Mensaje 51
Lectura bíblica: Mr. 16:1-20
El capítulo dieciséis del Evangelio de Marcos abarca tres eventos: la resurrección del Salvador-Esclavo (vs. 1-18), Su ascensión, por medio de la cual fue exaltado (v. 19) y la propagación universal del evangelio que llevó a cabo mediante Sus discípulos (v. 20).
En 16:1-8, tres mujeres —María la magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé— descubrieron que el Señor Jesús había resucitado (v. 1). En el versículo 6 un ángel les dijo: “No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron”. La resurrección del Salvador-Esclavo constituye una prueba de que Dios estaba satisfecho con lo que el Señor efectuó al morir, y confirma la eficacia de dicha muerte, la cual redime e imparte vida (Hch. 2:24; 3:15).
Según el versículo 7, el ángel dijo a las mujeres: “Pero id, decid a Sus discípulos, y a Pedro, que El va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo”. En el mensaje que el ángel diera a las tres mujeres que se enteraron de la resurrección del Salvador-Esclavo, la cláusula y a Pedro solamente se inserta en el relato de Marcos, lo cual tal vez se deba a la influencia que ejerció Pedro en este evangelio. De cualquier modo, la frase indica que la estrecha relación que Pedro tenía con el Salvador-Esclavo era especial, de tal modo que el ángel la subrayó.
En el versículo 7, el ángel dijo que el Señor Jesús iba delante de los discípulos a Galilea. Así como el Salvador-Esclavo comenzó Su ministerio en Galilea de los gentiles (Mt. 4:12-17), y no en Jerusalén, la ciudad santa de la religión judía, después de Su resurrección volvió a Galilea, no a Jerusalén. Esto indica claramente que el Salvador-Esclavo resucitado había abandonado por completo el judaísmo e iniciado una nueva era para la economía neotestamentaria de Dios.
En 16:9-11 el Señor Jesús aparece a María la magdalena, en los versículos 12-13 a los dos discípulos, y en los versículos 14-18 a los once. En el versículo 15 les dijo: “Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación”. Esto revela que la obra redentora de Dios realizada por el Salvador-Esclavo mediante Su muerte y resurrección, no sólo beneficia al hombre, el principal ser creado, sino también a toda la creación. Así que, todas las cosas, ya sean las que están en la tierra como las que están en los cielos, fueron reconciliadas con Dios, y por ende, el evangelio debe proclamarse a toda la creación que está bajo el cielo (Col. 1:20, 23), la cual, con base a dicha reconciliación, espera ser librada de la esclavitud de corrupción y llevada a la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Ro. 8:19-22).
En el versículo 16 el Señor dice a los discípulos: “El que crea y sea bautizado, será salvo; mas el que no crea, será condenado”. Creer es recibir al Salvador-Esclavo (Jn. 1:12), no sólo para obtener el perdón de pecados (Hch. 10:43), sino también para ser regenerados (1 P. 1:21, 23). Los que así creen llegan a ser hijos de Dios (Jn. 1:12-13) y miembros de Cristo (Ef. 5:30), y entran en una unión orgánica con el Dios Triuno (Mt. 28:19). Ser bautizado es afirmar esto, siendo sepultados para poner fin a la vieja creación por medio de la muerte del Salvador-Esclavo y siendo resucitados, levantados, para ser la nueva creación de Dios por medio de la resurrección del Salvador-Esclavo. Este bautismo es mucho más completo que el bautismo de arrepentimiento predicado por Juan (1:4; Hch. 19:3-5).
Creer y ser bautizado constituyen un paso completo por el cual se recibe la salvación completa. Bautizarse sin creer es simplemente un rito vacío, y creer sin bautizarse es sólo ser salvo interiormente sin dar una afirmación exterior de la salvación interior. Estos dos deben ir juntos. Además, ser bautizado en agua debe ir acompañado del bautismo en el Espíritu, tal como los hijos de Israel fueron bautizados en el mar (el agua) y en la nube (el Espíritu) (1 Co. 10:2; 12:13).
