual constituye un problema básico. ¡Alabado sea el Señor que la muerte todo inclusiva de Cristo no sólo resolvió el problema de nuestros pecados, sino que también juzgó y condenó al pecado!
Romanos 8:3 revela que mientras Cristo moría en la cruz, el pecado que estaba en la carne era condenado. Podemos usar la condenación de un edificio que amenaza ruina como ejemplo. Cuando un edificio está en una condición deplorable de tal manera que tiene que ser derribado, las autoridades lo condenan. De igual manera, el pecado que está en la carne ha sido condenado por la muerte todo inclusiva de Cristo. Por Su muerte eterna, la muerte de un Dios-hombre, se condenó al pecado.
Lo tercero que eliminó la muerte de Cristo es nuestro viejo hombre. Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”. Asimismo, Gálatas 2:20 dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Puesto que la maravillosa muerte del Dios-hombre fue todo inclusiva, nos incluyó a nosotros. Dios nos puso en Cristo, y estuvimos en El cuando fue crucificado. Se nos incluyó en Su muerte eterna, una muerte que lo incluye todo.
Puesto que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, la vieja creación también lo fue. Como seres humanos, somos los que toman la delantera en la vieja creación y los que representan la vieja creación. Por consiguiente, cuando el hombre, el que representa la vieja creación, fue crucificado, también lo fue la totalidad de la vieja creación.
Además, la muerte eterna de Cristo destruyó a Satanás. Hebreos 2:14 dice: “Así que, por cuanto los hijos son participantes de sangre y carne, de igual manera El participó también de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Esto muestra que en Su humanidad y por medio de Su muerte en la carne, Cristo destruyó a Satanás, quien tiene el poder de la muerte. Satanás fue crucificado. Sea que lo entendamos o no, no cambia el hecho de que por medio de la muerte de Cristo Satanás fue crucificado.
La Biblia revela que Satanás formó un sistema satánico llamado el mundo. Por medio del mundo, el cosmos satánico, Satanás sistematizó bajo su mano usurpadora al linaje humano caído. Pero este sistema maligno y mundano ya fue juzgado.
Puesto que el sistema mundial tiene conexión con Satanás, cuando éste, el príncipe del mundo, fue juzgado, el mundo también lo fue. Con respecto a esto, el Señor Jesús dijo: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Jn. 12:31). El príncipe de este mundo fue echado fuera cuando Satanás fue destruido en la cruz, y simultáneamente fue juzgado el sistema del mundo, el cual está relacionado con Satanás.
Este juicio se puede comparar con la crucifixión de la vieja creación llevada a cabo al ser crucificado nuestro viejo hombre. Cuando el viejo hombre fue crucificado, fue crucificada también la vieja creación. De igual manera, cuando la muerte de Cristo destruyó a Satanás, el mundo fue juzgado.
Otro asunto que resolvió la muerte todo inclusiva de Cristo se menciona en Efesios 2:15: “Aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. Cuando Cristo fue crucificado, Su muerte eterna abolió, anuló, las diferentes ordenanzas relacionadas con el modo de vivir y de adorar. Además, la muerte eterna de Cristo eliminó las diferencias raciales y de rangos sociales.
Además de resolver todos estos factores negativos, la muerte de Cristo también tiene un aspecto positivo. En Juan 12:24 el Señor Jesús habla de esto: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Esto se refiere a la muerte de Cristo, una muerte todo inclusiva que liberó la vida divina que estaba en el interior de Cristo, la cual produjo muchos granos.
La muerte de Cristo, por el lado negativo, resolvió los problemas de los pecados, el pecado, el viejo hombre, la vieja creación, Satanás, el mundo y las ordenanzas. Por el lado positivo, Su muerte eterna liberó la vida divina que estaba dentro de El.
Si vemos lo que significa la muerte todo inclusiva de Cristo, nos daremos cuenta de que Su muerte constituye un evento de mayor importancia que la creación del universo. En el plan divino que el Dios Triuno diseñó en la eternidad pasada, se decidió que el segundo de la Trinidad Divina se encarnaría y moriría en la cruz para realizar la redención eterna y cumplir así el propósito eterno de Dios. Como dijo Pedro en el día de Pentecostés, Cristo fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch. 2:23).
En conformidad con el determinado consejo de Dios, se ordenó que el segundo de la Trinidad Divina fuese el Cordero de Dios (Jn. 1:29), antes de la fundación del mundo, es decir, en la eternidad pasada (1 P. 1:19-20). A los ojos de Dios fue inmolado como Cordero de Dios desde la fundación del mundo, es decir, desde que Dios hizo la creación, la cual cayó (Ap. 13:8).
A partir de la caída del hombre, se sacrificaban corderos, ovejas, becerros y toros, como tipos por causa del pueblo escogido de Dios (Gn. 3:21; 4:4; 8:20; 22:13 Ex. 12:3-8; Lv. 1:2), y así se anunciaba al que iba a venir como el Cordero verdadero, ordenado de antemano por Dios. En la plenitud de los tiempos, el Dios Triuno envió al segundo de la Trinidad Divina, el Hijo de Dios, para que obtuviera un cuerpo humano por medio de la encarnación, se ofreciera (He. 10:5) a El en la cruz (He. 9:14; 10:12) y así hacer la voluntad del Dios Triuno (He. 10:7), a saber, reemplazar los sacrificios y ofrendas (los cuales eran tipos) consigo mismo en Su humanidad como único sacrificio y ofrenda a fin de santificar al pueblo escogido de Dios (He. 10:9-10). Por tanto, el que Cristo sufriera una muerte eterna que todo lo incluye fue conforme a la voluntad de Dios.
¡Cuánta importancia tiene la muerte de Cristo! Esta muerte eliminó todos los factores negativos del universo y liberó la vida eterna para producir al nuevo hombre, quien será la máxima consumación de la semilla del reino, del gene del reino, una consumación máxima que redundará en el reino eterno de Dios.
La muerte de Cristo, que se narra en Marcos 15:16-41, constituye un acontecimiento tal relevante que debe dejar una profunda impresión en nosotros. Debemos comprender que el que murió fue un Dios-hombre. El que sufrió la muerte como nuestro Sustituto no era simplemente un hombre; era el Dios-hombre. Así que, Su muerte es una muerte eterna, la cual es de mayor importancia que la obra creadora de Dios.
Al leer el relato de la muerte de Cristo contenido en el Evangelio de Marcos, no debemos leerlo de manera superficial, sino que debemos darnos cuenta que la persona que murió era un Dios-hombre, y que Su muerte no fue común ni ordinaria. La muerte del Dios-hombre fue extraordinaria y eterna. Quitó de en medio todos los factores negativos y liberó la vida divina para producir al nuevo hombre. Al final, este nuevo hombre llegará a ser el reino eterno de Dios como pleno desarrollo del gene del reino.