Marcos 16:16 no dice: “Mas el que no crea y no se bautice, será condenado”. Esto indica que la condenación sólo está relacionada con la incredulidad; no tiene nada que ver con el bautismo. Lo único que se necesita para ser salvo de la condenación es creer; no obstante, para completar la salvación interior, también es necesario una confirmación exterior, la cual es el bautismo.
En 16:17-18 el Señor Jesús añade: “Y estas señales acompañarán a los que creen: En Mi nombre echarán fuera demonios; hablarán en nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si beben cosa mortífera, no les hará ningún daño; impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos”. Hablar en nuevas lenguas sólo es una de las cinco señales que acompañan a los creyentes salvos. No es la única señal, contrario a lo que algunos creyentes aseveran. Según la revelación divina contenida en Hechos y en las epístolas, lo que el Señor dijo en Marcos 16 no significa que todo creyente salvo debe tener las cinco señales. Lo que quiere decir es que cada creyente puede tener algunas de estas señales, pero no necesariamente todas.
En el versículo 19 se narra la ascensión del Salvador-Esclavo: “Así, pues, el Señor Jesús, después de hablarles, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios”. La ascensión del Salvador-Esclavo, por medio de la cual Dios lo exaltó, fue señal de que Dios aceptó todo lo que El había hecho en beneficio del plan eterno de Dios conforme a Su economía neotestamentaria (Hch. 2:33-36). En la exaltación, Dios lo coronó de gloria y de honra (He. 2:9), le dio el nombre que es sobre todo nombre (Fil. 2:9), y lo hizo Señor de todo (Hch. 2:36) y Cabeza sobre todas las cosas (Ef. 1:22) para que tuviera toda potestad en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18) y reinara sobre los cielos, la tierra y las naciones, a fin de que éstos obren juntamente para la extensión universal de Su evangelio.
Cristo, en Su ascensión, fue exaltado hasta lo sumo, hecho Señor, Cristo, Cabeza de la iglesia y dado a ésta por Cabeza sobre todas las cosas. Además, fue entronizado, coronado de gloria y de honra y se le dio un nombre que es sobre todo nombre.
Si queremos experimentar a Jesús como el Señor, el Cristo, la Cabeza de la iglesia, la Cabeza sobre todas las cosas, y como Aquel que fue entronizado, coronado y que le fue dado un nombre sobre todo nombre, es necesario que estemos en resurrección. Al estar en la realidad de la resurrección, estamos en el Espíritu vivificante, en el cual experimentamos al Cristo resucitado como el Señor, el Ungido, y la Cabeza de todo dada a la iglesia, y como la Cabeza de la iglesia. En la realidad de la resurrección, es decir, en el Espíritu que todo lo incluye, comprendemos que Cristo fue coronado de gloria y de honra, que fue entronizado y recibió el nombre que es sobre todo nombre. Cuando estamos en el Espíritu, experimentamos todos estos aspectos de la ascensión de Cristo; no como simples doctrinas, sino como realidades espirituales.
Si el Espíritu vivificante no nos trae la realidad de la ascensión de Cristo, podríamos llegar a pensar que el Cristo ascendido no tiene nada que ver con nosotros en nuestra vida cotidiana. No obstante, cada aspecto de la ascensión debe formar parte de nuestra experiencia diaria.
Si queremos experimentar la ascensión de Cristo, es menester que andemos conforme al Espíritu. Cuando nos conducimos de esta manera, vivimos en la resurrección y la ascensión de Cristo. Esto nos hace personas diferentes. Por esta razón he dicho firmemente que la vida cristiana no es cuestión de doctrinas. Lo que necesitamos es andar conforme al Espíritu vivificante, que mora en nuestro espíritu.
En 1964 se me invitó a hablar a un grupo de cristianos en Dallas. En mi mensaje recalqué que lo que necesitábamos no era la doctrina, sino al Espíritu. Esto ofendió a algunos hermanos que estaban obsesionados por la doctrina, y después de la reunión se me acercaron con la intención de argumentar. Hoy me atrevería a decir lo mismo pero con más osadía. Necesitamos al Espíritu. En lugar de la doctrina muerta, precisamos al Espíritu vivificante.
Se puede estar en el Espíritu porque mediante la resurrección de Jesucristo fuimos regenerados, es decir, nacimos de nuevo (1 P. 1:3). Además, también podemos estar en la ascensión de Cristo. En nuestra experiencia, los cielos vienen a nosotros, pues el Espíritu que todo lo incluye los traen a nosotros. Por consiguiente, cuando estamos en el Espíritu, estamos en los cielos.
Con respecto a la propagación universal del evangelio, 16:20 dice: “Y ellos salieron y predicaban en todas partes, obrando con ellos el Señor y confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”. El Salvador-Esclavo resucitado y ascendido, que es el Esclavo de Dios, realiza la proclamación del evangelio de Dios a toda la creación (v. 15) mediante Sus creyentes. Esta proclamación comenzó en Jerusalén y se ha extendido hasta las partes más remotas de la tierra (Hch. 1:8) de manera continua y universal a través de los siglos, y continuará así hasta que El venga para establecer el reino de Dios en la tierra (Lc. 19:12; Dn. 7:13-14).
En 16:15 el Señor dijo a Sus discípulos: “Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación”. En el versículo 20 dice que ellos salieron y predicaban en todas partes. Esto indica que también nosotros debemos salir y contarle a las naciones, e incluso a toda la creación, del Salvador-Esclavo maravilloso, de Su muerte que le pone fin a todo y de Su maravillosa resurrección.
Ya vimos que en Marcos capítulo uno sólo había uno que predicaba el evangelio. Pero al final de este evangelio vemos muchos predicadores. ¿Quién puede decir cuántos predicadores hay actualmente? Además, la predicación en Marcos 1 estaba dirigida principalmente a los judíos, pero al final del capítulo dieciséis se dirige a toda la creación, es decir, por lo menos a las diferentes naciones de la tierra. A fin de predicar el evangelio a toda la creación, necesitamos estar fuera de nosotros mismos en el Señor. Si usted nunca ha predicado el evangelio con ahínco a toda clase de persona, esto puede indicar que nunca ha estado fuera de usted mismo en el Señor Jesús.
El mismo día que fui salvo, fui llamado por el Señor y comprendí que mi destino era predicar al Señor Jesús. En aquel entonces mi idea era que lo predicaría en las aldeas de mi tierra natal. Ahora me encuentro en este país, predicando al Señor Jesús a personas de todos los continentes.
¡Oh, hablémosle a toda la gente del maravilloso Señor Jesús! ¡Hablémosles de Su muerte que le pone fin a todo y de Su maravillosa resurrección! No nos quedemos callados, sino proclamemos el evangelio, presentemos la verdad e impartamos la vida.
Después de estudiar el Evangelio de Marcos, podemos decir que hemos experimentado las diferentes sanidades: las sanidades de nuestras orejas, nuestra lengua y nuestros ojos. Ahora somos aptos para hablar por el Señor. Espero que a través de este estudio-vida de Marcos todos seamos introducidos en Cristo como nuestro reemplazo total, universal y que lo abarca todo. Si es así, podremos testificar juntamente con Pablo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Habiendo experimentado a Cristo como nuestro reemplazo, podremos hablarle a las naciones acerca de Su persona, Su muerte y Su resurrección.
Damos gracias al Señor por darnos la clara visión de que en la era actual Su objetivo es producir el nuevo hombre a través de la predicación del evangelio. Todas las cosas —la situación mundial, las cuestiones internaciones, la economía, la industria, la educación y aun las guerras— contribuyen a este propósito. Según Apocalipsis 6, el primero de los cuatro caballos es el caballo blanco, que representa la predicación del evangelio. Esto quiere decir que el caballo blanco toma la iniciativa, y los otros le siguen. La predicación del evangelio tiene que presidir. En esta era el objetivo es que se predique el evangelio para que se produzca el nuevo hombre. ¡Ya que hemos visto esta visión, salgamos a predicar a Cristo a toda la creación!